La crisis del trabajo infantil migrante en Estados Unidos

Como en el siglo XIX: miles de niños migrantes son utilizados como mano de obra barata en las fábricas estadounidenses. Una investigación periodística expone la explotación infantil en plantas de Ford, General Motors, Kia, PepsiCo, Amazon y otras grandes empresas.

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«Esta fuerza de trabajo sombría se extiende por las industrias en todos los estados, violando leyes sobre el trabajo infantil que tienen más de un siglo. Techistas de 12 años en Florida y Tennessee. Trabajadores de matadero menores de edad en Delaware, Mississipi y Carolina del Nortee. Niños aserrando planchas de madera en turnos nocturnos en Dakota del Sur.

Desde Centro América, los niños son llevados por la desesperación económica que fue agudizada por la pandemia. Esta fuerza de trabajo estuvo creciendo lentamente por casi una década, mientras que el sistema diseñado para proteger a los niños se ha quebrado» (Solos y explotados, los niños migrantes trabajan en empleos brutales en los Estados Unidos – New York Times).

Una investigación realizada por la periodista Hannah Dreier del New York Times desató el escándalo dentro de la administración Biden. A través de datos oficiales y entrevistas con asistentes sociales y decenas de menores migrantes, el carpetazo revela la utilización masiva de mano de obra infantil dentro de fábricas y comercios de las principales empresas estadounidenses, del tamaño de PepsiCo, General Motors, Ford, Walmart y otras.

El trabajo infantil no es una novedad en el capitalismo. El propio Marx describió este fenómeno y su aprovechamiento por parte de la burguesía hace casi 200 años. Ahora, tras los estragos que la pandemia y la crisis inflacionaria generaron en las condiciones de vida de millones de personas, los sectores más concentrados del capital aprovechan la desesperación y la pobreza para maximizar ganancias con mano de obra barata y clandestina. Lo más vil del capitalismo se expresa cada vez con mayor fuerza dentro de la primera potencia mundial.

La tragedia migrante

No es casual que el fenómeno expuesto por la investigación del Times tenga como primeras víctimas a los niños migrantes. Un problema migratorio de larga data se combinó con la retracción económica generada pandémica para darle forma a lo que ya es la mayor crisis migratoria de la historia humana.

«Solo durante el 2021, 1 de cada 88 habitantes del planeta abandonó su suelo natal. Esto representa unos 89 de los 100 millones de desplazados del bienio. Según el ACNUR, 27 millones de ellos son refugiados. 4,6 millones son solicitantes de asilo. 53,2 millones son desplazados internos» (Una crisis migratoria mundial, IzquierdaWeb).

Entre 2020 y 2021, 100 millones de personas migraron de forma forzada. Y se espera que millones más deban hacerlo en los próximos años, fruto de las guerras, el cambio climático, el aumento de la desigualdad y una posible recesión económica en ciernes.

Los registros señalan que el principal país de origen de los menores explotados es Guatemala. Sucede que la espiral inflacionaria internacional de los alimentos y la energía motorizada por la Guerra en Ucrania asestó un golpe fatal a la endeble economía guatemalteca, ya golpeada por la pandemia. Y las condiciones de vida populares cayeron a pique. Solo en el 2020 (en plena pandemia), casi 1.370.000 personas emigraron de Guatemala. De ese universo, el 89% se dirigía a Estados Unidos.

Pero ingresar al gigante norteamericano no es fácil. Estados Unidos la represión anti – migrante como una política de Estado desde hace décadas. Los cambios de administración (Bush – Obama – Trump – Biden) generaron cambios en los mecanismos, más o menos salvajes. Pero la política de deportación rápida no terminó. Sólo en los primeros 4 meses del 2022, el gobierno de Biden deportó a 12.000 migrantes de vuelta hacia Guatemala.

Pero no sólo adultos migran hacia Estados Unidos. Miles de niños cruzan la frontera sur. A veces de forma independiente, a veces regenteados por grupos que lucran con el tráfico de personas. Y dejar a miles de niños abandonados del otro lado de la frontera no le daría muy buena imagen a un gobierno como el de Biden, que intenta mostrarse más humano que Trump.

Sólo en los últimos dos años, unos 250.000 menores de edad ingresaron sin tutores a los Estados Unidos. El ritmo es de uno 130.000 al año, cinco veces más cantidad que hace 5 años atrás. Esos son los niños que Biden dejó librados a la explotación infantil dentro del país.

La infancia industrializada

«En ciudad tras ciudad, los niños lavan platos tarde por la noche. Manejan máquinas de ordeñe [en granja] en Vermont y entregan comida en Nueva York. Cosechan café y construyen paredes de piedra volcánica alrededor de las casas de vacaciones en Hawaii. Chicas de hasta 13 años lavan sábanas en los hoteles de Virginia.»

«Las ganancias del trabajo infantil migrante benefician tanto a empresas en negro como a corporaciones globales. En los Ángeles, niños pegan etiquetas de ‘hecho en América’ a remeras de J. Crew. Hornean comida vendida en Walmart y Target, procesan leche usada en el helado de Ben&Jerry’s y deshuesan pollo vendido en Whole Foods. En el pasado otoño, estudiantes secundarios hicieron medias de Fruit of the Loom en Alabama. En Michigan, niños fabrican auto – partes utilizadas por Ford y General Motors» (Solos y explotados – New York Times).

La explotación infantil dentro de la industria es tan vieja como el capitalismo. «Los grandes talleres compran, preferentemente, el trabajo de mujeres y niños porque éste cuesta menos que el de los hombres» decía Marx en los Manuscritos de 1844. Tras casi dos siglos, el capitalismo sigue regido por los mismos criterios y muestra su desprecio a toda la legislación anti – explotación infantil existente.

La envergadura de los datos relevados por Hannah Dreier pueden tal vez quedar solapados por la brutalidad de los testimonios de decenas de niños migrantes. Pero las dimensiones dan cuenta de la profundidad del fenómeno.

No estamos hablando de menores que trabajan en pequeñas changas o en empresas domésticas destinadas a la propia subsistencia. Y tampoco es un fenómeno acotado a bolsones de pobreza en zonas particulares.

El trabajo infantil migrante ya es un fenómeno masivo extendido en todo el país, desde los Estados sureños como Texas y Alabama hasta las metrópolis como Nueva York, pasando los Estados de la gran industria como Michigan y zonas agro – industriales como Vermont.

Se trata de grandes conglomerados industriales, algunos de los más grandes de los Estados Unidos (y del mundo), que año tras año recaudan millones de dólares a través de la explotación infantil.

Whole Foods es una de las cadenas de supermercados más grandes de Estados Unidos. Hace pocos año fue comprada por Jeff Bezos, el propietario de Amazon y el quinto hombre más rico del planeta. J.Crew es una importante textil que reportó ganancias por 2,5 billones de dólares en 2019. Ben&Jerry’s es una cadena de heladerías propiedad de Unilever, una de las empresas alimenticias más grandes del mundo. Reporta ganancias por 4.900 millones de euros. Otra firma implicada es el conglomerado Hearthside Foodspropiedad del grupo financiero Charlesbank, que tiene un valor de mercado por encima de los 5 billones de dólares.

Tal vez los casos más llamativos sean los de Ford General Motors. Se trata de la primera gran autopartista de la historia yanqui y la mayor autopartista mundial al día de hoy, respectivamente. Ningún trabajo en la industria autopartista puede ser menos que aberrante para niños de entre 13 y 16 años.

Entre xenófobos y explotadores: la política demócrata

¿Cómo es posible que cientos de miles de niños estén trabajando desde hace años para algunas de las principales industrias del país y ninguna de estas empresas reciba al menos una mínima inspección? ¿Cómo se oculta a un cuarto de millón de niños?

«Estos no son niños que hayan ingresado al país indetectados» señala Hannah Dreier. «El gobierno federal sabe que están en los Estados Unidos, y el Departamente de Salud y Servicios Humanos es responsable de asegura que los tutores los apoyen y de protegerlos del tráfico de personas y la explotación».

«Si Henry Ford hubiera visto esto en sus plantas, nunca se hubiera vuelto famoso y rico. Esta no es la manera de hacer una línea de ensamblaje«. Las palabras son de Xavier Becerra, secretario de Salud y Servicios Humanos bajo la gestión de Biden, y fueron dichas durante una reunión del staff de su área que fue grabada y difundida por el New York Times.

¿Cuál era la razón de su enojo con los asistentes sociales? La lentitud con la que se procesaban y resolvían los expedientes de cada menor de edad migrante bajo custodia del Estado yanqui.

«No queremos seguir viendo a un niño languidecer bajo nuestro cuidado si hay un sponsor responsable», decía también Becerra en el Congreso durante el 2021. Sponsor se les llama a los tutores designados por el Estado para los menores migrantes.

Tras la gestión abiertamente xenófoba de Trump, Biden planteó un supuesto cambio de paradigma en el tratamiento del problema migrante. Una retórica suavizada y una rápida gestión estatal, según las directivas de Becerra. Todo parece razonable. ¿Qué salió mal?

«A medida que más y más niños llegan, la Casa Blanca de Biden ha acelerado los pedidos a la administración para sacar rápidamente a los niños de los refugios de migrantes y entregárselos a los adultos. Los trabajadores sociales dicen que se están apresurando al aprobar a los sponsors«. Sólo un tercio de los niños que pasan por el sistema de Servicios Humanos es puesto bajo custodia de sus padres. El resto va con parientes lejanos o, inclusive, con desconocidos.

«Datos obtenidos por el Times mostraron que durante los últimos dos años, la agencia no pudo contactar a más de 85.000 niños. A fin de cuentas, la agencia perdió contacto inmediato con un tercio de los niños migrantes».

«Más de 60 asistentes sociales expusieron en entrevistas que alrededor de dos tercios de todos los niños migrantes no acompañados terminaron trabajando a tiempo completo».

La política de rápido procesamiento de Biden y Becerra es inflexible. «El 20% de los niños tiene que ser soltado cada semana o sos apercibido», cuenta una trabajadora social que dejó su cargo en la Secretaría de Salud y Servicios Humanos hace menos de un mes. Y no es el único caso. Las renuncias de trabajadores sociales vienen aumentando en respuesta a la imposibilidad de realizar cualquier trabajo realmente social o mínimamente humano dentro de la Secretaría.

La retórica trumpista fue reemplazada, pero la gestión Biden optó por el modelo fordista de Becerra. La creatividad metafórica de este burócrata deja poco a la imaginación. Los niños migrantes son simples objetos, insumos movidos por el Estado. Y el andamiaje de servicios sociales estadounidense es una simple «línea de ensamblaje» a través de la que pasan los menores antes de ser librados a su propia suerte o a la explotación de la industria.

Miseria del capitalismo

«Completamente inaceptable» y «angustioso» fueron las palabras con las que Karine Jean – Pierre, vocera oficial de Biden, calificó la situación.

Tras el carpetazo del Times, Biden anunció rápidamente una campaña nacional contra el trabajo infantil. Aunque los alcances de la misma no están demasiado claros.

En principio, se impondrán penas más altas para los explotadores. Actualmente, quien tome beneficio del trabajo ilegal de un menor debe pagar una multa de 15.000 dólares. Es indudablemente poco dinero, teniendo en cuenta que estamos hablando de algunas de las empresas más rentables del país.

Junto con esto, el Departamento de Trabajo anunció que multará no sólo a los contratistas  y proveedores sino a las grandes empresas detrás de la línea de producción. Por otro lado, el Estado se reservará el derecho de bienes rápidos (hot goods). Esta figura legal le permite al gobierno interrumpir el movimiento de mercancías cuando si llega a detectarse trabajo infantil en cualquier punto de la cadena de suministro.

La primera medida es de tipo publicitario (escrachar a las grandes firmas ante la opinión pública) y la segunda incluye mínimos intentos de legislar sobre la ganancia capitalista. Pero se trata evidentemente de medidas harto insuficientes.

En todo caso, ¿quién y cómo supervisará estas medidas? La legislación contra la explotación infantil existe desde hace décadas y nadie impidió que miles de niños migrantes fueran puesto a trabajar en fábricas de Ford y General Motors. «En la última década, las autoridades federales resolvieron sólo uno 30 casos de menores no – acompañados forzados a trabajar» dice el Times, siguiendo los registros oficiales.

Pero, más importante aún que los términos de supervisión y castigo, ¿qué hará Biden para solucionar la situación de absoluta vulnerabilidad que expone a niños migrantes a elegir entre el hambre y la explotación?

«Al menos una docena de trabajadores menores migrantes han muerto en su trabajo desde 2017, incluyendo un menor de 16 años que cayó de una removedora de tierra que estaba operando y fue aplastado por ella en Georgia. Otros fueron gravemente heridos, perdieron piernas o se fracturaron la columna en caídas», releva el Times.

El compromiso de Biden con la burguesía norteamericana es tan férreo que ni siquiera este desolador panorama lo decide a hacer rodar la cabeza de uno o dos multimillonarios. Hasta el momento, sólo una de las empresas nombradas por el carpetazo está siendo investigada por el gobierno (Hearthside Foods).

Durante décadas (y especialmente luego de la caída del Muro de Berlín) los voceros del sistema han gastado ríos de tinta predicando que el capitalismo es insuperable, la única forma de llevar a la sociedad hacia el progreso.

Pero el capitalismo nunca perdió sus viejos hábitos. La explotación nunca desapareció. Y la llegada de las nuevas crisis (la pandemia y la guerra) hace supurar miseria por todos lados. Por detrás de los discursos y las palabras aparece el verdadero rostro del capitalismo: la explotación de miles de niños en las fábricas, como en las épocas de Marx.

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