Chile estalla contra Kast

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  • El resurgimiento de la derecha y la rebelión popular.

Victor Artavia

El pasado 21 de noviembre se llevó a cabo la primera vuelta de las elecciones chilenas, donde José Antonio Kast del Partido Republicano (ultraderechista que reivindica la herencia pinochetista) y Gabriel Boric de Apruebo Dignidad (coalición de izquierda reformista entre el FA y el PC), obtuvieron el primer y segundo lugar, respectivamente, por lo cual disputarán el balotaje del próximo 19 de diciembre.

Aunque el resultado coincidió con lo que señalaban la encuestas, no por eso dejó de sorprender a propios y extraños. Por un lado, confirmó –nuevamente- el desplome de los partidos del “centro neoliberal” que, durante los últimos treinta años, gobernaron Chile alternándose el poder; por el otro, evidenció la polarización que atraviesa al país tras el estallido de la rebelión popular de 2019, lo cual, en esta ocasión, se manifestó principalmente con el resurgimiento de la derecha, ahora en su forma más extrema bajo el liderazgo de Kast.

Los resultados electorales y la reconfiguración del mapa político

Hasta hace pocos meses, dentro de la izquierda reformista chilena imperaba un triunfalismo desmedido, producto de los reveses electorales que sufrió la derecha tradicional en el Plebiscito del 25 de octubre de 2020 –donde se aprobó con un 80% convocar a la Convención Constitucional- y en la elección de las diputaciones “Convencionales” de mayo anterior –marcadas por el retroceso de la derecha y el avance de las listas independientes-. A partir de esas dos derrotas coyunturales, consideraron que la derecha estaba “muerta” y circunscrita a unas pocas comunas (municipios) burguesas, por lo cual había que apostar todo a las elecciones para “enterrar” al neoliberalismo en Chile.[1]

Pero el impresionismo es mal consejero en política, como reflejaron los comicios del pasado domingo, pues la derecha extrema fue la gran triunfadora de la jornada. En cuestión de semanas, Kast experimentó un ascenso meteórico, pasando de ser una candidatura “testimonial” a conquistar el primer lugar con un 28% de los votos; en segundo lugar se ubicó Boric que, tras encabezar las encuestas por varias semanas, quedó por detrás del ultraderechista al obtener el 25,5% de los sufragios; seguidamente, se situó Franco Parisi, un neoliberal que, con su discurso “anti-política” y su perfil de “outsider”, se hizo del tercer lugar con el 13% (algo insólito pues ni siquiera está en el país por problemas legales e hizo campaña por redes sociales); por último, se ubicaron las candidaturas del oficialista Sebastián Sichel, con 12,5%, y la democristiana Yosna Provoste, con el 11,7% (es decir, las candidaturas del bipartidismo de los treinta años sumaron el 25%).[2]

Los resultados también beneficiaron a la derecha a nivel parlamentario, donde reafirmaron las posiciones conservadoras. En cuanto al Senado –integrado por 50 representantes-, la derecha obtuvo 25 bancadas (incluido un senador del partido de Kast) y, aunque en teoría hay un empate entre la derecha y la centro-izquierda, en realidad la correlación de fuerzas favorece a los conservadores, pues muchas veces los siete representantes de la democracia cristiana votan con la derecha.[3] Con relación a la Cámara de Diputados, de un total de 155 escaños en disputa, las agrupaciones de derecha colocaron a 68 representantes (a los cuales seguramente se sumarán los seis representantes del partido de Parisi), una cifra importante que forzará al resto de partidos de la “izquierda” (las fuerzas de la ex Concertación y el FA) a moderar sus proyectos de ley para negociarlos con las bancadas de derecha.

De lo anterior, se desprende que la derecha se reorganizó bajo la forma extrema que representa el proyecto ultraderechista de Kast, el cual se posicionó como la figura burguesa que traerá el orden y respeto a la ley que se interrumpió con la rebelión de 2019. Esto lo reafirmó en su discurso de la victoria tras conocer los resultados electorales, donde aseguró que la suya era la “única candidatura que va a recuperar la paz, que es la alternativa para enfrentar a los delincuentes y el narcotráfico y que pondrá fin al terrorismo (…) Cada persona que ha vivido el terror en La Araucanía [zona donde se desarrolla la disputa de los pueblos mapuches por recuperar sus tierras ancestrales]tiene la esperanza de vivir en paz”.

Considerando que, para Kast, las protestas de 2019 fueron parte de un “plan terrorista” para desestabilizar el país y el conflicto con los mapuches se origina en acciones de “grupos terroristas”vinculados al narcotráfico, estas palabras constituyen una declaración velada de guerra contra las protestas y movimientos sociales. Justamente, este es el punto fuerte de Kast, que, aunque posiblemente matice ciertos puntos de su programa de cara a la segunda ronda, no retrocede en presentarse como la candidatura de la contra-rebelión, bandera que, objetivamente, no puede asumir la derecha tradicional vinculada a Piñera, pues su facción burguesa salió parcialmente derrotada por las protestas.

Por el contrario, Boric insiste en moderar cada vez más su discurso, como parte de un esfuerzo por presentarse como una alternativa “fiable” para los sectores moderados de la derecha. Por ejemplo, aseguró que, en un eventual gobierno suyo, Daniel Jadue –la principal figura del PC- no sería parte de su gabinete; como era predecible, estas declaraciones generaron un conflicto a lo interno de la coalición Apruebo Dignidad, pero Boric – a sabiendas de que eso iba acontecer- igualmente las realizó para lanzar un guiño a los sectores de la derecha tradicional. En esta misma ruta, en su discurso tras las elecciones aseveró que la crisis desatada desde el 18 de octubre –fecha en que estalló la rebelión en 2019- fue producto de “quienes gobernaron los últimos cuatro años”, es decir, delimitó su crítica a la gestión de Piñera y dejó de lado la responsabilidad de las administraciones de la ex Concertación, con lo cual dejó de lado la crítica al régimen de los treinta años que dinamizó la rebelión, todo a cambio de sumar apoyo entre la “centro-izquierda” neoliberal que gobernó durante las pasadas décadas.

En esta misma línea, Boric también derechiza su discurso para la segunda ronda, como demostró al tomar la bandera de la seguridad ciudadana (uno de los ejes de Kast en la primera vuelta), solicitando más Carabineros en las comunidades para enfrentar la delincuencia y el narcotráfico. Recordemos que, este cuerpo policial, es odiado entre amplios sectores de la población y, muy particularmente, entre las nuevas generaciones que protagonizaron la rebelión popular, pues fueron víctimas de su sangrienta represión.

En suma, para el balotaje Kast se reafirma como el candidato de la contra-rebelión y apunta a reunir a todo el arco de la derecha chilena; esto fortalecerá su candidatura entre el mundo empresarial vinculado a Piñera y la derecha tradicional, deseosos de que la situación del país retorne al 17 de octubre (el día antes de la rebelión), aunque sea hipotecando algunas formalidades democráticas bajo la figura de un “Bolsonaro” chileno. Por su parte, el reformismo de Boric apuesta a ganarse la confianza de sectores moderados de la burguesía, por lo que requiere desligarse de las reivindicaciones y deseos de cambio radical expresados por la rebelión popular.

El trasfondo de los resultados

¿Cómo se explica que, en cuestión de dos años, Chile pasara de un estado de rebelión a convertirse en un foco de la ultraderecha en la región? A nuestro modo de ver, intervinieron varios factores para eso, los cuales explicamos a continuación.

En primer lugar, la rebelión popular chilena fue muy radical en sus métodos de lucha y puso contra las cuerdas al gobierno de Piñera, pero no logró derrocarlo y, por ende, sobrevivió el régimen de los treinta años, aunque con su institucionalidad un tanto maltrecha. Para esto fue vital el Acuerdo por la Paz Social y una nueva Constitución del 15 de noviembre de 2019, por medio del cual el gobierno –con la complicidad traidora de la Democracia Cristiana, los socialistas y el Frente Amplio de Boric que lo suscribieron- canalizó la rebelión por la engorrosa vía institucional de la “Convención Constitucional” que, además de estar sofocada por un sinfín de mecanismos institucionales, nació mutilada al carecer de verdaderos atributos de poder y soberanía sobre las decisiones políticas del país.[4]

Lo anterior redundó en un giro a la derecha en el país, pues transcurrieron veinticinco meses desde el estallido de la rebelión popular y la fecha en que se realizaron las elecciones generales, entre las cuales medió la pandemia y la consecuente atomización social que contrajo, particularmente con la interrupción de las movilizaciones y la disgregación de la juventud estudiantil por la suspensión de las clases presenciales.[5]

En segundo lugar, la instalación de la Convención Constitucional generó muchas expectativas de cambio entre los sectores explotados y oprimidos, pero se fueron desvaneciendo con el paso de los meses, debido a su incapacidad de transformar sus proclamas en avances concretos. Esto desgastó a muchos de los sectores que protagonizaron la rebelión popular, quienes se percataron del laberinto en que cayeron con la Convención mutilada.

El caso mapuche ilustra a la perfección esto que señalamos anteriormente. Recientemente, Piñera declaró un “estado de excepción” y militarizó los territorios mapuches para combatir el “terrorismo” (es decir, frenar la recuperación de tierras en la zona y defender a los grandes terratenientes), ante lo cual la Convención Constitucional se mostró impotente de hacer algo para detenerlo, salvo emitir algunos comunicados de parte de sus sectores de izquierda. Así, el gobierno demostró que prosigue firme con la represión y la política de exterminio contra los pueblos originarios, sin importarle un comino que la Convención discuta y proclame que Chile es un Estado plurinacional.

Lo anterior generó el comprensible malestar de la Comunidad Autónoma de Temucuicui, la cual difundió un comunicado muy crítico hacia la Convención por su instrumentalización de la lucha mapuche y su incapacidad de frenar la militarización de sus territorios ancestrales: “Es la demostración objetiva del fracaso de la Convención Constitucional y los escaños reservados, donde la lucha histórica del pueblo mapuche ha sido relativizada y reducida a una abstracción de “pueblos”; ahora en plena discusión y proclamación del Estado plurinacional se ha declarado oficialmente la militarización y la continuación del genocidio del cual el pueblo mapuche ha sido víctima de manera histórica”.

Esto se vincula directamente con un tercer elemento, a saber, la elevada abstención electoral entre los sectores vinculados con la rebelión popular. Volviendo con el caso mapuche, esto resulta claro al contrastar el 53% de abstención a nivel nacional con lo que sucedió en La Araucanía, donde alcanzó el 54,9%, aunque fue muy pronunciado en las comunas mapuches: Melipeuco, 70,8%; Curarrehue, 65,74%; Carahue, 60,9%. Estas cifras reflejan el desencanto de dichas comunidades con el sistema electoral burgués chileno, pero también da cuentas del desencanto con el proceso constituyente que, en dos años, no resolvió ninguno de sus problemas medulares hasta el momento (ni pinta que logre realizarlo). En contrapartida, en las zonas no mapuches hubo una alta votación favorable a la derecha, donde las candidaturas de Kast, Sichel y Parisi sumaron el 64,46% de los votos; un síntoma de “envalentonamiento” del electorado de la derecha y contrario a la rebelión popular.

Por último, Boric y el FA encarnan una crítica anti-neoliberal de baja intensidad, la cual responde a las preocupaciones de las clases medias y, por ende, tiene pocos vasos comunicantes con el “Chile profundo” de los sectores populares y obreros. Muchos analistas insisten en ese detalle, pues consideran que las figuras del FA –empezando por Boric- son vistas como los “hijos de la élite” que hablan a nombre de los sectores populares, aunque su partido prácticamente no tenga relación orgánica con los mismos ante la carencia de militancia de base por fuera de las actividades electorales.[6]

Nuevamente, los datos electorales nos permiten ahondar sobre este punto, como se desprende de la elevada abstención en las comunas obreras de Santiago, las cuales estuvieron por arriba del promedio nacional (53%): La Pintana, 59,6%; Independencia, 58,9%; San Ramón, 57,4%; Cerro Navia, 56,8%; Recoleta, 55,8%; Lo Espejo, 57,1%.[7] Aunado a esto, en muchas de estas comunas la derecha recogió un porcentaje importante de votos; tal es el caso de La Pintana, donde las candidaturas de Kast, Parisi y Sichel sumaron el 38,27%, es decir, poco más de la tercera parte de los votos emitidos.[8]

Así, durante los últimos veinticinco meses (octubre 2019-noviembre 2021), la fuerza de la rebelión popular se consumió en el tedioso y lento ámbito de la institucionalidad burguesa, y, aunque en varios procesos electorales vinculados a la Convención Constitucional la derecha tradicional salió golpeada, logró reconfigurar sus fuerzas para las elecciones presidencial y parlamentaria.

Derrotar a la ultraderecha en las calles y las urnas

En física, de acuerdo al principio de acción y reacción (la tercera ley de Newton), cuando un cuerpo ejerce una fuerza sobre otro cuerpo, éste reacciona con otra fuerza de igual magnitud y dirección, pero en sentido contrario al primero. Salvando las distancias, algo similar sucede en el campo de la política, pues, por lo general, toda acción ultraderechista genera una reacción de resistencia por abajo.[9]

Esto pareciera acontecer en Chile tras la primera vuelta de las elecciones; la victoria de Kast conmocionó a muchos sectores obreros, populares y movimientos sociales, que, ante el peligro real de que triunfe en el balotaje, comenzaron a organizarse para enfrentarlo. Es un elemento novedoso y progresivo en la campaña electoral, pues abre el portillo para que el movimiento de masas asuma como tarea derrotar a la ultraderecha y retomar la senda de la rebelión popular.

Por ejemplo, los trabajadores portuarios del Espingón de San Antonio, emitieron un vídeo donde expresaron que son antifascistas y alertaron sobre el peligro que entrañaría la victoria del ultraderechista para la clase trabajadora y los sectores organizados; es decir, llamaron a votar contra Kast, sin mencionar siquiera a Boric. Por su parte, la Federación de Trabajadores del Cobre (FTC) llamó a votar por Boric, dado que, un eventual gobierno de la ultraderecha, privatizaría Codelco (la minera estatal) y pondría en riesgo los trabajos de miles de personas, además de afectar los programas sociales que desarrolla la empresa.

Otro caso fue lo que aconteció en la comuna obrera Lo Espejo (donde hubo una altísima abstención, como señalamos previamente), donde un grupo de habitantes expulsó a Kast cuando trató de hacer un recorrido en el barrio, acusándolo de no pensar en los pobres y representar a los ricos.

También, la Coordinadora Feminista 8M llamó a votar por Boric, señalando que, la victoria de Kast, daría paso a un gobierno autoritario y pinochetista, el cual cerraría por la fuerza los espacios de movilización y el proceso constituyente. Más importante aún, realizaron una multitudinaria asamblea presencial de 700 mujeres -a las que se sumaron otras seis mil de forma virtual-, con el fin de organizar “comandos territoriales feministas” para visitar los barrios y centros de trabajo de cara a la segunda vuelta, así como discutir medidas de resistencia contra un eventual gobierno de Kast y los previsibles ataques que vendrán desde el nuevo Senado por su composición conservadora. Asimismo, durante la masiva movilización del 25N en Santiago, fueron recurrentes las consignas contra Kast y el avance de la ultraderecha.

Estos casos son sintomáticos de una creciente reacción contra Kast entre sectores obrero, populares y de los movimientos sociales, los cuales identifican el peligro que entrañaría una victoria del ultraderechista, el cual tiene por objetivo clausurar, de forma reaccionaria y conservadora, el clima de movilización y transformación social que se instauró con la rebelión popular, para lo cual apelará a medidas represivas extremas (acompañadas de contrarreformas económicas más agresivas[10]).

Por todo esto, desde la corriente Socialismo o Barbarie llamamos a votar contra Kast en el balotaje, acompañando el proceso de reacción contra la ultraderecha que se gesta desde abajo. Por defecto, esto se traduce en un voto ultra-crítico por Boric, lo cual no implica depositar un gramo de confianza en su candidatura, pues es un traidor de la rebelión, tanto por su firma del acuerdo constitucional del 15 de noviembre de 2019, pero también por su derechización de cara a la segunda ronda, donde siquiera es capaz de sostener la crítica al régimen de los treinta años.

A pesar de eso, es una tarea central impedir el triunfo de Kast, cuya una candidatura representa la contra-rebelión y, por ende, es un peligro para las libertades de organización y movilización del pueblo explotado y oprimido en Chile.

Este voto anti-Kast y ultra-crítico por Boric, debe acompañarse de una expresión organizativa independiente de Apruebo Dignidad (con más razón por la creciente incorporación de figuras de la ex Concertación a su campaña), por lo cual llamamos a conformar comités de base contra la ultraderecha en las comunas obreras, centros de trabajo y estudio, los cuales sirvan como punto de encuentro para los miles de trabajadores, jóvenes y mujeres, tanto para derrotar a Kast en las urnas, pero también para reconstruir el tejido social y retomar el camino de la rebelión popular, particularmente mediante la lucha porque la Convención Constitucional sea verdaderamente libre y soberana.


Fuentes consultadas

 


[1] Un ejemplo del “cretinismo parlamentario” que aqueja a la izquierda reformista, bajo el cual toda la realidad se circunscribe a la aritmética parlamentaria, obviando que, si bien las elecciones constituyen un medidor del clima político muy importante, solamente es un factor a considerar en relación con el resto de determinaciones que intervienen en la lucha de clases.

[2] Al momento de escribir esta nota, proseguía el conteo de votos y la diferencia entre Parisi y Sichel se recortó, aunque sin variar su ubicación en tercer y cuarto lugar, respectivamente. Pero no es descartable que pudiera darse un cambio en este punto, aunque fuese por una diferencia porcentual mínima.

[3] A pesar de eso, hubo dos datos que contrapesaron por la izquierda. Primero, ingresó un senador del PC, algo que no sucedía desde el gobierno de Salvador Allende en los años setenta; segundo, resultó electa Fabiola Campillai, una mujer que perdió sus dos ojos, el olfato y el gusto, a causa de la represión policial durante la rebelión popular de 2019 (le explotaron una bomba lacrimógena en la cara), la cual se postuló de forma independiente y con un discurso de izquierda más fuerte.

[4] En este sentido, la rebelión chilena puso dos cosas de manifiesto: 1) la radicalización del actual ciclo de rebeliones, lo cual da cuentas de la acumulación de experiencias de lucha de los sectores explotados y oprimidos a nivel internacional; 2) que persiste una desigualdad muy profunda entre la radicalidad en que se desarrolla el choque entre la “plaza” y el “Palacio” con relación a la elaboración de una clara consciencia política revolucionaria, que impida que los procesos de lucha sean cooptados y desviados por la vía institucional/electoral burguesa.Superar esta contradicción es un paso subjetivo necesario para que las rebeliones se transformen en revoluciones sociales.

[5] Esto es un dato de enorme importancia, pues la juventud estudiantil estuvo a la vanguardia en las luchas del país desde 2006 con el movimiento de los pingüinos, pasando por la pelea universitaria de 2011 y, por último, fueron el punto de inflexión para el estallido de la rebelión con las acciones de decenas de estudiantes brincándose los torniquetes del metro en protesta contra el aumento del pasaje en 30 pesos.

[6]A pesar de su ascenso electoral en los últimos años, el FA carece de densidad orgánica por la base; en los procesos internos de sus corrientes principales –Revolución Democrática y Convergencia Socialista-, ninguna supera la participación de los mil militantes. Además, es un partido reformista cuyo eje son las elecciones, por lo que no desarrolla una militancia activa por la base. Lo anterior explica su falta de vínculo orgánico con los sectores explotados y oprimidos.

[7] Es llamativo la abstención en Recoleta, pues Daniel Jadue es alcalde de esa comuna desde 2012, por lo que se considera una plaza fuerte del PC. Con relación a Lo Espejo, pocos días después de la primera ronda, un grupo de vecinas expulsaron a Kast cuando trató de hacer un recorrido en la comuna, acusándolo de no pensar en los pobres y representar a los ricos, lo cual puede ser sintomático de un giro contra la ultraderecha en estos sectores de cara al balotaje.

[8] Por otra parte, en las comunas burguesas la participación electoral osciló entre el 63 y 69%, obviamente a favor de Kast y las candidaturas de derecha.

[9] Nos referimos, por supuesto, a situaciones donde no se haya consumado una derrota y, por tanto, la disputa política está en pleno desarrollo, la cual puede saldarse con un resultado progresivo o regresivo.

[10] Aunque Chile es un país bastante neoliberal, Kast tiene como uno de sus ejes achicar aún el Estado y liberalizar la economía.

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