En un reportaje que el propio Milei compartió en sus redes, habló de que aun quedan «unas 3000 reformas» por llevar adelante y que «con la composición actual del Congreso será muy difícil que salgan», por lo que piensa avanzar con ellas por decreto.

En una nueva muestra de que los «liberales» no son más que promotores de un capitalismo esclavista autoritario, Milei ensaya la idea de convertirse en un «Bonaparte», un emperador al que no se le puedan cuestionar sus decisiones ni someterlas a debate.

Convencido de que su triunfo electoral (balotage mediante) le da una legitimidad política para hacer prácticamente cualquier cosa, Milei aprovecha su caudal electoral para intentar hacer pasar contrarreformas de neoliberalismo salvaje en el país, como las privatizaciones, la reforma laboral y la jubilatoria, además de un durísimo ajuste que está impactando gravemente sobre la población trabajadora.

En ese sentido y haciendo gala de su ya clásico conspiracionismo, en la misma entrevista consideró que hay «cero posibilidades de un estallido social» y que si pasara algo así tendría una «motivación política» orquestada por «los gobiernos de izquierda».

Es llamativo como la derecha nunca concibe la idea de que la sociedad y los trabajadores tomen en sus manos la cuestión social manifestándose en la calle, aunque sea espontáneamente. Para ellos siempre hay alguien detrás que mueve los hilos tras bambalinas… y esta subestimación patética de la capacidad de la clase trabajadora de resistir y organizarse contra los ataques viene de gente que supuestamente pone en lo más alto el valor de la libertad.

La idea de que los estallidos sociales siempre son conspiraciones orquestadas es ya un lugar común de la derecha en nuestro país, que todavía sigue repitiendo lo mismo después de la enorme rebelión popular de 2001. Más ridículas son todavía las acusaciones cuando se dirigen al peronismo que, muy por el contrario, ha sido históricamente el mejor guardián del «orden» social capitalista del país.

Con estas declaraciones, Milei intenta abrir el paraguas para futuras manifestaciones o choques sociales que seguramente sus propios ataques motivarán, acusando a quienes participen de tener «intereses políticos» (como si defender derechos en la calle no fuera de por sí «político») u organizado por «gobiernos de izquierda», que en el caso de Milei es una categoría donde entra prácticamente cualquier otro gobierno del mundo menos el suyo.