La rebelión de Grupo Wagner deja al desnudo las debilidades de Putin

La inusitada facilidad con la que los blindados de los mercenarios marcharon hacia Moscú dejó expuesta las debilidades del gobierno de Putin. El episodio puede desatar momentos decisivos para la guerra en Ucrania.

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La rebelión del grupo de mercenarios de Wagner en Rusia fue un inmenso golpe interno al poder de Putin, así como la apertura de nuevos interrogantes sobre el futuro de la guerra en Ucrania.

La asonada, nacida como un reclamo contra el Ministerio de Defensa y devenida en intento de golpe al Kremlin, dejó al desnudo la debilidad de Putin. A pesar de gobernar el país con mano de hierro, su poder político dejó su apariencia de todopoderoso y monolítico atrás.

Esto ya había salido a la luz apenas lanzada la invasión a gran escala sobre Ucrania, cuando una serie de masivas movilizaciones en diferentes puntos del país repudiaron la decisión de Putin de ir a la guerra.

Las movilizaciones fueron duramente reprimidas y rápidamente sofocadas. Pero habían dejado en evidencia que la dureza del régimen de Moscú responde no tanto a su fortaleza como a sus debilidades.

La rebelión del grupo mercenario no expresa ningún cuestionamiento a Putin en un sentido progresivo, sino más bien la presión por una política aun más guerrerista y ofensiva. Pero eso no quita que la desconcertante facilidad con la que las tropas lideradas por Yevgueni Prigozhin avanzaron hacia Moscú expresa esa misma debilidad que en su momento dejaron en evidencia las movilizaciones.

Un poder paralelo

Sobre todo a partir de los hechos de 2014 en Ucrania, la Compañía de Wagner ha ido ganando cada vez más influencia y poder como brazo armado paramilitar de Putin en el exterior. Wagner ha sido la principal herramienta que se dio el Kremlin para intervenir militarmente de manera velada en el extranjero, en particular en África y Medio Oriente. Lo que también demuestra, por otro lado, que el proyecto de país que Putin busca construir es fundamentalmente imperialista, aunque eso no sea todavía del todo una realidad.

En países como Sudán, Libia, Mali o República Centroafricana, la empresa de Prigozhin es la forma que encontró el Kremlin de sostener militarmente regímenes políticos aliados. Pero también como forma de cuidar importantes intereses económicos que el gigante euroasiático tiene en ese continente, relacionados con yacimientos de oro y otros minerales.

Grupo Wagner Rusia
EFE/EPA/STRINGER

Según el propio Ministerio de Defensa ruso, la Compañía de Wagner aporta unos 50.000 soldados sólo en el conflicto con Ucrania, por lo que las cifras del despliegue total de personas que organiza la empresa alrededor del mundo es mucho mayor.

Se trata de una estructura empresario-militar que ha ganado un poder inusitado en la última década a la sombra del Kremlin, incluso devengando intereses económicos y políticos propios satelitales a los contratos firmados con el gobierno ruso. Era cuestión de tiempo para que a Putin la cosa se le vaya de las manos. Wagner respondía al Kremlin, pero el Kremlin se fue haciendo cada vez más dependiente de un poder que le fue creciendo en paralelo.

De hecho, hacía meses que Prigozhin venía enfrentado con el Ministro de Defensa, Serguéi Shoigu. El líder de los mercenarios denunciaba la escasez de recursos y de munición para enfrentar a las tropas ucranianas. Finalmente, lo que comenzó como un reclamo evolucionó a un intento de golpe de Estado, con la toma de los edificios públicos de Rostov del Don y la marcha de los vehículos blindados hacia Moscú, que llegaron a estar a sólo 300 km. de la ciudad.

Crisis y golpe

Las tropas de Prigozhin avanzaron con inaudita facilidad hacia la capital, con apenas algunas tibias acciones de resistencia por parte de las Fuerzas Armadas. La celeridad con la que el grupo mercenario podría haber ingresado a Moscú es un golpe fuertísimo a la imagen de dureza y unidad nacional que busca transmitir Putin al mundo.

Las autoridades debieron decretar estado de alerta en Moscú, y el alcalde de la ciudad ordenó a los ciudadanos que se quedaran en sus casas, ante el temor de que se desaten combates en la capital. No fue necesario: finalmente, el sábado por la tarde Prigozhin anunciaba que se había llegado a un acuerdo, a expensas de Lukashenko, el presidente de Bielorrusia.

A pesar de la exposición en la que quedó el Kremlin, es probable que Prigozhin haya calculado que, incluso logrando entrar a Moscú, su asonada habría fracasado, al no contar con el apoyo ni de los militares ni de las élites económicas, que defienden a Putin por razones casi obvias: es la manera de defender sus propios privilegios.

En otras circunstancias, las potencias de occidente no hubieran dudado ni un segundo en apoyar un golpe de Estado contra Putin. No hace falta ni mencionar su larga trayectoria en esta materia. Se limitaron a «esperar y ver» de manera expectante.

Sin embargo, para EE.UU. y la OTAN no había ninguna posibilidad de apoyar a una figura como Prigozhin. En primer lugar, porque fue y probablemente en alguna medida siga siendo el brazo armado de los intereses de Rusia en el extranjero, pero también ha ganado una relativa autonomía del Kremlin en los lugares donde tiene influencia, sosteniendo en muchos casos regímenes contrarios a los que promueve occidente en países de África u Oriente Medio, acciones que incluyen graves violaciones a los DD.HH. en esos países, como el asesinato de civiles.

Y lo mismo vale para los intereses económicos, con importantes empresas mineras y de otros tipos que no son más que una pantalla de Wagner. En una reunión de emergencia del G7, las potencias occidentales se limitaron a declarar que estaban «atentas» al «conflicto interno» que atraviesa Rusia.

Esta imposibilidad de la OTAN de apoyar a Wagner no tiene nada que ver con algún supuesto valor moral relacionado con la defensa de los DD.HH.  y la «democracia» que les impediría apoyar a un grupo armado de mercenarios. Todo lo contrario: ellos mismos han promovido golpes de Estado en prácticamente todos los rincones del planeta. Pero no había forma de «disfrazar» la asonada de los mercenarios de ninguna otra cosa, que sea más «tragable» políticamente para los gobiernos de la OTAN.

¿Y ahora?

Moscú logró detener la avanzada golpista llegando a un acuerdo con los mercenarios, a expensas del presidente bielorruso, Aleksander Lukashenko.

La debilidad del gobierno ruso parece haber quedado expuesta también en dicho acuerdo -o al menos lo que se sabe de él- al que llegaron con los mercenarios. El acuerdo es bastante indulgente con los «rebeldes», teniendo en cuenta la gravedad de sus intenciones y los antecedentes de dureza con los que el Kremlin responde a casi cualquier cosa que se le oponga.

El acuerdo le daría inmunidad a Prigozhin, a quien se le «garantizaría su seguridad» refugiándose en Bielorrusia. Además, a los soldados de Wagner levantados se les permitirá incorporarse al ejército de manera regular.

Por supuesto, esto es lo que eligieron hacer trascender del acuerdo de manera pública, pero es poco creíble que el gobierno ruso sea tan benevolente con el levantamiento más grave en el país en las últimas tres décadas. De todas formas, es cierto que Putin puede haberse sentido contra las cuerdas, y que no puede ir a fondo contra Wagner porque, después de todo, les garantiza parte importante de sus negocios e intereses en el extranjero. Aun así es poco probable que los líderes del grupo mercenario no sufran mas consecuencias, con la opacidad característica de todo lo que rodea a las altas esferas de la política rusa.

Finalmente, el episodio ha levantado el entusiasmo del gobierno ucraniano, que ven una ventana de oportunidad para asestar un golpe mortal a una Rusia sumida en el caos. Ucrania se preparaba para lanzar una contraofensiva, de la cual habrá que ver sus alcances, y como el incidente de Wagner afecta la capacidad de respuesta y la moral del ejército ruso. Pueden ser horas decisivas para la guerra.

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