Argentina: El relato de Milei y la economía argentina

Como era de esperar de un gobierno con un sesgo delirante anti Estado como el de Milei, los primeros meses de gestión dejan un saldo claro: no hay política económica en sentido estricto, sólo hay política financiera.

0
12

Más que “plan económico”, lo que existe –y lo que genera el apoyo entusiasta de FMI, “mercados” y gran patronal– es un plan político-estratégico de reconfigurar el funcionamiento del capitalismo argentino arrasando con las conquistas sociales, las relaciones laborales y la clase trabajadora misma. Una apuesta que parece a todo o nada y que, por lo tanto, conlleva riesgos inmensos… para los dos bandos.

En el mientras tanto, continúan el derrumbe del poder de compra de salarios y jubilaciones, el deterioro acelerado del nivel de vida (todos bajamos uno o varios escalones de consumo en todos los rubros) y el malhumor general, que los inminentes tarifazos no harán más que empeorar. Que se cuide Milei de los idus de marzo, repiten todos los analistas con el ojo puesto en la situación social. Y está claro que las angustias cotidianas no se van a aliviar con la lluvia de mentiras que nos regala un gobierno que no se sabe muy bien si es simplemente cínico o si de verdad se cree los disparates que propala. Veamos esto con algo de detalle.

“Volvimos a tener superávit fiscal”

Conocidos los datos oficiales de enero, Milei felicitó al ministro de Economía, Luis Caputo, por haber logrado un “superávit fiscal” (primario) de unos 2 billones de pesos. Aquí sí no hay duda: puede que el presidente se lo crea, pero el resto del universo sabe que es un cuento chino imposible de tragar. Es como si un asalariado festejara que este mes le alcanzó el sueldo… pero sólo por haber dejado sin pagar la luz, el gas, el alquiler y las expensas.

Un informe de la sociedad de Bolsa Portfolio Personal Inversiones (PPI) hace un desglose significativo. El 44,5% del “ahorro fiscal” corresponde al recorte de las jubilaciones (890.000 millones de pesos), mediante el sencillísimo recurso de no actualizar con ninguna fórmula haberes que sufrieron sólo entre diciembre y enero una poda del 50% de su poder de compra. Otro 22,5% lo aportamos todos los consumidores por la vía de reducción de subsidios –y esto antes de los tarifazos–, y un 12% de “ahorro” es contribución de los empleados estatales con la reducción de su salario real (C. Lamiral, ámbito.com, 19-2-24). En total, casi el 80% del “superávit” es licuadora y ajuste que aprovecha el shock inflacionario del primer bimestre de Milei y que, por lo tanto, es por única vez y no replicable. Para no hablar del desplome del 86% en “gastos de capital”, esto es, obra pública, que tampoco parece sostenible.

El mismo informe de PPI estima que el gasto primario total del Estado (sin incluir pago de deuda, claro) tuvo un retroceso del 39,4% en enero, que abarca una caída del 30% en prestaciones sociales (que a su vez se explica por el recorte en jubilaciones en pensiones), del 64% en subsidios económicos (que incluyen postergación de pagos a la distribuidora de energía Cammesa), del 28% en gastos de funcionamiento (por licuación de salarios de estatales), del 72% en transferencias a las provincias y el citado 86% en obra pública.

Tal es la historia real detrás del “superávit fiscal” de enero. Al respecto, es muy ilustrativo el final del informe de la sociedad de Bolsa: “El buen resultado ratifica que se está siguiendo el rumbo económico en pos de alcanzar el equilibrio financiero en 2024”. ¿Se entiende? ¡La misma gente que desnuda con cifras inapelables la mentira oficial termina felicitando al gobierno por su “buen resultado”! Lo cual parece esquizoide, pero es comprensible: los “mercados” y el gran empresariado, a la vez que no se dejan engañar por las toscas operaciones ideológicas del gobierno, no dejan que eso les nuble el juicio y siguen respaldando el ataque de Milei.

De todos modos, y pese a los píos deseos de la clase capitalista, el “buen resultado” no duró mucho. Según la Oficina de Presupuesto del Congreso, ya en el mes de febrero, si bien se mantuvo el superávit primario (aunque un 63% menor), volvió el déficit financiero: unos 180.000 millones de pesos. La caída de recaudación fiscal producto de la recesión, sumado a que se acaba la magia contable de los “por única vez”, vuelven a poner las cosas en su lugar. El superávit fiscal no se negocia: se desinfla.

“Crecen las reservas del Banco Central”

Otro de los “logros” exhibidos por Milei en su bizarro discurso de apertura de sesiones del Congreso fue el aumento en la acumulación de reservas del BCRA. Pero una cosa es lo que dice el presidente, otra es la que cuentan los datos oficiales y todavía otra es cómo se interpretan esos datos.

En enero el BCRA tuvo compras netas por 3.272 millones de dólares, que pasaron a engrosar las reservas brutas, que aumentaron en total 4.569 millones. A primera vista, esto dejaría al gobierno en inmejorable posición para cumplir con lo comprometido ante al FMI para 2024, que es una recomposición de reservas por 10.000 millones. Salvo por un detalle insignificante: las compras de dólares de enero son insostenibles, porque se apoyan, simplemente, en la postergación de pagos de importaciones por un monto de… 3.304 millones, es decir, casi el mismo monto de “dólares acumulados”.

Es el propio BCRA, en su informe Evolución del Mercado de Cambios y Balance Cambiario, el que detalla que los pagos de importaciones en enero 2024 fueron un 74% menos que en enero 2023. Y no por menor volumen de importaciones, sino esencialmente por diferimiento deliberado (“pisar pagos”, en la jerga). Así, esos 4.500 millones de “acumulación de reservas” surgen de 3.300 millones de pagos pisados de importaciones… y un giro de divisas del FMI por 1.265 millones de dólares, que volverán al organismo ya en abril próximo (J. Strasnoy, ámbito.com, 27-2-24). Así, los informes de consultoras saludan con alborozo que desde el 10 de diciembre a fin de febrero, las reservas se incrementaron en unos 6.300 millones, pero no dicen en voz tan alta que buena parte de esa “recomposición” es un dibujo contable de patas cortas.

Al igual que en el caso del “superávit fiscal”, los próximos meses van a dar una medida más real del “crecimiento de reservas”, en la medida en que la implementación de alguna fórmula de ajuste de haberes jubilatorios (en el primer caso) y la cancelación efectiva de los pagos pisados (en el segundo) van a descorrer el velo que el gobierno puso sobre esas cifras. También aquí, los voceros del “mercado” se ven en la obligación de a la vez aplaudir el rumbo de Milei y aconsejar cautela. Por ejemplo, la Fundación Capital, de Martín Redrado, que también pone los ojos en blanco ante el aumento de reservas, no puede menos que admitir que ese repunte debe tener en cuenta un “contexto de pago de importaciones reducido” (pisado, bah) de nada menos que 5.720 millones de dólares, es decir, el 91% del tan glorioso “incremento de reservas”.

De modo que cuando vamos a los números netos, sin dibujos ni “distorsiones” interesadas, la meta de sumar 10.000 millones de reservas para el BCRA, lejos de parecer pan comido, aparece tan ambiciosa como en las épocas de Massa como ministro de Economía. Veamos algunas razones adicionales.

“La cotización del dólar financiero está estabilizada”

En su altamente ficcional discurso al Congreso, Milei también se jactó de la relativa calma de la cotización de los dólares financieros (MEP, contado con liquidación y, marginalmente, el llamado blue), cuya brecha con el oficial está en niveles del 20-25%. Spoiler alert: la calma va a durar poco.

Por lo pronto, que caiga la cotización del dólar blue no es un indicador de “estabilidad” sino del brutal frenazo económico que genera el deterioro de los ingresos y el derrumbe del consumo. A diferencia del mercado de dólares financieros propiamente dichos (MEP y contado con liquidación), el blue es un mercado que refleja muchos operadores de poco monto y poca monta. Y el descenso del blue se debe en lo esencial a que esos operadores –en su abrumadora mayoría, pymes y ahorristas de clase media–, a diferencia de lo habitual, no presionan a la suba con su demanda de dólares sino que ahora los ofrecen. Es decir, quieren vender, no comprar, dólares. Y quieren vender porque deben hacer frente a gastos corrientes que ya no pueden cubrir con ingresos corrientes. En criollo: se están comiendo los ahorros. La calma del blue no es la estabilización de Milei, sino la descapitalización del chiquitaje.

Pasemos a los dólares financieros. Aquí, uno de los factores a considerar es el llamado “dólar blend”, o dólar mezclado, que rige para los exportadores. Se trata de una medida tomada por Massa en septiembre pasado y que Milei no tocó hasta ahora, y que consiste en que los exportadores, en vez de estar obligados a liquidar todos sus dólares en el mercado de cambio oficial –y por ende, al tipo de cambio oficial– pueden liquidar hasta un 20% de sus dólares en el contado con liquidación (CCL). Esto tiene inicialmente dos consecuencias: aumenta de hecho el tipo de cambio real para los exportadores (únicos autorizados a esta operativa) e inyecta oferta en el mercado CCL, lo que modera las presiones cambiarias.

Ahora bien, es sabido que al FMI no le gustan los desdoblamientos cambiarios, categoría que le cabe al blend por definición. En principio, la fecha de despedida del blend sería junio de este año, según el Staff Report del FMI. Por un lado, habría un 20% más de dólares para el mercado de cambios oficial (MULC) y por lo tanto la posibilidad del BCRA de aumentar reservas. Por el otro, los exportadores buscarían compensar el tipo de cambio menor que les tocaría presionando a una nueva devaluación, sea brusca o acelerando las minidevaluaciones (crawling peg, en la jerga), hoy en el ridículo nivel del 2% mensual.

El propio gobierno se pega tiros en el pie con anuncios extemporáneos, no confirmados y que nadie le pide. Por ejemplo, los sucesivos amagos de Milei de “levantar el cepo cuanto antes” por ahora han tenido el resultado de que los exportadores postergan liquidaciones de sus dólares. Lógico: ¿por qué van a liquidarlos a los 830 pesos fijos de hoy[1] cuando una apertura del cepo lo dejaría en “lo que diga el mercado”? Lo que lleva a situaciones curiosas como que las exportaciones de carne a China están frenadas porque es más rentable vender la carne en el mercado interno, al menos hasta nuevo aviso.

De allí que, lejos de las bravatas de Milei de que “me prestan 15.000 millones de dólares [¿quién? MY] y levanto el cepo”, el ministro Luis Caputo, en su primera reunión con el gabinete completo de Economía, rápidamente interrumpió las exposiciones con un pedido desesperado: “Tráiganme dólares; si no hay dólares, el plan del presidente no tiene sentido” (L. Renou, Página 12, 21-2-24).

De nuevo volvemos a la más vieja y conocida contradicción de la economía argentina: la manta corta de dólares. Para que “el plan de Milei tenga sentido”, se necesitan dólares para a) cumplir con la acumulación de reservas comprometida ante el FMI, b) pagar las importaciones, tanto las pisadas como las nuevas, c) cumplir el –este año, no muy abultado, pero a partir de 2025, a agarrarse– cronograma de pagos a acreedores externos privados e “institucionales” (FMI, sobre todo), d) liberar el cepo, hasta llegar, eventualmente, a la estación terminal e) dolarización hecha y derecha.

Para todos estos objetivos, la oferta de dólares de 2024 por ahora consiste en, según el citado informe de Fundación Capital, exportaciones por unos 78.000 millones de dólares contra importaciones de 59.000 millones y, por lo tanto, un superávit comercial de 19.000 millones. Aquí es donde talla, como vimos, la cuestión del “dólar blend”, que puede agregar o sacar hasta un 20% de eso. Por lo demás, la entrada de divisas por exportaciones del complejo agrícola no va a ser particularmente robusta, ni en precios de commodities ni en volumen cosechado. Será sin duda superior a la de 2023, con sequía incluida, pero muy lejos de cualquier récord de exportaciones. En voz baja, el oficialismo especula también que la recesión ya instalada opere como un moderador de importaciones, y en consecuencia mejore algo más la balanza comercial, aunque las estimaciones de Fundación Capital ya consideran ese factor, dado que estima un descenso del 20% en la cuenta de importaciones.

¿Hay alguna otra fuente de divisas? Pues sí, claro: el FMI, a quien Milei busca ahora, lo más suelto de cuerpo, pedirle 15.000 milloncitos para “abrir el cepo ya”. Mmm, difícil. Según Pablo Besmedrisnik, director de VDC Consultora, el FMI “procura ofrecer dólares sólo si están enfocados en un plan de estabilización, y no en agregar reservas para operar como poder de fuego ante la volatilidad cambiaria”, y mucho menos para una eventual dolarización (ambito.com, 12-3-24). Por algo Gita Gopinath, número 2 del FMI, insiste cuantas veces puede en la necesidad de “consistencia de la política monetaria y cambiaria”. Liberar el cepo y unificar los tipos de cambio, sí (de hecho, es otro de los compromisos asumidos ante el FMI), pero en la medida de lo que se pueda y sin poner en riesgo la gobernabilidad. Cualquier otra cosa es jugar con fuego, o con armas atómicas.[2]

“Estamos saneando el balance del Banco Central”

Por razones hasta personales –su obsesión con la dolarización y la eliminación del Banco Central–, Milei dedicó sus primeros esfuerzos de “política económica” –de algún modo hay que llamarla– a la cuestión de lo que llamaba, sin faltar del todo a la verdad, la “bomba de la deuda del BCRA”. El resultado no es, como se autofelicitó Milei en su autoencomiástico mensaje al Congreso, un “saneamiento” del estado contable del BCRA y una desactivación de la “bomba de las Leliq”. Más bien, lo que hay es un cambio de ubicación, capacidad destructiva y tiempo de disparo de la bomba.

Recapitulemos brevemente. Las Letras de liquidación (Leliq) eran instrumentos de endeudamiento del BCRA con bancos mediante los cuales “esterilizaba” la emisión monetaria, es decir, evitaba que la emisión de moneda llegara al público y estimulara la inflación. A diferencia de los billetes, que son deuda nominal del BCRA, las Leliq (como su hermana mayor, las Lebac de la época de Macri) son deuda “remunerada”: paga intereses. Y como esa deuda no se cancela sino que se renueva (es como si los bancos pusieran un plazo fijo en el BCRA y en vez de retirar la plata al vencimiento, lo renovaran), los intereses acumulados formaban una bola de nieve que amenazaba hacerse inmanejable. Hasta ahí, la “bomba”.

¿Qué hizo Milei? Primero, transformó las Leliq (deuda de vencimiento mensual) en los llamados “pases” (de vencimiento en 24 horas), operatoria que ya había comenzado bajo Massa pero que Milei generalizó hasta casi hacer desaparecer las Leliq. Tras ese primer “canje” –forzado–, vino otro, no menos forzado: los pases (acreencias de los bancos contra el BCRA) pasaron a ser bonos del Tesoro (acreencias a mediano plazo de los mismos bancos contra el Tesoro Nacional). Esto se hizo por la vía de bajar por decreto de hecho (¿y la libertad de mercado?) la tasa de interés que pagaba el BCRA a los bancos, de manera tal que para los bancos privados conservar deuda del BCRA era un negocio ruinoso.

Así, resume un analista, “el Tesoro se sobreendeuda para devolverle plata al Banco Central y le va limpiando las cuentas (…), pero va creando, a la vez, una ‘bomba de los bonos del Tesoro’. El Tesoro seguirá pagando cada vez más altos intereses a los bancos, y necesitará compensarlo con menos gasto fiscal. (…) Se endeuda el Tesoro y se desendeuda el Banco Central con el mismo acreedor: los bancos” (R. Dellatorre, Página 12, 26-2-24).

Ahora bien, había que convencer a ese único acreedor, los bancos privados, no sólo de la necesidad sino de la conveniencia del canje. Para evitar que los bancos disputaran legalmente ese canje forzado y a la vez para incentivarlo, el BCRA estableció un “seguro de liquidez” (put, en la jerga) que significa, sencillamente, una garantía para que los bancos nunca pierdan.

Veamos cómo. Los bancos canjean los pases por títulos del Tesoro. Eso significa un riesgo adicional: el BCRA, llegado el caso, si no puede afrontar un vencimiento siempre tiene el recurso de emitir moneda (de hecho, eso hacía), mientras que el Tesoro, si no puede pagar un vencimiento de deuda… debe declarar el default, o forzar un “reperfilamiento”, como hicieron Macri y Lacunza en 2019. El seguro de liquidez busca compensar ese riesgo de este modo: si los bancos privados temen que ese título de deuda del Tesoro corre riesgos, o por la razón que fuere, el BCRA se compromete a comprárselo. Como resumió un operador financiero: “Si el humor cambia y los bancos se dan vuelta, el Central tendrá que salir a emitir para comprar esos bonos. Y esos pesos que cobran los bancos, al otro día vuelven a engrosar la cuenta de Pases que justamente se busca reducir. Todo regresa al punto de partida” (J. Strasnoy, ambito.com, 19-2-24).

Los casi 10 billones de pesos en manos de los bancos, ex deuda remunerada y “bomba del BCRA”, son ahora deuda del Tesoro… pero, llegado el caso, y a sola voluntad de los bancos, puede volver a ser deuda del BCRA. Por eso, algunas consultoras, como 1816, llaman a los seguros de liquidez “deuda remunerada contingente”. O según Emiliano Anselmi, de PPI, “esta deuda, si bien es del Tesoro, al tener puts [seguros de liquidez] es equivalente a estar colocada a un día y ser del Central. Ante un deterioro de las condiciones sociales macro, los bancos van a ejercer las opciones [es decir, venderle al BCRA los títulos del Tesoro. MY] y van a volver a ser riesgo Banco Central puro (Pases)” (ídem). El rol de los puts es tan central que el mismo BCRA amplió su alcance a los títulosdel Tesoro con vencimiento hasta 2027 (antes, hasta 2025).[3]

Este regreso al punto de partida, en el mejor de los casos, reactiva la misma bomba de antes, y en el peor, le agrega a eso la posibilidad de una corrida cambiaria para darle salida a esa masa de pesos, según advierte Damián Pierri, investigador del Conicet. En todo caso, lo que queda al descubierto es que el relato oficial del “saneamiento” del balance del BCRA se convierte, cuando se suman los “pasivos contingentes” en un aumento del 20% de la deuda del BCRA.

Así, Milei no hace más que afirmar lo obvio cuando dice que la base monetaria (efectivo circulante + depósitos a la vista + plazos fijos) se está licuando. Lógico: entre la inflación y la baja por decreto de las tasas de interés, los pesos en poder del público valen cada vez menos. Pero es una redonda mentira que también se esté licuando la deuda del BCRA: la cuenta de Pases sale del centro de la escena, pero espera detrás del telón si estalla la crisis o si –lo que es casi lo mismo– los bancos pierden la confianza en el no-plan económico de Milei.

“La inflación está bajando; menos del 15% es un numerazo”

Vamos a terminar con ésta, aunque no costaría nada extender la lista casi indefinidamente. En realidad, aquí estamos tratando no con una mentira simple, sino con una mentira compleja, compuesta y polifacética, que va desde la simple pifia con las cifras hasta los aspectos más conceptuales del origen de la inflación.

Empecemos por el índice de inflación de febrero: 13,2%, menos que el 20,6% de enero, y éste a su vez menos que el 25,5% de diciembre. ¡La inflación está bajando! Pero… las cosas son algo más complicadas que eso. Dejemos de lado las –a esta altura, muy comprensibles– sospechas de que el índice está siendo manipulado a la baja por manos oscuras. Pasa que cualquiera que visite el supermercado con cierta asiduidad no puede menos que tomar con cierta sorna la idea de que la mayoría de las cosas valían el 29 de febrero sólo el 13,2% más que el 1º de febrero. Pero no hace falta recurrir a la mileización del INDEC para detectar otros problemas.

Aun dando por buenos los números oficiales, lo que revienta la vida cotidiana de millones es que ninguna persona asalariada o jubilada tuvo un aumento de ingresos comparable al 71% acumulado de los tres primeros meses de Milei. No hace falta recordar las agachadas de la burocracia sindical, las paritarias de miseria o, últimamente, la escandalosa negativa del Ministerio de Trabajo a homologar acuerdos salariales incluso parciales. No hay caso: nadie con ingresos fijos le ganó, ni le empató, ni perdió por poco con la inflación. Todos perdimos por goleada.

Sucede que Milei y su equipo, que viven en un mundo incluso más propio y alejado del real que Macri y Cía., lo que no es poco decir, no parecen percibir que la gente normal no mide su situación de ingresos y gastos en términos absolutos –cuánto aumentaron las cosas– sino relativos, es decir, cuánto aumentaron en relación con los propios ingresos, y más en un país con la tradición inflacionaria de Argentina. Por eso cualquier trabajadora o trabajador en sus cabales preferiría toda la vida una situación de inflación alta (digamos, 5% mensual / 80% anual) pero con una actualización salarial por paritaria más o menos acorde a eso, antes que una inflación más moderada (2% mensual / 27% anual) pero con salarios/jubilaciones congelados o actualizadas muy a la baja.

De todos modos, no es el caso de la economía de Milei hoy, que combina lo peor de los dos mundos. Por eso resultacasi una ofensa que salga a vanagloriarse de sus índices de inflación: encima que son peores a los de cualquier gobierno desde la hiperinflación de Alfonsín y Menem, Milei se encarga de recurrir a todos los mecanismos posibles para evitar cualquier forma de protección de ingresos fijos carcomidos por índices galopantes.

Además, Milei podría ahorrarnos el espectáculo ridículo de salir a atribuirse éxitos antiinflacionarios, lo que es incompatible con su propio (y delirante) credo económico. Según su profesión de fe ultraliberal, si la inflación baja no es por ninguna gestión heroica de ningún dirigente iluminado, sino por la simple acción de las fuerzas del mercado. Y en cierto modo, algo de eso está ocurriendo: si los índices bajaron de la estratósfera a la tropósfera se debe, sencillamente, a que la criminal política de ingresos salariales y jubilatorios de Milei está estrangulando la demanda. La gente no compra, o compra menos, porque no le alcanza la plata; los precios bajan. ¿Qué mérito “antiinflacionario” se atribuye Milei? ¿Matar de hambre a los jubilados y asalariados? Si es así, podría decirlo en esos términos, que son más coherentes con su doctrina que mostrar memes con un león domando la inflación.

Hablando de incoherencia ideológica, el colmo de los colmos fue la reunión de Caputo con los representantes de las grandes cadenas de supermercados. Allí, el ministro de Economía, tirando a la basura todos los manuales liberales, terminó reconociendo de hecho que al menos en algunos casos la inflación no es “un fenómeno exclusivamente monetario”. Si no, no se entiende qué hace pidiéndoles a los empresarios que “resistan las subas de precios”. Pero cómo, ¿no es que las fuerzas del mercado actúan a ciegas y que intentar controlarlas no sólo es inútil sino contraproducente? ¿El ministro de Economía del gobierno ultraliberal se volvió, horror de horrores, “dirigista”?

Por suerte, este desliz doctrinal no duró y la rectificación llegó pronto, con la decisión oficial de abrir la importación de alimentos para “estimular la competencia” y de ese modo, ya en consonancia con las banderas del libre mercado, combatir la inflación. Lástima que ni Milei, ni Caputo, ni ningún otro funcionario parecen estar en condiciones de explicarnos de qué manera el ingreso de quesos brie franceses cotizados en euros va a hacer bajar el precio del cuartirolo, o las mantecadas danesas (libres de impuestos, amenazó Adorni) van a evitar los abusos en el costo de las galletitas de agua.

Más allá de estas incoherencias, que serían risueñas si no fueran indignantes, el sendero económico inmediato está colmado de tarifazos de luz, de agua, de gas, de transporte y un largo etcétera, que difícilmente pongan al índice inflacionario en la dirección de “un dígito” que promete Milei. Más bien, lo que tenemos por delante, den lo que den los índices oficiales, es un horizonte de continuidad y profundización del deterioro de los ingresos, que sólo se puede frenar por la vía de los hechos. Los múltiples conflictos salariales por sector dan una medida de que voluntad de lucha hay. Lo que falta es voluntad de la CGT para unificar las medidas y los reclamos en un paro general contra el brutal ataque de Milei a la clase trabajadora y toda la población.

 


[1] Es una de las tantas paradojas, o mentiras, de las fantasías “libertarias” que, mientras predican soluciones de libre mercado para todos los precios de la economía, mantienen férreamente controlado por el Estado el más importante de los precios en una economía periférica, con el que se deben confrontar todos los demás: el del dólar.

[2] Es significativo que tanto Gopinath como la secretaria del Tesoro (equivalente a ministra de Economía) de EEUU, Janet Yellen, se mostraran mucho más preocupadas por la delicada situación social y los riesgos de gobernabilidad que el propio Milei. Hacía mucho que no veíamos –o nunca vimos, para qué mentir– que el FMI y el gobierno yanqui corrieran por la izquierda a un gobierno argentino.

[3] Según Ramiro Tosi, ex funcionario de Economía bajo Martín Guzmán y actual consultor, los puts o seguros de liquidez son “una muleta. Si realmente se cree en la consolidación fiscal y en la mejora en la capacidad de repago del gobierno [el relato de Milei. MY], no debería ser necesaria. Pero los bancos siempre piden algo más. Y entonces migran de los Pases a los títulos del Tesoro pero teniendo una red –que el resto no tiene– por si ocurre un accidente” (J. Strasnoy, ambito.com, 22-2-24). Como se ve, los bancos aceptaron canjear la sobreexposición a la deuda del BCRA por sobreexposición a la deuda del Tesoro… pero reservándose el derecho de volver al “refugio seguro” del BCRA a su sola conveniencia. El razonamiento de los bancos es más o menos así: “Si al gobierno le sale bien, quedamos como los buenos muchachos que lo ayudamos cuando hacía falta; si sale mal, el mismo gobierno nos asegura que plata no perdemos”. Capitalismo argentino en estado puro, damas y caballeros. Ahora parece que le dicen “casta”, pero el término es equívoco.

Sumate a la discusión dejando un comentario:

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí