Argentina: Murió Carlos Menem, emblema de la década neoliberal

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  • A los 90 años, falleció el ex presidente, ex gobernador y ex senador que encabezó la política de entrega de la década de los 90’.

Federico Dertaube

Sus patillas emulaban al caudillo Facundo Quiroga para darse un aire de representación tradicional popular del interior, de quienes habían encabezado el enfrentamiento de la hegemonía de los comerciantes de Buenos Aires. Todavía hoy la bandera de La Rioja tiene la franja roja de los federales. Llegado a la presidencia, se cortó el pelo y las patillas para adoptar los gestos de su cargo y su política, su alineamiento con los capitalistas de más alta alcurnia locales y extranjeros.

Pasó de posar como caudillo tradicional a pasearse en Ferraris con celebridades, codearse con George Bush y cultivar una imagen mediática más parecida a la de un programa de chimentos que a un noticiero.

Recibido de abogado en 1955, en los años de la Revolución Libertadora fue asesor legal del peronismo, particularmente de los jerarcas de la CGT. En 1957 fundó en su provincia la Juventud Peronista. En esos años logró ir ganando peso en las filas del peronismo coqueteando de manera permanente entre todas sus tendencias, el ala “dura” y el ala de la negociación con los militares que impusieron su proscripción. En 1963 intentó ser candidato a diputado por la Unión Popular pero no pudo asumir porque el gobierno de facto no se lo permitió.

Apoyándose en su peso en el peronismo de la provincia, quiso ser candidato a gobernador en 1964 pero la política del llamado al voto en blanco de Perón le impidió hacerlo.

Hacia 1972 ya había logrado ubicarse entre las altas esferas del peronismo. Se hizo conocido en todo el país por formar parte de la comitiva que acompañó a Perón en su regreso.

Con esa posición conquistada, fue candidato a gobernador de su provincia al año siguiente como parte de las listas de Héctor Cámpora y Solano Lima. Olfateando siempre los aires de época, al principio simuló una alineación con la Tendencia Peronista y el ala “izquierda” del peronismo representada por el nuevo (y breve) presidente. Triunfó en las elecciones de manera arrasadora con el 57% de los votos y festejó en un pueblito del interior de la provincia, San Antonio, con asado, vino y música. Lo hizo en el aniversario del levantamiento de Juan José Valle contra el régimen de la Libertadora. Durante su primer período no ahorró en gesticulaciones de “izquierdismo”, se alió con el obispo Angelleli, que participó de la organización de sindicatos y cooperativas obreras, impulsó la expropiación de un latifundio y fue finalmente desaparecido por la dictadura militar.

Pero luego del “Navarrazo”, el derrocamiento del gobernador de Córdoba Obregón Cano (cercano a la izquierda peronista) por el gobierno peronista nacional, se acomodó rápidamente de nuevo. Luego de la muerte de Perón, se alineó completamente con Isabel. Así los describía “El Caudillo”, la revista de la Triple A por esos años, en su número del 5 de marzo de 1975“Por todo esto el joven gobernador de la Rioja se ganó el cariño y la amistad de todo un pueblo, por su sinceridad, por su nacionalismo auténtico, porque se juega, porque es un ejemplo para muchos que “dialogan” con los traidores, por gustarle más el cargo o por cobardes, ya que son cómplices del liberalismo y del marxismo”. En la entrevista concedida a esa revista defendió la intervención militar de Tucumán conocida como el Operativo Independencia, que sería el comienzo del genocidio generalizado después del 24 de marzo de 1976.

Luego del golpe, fue encarcelado pero tratado con indulgencia por la dictadura militar.

En 1983 logró volver a ser electo como gobernador en su provincia natal, en los años del gobierno de Alfonsín. El peronismo quedó muy golpeado por su derrota en esos años y él fue quien encabezó la tendencia de la “renovación” que lo convirtió en candidato a presidente tras triunfar en las internas del PJ contra Antonio Cafiero en 1989.

“La Revolución Productiva” fue su promesa de campaña. Antes de triunfar, hasta el último momento, siguió sosteniendo su retórica izquierdista, la que había abandonado en 1973. Cuando hablaba antes de las elecciones nada decía de privatizaciones, reformas laborales, alineamientos incondicionales con Estados Unidos. Pero los vientos de esos años tenían una dirección clara luego de los triunfos de Reagan y Tatcher en Estados Unidos y el Reino Unido. Y nuevamente, Menem supo alinearse.

La crisis de la hiperinflación de 1989 lo precipitó al triunfo electoral. Alfonsín tuvo que abandonar por adelantado el cargo y Menem asumió la presidencia argentina el 8 de julio de 1989. El primer gran problema con el que tuvo que lidiar fue precisamente el de la crisis hiperinflacionaria.

Apenas asumido, logró aprobar la Ley de Reforma del Estado, que abrió las puertas a la privatización masiva de las empresas del estado. Todas ellas vinieron acompañadas de despidos masivos, irregularidades y escándalos de corrupción. La venta de las empresas estatales se hizo a precio vil, entregando por monedas los ferrocarriles, YPF, Aerolíneas Argentinas, la electricidad y el gas, etc.

Fue entonces que se tuvo que enfrentar a la resistencia de los trabajadores. Grandes huelgas hicieron frente a los despidos masivos a lo largo del país. Pero eran años duros para el movimiento obrero, que estaba siendo derrotado a lo largo de casi todo el planeta. Salvo excepciones, la derrota de la clase trabajadora marcó los destinos del país a lo largo de toda la década siguiente.

Pero la crisis económica y la recesión todavía a 1990 eran duras. Con el dinero recaudado por las privatizaciones logró paliar el déficit fiscal. También fue entonces que Menem reformó la recaudación de impuestos: con la suba del IVA y la creación de la cuarta categoría del impuesto a las Ganancias, hizo que cada vez más recayeran sobre la mayoría trabajadora.

Sin embargo, su política de ajuste fue “exitosa”, logró contener la inflación y estabilizar la situación económica. Ese primer triunfo fue el que le aseguró la hegemonía política que le garantizó diez años en el poder.

Ya con Domingo Cavallo en el Ministerio de Economía, la “convertibilidad” fue emblema de su “modelo” económico a lo largo de los años siguientes. Esta política económica implicaba que el estado con sus reservas garantizaría la relación de 1 a 1 entre el dólar y el nuevo peso convertible. Abriendo también las restricciones del comercio exterior y de los movimientos de capitales financieros, sosteniendo la relación peso-dólar, es que hubo algunos años de ficticio poder de compra con la moneda nacional.

Pero la relación entre monedas nacionales no es una puramente financiera, ni está determinada únicamente por la emisión (como sostiene el dogma monetarista), ni puede sostenerse por decreto: las relaciones de cotización son también de productividad nacional. Un país con una moneda que cotice igual que el dólar debe ser uno capaz de competir con Estados Unidos. Lo que sucedía en esos años era exactamente lo contrario: la destrucción de los tendidos ferroviarios, los cierres de industrias enteras que tenían que competir directamente con las importaciones de los países imperialistas, la creciente crisis de auto abastecimiento energético con las privatizaciones hicieron de Argentina uno cada vez menos competitivo en términos internacionales. La convertibilidad era una bomba de tiempo.

Para ganar “competitividad” entonces, el menemismo rifó la infraestructura nacional y optó por imponer las reformas laborales. La precarización, la tercerización, la flexibilización laboral se generalizaron por esos años. Producto de esa derrota es que las nuevas generaciones de hoy tienen condiciones laborales y de vida infinitamente por debajo de los trabajadores de generaciones anteriores.

A lo largo de la década, lo recaudado con las privatizaciones y las reformas impositivas se fueron haciendo cada vez más y más insuficientes para sostener la convertibilidad y fue creciendo la deuda externa a niveles nunca antes visto. Esos fueron también los años de los acuerdos con el FMI, del Consenso de Washington y los ajustes.

Con la privatización de las jubilaciones y la creación de las AFJP logró también ingresos extraordinarios de capitales que buscaban hacer negocios con las jubilaciones. No se invertía en innovación, nuevas tecnologías, producción sino en generar ingresos para los bancos a partir de lo ahorrado durante toda la vida por millones de trabajadores. Como es sabido, esa política culminó con el fraude masivo, con los bancos quedándose con los ingresos de los jubilados y el estado paliando con sus fondos el desastre.

Todavía en su primer mandato, hizo aprobar sus leyes educativas: la Ley de Educación Superior y la Ley Federal de Educación, duramente resistidas por el movimiento estudiantil. La primera convirtió a la educación universitaria en un “servicio”, generalizó nuevos planes de estudio que recortaban contenidos para convertirlos en posgrados pagos, creó la CONEAU y con ella arremetió contra la autonomía. La segunda desmanteló el sistema nacional de educación, poniendo a su cargo a las provincias y garantizando largos años de desinversión.

Los cientos de miles de despidos crearon en pocos años una masa creciente de desocupados, que se fue consolidando año tras años hasta gestar una crisis social como hacía mucho no se veía. El año 1996 sería el del “cutralcazo”: la ciudad de trabajadores petroleros sería la de la rebelión de los desocupados, la del nacimiento del movimiento piquetero.

Como presidente directo de los negocios, era completamente natural que Menem hiciera los suyos propios. El escándalo de la venta ilegal de armas a Ecuador y en la guerra de los Balcanes tuvo por culminación la explosión de Río Tercero, que logró destruir toda prueba de los escándalos de corrupción que manchaban al presidente. Una ciudad entera tuvo que ver su ciudad envuelta en humo y llamas para que los negocios siguieran en marcha sin las molestias de la opinión pública y algún juez poco agradecido.

La crisis de la convertibilidad se transformó en crisis de deuda. La política económica se fue transformando en una fuga hacia adelante que terminó explotando en las manos del gobierno de De la Rúa, que sostuvo hasta el final la política económica del menemismo pero con una cara de “seriedad” que el riojano no tenía.

Los barrios de la desesperación gestaron la rebeldía de los oprimidos. Las organizaciones de masas de desocupados crecieron hasta poner contra las cuerdas al régimen político. La herencia de Menem fue jaqueada por las jornadas del 19 y 20 de Diciembre del 2001. El derrumbe del gobierno de la Alianza fue un triunfo popular que obligó al estado capitalista argentino a cambiar sus formas, a hacer algunas reformas, a terminar con algunas de las más odiadas consecuencias de la fiesta capitalista de los 90’. El kirchnerismo fue la respuesta política de la clase dominante a la rebelión de masas.

La rebelión del 2001 significó también la muerte política de Menem. En sus últimos años logró vivir con tranquilidad porque el régimen político se lo permitió, logrando convertirse en senador en sucesivas veces siendo parte de las listas nacionales del peronismo encabezadas por el kirchnerismo en la presidencia. Murió el día de hoy impune, sin pagar por ninguno de sus crímenes: ni los políticos y económicos contra la clase trabajadora, ni los que hicieron de él poco más que un delincuente común.

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