Se trata de las protestas más importantes que sufre el gobierno israelí desde la invasión a Gaza, hace casi seis meses atrás. Decenas de miles de israelíes exigen la renuncia de Netanyahu, a quien acusan de no ser capaz de llevar adelante una negociación que permita el regreso de los rehenes en Gaza.

Algunos de los convocantes a las movilizaciones son familiares de los rehenes, que el gobierno usa como excusa para el genocidio. Denuncian que el gobierno sionista no tiene ningún interés en recuperar a los israelíes capturados.

Otros participantes de la marcha expresaron que Netanyahu actúa «guiado sólo por su supervivencia política». El gobierno israelí venía de ser fuertemente cuestionado antes del 7 de octubre.

Las protestas coinciden con el peor momento de Israel en cuanto a apoyo interno y externo a la feroz invasión y genocidio que está llevando en Gaza.

En la política interna, las cada vez más evidentes pretensiones genocidas del Estado en la Franja y la nula voluntad de negociación para intentar rescatar a sus rehenes han dividido a la sociedad israelí.

En el ámbito internacional la situación no es mucho mejor para el gobierno de Netanyahu. La cantidad de países que se suman al cuestionamiento al accionar de Israel (aunque sea un cuestionamiento hipócrita sólo en lo discursivo) ha ido en aumento. Pero quienes mas sienten esta presión son los dos aliados más férreos de Israel en occidente: Estados Unidos y el Reino Unido.

El gobierno de Biden ha tenido que ensayar un giro táctico en su política hacia el conflicto, que hasta hace poco era un apoyo cerrado a Israel. Tras el evidente genocidio y asesinato de miles de civiles palestinos, en su mayoría mujeres y niños, lo que incrementó la presión internacional luego de cientos de movilizaciones en solidaridad con Palestina alrededor del mundo, la Casa Blanca comenzó a emitir declaraciones de tono «crítico» a las formas del accionar criminal de Israel, aunque continúa dándole su apoyo al fondo.

El summum de estas tensiones se vivió la semana pasada, cuando la abstención de Estados Unidos en el Consejo de Seguridad de la ONU permitió la aprobación de la primera resolución que emite ese organismo que exige un alto el fuego inmediato durante el mes del Ramadán.

Quien hasta ahora se mantenía aun más firme en su apoyo a Israel era Rishi Sunak, el primer ministro conservador británico. Reino Unido sigue siendo uno de los principales proveedores de armas de Israel.

Sin embargo, la presión también aumenta sobre su gobierno, en un país que registró inéditas e históricas movilizaciones en solidaridad con el pueblo palestino. Las críticas a Sunak se reavivaron en particular en las últimas horas cuando se supo que un ataque de Israel mató a 7 trabajadores humanitarios de la ONG World Central Kitchen (WCK), que repartía alimentos en Gaza. Dos de los voluntarios asesinados eran británicos. La WCK anunció que suspendía sus actividades en la Franja. Se trata de una de las últimas ONG de ayuda humanitaria que quedaban activas en Gaza, ante los ataques indiscriminados y las masacres cotidianas a las que Israel somete a toda la población local.

Con el cinismo que lo caracteriza, Netanyahu pidió «disculpas» por el asesinato de los siete voluntarios, pero aclaró que «son cosas que pasan en una guerra». Además, en un mensaje televisivo a todo el país, ratificó su intención de una incursión terrestre a Rafah, donde actualmente se refugian más de 1,5 millones de personas. Todos los analistas -incluso los aliados de Israel- coinciden en que avanzar sobre Rafah llevaría a una catástrofe humanitaria en Gaza aun peor que la actual.

En ese mismo mensaje a la población, Netanyahu minimizó las movilizaciones en su contra y desestimó el llamado a elecciones, a las que calificó como «algo que beneficiaría a Hamas».