Notas para un diagnóstico marxista de la crisis económica argentina, primera parte

Un análisis de la bancarrota histórica del capitalismo argentino. Una salida anticapitalista de la clase trabajadora.

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1- La herencia de los 90

Las deficiencias del capitalismo argentino acumulan capas geológicas de rémoras de todas las épocas desde el Virreynato del Río de la Plata en adelante. Pero para poner en contexto los problemas actuales, el punto de referencia obligado es el ciclo político-económico puesto en marcha durante la gestión de Carlos Menem (1989-1999). Las vicisitudes de la economía argentina siempre fueron en sintonía de los desarrollos macro que se dieron en el marco regional y internacional, pero esto nunca fue más cierto y acompasado que en este período, que a nivel mundial estuvo signado por el fin de la Guerra Fría, la caída del llamado “bloque soviético” y el muy anunciado “triunfo definitivo del capitalismo” en todo el orbe.

Esto dio origen (o más bien, continuidad y profundización a niveles cualitativamente mayores) a lo que dio en llamarse entonces globalización o mundialización del orden capitalista, con una reorganización de la división internacional del trabajo, cadenas de suministros globales y expansión inédita de las relaciones de mercado. Cada región y cada país terminaron adoptando, de grado o (las más de las veces) por fuerza, una ubicación, un rol y un peso específico en esa nueva arquitectura económica.

En el caso de Argentina, su inserción en la globalización se hizo, como de costumbre, de manera empírica, taimada (Menem había ganado las elecciones de 1989 prometiendo “salariazo” y “revolución productiva”), atolondrada, apresurada y sin plan alguno. Contra lo que se suele creer incluso (o particularmente) en sectores de la izquierda marxista en cuanto a la infinita capacidad de previsión y conspiración de las clases dominantes, el abrazo desesperado al nuevo credo ultraliberal y el ingreso atropellado al renovado panorama financiero, exportador y productivo en la región dejaron un tendal en la propia clase capitalista local. Franjas enteras de ésta sencillamente desaparecieron como tales al menos en el sentido económico, absorbidas por el empuje irresistible de capitales e inversores más poderosos. Algunos sectores y personajes lograron trabajosamente acomodarse como socios menores de los nuevos dueños; otros, apenas como simples figurones; otros, simplemente tomaron el dinero de la venta y se dedicaron a disfrutarlo vía la renta financiera, una vez puesto el capital convenientemente a resguardo fuera del país.

Así, la década del 90 profundizó algunos de los rasgos históricos del capitalismo argentino e incorporó otros, que pasamos a puntualizar.

  1. Extranjerización, concentración y primarización

Como resultado del proceso arriba descripto, Argentina sufrió un nivel de extranjerización de su estructura productiva y de su perfil exportador francamente insólitos. Claro que hay países donde esta extranjerización es aún mayor, pero en general se trata de ex colonias de independencia relativamente reciente (segunda posguerra), o que han padecido el fenómeno a lo largo de la mayor parte de su historia, o que simplemente son demasiado pequeños. Pero que economías del tamaño y tradición de la Argentina hayan tenido un vuelco tan espectacular en este plano y en tan poco tiempo es algo que debe tener muy escasos antecedentes a escala global.

Veamos algunas estadísticas para cuantificar el fenómeno:

200 empresas más grandes, por facturación

1993: Nacionales 105 (37% de las ventas) / Extranjeras 50 (23% de las ventas)

2002: Nacionales 57 (26% de las ventas) / Extranjeras 107 (59% de las ventas)

Fuente: Indec

En sólo diez años, y considerando las empresas más importantes del país, el peso proporcional de las locales y de las extranjeras (que incluyen las de propiedad mixta pero con alta participación de capital foráneo) sencillamente se invirtió. El fenómeno se mantiene hasta hoy:

500 empresas más grandes por facturación

2015: 189 nacionales y 311 extranjeras

2019: 191 nacionales y 311 extranjeras

Fuente: Indec

Ahora bien, y como era de esperar, el nivel de “consolidación” (concentración) también ha aumentado drásticamente, en razón de que las empresas más grandes, ahora con otro origen de capital, tienen más espalda financiera, mayor capacidad de producción y exportación y niveles más altos de productividad, de modo que logran quedarse con una porción relativamente mayor del total. Tomando un universo de las 500 empresas más grandes del país, el porcentaje de las exportaciones y de las ganancias de las 20, 50, 100 y 200 mayores fue el siguiente (2019):

Exportaciones                  Ganancias

20           50%                                        20%

50           71%                                        37%

100         83%                                        59%

200         92%                                        78%

Fuente: Indec

Como se ve, al menos en cuanto a exportaciones se refiere, hablar de las “500 mayores empresas” es en realidad hablar solamente de 50 ó 100; casi cuatro quinto de las ganancias corresponden a apenas 200.

No obstante, esos números generales difuminan una marcada diferenciación entre la performance económica y el peso relativo de las compañías extranjeras (también aquí, en este último grupo el Indec incluye a las nacionales que tienen un porcentaje variable, pero significativo, de su paquete accionario en manos extranjeras) y las locales (datos de 2019 para el top 500, en porcentaje sobre el total):

Extranjeras                        Nacionales

Empresas                              62%                                       38%

Salarios                                 62%                                       38%

Prod. neto                            77%                                       23%

Valor agreg. bruto              79%                                       21%

Ganancias                             78%                                       22%

Exportaciones                     82%                                       18%

Fuente: Indec

Las conclusiones que se desprenden de esta simple tabla son cristalinas: las empresas extranjeras pagan salarios a un nivel proporcional a su peso en el total, pero cuando pasamos al volumen de producción, de ganancias y de valor exportado (es decir, el ingreso de divisas), las empresas locales quedan muy por detrás de las extranjeras. Lo que no es de extrañar dadas sus desventajas en productividad, acceso al financiamiento, tecnología y economías de escala.

Pasemos ahora al tercer rasgo definitorio de la economía argentina en el período: la primarización de su producción y, sobre todo, de su canasta exportadora. Es un lugar común de la historia económica reciente decir que los 90 fueron un período de “desindustrialización”. La palabra es abusiva y la realidad es más matizada, ya que junto con el cierre de innumerables empresas industriales (pymes sobre todo, pero también muchas grandes) hubo una muy localizada especialización en determinados nichos industriales de competitividad y productividad relativamente alta al menos a nivel regional; el caso más señalado es el complejo automotriz (completamente extranjerizado, desde ya, no sólo en las terminales sino en la gran mayoría de los insumos). Pero es verdad que, en conjunto, desde los 90 los rubros primarios –que siempre habían sido dominantes en el renglón exportador argentino–  pasaron a tener un protagonismo todavía mayor. Y esa tendencia no se atenúa sino que se consolida, mal que le pese al discurso supuestamente “industrialista” del kirchnerismo:

Principales rubros de exportaciones argentinas, en % del total

2018                      2021

Sector oleaginoso               27,0                       33,9       

Complejo soja                      24,4                    30,6

Complejo girasol                   1,2                        1,7

Complejo maní                      1,2                        1,3

Complejo olivícola                0,3                        0,2

Sector cerealero                 13,2                       17,9       

Complejo maicero              7,0                         11,9

Complejo triguero              4,6                           4,5

Complejo cebada                1,4                           1,2

Complejo arrocero             0,3                           0,3

Complejo automotriz        13,0                       9,1         

  1. petrolero-petroq. 8,2 6,7

Sector minero metal.          8,7                          6,3

Sector bovino                      6,4                          6,1

Sector frutícola                    4,2                          2,8

Complejo pesquero            3,5                          2,6

Complejo farmacéutico     1,4                          1,4

Sector hortícola                   1,3                          1,2

Complejo forestal               1,1                          1,1

Complejo textil                    1,0                          0,6

Resto                                    11,1                       10,4

Total exportaciones           100,0                     100,0    

Fuente: elaboración propia s/datos del INDEC (https://www.indec.gob.ar/indec/web/Nivel4-Tema-3-2-39), marzo 2022.

En suma, el perfil exportador de Argentina es como sigue: 52% granos y oleaginosas, 13% hidrocarburos y minería, 10% complejo automotor y farmacéutico, 14% otros sectores primarios (ganado, pesca, frutas), 11% el resto.

Podríamos multiplicar tablas, gráficos y datos estadísticos, pero sólo sobreabundarían sobre el concepto inicial, que es que el nivel de concentración, extranjerización y primarización de la economía argentina es el más alto de su historia.

La sólo aparente paradoja es que esta situación nacida en la década menemista neoliberal no ha sufrido la menor modificación de fondo en lo que va del siglo XXI, pese a que de los 22 años que llevamos de éste, 16 han sido bajo gestiones kirchneristas o peronistas supuestamente “industrializadoras”, “promotoras de la producción y el empleo”, “amigas de las pymes y enemigas de los sectores concentrados” y demás frases para consumo electoral. De hecho, estos rasgos económicos de consecuencias tan negativas para las grandes mayorías no sólo no han cambiado en lo esencial sino que en varios sentidos se han profundizado y son ahora incluso más acuciantes que en los 90.

Tomemos como parámetro el mayor complejo exportador del país, la cadena de exportaciones de origen agrícola. Veamos cuáles son los principales actores de los tres grandes rubros que la componen –granos, subproductos (como harinas y pellets de soja) y aceites. Los datos son del Ministerio de Agricultura y corresponden a septiembre de 2021; consignamos para cada empresa primero la ubicación en el ranking del rubro y al lado el porcentaje del total que representa en cada caso:

Granos                                  Subproductos                                      Aceites

Cofco (China)                                       1             15,0%                    6                8,2%                                    5             10,6%

Viterra/Glencore (Suiza)                    8               6,1%                     1              20,7%                                    1             24,3%

Cargill (EEUU)                                       2             14,3%                    4              12,1%                                    2             11,8%

AGD (Argentina)                  7               6,6%                     2             14,0%                                    3             11,7%

Molinos Agro (Argentina)                 –                                              3              12,2%                                    4             11,6%

Bunge (EEUU)                                       4             11,7%                    5                9,0%                                    –

ADM (EEUU)                                         3             13,8%                    –                                                              –

ACA (Argentina)                                  5               9,0%                     –                                                              –

Dreyfus (Francia/UAE)                       6               8,2%                     –                                                              –

% total (8 primeras)                                          84,5%

% total (6 primeras)                                                                                          76,2%

% total (5 primeras)                                                                                                                                         58,4%

Fuente: elaboración propia s/datos del Ministerio de Agricultura, Ámbito Financiero 20-10-21.

Éste es el caso quizá más llamativo, pero de ninguna manera el único, de concentración exportadora. Por empezar, existían en junio de 2021 unas 518.000 empresas inscriptas y funcionando en el país. Pero de ellas, sólo unas 9.500, el 1,8%, registraban actividad exportadora. Esta cifra es un 30% menor a la de 2011, lo que no es de extrañar cuando se considera que el financiamiento bancario real neto a las exportadoras, especialmente pymes, se desplomó a la mitad en el mismo lapso. El 85% de esas 9.500 empresas son pymes, de las cuales sólo el 2% tiene una línea regular y continua de exportaciones. La gran mayoría de ellas están limitadas a envíos esporádicos y a países limítrofes.

El dato relevante aquí es que sobre ese ya pequeño conjunto de firmas exportadoras, las que realmente importan son muy pocas: menos de 20 compañías representan la mitad del total de exportaciones. Y las empresas que exportan por más de 10 millones de dólares anuales no llegan a 500, pero representan más del 90% del total exportado.

Esto es particularmente gravoso en un aspecto crucial que ampliaremos más abajo, la generación de divisas (y la penuria permanente de éstas por parte del Estado). La pavorosa concentración de los rubros y compañías exportadoras es una cuestión completamente relacionada con esto. Tan pocas empresas deberían ser más fáciles de supervisar (y gravar), pero su peso es tan aplastante que en los hechos son ellas quienes controlan a los supuestos controladores, desde funcionarios de cartera hasta autoridades judiciales y medios de comunicación. Son pocas, muy grandes, casi todas extranjeras y manejan volúmenes inmensos de divisas, todo lo cual debería facilitar la tarea de regularlas y cobrarles impuestos. La realidad es la opuesta: no hay sector económico con mayor nivel de evasión fiscal, trampas al Estado y olímpico desprecio por las normas y las autoridades que las grandes exportadoras. Hasta ahora, sólo hemos visto desde el Estado capitalista dos actitudes fundamentales frente a este problema (con todas sus variantes intermedias y mixtas): la impotencia pusilánime y, más habitualmente, la connivencia cómplice.

  1. Bimonetarismo

Algunos políticos locales parecen haberse desayunado hace poco con la “novedad” de que Argentina es un país bimonetario. En realidad, por supuesto, este rasgo es específico de la Argentina desde los años 90. Cab aquí una puntualización: si bien la cuestión cambiaria en Argentina fue siempre estructural, la nueva inserción del país en la globalización impulsada con el menemismo, con su concomitante ola de privatizaciones y la ya mencionada extranjerización de la estructura productiva le dieron un nuevo impulso. La “convertibilidad 1 a 1” con el dólar, esquema económicamente absurdo e insostenible, tuvo entre muchos otros efectos nocivos el de instalar como criterio permanente en toda la población al dólar como ancla de inflación, divisa real de referencia y moneda de ahorro, algo agravado por la disparatada dolarización del mercado inmobiliario (rasgo casi único en el mundo por entonces y aun ahora, que proponemos eliminar por ley prohibiendo las transacciones inmobiliarias en moneda extranjera).

A esto se agrega el comienzo de un proceso estructural que también era preexistente pero que pega un salto a una escala cualitativamente mayor: la fuga de divisas por parte de la clase capitalista argentina. La burguesía argentina, a diferencia de sus congéneres, tiene como criterio racional número uno atesorar divisas en vez de acumular capital. Rasgo que, como veremos, no es el resultado de ninguna anomalía psicológica o excepcionalidad de los capitalistas argentinos, sino de la disfuncionalidad del capitalismo argentino.

Eso explica que, como decía con total cinismo e impunidad el ex funcionario macrista Nicolás Gadano, los capitalistas argentinos tengan en efectivo 200.000 millones de dólares, el 10% del total de dólares en circulación y el 20% de los dólares que circulan fuera de EEUU (El Cronista Comercial, 26-9-21). Se da la absurda situación de que “los argentinos” tienen más dólares en efectivo per cápita (4.400) que los propios estadounidenses (3.100) (ídem). Gadano aclaraba que se basaba en datos oficiales del gobierno de EEUU. Sólo la archi mafiosa oligarquía rusa supera a la burguesía argentina en este terreno.

Por supuesto, el absurdo desaparece cuando recordamos que esos 200.000 millones no los tienen “los argentinos” sino apenas unas 6.000 familias que atesoran más de 5 millones de dólares cada una (ver más abajo el informe del Boston Consulting Group).

Sencillamente, no hay país del mundo de tamaño comparable a la Argentina que replique esta situación, y aquí radica la única “excepcionalidad” argentina (en todo lo demás, el país no ha hecho más que seguir como la sombra al cuerpo los mismos desarrollos del resto de la región).

Si ahora Cristina Fernández descubre que la Argentina es un país “bimonetario” es porque nunca percibió que su clase empresaria repudia su propia moneda, desfinancia su propio Estado y descree del destino de su propio país… aunque probablemente su verdadera patria sea Miami (ni siquiera EEUU). Los mecanismos para burlar al erario público y llevarse los billetes verdes a Delaware, Liechstenstein, las Bermudas, Panamá, Uruguay o el colchón son múltiples, muchos de ellos desarrollados en la década menemista, perfeccionados bajo el macrismo y mantenidos intactos por los “gobiernos nacionales y populares”.

  1. Precarización laboral

En el plano de la estructura social y laboral, la precarización es decididamente un elemento nacido esencialmente en los 90, con la oleada de privatizaciones y el desempleo estructural de masas, que jamás fue modificado ni siquiera en los años más “dorados” de la gestión K. Los sectores que quedaron desocupados en los 90 (entre el 15 y el 20% de la PEA) en general no volvieron al empleo formal sino a las changas, el trabajo en negro y (luego de 2001) los planes sociales. Éstos últimos, si bien pusieron un freno a la catástrofe social y alimentaria más inmediata –también le pusieron cierto piso al deterioro salarial–, implicaron la consolidación de una estructura social y laboral donde entre un tercio y un 40% de la población está fuera del circuito de empleo formal (en los sectores más pobres esa proporción es mayor, claro está).

El fenómeno novedoso de la “pobreza con empleo” admite aquí su principal explicación: los sectores asalariados más afectados por el deterioro de ingresos que no llega a cubrir la canasta básica total son a la vez los que no tienen estabilidad, obra social ni aporte jubilatorio. (o tienen la relación laboral de dependencia disfrazada de “monotributo” o “emprendimiento”).

Esta situación busca ser aprovechada por la derecha y la ultraderecha neoliberal para pasar una reforma laboral que nivele para abajo, ya que a cambio de transformar a muchos asalariados precarizados o titulares de planes sociales en trabajadores formales, lo que hará es privarlos de capacidad de negociación de salarios y condiciones de trabajo vía la atomización o desaparición de su representación sindical y las negociaciones colectivas.

Por su parte, los K no fueron capaces de modificar este aspecto ahora estructural de la economía argentina ni siquiera en su mejor momento. Mucho menos ahora, cuando además la gestión de los planes sociales pasó a ser una parte esencial de la administración política de las tensiones sociales… y de los cálculos electorales.

Muchas personas que reciben ingresos como “autónomos” por cuanto su situación laboral es la de facturar a una empresa en realidad no son otra cosa que asalariados precarizados a extremos tales que se les niega su misma condición de tales. Haciendo una estimación muy conservadora de entre uno y dos millones de “autónomos” en esas condiciones –incluyendo, por ejemplo, muchos de los trabajadores de reparto y aplicaciones, que dependen en los hechos de empresas que sólo quieren considerarlos “colaboradores” o, más cínicamente, “asociados”–, el resultado es que casi la mitad de la fuerza de trabajo en Argentina está en la informalidad, proporción que nos pone en la misma línea de países latinoamericanos con nivel de vida históricamente mucho más bajo.

Como dijimos, el empleo en negro afecta desmedidamente más a los sectores de más bajos ingresos:

Proporción de población asalariada en blanco vs en negro, por decil (1= más pobre)

1             10           90

2             21           79

3             41           59

4             50           50

5             61           39

6             83           17

7             85           15

8             92           8

9             93           7

10           94           6

Fuente: Encuesta Permanente de Hogares (EPH) del INDEC, 2º trimestre de 2022.

Los sueldos en dólares se derrumbaron:

2012 (dólar oficial): 1.421

2012 (dólar financiero): 1.021

2014 (en adelante, siempre dólar financiero): 990

2016: 1.250

2018: 1.040

2020: 485

2022: 573

Fuente: “Sueldos en dólares: Cuánto cayeron en Argentina durante la última década”, comercioyjusticia.info, 1-12-2022

Indudablemente, el desplome del salario medido en dólares obedece en primer lugar a las estrecheces cambiarias de las que Argentina está volviendo a tener hoy un nuevo ciclo de los tantos que ha padecido en su historia económica. Pero sería un error ubicar la crisis argentina actual como un simple episodio más de sus crónicas crisis de origen externo. Estamos ante el fin de un ciclo largo de 20 años en el que, una vez más, el capitalismo argentino y sus gestores han demostrado ser incapaces de superar sus carencias estructurales históricas y sólo han logrado agravarlas y acumular otras nuevas. Al estudio de esos problemas de arrastre nos abocaremos ahora.

2- Las taras históricas del capitalismo argentino

  1. Consolidación de la “restricción externa”

Ya hemos visto la herencia más reciente que nos ha dejado el modelo neoliberal de los 90, que hoy busca volver con las mismas ideas y la misma gente. Pero es necesario también repasar el marco económico en el que se movió la economía argentina durante buena parte del siglo pasado, porque hace a muchas de las mayores trabas estructurales que sufre hasta hoy. Quizá la principal y más conocida sea la llamada “restricción externa”.

Recordemos que por lo menos desde los años 50 se dio ese nombre a la situación de endeudamiento crónico por falta de dólares, con el consiguiente raquitismo fiscal de un Estado condenado al déficit permanente, condiciones que atravesaron prácticamente todos los gobiernos desde entonces, salvo excepciones (una de ellas fue el breve período del gobierno de Néstor Kirchner, beneficiado por una confluencia de condiciones favorables internas y externas tan particular que no se repitió jamás).

El viejo modelo de intento de desarrollo por sustitución de importaciones rengueaba siempre de la misma pierna. Las gestiones nacionalistas burguesas intentaban –con mayor o menor ímpetu y convicción– salir de la rueda de exportar bienes primarios e importar bienes de capital (cuyos “términos de intercambio” se modificaban casi siempre en contra de los exportadores de commodities). Pero los tímidos intentos de “industrialización” no pasaban de ciertos nichos –en general, además, aprovechados por multinacionales– y agravaban el problema: como los insumos de las “nacientes industrias” eran importados, cualquier “desarrollo” industrial implicaba un aumento del déficit del comercio exterior. Esto generaba la necesidad de endeudamiento para cubrir esos déficits, y el endeudamiento a su vez disparaba crisis económicas (muchas veces de origen cambiario, por el deterioro de la moneda local), recesiones y crisis políticas. La salida a todo esto era una devaluación que “recuperaba competitividad” para las exportaciones, recomponía la balanza comercial y reiniciaba el ciclo (que por eso se denominaba “stop and go”, ya que todo el tiempo era frenar y arrancar).

Los intentos de salir de ese laberinto vía la integración regional con el Mercosur quedaron en la nada y sólo beneficiaron a las grandes terminales automotrices de Brasil y Argentina (en su totalidad, multinacionales extranjeras), pero no revirtieron la tendencia primarizadora en ninguno de los dos países.

A este ciclo de restricción externa que venía del siglo pasado se le agrega, de manera decisiva, el peso de la deuda externa en divisas, la gran hipoteca de todos los países de la región desde la década del 80. En el caso argentino, contra el relato K de que había “resuelto” el problema de la deuda, lo único que hizo fue postergarlo hasta que le terminó explotando a Macri, que lo abordó con la modalidad tan habitual en la historia económica argentina de pagar deuda… con deuda más cara.

El otro importante agregado a este esquema es que la primarización de las exportaciones deja la llave del ingreso de divisas –vía la liquidación de los dólares en el mercado oficial– a la patronal agraria, que toma de rehén a toda la sociedad y al propio Estado capitalista con la amenaza de no liquidar las divisas. Dólares por el comercio exterior entran, pero a las arcas del Banco Central sólo llegan en cuentagotas, porque el ritmo de liquidación de divisas lo deciden los exportadores según sus propias necesidades y especulaciones. El marco legal que regula los plazos de liquidación de esas divisas fue escandalosamente liberado por Macri, sin que haya habido de parte del actual gobierno ninguna medida en contrario. De esta manera, los sojeros se reservan el derecho de guardarse los dólares (en cash o en silobolsas) y generar una nueva crisis cambiaria, que siempre está a la vuelta de la esquina.

Estos elementos dejan más en primer plano dos factores cuyo origen e incidencia son muy anteriores a los 90, pero que continúan y se agravan.

  1. Una estructura económico-social desbalanceada (y cada vez más desigual)

La sociedad argentina vive una contradicción que sigue sin solución desde 1945 hasta hoy: por un lado, el agro genera divisas y es competitivo globalmente, pero no es motor de desarrollo ni del PBI, ni genera empleo; por el otro, la estructura social y laboral abrumadoramente urbana depende completamente de la industria, el comercio y los servicios, que aportan el grueso del empleo y del PBI, pero que no son competitivos en términos internacionales y generan déficit comercial. Las retenciones son una manifestación reciente de esa necesidad de “subsidios cruzados” de un sector a otro.

Por eso cuando la patronal agraria brama contra las retenciones, el kirchnerismo le reprocha –con bastante razón– que eliminarlas comprometería la estabilidad económica y social general. Sucede que esto a los sojeros no les importa mucho, porque en el fondo prefieren que estalle todo así se generan las condiciones de catástrofe necesarias para que la población acepte las contrarreformas neoliberales. A lo que otros sectores capitalistas (y no sólo los K) replican que eso es jugar con fuego, etc.

Las retenciones, recordemos, fueron un recurso de emergencia al que echó mano el entonces presidente Duhalde a la salida del estallido del insostenible esquema de “convertibilidad”-megaendeudamiento que caracterizó a la década menemista. Las condiciones políticas y sociales post 2001eran de tal gravedad que incluso la insaciable patronal agraria debió aceptar sin mucho pataleo que una parte de su renta extraordinaria fuera redistribuida por la vía de los impuestos.

Ahora bien, en los años siguientes hubo una atenuación de las urgencias de la pobreza y desocupación en virtud del aumento del empleo y el crecimiento, apoyados también en un inédito ciclo internacional de recuperación de los términos de intercambio, que benefició no sólo a Argentina sino a toda la región y en general a los países exportadores de commodities.[1] Pero también quedaron instaladas determinadas relaciones de fuerza entre las clases que convirtieron a las retenciones de medida excepcional y provisoria en componente estable del esquema fiscal.

Naturalmente, en cada oportunidad que pudo, muy notablemente en la crisis de 2008, el complejo del agrobusiness y sus abogados políticos de la derecha intentaron eliminar o reducir ese tributo económico a las relaciones de fuerza políticas. Hasta ahora no han tenido éxito, pero la crisis del gobierno actual y las elecciones 2023 les abren una ventana de esperanza de volver a quedarse con esa renta que nunca quisieron compartir.

No hace falta decir que es un pésimo momento para que los millonarios decidan que es momento de apropiarse de una parte mayor de la renta nacional en detrimento de la población en general. Los niveles de pobreza en Argentina se han disparado a niveles no vistos en 20 años, según el informe de la EPH del Indec del segundo trimestre de 2022:

Hogares por debajo de la línea de pobreza (LP): 29,6% (39,2% de las personas)

Hogares por debajo de la línea de indigencia (LI): 6,2% (8,1% de las personas).

Si los datos de la EPH se proyectan a todo el país, la cantidad de pobres rondaría los 17,9 millones de personas. Y la situación es mucho más grave en la niñez, en la que la mayoría absoluta del país está en la pobreza:

Pobreza por franja etaria

0-14 años              54,2%

15-29 años            45,0%

30-64 años            35,0%

65 años y más      14,5%

Fuente: EPH Indec 2º trimestre 2022

El aumento de la pobreza conlleva, inevitablemente, el de la desigualdad:

Ingresos decil 1 (el más pobre): 1,9% del total

Ingresos decil 10 (el más rico): 30,7% del total

Fuente: EPH Indec 2º trimestre 2022

En Argentina hay unas 100 familias con fortunas de 100 millones de dólares o más cada una, que concentran casi el 10 por ciento de la riqueza total del país. Ese centenar de hogares suman activos por 28.450 millones de dólares. Y ocho de cada diez dólares están en el exterior, declarados o no.

Los datos surgen de un informe de The Boston Consulting Group (BCG), una consultora internacional que suele medir la riqueza global y su distribución. El reporte incluye datos del país, basados en datos del Indec. BCG sólo tomó en cuenta la riqueza líquida; es decir, no tuvo en consideración propiedades inmuebles, automóviles, aviones, etc., sino sólo dinero en efectivo, depósitos en cuentas bancarias e inversiones en bonos, acciones y otros activos financieros. El informe, que pasó convenientemente inadvertido por los grandes medios, tiene ya varios años (es de junio de 2017), razón por la cual debe tomarse sólo como un indicador aproximado. Pero a falta de cifras más actuales, y teniendo en cuenta que desde entonces muy difícilmente la situación haya cambiado en lo sustancial (si cabe, lo más probable es que las cifras actuales sean todavía más chocantes), además de que son del todo consistentes con datos parciales más recientes, reproducimos aquí los datos más relevantes.

Cifras en millones de dólares (md)                                        

Familias Activos                   En el país              En el ext.              Total       Prom. hogar         % ext.    % total   % hog.

106                        +100 md                5.808                     22.582                   28.390   267,8                     79,5        8,7          0,001

1.297                     +20 – 100 md        10.889                   37.920                   48.809     37,6                     77,7        15,0        0,011

5.094                     +5 – 20 md             10.606                   34.160                   44.766        8,8                     76,3        13,8        0,044

37.106                   +1 – 5 md               19.192                   57.155                   76.347        2,1                     74,9        23,5        0,317

Total hogares con activos líquidos de más de 1 millón de dólares:

43.603                   +1 m – 3 bd           46.495                   151.817                 198.312      4,5                     76,6        61,0        0,37

 

79.667                   +0,25 – 1 md         10.641                   29.264                   39.905        0,50                  73,3        12,3        0,681

89.510                   +0,1-0,25 md          4.000                   10.167                   14.167        0,16                  71,8        4,4          0,765

Total hogares con activos líquidos de entre 100.000 y 1 millón de dólares:

169.177                +0,1 – 1 md            14.641                   39.431                   54.072        0,32                  72,9        16,6        1,45

 

Total hogares con activos líquidos de menos de 100.000 dólares:

11.500.000           0 – 0,1 md              33.867                   38.752                   72.619        0,006                53,4        22,3        98,29

 

Total general

11.712.780           0 – 3 bd                  95.003                   230.000                 325.003                0,028     70,8        100,0      100,0

 

Fuente: elaboración propia sobre informe de The Boston Consulting Group, sobre datos del INDEC, reproducido en https://www.cronista.com/negocios/Un-centenar-de-familias-concentran-el-10-de-la-riqueza-argentina-20170615-0046.html y en  http://tn.com.ar/economia/hay-en-argentina-106-familias-con-mas-de-100-millones-de-dolares-y-concentran-el-9-de-la-riqueza_800368, Esteban Rafele, 16-6-2017

Recordemos que estos datos remiten exclusivamente a activos líquidos (dólares cash, depósitos a la vista, bonos) y excluye los activos físicos (inmuebles, automotores, etc.). Por lo tanto, no son indicadores de patrimonio (algo que en Argentina es difícil de medir por la opacidad que caracteriza a los ricos vernáculos), sino sólo del nivel de atesoramiento. Desde ya, el verdadero nivel de desigualdad económica entre esas 40.000 familias millonarias –y, si se quiere tomar los sectores de clase media más alta, no hablamos de más de 200.000 familias– y todo el resto es mucho mayor que el que indica esta tabla, precisamente porque el informe no considera activos físicos.

Ahora bien, y si consideramos sólo la “crema superior” de los millonarios, los que exceden los 5 millones de dólares en activos líquidos, esas 6.000 familias (20.000-25.000 personas) son las que se no sólo se quedan con la parte del león del festín, sino que ahora, además, se aprestan a engullirse incluso las migajas que las retenciones les obligaban a ceder a los 6, 8 o 10 millones de familias de menores ingresos.

Tal es la obscenidad de la desigualdad social en el país que tiene “más dólares por habitante que Estados Unidos”. No hace falta decir que, se lo mida como se lo mida, simplemente Argentina jamás había sido tan desigual al menos desde la época del Centenario (1910), no casualmente los “años dorados” que la aristocracia tradicional vernácula vive añorando.

  1. Una clase capitalista que atesora mucho más de lo que invierte

El debate de los años 50 y 60, si es que lo hubo, se saldó por la vía de los hechos: no hubo antes, no hay ahora y todo indica que no habrá nada parecido a una “burguesía nacional”, si se entiende por tal un sector de la clase capitalista con la idea y la voluntad de generar un proyecto de capitalismo argentino “propio”, no en contradicción pero sí en relativa tensión y negociación con las potencias imperialistas que dominan el capitalismo global.

Todo lo contrario: más bien, lo que ha habido es una conducta adaptativa de la clase empresaria argentina al lugar subordinado y dependiente de la Argentina en la división mundial del trabajo, teniendo como máxima aspiración la asociación con el capital extranjero y medrar con los beneficios que pueda obtener del Estado. Las muy contadas experiencias de relativo “salto al desarrollo” de países atrasados muestran en todos los casos una robusta asociación entre Estado y clase capitalista liderada por el primero y con fuertes rasgos proteccionistas. La burguesía argentina ha hecho históricamente todo lo contrario: se ha echado en brazos del gran capital extranjero, contentándose con ser socia menor en el reparto de las ganancias generadas internamente, y ha buscado complementar esos ingresos menguados arrancándole al Estado prebendas, contratos ventajosos y protecciones especiales, sin desmedro de estafarlo de mil modos a la hora de pagar impuestos y esquivar todo lo posible las inversiones que consideran “riesgosas” (esto es, sin ganancias garantizadas por el Estado). Como veremos, la clase capitalista vernácula ni siquiera es capaz no digamos ya de invertir sus utilidades en Argentina sino siquiera de depositarlas en el sistema financiero local.

Por ejemplo, es sabido que parte de la conducta habitual de los capitalistas locales desde siempre, pero en particular desde la dictadura militar iniciada en 1976, han sido los manejos delictivos como subfacturar exportaciones (esto es, declarar menos ingreso de dólares que el real) y su inversa, sobrefacturar importaciones, en ambos casos con el resultado de embolsarse de manera espuria esos dólares no declarados.

Hasta los kirchneristas saben con qué bueyes aran. El ex director de la Federación Agraria Argentina Pedro Peretti cuenta que en las cartas de porte (documento legal de declaración de exportaciones) “el negro es altísimo. Unos ingenieros vinculados al Frente de Todos analizaron las cartas de porte de 2020 y encontraron inconsistencias en el 40% de ellas, que estimaron entre 1.500 y 2.000 millones de dólares. (…) Una parte del expendio de las cartas de porte la tenía la Federación Agraria Argentina y otra la Federación de Acopiadores. Los mismos tipos que las usaban eran quienes las vendían. Se vendían cartas truchas por miles” (Ámbito Financiero, 28-2-22).

A eso debe agregarse la evasión fiscal y el contrabando. Ni hablar del caso Vicentin, pero que nadie crea que es un problema de los capitalistas argentinos: las multinacionales radicadas aquí hacen lo mismo pero en escala todavía mayor. Parte esencial de la “formación de activos externos” (fuga de divisas) es el hecho de que el 64% del comercio exterior lo representan las transacciones comerciales entre filiales de multinacionales (según un estudio de Global Financial Integrity citado por Peretti), lo que abre la puerta a un negociado clásico desde los tiempos de la dictadura militar y Domingo Cavallo al frente del Banco Central. Recordemos que el seguro cambiario implementado en 1982 por Cavallo –que hoy tiene el descaro de dar consejos económicos a varios de sus ex colabordores y subordinados de los 80 y 90– aumentó la deuda externa en 20.000 millones de dólares de entonces, y representa el verdadero pecado original de la deuda externa argentina de la historia reciente.

Como dice el propio Peretti con toda naturalidad, ni siquiera el contrabando liso y llano es ajeno a las maniobras de las grandes exportadoras: “El puerto de [la multinacional] Dreyfus estaba cerrado [por la pandemia] y seguía recibiendo soja en barcazas. Los puertos privados son enclaves coloniales en territorio argentino donde no hay otra ley que la de los dueños” (ídem).

Así, la burguesía argentina –o más bien lo que quedó de ella después de la apertura salvaje del menemismo en los 90, que arrasó con cerca de la mitad de los capitalistas argentinos–, como dijimos, tiene como principal respuesta adaptativa ante las taras de su propio capitalismo el impulso a atesorar, más que a acumular en el sentido “capitalista normal”.

El resultado es que tiene un PBI fuera del país: según el informe del Indec del 4º trimestre de 2021, hay 360.000 millones de dólares en activos en divisas fuera del sistema bancario nacional, de los cuales dos tercios están en efectivo, depósitos a la vista o bonos. Es decir, es una de las burguesías más líquidas del planeta, con el agregado de que la abrumadora mayoría de esos activos están radicados en paraísos fiscales de todo el globo.

Además, en momentos de crisis y/o incertidumbre la clase capitalista argentina se caracteriza por fugar divisas en proporciones insólitas (cerca del 10% del PBI), como lo hizo en 1982, en 1989, en 2001, en 2011 y en 2015. Sólo durante el período 2002-2015 se estima una fuga de entre 102.000 y 142.000 millones de dólares (Leandro Bona, La fuga de capitales en la Argentina, Flacso 2018). Y también, de manera espectacular, bajo el macrismo, período en que las divisas atesoradas por “argentinos” crecieron en 100.000 millones de dólares.

Lógicamente, con ese nivel de huida del dinero atesorado que normalmente no se transforma en capital –desoyendo todas las tentaciones que les ofrece el Estado argentino bajo la forma de periódicos blanqueos y moratorias impositivas–, la tasa de inversión propiamente dicha es raquítica, del orden del 17-18% del PBI desde hace más de una década. Y con una tasa de inversión tan baja que casi nunca alcanza para más que reponer y apenas actualizar el capital fijo, pero no para relanzar un proceso de acumulación de capital y crecimiento sostenido, lo que tenemos es un PBI per cápita estancado desde 2011.

Veamos datos oficiales: “El Indec estimó que el dinero o inversiones de los argentinos residentes, en el exterior o en otra divisa que no sea el peso [es decir, fuera del sistema bancario nacional] ascendía a los 415.008 millones de dólares al 30 de septiembre de 2022. (…) De ese total, unos 246.870 millones de dólares correspondieron a moneda y depósitos (59,5 por ciento), seguidos por la participación de capital por inversión directa por 44.184 millones de dólares; la participación de capital por inversión de cartera (39.946 millones) y por activos de reserva (37.625 millones). (…) La Argentina registró una posición de inversión internacional neta acreedora de US$ 113.049 millones al 30 de septiembre de 2022” (Página 12, 21-12-2022).

La “inversión internacional acreedora neta” del país significa, sencillamente, que el país tiene más activos que pasivos en dólares. Y esto se debe a que el monto atesorado en divisas por la clase capitalista argentina (activos) supera el total de la deuda pública en divisas (pasivos). “Argentina no tiene dólares”, dicen. Claro, el país no los tiene porque se los embolsa la clase capitalista en sus cuentas en paraísos fiscales de EEUU (Delaware), el Caribe (Bermudas, Caimán, Islas Vírgenes, Panamá) y Europa (Luxemburgo, Andorra, Suiza, Mónaco, Liechstenstein, Islas del Canal). Y recordemos que también aquí, al igual que en el citado informe del Boston Consulting Group, aquí se computan sólo activos líquidos (cash y cuentas bancarias), no los físicos (propiedades inmuebles, yates, rodados, joyas, obras de arte), que por sí solos representan otra fortuna.

Ahora bien, si bien estos rasgos no se replican en otras burguesías latinoamericanas, ni las más grandes (Brasil, México) ni las más pequeñas que la de Argentina, es un error pensar que la explicación pasa por alguna excepcionalidad “psicológica” de la clase capitalista argentina como tal, sino más bien por las taras de su propio capitalismo. La combinación de restricción externa + extranjerización + bimonetarismo + el desbalance de una estructura social que depende del empleo urbano y una estructura económica atada a la productividad del agro y la minería generan como conducta adaptativa “racional” un patrón de atesoramiento y fuga de divisas en vez de acumulación de capital clásica.

 


[1] Hemos abordado esta cuestión desde el plano nacional y regional en sendos trabajos, “Bases y límites del «modelo K»” (revista Socialismo o Barbarie 20, diciembre de 2006, pp.149-166) y “El fin de la «década dorada»” (revista Socialismo o Barbarie 29, abril 2015, pp. 109-140), ambos disponibles también en izquierdaweb.org.

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