La sociedad india: división en la diversidad

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4.1 Una pavorosa desigualdad económica y social

Desmintiendo los cantos de sirena de Modi y sus sicofantes sobre el ascenso de la India como potencia global, los rasgos socioeconómicos más distintivos de la India siguen siendo, como vimos, la pobreza de sus habitantes y la escandalosa desigualdad social. Modi ha hecho mucho menos de lo que se jacta respecto del primer elemento, y en términos relativos ha profundizado categóricamente el segundo.

El World Inequality Lab presenta un juicio lapidario al respecto: “La era dorada de milmillonarios indios en la actualidad ha producido una disparada de la desigualdad de ingresos en la India tal que ahora se halla entre las más altas del mundo, y es más pronunciada que en EEUU, Brasil y Sudáfrica. La brecha entre los ricos y los pobres de la India es ahora tan amplia que, tomado ciertos parámetros, la distribución del ingreso en la India era más equitativa bajo el dominio colonial de lo que es hoy” (citado por M. Roberts, “India: Modi and the rise of the billionaire Raj” (19-4-24).

En 2019, justo antes de la pandemia covid-19, las cifras del Banco Mundial indicaban que el 44,8% de la población india vivía con menos de 3,65 dólares al día. Pero desde el censo de 2011 el gobierno no publica datos sobre la pobreza en el país.

Asumiendo lo difícil de manejar cifras confiables en el pantano estadístico indio, una estimación reciente es que desde 2000 a 2022, la proporción de la riqueza que se queda el 1% más rico de la India pasó del 33 al 41%, lo que convierte a India en el país más desigual del mundo después de Brasil (A. Ramani y T. Easton, “The India express”, TE Special Report, 27-4-24). Como aceptan los autores citados, no falta a la verdad el diputado del Congreso Shashi Tahroor cuando resume el modelo de crecimiento de la India como “una economía del derrame que no derrama nada” (ídem).

Parte del problema es la estructura impositiva, que no puede ser más que espantosamente regresiva e insuficiente: los ingresos tributarios representan apenas el 18% del PBI, la mitad que en casi cualquier país desarrollado y muchos “emergentes”, y claramente por debajo de lo recomendado por la OCDE (organización que agrupa a 38 países, en su mayoría desarrollados).

Un estudio de la evolución de la desigualdad de ingresos en lo que va del siglo XXI muestra un patrón de descenso consistente relativo de ingresos para el 50% inferior y el 40% que le sigue, esto es, el 90% más pobre de la población.

Ingresos respecto del total, en porcentaje, por franja

2000                      2010                      2022      

50% más pobre                   15                           14                           13

40% intermedio                   45                           33                           29

9% rico                                  23                           31                           35

1% más rico                         18                           22                           22

Fuente: World Inequality Database (WID), https://wid.world/country/india/

A diferencia de otros países emergentes, el crecimiento de los ingresos de las franjas medias ha sido débil y queda opacado por el desproporcionado aumento relativo de los ingresos de los más ricos, mientras que los mayores perdedores son los sectores más pobres.

La concentración de ingresos en la franja del 10% más rico ponía a India entre las economías más desiguales del planeta; el 60% del total que se lleva ese sector supera el 56% de Medio Oriente y el 58% de Brasil, y quedaba sólo por debajo del 65% de Sudáfrica, país al que, como hemos visto, según World Inequality Lab ya superó en 2023.

Por otra parte, esta situación de desigualdad, en India como en todas partes, se agrava cuando consideramos no ya los ingresos sino la riqueza (patrimonio) de cada franja:

Riqueza en patrimonio respecto del total, en porcentaje, por franja

2000      2010      2022

50% más pobre                   8            7            6

40% intermedio                   37           31           29

10% más rico                       55           62           65

9% rico                  31           31           32

1% más rico          24           31           33

Fuente: World Inequality Database (WID), https://wid.world/country/india/

Sin embargo, según datos más actuales citados por Roberts, el 10% más rico de la India ya posee el 77% de la riqueza nacional, y de ese grupo los más beneficiados son los del extremo de la punta de la pirámide: los milmillonarios han visto su fortuna multiplicada por diez a lo largo de la última década. La lista de milmillonarios creció un 50% en 2023, y la fortuna conjunta de esas 271 personas equivale a un cuarto del PBI del país.

Hay un discurso interesado de amplios sectores del establishment en el sentido de ensalzar la India de Modi, muchas veces en solapada comparación con China. Pero en el caso de la situación económica y social, no hay mucho margen para alabanzas desmedidas. El banco Goldman Sachs habla del fenómeno del surgimiento de la “India pudiente” (affluent India), con el aumento de la población con ingresos superiores a 10.000 dólares anuales desde 20 millones en 2011 a 60 millones en 2023; estiman que llegaría a 100 millones en 2027.

Pero cuando se ponen en contexto esas cifras, lo asombroso no es el “despegue de la movilidad social ascendente”, sino lo bajo del punto de partida. ¿Realmente celebran los panegiristas de la India de Modi que ahora 60 millones de personas –apenas el 4% de la población total– alcanzan los mismos 10.000 dólares anuales que representan el ingreso promedio nacional de países de ingresos medios como Bulgaria, México o Kazajistán?

En cuanto a los supuestos éxitos en la reducción de la pobreza bajo Modi, es posible que sea cierto que el porcentaje de la población por debajo de la línea de pobreza del Banco Mundial (2,15 dólares diarios) haya caído por debajo del 13%, contra un 40% en 2000. Pero cabe considerar que a) se trata de un nivel no ya de pobreza sino de indigencia, y b) que hay un vasto porcentaje de la población que está apenas por encima de esa línea. De hecho, sólo 100 millones de personas tienen empleos formales.

En el otro extremo, las estadísticas de pobreza son tan parciales y poco fiables como hasta hace poco lo eran las estadísticas económicas. Es difícil calcular cuál ha sido la reducción de la pobreza en los últimos años de crecimiento sostenido. Un estudio por vías indirectas hecho por el Centre for Monitoring Indian Economy (CMIE) sobre una base de 44.000 hogares concluyó que sólo el 6% de los hogares más pobres –esto es, con ingresos de menos de 1.200 dólares anuales, lo que abarca a tres cuartas partes de la población– cree que su situación ha mejorado en el último año. El mismo informe estima que tras la pandemia también subió el índice de desempleo por encima del 7%, a lo que se suma un sector que directamente abandonó la búsqueda de empleo y está fuera del mercado de trabajo.

Distribución de hogares por ingreso anual neto, 2021

3%          más de 300.000 rupias / más de 4.000 dólares

30%       entre 50.000 y 300.000 rupias / entre 660 y 4.000 dólares

52%       entre 12.500 y 50.000 rupias / entre 160 y 660 dólares

15%       menos de 12.500 rupias / 160 dólares

Fuente: Manya Rathore, “Households by annual income India FY 2021” (30-8-2023), statista.com

Otra versión, la de World Inequality Database, establece una comparación entre franjas estándar (el 50% más pobre y el 10% más rico) y establece un promedio nacional que en general concuerda con las estimaciones del Banco Mundial y la OCDE:

Porcentaje de hogares por ingreso anual neto per cápita, 2021

50% más pobre:                    53.610 rupias                      730 dólares

Promedio general:               204.200 rupias                    2.780 dólares

10% más rico:                      1.166.520 rupias                15.870 dólares

Fuente: World Inequality Database (WID) Report, 2021, thegeopolitics.com

El índice de desarrollo humano (IDH) del Banco Mundial abarca tres indicadores: crecimiento económico, expectativa de vida y nivel educativo. Va de cero (menos desarrollo) a 1 (más desarrollo). Un ejercicio acaso útil es comparar la evolución de los índices de India y China:

IDH comparado

                        1990                            2021                            Diferencia

            IDH        Ranking*             IDH        Ranking*             IDH       Ranking

India      0,434     116                         0,644     132                        + 48%    + 16

China     0,484     108                         0,768     79                          + 59%    + 29

* Sobre 191 países y territorios

Fuente: Banco Mundial

Otro indicador elocuente, el de expectativa de vida general de la población, no refleja en absoluto ningún boom de prosperidad, sino que presenta un evidente estancamiento, al menos en la década de 2010-2019:

Expectativa de vida al nacer, años

2002-06           2010-14           2014-17           2019

63,5                 68                    69                    69,7

Fuentes: Life expectancy 2019 – Maps – Global Data Lab (2019), Press Information Bureau. pib.gov.in (2014-2017), Sample Registration Survey (SRS) based life table (2010-14), Office of the Registrar General & Census Commissioner, India, Human Development Index Report, 2011 (2002-2006).

También aquí, el promedio nacional esconde diferencias regionales tan considerables que cuando desagregamos un poco las cifras, pareciera que estamos hablando de países distintos, o en todo caso de regiones comparables con países de muy diverso nivel de vida:

Expectativa de vida al nacer, años (selección de estados)

2019                País comparable (2019)

Kerala                   77,0                        Túnez (77,0)

Delhi                      75,9                        Brasil (75,9)

Goa                        75,3                        Bulgaria (75,1)

India                     69,7                        Tayikistán (69,5)

Rajasthan             67,2                        Tanzania (67,3)

Chhattisgarh        67,1                        Laos (67,1)

Uttar Pradesh       65,7                        Malawi (65,6)

Fuente: Life expectancy 2019 – Maps – Global Data Lab (2019), World Health Organisation

Al respecto, dice el periódico más tradicional del país: “La expectativa de vida al nacer promedio de India alcanzó los 69,7 años en el período 2015-2019, bastante por debajo de la expectativa de vida global promedio de 72,6 años. Hicieron falta casi diez años para que la expectativa de vida aumentara dos años. (…) La alta mortalidad infantil puede ser una de las razones por las que India no incrementa con más rapidez la esperanza de vida al nacer” (Times of India, 13-6-2022).

Y en efecto, la tasa de mortalidad infantil india es apenas más baja que la de la región más pobre del planeta, el África subsahariana: India representa el 17% de las muertes maternas globales y el 21% de las muertes de niños de menos de cinco años (M. Roberts, “India: Modi and the rise of the billionaire Raj” (19-4-24).

Tasa de mortalidad infantil (por cada 1.000 nacidos vivos), 2021

Selección de países

País                 Tasa    Ranking*

Francia                  3             20

China                    5             42

Brasil                     13           93

India                     26           128

Sudáfrica              26           129

Kenia                     28           132

Togo                      43           160

*Sobre 185 países

Fuente: Banco Mundial, en dataworldbank.org

India tiene reconocidamente una situación de desnutrición crónica de una franja importante de la población, en especial los niños más pobres. Si bien los últimos datos disponibles (censo 2011) son antiguos e incompletos, alcanzan para darnos una medida del problema:

Niños de 0 a 5 años con bajo peso

Porcentaje sobre el total

Bihar                     41,0

Gujarat                 39,7

Maharashtra        36,1

Karnataka            32,9

Assam                   32,8

West Bengal        32,2

Telangana            31,8

  1. Pradesh 29,6

Nagaland              26,9

Meghalaya           26,6

Tripura                  25,6

  1. Pradesh 25,5

Goa                        24,0

  1. y Cachemira 21,0

Kerala                   19,7

Manipur                13,3

Sikkim                   13,1

Mizoram               12,7

Resto                     s/d

Fuente: Censo 2011

Por otra parte, un informe de Unicef sostiene que casi el 70% de las muertes de niños menores de 5 años se deben a la falta de nutrición suficiente (“Malnutrition behind 69 per cent deaths among children below 5 years in India: UNICEF report”, The Economic Times, Press Trust of India, 16-10-2019). Para el Banco Mundial, India encabeza el ranking de niños desnutridos en el mundo, no sólo obviamente en número sino también en términos relativos; en 2009, la tasa de niños de bajo peso en la India era el doble que la de la región más pobre del planeta, África subsahariana. Más de un tercio de los niños con desnutrición del mundo viven en la India, y de ellos, más de la mitad de los menores de 3 años tienen bajo peso. En total, más de un 20% de los niños de menos de 5 años de la India tienen bajo peso debido a la desnutrición.

Desde ya, no se trata sólo de un problema de las infancias: muchos adultos también pasan hambre. El Global Hunger Index (GHI) Report de 2017, elaborado por el Food Policy Research Institute (IFPRI), ubicó a India en el puesto 100 entre 118 países; entre los países del sur de Asia, sólo Afganistán y Pakistán están peor. El informe de 2019 no mostró ninguna mejoría; al contrario, había caído al puesto 102 sobre 117.

Una de cada cuatro personas con hambre en el mundo vive en la India, que tiene un sexto de la población mundial. Según el GHI, de los 80 países del mundo con peor situación de hambre, sólo 13 están peor que la India. Y a diez años de gobierno de Modi, el último informe (2023) del Global Hunger Index (2023) muestra una caída todavía mayor de los índices indios, que ubica al país en el puesto 111 sobre 125. Un informe conjunto de la FAO, la OMS y el Programa Mundial para la Alimentación, todos organismos de la ONU, revela que el 74% de la población india no tiene acceso a comida sana, lo que está en la base no sólo de los altos índices de desnutrición, anemia y bajo peso sino también, paradójicamente, de obesidad y diabetes.

La alimentación escasa o de mala calidad genera múltiples problemas de salud además del hambre. El 57% de las mujeres de entre 15 y 49 años padece anemia (insuficiencia de hierro), así como el 25% de los varones. Según un estudio, India pierde hasta el 4% del PBI y un 8% de productividad por la desnutrición infantil (Singh, A. y Bhattacharya, S. (ed.), “Childhood Malnutrition in India: A Systemic Failure”, 2020. www.downtoearth.org.in.

Con todo, la mala cobertura de la necesidad más inmediata, la del alimento, no debe opacar otros índices que muestran graves déficits en áreas menos urgentes pero decisivas a la hora de mensurar la calidad de vida integral de la población, como veremos ahora.

4.2 Algunos indicadores sociales y culturales

La ausencia de datos censales de alguna mínima fiabilidad abre camino a las afirmaciones demagógicas sin sustento y/o incomprobables. En el país más poblado del mundo y que pretende afirmarse como potencia emergente global, manejarse con datos de más de una década de antigüedad no sólo es inaceptable per se sino una fuente segura de decisiones equivocadas, no ya por razones políticas sino por la más elemental falta de información adecuada. En diversas áreas de la vida social, por tanto, nos veremos obligados a apoyarnos en estadísticas o bien parciales, o bien no oficiales, o estudios privados y estimaciones.

Por ejemplo, una encuesta nacional de Gallup en 2018 mostró niveles alarmantes de sensación de bienestar en la población. Lo que es más sorprendente en una sociedad tan atravesada por la pertenencia de casta, también había niveles bajos de percepción de apoyo social: muchos de los consultados respondieron que en caso de emergencia no tenían nadie con quien contar (M. Rodenbeck, The Economist Special Report, 26-10-2019).

La situación de la salud pública es penosa, con un gasto público del orden del 1,2% del PBI, según la revista Lancet (que generó de parte del gobierno indio airadas protestas… y pocas cifras). Ese nivel de gasto ubica al país en el fondo de la tabla de los países emergentes y por debajo incluso de muchos países de ingresos bajos.

De hecho, la necesidad de la mayoría de la población de tener que sufragar de su propio bolsillo el grueso del gasto en salud, por falta de cobertura (out-of-pocket spending) es una de las fuentes principales del aumento de la pobreza.[1] El gobierno normalmente oculta o niega los problemas; por caso, nadie creyó las estadísticas oficiales respecto de las muertes durante la pandemia de covid: las estimaciones de la OMS son que el número real de víctimas fatales fue entre seis y ocho veces mayores que los cerca de medio millón de muertos que reconoció el gobierno.

 

Educación

 

El informe anual de estudiantes primarios rurales (tres cuartos del total del país) indica que para 2022 sólo un cuarto de los estudiantes de 10 años podían hacer una división básica, y sólo el 43% podía leer un texto estándar para niños de 7 años. Para el octavo año (niñxs de 13 años, que es donde termina la educación obligatoria), las proporciones mejoran apenas hasta el 45% para la división básica y 70% para lecturas del segundo año de la primaria (“Missing the mark”, TE 9353, 1-7-23).

Sí ha habido progreso en la infraestructura más elemental: la mayoría de las escuelas al menos tienen agua corriente y baños. Pero la calidad educativa es muy pobre: para los 265 millones de estudiantes de escuela primaria, el nivel de capacidades adquiridas de lengua y aritmética sigue siendo de los peores de la región y del mundo. Buena parte de la explicación reside en que, como una de las tantas herencias nefastas del pasado colonial británico, el sistema educativo está muy estratificado y concentra sus esfuerzos en las (muy delgadas) capas superiores de la sociedad. Por lo pronto, ya la cifra de asistencia general es baja: el promedio nacional es del 70%, y en los estados más pobres, como Bihar, apenas supera el 50%.

El gasto estatal en educación, pese a las promesas de Modi, sigue muy lejos del compromiso del 6% del PBI (nivel superado por países como Brasil y Sudáfrica) y, según las propias estadísticas oficiales, no llega al 3%. En parte como resultado de esto, un tercio de los estudiantes reciben asistencia escolar privada adicional. La calidad de formación de los docentes es muy baja, pero no ayuda nada la interferencia brutal del gobierno –no ya del Estado– en los planes de estudio, que, como vimos, reescriben la historia india en clave hinduista, alientan la enseñanza de disparates nativistas y en general purgan de los manuales escolares todo lo que contradiga la estrecha interpretación oficial hinduista en todos los terrenos, lo que ha llevado, por ejemplo, al destierro de la teoría de la evolución de la currícula escolar.

La (dudosa) tasa de alfabetización del 77% esconde problemas vinculados a la baja calidad de la educación. Sólo la mitad de los estudiantes de quinto grado tienen un nivel de lectura apropiado para segundo grado, y son menos de un tercio los que pueden hacer operaciones aritméticas básicas. De los que terminan octavo grado, un 27% aún no podía leer textos de segundo grado. El sistema educativo está orientado a aumentar la matrícula y  sostener la infraestructura, no al aprendizaje (M. Rodenbeck, “The two Modis”, cit.). Como es de esperar, los peores índices corresponden a las zonas rurales y a las mujeres:

Tasa de alfabetización, % de la población

Censo 2011                                                                                        NSO survey 2017

Promedio             Varones                 Mujeres                                Promedio             Varones                Mujeres

74.0                       82.1                        65.5                                       77.7                        84.7                       70.3

Fuente: NSO (2018): Household Social Consumption on Education in India

Mujer, género y juventud

No es, desde ya, el único terreno en que las mujeres padecen situaciones de desigualdad, a lo que se agrega la violencia. Quizá la expresión más flagrante y brutal del arraigado machismo de la sociedad india sea la escandalosa frecuencia de las violaciones, en muchos casos grupales y que a veces terminan en la muerte de las víctimas.

La India se vuelve tristemente célebre por el tema cuando la prensa internacional cubre violaciones a turistas extranjeras, pero, lógicamente, las víctimas principales son las mujeres indias. Y no sólo las adultas: son penosamente comunes las violaciones a niñas menores de 12 años.[2]

En 2022 se registraron en la India más de 445.000 denuncias de violencia machista, de las cuales el 31% fueron por violencia o crueldad de parte del marido, el 19% por secuestros (!) y el 7% por violaciones. Cabe aclarar aquí que en la India la violación marital no se considera delito, lo que pone en otra perspectiva la cifra de más de 33.000 violaciones anuales. Y recuérdese que estamos hablando de los casos registrados: los tremendos obstáculos materiales y culturales para que las mujeres efectúen una denuncia de violencia hacen inevitable la conclusión de que la cifra real debe ser varias veces mayor.[3]

De los muchos casos que tomaron dimensión nacional, señalaremos dos. Uno es el ya citado de Bilkis Bano, violada por once hombres cuando estaba embarazada de cinco meses durante el pogrom antimusulmán de Gujarat en 2002. Toda su familia fue asesinada, y su búsqueda de justicia de 20 años –durante los cuales su vida estuvo en peligro constante, a punto tal de tener que cambiar de domicilio más de veces y vivir en el anonimato– terminó con el indulto de Modi a los asesinos y violadores por “buena conducta”.

El otro caso fue el de una mujer de 23 años violada por seis hombres en un bus en diciembre de 2012, que murió dos semanas después como consecuencia de las heridas recibidas en el ataque. El suceso sacudió al país entero; hubo manifestaciones masivas y algunos cambios en la legislación en el sentido de endurecer las penas por violación.

Uno de los aspectos quizá más indignantes de esta realidad son los discursos –oficiales y también de gente de a pie– justificatorios de los agresores y culpabilizadores de las víctimas, que reflejan una arraigada mentalidad profundamente patriarcal, conservadora y misógina (Megha Wadhwa, “Why is India failing to protect its women”, Japan Times, 15-3-24).

Ahora bien, esta situación calamitosa no ha mejorado sino empeorado bajo la gestión Modi. Y no es de extrañar cuando se considera la matriz chauvinista y tradicionalista con que se manejan sus funcionarios. Cuando en marzo pasado una turista brasileña fue violada por siete hombres en el estado de Jharkhand, la reacción de la jefa de la Comisión Nacional de Mujeres, Rekha Sharma, a algunos mensajes de solidaridad por Twitter (X) fue denunciar a quienes “difaman a la India”.

La actitud habitual de las y los dirigentes del BJP, incluso ante casos que cobran notoriedad, como las denuncias de acoso sexual de dos medallistas olímpicas de lucha contra el dirigente de la Federación India de Lucha, es minimizar los hechos, hacer silencio y no mover un dedo. Claro que en este caso puede haber influido que el dirigente en cuestión lleva seis mandatos como parlamentario del BJP…

Además, cuando las víctimas de violación son dalits o musulmanas, y ni hablar si los perpetradores pertenecen a las castas “superiores”, la impunidad está casi garantizada. Peor aún: incluso de manera pública, militantes hindutva alientan a los hombres hindúes a “violar y preñar” a mujeres musulmanas (Kavita Chowdhry, “Sexual violence grows in 10 years of Modi rule in India”, The Diplomat, 6-3-24).

Dentro de este pavoroso cuadro, hay al menos un indicador que muestra a India alineándose con las tendencias a la modernización y la secularización del resto del mundo, sobre todo en países desarrollados y “emergentes”. Nos referimos al descenso de la tasa de fertilidad, que, si bien normalmente puede obedecer a múltiples factores, da una medida del retroceso en la mirada hacia las mujeres como meros vientres o máquinas de procreación:

 

Tasa de fertilidad promedio

1981    1991    1999    2009    2017    2021(urbana)    2021 (rural)       2021 (total)

4.5       3,8       3,2       2,6       2,2       1,6                   2,1                   2,0

Fuentes: Fourth National Family Health Survey of TFR, Department of Health and Family Welfare, Ministry of Health and Family Welfare, Government of India

 

Recordemos que una tasa de fertilidad por debajo de la “tasa de reposición” de la población –habitualmente calculada en 2,1– indica una tendencia al decrecimiento absoluto de la población nativa, a menos que se compense con inmigración. No es el caso de la India, cuyo saldo migratorio es obviamente negativo (son más los emigrantes que los inmigrantes), de modo que, mal que le pese al supremacismo hindú, el país se encamina hacia un aplanamiento e incluso retroceso absoluto de la población. En esto, sigue la tendencia de China y, aunque menos dramáticamente, la de otros países asiáticos con una situación demográfica aún más delicada como Corea del Sur y Tailandia.

Por otro lado, la legislación india sigue a regañadientes y/o con mucho retraso las tendencias a refrendar legalmente los avances que registra el movimiento de mujeres en todo el mundo. Recién este año India aprobó un sistema de cuota de género para la Cámara Baja (Lok Sabha) y las legislaturas estaduales, que prevé que un tercio (¡no la mitad!) de los escaños sean ocupados por mujeres. La proporción actual es de un asombrosamente bajo 15% (y un 9% a nivel estadual). De entre los 50 principales países por PBI, sólo el profundamente patriarcal Japón, con el 10%, tiene un registro peor (“Gender politics”, TE 9365, 30-9-23).

Si éste es el panorama para las mujeres, es de imaginar lo desolador que resulta el paisaje social para la comunidad LGBT. Aquí, el vacío estadístico es decidida y deliberadamente abismal, por lo que nos remitimos a un solo dato que ponga las cosas en perspectiva: India despenalizó las relaciones homosexuales recién en 2018 (“Don’t rely on the courts”, TE 9368, 21-10-23).

Para concluir, unas breves notas sobre la juventud. Por lo pronto, no es por ahora ni con mucho el sector más poltitizado de la población. Aunque alrededor de la mitad de lxs indixs tiene menos de 25 años, menos del 40% de las personas habilitadas para votar por primera vez se registraron para votar.

La situación laboral de lxs jóvenes es paradójicamente peor cuanto mayor es su nivel educativo: la tasa de desempleo oficial entre las personas menores de 25 años es del 8% entre quienes tienen sólo nivel primario (o secundario incompleto), pero es del 41% en lxs egresadxs universitarixs. Esto no se traduce, sin embargo, en resentimiento contra el gobierno de Modi. De hecho, el 44% de las personas de menos de 27 años se identifican con Modi y el BJP, un porcentaje sólo ligeramente menor al de las cohortes etarias inmediatamente anteriores, según un informe de febrero pasado del Centre for Policy Research (“Young and conservative”, TE 9395, 4-5-24). Hoy, no parece ser un factor especialmente dinámico de la política y la sociedad indias. Pero a la distancia que nos separa del país, sería completamente apresurado intentar sacar mayores conclusiones sobre una masa de cientos de millones de personas cuyas ideas, aspiraciones y frustraciones son muy difíciles de medir en las actuales circunstancias.

4.3 Las elites y la diáspora (especialmente indo-estadounidense)

Mientras la inmensa mayoría de la población india se debate entre la angustia del hambre y los acuciantes problemas vinculados a la falta de trabajo, de ingresos dignos y de cobertura de salud, la punta de la pirámide social nunca lo ha pasado mejor en la historia del país.

La lista de los más ricos de la India incluye a los dueños de los mayores emporios del país, Mukesh Ambani (98.000 millones de dólares de patrimonio) y Gautam Adani (57.500 millones). Hay unas 1.500 familias con una fortuna superior a los 100 millones de dólares (“Wealth distribution”, TE 9368, 21-10-23).

Según un informe de Crédit Suisse, además de los 186 “milmillonarios” (billionaires) de la India de la famosa lista de la revista Forbes, había en 2022 en el país unos 850.000 millonarios, esto es, personas con un patrimonio superior al millón de dólares, bastante más del doble de la cifra de diez años antes. Son los nuevos ricos de la era Modi, que alimentan la disparada del consumo de lujo: India es el quinto mercado fuera de Alemania para Mercedes Benz (y espera que sea el tercero en sólo tres años) y las exportaciones de relojes suizos a India alcanzaron un récord en 2022, por nombrar sólo dos indicadores (TE 9388 “Crazy rich Indians”, 16-3-24).

A pesar de ese número récord de indios en la lista de Forbes, en 2023 su valor conjunto había descendido un 10%, a la cota de 675.000 millones de dólares, mientras que en la lista de 2022 ascendía a 750.000 millones. La parte del león de esta caída se atribuye al hundimiento del Grupo Adani.

Gautam Adani, a cargo del conglomerado que lleva su nombre, era dueño a principios de 2023 de la tercera fortuna del planeta. Un informe de Hindemburg, una compañía de inversiones de Nueva York, difundido a fines de enero, caracterizaba a su imperio como “la mayor estafa de la historia empresarial” y denunciaba maniobras como manipulación de acciones, uso de entidades fantasma en paraísos fiscales y sobrevaluación escandalosa de activos y el patrimonio neto de Adani. Las acciones de las empresas del Adani Group se desplomaron más de un 50% en una semana (“Adani under fire”, TE 9332, 4-2-23). El propio Adani debe conformarse ahora con ser “apenas” la 24ª persona más rica del planeta.[4]

El grupo maneja una docena de los mayores puertos de la India –además de otros en Australia, Israel y Sri Lanka–, el 30% de los granos de la India, un cuarto del movimiento comercial aéreo y un quinto de las líneas de transmisión de electricidad del país y de la producción de cemento. Tiene proyectos en energías renovables como hidrógeno con la bendición del primer ministro Modi. Planea invertir entre 2023 y 2027, sólo en la India, por un total de 50.000 millones de dólares.

La relación de Adani con Modi se remonta al ya mencionado pogrom de Gujarat en 2002: Adani sostuvo a Modi cuando estaba más comprometido con las denuncias por las masacres, atacó a sus críticos y formó un ecosistema empresario de apoyo al lanzamiento de su carrera política.

Se trata quizá del caso más emblemático, pero en modo alguno el único. No es un ningún secreto la relación simbiótica que han entablado Modi y el BJP con lo más granado de la clase capitalista india. La siguiente es una síntesis bastante representativa: “Bajo Modi, el poder del capital ha alcanzado su cénit, y esto se pone de manifiesto en el grado extraordinario de centralización económica y consolidación empresarial. En efecto, entre el 65 % y el 70 % de todos los beneficios empresariales van a parar a manos de las 20 empresas más grandes del país.[5] Y esta centralización y concentración han impulsado, a su vez, un modelo de reparto de rentas en que el gobierno permite que determinadas empresas seleccionadas generen superbeneficios, en tanto que esas empresas comparten esos beneficios con el partido gobernante en un constante flujo de pagos que permiten el tipo de campañas electorales que llevó a cabo el BJP en 2014 y 2019. (“India: neoliberalismo y nacionalismo hindú”, Alf Gunvald Nilsen, Rebelión, 22-8-23).

La diáspora y sus privilegiados

Un fenómeno particularmente original es que el “poder blando” o influencia cultural difusa de India se apoya mucho menos sobre sus logros en el país mismo que en los de su diáspora (18 millones de personas, la mayor del planeta), sobre todo la radicada en EEUU (4 millones de personas) y el Reino Unido.[6] La India es el país con mayor número de CEOs entre las compañías top del mundo: Arvind Krishna (IBM), Sundar Pichai (Google-Alphabet) y Satya Nadella (Microsoft). El último en incorporarse a esta ilustre lista fue Parag Agrawal, CEO de Twitter hasta 2022. También son de origen indio los líderes de tres de las cinco principales escuelas de negocios de EEUU y el actual primer ministro británico, Rishi Sunak.

El nivel educativo promedio de esos 18 millones de indios es muy superior al de sus compatriotas en la India. En EEUU, el 80% de los ciudadanos indios adultos tiene título universitario, y el ingreso promedio de los indios en EEUU es de 150.000 dólares anuales, el doble de la media estadounidense. Los indios que se dedican a trabajos de baja calificación y salario se concentran sobre todo en los países del Golfo Pérsico, pero incluso allí los indios con trabajos de calificación media y alta (“cuello blanco”) representan el 30%, proporción mucho mayor que en su país natal.

Modi se apoya mucho en estos “indios globales”, especialmente los de elite, para reforzar su mensaje nacionalista y la proyección de “India potencia global”. Este discurso genera aprobación incluso en aquellos sectores que no tienen simpatía por Modi: entre los indio-americanos, según un estudio del Carnegie Endowment, el porcentaje de respaldo a Modi es del 48%, con un rechazo del 31%; más bajo y más alto, respectivamente, que fronteras adentro. Sucede que muchos emigrantes provienen de estados del sur, donde la popularidad de Modi, como vimos, es bastante menor que en el norte.

Ya en 2015 el BJP postulaba que la diáspora debía ser la voz de India en el exterior, con la reveladora analogía de “a la manera en que la comunidad judía de Estados Unidos vela por los intereses de Israel” (TE 9390, “Narendra Modi’s secret weapon”, 30-3-24).Y actuó en consecuencia: la máquina del BJP se dedicó a organizar eventos en el extranjero con la presencia de Modi ante miles de ciudadanos locales, como en Nueva York –en el Madison Square Garden, ante 18.000 personas–, Abu Dhabi o Sydney. El beneficio para el BJP es doble: por un lado, estrecha lazos con sectores de importante peso económico, social y cultural a nivel local e incluso internacional. Por el otro, se catapulta la figura de Modi como estandarte de la nacionalidad india, de la proyección de las aspiraciones de India en la escena geopolítica y como líder global. En contraste, las giras de las figuras de los partidos de oposición suelen generar el efecto negativo de que se asimilen sus críticas a Modi a una relativa falta de patriotismo, sentimiento que es muy fuerte en la diáspora.

Por otra parte, y en su vena populista, su excelente relación con las elites no le impide a Modi explotar cierto resentimiento popular contra las elites apelando a su propio origen de casta baja y presentándose como un “self-made man”. Al mismo tiempo, presenta su historia de vida como una “carrera abierta al talento” que permitiría a todos, pero individualmente, progresar en la escala social. El relato “meritocrático” es omnipresente en la propaganda oficial, que siembra sin descanso un individualismo brutal en lo económico, en contraste con el populismo hindutva en el terreno de la identidad cultural.

Un ejemplo de esto es el impulso a la especulación financiera como posible salida económica, ante la falta de horizonte laboral para cientos de millones. Así, no sólo el 20% de los indios tienen algún tipo de activo bursátil –si bien en la gran mayoría de los casos de manera indirecta–, sino que son legión los “finfluencers”, es decir, los influencers que alientan a sus seguidores a hacer inversiones financieras. Estos “finfluencers” posan con sus autos de lujo, su ropa cara y sus mansiones, y empujan a millones de incautos a creerse que pueden ser “el próximo Ambani”.

Por supuesto, como señalaba Marx y recordaba Henryk Grossmann, los únicos beneficiarios de tanta ingenuidad son los peces gordos de las finanzas, mientras que los cándidos aspirantes a inversores son despojados de sus ahorros: “Según el Securities Exchange Board de India [la entidad que regula el mundo bursátil, equivalente a la SEC estadounidense. MY], nueve de cada diez inversores minoristas pierden en promedio 125.000 rupias (1.500 dólares) anuales, el equivalente a seis meses de salario para un típico indio urbano. Advirtió de los riesgos [no de estafas, sino de jugar al inversor sin tener preparación. MY] y está evaluando medidas para restringir la acción de consejeros financieros no regulados [referencia a los “finfluencers”]” (“Get rich quick”, TE 9395, 4-5-24). Pero lo más probable es que estos consejos de prudencia financiera caigan en saco roto: para sectores crecientes de la población, las oportunidades del mercado laboral son pocas; las tentaciones del consumismo, demasiadas.

4.4 El sistema de castas y la diversidad étnica y religiosa

En la India hay más de 3.000 castas, cada una de las cuales tiene su propio relato mítico de origen. Esta estructura es extraordinariamente estable y casi inmune a la secularización por integración: sólo el 5% de los matrimonios atraviesan las barreras de casta.

La diversidad lingüística no se queda atrás: se hablan casi 800 lenguas, de las cuales 22 son oficiales de uno o varios estados, algunos tan extendidos como el bengalí, hablado por 100 millones de personas en la India (Bengala) y otros 150 millones en la vecina Bangladesh; el tamil, con 70 millones, y el mahratí, con otros 70 millones de hablantes.

El sistema de castas pervive de muchas maneras, y quizá ninguna sea tan elocuente como el sistema de cuotas. El esquema consiste en reservar cuotas –que van desde vacantes educativas a escaños parlamentarios, pasando por asignación de empleos públicos– a castas agrupadas en categorías que llevan los –para la mirada occidental– infamantes nombres de “clases extremadamente atrasadas” (Extremely Backward Classes) u “otras clases atrasadas” (Other Backward Classes). Esas cuotas debieran, en principio, reflejar aproximadamente el peso demográfico de cada casta, pero en los hechos eso tiene muchas licencias. Especialmente cuando se trata del BJP, que pese a que Modi es de origen de una de las castas bajas, tiene una decidida inclinación a favorecer y sobrerepresentar a las castas más elevadas (“An explosive exercise”, TE 9367, 14-10-23). Por ejemplo, Rahul Gandhi, del Partido del Congreso, señaló que de los 90 secretarios de Estado del gobierno central, sólo tres pertenecen a las comunidades “atrasadas”.

Esta situación hace que los censos, su periodicidad y su forma de implementación sean cuestiones de Estado mucho más delicadas que en Occidente. Un ejemplo es lo sucedido con el censo de Bihar, uno de los estados más pobres del país, que reveló que casi dos tercios de sus casi 130 millones de habitantes (cifra ésta equivalente a la población de Japón) pertenecen a las clases “atrasadas”, siendo que su cuota para empleos públicos y otros beneficios es de sólo el 30%. De allí que el Partido del Congreso quiera aprovechar para castigar al BJP mediante el simple expediente de reclamar un censo nacional de castas, que sin duda revelaría las profundas divisiones que el partido de Modi busca tapar o minimizar.

Como es sabido, el sistema de castas se organiza no de manera horizontal sino vertical y jerárquicamente, estableciendo diferencias tajantes en todos los órdenes, desde el acceso a determinadas formas de propiedad hasta las posibilidades de elección de oficios. Así, aunque las formas más brutales de los prejuicios y diferencias de casta se han ido suavizando, no han desaparecido en absoluto, en especial en perjuicio de las más bajas como los dalits, antes llamados “intocables”. Hay progreso, sin duda, pero lento, desparejo y desde un piso muy bajo. Por ejemplo, es común que a los dalits no se les ofrezcan empleos de la misma calidad que a otras castas, y muchas veces se asume que son los destinados a las tareas peor vistas, en especial la limpieza. Históricamente, los ataques a los dalits han sido comparados a los pogroms antisemitas, y si bien ya no son tan usuales, el concepto moderno de igualdad de ciudadanos formulado desde la Revolución Francesa de 1789, lejos de ser un territorio definitivamente ganado, aún tiene un largo trecho por recorrer en la India actual.

Superpuesta y en paralelo con el sistema de castas nos topamos con la pasmosa diversidad religiosa y étnica. Entre las identidades separadas más fuertes –y hay muchas– encontramos la de los sijs, en el norte de la India. Allí se desarrolló y sigue existiendo un movimiento separatista en el Punjab que busca la independencia de la región de Khalistán (“Sikh at heart”, TE 9344, 29-4-23). En los 80 y 90 la insurgencia sij dejó miles de muertos y una masacre de más de mil sijs en un templo 1984 ordenada por Indira Gandhi, luego asesinada en octubre de ese mismo año como venganza por ese acto.

No hace falta decir que, a años luz de la idea de reconocer derechos a las minorías nacionales o regionales, étnicas o religiosas, al BJP –con su prédica de “unidad nacional” bajo la bota hinduista– movimientos como el de los sijs le producen santo horror. De hecho, las califica invariablemente de “terroristas”… y actúa en consecuencia, con extremos como el que vimos del asesinato de un dirigente sij en Canadá.

Es imposible siquiera intentar dar cuenta aquí del infinitamente rico caleidoscopio social y cultural que es la diversidad india. Sólo nos detendremos en algunos rasgos muy generales de dos amplias regiones que han cobrado importancia política reciente en razón de una serie de conflictos: el noreste y el sur.

El noreste, o extremo este, de India, que abarca 7 estados con unos 5 millones de habitantes, es de las regiones más atrasadas, pobres y descuidadas, con niveles de insurgencia variables pero permanentes: “Ninguna parte de la India –ni siquiera la turbulenta Cachemira, en el extremo norte– ha sido menos afectada por 76 años de esfuerzos en la construcción del Estado” (“New bridges and old fissures”, TE 9371, 11-11-23). Con decenas de grupos étnicos y centenares de idiomas, es también de las más fragmentadas en un país que ya de por sí no se caracteriza por su unidad. Colabora a esto su aislamiento geográfico: prácticamente todo el noreste es una especie de exclave indio al este de la mucho más homogénea (y musulmana) Bangladesh. El crecimiento económico indio ha derramado poco en el noreste, que vio caer su proporción en el PBI nacional del 3,1% en 1991 al 2,6% en 2011, fecha del último censo fiable.

Un ejemplo que sintetiza esta escasa integración de la región, la fuerza de sus conflictos internos y el rol nocivo del BJP desde el estado central es lo sucedido en el estado de Manipur, fronterizo con Myanmar. La mitad de la población pertenece a la etnia meitei, que es en su mayoría hindú. Con el apoyo de Modi, el gobierno local buscó implementar planes de “acción afirmativa” –en general, cupos laborales en el Estado– a la etnia meitei, cuando en realidad estas medidas tradicionalmente beneficiaban a la minoría kuki, de religión cristiana.

El autoritarismo hindutva de Modi es realmente ecuménico: su blanco principal suelen ser los musulmanes, pero en este caso, fueron los kukis cristianos los que fueron presentados como “delincuentes” e “insurgentes”. El resultado: 5.000 viviendas y cientos de iglesias y templos incendiados, 70.000 desplazados y 200 muertos entre mayo y noviembre de 2023.

En este contexto, la campaña de Modi que busca poner el acento en las nuevas obras de infraestructura, como caminos y aeropuertos, suena a hueco: la integración del noreste necesita no sólo integración física al resto de la India sino, especialmente, atención a su diversidad sin agitar conflictos étnicos y religiosos. Algo que no tiene sentido reclamarle al BJP, que no hace otra cosa que alimentarlos.

En cuanto al sur, ya hemos señalado que se trata en general de la región más próspera –o menos pobre, más bien– de la India, y, coincidentemente o no, de la menos proclive a sucumbir a los intentos de seducción del poder central. Contribuyen a esto, entre otros, diversos factores que hacen esencialmente a diferencias de orden histórico-cultural.

Por ejemplo, uno de los problemas de fondo que encuentra la prédica hinduista del BJP de una supuesta identidad original hindú “reprimida durante siglos” por la conquista mogol y musulmana es que deja impávidos a los indios del sur, donde está muy establecido el carácter temprano, gradual y pacífico de la expansión musulmana. Y no se trata sólo de la identidad musulmana: el movimiento dravidiano, muy popular en estados como Tamil Nadu, se basaba en una rebelión contra la casta brahmín, que se halla en la cúspide de la jerarquizada estructura hinduista.

También cae mal en el sur la intención del BJP de instalar el hindi como lengua nacional. La mayor diversidad étnica y lingüística del sur hace que tradicionalmente la lingua franca haya sido el inglés. De hecho, las lenguas dravidianas que se hablan en el sur son de una familia lingüística muy distinta a la de las indoeuropeas del norte. (“One nation under Bollywood”, TE 9363, 16-9-23). Pero no se trata sólo del idioma, sino que en el sur “también consideran que protegen una identidad política más amplia, que apoya la justicia social, la igualdad de las mujeres y la emancipación de los prejuicios de casta” (“One nation under Modi”, TE 9363, 16-9-23). En general, el ambiente más secular y moderno del sur casa mal con el perfil conservador, tradicionalista y religioso del BJP y Modi.

 


[1] El llamado “gasto catastrófico” en salud –es decir, el gasto alto e inesperado que sumerge a la familia en la pobreza– afecta a un quinto de los hogares, y, lógicamente, el impacto es mayor cuanto más bajos son los ingresos. La cantidad de personas que caen en la pobreza como resultado de la necesidad de pagar atención médica de su propio bolsillo aumentó de 30 millones en 2000 a 54 millones en 2012, y nada hace suponer que la tendencia ha cambiado; más bien al contrario (India Health System Review, Asia Pacific Observatory, World Health Organisation, p. 106)

[2] Algunos de los casos más resonantes que hemos conocido son tan repulsivos que sencillamente nos causa pudor y rechazo reproducirlos. Son verdaderamente una pesadilla de la crueldad y la barbarie humanas más aberrantes.

[3] Según una ONG abocada al tema, entre esos obstáculos se encuentran la corrupción o indiferencia policial, el chequeo vaginal con dedos, las dificultades de acceso a los mecanismos de compensación y protección para las víctimas y la presión de la familia y la comunidad –especialmente en zonas rurales– para zanjar la cuestión extrajudicialmente y sin denuncias de por medio (equalitynow.org).

[4] Es innecesario aclarar que todo el “affaire Adani” ventilado por el informe Hindemberg no recibió la menor cobertura seria en los medios de comunicación más importantes de la India. Por supuesto, la respuesta simultánea de Modi y el Grupo Adani fue presentar el informe como uno más de los consabidos “complots” extranjeros contra la soberanía y pujanza de la India y contra sus grandes y virtuosos empresarios.

[5] Dicho esto, prima facie parece estar revirtiéndose el proceso de brutal concentración económica y financiera típico del período prepandemia. En 2019, las 20 compañías más grandes de la India se quedaban con el 79% de las ganancias empresarias totales; en 2023, el 38% (que de todas maneras sigue siendo un nivel elevadísimo en términos internacionales). El valor de mercado de las 10 firmas más importantes pasó en el mismo período de representar el 33% de las 500 más grandes al 26%.

[6] Esos 18 millones de personas, aclaremos, siguen siendo ciudadanas indias y conservan su pasaporte. Si se incluye a quienes renunciaron a su ciudadanía (India no permite la doble nacionalidad), el total supera los 32 millones, según cálculos del propio gobierno indio.

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