Economía política del populismo

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Pasando ahora a los fundamentos materiales del populismo, es sabido que consistió, básicamente, en un capitalismo de Estado. ¿Cómo definir ese capitalismo de Estado? Según el ya citado Milcíades Peña, es ni más ni menos que el Estado actuando como un capitalista más.

Es decir, se trata –en determinadas circunstancias– del paso a manos del Estado de la gestión directa de determinadas ramas de la economía. No se trata de que toda la economía vaya a ser estatizada7; las empresas estatales conviven codo a codo con las privadas. Pero en estos casos, el Estado tiene en sus manos una parte proporcionalmente mayor de la economía que lo acostumbrado.

Lógicamente, esto ocurre en determinadas circunstancias históricas, económicas y políticas: en general, el “bonapartismo sui generis”, por su mismo lugar particular de árbitro y mediador, necesita de esta ampliación de su base de sustentación económico-social que le dan las empresas estatales.

Aquí cabe agregar dos elementos. Primero, que este movimiento “estatizante”, mediado por el otorgamiento de una serie de concesiones a las masas, de ninguna manera significa por sí mismo un cuestionamiento al capitalismo como tal. Dentro de las empresas estatales –con “infracciones” aquí y allá– sigue funcionando la ley del valor-trabajo. Un ejemplo es la propia PDVSA, en la cual el gobierno chavista se apresuró a desmontar el control obrero puesto en pie luego del paro-sabotaje y, hoy, ni siquiera se aviene a actualizar el convenio laboral con sus trabajadores.

Es decir, la estatización no resuelve por sí un curso anticapitalista. Como dijimos, expropiar a la burguesía es una medida político-social (liquidar a la clase explotadora y dominante) con consecuencias económico-estructurales; no lo inverso.

Por otra parte, si en los países semicoloniales se considerase que en general toda medida de estatización de empresas imperialistas tiene a priori un carácter “progresivo”8en lo que hace a los grados de independencia del país respecto de los centros imperialistas, de aquí no se sigue que esta “progresividad” pueda ser evaluada abstractamente. Su carácter debe ser analizado de manera concreta, porque no todas las estatizaciones son iguales.

No es de extrañar que esta cuestión diese lugar a una histórica polémica de Milcíades Peña con Rodolfo Puiggrós respecto del carácter de la estatización de los ferrocarriles ingleses bajo Perón (para Peña, no se había tratado más que de una “historia de hierros viejos”).

Cabe aquí otra consideración metodológica de importancia. El argumento de los socialistas nacionales para justificar toda nacionalización “sin importar en qué condiciones económicas” –por ejemplo, con jugosas indemnizaciones y configurando un negocio mayormente improductivo– era que en estas “nacionalizaciones” lo decisivo no estaba en su valor “económico-productivo”, sino en el hecho de que el país había “comprado soberanía”.9 Pero es evidente que el uso improductivo de los dineros y reservas del país, a la postre, no pueden significar una mayor soberanía, sino un mayor sometimiento a la economía mundial capitalista.

Muy agudamente, contra los representantes del “socialismo nacional” de su época, señalaba Peña que “desde el punto de vista general histórico, la circunstancia de que países semicoloniales como la Argentina nacionalicen inversiones imperialistas constituye un paso adelante en el camino de su emancipación nacional (…). Pero juicios tan generales, que sustituyen lo concreto por lo abstracto, son particularmente estériles y ayudan bien poco a ubicar la realidad estudiada. Se necesita otro método para apreciar el significado de los acontecimientos contemporáneos, los cuales requieren un enfoqueconcreto, implacablemente concreto” (La clase dirigente argentina frente al imperialismo, Buenos Aires, Fichas, 1973).

Porque “no se trata de saber si, en general, es progresiva [una nacionalización] cuando se estudia la nacionalización de inversiones imperialistas en un país dependiente; es preciso plantear el problema en términos concretosesta nacionalización tuvo un sentido anticapitalista, aquella nacionalización sirvió al imperialismo, etc. Por el contrario, los apologistas de las nacionalizaciones plantean el problema abstractamente, desde el punto de vista del año 3000” (ídem).

Esto es, “en sí misma, la nacionalización de inversiones imperialistas no tiene un contenido ni pro ni antiimperialista, y en cada caso debe ser estudiada por sus propios méritos. En ningún caso la nacionalización de una o varias empresas puede, por sí sola, independizar a un país del imperialismo. Pero las nacionalizaciones, si son impulsadas por la lucha revolucionaria contra el imperialismo –o si se trata de un proceso revolucionario a raíz de una nacionalización resistida por el imperialismo– asestan un golpe tremendo a la propiedad privada capitalista. En este caso, las nacionalizaciones constituyen medidas de transición que, sin liquidar el dominio imperialista, le asestan un serio golpe. Que determinen o no el fin de la explotación imperialista depende de que el proceso avance o no hacia el socialismo. Si esto no ocurre, las nacionalización queda como un episodio más de la relación entre el imperialismo y el país dependiente, dando a las clases dominantes de este un margen más o menos amplio que el que tenían antes para partir sus ganancias con el imperialismo. De esto último a la descolonización media la más amplia distancia imaginable, como lo prueban las experiencias del petróleo en México e Irán” (ídem).

Peña continúa su razonamiento citando el argumento de un “socialista nacional”: “Es completamente falso (…) peronismo- restar valor a las nacionalizaciones porque ellas hayan sido con pago y afectasen a empresas que habían dejado de ser lucrativas para el imperialismo. En el futuro (…) se olvidarán los aspectos secundarios del proceso de nacionalizaciones y sólo se tendrá en cuenta el hecho decisivo de las nacionalizaciones mismas”. En la cita transcripta, retoma Peña, “se encuentran netamente acusados los dos vicios fundamentales del oportunismo llamado marxista [y que tan bien describen a nuestros “socialistas nacionales” del siglo XXI. RS]: la adoración de los hechos consumados y el olvido de los intereses y de la acción independiente del proletariado” (ídem).

Hay en verdad poco que agregar a esta brillante exposición, que pinta de cuerpo entero y en todo lo que tiene de esencial el tipo de posición que estamos criticando.10 Porque es precisamente ese enfoque “implacablemente concreto” el que se necesita para analizar las “nacionalizaciones” chavistas o la resultante final de la “nacionalización” del gas en Bolivia.

Nacionalización ésta última que, según el mismísimo ex ministro Solís Rada, inicialmente a cargo de ejecutarla, ha resultado una cáscara vacía, que representa sólo un aumento de la renta que ingresa anualmente al Estado por los hidrocarburos… y no mucho más.11

Un reciente y muy serio informe acerca de la marcha de la economía venezolana plantea un panorama similar en ese país: “En los seis meses pasados, el gobierno decidió acelerar su ofensiva en pos de su meta anunciada del «socialismo del siglo XXI», nacionalizando la gigantesca compañía de telecomunicaciones CANTV y algunas empresas de generación eléctrica (sector que ya estaba en manos del Estado en más de un 80%). También adquirió la condición de accionista mayoritaria en las empresas mixtas de riesgo compartido con las compañías petroleras extranjeras en la cuenca del Orinoco. Es importante, sin embargo, asignarle a estos cambios su justo valor. La energía eléctrica y las telecomunicaciones eran servicios públicos estatales hasta los 90. A esas empresas se les indemnizaron plenamente sus bienes (…). En el sector petrolero (…) las reservas de crudo pesado venezolanas (…) están consideradas actualmente entre las más grandes del mundo, de modo que las empresas extranjeras cuentan con grandes incentivos para seguir participando (…). En definitiva, las medidas del gobierno venezolano tendientes a aumentar la participación del Estado en la economía no han implicado ninguna nacionalización a gran escala, ni planificación estatal, y han tenido el buen cuidado de no asumir funciones administrativas que superen su capacidad actual (…). El gobierno ni siquiera ha incrementado la participación del sector público en la economía. El gasto del gobierno central asciende al 30% del PBI, muy por debajo de países capitalistas como Francia (49%) o Suecia (52%)” (“La economía venezolana en tiempos de Chávez”, Mark Weisbrot y Luis Sandoval, Center for Economic and Policy Research).

En resumen, se ha tratado en ambos casos de estatizaciones plenamente burguesas–“debidamente” indemnizadas– y de ninguna manera en escala masiva; y en el caso de Venezuela, en un país con gran tradición de peso estatal en la economía.12 Pero nuestros nuevos “socialistas nacionales” están muy lejos del método marxista –y científico en general– de ver las cosas tal como son: en tanto “apologistas” de las medidas de Chávez y Evo Morales, no dudan en lanzarse al apoyo de cuanta medida supuestamente “progresiva” tomen éstos.

Hay también otro aspecto de gran importancia en lo que hace a la economía política del populismo: el surgimiento, favorecido desde el gobierno, de una nueva burguesía al amparo de los negocios con el Estado (mala sucedánea de la mítica “burguesía nacional”). En el caso del peronismo de los 40 del siglo pasado, fue la llamada burguesía “cupera”. En la Venezuela actual, se trata de la “boli-burguesía” (burguesía bolivariana), que ahora hace sus primeras armas políticas dentro del PSUV.

En declaraciones a la revista The Economist, señalaba al respecto Muller Rojas (general del ejército ya jubilado, hasta hace poco jefe de gabinete de Chávez y miembro del ala izquierda del chavismo): “Algunos de los discursos de Chávez son para la tribuna. Le daré un ejemplo: el ataque contra la burguesía”. Como muestra de esta demagogia, Muller se refiere a los bancos, que son “la expresión mas extrema de la burguesía”, pero a la vez “el sector más favorecido de la economía desde que Chávez llega al poder en 1999” (citado por La Nación, 11 de agosto de 2007).

Aquí aparece otro rasgo clásico. La única burguesía nacional “realmente existente” no ha sido otra que el propio capitalismo de Estado. Porque, como ya hemos señalado, el nacionalismo burgués termina representando a una clase, en el fondo, políticamente ausente. Y en las condiciones del siglo XXI, esta “ausencia” no es sólo política: es estrictamente material dada la inextricable relación de los grupos capitalistas de origen “nacional” con los monopolios multinacionales.

Esto no niega, sin embargo, que los gobiernos nacionalistas burgueses hayan creado -al amparo de los negocios del Estado– una capa burguesa específicamente enriquecida bajo su tutela, y que goza de las mieles de la corruptela estatal. En todo caso, prácticamente a esta capa se reduce toda la “burguesía nacional”.

Esta definición nos lleva a toda la literatura existente respecto del balance histórico de las experiencias populistas, que señala sus límites orgánicos en tanto que proyecto dedesarrollo nacional, que tienen que ver con la no ruptura con el capitalismo.

En este sentido, y a pesar de sus ilusiones chavistas, el investigador Atilio Borón plantea respecto del balance del populismo algunos aspectos de manera muy aguda. Señala que los nuevos gobiernos centroizquierdistas de la región proclaman con ciego entusiasmo (desde el punto de vista del balance histórico) su confianza en culminar exitosamente su marcha hacia el desarrollo transitando por una ruta que fue clausurada hace mucho tiempo. Pese a la abrumadora evidencia, el mito del desarrollo capitalista nacional y su premisa, la existencia de una burguesía nacional, seguiría ejerciendo una enfermiza (e interesada) atracción en la dirigencia “progresista” latinoamericana.

Señala Borón: “Raúl Zimbechi (…) cita una categórica afirmación de Samir Amin diciendo que ya no hay más una burguesía nacional (si es que alguna vez la hubo). Afirmación un tanto excesiva, pero que contiene importantes elementos de verdad. Algunos países de las metrópolis capitalistas todavía se caracterizan por la presencia de ciertos conglomerados empresariales equivalentes a una «burguesía nacional». Con relación a la Argentina, el último intento de burguesía nacional que hubo fue Perón. No creo que haya actualmente una burguesía nacional en la Argentina. Existe una burguesía compradora que imagina su enriquecimiento como proyecto, en el marco del capitalismo global tal como es, sin ambición alguna de modificar los términos de este capitalismo(…). El peronismo trató de insuflarle los bríos necesarios para cumplir con su supuesta «misión histórica» a esa clase; en realidad, un movimiento heteróclito de empresarios sin ninguna visión de conjunto ni proyecto nacional” (Atilio Borón, “El mito del desarrollo capitalista nacional en la nueva coyuntura política”, Argenpress).

Pero si a mediados del siglo pasado, la “burguesía nacional” Argentina no era más que un “movimiento heteróclito de empresarios sin ninguna visión de conjunto ni proyecto nacional”, ¿qué margen para cosa superior puede quedar para el mundo de hoy, el del capitalismo mundializado?

Una pista la podemos tener con el interesante el análisis del proyecto del Banco del Sur que presenta Eric Toussaint, insospechado de ser crítico del chavismo. Comenta que “el texto redactado entre Argentina y Venezuela (el 29 de marzo del 2007) tiene elementos que provocan a la vez sorpresa y rechazo (…). El diagnóstico de partida incluye elementos perfectamente compatibles con la visión neoliberal –la visión del Banco Mundial (…)– sobre las causas de las debilidades de Latinoamérica. El texto pone en evidencia que «el escaso desarrollo de los mercados financieros» es la causa principal de los problemas. Las consideraciones generales precisan que es «necesario promover la constitución de empresas multinacionales de capital regional», sin especificar que sean públicas, privadas o mixtas” (E. Toussaint, “Sobre las circunstancias que afectan la creación del Banco del Sur”, Correspondencia de Prensa).

El proclamado Banco del Sur no sería entonces un instrumento para ir más allá del capitalismo, sino para darles mayores márgenes de maniobra a los gobiernos de la región para la promoción de las “multilatinas” (sucedáneo moderno de la burguesía nacional). Aunque rompa en mil pedazos las ilusiones y los corazones de nuestros socialistas nacionales… ¡es hasta aquí donde puede llegar todo el “anticapitalismo” del que el gobierno chavista es capaz!

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