«Agenda 2030»: la teoría de la conspiración filo-nazi defendida por Milei en el debate presidencial

Cuando decimos que son concepciones filo-nazis no estamos exagerando. No estamos diciendo "fascista" o "nazi" como insulto fácil.

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La bandera Confederada de los esclavistas en la Guerra Civil estadounidense en el acto de festejo de la elección de Javier Milei como diputado.

Los dichos sucedieron mientras los candidatos discutían el eje «desarrollo sostenible, vivienda y medio ambiente», por lo que era esperable que lleguen los cuestionamientos a Milei por sus posiciones conspiranoicas y anticientíficas. Volvió a negar el cambio climático y caracterizó a los llamados «objetivos de desarrollo sostenible» de la ONU como una conspiración del llamado «marxismo cultural».

Finalmente, lejos de responder con evasivas, se metió de lleno en la cuestión y dejó al desnudo una vez más su ignorancia: afirmó que el cambio climático es un «ciclo natural» en el que nada tiene que ver el ser humano y que no piensa adherir a la Agenda 2030 en caso de ser presidente, al tratarse de objetivos del «marxismo cultural».

Qué es la «Agenda 2030»

La Agenda 2030 votado mayoritariamente por la Asamblea General de la ONU es una serie de 17 objetivos de «desarrollo sostenible» de carácter muy, muy general. Son una suerte de declaración de buenas intenciones sin ningún efecto real, como casi todas las iniciativas de la ONU.

Así, algunos de los objetivos planteados en la Agenda 2030 son «poner fin a la pobreza en todas sus formas», «poner fin al hambre y lograr la seguridad alimentaria», «garantizar una vida sana para todos», «garantizar la disponibilidad de agua y su gestión sostenible» o «promover el crecimiento económico inclusivo, sostenido, inclusivo y sostenible», entre otros. La totalidad de los objetivos y sus lineamientos pueden leerse acá.

La «Agenda 2030» no tiene, de hecho, ninguna «agenda». No se sabe absolutamente nada de cómo pretenderían llegar a esos objetivos. Es tan general, tan inocuo, tan impotente, que es como votar estar «a favor del bien y en contra del mal».

La Agenda 2030 de la ONU no sólo no es algo «peligroso» sino todo lo contrario: es totalmente inofensiva para el poder, la clase dominante y los gobiernos capitalistas, al tratarse de una mera declaración de buenas intenciones de tinte «humanitario» pero en función de una supuesta neutralidad política totalmente irreal y estéril.

Así y todo, hay un pequeño grupo de países que no adhirieron a estos objetivos. No casualmente se trata casi sin excepción de países con regímenes políticos fuertemente autoritarios que no son «modelos» a seguir en ningún sentido. Estos países son: Arabia Saudí, Benin, Birmania, Cabo Verde, Ecuador, Gambia, Irak, Kazakhstan, Corea del Norte, Corea del Sur, Laos, Macedonia, Moldavia, Nicaragua, Nigeria, Siria, Yemen, Zambia.

Es decir que Milei comparte el rechazo a la Agenda 2030 junto a países que seguramente él considera «dictaduras comunistas» como Corea del Norte o Nicaragua…

«Agenda 2030»: conspiranoia filo-nazi

La ONU es pura impotencia desde su fundación. Sus funcionarios son el envoltorio de un seudo poder. No importa cuántas veces vote, no ha logrado jamás parar ni un solo crimen de guerra de sus accionistas mayoritarios, con Estados Unidos a la cabeza.

Pero en los cenáculos de la extrema derecha se han inventado una realidad paralela. En las cloacas de internet, como hace un siglo en las cloacas literarias, se difunden teorías de que el mundo estaría dominado por una «elite globalista» que quiere imponer un «nuevo orden mundial» por encima de los Estados. A veces, llaman a esa supuesta «elite globalista» por el nombre que le dio la extrema derecha un siglo atrás, «judíos», o le ponen el de un solo judío individual, «George Soros». La «Agenda 2030» sería el plan de acción para la imposición de ese «Nuevo Orden Mundial».

Estos delirios, sacados del barro más sucio y profundo de internet, intentan ser legitimados por seudo intelectuales ampliamente conocidos como Agustín Laje y ahora en el debate presidencial por Javier Milei.

Cuando decimos que son concepciones filo-nazis no estamos exagerando. No estamos diciendo «fascista» o «nazi» como insulto fácil. La teoría del «marxismo cultural», asociada a la de la «Agenda 2030», adquirió su forma actual por la vía de los autores Paul Weyrich y William Lind. A nadie debería sorprender lo que estamos por contar: estos dos repugnantes seudo intelectuales participaron de conferencias negacionistas del Holocausto para hablar, precisamente, de su teoría del «marxismo cultural». Tampoco nadie debería sorprenderse si se entera que los nazis denunciaban una cosa con un nombre muy parecido, aunque igualmente ficticio: el «bolchevismo cultural».

La «teoría» de Weyrich y Lind dice más o menos así: un cónclave de judíos alemanes, nucleados en la «Escuela de Frankfurt» se infiltraron en la cultura para imponer desde ahí la subversión de los «valores occidentales». Así lo afirmó Lind, por ejemplo, en una conferencia que dio en el año 2000 con el título «Los Orígenes de la Corrección política». Los aliados de Milei Agustín Laje y Nicolás Márquez, en su increíblemente estúpido best-seller «El Libro Negro de la Nueva Izquierda«, repiten palabra por palabra ese bulo antisemita. La única diferencia es que, prudentemente, eliminaron la palabra «judíos» del planteo original. No es para nada casual que Laje haya rápidamente apoyado a Milei en sus declaraciones contra «el globalismo».

En julio del 2011, Anders Breivik asesinó a 77 jóvenes que participaban de un campamento de una organización de izquierda en Noruega. Antes de perpetrar la masacre, el fanático neonazi envió un mail a más de mil personas con su manifiesto titulado «2083: Declaración de la Independencia Europea». Como anexo, Breivik incluyó una copia de un folleto de Lind, «Corrección política: breve historia de una ideología». La preocupación principal del manifiesto de Breivik era el «marxismo cultural». La conexión que hacemos entre los planteos de Milei y la ideología neonazi no son un capricho. Es una cosa concreta, tangible, con consecuencias.

¿Por qué los conservadores radicalizados creen tantas estupideces juntas? Su voluntariamente atrofiado cerebro no quiere entender algunas cosas. Para ellos, la lucha contra el odio y la discriminación de la comunidad LGBT no puede tener ninguna legitimidad ni base real. Entonces, se inventan una conspiración del «lobby LGBT» y de la «ideología de género» para explicarlo. Para ellos, las naciones y países son de una pureza cultural (y racial) acosada por la inmigración que nadie voluntariamente querría cuestionar. Entonces, se inventan una conspiración del «multiculturalismo» para explicarlo. No puede ser cierto, pese al consenso científico, que la depredación capitalista destruye el medio ambiente. Entonces, se inventan una conspiración del «marxismo cultural» para explicarlo.

No quieren ni pueden entender que son las instituciones y valores tradicionales las que por sí mismas entran en crisis y tienen sus contradicciones. Para explicar entonces lo que no quieren entender es que toman de las dos manos a las teorías conspirativas. No puede ser lo que está a la vista de todos (el sistema capitalista y sus gobiernos), pues hay que defenderlo; tiene que ser algo oculto, algo secreto, una conspiración.

El parecido con las cloacas ideológicas que vieron nacer al nazismo es tan evidente que es impresionante que no se lo diga más a menudo. Para ellos también había una conspiración de una «elite global»: esa elite eran los judíos. Están repitiendo la basura ideológica de ese libro-fraude conocido como «Los Protocolos de los Sabios de Sion». Este libro eran supuestamente las actas de una reunión de una organización judía que contaba como era su «agenda» para «derrocar la civilización para establecer un Estado Judío mundial», según palabras de uno de sus publicadores, el agente de la policía secreta zarista Sergei Nilus.

Los «Protocolos» son un fraude evidente de propaganda antisemita. Según esas actas, con el objetivo de imponer ese «gobierno judío mundial» («nuevo orden mundial») es que los jefes judíos (la «elite globalista») impulsan movimientos revolucionarios («marxismo cultural») y «mezcla de razas» («multiculturalismo»). Es exactamente lo mismo, exactamente, que los bulos de la «Agenda 2030» y sirvió durante años a la propaganda ultra reaccionaria, incluida la de los nazis, que sostenía que el marxismo y la Revolución Rusa eran parte de una conspiración judía en avance. Las palabras cambian pero el contenido es el mismo. La extrema derecha puede adoptar muchos disfraces, pero su conformación ideológica, si no es la misma, es al menos muy, muy parecida.

Pese a sus diferencias, muy grandes, es en este punto en el que más se parece la nueva derecha al viejo fascismo. Emergen en momentos históricos diferentes con una mentalidad casi igual. En agosto del 2017, en la marcha «Unir a la derecha» en Charlottesville, Estados Unidos, ondearon juntas las banderas amarilla con la serpiente, la de los esclavistas confederados y la esvástica nazi, unidos en sus simpatías comunes por Trump. Las mismas simpatías que brotan de la fuerza encabezada por Milei en Argentina. A ese tipo de gente es que le quiere dar un programa y una bandera. Eso sí, en nombre de la «libertad».

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