Argentina: Tres crisis explosivas que no terminan de estallar

Argentina tiene atados a los pies tres cargas explosivas que podrían estallar simultáneamente si una hiciera contacto con la otra. Pero ninguna termina de explotar del todo (por ahora), ni aun cuando ya pareciera estar avanzada la cuenta regresiva.

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Un polvorín es la economía, otro es la política, el último es la situación social. La novedad es la llegada de Massa al gabinete como “superministro” para encarrilar esta crisis múltiple.

Nadie en su sano juicio sería capaz de negar que la situación argentina es, como mínimo, delicada. El más mínimo movimiento hace temer un estallido. La crisis argentina –económica, política y social- es la más grave en 20 años. Todavía no es como la del 2001, pero podría superar a la de Macri cuatro años atrás.

¿Por qué no estalló aun este delicado equilibrio?

La crisis económica

El triunfo o fracaso del gobierno dependió desde el principio de su gestión económica. La crisis de deuda y el acuerdo con el FMI, la inflación, la carestía de dólares, la creciente pobreza y el desplome de los salarios: ese es el resumen de lo que el Frente de Todos debía resolver.  Lo hizo prometiendo salir de la “macrisis” con política “progresista”: sus discursos están plagados de bellas frases sobre “justicia social”, “redistribución”, “crecimiento con igualdad”, etc.

Julio es el mes en el que más se temió que la crisis económica se saliera de control. Y hubo momentos en el que así fue –y los sigue habiendo; el sube y baja de la crisis va a continuar a pesar de Massa-: los números diarios de las cotizaciones del dólar parecían darle un índice exacto a la crisis de gestión del gobierno, una medición matemática justa –inversamente proporcional- a cuánto controlaba la situación. Desde la renuncia de Guzmán, en apenas veinte días, el peso se devaluó frente a los dólares no oficiales nada menos que un casi 50%.

Los grandes capitalistas de la banca y las bolsas, llamados eufemísticamente por la prensa “los mercados”, desconfiaron de la continuidad del plan de ajuste del gobierno con los cambios en el Ministerio de Economía y decidieron vender en masa sus pesos. Le pusieron así la frutilla al postre del desplome de los bonos en pesos en junio y a la escasez de divisas por, entre otras cosas, la compra de gas al extranjero en época invernal.

Mientras tanto, los patrones del agro retienen buena parte de la última cosecha y se niegan a liquidar sus divisas (vender por pesos al Banco Central los dólares que obtienen de la exportación). Generan así artificialmente una escasez de dólares aun mayor, esperan una devaluación que les dé mucho más que lo ya mucho que tienen.

Los exportadores del agro siguen siendo los dueños y señores de las principales riquezas nacionales, fruto del trabajo de otros y la naturaleza apropiada por pocos.  Antes del macrismo, tenían un plazo obligatorio de liquidación de divisas. Este gobierno no fue capaz ni de restablecer esa obligación, que ni el mismísimo Menem había eliminado.

El gobierno gesticula progresismo y enfrentamiento a los especuladores, y se gana así su hostilidad sin realmente hacer nada contra ellos. Y, justamente porque no hace nada contra ellos, no toma ninguna medida económica medianamente paliativa de impacto real para las amplias mayorías y su popularidad está por el piso. ¿Por qué, entonces, logró aparentemente retomar el control? Porque tiene dos significativos aliados: el FMI y las direcciones sindicales y sociales.

Pero ni con eso basta. Cada medida tomada es un nuevo alambre, más delgado que el anterior, con el que ata una estructura de madera podrida. Cada paso para resolver un problema genera uno nuevo, y la mayoría de las veces no logra resolver el problema original. Suben las tasas de los bonos en pesos para que los acreedores no vendan y se endeudan así de manera insostenible, usan los dólares del FMI para contener la devaluación del peso y aportan así al drenaje de divisas, ceden a los reclamos sojeros consolidando así una cotización del dólar por encima del oficial (sin lograr satisfacer a los especuladores), ajustan tarifas y aumentan el costo de vida de las amplias masas (y el precio de insumos esenciales) sin que eso alcance para nada… y un largo y lamentable etcétera.

La crisis política

¿Y Cristina? Hasta hace menos de un mes seguía dando clase sobre cómo usar “la lapicera” y ahora parece haber decidido que lo más prudente es no decir nada. El silencio a veces es una clara posición política. El kirchnerismo ya no puede ni quiere echar nafta al fuego de la crisis del gobierno. Hacerlo implicaría que ellos se tengan que hacer cargo, y por ahora ese es su mayor temor. Estando en el poder temen tener que tomar decisiones que les hagan perder su “capital político” y no puedan ya disputar el poder.

Entonces, que las decisiones las tomen otros: Sergio Massa es ahora el nombre propio de esos “otros”. Y la decisión ya está tomada: el ajuste debe continuarLa cabeza del Ministerio de Economía cambió, pero para volver a las fuentes: es la expresión más conservadora del Frente de Todos el que toma las riendas del ajuste.

Por su parte, la oposición y los medios gorilas (salvo los más delirantes) critican la llegada de Massa y la “improvisación” del gobierno… En realidad, están felices que tome las riendas el sector más conservador del oficialismo para hacer el trabajo sucio del ajuste, quemándose en el camino y dejándole el camino despejado a Juntos. Son parte de la gobernabilidad del país, aunque van a criticar a “masita”, no vaya a ser que le vaya bien y les birle su sueño 2023.

En Washington, reunida con el FMI, Batakis confirmó el camino de Guzmán. El Fondo la felicitó a Batakis por su compromiso con el ajuste fiscal como un lobo que felicita a la oveja por ofrecer mansamente su cuello. Claro que no son los miembros del gobierno los sentirán el dolor de la mordida. Una vez hechos los deberes, supo en su viaje de regreso que sería reemplazada. Caerle bien al Fondo Monetario Internacional es importante, pero no basta para gobernar.

Ahora, fusionan el Ministerio de Economía con Desarrollo Productivo y Agricultura, Ganadería y Pesca. Concentrará así un solo Ministro tanto poder como el que tuvieron pocos en tal cargo. Tal vez la última vez fue cuando Cavallo estuvo al frente del mismo Ministerio.

Se trata de un cambio que intenta conformar una «gestión fuerte» para estabilizar al gobierno y fortalecerlo hasta el final de su mandato. Ninguno de estos movimientos se hubiera dado si no hubiera una crisis evidente.

Este es el tercer episodio de la crisis de Gabinete producto de la crisis económica.

El primero fue la salida de Guzmán luego de los incesantes «bombardeos amigos» de parte del kirchnerismo. CFK y su ala del peronismo buscaban despegarse de las consecuencias de la política de ajuste del gobierno que integran y nunca dejaron de integrar. Con ese objetivo político, lograron debilitar una y otra vez la autoridad de la gestión económica del amigo del FMI.

La salida de uno de sus hombres fuertes debilitó profundamente al «albertismo». Fernández estuvo a punto de amenazar con su renuncia. Fue entonces que Cristina dejó las críticas de lado: no estaba dispuesta a hacerse cargo del poder, pues no tenía ni tiene otro plan alternativo al que venía criticando.

El segundo fue la entrada de «consenso» de Batakis, que intentó cumplir el rol de Guzmán de hacer buenos amigos en las oficinas de Washington. Pero nadie en la gestión política del Estado, especialmente el experimentado peronismo, le veía futuro en semejante puesto a una ilustre desconocida. Muchos aprendieron su nombre el día mismo de su nombramiento.

Entran en el juego entonces los gobernadores, que exigen entonces un hombre fuerte del peronismo en la gestión del gobierno. Manzur era el vínculo entre ellos y el Gabinete, el nombre que a todos ellos cerraba para hacerse cargo de algunas de las principales funciones de la gestión del Estado era Massa. 

Luego de perder a Guzmán, Alberto perdió luego a Beliz y después a Batakis. Pareciera que a nadie le interesa que los miembros del Gabinete del Poder Ejecutivo nacional sean personas de confianza del presidente. Su poder de decisión y su influencia en la gestión se han debilitado considerablemente al punto que los medios lo consideran la tercera persona del Frente de Todos. El argentino es un presidencialismo disminuido hasta el ridículo; con Alberto subordinado no solo Cristina, sino al propio Massa

Una de las preocupaciones centrales de muchos en el gobierno era que Batakis no tenía ni el volumen político propio ni la confianza suficiente de ninguno de los principales líderes del FdT para cumplir la función clave de estar a cargo del Ministerio de Economía. La solución fue entonces darle esta nueva función al tercer «gran actor» del Frente de Todos.

El compromiso común con el FMI: reducir el déficit fiscal. El primer semestre tuvo un rojo primario (es decir, de gastos estatales que no son pago de deuda) de más del 1% del PBI. Las medidas en curso van por ese camino. Una de ellas es la negativa a pasar a planta permanente a trabajadores precarizados del Estado por al menos tres años. Otra, la “segmentación” de tarifas, que es un nombre con menos impacto para “tarifazo a medias”. Todavía está por verse cuál es su impacto real. Una tercera, que apenas empezaba a esbozar la fallida Batakis, es la reducción del gasto en casi todas las áreas.

Mientras tanto, la bolsa y los patrones del campo (con sus voceros mediáticos) presionan por una devaluación del peso (algo mediatizado a estas horas a la espera de los anuncios de Massa el próximo miércoles). Quieren que el gobierno consagre legalmente una parte de la carrera perdida por la moneda nacional en julio. Pero el gobierno preferiría no hacerlo y el FMI parece respaldarlo en esto (expresó su preocupación por la inflación, no por el valor de la moneda). Los ajustadores antipopulares no necesariamente tienen siempre que estar de acuerdo en todo.

El gobierno optó entonces por seguir desdoblando las diversas cotizaciones del dólar. El oficial, el “blue”, el MEP, el link, el CCL, el “turista”, el “solidario”; hay suficientes para marear a cualquiera. Ahora, le hicieron una concesión a los sojeros con el “dólar soja”; pero ni ellos ni sus voceros mediáticos están satisfechos.

La crisis social (la burocracia hace de cuenta que hace)

Hace años que el paso del tiempo para los trabajadores significa siempre estar un poco peor. La inflación incesante y creciente implica una constante pérdida de poder adquisitivo. Según la consultora LCG, en mayo los salarios en blanco habían perdido un promedio del 22,9% de su poder de compra respecto a noviembre del 2022 y los salarios en negro un 33,7%. Alrededor del 31% de los trabajadores ocupados ya eran pobres en 2021 según Cedlas.  Y en 2022 las cosas no mejoraron.

Entre los trabajadores hay tres posibles modos de vida: en blanco con mucha suerte se sostienen los ingresos para no caer en un abismo social, en negro se hace imposible mantenerse, en la desocupación estructural se cae en la (miserable) asistencia del Estado.

La crisis es profunda pero tiene dos grandes diferencias con el 2001. La primera, hace 21 años la irrupción de lucha popular por abajo era masiva. La segunda, los mecanismos de contención social de la burocracia sindical y la asistencia estatal a la pobreza (antes inexistente) funcionan aceitados.

Mientras más atronadoramente es anunciada una movilización o “jornada de lucha” por parte de la dirección de la CGT o de los movimientos sociales cooptados por el gobierno menos impacto tiene, más bajo es el entusiasmo, más de rutina para cumplir tiene. Hasta las consignas y reivindicaciones que no pretenden conseguir son mezquinas.

La CGT lisa y llanamente llama a marchar “ni a favor ni en contra” del gobierno, como diciendo explícitamente que lo único que quiere es intentar justificar su existencia (quizás ahora ni eso con la llegada de Massa). Grabois y los suyos como mucho le ponen el nombre pomposo de “salario universal” a pedir que se haga ley una miserable asistencia de 15 mil pesos a los pobres (un plan más).

La mayoría de los trabajadores miran a todos los actores institucionales, incluidos sus “dirigentes sindicales”, con desgano y hasta desprecio. Una parte, en particular los obreros del neumático y trabajadores precarizados (incluyendo en esto los repartidores del SITRAREPA), vienen protagonizando sus propias luchas.

Los más movilizados son los desocupados dirigidos por la izquierda. Pero hasta las marchas de la Unidad Piquetera vienen siendo poco disruptivas, exigiendo más bien que continúe la contención de la asistencia social como viene hasta ahora. Con pocos vínculos con la amplia mayoría de trabajadores ocupados, poco poder de torcer la situación política tienen hoy en día.

La necesidad de un paro nacional y un Encuentro de trabajadores ocupados y desocupados

Esta situación no puede sostenerse en el tiempo. Si la crisis es grande pero las amplias mayorías trabajadoras miran como un mal inevitable a quienes gobiernan, entonces todo se definirá en su contra. Algún curso de cambio hay que seguir y, sin una irrupción de lucha desde abajo de los trabajadores, éste será uno de ajuste que estabilice la situación miserable y nos acostumbre a vivir en la pobreza.

La clase trabajadora puede imponer sus propios intereses si comienza a confiar en sus propias fuerzas, en vez de esperar soluciones desde arriba que no llegarán. Un Encuentro democrático de trabajadores ocupados y desocupados, de los sectores en lucha y de la izquierda, puede ser un canal de debate para comenzar a luchar por un camino propio. También puede ser una referencia alternativa a la pasividad de las direcciones sindicales y los movimientos sociales oficialistas.

Si quienes vienen siendo vanguardia de lucha en los últimos tiempos lograran unificar una perspectiva común, podrían también plantearse imponer en la agenda la necesidad de un paro nacional contra el ajuste.

Pero a la vez, es necesario un programa económico propio, alternativo al ajuste defendido por “progresistas” y “gorilas”. Un aumento de salario de emergencia indexado por inflación, con un mínimo de 160 mil pesos, un plan de obras públicas para crear trabajo genuino y darle un empuje a la economía nacional, retenciones del 50% a los grandes patrones del campo, la nacionalización bajo control de los trabajadores de la banca y el comercio exterior para frenar el drenaje de riquezas de los especuladores. En suma, es necesario un programa anticapitalista de los trabajadores alternativo al consenso del ajuste.

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