Hermenéutica del Prefacio de la Fenomenología del Espíritu Parte IV

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Guillermo Pessoa

Llegamos al final de esta hermenéutica del Prefacio de la Fenomenología del Espíritu, al que, recordamos, Marcuse había calificado como una de las más grandes realizaciones filosóficas de todos los tiempos. Como veníamos haciendo respetamos el propio ordenamiento del texto

El recorrido (“la odisea”) fue ardua y por momentos escabrosa. No olvidemos que el “fin” propuesto: elevar a la filosofía como ciencia, implicaba ir desmenuzando e incorporando otros intentos para ese objetivo y requería de “medios” en donde el  esfuerzo para penetrar en el concepto, era uno (si no el más importante) de los mismos.

IV Lo que se requiere para el estudio filosófico

1. El pensamiento especulativo

Muchos términos que empleamos en la vida cotidiana, tienen otro sentido en el terreno propiamente filosófico. Especulativo es uno de ellos. Hasta un relator deportivo se vale de dicha palabra. Recordemos la etimología: “espéculo”, espejo. En el Prefacio, y en todo Hegel, especulativo es la re unión de sujeto y objeto, el punto más alto del pensamiento y del método. También como dijimos en notas anteriores, el riesgo idealista es identificarlos: unidad no significa identidad.

Ya que hablamos de identidad, para que esta no sea una “identidad vacía”, algo hasta ridículo si se quiere (“una rosa es una rosa” es una mera tautología) lo esencial es comprender que ya tiene la diferencia (lo negativo) dentro suyo. Importante retener esto. No le viene dada desde afuera, desde el exterior, sino que se halla en su interior. Aquí, como decía Marx, “la carroña positivista” es muy clara como pensamiento no dialéctico: la sociedad es armónica (identidad), cuando se convulsiona, cuando aparece la negatividad, está es “introducida” desde el exterior por “agentes extraños”.

Bueno, ahora sí, retomemos el texto. Hegel afirma:

Lo que importa, pues, en el estudio de la ciencia es el asumir el esfuerzo del concepto (…) en el pensamiento conceptual lo negativo pertenece al contenido mismo y es lo positivo, tanto en cuanto su movimiento inmanente y su determinación con en cuanto  la totalidad de ambos. Aprehendido como resultado, es lo que se deriva de este movimiento, lo negativo determinado y, con ello, al mismo tiempo, un contenido positivo

Otra precisión casi de relojería, si se nos permite la analogía. La negación no es una negación total, abstracta, lo que la convertiría en destrucción, sino una negación determinada (aquí está Spinoza, como señalamos en la nota tercera), pertenece al contenido mismo y lo transforma en un positivo. Así nace lo nuevo, a riesgo de simplificar la explicación. Continúa el Prefacio…

En términos formales, puede expresarse lo dicho enunciando que la naturaleza del juicio o de la proposición en general, que lleva en sí la diferencia del sujeto y el predicado aparece destruida por la proposición especulativa y que la proposición  idéntica, en que la primera se convierte, contiene el contragolpe frente a aquella relación. Este conflicto entre la forma de una proposición en general y la unidad del concepto que la destruye  es análogo al que media en el ritmo entre el metro y el acento.

Hegel, lo habíamos advertido, sabe ser claro cuando de “meternos” algo firmemente en la cabeza se trata. “Contragolpe”, “conflicto”. La proposición en general (recordemos la mencionada en relación al positivismo), entra en conflicto ante “la unidad del concepto” (que reconoce su falsedad, ya que éste es una “proposición especulativa”) y la “destruye”. Y se vale de la analogía musical para intentar graficarlo. Aquí, tallan dos conceptos centrales de la dialéctica: la negatividad y la totalidad. Ésta se constituye por medio de la primera, que le aporta el automovimiento, si no, sería una mera totalidad cerrada (teorías holísticas y organicistas, otra vez Comte) y el movimiento, valga la obviedad, debe darse dentro de una estructura para consumarse como tal.

Son puntos esenciales del “pensamiento especulativo” que va surgiendo en fuerte disputa con la filosofía anterior y en especial el kantismo y su ensalzamiento del entendimiento (“pensamiento razonador” como se decía en la época). Señala con acierto Dri: “El comportamiento razonador se encuentra trabado por la aparición de lo negativo. No logra aprehenderlo, y en consecuencia, lo manda más allá. El pensamiento conceptual en cambio, sabe que lo negativo es un momento esencial de la realidad, lo cual no es sino lo negativo determinado. Toda realidad es determinada, es limitada, tiene un determinado contenido. Todo límite es negación, pero no negación abstracta, sino determinada. Limitarme es negar lo que está más allá del límite. Si no lo hiciera no tendría límites, pero de esa manera no tendría forma, sería informe. Limitarme es negarme. Es la negatividad determinada.  Pero es al mismo tiempo asignarme un contenido. Es positividad. Lo negativo-positivo forma parte constitutiva de nuestra realidad. El pensamiento conceptual logra captarla en su movimiento dialéctico”.

Esta polémica que lleva adelante el Prefacio, es también una batalla contra el sentido común (lo dirá explícitamente más adelante) y contra el romanticismo, movimiento heterogéneo que constituyó una reacción unilateral contra la “razón kantiana” y sus limitaciones (como escribía Mariátegui: “el racionalismo no ha servido más que para desacreditar la razón”). Pero Hegel puede ser muchas cosas, pero no unilateral. No condena el sentimiento, el “corazón”, como hace Kant, sino lo supera. Los reconoce como momentos de la autorealización del sujeto y del conocimiento filosófico; sí condena fuertemente aquellas posturas en donde se los toma como autosuficientes y enemigos de la razón. Como dirá en otra parte: es necesario que todo aquello que almacena el corazón se ilumine por medio de la razón. Vamos al segundo apartado.

2.  Genialidad y sano sentido común

Aquí lo anunciado: la crítica mordaz al sentido común. Insistimos nuevamente, como decía Trotsky, éste es imprescindible para saber cómo freír un huevo pero se torna pedantemente torpe cuando de realidades (totalidades) más complejas (y genéticas) se trata. Oigamos a Hegel:

Tanto como el comportamiento razonador entorpece el estudio de la filosofía, la figuración no razonable de verdades establecidas, sobre las que quien las posee cree que no hace falta volver, sino que basta con tomarlas como base y expresarlas y enjuiciar y condenar a base de ellas. Vista la cosa por este lado, es especialmente necesario que la filosofía se convierta en una actividad seria

La filosofía entonces, que pretende aprehender la totalidad, requiere de un trabajo serio. En el sentido de riguroso, metódico. No partir de lugares comunes que “ahorran el pensar” y que convierten a su expositor en un pedante que rehuye los argumentos y cae frecuentemente en una retórica vacía, “mera fraseología” como advertía Labriola. Seguirá señalando:

Por lo que respecta a la filosofía en el sentido propio de la palabra, vemos cómo la revelación inmediata de lo divino y el sano sentido común que no se esfuerzan por cultivarse ni se cultivan en otros campos del saber ni en la verdadera filosofía se consideran de un modo inmediato como un equivalente perfecto y un buen sustituto   de aquel largo camino de la cultura, de aquel movimiento tan rico como profundo por el cual arriba el espíritu al saber, algo así como se dice  que la achichoria es un buen sustituto del café (…) Y, a la inversa, cuando discurre por el tranquilo cauce del sano sentido común, el filosofar natural produce, en el mejor de los casos, una retórica de verdades triviales. Y cuando se le echa en cara la insignificancia de estos resultados, nos asegura que el sentido y el contenido de ellos se hallan en su corazón y deberían hallarse también en el corazón de los demás, creyendo pronunciar algo inapelable al hablar de la inocencia del corazón, de la pureza de la conciencia y de otras cosas por el estilo, como si contra ellas no hubiera nada que objetar ni nada que exigir

Espero se nos disculpe la extensión de la cita, pero era imposible cercenarla. Y no es precisamente falta de claridad la que ésta posee. Ante el “tribunal” hegeliano, pasan y son juzgadas la religión (una falsa positividad, dirá en el capítulo IV: “una conciencia desgraciada”), el romanticismo y el “sano sentido común y su tranquilo cauce”. Como el “yo es un nosotros”, el método no es sólo una conquista, un hallazgo individual; sino el propio desarrollo del saber de la humanidad, de su formación cultural y que despunta en este momento porque (algo que ya sabemos) “la época se halla predispuesta para dicho amanecer”. Es el alumbrar del verdadero pensamiento científico:

A los verdaderos pensamientos y a la penetración científica sólo puede llegarse mediante la labor del concepto. Solamente éste puede producir la universalidad del saber, que no es ni la indeterminabilidad y la pobreza corrientes del sentido común, sino un conocimiento cultivado y cabal, ni tampoco la universalidad excepcional de las dotes de la  razón corrompidas  por la indolencia y la infatuación del genio, sino la verdad que ha alcanzado ya la madurez de su forma peculiar y susceptible de convertirse en patrimonio de toda razón autoconsciente

Último apartado y final del Prefacio. Allí vamos.

3. El autor y el público

Así como Marx se preocupaba porque su mayor obra fuese leída y comprendida por la clase obrera y para ello se esforzaba para que ésta fuese de fácil acceso; en Hegel, la preocupación por llegar a un “público” vasto y seguramente embebido de ese sentido común, se hallaba también muy presente.

Pero hasta en esto, ambos “respiran” dialéctica. El objeto, la realidad son (me corregirían: “están siendo”) dialécticos y el sujeto también. En ese devenir este último tiene (tenemos) la capacidad de reconocernos en ella y aprehenderla. En Hegel la “cosa” pareciera detenerse allí, en su mejor discípulo, es conocerla… para transformarla! Leemos en el Prefacio:

Puedo, así confiar en que este ensayo de reivindicar la ciencia para el concepto y de exponerla en este su elemento peculiar sabrá abrirse paso, apoyado en la verdad interna de la cosa misma. Debemos estar convencidos de que lo verdadero tiene por naturaleza el abrirse paso al llegar su tiempo y de que sólo aparece cuando éste llega, razón por la cual nunca se presente prematuramente ni se encuentra con un público aún no preparado…

Es la realidad (objetiva subjetiva como unidad) la que brinda los elementos necesarios para que surjan el autor, la obra y el público que la hace suya. Esa interacción vive retroalimentándose. Claro está que en la realidad político social, mediada y atravesada por la lucha de clases, las cosas son un poco más complicadas. Las clases dominantes intentan impedir el acceso a esa nueva subjetividad de las clases subalternas, además de que éstas tienen “representantes” que muchas veces  dificultan  dicha tarea. Dice el final del Prefacio:

 (…) como también de que el individuo necesita de este resultado para afirmarse en lo que todavía no es más que un asunto suyo aislado y para experimentar como algo universal la convicción que por el momento pertenece solamente a lo particular. Ahora bien, en este respecto hay que distinguir frecuentemente entre el público y los que se hacen pasar por sus representantes y portavoces. Aquél se comporta, desde muchos puntos de vista, de un modo muy distinto e incluso opuesto al de éstos.

Naturalmente no pretendemos “forzar” el texto y hacerle decir lo que éste no dice, pero en el terreno fundamentalmente gnoseológico que es donde se mueve, el comportamiento de los portavoces y “educadores” filosóficos se advierten como opuestos al deseo genuino del “público” por acceder al conocimiento científico, público que se halla capacitado para ello (pero necesita del mediador socrático, etc). Pero es necesario, como hace el Prefacio, desembarazarse de esas concepciones, combatirlas y plantear el método correcto.

Como dijimos al comenzar, el objetivo de estas cuatro notas era seguir casi “paso a paso” el Prefacio de la Fenomenología del Espíritu a riesgo de caer en dispersiones (el texto las tiene) que nos hagan perder de vista su hilo conductor: elevar la filosofía a método científico y dejar la puerta abierta para desarrollar el pensamiento dialéctico que nunca se podrá presentar como un recetario o conjunto de fórmulas, sino a través de un recorrido arduo y riguroso, trabajo que logrará plasmar casi una década después cuando culmine su Gran Lógica.

Digamos para culminar que se nos presenta como necesaria una nota integradora que nos permita ir acercándonos a dicha obra que como planteaba Lenin, es la que nos brindará la posibilidad de entender El Capital, que no es sólo la exposición brillante del capitalismo en Gran Bretaña y la crítica a la economía política burguesa desde el punto de vista de la clase trabajadora, sino además (y fundamentalmente) la plasmación del método dialéctico con bases materialistas. Y como el mismo Marx reconocía, la Fenomenología con su observación del “hombre autocreándose” es un punto de partida insoslayable.

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