Carta a un sindicalista francés

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  • Carta de León Trotsky del 26 de noviembre de 1920 a Pierre Monatte, dirigente de la Vie ouvrière y dirigente de la minoría revolucionaria de la CGT.

Leon Trotsky

Versión castellana desde «Lettre à un syndicaliste francçais»[1], en Le mouvement communiste en France (1919-1939), Les Éditions de minuit, París, 1967, páginas 87-95, también para las notas. Traducción de Grupo Germinal.

Estimado amigo,

Su carácter político y la constitución de sus partidos les hace dudar a usted de la III Internacional. Usted teme ver al movimiento sindicalista francés caer arrastrado a remolque de un partido político. Déjeme hacerle partícipe de mis ideas al respecto.

Ante todo tengo que decirle que el movimiento sindical francés, cuya independencia le preocupa, ya se encuentra a remolque de un partido político. Cierto que ni Jouhaux ni sus más cercanos lugartenientes, Dumoulin, Merrheim y el resto todavía no son diputados, ni pertenecen aún a ninguno de los partidos parlamentarios. Pero esto se debe, simplemente, a una división del trabajo. En el fondo, Jouhaux lleva adelante en el dominio sindical una política de acuerdo con la burguesía completamente idéntica a la que realiza el socialismo francés tipo Renaudel-Longuet en el dominio parlamentario. Si se le exigiese a la dirección actual del partido socialista francés que trazase un programa para la CGT y que nombrase a su personal dirigente no cabe duda alguna: el partido socialista francés sancionaría el actual programa de Jouhaux-Dumoulin-Merrheim y dejaría a esos señores en los puestos que ahora ocupan. Si se enviase a Jouhaux y consortes al parlamento y si se colocase a Renuadel y a Longuet al frente de la CGT, este desplazamiento no modificaría en nada la vida interna de la clase obrera francesa. Usted mismo se verá obligado a estar de acuerdo.

El cuadro que acabo de bosquejar prueba precisamente que no se trata de parlamentarismo o antiparlamentarismo, ni menos aún de adhesión formal a un partido. Las viejas etiquetas se han borrado y ya no responden a un contenido nuevo. El antiparlamentarismo de Jouhaux se parece como dos gotas de agua al cretinismo parlamentario de Renaudel. Por más que el sindicalismo oficial de hoy en día reniegue, por tradición, de todo partido, de la política de partido, etc., el hecho es que los partidos burgueses en Francia no pueden desear mejores representantes a la cabeza del movimiento sindical francés que Jouhaux, igualmente que no pueden desear mejores parlamentarios «socialistas» que Renaudel y Longuet.

El objetivo revolucionario del proletariado

Cierto, esos partidos burgueses no les ahorran las injurias. Pero es para no resquebrajar definitivamente su crédito ante el movimiento obrero. Lo esencial no es ni el parlamento, ni el sindicalismo, lo esencial es el carácter de la política seguida por la vanguardia de la clase obrera, tanto en el parlamento como en el plano sindical. Una política verdaderamente comunista, es decir una política que tenga como objetivo el derrocamiento de la dominación de la burguesía y del estado burgués, encontrará su expresión revolucionaria en todas las manifestaciones vitales de la clase obrera, en todas las asociaciones, instituciones y órganos donde penetren los representantes de esta clase: sindicatos, mítines, prensa, partido comunista, sociedades revolucionarias secretas que trabajen en el ejército o que preparen la insurrección, tribuna parlamentaria incluida, si los trabajadores avanzados envían al parlamento a auténticos revolucionarios para representarles.

Así, la tarea del proletariado consiste en destruir al régimen burgués por medio de la dictadura revolucionaria. Pero, como sabe usted, en el seno mismo de la clase obrera todos los elementos no son conscientes por igual. El objetivo a lograr con la revolución no se le presenta claramente, en toda su amplitud, más que a la minoría revolucionaria más consciente del proletariado. Esto es lo que le confiere su fuerza a esta minoría, cuanto más actúa con firmeza, resolución y seguridad, más apoyo encuentra en la masa obrera innumerable atrasada. Pero para que esos millones de obreros atrapados artificialmente en el charco de los prejuicios por el capitalismo, por la Iglesia, la democracia, etc., no se desvíen de la ruta y encuentren la expresión que conviene verdaderamente a sus aspiraciones integrales, es indispensable que la clase obrera tenga a su cabeza, en todas las manifestaciones de su vida, a los mejores y más conscientes de sus miembros y que estos últimos se mantengan fieles inquebrantablemente a su bandera, prestos, si es preciso, a dar su vida por la causa.El objetivo de la clase obrera es expulsar del poder a la burguesía, destruir sus instrumentos de opresión y coerción, crear sus propios órganos de dictadura obrera, a fin de aplastar la resistencia de la burguesía y de transformar lo más rápidamente posible todas las relaciones sociales en el sentido comunista. Quien, bajo pretexto de anarquismo, no admite este objetivo, la dictadura del proletariado, no es un revolucionario sino un pequeño burgués gruñón. Para esta gente, ningún lugar entre nosotros. Por otra parte, volveremos sobre el asunto más tarde.

Necesidad de un partido comunista

Sindicalistas revolucionarios de Francia, vuestro punto de partida es bueno cuando constatáis  que por sí solos los sindicatos que abarcan a las grandes masas obreras no son suficientes para hacer la revolución, y que es necesaria una minoría directora para educar a esta masa y ofrecerle, en cada caso, un programa de acción concreto y preciso.

¿Cómo debe estar compuesto ese grupo inicial? Está claro que no puede estar constituido por un agrupamiento profesional o territorial. No se trata de metalúrgicos, ferroviarios ni de carpinteros avanzados sino de los miembros más conscientes del proletariado de todo el país. Deben agruparse, elaborar un programa de acción muy definido, cimentar su unidad, sobre una rigurosa disciplina interna y asegurarse así una influencia directora sobre todos los órganos de esa clase, y ante todo sobre los sindicatos.

¿Cómo llamarían ustedes a esa minoría directora del proletariado, agrupada en un bloque homogéneo por el programa comunista y ardiendo en deseos de arrastrar a la clase obrera al asalto definitivo contra la ciudadela capitalista? Nosotros la llamamos el partido comunista.

Pero entonces, dirán ustedes, ¿ese partido no tienen nada en común con el partido socialista francés actual? Completamente cierto. Y no hablamos de partido socialista sino de partido comunista precisamente para establecer muy claramente la diferencia.

  • Sin embargo, ¿usted habla de partido?
  • Sí, hablamos de partido. Por supuesto que se puede demostrar con éxito que la misma palabra de partido está fuertemente comprometida por los parlamentarios, los charlatanes profesionales, los charlatanes pequeño burgueses y otros de la misma calaña.

Pero estos inconvenientes no afectan solamente a los partidos políticos.

Ya hemos reconocido conjuntamente que las organizaciones proletarias (sindicatos franceses, tradeunion inglesas, Gewerkschäften alemanas) se han comprometido suficientemente también, como resultado del vergonzoso papel que sus lideres han jugado durante la guerra y continúan jugando en su mayor parte. Y, sin embargo, esta no es todavía una razón suficiente para renunciar al empleo de la palabra «sindicato». Por otra parte, estarán ustedes de acuerdo, lo que importa no es la terminología sino la naturaleza de las cosas. Bajo el nombre de partido comunista entendemos la unión de la vanguardia del proletariado en vistas a la dictadura del proletariado y la revolución comunista.

Los argumentos invocados contra la política y contra el partido ocultan muy a menudo un desconocimiento anarquista del papel del estado en la lucha de clases. Proudhon decía que el taller haría desaparecer al gobierno. Esto sólo es cierto en un sentido: la sociedad futura será un formidable taller liberado del principio gubernamental puesto que el gobierno o el estado no es más que el aparato de coerción de la clase dominante y puesto que, en la sociedad comunista, no habrán ya clases. Pero toda la cuestión radica en saber por que camino llegaremos a la sociedad comunista. Proudhon pensaba que llegaríamos por la vía de la asociación. El taller haría desaparecer poco a poco al capitalismo y al estado. Ello es la más pura de las utopías como han demostrado los acontecimientos: es el taller el que ha desaparecido ante la fábrica monstruo, y encima de sus ruinas se ha elevado el trust monopolizador. Los sindicalistas franceses creían, y mucho de ellos todavía creen, que los sindicatos suprimirían la propiedad capitalista y destruirían al estado burgués. Es falso. Los sindicatos aparecían como un potente instrumento de huelga general coincidente con los métodos y procedimientos de las organizaciones sindicales. pero para que la huelga devenga verdaderamente general es necesario tener una «minoría directriz» que, día a día, haga la educación revolucionaria de las masas. Es evidente que esta minoría no debe agruparse ni por oficio ni por profesión sino sobre la base de un programa determinado de acción proletaria revolucionaria. Ahora bien, como ya hemos dicho, esto no es otra cosa más que el partido comunista.

Insuficiencia de los medios sindicales

Pero para derrocar la dominación de la burguesía, la huelga general que está completamente indicada realizar por el aparato del sindicalismo no es suficiente. La huelga general es una arma buena para la defensa pero no para el ataque. Ahora bien, lo que nosotros queremos es derrocar a la burguesía y arrancarle de las manos la máquina gubernamental. La burguesía, representada por su estado, se apoya en el ejército. Únicamente la insurrección armada, colocando al proletariado frente al ejército, descarga sobre esos elementos golpes mortales y gana para su causa a la mejor parte de ese ejército: únicamente la insurrección armada del proletariado es capaz de hacerlo dueño de la situación en el país. Pero, para el éxito de la insurrección se necesita una preparación enérgica y encarnizada: preparación organizativa y técnica. En todo momento hay que denunciar los crímenes y villanías de la burguesía en todos los dominios de la vida social: política internacional, atrocidades coloniales, despotismo interior de la oligarquía capitalista, bajezas de la prensa burguesa, he ahí los materiales de una requisitoria verdaderamente revolucionaria de la que es preciso saber sacar todas las consecuencias revolucionarias. Ahora bien, esos temas se salen del marco de la organización sindical y de su papel. Paralelamente a esta preparación se deberá proceder a la creación de puntos de apoyo organizativos para la insurrección del proletariado. Es preciso que en cada sindicato local, en cada fábrica, en cada taller, haya un grupo de obreros ligados indisolublemente por una idea común y capaces en el momento decisivo, por su acción unánime, de arrastrar a la masa tras ellos, de mostrarle la buena ruta, de preservarla de los errores y de asegurarle la victoria. Hay que penetrar en el ejército. En cada regimiento debe existir un grupo sólido y coherente de soldados revolucionarios prestos y resueltos, para el día del encuentro con el pueblo, a pasarse al lado de los obreros y a arrastrar a todo el regimiento con ellos. Esos grupos proletarios revolucionarios cimentados por la idea, ligados por la organización, sólo podrán actuar con pleno éxito si son células de un partido comunista unificado y centralizado. Si logramos tener en las diversas instituciones gubernamentales, y especialmente en las instituciones militares, amigos seguros, declarados o secretos, al corriente de todos los asuntos, intenciones y maquinaciones de las camarillas dirigentes, nos informarán a tiempo sobre todo, es evidente que con ello no podemos  más que ganar. Igualmente, esto sólo será para nosotros otra fuerza más si logramos enviar al parlamento burgués aunque sólo sea a un puñado de militantes fieles y dedicados a la causa de la revolución comunista, en estrecho contacto con lo órganos legales e ilegales de nuestro partido, estrictamente subordinados a la disciplina del partido, jugando el papel de divulgadores del proletariado revolucionario en el parlamento, ese estado mayor de la burguesía, y dispuestos en todo momento a abandonar la tribuna parlamentaria a cambio de las barricadas.

Por supuesto estimado amigo que esos obreros no son ni Renaudel ni Sembat ni Varenne. Pero

¿acaso no hemos conocido a Karl Liebknecht? Él también era miembro del parlamento. La canalla capitalista y socialpatriota ahogó su voz. Pero las palabras de acusación y llamamiento que pudo lanzar por encima de la cabeza de los verdugos del pueblo alemán estremecieron los sentimientos y la  conciencia  de  centenares  de  millares  de  obreros  alemanes[2].  Karl  Liebknecht  descendió  del parlamento a la plaza de Potsdam para llamar a las masas proletarias a la lucha[3]. Cambió la plaza por el presidio y el presidio por las barricadas de la revolución. Él, ardiente partidario de los soviets y de la dictadura del proletariado, estimó en consecuencia que era necesario participar en las elecciones a la Asamblea Constituyente alemana[4]. Al mismo tiempo, organizaba a los soldados comunistas.  Cayó  en  su  puesto.  ¿Qué  era  Karl  Liebknecht?  ¿Sindicalista?  ¿Parlamentario?

¿Periodista? No, era el revolucionario comunista que se abría camino hacia las masas a través de todos los obstáculos. Se dirigió a los sindicalistas desenmascarando a los Jouhaux y a los Merrheim de Alemania. Dirigió la acción del partido en el ejército preparando la insurrección. Publicó diarios revolucionarios y llamamientos legales e ilegales. Penetró en el parlamento para servir allí a la causa como lo hacía también en otras horas del día en las organizaciones clandestinas.

Órganos de la dictadura del proletariado

Cuanto más tiempo tarde la élite del proletariado francés en fundar un partido comunista centralizado, más tiempo tardará en apoderarse del poder, en suprimir a la policía burguesa, al militarismo burgués, a la propiedad privada de los medios de producción. Por otra parte, sin esas condiciones, el taller no suprimirá al estado. Tras la experiencia de la revolución rusa, quien no lo haya comprendido todavía está perdido sin remedio. Pero, incluso después que la revolución triunfante haya hecho caer el poder en manos del proletariado, éste no podrá inmediatamente liquidar al estado entregando la autoridad a los sindicatos. Los sindicatos organizan a las capas superiores de la clase obrera por profesión e industria. El poder debe reflejar los intereses y las exigencias revolucionarias de la clase obrera. Por ello el órgano de la dictadura del proletariado no es el sindicato sino los soviets elegidos por los trabajadores y, en número, por millones de obreros que jamás han pertenecido a ningún sindicato y que se han despertado por primera vez a la revolución.

Pero con formar soviets no está todo arreglado. Además es preciso que esos soviets tengan una política revolucionaria determinada. Es preciso que distingan claramente a los amigos y a los enemigos, es necesario que sean capaces de acciones decisivas y de acciones implacables si lo exigen las circunstancias. El ejemplo de la revolución rusa, el de la revolución en Hungría y en Baviera, demuestran que la burguesía no depone jamás las armas tras su primera derrota[5]. Muy al contrario, desde el momento en que pierde esa batalla su desesperación no hace otra cosa más que multiplicar por dos o por tres su energía.

Régimen soviético significa régimen de lucha implacable contra la contrarrevolución indígena y extranjera. ¿Quién, pues, le dará a los soviets elegidos por los obreros un nivel de conciencia diferente, un programa de acción claro y preciso? ¿Quién les ayudará a orientarse en el dédalo de la situación internacional y a encontrar la buena vía? A buen seguro que eso sólo pueden hacerlo los revolucionarios más conscientes y más experimentados, ligados indisolublemente por la unidad de su programa. Y, otra vez, es el partido comunista.

Algunos simples (o puede ser que algunos ladinos) denuncian con horror el hecho que en Rusia el partido «dirige a los soviets y a las organizaciones profesionales».

Los sindicatos franceses, dicen ciertos sindicalistas, «reclaman su independencia y no soportarán que el partido los dirija». Pero entonces, ¿cómo es que, vuelvo a repetir, los sindicalistas franceses sufren la dirección de Jouhaux, dicho de otra forma de un agente manifiesto del capital angloestadounidense? Su independencia formal no preserva a los sindicalistas franceses de la influencia de la burguesía. Los sindicalistas rusos han repudiado semejante independencia. Han derrocado a la burguesía. Y lo han logrado porque han expulsado de sus filas a los señores Jouhaux, Dumoulin, Merrheim y los han reemplazado por combatientes fieles, probados, seguros, es decir por comunistas. Haciendo esto no han asegurado solamente su independencia frente a la burguesía sino también la victoria sobre ella.

Es verdad, nuestro partido dirige las organizaciones profesionales y los soviets. ¿Ha sido siempre así? No. Este puesto director el partido del proletariado lo ha conquistado al precio de una incesante lucha contra los partidos pequeño burgueses, mencheviques, socialistas-revolucionarios, y contra los neutros, es decir contra los elementos retardatarios o sin principios. Cierto, los mencheviques derrotados por nosotros dicen que nos aseguramos la mayoría con la «violencia». Pero ¿cómo es que las masas trabajadoras que derrocaron el poder del zar, después el de la burguesía, después el de los conciliadores que, sin embargo, detentaban el aparato de coerción gubernamental, no solamente toleran en el presente el poder y la «coerción» del partido comunista dirigiendo los soviets sino que, además, entran en nuestras filas en número cada vez mayor? Ello se explica solamente por el hecho que la clase obrera rusa ha adquirido una enorme experiencia. Ha tenido la posibilidad de verificar con la práctica la política de los diversos partidos, grupos o camarillas, de comparar sus palabras y sus actos y de llegar a esta conclusión: que el único partido que sigue fiel a sí mismo, en todos los momentos de la revolución, en los fracasos como en la victoria, ha sido y sigue siendo aún el partido comunista. También ¿qué puede ser más natural si cada reunión de obreros, cada conferencia sindical, elige a comunistas para los puestos más importantes? Es la definición misma del papel dirigente del partido comunista.por comunistas. Haciendo esto no han asegurado solamente su independencia frente a la burguesía sino también la victoria sobre ella.

La unidad del frente revolucionario

En la actual hora, los sindicalistas revolucionarios, o más exactamente los comunistas como Monatte, Rosmer y resto, constituyen una minoría en el marco de las organizaciones sindicales. Están en la oposición, critican y denuncian las maquinaciones de la mayoría dirigente que expresa las tendencias reformistas, dicho de otra forma: puramente burguesas. En una situación idéntica se encuentran los comunistas franceses, en el marco del partido socialista que defiende las ideas del conformismo pequeño burgués. Monatte y Jouhaux ¿tienen una política sindical común? No: son enemigos. Uno está al servicio del proletariado y el otro defiende, bajo una forma disfrazada, las tendencias burguesas. Loriot y Renaudel-Longuet ¿tienen una política común? No: uno conduce al proletariado a la dictadura revolucionaria, el otros somete a las masas trabajadoras a su democracia burguesa. Ahora: ¿qué distingue a la política de Monatte de la de Loriot? Únicamente que Monatte opera preferentemente en el terreno sindical y Loriot en el de las organizaciones políticas. pero ese hecho sólo refleja una división del trabajo. Los sindicalistas verdaderamente revolucionarios, igualmente que los socialistas verdaderamente revolucionarios, deben agruparse en un mismo partido comunista. Deben cesar de ser la oposición en el seno de partidos que en el fondo les son extraños. Deben, bajo la forma de una organización independiente y de la bandera de la III Internacional, presentarse ante las grandes masas, dar respuestas claras y precisas a todas las cuestiones, dirigir su lucha y orientarse en la vía de la revolución comunista. Las organizaciones sindicales, cooperativas, políticas, la prensa, los círculos clandestinos del ejército, la tribuna parlamentaria, los ayuntamientos, etc. no son otra cosa más que variantes de organización exterior, de métodos prácticos o de puntos de apoyo. La lucha sigue siendo una, por su contenido, sea cual sea el dominio en el que se produzca. El elemento activo en esta lucha es la clase obrera. Su vanguardia dirigente es el partido comunista, en el que los sindicalistas verdaderamente revolucionarios deben ocupar el lugar de honor.

Suyo

León Trotsky


[1] Esta carta fue publicada con el título «Carta a un sindicalista francés» en la Vie ouvrière del 26 de noviembre de Pierre Monatte, dirigente de la Vie ouvrière y animador de la minoría revolucionaria de la CGT había sido arrestado el 3 de mayo de 1920, algunos días después del principio de la huelga de los ferroviarios, acusado de «disturbios anarquistas» y de «complot contra la seguridad del estado». Se le había transferido a la cárcel de los presos comunes de la Santé pero pudo conservar contactos con el exterior, firmando con el seudónimo de Lemont sus artículos en la VO. No se le podía dirigir a su nombre la carta de Trotsky pues sus relaciones con los revolucionarios rusos constituían una de las claves de la acusación. Monatte fue liberado en febrero de 1921.

[2]Alusión a la campaña llevada adelante en el Reichstag por Karl Liebknecht mediante «preguntas escritas», así como a sus explicaciones de voto contra los créditos militares reproducidas en panfletos y difundidas clandestinamente por los espartaquistas.

[3] Alusión a la manifestación del 1 de Mayo de 1916 en Berlín, encabezada por Liebknecht vestido con su uniforme territorial.

[4] En realidad parece que Liebknecht no tenía entonces sobre esta cuestión ideas tan Ante el congreso de fundación del PC alemán confesó que se acostaba como partidario de la participación en las elecciones y se levantaba como partidario del boicot.

[5] En Hungría y en Baviera, igual que en Rusia, la toma del poder por los consejos (soviets) marcó el principio de la guerra civil.

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