Mercosur: discursos cruzados y rumbo incierto

La nueva Cumbre del Mercosur en Iguazú reeditó todas las tensiones de los últimos encuentros.

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La nueva Cumbre del Mercosur en Iguazú reeditó todas las tensiones de los últimos encuentros. Los acuerdos con la Unión Europea y China, la situación en Venezuela, la salida de Bolsonaro y la vuelta de Lula.

Antes de comenzar la Cumbre de Iguazú, ya estaba claro cuál sería la postal del encuentro: la vuelta de Lula como abanderado del bando de la integración regional. El regreso de Lula a la presidencia se impuso como noticia central por su propio peso. Pero las tensiones dentro del bloque no desaparecieron. Tan sólo se calmaron, pero permanecerán latentes mientras el Mercosur siga siendo no más que bellos discursos por la «integración» y ninguna medida económica de fondo.

«Integración» capitalista o flexibilización salvaje

Durante los últimos años la presidencia del organismo estuvo en manos de Alberto Fernández (otro integracionista). Casi como en la gestión nacional, su trabajo en el Mercosur estuvo marcado por la inacción y la indiferencia.

Fue el tándem Bolsonaro – Pou el que trajera a colación las primeras críticas que apuntaban a «flexibilizar» (por no decir eliminar) las tímidas barreras proteccionistas del Mercosur. Estas son básicamente dos. El arancel común y el impedimento a los países miembros de cerrar acuerdo de libre comercio de forma unilateral. Estos dos elementos funcionan como un mínimo escudo para la producción regional, marcada por un desarrollo general relativamente bajo (aunque con fuertes desigualdades internas) con respecto a Europa, China y Estados Unidos.

La idea de Pou (y Bolsonaro) era simple: abrir el comercio de la región a las potencias europeas sin restricción alguna. El resultado de una medida como esta es obvio y conocido. El menemismo lo hizo durante los ’90 en Argentina y ramas enteras de la industria local (como la textil) se fueron a pique, destruyendo miles de puestos de trabajo.

¿Sur? 

En todo caso, era inevitable que la vuelta de Lula cambiara el panorama dentro del organismo. No es ningún secreto que el amperímetro de la región se mueve detrás de Brasil, su primera potencia económica y geo – política.

Ya el año pasado Da Silva había insinuado su orientación para el Mercosur, con la propuesta de una moneda única lanzada junto a Alberto Fernández. Esta vez, su aliado no fue tanto Fernández (olvidado por la política aun mientras continúa su mandato) sino Sergio Massa, que se encuentra de gira por el Nordeste de cara a la campaña electoral.

Como figura central de la delegación argentina, Massa hizo hincapié en la idea de una moneda unificada durante la apertura de la Cumbre. Y lo propio hizo Lula, quien señaló que durante su gestión impulsará la creación de «una moneda regional de referencia específica para el comercio regional, que no afectará las monedas nacionales».

Las amenazas de ruptura

«Si no podemos avanzar juntos, como bloque, lo vamos a hacer unilateralmente» dijo Lacalle Pou durante su intervención. Dejo que el organismo debe «flexibilizarse, modernizarse, abrirse al mundo. El inmovilismo es lo que nos preocupa«. La amenaza de ruptura con el organismo fue clara, pero Pou no parece tener suficiente peso como para arrastrar tras de sí a nadie más.

Aún así, el mandatario uruguayo renovó sus críticas por derecha. Para el caso, eligió traer a colación la polémica por la inhabilitación de la candidata opositora Corina Machado en Venezuela. «El Mercosur tiene que dar una señal clara para que el pueblo venezolano se encamine a una democracia plena que hoy no tiene» dijo textualmente.

Pero nadie secundó la iniciativa más que el presidente paraguayo Mario Abdo. Alberto Fernández desestimó rápidamente el tema como inapropiado para el ámbito de Mercosur. El oficialismo argentino leyó las críticas de Pou como una nota equívoca en el acorde de «discursos de integración» y le puso el mote de «vecino disonante» al mandatario uruguayo.

Es cierto que Lacalle Pou quedó en minoría dentro de la Cumbre. Sólo el paraguayo Abdo replicó su crítica al madurismo. Pero también es cierto que las críticas librecambistas al Mercosur (la idea de ir hacia acuerdos de libre comercio salvaje con las potencias extranjeras) no son una emanación original de la mente de Lacalle Pou.

En las últimas cumbres, su discurso había sido calcado por Bolsonaro, entonces todavía en el gobierno brasileño. Con la caída en desgracia del derechista y la vuelta de Lula, la tendencia que pugna por la eliminación de las magras medidas proteccionistas del Mercosur parece debilitada en la región.

El acuerdo con la Unión Europea

Pero la presión para un recorte del arancelamiento proteccionista del Mercosur no desapareció con Bolsonaro. En última instancia, no se trata simplemente de las opiniones de los mandatarios locales. La liberalización de los aranceles es una política promocionada en primer lugar por el imperialismo. Lo mismo vale para el imperialismo europeo como por el chino y el norteamericano, en cada caso para provecho propio.

No hace falta más que ver el interminable entusiasmo del establishment europeo alrededor del Acuerdo negociado con el Mercosur. El mes pasado, la presidenta de la Comisión Europea Ursula Von der Leyer estuvo de gira por Sudamérica, promocionando las benévolas «inversiones europeas» deseosas de llegar al sur. Lo cierto es que tras esas inversiones se asoma, como siempre que un acuerdo de libre comercio es firmado por socios desiguales, una transferencia de recursos desde uno hacia el otro. Se trata de una forma diplomática de transferir riquezas de Sudamérica a las potencias europeas.

Fue el propio Lula el que confesó esta realidad al referirse al acuerdo con la Unión Europea, que fue firmado en 2019 pero interminablemente renegociado hasta el día de hoy, sin llegar nunca a ponerse en práctica. «No tenemos interés en firmar ningún acuerdo que nos condene al eterno papel de exportadores de materias primas» dijo el brasileño. Lo propio hizo Fernández, quien dijo que «el Mercosur fue el que más cedió, siendo el bloque con menor nivel de desarrollo relativo en el acuerdo«.

La pregunta que cabría hacer entonces es ¿por qué Da Silva y Fernández negocian un acuerdo que debilitará los sistemas productivos regionales y profundizará la primarización de la economía y la dependencia respecto a los centros imperialistas? ¿No están ellos a favor de la integración y en contra de el libre comercio salvaje que proponen los neoliberales como Lacalle Pou?

Sucede que tanto Lula como Fernández o Massa son políticos del establishment capitalista, sin importar si se cuentan entre los integracionistas o los neoliberales. Y el capitalismo pone límites bien concretos a cualquier proyecto de integración que no cuestione las reglas del juego.

En la economía capitalista globalizada existen, básicamente, países imperialistas industrializados y países dependientes productores de materias primas. Para terminar con esas desigualdades no alcanza con tímidas medidas de proteccionismo como los aranceles comunes. Para eso haría falta cuestionar las bases del capitalismo, como por ejemplo la propiedad privada del puñado de empresarios y terratenientes que acaparan las divisas y las rentas de las exportaciones agrarias.

Pero ni Lula ni Fernández están dispuestos a tomar medidas de ese tipo. Por el contrario, están discutiendo la letra chica de un acuerdo de entrega de las riquezas locales a las potencias europeas.

Y, para colmo, el principal socio de Lula (el fernandismo – massismo) está en plena campaña electoral. ¿Qué sucederá con el Mercosur si el oficialismo no logra retener la presidencia ante la oposición neoliberal de Juntos? ¿Qué quedará entonces del sueño de la integración?

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