Una lucha de clases más radicalizada, un desafío redoblado para la izquierda revolucionaria

Del 17 al 20 febrero se llevó a cabo la XIX Conferencia Internacional de Socialismo o Barbarie (SoB), la cual contó con delegaciones de Francia, Argentina, Brasil y Costa Rica.

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Fueron cuatro días de discusión sobre la nueva y compleja situación internacional, así como para balancear los avances constructivos y desafíos políticos planteados para nuestra corriente en los respectivos países donde interviene.

Por otra parte, esta reunión estuvo precedida por el IV Campamento Anticapitalista del ¡Ya Basta!, en el cual participaron más de trescientos militantes e invitados. Esta actividad surgió como una iniciativa local de la juventud del Nuevo MAS argentino en 2020, pero que, con el pasar de los años, se transformó en un evento internacionalista de la militancia juvenil de SoB (el único en su tipo entre las corrientes trotskistas latinoamericanas). Aunado a eso, este año contó con invitados especiales que enriquecieron la discusión internacional. Por ejemplo, estuvo presente una delegación del Nuevo Partido Anticapitalista (NPA) de Francia (del cual hacen parte nuestros compañeros y compañeras de SoB en ese país), así como del Service Employees International Union (SEIU) de los Estados Unidos, un importante sindicato con el cual sostenemos relaciones fraternales en el marco de la organización del Congreso Internacional de Trabajadores por Plataforma.

En suma, febrero fue un mes cargado de actividades internacionalistas para nuestra corriente. El presente informe/declaración es una síntesis de las principales discusiones desarrolladas en la conferencia internacional y en las mesas del campamento anticapitalista.

1- Se abrió una nueva etapa de la lucha de clases

Un primer elemento por anotar, es la confirmación de que ingresamos a una nueva etapa de la lucha de clases internacional, signada por la reapertura de los rasgos epocales de crisis, guerras y de revoluciones. Esta fue la formulación que hizo Lenin en medio del derrumbe político, económico y social que significó la primera guerra mundial (1914-1918), dentro del cual supo identificar los rasgos extremos del mundo que surgía producto de esa crisis global (de ese “derrumbe” del mundo tal cual era hasta entonces); una previsión que, al cabo de pocos años, tuvo su confirmación con el triunfo de la Revolución Rusa en 1917 y la ola de revoluciones que sucedieron a dicho evento histórico.

Pero, tras el desplome de la URSS y los demás Estados burocráticos del Este europeo (1989-1991), pareció que esa época de crisis y revoluciones quedaba clausurada. Inclusive, muchos ideólogos burgueses declararon el “fin de la historia” (Fukuyama dixit), es decir, que la humanidad había alcanzado un “punto final” en su desarrollo sociocultural con el triunfo definitivo del liberalismo económico, del cual la democracia burguesa era su forma política por excelencia (Francoise Furet, en El pasado de una ilusiónensayo sobre la idea comunista en el siglo, XX fue uno de los tantos difusores de este fin de la historia desde el punto de vista liberal).

En otras palabras, se dada por terminada la lucha de clases y, con ello, toda perspectiva que apuntara a superar el capitalismo era calificada como utópica. En adelante, se impuso el consenso en torno a la globalización neoliberal, así como la aceptación de la supremacía de los Estados Unidos como superpotencia imperialista.

Esas fueron las marcas principales del período abierto con la caída del Muro de Berlín en 1989, el cual se extendería hasta las primeras décadas del siglo XXI. Fue un momento de ofensiva ideológica y económica del capitalismo, durante el cual hubo una tendencia hacia la atenuación formal de las contradicciones políticas internacionales.

Sin embargo, la euforia en el “libre mercado” y la democracia liberal no tardó en demostrarse como una quimera impresionista. Librado del miedo inmediato a la revolución, el capitalismo se despachó de las regulaciones que contenían parcialmente su voracidad, tornándose así mucho más brutal y voraz  para las grandes masas de explotados y oprimidos, a la vez que profundizó a niveles insospechados la destrucción de la naturaleza (una lógica verdaderamente distópica).

Estos son algunos de los cimientos materiales que dieron paso a la nueva etapa de la lucha de clases internacional. Esta caracterización la desarrollamos en la XVIII Conferencia de SoB –realizada en febrero de 2023-, aunque consideramos que ganó más objetividad en el transcurso del último año. Como explicamos en ese momento (ver “Guía de estudio sobre la situación mundial: ha comenzado una nueva etapa”), se produjo una modificación dramática de los factores objetivos de la realidad mundial, particularmente por la dinámica de acentuación de todas las contradicciones latentes en el capitalismo del siglo XXI.

Por donde se le mire, actualmente el capitalismo presenta numerosas “líneas de falla”. Sea en lo económico, político, ecológico, militar, migratorio o en las relaciones entre Estados, el llamado “orden mundial” sólo acumula crisis y polarización y ninguna perspectiva de solución (al menos desde los intereses de los sectores explotados y oprimidos). Eso, indefectiblemente, genera una situación de constante inestabilidad, la cual se potencia por la interacción entre las diversas crisis, pues cada una se retroalimenta con la otra (de ahí que muchos analistas hablen de una crisis multidimensional o “policrisis” del capitalismo).

Esta apreciación no es exclusiva de nuestra corriente. En un sentido similar se expresó el Secretario General de la ONU, António Guterres, durante la pasada Conferencia de Seguridad de Munich, en la cual señaló que el “orden global actual simplemente no funciona para todos (…) De hecho, iría más lejos y diría: no está funcionando para nadie (…) Hoy vemos países haciendo lo que quieren, sin rendir cuentas (…) Las crisis se están multiplicando, vinculadas a la competencia y la impunidad”. ¡Hasta la burocracia de las Naciones Unidas está preocupada con el curso de la situación internacional, pues están perdiendo sus atributos como agentes mediadores en un mundo cada vez más caótico e inestable!

Lo anterior, no debe interpretarse en clave determinista o catastrofista; el capitalismo no se va derrumbar de forma inercial, pues para eso es imprescindible la irrupción revolucionaria de las masas explotadas y oprimidas. Pero es un elemento estructural de suma importancia, pues abre espacios para cuestionarlo desde una perspectiva anticapitalista (aunque también crecen los “cuestionamientos” al establishment por la ultraderecha, como desarrollaremos más adelante).

La idea central que nos interesa transmitir es la siguiente: la tendencia actual es hacia la ruptura de los puntos de equilibrio que regularon el orden mundial en las últimas décadas. Es un momento que, retomando los análisis de Gramsci sobre las situaciones de crisis, se caracteriza porque “lo viejo muere y lo nuevo no puede nacer”, lo cual configura un interregno donde se “verifican los fenómenos morbosos más variados”.

Por consiguiente, son cada vez más recurrentes los métodos sangrientos para la resolución de los conflictos, sean a nivel interno o a escala geopolítica. Parafraseando a Mandel, cada vez se pasa con más facilidad de la “brutalidad de las palabras” a la “brutalidad de los hechos”. La barbarie y la reacción son fenómenos cada vez más visibles, como demuestra la impunidad con que los sionistas cometen el genocidio contra el pueblo palestino en la Franja de Gaza, o el ataque global que impulsa Milei para instaurar un régimen bonapartista en la Argentina (sin éxito hasta este momento).

No obstante, es necesario ampliar la mirada y, tal como hiciera Lenin en medio de la Primera Guerra Mundial, aprender a identificar en un escenario adverso los puntos de apoyo para la acción revolucionaria. Aunque por ahora predominan los ataques brutales y reaccionarios, no se debe perder de vista que, situaciones de ruptura y crisis como la actual, también son el momento donde tienen lugar los cambios de calidad, es decir, donde puede surgir lo nuevo (las nuevas revoluciones sociales del siglo XXI).

Ciertamente, el signo político de lo venidero -sea progresivo o regresivo- se definirá en la lucha de clases. Pero la brutalidad y la barbarie no quedaran permanente sin respuesta. Las sociedades son “cuerpos vivos”, compuestas mayoritariamente por personas explotadas y oprimidas que, en determinado punto del camino, harán resistencia contra los ataques y exigirán mejores condiciones de vida (algo que ya está aconteciendo, como veremos más adelante). De hecho, el genocidio que libra el ejército sionista contra la población gazatí es un ejemplo de eso, pues, además de la heroica resistencia del pueblo palestino, también propicia la puesta en pie de un movimiento de masas internacional contra la ocupación colonial y la barbarie sionista.

En definitiva, transitamos hacia otro período de la lucha de clases que, además de ser más duro y sangriento, también plantea problemáticas novedosas para las corrientes de izquierda revolucionaria (tanto políticas como programáticas). La brutalidad de la nueva etapa con sus tendencias hacia los extremos, puede generar el retorno de las revoluciones en el siglo XXI, un escenario para el cual nos corresponde fortalecer nuestra militancia y, llegado el caso, estar a la altura del desafío histórico[1].

2- Radiografía de la nueva etapa

Como apuntamos en el acápite anterior, en la nueva etapa se acumulan una serie de crisis estructurales muy profundas, las cuales interactúan y se potencian entre sí. A continuación, analizaremos algunos de los puntos de ruptura más significativos.

a- Crisis geopolítica y disputa por la hegemonía mundial

Un rasgo distintivo de la nueva etapa es el retorno de la disputa inter-imperialista, muy diferente al consenso que predominó en las décadas anteriores, durante las cuales la hegemonía de los Estados Unidos no estaba en discusión. Pero, entrado el siglo XXI, el imperialismo norteamericano dejó en evidencia su deterioro como gran “Hegemón” planetario.

Por un lado, fracasó la estrategia para el “Nuevo Siglo Americano” impulsada por los “halcones” republicanos durante la administración Bush (2001-2009). La derrota en Irak abrió un cuestionamiento en torno a las capacidades de los estadounidenses para continuar siendo el “policía” del mundo. Esas dudas se incrementaron aún más con la salida apresurada de las tropas estadounidenses de Afganistán en 2021, dejando el camino despejado para que los talibanes retomarán el poder.

Sumado a ese error de cálculo estratégico y militar, la pérdida de hegemonía de los Estados Unidos tiene una base material: pasó de representar el 50% del PBI mundial en la segunda posguerra a un 25% en la actualidad (dato de 2023). Dicho debilitamiento económico se originó en la deslocalización de la producción industrial hacia otros lugares del planeta, los cuales ofrecían mejores condiciones para explotar la mano de obra y los recursos naturales sin las “odiosas” regulaciones de las democracias occidentales. Una paradoja de la historia, pues los estadounidenses fueron quienes impulsaron con más fuerza la globalización económica a partir de los años noventa (no en balde se hablaba del “Consenso de Washington” en aquella época).

Si bien esa movida engrosó las ganancias de las corporaciones imperialistas, a la postre contrajo efectos negativos para la hegemonía estadounidense, pues minó su potencia industrial y fortaleció a otro actor de suma relevancia en la actualidad. Nos referimos a China, cuyo territorio fue visualizado como la nueva “fábrica del mundo” y, desde entonces, se transformó en un polo del capitalismo mundial.

El establishment imperialista de Washington no vio problema alguno con la instalación de las principales corporaciones mundiales en territorio chino; más absurdo aún, confiaban en que el desarrollo de una economía de libre comercio atraería mecánicamente al gigante asiático al mundo liberal occidental, ante el cual se sometería dócilmente aceptando las reglas y relaciones de poder previamente establecidas.

A todas luces, el tiro le salió por la culata a estos “aprendices de brujos” neoliberales, pues la burocracia del PC chino desarrolló una estrategia para transformar al país en una potencia mundial, para lo cual optó por un modelo de capitalismo de Estado profundamente autoritario.

En razón de eso, desde nuestra corriente definimos a China como un imperialismo en construcción (ver “China: un imperialismo en construcción”). Actualmente, es la segunda economía mundial y representa un 20% del PIB mundial (datos de 2022), quedando por detrás de los Estados Unidos (25%) y por delante de la zona euro (16,8%). No obstante, su peso económico va más allá de ese dato: en la última década y media, fue el principal motor de la economía internacional, pues aportó un 35% del crecimiento económico mundial, mientras que el imperialismo estadounidense sólo contribuyó con el 27%.

Así, se produjo un fenómeno inédito en las últimas décadas, a saber, se configuró un mundo descentrado con dos polos del capitalismo, cuya rivalidad hegemónica comenzó a interferir en el funcionamiento normal de la economía mundial. Mientras en el período anterior se imponía el consenso neoliberal y la lógica económica “pura”, en la nueva etapa cada vez tienen más peso los cálculos estratégicos e intereses geopolíticos nacionales, en particular de los Estados Unidos (ver ¿Un “nuevo consenso de Washington” no (tan) neoliberal?).

Junto con eso, la perspectiva es hacia la profundización de la división geopolítica debido a la disputa por zonas de influencia entre ambas superpotencias. Por este motivo, se está pasando de los grandes pactos globales a los acuerdos bilaterales o regionales, algo comprensible dado que no existe un consenso inter-imperialista sobre como regir el mundo, tal como aconteció en el período anterior.

En suma, se abrió una disputa por la hegemonía mundial protagonizada por los Estados Unidos y China, misma que determinará gran parte de los desarrollos políticos en las próximas décadas. Con el agravante de que este enfrentamiento inter-imperialista se desarrolla en un mundo no pautado, es decir, en ausencia de reglas como las que, en su momento, mediatizaron la Guerra Fría entre los Estados Unidos y la URSS (los Pactos de Yalta y Posdam).

Al mismo tiempo, otras potencias imperialistas o regionales se tornan más agresivas en su política exterior. El retroceso hegemónico de los Estados Unidos y su rivalidad estratégica con China, les abre un espacio para hacer valer sus intereses. Como ejemplos tenemos el caso de Rusia que, de la mano de Putin, desarrolla un proyecto para su reconstrucción como un imperialismo territorial, como demostró con su invasión a Ucrania y la anexión de parte de su territorio[2]. También, podemos mencionar el caso de Irán, una potencia regional que tiene varios “proxys” político-militares en Medio Oriente, tales como Hezbolá en Líbano, los Houthi en Yemen y las milicias chiíes en Irak y Siria (India, Turquía, etc., entran en esta categoría de potencias regionales en ascenso).

Así las cosas, uno de los fenómenos más impactantes de la nueva etapa es el retorno de las guerras clásicas, incluso una en el centro de Europa como es la guerra de Ucrania, además del sangriento conflicto en Palestina.

Aunado a esto, el peligro de que Taiwán desate otro conflicto le da una impronta a la nueva etapa, que, a esta altura de los acontecimientos, expresa el comienzo de una nueva carrera armamentísticaEste es otro hecho novedoso, pues implica una tendencia a la militarización de ciertas relaciones internacionales, algo que estaba ausente en la etapa anterior. Igualmente, eso explica el retorno del lenguaje de “guerra”; un lenguaje militarizado que refleja los rasgos de la etapa y que se había hecho inhabitual.

Esto no quiere decir que estemos al borde de una tercera guerra mundial, como parecieran proponer -de manera impresionista– algunas corrientes (o sectores dentro de ellas)[3]. Por el momento, pareciera que la disputa entre las dos superpotencias se va procesar por la vía de las guerras por procuración (el límite que tiene hasta ahora el caso ucraniando, sin que perdamos de vista su doble carácter, donde del lado ucraniano existe una guerra legítima por su autodeterminación más allá de la dirección de Zelensky), la militarización generalizada y las amenazas militares, amén de guerras comerciales, suscribir acuerdos con potencias regionales y luchar por hacerse de zonas de influencia para garantizar el acceso a mercados, fuentes de energía y materias primas.

Pero es innegable que el planeta se tornó un lugar más conflictivo desde el punto de vista militar. Según los datos brindados por la Academia de Derecho Internacional Humanitario y Derechos Humanos de Ginebra, hay un total de 114 conflictos armado a nivel mundial, de entre los cuales al menos ocho se contabilizan como guerras (definidas como aquellos conflictos donde hubo al menos mil muertos en batallas en un año).

Estos números confirman lo que dijimos al inicio de este textoingresamos a una etapa más sangrienta. Además de la tragedia humana que representan, las guerras y conflictos militares contraen nuevos desafíos políticos (y, de una u otra forma, contienen un vínculo invisible con la revolución).

Por un lado, presentan un costado negativo al solapar a las masas explotadas y oprimidas; dan la impresión de que la política solamente pasa por las disputas entre los “Estados” o entre aparatos militares. De ahí que exista una presión o tendencia hacia el campismo dentro de varias corrientes de la izquierda, principalmente entre las reformistas o estalinistas, pero también perceptible en algunas trotskistas[4].

Así, bajo esta lógica campista, todo adversario de la OTAN y los Estados Unidos automáticamente es visto como un aliado, o, cuando menos, como un actor con rasgos progresivos, incluso cuando se trata de China, Rusia o Irán; países con regímenes autoritarios y reaccionarios, los cuales no representan una alternativa de emancipación social para los sectores explotados y oprimidos.

Por otra parte, la reapertura de una etapa con crisis y guerras también puede dar paso al retorno de la revolución en el siglo XXI, aunque todavía hay debilidad de la alternativa socialista como un horizonte en la subjetividad de las masas, producto del lastre heredado por la derrota que representó la contrarrevolución estalinista.

b- Ruptura del equilibrio ecológico

La crisis ecológica es uno de los mayores desafíos que tiene la humanidad en el siglo XXI. Es resultado de una acumulación de eventos destructivos sobre la naturaleza en la larga duración, pero que, en determinado punto, experimentó un cambio de cantidad en cualidad. Hoy estamos justo en medio de uno de esos momentos, lo cual se manifiesta principalmente con el calentamiento global y sus efectos nocivos sobre las condiciones de vida en el planeta.

De acuerdo al Servicio de Cambio Climático de Copernicus, 2023 fue el más caliente de los últimos 100 mil años, pues la temperatura media estuvo a 1,4 grados Celsius por encima de la era preindustrial (¡una décima por debajo del límite fijado en el “Acuerdo de París” de 2015!). A causa de eso, durante el año hubo muchas catástrofes climáticas que contrajeron enormes pérdidas humanas y económicas. Por ejemplo, se estima que murieron 74 mil personas a causa de desastres naturales y, de acuerdo a la compañía de seguros Munich Re, las pérdidas económicas sumaron los 250 billones de dólares, una cifra que superó la media de la última década. Solamente en el caso de la fuerte sequía que azotó a Uruguay y Argentina, las pérdidas fueron de 11,3 billones de dólares.

La causa principal de la crisis climática es la ruptura metabólica socialEsta categoría fue acuñada originalmente por Marx y, en los últimos años, fue retomada por varios de los principales ecólogos marxistas (Foster, Angus, Saito, etc.). Consiste en lo siguiente: el sistema de producción capitalista, sustentado en la generación de riqueza privada por medio de la explotación del trabajo y la depredación de los recursos naturales, crea un desequilibrio en la interacción metabólica entre los seres humanos y la naturaleza, el cual se hace más agudo con el pasar de los años y el desarrollo de más industrias extractivistas y contaminantes. En otras palabras, los capitalistas explotan los recursos naturales de forma caótica para crear más valores de cambio, pero lo hacen a un ritmo que desgarra los ciclos regenerativos de la naturaleza.

La reproducción e intensificación de esa espiral destructiva desencadenó la actual crisis climática. El capitalismo extendió sus tentáculos a todo el planeta y globalizó ese régimen económico insostenible desde el punto de vista ecológico, dando paso a lo que muchos científicos y ecologistas denominan como el Antropoceno, es decir, una época geológica caracterizada porque las actividades humanas impactan y alteran la totalidad del Sistema Terrestre.

A pesar de que hay muchos debates en torno a su fecha de origen, hay consenso en que sus efectos se potenciaron a partir de la “Gran Aceleración”, la cual inició en 1945 y se extiende hasta la actualidad. En ese intervalo de tiempo equivalente a tres generaciones, las industrias capitalistas inyectaron más CO2 en la atmósfera que en toda la historia de la humanidad.

Por otra parte, aunque los efectos de la crisis climática impactan a nivel mundial, también es cierto que no todos los sectores sociales o países tienen la misma responsabilidad por el calentamiento global. El 80% de las emisiones de CO2 acumuladas entre 1751 hasta el presente son responsabilidad de los países ricos, mientras que los actuales ochocientos millones más pobres del planeta apenas han contribuido con el 1%[5]. Asimismo, Oxfam calcula que, el 10% más rico del planeta, es responsable del 50% de las emisiones de CO2 asociadas al consumo, lo cual equivale a sesenta veces más de las emisiones producidas por el 10% más pobre.

De ahí que se hable de injusticia climática, en referencia a que los principales emisores de gases de efecto invernadero son los sectores más pudientes de la burguesía y los países imperialistas, pero quienes más recienten sus consecuencias son los trabajadores y sectores explotados de todo el mundo, aunque particularmente de los países semicoloniales.

No queda duda de la responsabilidad del capitalismo en la crisis ecológica global, así como de su incapacidad por brindar una solución ecológicamente sustentable, como demuestra el fracaso del Acuerdo de París y toda la agenda del “Green New Deal”. La conclusión es contundente: no hay una salida reformista a la crisis ecológica en los marcos de una economía sustentada en el lucro individual. Por ese motivo, la crisis climática reactualiza la famosa frase de Socialismo o Barbarie…ecológica.

c- Politización de la economía

Otro aspecto importante de la nueva etapa es la politización de la economía. Con esto nos referimos a lo siguiente: la lógica económica pura cede terreno ante los cálculos estratégicos e intereses geopolíticos nacionales, cuyo resultado es una mayor intromisión de los gobiernos en la actividad económica.

Lo anterior, es una consecuencia del deterioro del consenso neoliberal y el retroceso hegemónico de los Estados Unidos como superpotencia mundial.  Ante el cuestionamiento a su posición de liderazgo imperialista, la burguesía estadounidense está desarrollando rasgos defensivos o proteccionistas. Eso reflejó la administración Trump con su eslogan “Make America Great Again” (MAGA) y sus ataques contantes contra China, al cual definió como un enemigo. Pero tampoco hubo una gran variación con la llegada de Biden a la Casa Blanca, pues su gobierno dio continuidad a las sanciones comerciales e identificó al gigante asiático como el principal adversario estratégico.

En ese sentido, el imperialismo estadounidense repite el comportamiento de otras potencias de antaño. Gran Bretaña, por ejemplo, fue librecambista en su fase de ascenso imperial, pero se tornó proteccionista y nacionalista en cuanto empezó a perder terreno ante nuevos competidores. Esto, repetimos, tiene un impacto directo sobre el funcionamiento de la lógica económica internacional.

Por su parte, China como imperialismo en construcción y Rusia como imperialismo en reconstitución, se caracterizan por desarrollar un modelo de capitalismo de Estado; una forma de organización estatal distinta a la configuración democratico-burguesa –en degradación- característica de los gobiernos imperialistas tradicionales.

Volviendo al caso de Estados Unidos, veamos el caso del “nearshoring”, según el cual la proximidad geográfica y afinidad “política-cultural” son los criterios centrales para ubicar la inversión extranjera. Pues bien, esta es la nueva estrategia del gobierno estadounidenses, aunque en palabras de la secretaria del Tesoro Janet Yellen en realidad se trata de un “friendshoring”, es decir, privilegiar las inversiones en los países catalogados como “amistosos” por la potencia imperialista. Por este motivo, muchas corporaciones estadounidenses se están instalando en el norte de México o en Vietnam.

De esta forma, los Estados Unidos avanzan lentamente en la desvinculación económica con China, a la vez que establecen una medida de protección ante nuevos cortes en la cadena de suministros mundial, como sucedió durante la pandemia. En vista de la creciente inestabilidad global, la profundización de la guerra comercial con China y la potencialidad de que surjan más conflictos geopolíticos (como sucede ahora en el Mar Rojo con los ataques de los Hutíes), la cercanía –geográfica o política- de los centros de abastecimiento industrial, hace parte de las políticas de seguridad nacional para el imperialismo estadounidense (lo mismo que el caso de la Ruta de la Seda para China, o las avanzadas territoriales –que también tienen un costado comercial- en el caso de Rusia).

Visto lo anterior, algunos analistas hablan de que se está configurando un nuevo consenso, dentro del cual el libre comercio será limitado o contenido por una estrategia de (re)industrialización y la aplicación de mayores controles del comercio y el capital. Desde nuestra corriente consideramos que, por ahora, es precipitado dar por acabado el consenso neoliberal. La infraestructura neoliberal persiste en todo el mundo, como se aprecia en la precarización universal de las relaciones de trabajo y la priorización de invertir en países donde las condiciones de explotación sean mejores. Pero, efectivamente, pareciera que hay una tendencia hacia una mayor participación de los Estados en la gestión económica y en el comercio internacional, un factor que mediatiza la lógica neoliberal, pero no la cuestiona por completo.

d- La emergencia de las nuevas extremas derechas.

Uno de los hechos más vistosos del último período es el surgimiento de las nuevas extremas derechas. Es un fenómeno internacional, aunque se combina con elementos locales de los países donde tienen peso político.

Su ascenso es subproducto de la crisis económica, la fragmentación y el deterioro en las condiciones de vista de los explotados y oprimidos , así como de la ausencia de la alternativa obrera y socialista en la consciencia de la clase trabajadora en general (una herencia maldita de la contrarrevolución estalinista)[6]. Eso configura un escenario donde se mezcla el malestar social con una despolitización en la población; un terreno fértil para los discursos de las ultraderechas, los cuales capitalizan el descontento al cuestionar el orden de las cosas por la derecha y de forma reaccionaria, con la finalidad de profundizar la división entre los de abajo por medio del prejuicio (contra los inmigrantes, la población LGBTIQ+, las feministas y la militancia de izquierda, etc.).

En los últimos años se profundizó el fenómeno de los gobiernos y las formaciones de extrema derecha, lo cual representa un peligro que hay que calibrar en cada caso. Por otra parte, su derrota depende, fundamentalmente, de la lucha extraparlamentaria en las calles, es decir, de la movilización de las masas populares y la izquierda revolucionaria (aunque también involucra una mirada táctica no sectaria de las mediaciones que pueden tener incluso en el seno de la burguesía y las burocracias de cada país dichas formaciones)[7].

Por otra parte, no pueden calificarse estos fenómenos como “fascistas” en el sentido clásico del término, pues hasta ahora son fenómenos principalmente electorales y de las redes sociales (es decir, sin grandes fuerzas extraparlamentarias organizadas). Eso marca una diferencia cualitativa con los fascismos del siglo XX, los cuales fueron organizaciones contrarrevolucionarias que combinaban las acciones directas en las calles –como atacar los locales de sindicatos y partidos de izquierda- con la participación electoral (ni la ignorancia del fenomeno ni el impresionismo frente a él son criterios para enfrentar revolucionariamente a este tipo de gobiernos o formaciones politicas)[8].

Junto con eso, no se debe obviar que hay varias extremas derechas, entre las cuales conforman un arco político muy heterogéneo. Por ejemplo, algunas son muy agresivas en la retórica, pero poco radicales en los hechos y, cuando conquistan posiciones de poder, se amoldan a la institucionalidad democrático-burguesa. Es el caso de la primera ministra italiana Giorgia Meloni, que, aunque sostiene posturas racistas, xenófobas y antinmigración, todo su accionar lo realiza dentro de la institucionalidad del régimen burgués; inclusive, moderó sus críticas contra la Unión Europea[9].

Otros casos son diferentes, como sucede con el actual presidente de la Argentina, Javier Milei. Aunque llegó a la presidencia tras obtener una holgada victoria con el 56% de los votos en el ballotage contra Massa, hasta el momento no consiguió movilizar a nadie para defender su gobierno. No obstante, a diferencia de su par italiana impulsa un agresivo plan de ataque global que, además de incluir un brutal ajuste económico, también cuestiona las conquistas democráticas y aspira a instaurar un régimen bonapartista. En este sentido, es un peligro, pero con dificultades para cristalizar políticamente sus ataques contra las libertades democráticas, los derechos de huelga y movilización, y la institucionalidad democrático-burguesa en general (atención que, sin embargo, “mordisquea” permanentemente el régimen y su ataque a las condiciones de vida tiene una brutalidad de un régimen anormal, bonapartista)[10].

Otro caso es el de Bolsonaro en Brasil, cuyo gobierno fue más gradualista en cuanto a sus reformas políticas y económicas, aunque tenía más apoyo orgánico entre las Fuerzas Armadas y, más importante aún, una amplia capacidad de movilización por todo el país, como demostró en varias ocasiones cuando reunió a cientos de miles de personas en las calles de las principales ciudades. A pesar de eso, no llevó hasta el final sus amenazas contra la institucionalidad, en gran medida porque no tuvo apoyo del imperialismo estadounidense ni contó con el consenso de la burguesía brasileira, dado el temor de que una aventura golpista hiciera explotar al movimiento de masas del gigante sudamericano.

Los casos anteriores, denotan que la emergencia de la ultraderecha no es algo episódico, sino que hace parte de la nueva etapa. Es una (falsa) alternativa para el descontento de amplios sectores de masas irritadas por el deterioro de sus condiciones de vida en el capitalismo, con la enorme contradicción de que los partidos de ultraderecha no tienen una solución real para eso, por el contrario, defiende el autoritarismo y profundizar el capitalismo.

Sin embargo, el “sintagma” que hacen entre la precarización de la vida, la barbarie y voracidad del capitalismo actual, los prejuicios y el atraso, el temor de las clases medias bajas a perder sus “posiciones” por la crisis capitalista, entre otros factores, hacen de este un fenómeno profundo y complejo a seguir estudiando.

Finalmente, la lucha contra la ultraderecha coloca nuevos desafíos a las corrientes revolucionarias. Como ya hemos señalado, no hay que sobrestimar su fuerza, pero tampoco se debe subestimar el peligro que representan. Cada caso hay que caracterizarlo de forma específica y lejos de todo esquematismos o impresionismo, pues eso puede llevar a un desbarranque político (como capitular al campismo de las “frentes amplias” burguesas)[11]. Además, impone tomar a fondo las reivindicaciones democráticas, pues sus ataques no se limitan al plano económico, también apuntan contra las libertades democráticas mínimas que defendemos con métodos revolucionarios (libertad sindical, derecho de expresión y a la manifestación, etc.).

e- La crisis migratoria

De acuerdo a la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) de las Naciones Unidas, actualmente hay 281 millones de migrantes internacionales, lo cual equivale a un 3,6% de la población mundial. El aumento es significativo con respecto a décadas atrás. Por ejemplo, en 1990 el número de migrantes internacionales era de 128 millones, mientras que, en 1970, era un tercio de la cantidad actual.

Sin embargo, es necesario profundizar un poco más para comprender la verdadera tragedia humana que hay detrás de esos datos. Partamos de señalar que, la mayoría de personas migrantes, huyen de sus países presionados por el hambre, las guerras o, más recientemente, por los efectos colaterales de la crisis climática.

A causa de eso, las rutas migratorias también son “fosas comunes”, donde se apilan los cadáveres de miles de migrantes muertos en el intento por conseguir una vida mejor. Según la ONU, en 2023 murieron más de 8.500 personas en su trayecto migratorio, convirtiéndolo en el año más mortífero desde que se tiene registro. Más de la mitad de los decesos fue por ahogamiento (la ruta más mortal fue el mar Mediterráneo, donde se reportaron 3.129 muertes o desapariciones), seguido por un 9% de muertes en accidentes de tráfico y otro 7% por actos violentos. Pero los datos de muertes están muy por debajo de los números reales, pues muchos de los cadáveres se pierden en la profundidad de los mares y selvas por donde transitan los migrantes.

También, la Agencia de la ONU para Refugiados (ACNUR) estimó en 114 millones la cantidad de personas que migraron en 2023 debido a persecuciones, violaciones de los derechos humanos o para protegerse de conflictos armados (una cifra que va incrementarse este año con el desastre humanitario en Gaza). En contraste, las organizaciones de derechos humanos apenas consiguieron asistir a 16,7 millones de refugiados.

Antes de cerrar, queremos referirnos a la migración climática, un fenómeno que crece año con año. Solamente en el período 2008-2015, una media de 21,5 millones de personas abandonó sus hogares cada año por causa de las mudanzas climáticas, tales como escases de agua, disminución en la productividad de los campos, temperaturas excesivas, pérdida de tierras por el aumento del nivel del mar. Para empeorar el cuadro, el Banco Mundial publicó unas proyecciones nada alentadoras, donde la cifra de migrantes climáticos podría ser de 216 millones en 2050.

Aunado a eso, la crisis climática impacta de forma desigual por clase, género y región. Por ejemplo, las personas en condición de pobreza en los países subdesarrollados tienen cuatro veces más probabilidad de ser desplazadas por los desastres climáticos; además, un 80% de los migrantes climáticos son mujeres.

En definitiva, la crisis migratoria confirma la agresividad del capitalismo en el siglo XXI, el cual condena a la miseria y desesperación a cientos de millones de seres humanos, dando paso a una verdadera catástrofe humanitaria.

f- La persistencia del bipolo (movilización popular)

Hasta ahora enfatizamos en los los principales problemas y rasgos más agresivos y barbáricos generados por el capitalismo en la nueva etapa. Ahora daremos cuenta de algunos fenómenos progresivos a nivel internacional.

En primer lugar, tenemos que destacar el desarrollo del nuevo sindicalismo en los Estados Unidos. Es un proceso de reorganización profundo que atraviesa a muchísimos sectores claves de la economía estadounidense, desde la industria automotriz, pasando por el sector salud y las nuevas compañías tecnológicas, así como el área de los espectáculos y entretenimiento (como Hollywood y los casinos).

Además, todos los reportajes sobre el tema reflejan que los jóvenes –particularmente de origen latino y afroamericanos- son el motor de la nueva ola de sindicalización y huelgas. No debe sorprendernos, pues son quienes más resienten la precarización que impone el capitalismo con trabajos sin derechos sociales y pésimos salarios, a lo cual se suma la certeza de que el sistema no les va garantizar ningún tipo de movilidad social en el futuro.

Así, el derrumbe de las expectativas en el “American Dream”, está dando paso a un movimiento sumamente progresivo por parte de las nuevas generaciones de trabajadores estadounidenses: conformar sindicatos para luchar por mejoras laborales para afrontar las duras condiciones de vida en el centro del mundo capitalista. Es una salida que apuesta por el trabajo colectivo y la solidaridad, es decir, va en el sentido contrario al discurso individualista y meritocrático reaccionario que expresa Trump y su movimiento MAGA.

Volviendo con el tema, de acuerdo a los datos publicados por el Departamento del Trabajo de los Estados Unidos, 2023 fue el año con más huelgas en los últimos veintitrés años. Se contabilizaron treinta y tres huelgas, en las cuales participaron 458.900 trabajadores, dando como resultado la pérdida de 16,7 millones de días de trabajo. Para tener una idea de lo que esos números representan, comparémoslo con los datos de 2022: ese año 127 mil trabajadores participaron en huelgas y se perdieron 2,2 millones de días laborales. Es decir, no solamente aumentó significativamente la cantidad de trabajadores en huelga, sino que los movimientos fueron mucho más prolongados.

Del mismo modo, el movimiento de mujeres y LGBTTQ+ desempeña un papel muy progresivo en la actual etapa[12]. Desde hace algunos años, el 8 de marzo se transformó en una jornada de lucha internacional feminista, la cual reúne a millones de mujeres –en su mayoría jóvenes- en las calles de cientos de ciudades alrededor del planeta. Asimismo, la Marea Verde trascendió las fronteras argentinas y tuvo un enorme impacto internacional/generacional, pues conquistó el derecho al aborto en las calles desafiando al arco político conservador del país (¡el mismo del cual es nativo del Papa actual!) En razón de eso, el pañuelo verde se convirtió en un símbolo generacional de la lucha feminista.   

Por último, no podemos dejar de mencionar el creciente movimiento internacional en solidaridad con Palestina, el cual tomó más fuerza en los últimos meses en respuesta a la masacre que lleva a cabo el ejército sionista. Las movilizaciones por Palestina fueron enormes en varios países del primer mundo, sobre todo en aquellos con gobiernos bastante alineados con Israel, como los Estados Unidos o Inglaterra, por citar dos casos.

El fortalecimiento de este movimiento de solidaridad mundial, así como la creciente brutalidad de la ocupación colonial sionista, reabrió el debate sobre cuál es la salida estratégica para el “conflicto”. Cada día que transcurre, se hace evidente que la “solución” de dos “Estados” no tiene ninguna viabilidad, a pesar de que por ahora es la posición oficial del imperialismo estadounidense (al menos con los demócratas).  Por este motivo, entre la vanguardia internacional ganó terreno la política de una Palestina única para derrotar el proyecto colonial y genocida del sionismo, aunque persisten diferencias entre el tipo de Estado a construir (en nuestro caso, insistimos en que sea uno laico, democrático y socialista).

Además, es muy promisorio que, dentro de este movimiento, se retome las banderas por una Palestina laica, libre y socialista. También, el papel de vanguardia que desempeña el movimiento estudiantil, el cual se ha destacado en los campus de los EE.UU. de manera extraordinaria y, ante la barbarie capitalista, puede reemerger en todo el mundo siendo un factor de radicalización de la juventud a nivel internacional.

Para concluir, todos estos casos que enumeramos ejemplifican la dinámica entre el polo reaccionario y un bipolo progresivo, un ángulo que no hay que perder de vista para encontrar los puntos de apoyo en medio de la nueva etapa.

3- Apuntes de coyuntura

Ahora procederemos a establecer una diagonal entre los rasgos de la etapa y las particularidades del momento actual.

Para empezar, en la coyuntura sobresalen los rasgos reaccionarios, pero también hay  que anotar que está plagada de conflictos que le imprimen mucha inestabilidad, por lo cual puede mudar en cualquier momento en circunstancias prerevolucionarias.

Lo que está en el centro son los conflictos armados y no la rebelión popular (aunque ambos elementos pueden entremezclarse; hay que apreciarlo en cada caso). Eso es un elemento cualitativo, porque crea la impresión distorsionada de que los Estados y sus ejércitos son los únicos vectores de la política. En otras palabras, las superestructuras tienen más relevancia o visibilidad inmediata, con lo cual inhiben o invisibilizan –temporalmente- los desarrollos por abajo.

Para graficar mejor esta idea, basta hacer una comparación con la coyuntura que se abrió a partir de 2019, cuando las rebeliones en Chile y Ecuador dieron paso a una tercera ola de rebeliones populares con repercusión internacional (Estados Unidos en 2020; Colombia y Myanmar en 2021). En ese contexto, predominaban las movilizaciones masivas de los explotados y oprimidos, mientras que los gobiernos más reaccionarios (Piñera, Trump, Duque, etc.) estaban a la defensiva: ¡el foco estaba en la disputa entre la plaza y el Palacio!

Ahora pasa lo contrario. Pareciera que los desarrollos políticos se dirimen exclusivamente por “arriba”, mientras el “abajo” pasa a un segundo plano (en el caso Argentino, que no es ninguna guerra en el sentido militar, pero sí una “guerra de clases”, eso no es así: se reafirma el fenómeno de la plaza versus el palacio).

Veamos el caso de la guerra en Ucrania. Inicialmente, la invasión rusa desató una respuesta popular progresiva en defensa de su autodeterminación nacional, lo cual fue clave para impedir que las tropas de Putin tomaran Kiev en las primeras semanas. Pero, conforme se extendió el conflicto y creció la intromisión de la OTAN, a la justa guerra de liberación nacional ucraniana se le superpuso un conflicto por procuración inter-imperialista entre Rusia y los imperialismos “occidentales” (con Estados Unidos a la cabeza), inclusive con reiteradas amenazas rusas de lanzar un ataque nuclear en caso de que la OTAN cruce ciertas “líneas rojas”, como enviar tropas a combatir directamente (ver Sobre el carácter de la guerra en Ucrania).

Ante esto, desde nuestra corriente planteamos un cese al fuego inmediato y una paz sin anexiones, para así liberar al pueblo ucraniano de la asfixiante tenaza militar que sofoca la acción independiente de los explotados y oprimidos (ver Por una paz justa sin anexiones). Nuestro ángulo es muy concreto: colocamos en el centro de nuestro programa los intereses de los explotados y oprimidos, para así no caer el campismo que se expresa en escoger entre alguno de los dos bandos imperialistas.

Muy diferente es la respuesta de otras corrientes del trotskismo (o sectores dentro de ellas), que, perdiendo de vista las complejidades de esta nueva etapa sobrecargada de luchas geopolíticas, no tienen salvaguardas contra el campismo. Por ejemplo, algunas tienen una posición unilateral anti-OTAN, en la cual pierden de vista el carácter de Rusia como un imperialismo territorial en reconstrucción. Otras, por el contrario, solamente identifican el carácter imperialista y avasallador de la invasión rusa, pero no problematizan –ni se delimitan- de la intromisión de los imperialismos tradicionales en el conflicto; de hecho, hay corrientes que piden armas a las potencias occidentales para “fortalecer” la resistencia ucraniana[13].

Otro hecho relevante es la guerra de exterminio que libra el Estado sionista en la Franja de Gaza. La brutalidad de esta masacre acentuó los rasgos reaccionarios de la coyuntura, particularmente durante las primeras semanas de la invasión, pues el sionismo contó con un abrumador apoyo internacional –nos referimos a nivel de Estados- sobre su “derecho” a la autodefensa tras el ataque de Hamas.

A pesar de eso, con el pasar de los meses creció el repudio popular contra la guerra, pues cada vez se hizo más claro el carácter genocida y colonial de la ofensiva sionista. Eso dio pasó al movimiento internacional en solidaridad con Palestina, que, como explicamos anteriormente, en algunos países imperialistas realizó movilizaciones masivas con decenas o cientos de miles de manifestantes.

Por otra parte, este tema también es punto de discordia entre las corrientes trotskistas. Desde SoB sentamos una posición muy clara: defendemos incondicionalmente la lucha de liberación nacional del pueblo palestino, pero no apoyamos políticamente a Hamas (ver La tarea del momento es frenar el genocidio sionista en Gaza). En contraposición, otras corrientes incurren en una nueva variante de campismo que, en este caso, se manifiesta en la forma de un apoyo acrítico de Hamas, o sea, no se delimitan de la política ni los métodos empleados por esta organización.

Es necesario distinguir entre el carácter progresivo de una lucha y sus direcciones políticas. Con relación a Hamas, evaluamos que combina rasgos de organización por la liberación nacional con otros del fundamentalismo islámico. Esta doble naturaleza es asumida directamente por la organización, como quedó explícito en su carta programática de 2017, en la cual se definen como un “movimiento palestino islámico y nacional de liberación y resistencia” cuyo “marco de referencia es el islán” (ver Principais pontos do novo documento político do Hamas). Esa “doble naturaleza” se traslada al plano de sus acciones de resistencia, las cuales puede incluir acciones militares legítimas contra la ocupación colonial sionista (destruir instalaciones militares, secuestrar o asesinar soldados sionistas o colonos paramilitares, etc.), pero también aplica métodos propios del terrorismo islámico que no defendemos desde el socialismo revolucionario (como el asesinato intencionado de civiles).

Aunado a esto, el programa político de Hamas es burgués y su dirección es protegida por sectores de la oligarquía petrolera árabe. En cuanto a su programa, su eje más progresivo es el no reconocimiento del Estado colonial de Israel y no suscribir la política de los dos Estados acordada en Oslo. A pesar de eso, en el documento programático de 2017 que citamos previamente, matizaron esta posición, pues califican como un “consenso nacional” el posible “establecimiento de un Estado palestino completamente soberano e independiente, con capital en Jerusalén, dentro de las fronteras del 4 de junio de 1967”.

En ese sentido, coincidimos con Hamas en cuanto al no reconocimiento del Estado sionista de Israel, pero nuestra perspectiva estratégica es diametralmente opuesta a la que sostiene esta organización: luchamos por una Palestina laica, democrática y socialista que ademas se realice en conjunción internacionalista con los pueblos y la clase obrera de todo el area. Igualmente, categóricamente afirmamos que no reconocemos las fronteras de 1967 ni las decretadas por la ONU en 1948; por el contrario, insistimos que la liberación del pueblo palestino sólo será posible con el fin de la entidad sionista, cuyo aparato militar está al servicio de un proyecto de colonización racista.

Otro elemento colocado por la coyuntura es la lucha contra la extrema derecha. La llegada de Milei a la presidencia en Argentina reabrió el debate sobre cómo luchar contra estos gobiernos. Desde SoB insistimos en que no hay que sobreestimar la fuerza de la ultraderecha, pero tampoco subestimar los peligros que encarna. Hay que hacer caracterizaciones equilibradas en cada caso, con el objetivo de explicar los alcances del fenómeno concreto y, a la vez, preparar las condiciones para luchar contra los ataques reaccionarios que impulsan. Para ello, contamos con un vasto “arsenal” estratégico y táctico legado por la experiencia histórica del marxismo revolucionario en la lucha contra la extrema derecha.

En todo caso, nos parece necesario hacer hincapié en un aspecto central para la nueva etapa y la actual coyuntura: para luchar contra la ultraderecha no basta con defender ejes económicos, también es fundamental tomar a fondo las banderas democráticas. Esto es una diferencia central que tenemos con otras corrientes que calificamos como “economicistas”, es decir, que denuncian los ataques contra las condiciones salariales o laborales hacia la clase trabajadora, pero relegan a un segundo plano los avances reaccionarios contra las libertades democráticas.

Lo anterior, quedó de manifiesto en el caso argentino, donde el Nuevo MAS fue la primera organización en denunciar el plan de ataque global del gobierno de Milei que, además del ajuste económico, también incorpora un cuestionamiento a las libertades democráticas conquistadas tras la caída de la dictadura militar. Muy diferente fue el accionar de las corrientes del FITU, las cuales se limitaron a denunciar un ajuste económico, pero perdieron de vista el carácter ultrarreaccionario de Milei.

Junto con eso, la polarización política también es un rasgo sobresaliente de la coyuntura. La burguesía tiene acuerdo en pautas de ajuste económico; no obstante, hay mucha división en las alturas y eso genera inestabilidad política. Acá también se expresa la ruptura de los consensos, pues la burguesía tampoco cuenta con un “manual de uso” para la nueva etapa, lo cual da paso a una mayor confusión en torno a que orientaciones seguir en tiempos de crisis e inestabilidad.

Esto es algo de suma importancia. La división en las alturas es un fenómeno derivado, pero no secundario para la politica revolucionaria: puede abrir brechas por donde se cuele la movilización independiente, el deborde y la autoorganización de los explotados y oprimidos. Dicho esto, hay que agregar que este “factor independiente”, el de la irrupción obrera y popular en condiciones de división burguesa, es lo que puede generar el giro de las etapas reaccionarias (incluso de crisis permanente como caracterizamos el caso argentino actual) en prerrevolucionarias[14].

La situación en los Estados Unidos es un retrato de esto que decimos. La polarización entre Biden (imperialismo “bueno” del multilateralismo) y Trump (imperialismo “malo” aislacionista que preocupa al establishment), expresa la una pugna entre dos bandos burgueses que no tienen consenso en como dirigir a la principal potencia imperialista en un momento de lucha por la hegemonía mundial y la convergencia de incontables crisis globales.

La agudización de la polarización en el seno de la clase dominante, entre Estado y entre clases sociales, es un dato sobresaliente de la actual coyuntura, porque estas crisis denotan una debilidad de la burguesía en su capacidad de gobernar. Es más, Lenin afirmaba que, una situación revolucionaria se caracterizaba porque los de abajo no querían ser gobernados y los de arriba no podían gobernar más. Es decir, la divisón de la burguesía política abre enormes potencialidades en caso de que se abra una coyuntura de radicalización del movimiento de masas.

Por último, queremos acotar un dato importante: persiste la ralentización de la economía mundial, la cual no se recupera plenamente luego de la crisis financiera de 2008 y el impacto de la pandemia de COVID-19. De acuerdo a un informe publicado por las Naciones Unidas, se proyecta una desaceleración del 2,7% en 2023 para un 2,4% en 2024. Es decir, la economía mundial quedará, nuevamente, por debajo de la tasa de crecimiento del 3,0% previo a la pandemia. Más preocupante aún, es que, de cumplirse estas expectativas, 2024 sería el año con peor crecimiento económico desde 2008 (con excepción de la recesión en los años de la pandemia). Asimismo, para 2025 la expectativa es un débil crecimiento del 2,7%.

Todas estas peculiaridades hacen que la coyuntura sea muy inestable. Nadie tiene certeza de cómo estará el mundo en seis meses o dentro de un año. En 2024 están programadas elecciones en setenta países (equivalentes al 49% de la población mundial), lo cual puede generar una reconfiguración del espectro político internacional. Es decir, si triunfa Trump y avanza la ultraderecha en la Unión Europea, el péndulo puede girar más hacia el lado reaccionario. Por otra parte, la barbarie del sionismo o los ataques de la ultraderecha pueden generar un rebote en el sentido contrario, o sea, provocar respuesta más radicalizada de los explotados y oprimidos.

  1. Preparar a la militancia para una lucha de clases más directa

Dado que somos una corriente socialista revolucionaria, todos nuestros análisis son interesados, esto es, están tensionados por encontrar una perspectiva militante. En este sentido, cuando evaluamos que ingresamos a una nueva etapa de la lucha de clases más agresiva y polarizada, al mismo tiempo damos cuenta de los enormes desafíos que están colocados para nuestra militancia.

Para finalizar, enumeramos entonces algunas tareas y criterios político-metodológicos fundamentales para afrontar la nueva etapa que, lógicamente, se aplicarán con determinada especifidad dependiendo de la envergadura de nuestros partidos y grupos, así como de la situación política en cada país en los cuales actuamos:

1- No sobrestimar ni subestimar a la ultraderecha. La nueva etapa es más agresiva y sangrienta. Por eso, no es “joda” que figuras y partidos de ultraderecha avancen electoralmente, sea como oposición en los parlamentos o como gobiernos. Por eso, insistimos, es necesario aprender a realizar evaluaciones concretas en cada caso y no decir cualquier cosa, algo que puede desubicar a nuestra militancia y a quienes nos referencian en las estructuras donde intervenimos (no se diga cuando se trata de organizaciones con figuras que tienen amplio alcance mediático).

2- Tomar a fondo las consignas y luchas democráticas, articulándolas como parte de un programa socialista de la clase trabajadora y demás sectores explotados y oprimidos. La defensa del aborto legal, el matrimonio igualitario o la autodeterminación de los pueblos, son consignas que deben ser asumidas como propias y darles la importancia correspondiente en la actual coyuntura política. Las corrientes de izquierda economicistas no logran comprender a fondo la nueva etapa y, por ende, sus programas se tornan estrechos y sectarios.

3- Tener astucia para desarrollar la unidad de acción o frentes únicos para impulsar las luchas, sobre todo entre los escalones intermedios de las agrupaciones tradicionales. Los ataques reaccionarios de la nueva etapa van a generar (o, mejor dicho, ya lo están haciendo) la indignación entre amplios sectores de los explotados y oprimidos, lo cual abre espacios para impulsar la movilización y dirigir o codirigir esas experiencias de movilización. Al mismo tiempo, no se debe perder de vista que son un campo de disputa de tendencias donde hay que hacer valer los intereses de la construcción partidaria ante otras corrientes políticas. Unidad para luchar, pero manteniendo la identidad política de nuestros partidos y agrupaciones.

4- Apostar al deborde y la autoorganización. Los frentes únicos y unidad de acción son herramientas muy importantes, pero tácticas. Lo estratégico en todos los casos es lograr el desborde de las direcciones tradicionales y burocráticas, de las direcciones que buscan imponerles un corset a los sectores que movilizan (¡cuando movilizan, que es la menor de las veces!) y empujar el desarrollo independiente y la radicalización de la lucha en cada caso. Lo que se aprecia es que se están creando “vacíos” políticos por el conservadurismo de las direcciones tradicionales que le abren espacio a la corriente y las organizaciones que lo integran para jugarse a dirigir o codirigir procesos, al mismo tiempo que para construir nuestras organizaciones revolucionarias en ese proceso de la lucha.

5- Luchar por la independencia de clase, no caer en el campismo. Para orientarse en medio de este mundo tan convulso desde el punto de vista geopolítico y no sucumbir ante las presiones campistas, hay que tener a mano la brújula de clase, es decir, fundar nuestros análisis y políticas a partir de los intereses propios de la lucha de clases y no desde la lógica de los Estados en disputa. Solamente así es posible reafirmar la independencia de clase.

6- Dar continuidad y redoblar nuestra elaboración marxista así como su difusión internacional. Desde hace varios años está en curso un “boom” o “revival” de publicaciones marxistas en el campo del balance del estalinismo, la estrategia revolucionaria, la construcción partidaria, la economía, la historia, la ecología y otros temas. Es imposible relanzar el marxismo revolucionario sin realizar a fondo un balance serio sobre el estalinismo y la derrota de la revolución en el siglo XX. También, es fundamental estudiar a fondo los nuevos problemas internacionales y los desarrollos de la lucha de clases. Por otra parte, las corrientes que no tienen solidez estratégica ni elaboración propia, cristalizan en un doctrinarismo sin perspectiva histórica y constructiva alguna.

Nuestra corriente viene aportando muchísimo en la elaboración teórico-estratégica. Este esfuerzo debemos redoblarlo, porque la nueva etapa mundial plantea nuevos problemas así como tenemos que esforzarnos por difundir, traducir y llevar a la edición en libros (o papel) de nuestras elaboraciones, para terciar de manera contundente en el debate estratégico en el seno del marxismo revolucionario que, lenta pero persistentemente, se viene reabriendo.

7- Paciencia revolucionaria en la construcción de nuestras organizaciones. La nueva etapa nos desafía a salir de la marginalidad. Pero eso debe realizar con criterios constructivo sanos, aunque sean muy sacrificados. Desde SoB no apostamos a tomar falsos atajos. Reiteramos que nuestro eje es construir en las principales estructuras del movimiento de masas, priorizando el movimiento estudiantil (paso uno de los grupos fundacionales) y girar hacia el movimiento obrero y sindical cuando las condiciones constructivas lo permitan. Al mismo tiempo, es evidente que en la Argentina se ha abierto un desafío histórico con el gobierno de Milei y las convulsiones que vienen además de acumular el país una de las mayores tradiciones militantes del trotskismo, con lo que, para la izquierda en general y el Nuevo MAS en particular, se nos abre el desafío de –pacientemente- reafirmar el objetivo de la construcción de nuestro partido como partido de vanguardia.

Para concluir, reiteramos algo que señalamos a lo largo de todo el informe: los rasgos sangrientos de la nueva etapa y el carácter tan agresivo del capitalismo en el siglo XXI, van a provocar respuestas desde abajo. No dudamos que van a desarrollarse nuevos estallidos sociales y, posiblemente, con rasgos más radicales que en años anteriores. Nuestra apuesta es que la lucha de clases de un salto cualitativo con la trasformación de las rebeliones en revoluciones socialistas que también ayuden a madurar a toda nuestra militancia y direcciones en las nuevas condiciones. Para eso nos preparamos. Los nuevos desafíos históricos nos obligan a militar de forma más profunda, es decir, menos rutinaria.


[1] La definición de caos internacional atrapa alguno de los rasgos característicos de la nueva etapa, pero en mano de corrientes como la “IV Internacional”, tiene el problema de que su apreciación de la dinámica mundial es exageradamente escéptica, es decir, no ve los puntos de contra tendencia (las perspectivas prerrevolucionarias internacionales que también maduran y que veremos más adelante).

[2] La situación militar en el terreno ucraniano demuestra que Rusia no es tan débil como lo pretenden los que señalan que carece de todo rasgo imperialista.

[3] Es clara esta diferencia en las apreciaciones de la Fracción Trotskista, diferencias que vienen desde hace tiempo y se consolidan alrededor de cuestiones como la guerra en Ucrania y el conflicto en Palestina.

[4] Por campismo nos referimos a una estrategia donde se diluyen los conflictos de clase en la disputa de campos “políticos” (sin ninguna referencia a los intereses de clase que representan), entre los cuales es preciso escoger el progresivo contra el regresivo. Un ejemplos muy marcado de esto, lo expresa el Partido Obrero de la Argentina en relación al conflicto ucraniano.

[5] Francisco Serrato, El capitaloceno: Una historia radical de la crisis climática, p. 35-36.

[6] Acá no nos queda más que remarcar el desastre estratégico-político y programático que la mayoría de las corrientes socialistas revolucionarias carezcan de al menos rudimentos del balance del estalinismo. Es muy difícil luchar por la reapertura de la revolución socialista en el siglo XXI sin dicho balance (una suerte de “cita a ciegas”).

[7] Su “oposición” a este tipo de gobiernos y formaciones es puramente institucional, pero a veces se ven forzados por sus propios intereses a abrir “puertas” por donde se puede expresar una movilización independiente que vaya más allá de los intereses de estas formaciones del sistema establecido.

[8] Muchas corrientes son impresionistas frente al fenómeno de la ultraderecha, como Resistencia en Brasil y la IV Internacional, mientras que otras tienden a subestimarlo sumariamente, como sucede con varias del trotskismo latinoamericano.

El caracterizar a Milei como un “gatito mimoso” por parte del PTS argentino fue un evidente error político y de apreciación que desarmo frente al fenómeno, lo mismo que aquellos sectores oportunistas que salieron corriente a llamar al voto a Massa como solución a todos los males…

[9] El SWP inglés y su corriente internacional, International Socialist, también es impresionista respecto del fenómeno; al menos no lo discrimina como corresponde.

[10] La propia doctrina de “shock” es bonapartista en sí misma, aunque dicho shock en materia política, de momento va de impasse en impasse (caída de la primera Ley Ómnibus y votación adversa en senadores de su DNU dictatorial). De todos modos, no se puede perder de vista el represivo protocolo contra la protesta social, que desafiado exitosamente en las movilizaciones, aun no ha sido derrotado.

[11] Caso de la capitulación del PSOL en Brasil y de todas las corrientes que lo integran.

[12] Por otra parte, no se debe perder de vista que presenta contradicciones internas, pues es un campo de batalla política. En su seno hay tendencias liberales-burguesas o sectarias-separatistas. Pero eso no anula su carácter contestatario.

[13] Casos de la IV Internacional y el PSTU de Brasil.

[14] Está claro que el caso argentino ocupa un lugar destacado en nuestra declaración porque el país se encuentra, en cierto modo, en el centro de las miradas internacionales para apreciar su evolución.

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