Milei en Davos: mesianismo ultra capitalista, etnonacionalismo y conspiranoia filo-nazi

El discurso de Milei en Davos. ¿Es Milei un mesiánico idiota o un demagogo irresponsable?

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Poca asistencia y estupor frente a tanto delirio entre los asistentes. El público del que se quiere sentir parte y vocero, el de la clase capitalista y el «empresario exitoso», tomó el discurso de Milei en Davos como lo que fue: un delirio, muchos delirios. Las profundas cloacas de la extrema derecha de internet, su completa enajenación respecto a la realidad, lanzan toda su pestilencia a la superficie a través de la boca de Javier Milei.

En el momento de su nacimiento, el liberalismo fue uno de los frutos de la Ilustración. Con la «Razón» como emblema, se forjó en el mundo contra un Viejo Régimen de superstición. Fue una corriente abanderada de la ciencia cuando se enfrentó a monarcas absolutos, señores feudales y gendarmes de sotana. Como no querían entender que su régimen se pudría por sus propios méritos, recurrieron más de una vez a las teorías de la conspiración para entender lo que no querían entender. Hoy, con los «liberales» como Milei asistimos a un fenómeno parecido, de decadencia e ignorancia voluntaria.

El discurso de Milei en Davos es una mezcla de terror a lo desconocido, ignorancia sectaria y fanatismo reaccionario ciego. Recurrió más de una vez a las más absurdas teorías de la conspiración para entender un mundo que no quiere entender.

Neofascismo y etnonacionalismo

Comenzó en su mesiánico tono de extrema derecha diciendo que «hoy estoy acá para decirles que occidente está en peligro, está en peligro porque aquellos, que supuestamente deben defender los valores de occidente, se encuentran cooptados por una visión del mundo que – inexorablemente – conduce al socialismo, en consecuencia a la pobreza».

Lo que está en peligro, entonces, es «Occidente» y «sus valores». ¿El enemigo? El «socialismo». Esta retórica de «Occidente» como un bloque unificado y armónico, que solamente puede ser amenazado por algo extranjero pero también interno, no es fascista… No lo es. «Pero» va a ser una palabra muy importante. Este discurso es el mismo tipo de mentalidad que tuvo como consecuencia al fascismo. En nuestro artículo La islamofobia es el nuevo antisemitismo decíamos:

De la mano de ideólogos generosamente financiados por grandes empresarios, como Ben Shapiro en Estados Unidos o Agustín Laje en América Latina, venimos presenciando el surgimiento de una nueva narrativa etno-nacionalista. De ella participan también con entusiasmo los grupúsculos neo-fascistas o abiertamente neonazis.

 

Nos dicen que el “mundo moderno”, y todo “progreso”, se debe a los “valores occidentales” heredados de la democracia y la filosofía de la Antigua Grecia, el derecho y el republicanismo de Roma y la moral “judeo-cristiana”. “Occidente” es así presentado como lo hacía con “la nación” y “la raza” la vieja narrativa nacionalista, una comunidad armónica con intereses siempre comunes, cuyo único cuestionamiento puede provenir de lo que le es ajeno. Como el fascismo, se crea un enemigo a la vez interno y extranjero con el que no hay que mezclarse. Las crisis del capitalismo y sus regímenes políticos no se deben a contradicciones internas sino a ese enemigo, al acecho para destruir “Occidente”.

Para los fascistas, también su «cultura» y sus «valores», los de su «nación» y «occidente», estaban amenazados por algo que se infiltraba desde afuera y a la vez era un problema interno. Ese algo era también el «socialismo».

Los fascistas surgieron para enfrentar y aplastar al momento de mayor radicalización de la historia del movimiento obrero, inspirado por la Revolución Rusa. Los reaccionarios no querían entender que su «nación», su sociedad y su autoridad, a la que idealizaban como el mejor de los mundos, había provocado el surgimiento de la organización de la clase trabajadora. Que sí, se identificaba en ese entonces con el socialismo.

La opresión capitalista, para ellos, no existía; morir por la «patria» y el militarismo era algo que todos debían desear; la autoridad de los «superiores» no era algo que alguien querría cuestionar. Como no querían entender que el movimiento de la clase trabajadora y el socialismo eran un resultado legítimo de su sociedad, recurrieron a las teorías de la conspiración. En su forma más extrema, los nazis centraban su ideología en el rechazo al «judeo-bolchevismo». Según ellos, los judíos se habían infiltrado en los medios de comunicación y en el Estado, y así había surgido la amenaza socialista.

Milei en Davos nos da una nueva versión de ese delirio. «Los neomarxistas han sabido cooptar el sentido común de occidente. Lograron esto gracias a la apropiación de los medios de comunicación, de la cultura, de las universidades, y sí, también de los organismos internacionales».

No estamos exagerando. Para explicar el mundo de hoy, Milei recurrió directamente a una teoría de la conspiración neo-nazi:

«Dejaron atrás la lucha de clases basada en el sistema económico para reemplazarla por otros supuestos conflictos sociales igual de nocivos para la vida en comunidad y para el crecimiento económico».

En esta frase, repite palabra por palabra los tópicos de la teoría de la conspiración conocida como «marxismo cultural». Ya hablamos de esto en otro artículo titulado «Agenda 2030»: la teoría de la conspiración filo-nazi defendida por Milei en el debate presidencial. Citamos lo que ya dijimos:

No estamos diciendo «fascista» o «nazi» como insulto fácil. La teoría del «marxismo cultural», asociada a la de la «Agenda 2030», adquirió su forma actual por la vía de los autores Paul Weyrich y William Lind. A nadie debería sorprender lo que estamos por contar: estos dos repugnantes seudo intelectuales participaron de conferencias negacionistas del Holocausto para hablar, precisamente, de su teoría del «marxismo cultural». Tampoco nadie debería sorprenderse si se entera que los nazis denunciaban una cosa con un nombre muy parecido, aunque igualmente ficticio: el «bolchevismo cultural».

 

La «teoría» de Weyrich y Lind dice más o menos así: un cónclave de judíos alemanes, nucleados en la «Escuela de Frankfurt» se infiltraron en la cultura para imponer desde ahí la subversión de los «valores occidentales». Así lo afirmó Lind, por ejemplo, en una conferencia que dio en el año 2000 con el título «Los Orígenes de la Corrección política». Los aliados de Milei Agustín Laje y Nicolás Márquez, en su increíblemente estúpido best-seller «El Libro Negro de la Nueva Izquierda«, repiten palabra por palabra ese bulo antisemita. La única diferencia es que, prudentemente, eliminaron la palabra «judíos» del planteo original. No es para nada casual que Laje haya rápidamente apoyado a Milei en sus declaraciones contra «el globalismo».

La tesis de que el «marxismo» o el «neo marxismo» viró de lo económico a lo «cultural» es parte de toda esta basura ideológica. Es lo que dicen y repiten hasta el cansancio Paul Weyrich y William Lind, Agustín Laje y Nicolás Márquez.

Entonces, según Milei y los ideólogos neonazis a los que replica, el «marxismo cultural» sería el responsable del «feminismo radical» y de la lucha ambiental. Como buen imbécil conspiranoico, necesita negar a la ciencia, que advierte sobre los peligros del cambio climático, para defender el derecho de los capitalistas al lucro a toda costa. Como todo buen reaccionario ofuscado, necesita de una conspiración para explicarse la lucha de las mujeres. No puede haber ninguna legitimidad para esos movimientos.

Como consuelo, las mujeres podrían estar tranquilas porque el «libertarismo ya establece la igualdad entre los sexos. La piedra fundacional de nuestro credo dice que todos los hombres somos creados iguales». Aquí, está citando literalmente la Constitución de los Estados Unidos. Cuando su referencia de «libertarismo» estableció la «igualdad entre los sexos» no abolió la esclavitud ni les dio a las mujeres el derecho a votar. Faltaban casi 100 años para la liberación de los negros esclavizados y casi 150 para que las mujeres tuvieran el derecho al sufragio. Para Milei, el abolicionismo de la esclavitud y el feminismo sufragista bien podrían haber cerrado la boca. Después de todo, «el libertarismo ya había establecido la igualdad».

La dictadura del Capital como el mejor de los mundos

La sociedad capitalista nació con un masivo y largo proceso de expropiación. El más grande de la historia, con el que las expropiaciones «comunistas» no se pueden ni comparar. Las potencias coloniales europeas establecieron el régimen de la propiedad capitalista a escala global arrebatando tierras a todos los campesinos y viejos terratenientes del mundo, expulsando de las suyas a todas las tribus restantes, esclavizando a muchas millones de personas por siglos.

Sobre la base de la violencia es que se estableció la creciente división entre los poseedores privados de los medios de producción, la clase capitalista, y los trabajadores asalariados, que no tienen  otra manera de sobrevivir que vendiéndose a los primeros. Con ese poder así impuesto es que la propiedad privada y la explotación capitalista pueden ser presentadas como «acuerdos voluntarios».

La «ciencia» liberal se ha convertido en eso y nada más que eso: encontrar siempre una justificación de por qué el capitalista debe ganar más, de por qué tiene derecho absoluto sobre la vida de los que trabajan, de por qué es suyo y solo suyo el mundo entero. Milei en Davos simplemente repitió lo que ya dijeron muchas veces.

«El problema es que la justicia social no sólo no es justa sino que tampoco aporta al
bienestar general». Y luego: «Muy por el contrario, es una idea intrínsecamente injusta, porque es violenta. Es injusta porque el estado se financia a través de impuestos y los impuestos se cobran de manera coactiva ¿o acaso alguno de nosotros puede elegir no pagar impuestos? Lo cual significa que el estado se financia a través de la coacción, y que a mayor carga impositiva, mayor es la coacción, menor es la libertad».

Quiere rechazar como injusto todo lo que ha conquistado la clase trabajadora en los últimos siglos. Los salarios, el derecho a organizarse, la limitación de la jornada de trabajo, la educación y la salud, etc. Lo único «justo» es lo que nos quiere presentar como «voluntario»: que todos nos sometamos a los dueños de todo o elijamos morir de hambre. Algo que Milei no dijo en Davos pero que ha repetido muchas veces es que el Estado solo debe cumplir el deber de defender la propiedad privada. La «violencia», entonces, solamente es legítima cuando se usa para defender a los ricos.

No hay «ciencia» ni nada parecido en todo esto. Es simplemente una justificación ideológica de la dictadura de los ricos. Su «libertad» es esclavitud para la mayoría, reforzada con un Estado policial.

Milei llegó al extremo de defender los monopolios y dice que «el capitalista es un benefactor social que, lejos de apropiarse de la riqueza ajena, contribuye al bienestar general. En definitiva, un empresario exitoso es un héroe». No hay otra vida que merezca ser vivida para esta gente que gozar de las alegrías de ser un esclavo de los ricos. Esta es solamente una más de todas las tantas veces en las que los voceros de una clase dominante nos quieren convencer de que debemos adorar a esa clase dominante.

El razonamiento de que todo progreso se lo debemos agradecer a nuestros maravillosos amos, los dirigentes de la economía, es algo aplicable a todas las clases dominantes de toda la historia. Los faraones y terratenientes del Antiguo Egipto, los dueños de esclavos en Roma y Grecia, y un muy pero muy largo etcétera. Pese lo que les pese a todos los reaccionarios de toda la historia, la mayoría de los reyes cayeron y los esclavistas fueron expropiados. También fue «progreso» el derrocamiento de todos los déspotas de la historia. Y eso no excluye a los capitalistas, que merecen pasar por lo mismo que pasaron sus antecesores.

Crecimiento y progreso económico

En el discurso, no podía faltar el credo de que le deberíamos agradecer a los capitalistas todo progreso:

«Ahora bien, cuando se estudia el pbi per cápita, desde el año 1800 al día de hoy, lo que se observa es que, luego de la revolución industrial, el pbi per cápita mundial, se multiplicó por más de 15 veces, generando una explosión de riqueza que sacó de la pobreza al 90 por ciento de la población mundial».

Que el auge del capitalismo y la Revolución Industrial implicaron un enorme salto en la producción no es un secreto para nadie. Entender eso es, de hecho, necesario para lo más básico de la comprensión marxista de las cosas. Para Marx y todos sus seguidores, si eso no fuera cierto el socialismo no sería posible. Pero también lo es otro hecho: regímenes que significaron un inmenso salto adelante eventualmente se convierten en regresivos y merecen ser superados.

Tal vez el único acontecimiento comparable con el salto en la producción que fue la Revolución Industrial es lo que algunos autores llaman la «Revolución Agraria». Las primeras «civilizaciones», y el comienzo de la historia escrita, emergen con la agricultura. Las personas de Sumeria y el Antiguo Egipto fueron de las primeras en superar la caza y la recolección. Dejaron de ser nómadas para erigir las primeras grandes ciudades. Pero cualquiera se daría cuenta de que sería muy estúpido afirmar que por eso no merecían ser superados y derrocados los faraones y los reyes de Ur. Igualmente imbécil sería usar eso para decir que no eran sociedades de explotación del trabajo de las mayorías. Y, sin embargo, tenemos a un presidente usando ese razonamiento como si no fuera un insulto a la inteligencia.

A Milei le encanta usar como única medida de la riqueza el PBI per cápita. Así es como insiste con el absurdo mito de la «Argentina potencia». En el 1800 nadie medía el PBI, era un concepto que ni siquiera existía. Los números que usa son apenas aproximaciones, que no deben ser tomadas como 100% reales, hechas por el Proyecto Maddison.

Un PBI per cápita muy alto pero con mucha desigualdad implica arrastrar a la peor de las miserias a la mayoría, que es la que produce, aunque los números suenen bonitos. Milei y los suyos lo saben, y creen que esa es una sociedad deseable. Hay una mentira ideológica que repite una y otra vez, con la que machacan de manera insoportable como si fuera una verdad indiscutible. El planteo es que esos niveles de crecimiento serían imposibles sin esa desigualdad. Le debemos la riqueza a los ricos. Por eso quiere identificar el crecimiento del PBI per cápita de los dos últimos siglos con el capitalismo y nada más que el capitalismo.

«¡Pero momento!» Dirá un lector desconfiado, de esos que detestan a Milei y su repugnante apología de la explotación capitalista. «¿Es que esos números de crecimiento del PBI no incluyen a los países que los liberales llaman ‘socialistas’?». Y ese lector, en este caso nosotros, tendría toda la razón en hacerse esa pregunta.

Según la mismísima fuente favorita de Milei, el Proyecto Maddison (link acá), el crecimiento promedio anual del PBI per cápita de la URSS entre 1916 y 1989 fue del 2,4%. En el mismo período, el crecimiento promedio anual de Estados Unidos fue del 2% y el mundial del 1,9%. A nadie se les escapa que la URSS fue la potencia competidora de Estados Unidos por décadas, pese a que los yanquis comenzaron el siglo XX ya como una potencia mientras Rusia era un país extremadamente atrasado. La economía soviética se estancó a partir de los 70′ y la URSS se derrumbó. Pero es igualmente cierto que, con su economía planificada, Moscú encabezó uno de los crecimientos económicos más rápidos y espectaculares de la historia.

La historia es mucho más compleja. No somos como Milei, que intenta procesar algunas ideas simples y mentirosas para encajar en la reaccionaria cabeza de sus seguidores un puñado de prejuicios. Los trotskistas nos opusimos desde el principio a la degeneración burocrática de la URSS. Por eso, los fundadores de nuestra corriente política internacional fueron sistemáticamente enviados a los gulags y fusilados en las cárceles estalinistas. Para nosotros, nunca hubo socialismo en la URSS. Con lo que sí acordamos con Milei es que la URSS no fue capitalista.

Nos dice también que «el socialismo es siempre y en todo lugar un fenómeno empobrecedor que fracasó en todos los países que se intentó». Como potencia económica (al menos con los criterios que maneja Milei), la URSS no fue un fracaso. Los hechos demuestran que fue mucho más «exitosa» en muchos sentidos que la inmensa mayoría de los países capitalistas. Si cayó es por motivos más complejos, además del estancamiento económico completamente real de sus últimos tiempos, los graves problemas de la planificación burocrática o el deseo de su burocracia gobernante de convertirse en propietarios capitalistas. Para nosotros no fue «socialista», para Milei sí. Y en cuanto al proyecto de la emancipación socialista, no fue un «fracaso»: fue una derrota. No es lo mismo.

Simplifiquemos: la idea de que el crecimiento económico sólo puede existir con la «libre empresa» es falsa. Lo dicen las fuentes del propio Milei.

Nos dice Milei que en el capitalismo «solo se puede ser exitoso sirviendo al prójimo con bienes de mejor calidad o mejor precio”. El «éxito» es, por supuesto, el lucro. Los capitalistas de todo el mundo intentan siempre, sistemáticamente, ser más y más «exitosos» bajando los salarios, aumentando las jornadas laborales, explotando niños, etc. Milei y sus seguidores saben eso.

Opinan también que deberíamos estarles agradecidos y rezar al Dios de la «libre competencia» por todas las innovaciones y avances científicos. Es solamente la «libre competencia» en su estado químicamente puro la fuente de todo progreso tecnológico. Los hechos recientes los desmienten. La competencia es solamente por más ganancias, lo más rápido posible. Las innovaciones y progresos muchas veces son costosos y no implican beneficios a corto plazo.

Uno de los emblemas del desarrollo tecnológico de nuestros tiempos, internet, fue desarrollado enteramente por el Estado. Solamente cayó en manos privadas cuando lo más costoso estaba hecho y había llegado el momento de hacer dinero. Inversión social y ganancias privadas, para luego tratar de convencernos de que les debemos dar las gracias a los que no aportaron nada más que enriquecerse a costa del trabajo y la inteligencia ajena. Eso también es capitalismo.

El capitalismo y la pobreza

«No debemos olvidar nunca, que – para el año 1800 – cerca del 95 por ciento, de la población mundial, vivía en la pobreza más extrema; mientras que ese número cayó al 5 por ciento para el año 2020, previo a la pandemia». Pedimos disculpas por los evidentes errores de redacción. Citamos textualmente del PDF oficial del discurso, con sus errores gramaticales incluidos.

Si la sociología pudiera encarnar en un individuo, ese individuo tendría ganas de morir. Es impresionante como se pueden concentrar en tan pocas líneas tantos errores juntos. La hostilidad del gobierno de Milei al CONICET, a los sociólogos y a las ciencias sociales en general tienen evidentemente un motivo. No les gusta que hable la gente que sabe de lo que habla. 

Respiremos profundo, armémonos de paciencia, y respondamos. Esa medición de la pobreza solamente puede surgir de usar un método común para saber quienes eran pobres en el 1800 y quienes son pobres ahora. El dato es del Banco Mundial, que usa un criterio de medición de la pobreza por ingresos en dólares. Clásicamente, era «extremadamente pobre» en el mundo quien tuviera un ingreso mensual inferior a 1,5 dólares mensuales. Hoy, esa cifra se ha actualizado a 2,15 dólares.

Acorde a estos datos, que Milei en Davos repitió con tanta seguridad, la extrema pobreza alcanzaba en 2023 entonces a un poco menos del 10% de la población mundial, menos de 700 millones de personas.

Pero crucemos ese dato con algunos más. Según un informe de la ONU, en ese mismo año, hasta 781 millones de personas padecían hambre. En el mundo del capitalismo ideal y maravilloso de Milei, uno puede festejar no vivir en la extrema pobreza después de pasar varios días sin comer. Y hablamos de los que directamente no pueden comer: la humanidad que en 2023 no tenía los ingresos suficientes para alimentarse bien y saludablemente llegaba a más de 3 mil millones de personas. Muchísimo más que ese estúpido 5% de Milei.

Nótese que venimos usando un criterio muy simple: la posibilidad de comer. La pobreza es algo mucho más complejo que eso. Y analizando en más detalle, queda completamente en evidencia el estúpido intento de comparar lo que era ser «pobre» en 1800 y lo que es ser pobre ahora. Según un informe de la Organización Mundial de la Salud del 2022, había en el mundo 3.600 millones de personas que no podían acceder a un inodoro en condiciones o a ninguno en absoluto.

Menos del 39% de la población mundial accedía a un inodoro con conexión a alcantarillado y saneamiento del agua ese año. Que en pleno siglo XXI más de la mitad de la población mundial no tenga acceso a algo tan básico es, según los números de Milei, algo que deberíamos agradecer como «progreso» a los genios del capitalismo mundial. Porque, por supuesto, en el 1800 los inodoros ni siquiera existían. Entonces, miles de millones de personas que no acceden a un inodoro y más de la mitad de las 1.800 millones que no tienen acceso a agua potable limpia… no serían pobres. Comparar la pobreza del 1800 con la actual tiene esos resultados. Milei merece ser tratado como lo que es: un payaso ignorante.

En el 1800, con la emergencia del capitalismo, creció también su relación de producción característica: el trabajo asalariado. Surgió en esas épocas la clase trabajadora moderna, el proletariado. Su situación general era de salarios de hambre, jornadas laborales de 16 horas o incluso más, trabajo infantil, hacinamiento de familias enteras en casuchas de mala muerte. Nuestros «libertarios» hacen de cuenta que nada de eso pasó. La organización sindical (y sí, también el socialismo) fue conquistando aumentos de salarios, limitación de las jornadas de trabajo, la eliminación del trabajo infantil, etc.

Hoy, la clase trabajadora es la mayoría de la población mundial. Sin sus conquistas, las que contradicen al «libre mercado», miles de millones serían arrojados a esa miseria infame. Sin esas conquistas, miles de millones ya viven en esa miseria infame. Ese es el proyecto de sociedad de Milei, pese a su discurso de «progreso»: esclavizar a los trabajadores. Porque para ellos ese es el mejor de los mundos posibles. Porque su proyecto de vida es la «defensa irrestricta» de la esclavitud asalariada.

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