Tras las huellas de la Rosa más roja

Una crónica de viaje y reflexión sobre la memoria histórica.

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“La Rosa roja ahora también ha desaparecido

Dónde se encuentra es desconocido

Porque ella a los pobres la verdad ha dicho

Los ricos del mundo la han extinguido.”

Bertolt Brecht

De acuerdo a Trotsky, la socialdemocracia alemana tuvo una enorme influencia entre su generación militante, pues representó una “escuela socialista” de la cual aprendieron grandes lecciones, ya fuera por sus éxitos como por sus fracasos. En razón de eso, concluyó, no fue “solo un partido de la Internacional, fue el partido por excelencia”[6].

Lo anterior, deja en claro la importancia que el SPD tuvo en la formación del movimiento obrero y socialista europeo, particularmente en la etapa de oro de la II Internacional que, en términos generales, podemos ubicar en el período comprendido desde su fundación en 1889 hasta su bancarrota política en 1914, cuando estalló la “Gran Guerra” y sus principales partidos votaron a favor de los créditos para financiar la rapiña militar, olvidándose de sus anteriores proclamas contra un eventual conflicto bélico por su eminente carácter imperialista.

Empezamos con este dato histórico para graficar una idea que, durante décadas, fue asumida como una verdad incuestionable por la mayoría de la militancia revolucionaria a inicios del siglo XX, a saber, que Alemania sería el epicentro de la futura revolución socialista en Europa y, por ende, Berlín sería su capital política.

Dicha suposición se sustentaba en hechos materiales convincentes. Además del indiscutible dinamismo del imperialismo germano, en ese país se desarrolló un poderoso partido que fundó una cultura socialista de masas entre la clase obrera. El SPD fue un partido excepcional en muchos aspectos; en su momento de mayor apogeo (previo a la primera guerra mundial) dirigía una inmensa red institucional, por la cual fue catalogado como un “Estado dentro del Estado”: tenía un millón de militantes y sumaba 110 diputados en el Reischtag; los sindicatos que dirigía contaban con dos millones de afiliados; estableció un sistema de universidades populares, bibliotecas y sociedades de lectura para su militancia; poseía 90 periódicos con 267 periodistas permanentes, tres mil obreros y cientos de administradores[7].

Dentro de este universo militante destacó una mujer que, aunque pequeña por su estatura, rápidamente se transformó en una gigante por la profundidad de su pensamiento y la agudeza de su pluma. Nos referimos a Rosa Luxemburgo, la cual supo emplear esas dos “armas” para abrirse paso en un ambiente partidario dominado por notables figuras masculinas y, más significativo aún, provocar pánico entre los principales representantes burgueses durante la revolución, cuando el régimen autocrático alemán crujió en medio de la debacle por la derrota militar y el impacto de la revolución rusa, cuyos ecos rápidamente estremecieron las fábricas y barriadas obreras de Berlín.

En vista de lo anterior, esperábamos encontrar muchas referencias de las jornadas revolucionarias que azotaron la ciudad en 1918 (cuyas ondas se extendieron hasta 1923), pues de ese episodio histórico surgió la república democrático-burguesa que, grosso modo, moldeó muchas de las instituciones y símbolos que rigen el país actualmente. Pero, contrariamente a nuestras expectativas, nos sorprendió el silencio que la burguesía alemana construyó en torno a la “revolución de noviembre”, de la cual prácticamente no existen señales visibles en Berlín y, cuando las hay, están sometidas a un verdadero vaciamiento histórico[8].

Por ejemplo, al llegar a la Estación Central compramos una guía turística oficial, compuesta por una serie de mapas y pequeños recuadros con información de la enorme cantidad de lugares sugeridos para visitar. Al llegar al hostel la revisamos para preparar nuestros recorridos en los días venideros, pero rápidamente percibimos lo que sería una constante en nuestro viaje: en sus páginas conviven las referencias de los sitios históricos sobre el nazismo y el estalinismo, con la infinita gama de bares y restaurantes de la ciudad, pero no aparece nada sobre la revolución alemana, Rosa Luxemburgo o la fundación de la república en 1918.

Así, en cuestión de pocas horas, comprendimos la verdadera escala de la cancelación de la experiencia y tradiciones obreras que, durante décadas, transformaron a Berlín en el epicentro del movimiento socialista internacional y escenario de una revolución que pudo mudar la historia universal. Muy diferente es lo que experimentamos en París, cuyas calles están saturadas de referencias históricas sobre las revoluciones de 1789, 1830, 1848 y la Comuna de 1871; prácticamente cualquier guía turística da cuentas de eso y, en muchos casos, se refieren a la ciudad como la “capital de la revolución social”, debido a la acumulación de eventos de ese tipo a lo largo de su historia contemporánea.

En contraposición, en Berlín son escasas las referencias históricas a la revolución alemana, porque las derrotas fueron tan profundas que cortaron los hilos de continuidad de la tradición histórica revolucionaria, lo cual generó vacíos en la consciencia histórica. Bajo el nazismo se destruyeron prácticamente todos los monumentos relacionados con la revolución. Aunado a eso, la reconstrucción del Estado germano en la segunda posguerra fue dirigido por el imperialismo estadounidense, que, en el marco de la guerra fría y con el peligro de la revolución acechando a nivel internacional, optó por hacer reformas sociales que dieron paso al “estado de bienestar social”. Así, las mejoras en las condiciones de vida de la clase trabajadora y los sectores populares fueron presentadas como una concesión otorgada desde arriba y no como una conquista de la lucha de clases.

Igualmente, el silencio sobre la revolución de noviembre dice mucho sobre el filtro de clase que mediatiza la construcción de la memoria. En la historia confluye una triple temporalidad: los hechos objetivos del pasado son interpretados desde un presente que reactualiza los enfoques constantemente, a la vez que intenta proyectarse sobre el futuro a ser construido. Esta dialéctica de la historia fue analizada por el historiador alemán Reinhart Koselleck, para quien el presente era el “punto de tensión” entre el pasado como “campo de experiencia” y el futuro como “horizonte de expectativas”[9].

Con respecto a la revolución alemana, aunque fue derrotada desde la perspectiva obrera y socialista, eso no implicó un retorno del antiguo régimen autocrático prusiano, el cual era inviable reestablecer por la crisis del viejo orden europeo tras la primera guerra mundial. Por el contrario, la revolución fue desviada -o traicionada- hacia una república burguesa, en la cual el SPD tuvo el poder en sus inicios para contener al movimiento obrero y, de esta forma, evitar el triunfo de la revolución anticapitalista para garantizar la continuidad del orden burgués. En otras palabras, en Alemania la república burguesa -también llamada “República de Weimar”- surgió como una concesión con trampa, la cual combinó el aplastamiento físico de la vanguardia obrera con la institucionalización de la democracia burguesa. Nos explicamos mejor: la burguesía sacrificó al régimen autocrático prusiano (concesión), accedió a establecer una república democrático-burguesa (mal menor) para bloquear la revolución socialista (mal mayor) y, de esta forma, garantizó su continuidad como clase dominante (objetivo estratégico).

De esta forma, la fundación de la república se transformó en un “huérfano” histórico. Para la burguesía fue resultado de la vergonzosa derrota en la guerra y una concesión para evitar una revolución obrera; en el caso del SPD, prefirió ocultarlo en la posguerra para no dar cuentas de la traición que cometió, producto de la cual fueron reprimidas y masacradas las masas obreras socialdemócratas que lucharon por el derrocamiento del Káiser. No en vano, se suele caracterizar a la República de Weimar como una “democracia sin demócratas”, pues fue un régimen con poco arraigo social en medio de la “era de los extremos” [10].

Para realizar ese trabajo sucio, el SPD desató a las hordas proto-fascistas de los Freikorps. Estos grupos paramilitares de ultraderecha contaron con el apoyo de los grandes “capitanes de la industria” que, por medio de la Liga Antibolchevique alemana, los financiaron con 500 millones de marcos. Estaban integrados por soldados que participaron en la primera guerra mundial, muchos de los cuales acarreaban severos traumas psicológicos por la experiencia sangrienta en las trincheras y el dolor de la derrota. Entre sus filas estuvieron varios personajes que, pocos años después, conformarían la primera plana de los grupos de choque del nazismo, como Ernst Röhm y Heinrich Himmler, dirigentes de las SA y las SS, respectivamente. Sus canciones y publicaciones no disimulaban su exaltación de la violencia y la misoginia; por ejemplo, era muy popular entre sus filas el canto “Sangre, sangre, sangre debe fluir, espesa como una lluvia de golpes”[11].

Contaron con total impunidad para asesinar, pues, como ordenó en su momento el ministro de guerra y dirigente socialdemócrata Gustav Noske, “Toda persona que sea vista luchando contra las tropas gubernamentales con armas en la mano será fusilada inmediatamente”[12]. Obviamente, esa orden se interpretó en un sentido muy amplio por los Freikorps, pues asesinaron a miles de personas (en su mayoría obreros y obreras comunistas) sospechosas de “portar” armas y, en algunos casos, a quienes estaban en edificios donde posteriormente se “encontraron” armas (el “gatillo fácil” es una práctica inherente a todo cuerpo represivo uniformado al servicio del Estado burgués).

Pero regresemos nuevamente a nuestro viaje a Berlín. Por pura casualidad, en la librería del Museo Neues conseguimos una guía turística de izquierda, con la cual descubrimos algunos puntos relacionados con la historia de la revolución y la represión contra la vanguardia obrera. Esto nos sirvió para medir el contraste entre la obsesión de la ciudad por exhibir los crímenes de los “totalitarismos” con el silencio en torno a las masacres en la revolución alemana.

Por ejemplo, visitamos un edificio ubicado en la Französische Straße 32, escenario de una de las tantas matanzas cometidas por los Freikorps, en este caso contra integrantes de la División de la Marina Popular. Este cuerpo militar se conformó al calor de la revolución y, aunque una parte respaldó al gobierno de Ebert, otra adhirió al levantamiento espartakista en enero de 1919. Debido a esto, la División fue disuelta y sus integrantes fueron citados de forma individual a dicho edificio en marzo del mismo año, donde fueron desarmados y, de forma aleatoria, treinta fueron seleccionados para ser fusilados en el patio. La historia de la masacre fue contada por un soldado que sobrevivió milagrosamente, el cual fingió estar muerto junto con los cadáveres de sus compañeros abatidos. Aunque se procesó judicialmente al comandante que dirigió la ejecución, fue absuelto porque declaró que seguía las órdenes de Noske que citamos anteriormente.

No hay ninguna placa o un “Stolpersteine” frente al edificio para recordar esta masacre, como tampoco hay sobre los 1.200 espartaquistas asesinados en las barriadas obreras por las Freikorps para derrotar la huelga general de marzo de 1919 (algunas fuentes estiman que la cifra real fue de dos mil asesinatos). Un silencio que nos recuerda que la memoria de la víctimas tiene un carácter histórico-político instrumental y, para el caso berlinés, está en función del relato liberal burgués funcional al imperialismo alemán en la actualidad[13].

Ese trabajo sucio contrarrevolucionario, repetimos, fue ejecutado por la socialdemocracia del SPD, el cual jugó un rol fundamental en la reconstrucción del Estado burgués en la segunda posguerra. De hecho, el actual canciller alemán Olaf Scholz es integrante de ese partido. Por ese motivo, el establishment burgués germano colocó debajo del “tapete de la historia” los métodos proto-fascistas que aplicó la socialdemocracia para aplastar la revolución de noviembre, pues colocan en entredicho los “atestados” democráticos de sus principales dirigentes históricos que, a su vez, presidieron la República de Weimar en sus inicios. Asimismo, la historia de la revolución delata el carácter obrero y “revolucionario” que tuvo el SPD originalmente (aunque fuese en el sentido formal y difuso de los partidos amplios de la II Internacional); un espejo frente al cual no se quiere exponer en la actualidad, dado que se transformó en un representante directo del imperialismo alemán. En ese sentido, es comprensible que la revolución alemana como hecho fundacional de la república adolezca de cierta orfandad histórica, pues prácticamente ningún sector político del país la reivindica[14].

A pesar de eso, aún son visibles algunas huellas de la revolución, aunque son débiles en comparación con los memoriales y museos dedicados a las víctimas del nazismo y estalinismo. En nuestro andar por la ciudad nos encontramos con la Karl-Liebknecht-Straße y la Rosa-Luxemburg-Straße; pero esta grata sorpresa no tardó en disiparse, pues algunos kilómetros más adelante nos encontramos en medio de la Friedrich-Ebert-Straße, es decir, una calle dedicada a uno de los principales dirigentes del SPD que traicionó la revolución y, por ende, fue responsable político de los asesinatos de Karl y Rosa.

Hasta la fecha, Friedrich Ebert es catalogado como uno de los “pioneros de la democracia” en Alemania y, aunque se suele mencionar lo controversial de su legado por la represión acaecida bajo su mandato, rápidamente se insiste en que fue una respuesta necesaria para defender la nobel democracia ante las provocaciones de grupos ultraizquierdistas (por ejemplo, ver esta nota reciente de la televisora estatal DW). Eso es un ejemplo de vaciamiento de la memoria histórica, en este caso para embellecer el legado del SPD y, a la vez, desligar al partido de la responsabilidad que tuvo con la violencia que desataron los Freikorps.

Esto último incluye los hechos que rodearon la muerte de Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht, las principales referencias de la Liga Espartaquista contra los que apuntó la contrarrevolución. No exageramos cuando, líneas atrás, sostuvimos que la figura de Rosa generó pavor entre la burguesía y los sectores más reaccionarios; basta con recordar las palabras del General Georg Maercker, uno de los principales militares germanos de la época y artífice de las Freikcops, quien se refirió a la revolucionaria polaca en los siguientes términos: “Esta Rosa Luxemburgo es una diabla…Rosa Luxemburgo podría destruir hoy el Reich alemán y no ser tocada. No hay fuerza en el Reich capaz de oponerse a ella.”[15].

Por ese motivo, no sorprende que cuando ambos dirigentes revolucionarios fueron apresados por los Freikorps tras la fallida insurrección de 1919, se optó por su ejecución y no por detenerlos en una prisión, dado que eran figuras muy prestigiadas entre la clase obrera berlinesa y representaban un peligrosísimo capital político ante los futuros desarrollos de la revolución (como aconteció posteriormente). La reconstrucción de los hechos indica que a Rosa le partieron el cráneo a punta de culatazos de rifle, mientras que a Karl le dispararon por la espalda cuando “intentó escapar” (un argumento que reiteradamente utilizaron los paramilitares para justificar el asesinato de otros dirigentes revolucionarios).

Este breve recuento de hechos no se refleja en los memoriales que homenajean a ambos dirigentes revolucionarios en el parque Tiergarten. En el caso de Rosa, el lugar seleccionado fue el canal donde apareció su cadáver putrefacto cuatro meses después de ser asesinada y lanzada al río, mientras que para Karl se ubicó el lugar exacto donde fue fusilado. En las placas colocadas al lado de los monumentos (consisten en unas estructuras que destacan sus nombres) se aduce que fueron socialistas y luchadores por la paz, pero convenientemente se oculta que ambos se posicionaron abiertamente contra el dominio de la burguesía, fueron fervorosos opositores a la guerra imperialista y, dato importante, lucharon por una revolución comunista. Tampoco se dice nada sobre la forma en que fueron asesinados, así como los responsables directos del crimen, pues eso conduce indirectamente a las más altas autoridades socialdemócratas de la época, es decir, Ebert y Noske.

Igualmente, todos los 15 de enero se desarrolla un acto en conmemoración de Rosa y Karl en Berlín, el cual se transformó en un evento tradicional de larga data. Un tanto paradójico, considerado que Rosa disgustaba de esas actividades, como detalló en un texto de 1903: “No somos amigos de aquellas ceremonias anuales para el recuerdo de las tradiciones revolucionarias (…) que con su regularidad mecánica terminan por hacerse cotidianas y, como todo lo que es tradicional, bastante banales”[16]. Durante los años de la RDA, la burocracia estalinista trató de instrumentalizar este acto para legitimar simbólicamente su poder, pero en los últimos años del régimen “el tiro les salió por la culata”, pues la actividad se transformó en un foco de la disidencia a través de carteles con una de las icónicas frases de Rosa: “la libertad es siempre la libertad de quienes piensan de otra forma”. Actualmente, el evento del 15 de enero reúne a todo el espectro de la izquierda, aunque son mayoritarios los sectores reformistas.

Así, ante la imposibilidad de ocultar o cancelar la existencia de dos figuras revolucionarias por su enorme trascendencia histórica, la burguesía alemana y la izquierda reformista aplicaron un “lavado de imagen” de estos personajes, canonizándolos como simples socialistas –que en Europa es sinónimo de “izquierda” moderada, institucional y gestora del capitalismo con “rostro humano”-, ocultando que militaron y lucharon por el fin de la explotación capitalista. Esta operación de vaciamiento de la memoria histórica es dirigido por fundaciones bajo control de “socialistas gubernamentales”, cuya labor es presentar una versión light de Rosa Luxemburgo y disociar su asesinato del SPD (que, dicho sea de paso, nunca asumió su responsabilidad en los hechos, aunque toda la evidencia histórica los coloca como autores intelectuales del crimen)[17]. De hecho, la Fundación Rosa Luxemburgo está asociada al partido reformista Die Linke y, como se desprende de sus objetivos (ver aquí), instrumentalizan el nombre de la gran revolucionaria polaca para impulsar políticas reformistas (foros de discusión, políticas “alternativas” y pacifistas, etc.).

En nuestra búsqueda de las huellas de la “Rosa roja” y de la revolución de noviembre, nos encontramos con una operación de cancelación de la memoria promovida por la burguesía alemana, la cual combina el silencio en torno a las jornadas revolucionarias donde participaron cientos de miles de obreros y obreras berlinesas, así como el vaciamiento del legado de sus principales referentes políticos[18].

Eso coloca un desafío histórico a las nuevas generaciones militantes, a saber, la de batallar por el rescate revolucionario de la obra teórica y la experiencia militante de Roja Luxemburgo; de la lucha de Karl Liebknecht contra la guerra imperialista, por lo cual se transformó en una poderosa referencia revolucionaria en medio de la debacle por la capitulación del SPD a la guerra imperialista; y, por supuesto, de la memoria de cientos de miles de obreros y obreras alemanas que lucharon por un mundo sin explotación capitalista[19].


[6] Trotsky, La Guerra y la Internacional (En https://izquierdaweb.com/cien-anos-del-fin-de-la-i-guerra-mundial-la-guerra-y-la-internacional-por-leon-trotsky/).

[7] Por otra parte, también desarrolló rasgos sectarios de contra-sociedad, tendencia que se agravó con las inercias teóricas y filosóficas de sus dirigentes, adaptados a una visión evolucionista y teleológica de la historia, según la cual la transición al socialismo se realizaría de forma inercial por medio de la auto-construcción del partido y el aumento de su peso en el parlamento, desde donde se decretaría el cambio social del Estado. Una visión revisionista del marxismo que devoró a este partido obrero. Sobre el SPD y Rosa Luxemburgo, sugerimos la lectura de nuestra investigación Rosa Luxemburgo: reivindicación y crítica de una revolucionaria.

[8] Mientras en el acápite anterior analizamos el “bullicio” en el espacio público berlinés para mostrar a las víctimas del genocidio judío y del estalinismo, en esta parte nos enfocaremos en explicar el silencio en torno a las víctimas y hechos de la revolución alemana. Por ese motivo, vamos a dar más peso al análisis histórico, pues no encontramos muchos memoriales o monumentos sobre este tema. A pesar de eso, nos referiremos en algunas partes a los pocos sitios que hallamos al respecto.

[9] Koselleck, «“Espaço de experiência” e “horizonte de expectativa”: duas categorias históricas». En Futuro Passado (Rio de Janeiro: Editora PUC Rio, 2006), p. 305-327 y Traverso, “Marx, la historia y los historiadores” (En https://izquierdaweb.com/marx-la-historia-y-los-historiadores/).

[10] Asimismo, en los años veinte y treinta, las élites conservadoras y el nazismo difundieron la “Leyenda de la puñalada por la espalda” (uno de sus principales promotores fue el militar de ultraderecha Erich Ludendorff), un relato que vinculó la derrota de Alemania a una supuesta traición interna, entre los cuales estaban los judíos y los socialistas revolucionarios que, posteriormente, intentarían instaurar el comunismo con la revolución. Asociaron la democracia liberal de la República de Weimar como una causa de la crisis social y política del país en la posguerra, por lo cual renegaron de este hecho y, tras el ascenso de Hitler al poder en 1933, destruyeron la gran mayoría de los monumentos construidos en memoria de la revolución en los años veinte.

[11] McKay, Berlin. Life and Loss in the City That Shaped the Century (Great Britain: Penguin Random House UK, 2023), p. 35.

[12] Flakin, Revolutionary Berlin (London: Pluto Press, 2022), p. 63. La traducción es nuestra.

[13] Aunque en un sentido diferente, eso mismo pudimos apreciar durante la redacción de esta nota con respecto a la muerte de los cinco tripulantes multimillonarios del submarino de la compañía “OceanGate” mientras exploraban el Titanic; un hecho que capturó la atención de toda la prensa burguesa mundial, marcando un contraste con el olvido programado de los miles de inmigrantes africanos que fallecen constantemente intentando cruzar el Mediterráneo.

[14] Aunado a esto, hay un dato curioso con la fecha del 9 de noviembre, pues acontecieron diversos hechos históricos de diferente signo que, en cierta medida, dificultan conmemorar la fecha. En 1918 abdicó el Kaiser y se instauró la república burguesa; pero en 1923, fue cuando Hitler realizó su fallido putsch contra la República de Weimar; luego, en 1938 y ya bajo el régimen nazi, tuvo lugar la fatídica “noche de los cristales rotos”; por último, en 1989 se produjo la caída del Muro.

[15] Flakin, Revolutionary Berlin…, p. 84. La traducción es nuestra.

[16] Citado en Ferrero, Un domingo berlinés con Rosa y Karl (En https://www.sinpermiso.info/textos/un-domingo-berlins-con-rosa-y-karl).

[17] Ídem, p. 98.

[18] Nos parece importante acotar que estuvimos una semana en Berlín y nos faltó tiempo para recorrer más lugares. Por ejemplo, no pudimos visitar el monumento a la Liga Espartakista, el cual se ubica en el patio interno de un edificio privado cerca del cementerio Dorotheenstandt (hay que tocar el timbre y pedir permiso para ingresar a verlo). Pero nuestro punto es criticar la política oficial de cancelar u ocultar la memoria histórica de la revolución alemana y la cultura obrera socialista de masas que marcó a esa ciudad, de la cual quedan pequeños rastros históricos que pasan bastante desapercibidos para el grueso de los residentes y visitantes de la ciudad.

[19] En aras de ese rescate de la memoria, sugerimos la lectura del artículo Espartaquistas y bolcheviques de Roberto Saénz, donde se analizan algunos elementos históricos y políticos en torno a los debates que suscitó la revolución alemana dentro del movimiento comunista en la época, incluidas nuestra diferencias con Rosa Luxemburgo en cuanto a su perspectiva sobre la organización revolucionaria.

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