La historia detrás de la película “Retrato de una mujer en llamas”

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  • La película dirigida por la francesa Céline Sciamma, directora feminista y militante de la comunidad LGBT, muestra el surgimiento del deseo en una relación entre dos mujeres.

Por Lucia Dragonetti y Olivia Tabach

La historia de Marianne y Heloïse transcurre en el siglo XVIII y es atravesada por conflictos de clase y género. El contenido de la película arranca cuestionando la imposición de la heterosexualidad y del matrimonio, y cambia entonces la representación casi exclusiva que tienen las relaciones heteronormadas en el arte.

Rompiendo las barreras internas del film y dando cuenta de que toda obra se produce y comparte en el contexto de una Institución Arte, la actriz protagonista y la directora aprovecharon la llegada del film para intervenir sobre el mundo del cine, la institucionalidad de los Premios César franceses y la sociedad de conjunto.

 

Manifestantes en Paris durante la entrega de premios

El pasado 28 de febrero se celebró la 45° ceremonia de los premios César en París. Días antes de la entrega de los premios ya se vivía un ambiente de indignación por parte del movimiento feminista francés debido a la nominación a Mejor Director a Román Polanski, que cuenta con una sentencia por violar a una menor de edad en Estados Unidos y numerosas denuncias de abuso sexual en Francia. La actriz protagonista del filme “Retrato de una mujer en llamas” Adéle Haenel ya advertía “Premiar a Polanski es escupirle en la cara a todas las víctimas de abuso”.

El día de la premiación organizaciones feministas y mujeres se agruparon en la puerta del Salle Pleyel exigiendo que se deje de legitimar a violadores como Polanski. Allí levantaron sus carteles que decían «El premio al mejor violador es para…» «Polanski Violador, el cine cómplice». Las protestas fueron duramente reprimidas por el gobierno de Macron con gases lacrimógenos y dejando un saldo de dos detenidas, como la millonaria industria cinematográfica, Macron también cuida la impunidad de los abusadores.

En el momento en el que el premio a Mejor Director es efectivamente entregado a Polanski (que había decidido no asistir al evento) la ya mencionada actriz Adéle Haenel se levanta y se retira del salón gritando “¡Vergüenza!”, a ella le siguen, primero la directora de la película Céline Sciamma y luego decenas de actrices y actores.

El 8 de marzo, en la movilización por el Día Internacional de la Mujer Trabajadora, miles de manifestantes tomaron las calles de Francia. Además del reclamo general por el fin de la violencia y las denuncias al gobierno por su reaccionaria reforma jubilatoria, muchas de las pancartas y pintadas se alzaron con la misma frase: “Merci Adéle”, en agradecimiento a la actriz por su acto de valentía al enfrentarse a la consagrada institución cinematográfica. En Francia el movimiento de mujeres irrumpe en todas las esferas de la vida, incluido en el arte, pese a su construcción como una institución elitista, separada de la realidad.

Sobre la película

La película narra el encuentro y la limitada relación de dos mujeres en el siglo XVIII. A pesar del origen aristocrático-burgués de los personajes, el hecho de ser mujeres las condena a ciertas opresiones dentro de su clase social: el matrimonio como institución económica a la que Héloïse se ve forzada para mantener el status de su familia, el veto a Marianne que como artista mujer no puede hacer retratos de hombres, la clandestinidad y precariedad de los abortos a los que se ve sometida Sophie, la empleada en la mansión de la familia.

Heloïse (Adele Haenel) es obligada a casarse con un noble que no conoce para sostener el nivel económico de su familia. Como condición para su casamiento, la tradición exige que sea retratada y es por eso que su madre encarga la tarea a Marianne (Noemí Merlant). El retrato como el matrimonio imponen un rol pasivo a Heloïse, que ella enfrentará, luchando por ser sujeto en su propia vida.

Las protagonistas buscan escapar a estas imposiciones construyendo un espacio imposible en los días en que la madre –la autoridad- se va de la casa y las deja solas. Entre las tres, construyen una especie de “comuna feminista”, eliminando barreras de clase (comparten juegos y trabajos con Sophie, la empleada), hablan de poesía, leen, cocinan juntas, etc. Es un espacio idealizado – e imposible- de convivencia femenina como canal para el desarrollo individual y colectivo, a través de la cultura y el arte, que ya era idealizado por Heloïse cuando prefiere el encierro del monasterio al yugo del matrimonio. Sin embargo, la ruptura del mandato hetero-patriarcal nunca se plantea seriamente, la única salida imaginable para la protagonista es el suicidio. Las formas de resistencia se centran en la clandestinidad y en el arte como forma de escape a la vigilancia de la madre de Heloïse y de los mandatos patriarcales.

La representación de la máxima libertad se encuentra el personaje de Marianne que, al no estar obligada a casarse y vivir de su profesión, escapa a ciertas imposiciones que pesan sobre su género, reflejando un ideal de mujer independiente, culta, artista, que adelanta lo que el feminismo burgués vendría a reclamar para las mujeres de clase alta. Así lo expresan medios representantes de la ideología burguesa “progre”, como Página12: “es un relato de crecimiento personal que es también una fábula sobre la educación sentimental, tierna, explosiva e inolvidable. Abandonando la contemporaneidad de sus tres películas previas, la realizadora elige el pasado para hablar de las mujeres de hoy en día, del espíritu de esta época”1. Pero en el presente, con el poder que da la organización, las mujeres vamos mucho más allá de estas formas incipientes de rebelión.

La relación del film con el público se plantea dentro de estos límites. La figura de Marianne produce empatía porque su libertad individual coincide con el ideal feminista burgués, valores hegemónicos que tienen llegada en los espectadores.

Por otro lado, la elección de época muestra opresiones situadas en un pasado remoto, pre-capitalista, que necesariamente es percibido como lejano por sus espectadores. La película puede conmover a la audiencia enfatizando el contraste entre pasado y presente, generar un efecto de distanciamiento, provocar un juicio negativo desde un presente donde estas opresiones aparecen como “antiguas”, injustas, y lejanas a la realidad.

Lejos de ser una esfera cerrada y autónoma de la realidad, el cine como producto y como institución se ve sacudido por los enormes movimientos de lucha que conmueven al mundo hoy: así se vio con la premiación que lograron películas como Parasite en los Oscar, películas que hablan de un profundo descontento frente a la profundización de la desigualdad capitalista, o el documental American Factory también premiado durante los Oscars, en la que su directora cerró el discurso con un llamado a la unión de los trabajadores del mundo (https://izquierdaweb.com/marx-en-la-ceremonia-de-los-oscar/).

 

Las actrices Adele Haenel y Noémie Merlant junto a los actores de Parasite, Song Kang-ho y Choi Woo-Shik.

Estos cambios en “el mundo del espectáculo” son un reflejo distorsionado del profundo cuestionamiento al capitalismo y las opresiones de género y raza que crecen por abajo, que son los únicos que pueden transformar la realidad.

Es en las calles donde la rebeldía contra el sistema encuentra su fuerza: en Francia como en Argentina, el reclamo de las actrices no se queda en el escándalo mediático, sino que se hermana al movimiento de mujeres tomando las calles por sus derechos. La salida que encuentran las protagonistas de Retrato de una mujer en llamas – el arte como lugar compensatorio de la realidad opresiva – promete ser ampliamente superado por el movimiento en las calles, el único que puede realmente patear el tablero y hacer saltar por los aires todas las estructuras de opresión hacia las mujeres.

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