Una Babilonia en el recomienzo histórico

Una crónica de viaje y reflexión sobre la memoria histórica.

0
17

“Babylon system is the vampire, yeah (vampire)

Sucking the children day by day, yeah

I say, the Babylon system is the vampire, falling empire

Sucking the blood of the sufferers, yea-ea-ah

Building church and university, wooh, yeah

Deceiving the people continually, yea-ah

I say they are graduating thieves and murderers

Look out now, they are sucking the blood of the sufferers”.

Babylon System. Bob Marley & The Wailers.

Berlín fue escenario de enormes batallas políticas, culturales y militares que marcaron el siglo XX. Más exactamente, fue un epicentro de la lucha de clases donde la confrontación entre la revolución y la contrarrevolución alcanzó niveles asombrosos y sangrientos. Esa peculiaridad se manifiesta al estudiar su historia y recorrer sus calles; en las entrañas de la ciudad están en permanente tensión la más alta modernidad capitalista con los elementos más reaccionarios del imperialismo.

Para muestra un botón. En el primer día de nuestra estadía en la ciudad, salimos a caminar por los alrededores del hostel donde nos hospedamos y, a poco de iniciar nuestro trayecto, nos topamos con el cementerio de Dorotheenstädtischer-Friedhof, en el cual hayamos las tumbas de Georg Hegel, Johann Fichte y Berlton Brecht, entre otras luminarias del pensamiento y arte moderno que yacen en ese lugar. Pero, no muy lejos de ahí, encontramos la calle Voßstraße, en la cual se ubicaba la “Nueva Cancillería” nazi que diseñó Albert Speer, el bunker donde se suicidó Hitler y otros espacios de poder distribuidos a lo largo de la calle Wilhelmstraße –en su mayoría destruidos por los bombardeos en la segunda guerra mundial- ocupados por altos mandos del régimen nazi, como Himmler, Goebbels, Göring o Bormann. ¡En Berlín se pasa de lo sublime a lo perverso en cuestión de pocos kilómetros!

Por otra parte, es innegable que esas batallas se saldaron con una derrota histórica de la clase obrera alemana. El que fuese el principal movimiento obrero del mundo entre finales del siglo XIX e inicios del XX, terminó aplastado en las décadas subsiguientes bajo el peso de una triple contrarrevolución. Un recordatorio -pesado y educativo al mismo tiempo- de que no existe ninguna ley inexorable que garantice el colapso del capitalismo y la llegada inevitable del socialismo; una visión teleológica que, ingenua o interesadamente, difundieron algunos teóricos de la socialdemocracia alemana y la II Internacional, los cuales consideraban que la corriente de la historia estaba a su favor y, por ende, era sólo cuestión de tiempo para superar el capitalismo por la rutinaria vía de las elecciones burguesas.

Contra este fatalismo histórico luchó Rosa Luxemburgo. Aunque tuvo muchas contradicciones en su proceso de ruptura con la socialdemocracia, no titubeó en asumir una postura revolucionaria ante los desafíos colocados por la lucha de clases en su momento, como demostró en medio de la crisis que desató la Gran Guerra (1914-1918) y su defensa principista –no exenta de críticas, algunas equivocadas- de la revolución rusa. Por ese motivo, todavía resuena con fuerza su famosa frase “socialismo o barbarie”, la cual sintetiza una perspectiva de la historia como un proceso abierto, donde resulta fundamental la intervención consciente de los sectores explotados y oprimidos para tomar el poder y transformar revolucionariamente el mundo.

Una lección que, lastimosamente, gran parte de la izquierda olvidó al transitar por el convulso siglo XX, particularmente cuando fue necesario explicar el carácter de los Estados surgidos en el Este europeo, donde la expropiación del capitalismo se realizó por la vía burocrática-militar del estalinismo. Ante ese fenómeno altamente complejo, la mayoría de las corrientes trotskistas optaron por definirlos como Estados obreros burocráticos o degenerados, aunque la clase obrera nunca tuvo voz ni voto para ejercer –realmente- el poder. Una visión objetivista, según la cual la expropiación de la burguesía abría automáticamente la transición al socialismo, como si el curso histórico tuviera de antemano un camino trazado. Además, con el agravante de que presentaban como una variante “socialista” a regímenes que se caracterizaron por su brutalidad contra la clase trabajadora y los sectores oprimidos, a los cuales trataron como enemigos internos y no como sujetos sociales para construir una sociedad emancipada.

No pasó mucho tiempo para que, los regímenes del “socialismo real”, fuesen barridos de la historia por rebeliones populares, con la contradicción de que fueron cooptadas por el imperialismo para restaurar el capitalismo. En el caso de la antigua RDA, la irrupción del movimiento de masas destruyó un Muro de tres décadas en cuestión de pocas horas; ¡el hormigón armado sucumbió ante miles de mazos impulsados por el odio hacia la Stasi y los privilegios de la burocracia estalinista! Pero toda esa energía potencialmente revolucionaria, fue instrumentalizada para reinstaurar el capitalismo y, de esta forma, relanzar el imperialismo germano de cara al siglo XXI.

Eso reflejó la profunda crisis de alternativa que provocó la contrarrevolución estalinista, pues el socialismo pasó a ser una “mala palabra” en la consciencia de la clase trabajadora y los sectores oprimidos, al quedar vinculada con términos como dictadura, privilegios, censura, desigualdad y escasez. Así, mientras el pasaje al siglo XX se caracterizó por el fortalecimiento del movimiento obrero y la construcción de una cultura socialista de masas que hacía factible imaginar un mundo sin explotación, el ingreso al siglo XXI se produjo en condiciones muy diferentes por la desacumulación subjetiva del movimiento de masas, cuyo resultado más inmediato fue un pesimismo histórico donde es “más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo”[38].

Dicha desacumulación subjetiva provocó una ruptura de la consciencia histórica con las tradiciones de las luchas pasadas. Las nuevas generaciones están sometidas a las presiones de un “presentismo” sin perspectivas de futuro estratégico, es decir, donde la posibilidad de transformar revolucionariamente la sociedad no tiene cabida. Debido a eso, se impone una “conciencia política más limitada” donde “el futuro, el porvenir, aparece difuso”[39]. Así, se produce un “desacomodo” de la memoria, pues los recuerdos de las luchas de resistencia colectiva son deslegitimados o encubiertos, convirtiéndose en lo que Traverso denomina como una “memoria marrana”, la cual es muy funcional al capitalismo neoliberal y su uso instrumental de la historia:

“El neoliberalismo comprime nuestra vida en un presente eterno, un mundo dominado por la aceleración que nos da la impresión de un cambio permanente, aunque los cimientos sociales y económicos permanezcan estáticos. La sociedad de libre mercado promete satisfacer todos nuestros deseos – nuestras utopías se vuelven individuales y se “privatizan” – en el contexto de un modelo social y antropológico que da forma a nuestras vidas, instituciones y relaciones sociales. En una sociedad neoliberal, el pasado se cosifica y el recuerdo se transforma en un artículo de consumo modelado y difundido por la industria cultural. Las políticas de la memoria -museos y conmemoraciones- se someten a los mismos criterios de cosificación (rentabilidad, cobertura mediática, adaptación a gustos predominantes, etc.)”[40].

Lo anterior, se expresa intensamente en Berlín como secuela de la derrota histórica. Ya analizamos como la burguesía alemana utiliza un “filtro de clase” para reconstruir una memoria histórica conservadora y afín a su proyecto imperialista. Aunado a eso, recientemente se sumó un elemento novedoso que no queremos dejar pasar inadvertido: nos referimos al retorno de la ultraderecha al escenario político nacional.

El partido Alternativa para Alemania (AfD) ganó las elecciones en Sonneberg, una pequeña comarca en el estado de Turingia, ubicado al este del país. Esta agrupación obtuvo su primera bancada parlamentaria en 2017, después de realizar una campaña xenófoba contra la aceptación de refugiados de países africanos y asiáticos; igualmente, es negacionista del cambio climático y se opone a las medidas para mitigar el calentamiento global.

Su triunfo generó un enorme revuelo político y mediático. Aunque por ahora se limitó a un pequeño distrito, no es un hecho menor que un partido de ultraderecha, xenófobo y bajo vigilancia de la policía alemana por sospecha de ser antidemocrático, vaya a gobernar en un territorio del país que, décadas atrás, fue cuna del nazismo. Además, hay preocupación de que indique una “normalización” de la ultraderecha como una fuerza política, algo que el establishment alemán trató de impedir por medio del llamado “cordón sanitario”, un acuerdo entre los partidos del régimen de no pactar con la AfD para marginalizarla de cargos ejecutivos. Esa táctica está crisis, pues la agrupación de ultraderecha creció en las últimas encuestas de opinión al obtener entre un 18% y un 20% de las intenciones de voto a nivel nacional, una cifra alta para un régimen parlamentario donde las coaliciones entre los partidos mayoritarios son necesarias para formar gobierno.

Por otra parte, es significativo que su principal base de apoyo sea en el Este del país, es decir, en territorios de la extinta RDA estalinista. De hecho, las encuestas indican que la AfD tiene muchas posibilidades de ganar las elecciones del próximo año en tres territorios más de esa región. Un fenómeno similar al de otros países que fueron parte del “Glacis”, donde la aversión a la experiencia burocrática estalinista facilita que, en la actualidad, sea la ultraderecha quien capitalice el malestar social y pueda posicionarse como una alternativa “anti-sistémica”.

Pero las novedades no vienen solo por la ultraderecha. Desde hace varias décadas se procesa un recomienzo histórico a nivel internacional. Con esto nos referimos al retorno de la lucha de clases en su sentido más clásico, es decir, a través de la acción directa del movimiento obrero, la juventud precarizada y estudiantil, el movimiento feminista y ecologista, entre otros. Las rebeliones populares en América Latina, Medio Oriente y Asia, así como los procesos de sindicalización y el desarrollo de huelgas en países del centro imperialista, son algunas de las formas como se manifiesta dicho recomienzo.

Alemania no escapa de esa tendencia internacional. En los últimos diez años se desarrollaron más huelgas que durante las décadas anteriores, lo cual denota una erosión de la “cultura del consenso político” que caracterizó al país tras la reunificación. La crisis económica de 2008 tuvo mucho que ver en eso, pues la zona euro resultó particularmente afectada. Igualmente, en el caso germano se combinó con algunas peculiaridades demográficas, como el bajo nivel de desempleo y la creciente escasez de mano de obra calificada, lo cual fortaleció a los sindicatos a la hora de las negociaciones salariales con las patronales. En razón de eso, los salarios reales aumentaron sistemáticamente desde 2014 hasta el presente (con la excepción de 2020 por motivos de la pandemia).

Pero con la guerra en Ucrania la situación económica empeoró, sobre todo porque desató una espiral inflacionaria y, por extensión, generó una caída del poder adquisitivo de los trabajadores y trabajadoras.  Eso, a su vez, atizó los reclamos salariales y dio paso a una ola de huelgas en sectores estratégicos de la economía germana.

Así, a finales del 2022 y tras varias semanas con paros intermitentes, alrededor de cuatro millones de obreros industriales consiguieron un aumento salarial del 8,5%. Otro caso fue el de los 160 mil trabajadores y trabajadoras del correo Deutsche Post, a los cuales bastó amenazar con realizar una huelga indefinida para conseguir un incremento salarial del 11,5%. El caso más sonado fue la “Mega-Streik” –mega huelga- de finales marzo del presente, la cual fue organizada conjuntamente entre EVG y Ver.di, dos de los principales sindicatos del país que representan a 230 mil trabajadores ferroviarios y 2,5 millones de empleados del sector público, respectivamente.

Producto de este incremento en las huelgas, hay quienes empiezan a hablar de una “resurrección del sindicalismo” alemán. Algunos datos parecieran constatar eso; solamente Ver.di registró 70 mil nuevas afiliaciones en los primeros meses del año. Es una cifra alentadora, la cual denota una reversión –por ahora parcial, pero importante- de la caída en la tasa de sindicalización del país en las últimas décadas: en 1980 un 32,5% de las personas asalariadas tenían carné sindical, pero esa cifra cayó al 17,4% en 2017. Aún hay mucho camino por recorrer, pero es indudable que el recomienzo también pasa por Alemania, aunque parte de un piso muy bajo a nivel organizativo y subjetivo por el pesado fardo de la derrota histórica.

Asimismo, en Berlín el recomienzo obtiene un impulso vital con la nueva clase trabajadora migrante. Eso se percibe en la sonoridad de sus calles, compuesta por un coro de idiomas de todo el mundo, un elemento cosmopolita que suma a la enorme riqueza cultural de esta metrópoli. Según datos recopilados en 2021, un 23% de la población alemana corresponde a personas que llegaron al país después de 1950 o son hijos de inmigrantes. Eso equivale a 18,9 millones de personas (de una población estimada de 84 millones), pero posiblemente la cantidad real sea mayor, pues esos datos no contemplaron la llegada de más de un millón de refugiados ucranianos tras el inicio de la guerra en ese país.

Una gran parte de esos trabajadores se desempeñan como repartidores por aplicativo, un sector cuyas condiciones laborales se caracterizan por una creciente precarización. Eso lo constatamos durante una reunión con referentes y organizadores del gremio, en su mayoría personas jóvenes y extranjeras, procedentes de países como la India, Paquistán, Palestina, Francia, España, Argentina, Estados Unidos y Canadá.

En consonancia con esa composición multiétnica, la reunión se desarrolló en un local ubicado en el corazón de un barrio de la comunidad turca. El punto central de discusión fue la denuncia presentada por un repartidor procedente de la India, quien expuso el atropello cometido por la empresa Wolt, la cual no realizó el pago de tres meses de trabajo a un grupo de cien trabajadores. Ante esa violación a los derechos laborales, el grupo optó por iniciar una campaña de volanteos en los puntos de concentración de los repartidores, con la finalidad de informar, organizar acciones colectivas y ofrecer asesoría legal.

Ese mismo día realizaron un “volanteo piloto” para medir el ambiente, del cual participamos y obtuvimos algunos reflejos interesantes. Por ejemplo, notamos que la enorme mayoría de repartidores son hombres jóvenes y procedentes de países asiáticos. Como nos explicó la activista estadounidense que nos atendió en Berlín, eso se debe a una política de las compañías para contratar personas de países con regímenes autoritarios y con pocas tradiciones organizativas, pues eso facilita la aplicación de sus prácticas abusivas. Por ese motivo, en los últimos años se redujo la contratación de repartidores latinoamericanos (o de Europa Occidental), pues muchos ya habían participado en movilizaciones sociales en sus países de origen, por lo cual resultaban más propensos a organizarse para defender sus derechos.

Durante el volanteo tuvimos una prueba a pequeña escala de esa valoración. Por ejemplo, cuando nuestra anfitriona entregó un panfleto a un repartidor del Líbano, la recepción y discusión que se generó fue muy buena, en gran medida porque esa persona había participado en las enormes movilizaciones de hace algunos años en su país. Por el contrario, resultó más difícil cuando se trató con los grupos de repartidores de la India, un país donde la organización de los movimientos sociales es muy limitada por la represión del gobierno reaccionario de Narendra Modi, así como por la fragmentación de la sociedad civil por la estructura de castas y el sectarismo religioso (exacerbadas por la colonización inglesa que aplicó la vieja táctica del “divide y vencerás”).

Por otra parte, es importante anotar que las empresas de reparto no llegaron a esa conclusión de la nada; por el contrario, se desprende de la “huelga salvaje” protagonizada por los trabajadores de “Gorillas” en junio de 2021. Esta compañía funciona a partir de una red de almacenes con productos que sus clientes compran por medio de una app y son entregados rápidamente por un ejército de repartidores en bicicleta. Aunque son contratados formalmente, sus salarios son bajos, hay problemas con los equipos de seguridad y la patronal aprovecha vacíos legales para violar sus derechos laborales. Uno de esos es el período de prueba, tiempo durante el cual son comunes los despidos porque los trabajadores no cuentan con estabilidad ni derechos adquiridos. Es un negocio redondo para la empresa: te contratan, te obligan a laburar como bestia por varios meses y, un día antes de pasar el período de prueba, te despiden y contratan al siguiente repartidor para reiniciar el ciclo. A los empresarios sólo les interesa garantizar la circulación de las mercancías y cerrar las ventas, para lo cual no necesitan de trabajadores calificados o con gran experticia, basta con que sepan pedalear para llevar las encomiendas.

De hecho, la huelga de 2021 inició tras el despido injustificado de un trabajador inmigrante –llamado “Santi”- durante el período de prueba, a partir del cual se gestó el movimiento por varias reivindicaciones (pago de salarios atrasados, mejor calidad de las bicicletas, equipo de seguridad adecuado, etc.). Dicho movimiento fue liderado por repartidores provenientes de países con tradición sindical o donde hubo masivas protestas sociales en años recientes, como Chile, Turquía, Italia o España. Esa peculiaridad se combinó con su escaza familiaridad con las rígidas tradiciones legales del país, por lo cual no tuvieron inconveniente en impulsar un movimiento “espontáneo” de protesta, es decir, que no fue convocado por un sindicato con la formalidad legal del caso. Ese elemento fue muy disruptivo y causó impacto mediático, por lo cual fue catalogada como una “huelga salvaje”. Las empresas tomaron nota del proceso y su forma de organización, a partir de lo cual comenzaron a implementar tácitamente un “filtro étnico” para sus contrataciones.

Además, esta huelga generó conflictos con la burocracia sindical, la cual se opuso al movimiento porque vio cuestionada su legitimidad como mediadora institucional en las relaciones laborales con el Estado y las empresas. Además de reaccionaria, esta postura tampoco tiene fundamento, porque los sindicatos oficiales ignoraron a los repartidores antes de la huelga, dejándolos sin ninguna herramienta de organización para luchar contra la precarización laboral de las empresas. Por ese motivo, notamos muchos anticuerpos entre los activistas del gremio hacia los sindicatos, un rasgo similar al que identificamos en otros países debido al repudio que provocan la gestión burocrática de este tipo de organizaciones.

Por otra parte, en las conversaciones con los activistas obtuvimos un reflejo que nos pareció muy llamativo: en Berlín se comienza a hablar sobre “uberización” del trabajo. Líneas atrás, indicamos que las compañías contratan repartidores, por lo cual tienen sueldo básico por hora (a lo cual se le suman las bonificaciones por cantidad de entregas) y otro tipo de derechos adquiridos en materia de seguridad y equipamiento. En América Latina eso no sucede con las empresas de aplicativos y la llamada “economía colaborativa”, una forma de embellecer la explotación del trabajo por medio de los algoritmos. Asimismo, en Alemania el mercado todavía presenta algunas regulaciones; por ejemplo, hay empresas dedicadas al reparto de comida y otras especializadas para la entrega de compras de supermercado (muy diferente al caso de Brasil, donde Ifood es hegemónica en el sector de reparto).

Pero la presión por derribar esas regulaciones crece día con día. En consecuencia, cada vez son más comunes las denuncias por la precarización laboral derivada de la tercerización o la “uberización”; dos formas voraces de gestión del trabajo características del ultra-capitalismo del siglo XXI. Por ejemplo, las empresas contratan equipos de abogados laboralistas para encontrar fisuras en la normativa y, de esta forma, cubrir con un manto de “legalidad” el no pago de prestaciones, vacaciones y otro tipo de derechos laborales básicos por medio de la tercerización. Otro caso son las prácticas anti-sindicales, las cuales suelen venir de la mano con las medidas de precarización laboral. Hay denuncias de espionaje de las compañías en contra de los activistas involucrados en la organización de los repartidores, así como tácticas dilatorias para no firmar convenios colectivos y, de esta manera, frustrar los procesos de negociación abiertos formalmente para tal caso[41].

Para los estándares alemanes, esas prácticas patronales todavía generan asombro, pero desde nuestra percepción latinoamericana hacen parte de la “normalidad” laboral, particularmente entre los segmentos de la nueva clase trabajadora. Ciertamente, no es motivo de alegría que más personas en el mundo enfrenten condiciones de precarización de ese tipo. Pero no se puede perder de vista la potencialidad estratégica que eso revierte: constituye un elemento unificador de la experiencia vital de millones de trabajadores y trabajadoras por todo el planeta, una condición material que puede dar paso a su organización internacional[42].  

Bajo ese criterio, nuestra corriente encaró el desafío de impulsar la organización de los repartidores en Argentina. Tras un arduo y paciente “trabajo hormiga” durante la pandemia, realizando las “paradas solidarias” para dialogar con los repartidores de “carne y hueso”, fue posible alcanzar el nivel de acumulación necesario para lanzar el SITRAREPA, el primer sindicato del gremio en ese país (aunque está en curso la batalla política y legal por su reconocimiento oficial). Posteriormente, eso facilitó el contacto con otras organizaciones en diferentes países, lo cual permitió desarrollar el Primer Congreso Internacional de Trabajadores por Plataformas en abril del presente, el cual se realizó en la ciudad de Los Ángeles y contó con la presencia de delegaciones de diecisiete países de tres continentes (Asia, América y Europa), incluyendo una delegación de compañeras activistas de Alemania.

*****

Llegamos al final de nuestra crónica de viaje que, como indicamos en la introducción, combinó reflexiones sobre la memoria histórica con la perspectiva estratégica de la corriente SoB. Inicialmente, nuestra idea era escribir un texto significativamente más corto, pero al revisar los apuntes y fotografías del viaje nos surgieron más temas para desarrollar, tanto para ordenar nuestra memoria particular de la travesía por Berlín, pero también para compartir con nuestros lectores y lectoras elementos que encontramos relevantes, particularmente en lo que concierne a la revolución alemana y la experiencia del estalinismo en la RDA.

Cerramos con esta cita de Rosa Luxemburgo, extraída de su artículo “El orden reina en Berlín”, escrito un 14 de enero de 1919, cuando todavía estaba fresco el dolor por la derrota del levantamiento espartaquista (de hecho, al día siguiente sería capturada y asesinada). En estas líneas expresó, con la genialidad que le caracterizaba, el carácter temporal y educativo de las derrotas en la lucha por la revolución social:

“De esta contradicción entre el carácter extremo de las tareas a realizar y la inmadurez de las condiciones previas para su solución en la fase inicial del desarrollo revolucionario resulta que cada lucha se salda formalmente con una derrota. ¡Pero la revolución es la única forma de «guerra» -también es ésta una ley muy peculiar de ella- en la que la victoria final sólo puede ser preparada a través de una serie de «derrotas»! (…) «¡El orden reina en Berlín!», ¡esbirros estúpidos! Vuestro orden está edificado sobre arena. La revolución, mañana ya «se elevará de nuevo con estruendo hacia lo alto» y proclamará, para terror vuestro, entre sonido de trompetas: ¡Fui, soy y seré!”.

No dudamos que el proletariado alemán levantará la mano –o, mejor dicho, el puño- en el siglo XXI, como demuestra el proceso de reorganización sindical en curso que, aunque todavía es muy inmaduro, está en sintonía con lo que ocurre en otros países de Europa y los Estados Unidos. Más tarde o más temprano, Berlín volverá a la escena para reclamar su lugar como uno de los epicentros de la lucha de clases internacional.


[38] Hay debate sobre la autoría de esta frase, pues hay quienes se la atribuyen a Fredric Jameson y otros a Slavoj Žižek. En todo caso, es útil para reflejar el estado de ánimo que cundió en las décadas que siguieron a la caída del “socialismo real” y el aparente triunfo del capitalismo liberal.

[39] Sáenz, Siglo XXI y conciencia de la historia (en https://izquierdaweb.com/siglo-xxi-y-conciencia-de-la-historia/).

[40] Traverso, Sobre la complejidad del pasado (en https://izquierdaweb.com/sobre-la-complejidad-del-pasado/)

[41] Al momento de escribir esta parte del texto, nos enteramos de la convocatoria a huelga por parte de los repartidores de “Lieferando” para el 17 de agosto en Berlín, pues la compañía se rehúsa a firmar la convención colectiva de trabajo.

[42] Desde la perspectiva anticapitalista, donde hay un problema social está planteada la lucha por un derecho. Un criterio necesario para enfrentar la adversidad de la cotidianeidad capitalista sin pesimismo histórico.


Bibliografía

Sumate a la discusión dejando un comentario:

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí