Marx y el imaginario de la Revolución Francesa

Cuarta ficha de estudio de Marx, el Estado y la política, de Antoine Artous. Tercera parte, “Estado y clases sociales”, capítulo 1: “En torno a la lucha de clases en Francia y el 18 Brumario”.

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En la vendimia, Marta y Vanka, 1928-1929, Kasimir Malevitch, San Petersburgo, Museo Ruso.

“Si exploramos lo que rodea la noción de ‘derrota’ [de la revolución de 1848], detrás de las ejecuciones sumarias, las prohibiciones y las deportaciones en masa, lo que queda es un inmenso efecto de verdad. Las derrotas traen a luz que es lo que no tuvo lugar. Donde reina la ilusión –de fraternidad republicana, de la neutralidad del derecho y las leyes, de la emancipación del sufragio universal- la derrota de repente revela la naturaleza real del enemigo, disuelve el consenso, desmantela las mistificaciones ideológicas de la dominación. Ningún análisis político, ninguna campaña de prensa, ninguna lucha electoral, entrega tan  claramente el mensaje que las personas siendo asesinadas en las calles”

The invention of Paris. A history in footsteps, Eric Hazan

 

“Lenin no recurría a las polémicas y divisiones a la ligera. Siempre mostró gran tacto y flexibilidad en su método. Pero en cuestiones de principios políticos siempre fue implacable. A Lenin le gustaba siempre la comparación utilizada por Tolstói cuando vio desde lejos a un hombre agitando vigorosamente los brazos. Pensó que era un loco, pero cuando se acercó, vio que era un hombre que afilaba un cuchillo al borde de la acera. Lo mismo sucede en las disputas teóricas”

Stalin, 482

Esta ficha se refiere al comentario de Artous respecto de dos obras clásicas de Marx en relación a la Revolución de 1848, Las luchas de clases en Francia de 1848 a 1850 y El 18 Brumario de Luís Bonaparte. Obras que muestran que junto a la Revolución de 1830, el 48 mostró los límites políticos de la burguesía. Y, sobre todo, de la pequeño burguesía para ir más allá del concepto “republicano”, es decir, como forma política socialmente vacía en relación al régimen de explotación capitalista. La república (por oposición a la forma monárquica de gobierno) puede ser burguesa o proletaria, pero jamás una mera “abstracción política” que gira en el “aire social”. Las “formas políticas” pueden llegar a tal grado de independencia que pueden parecer “valer por sí mismas” cual fue la confusión del jacobinismo y toda la izquierda republicana que vino después al menos durante la primera mitad del siglo XIX. Sin embargo, esto no es así: el republicanismo burgués y pequeño burgués escondía una determinación de clase se hizo valer en sangrientas jornadas de junio de 1848 cuando se descargó una represión brutal sobre los obreros de los Talleres Nacionales movilizados en masa contra el cierre de los mismos en motivo del gasto público que significaban.

Repetimos que se trata de fichas de estudio escritas al vuelo que siguen el texto original fichado y, también, lecturas y preocupaciones teóricas y políticas del momento intercaladas. No tienen objetivos de sistematicidad, sino de “afilar los argumentos teóricos” como plantea Lenin. [1]

1- La revolución de 1848 y sus límites

“Marx añade: ‘(…) la lucha de clase contra clase es una lucha política’. Lo cual significa que la lucha política es comprendida como un nivel particular de la práctica social, y que este nivel es definido como una relación: justamente la que se constituye a través de ‘la lucha de clase contra clase” (pp. 190).

Es un poco abstracta la cita; dice poco por sí misma. En todo caso, comprende, crípticamente, dos afirmaciones: una, que toda verdadera lucha de clases es, en definitiva, una lucha política –global- en el sentido que va más allá de la fragmentación de las luchas particulares, sindicalistas. Apunta a la totalidad del sistema y a los intereses históricos de las y los trabajadores: acabar con la explotación; abrir la transición al socialismo (a un sistema que declara por abolida la explotación de las personas por las personas).

Dos, que la lucha política es, efectivamente, “un nivel particular de la práctica social” en el sentido que atañe a la totalidad de los intereses sociales en juego superando la miríada de conflictos dispersos en la sociedad civil, los conflictos meramente reivindicativos.

“El Manifiesto comunista dice: ‘Toda lucha de clases es una lucha política. La política es una forma de existencia social de las clases, la que corresponde –repitámoslo- a la ‘lucha de clase contra clase’ [globalidad del enfrentamiento de clases, R.S.]. En este marco, cae por su propio peso que la política tiene una eficacia propia (…) ‘¿Por qué luchamos, pues, por la dictadura política del proletariado si el poder político es económicamente impotente?’. Es con este enfoque –que se desvía un poco de la cuestión tradicional de la autonomía de la política- que vamos a comentar los textos” (pp. 190).

Es evidente que el poder político no es económicamente impotente esto más allá que la economía es el terreno materialmente fundante de todo los demás (y, detrás de la economía, la ecología, la relación de la humanidad con la naturaleza, fundamento material de todas las relaciones humanas). En Marx, en la transición socialista, bajo la dictadura proletaria, la política, el poder político, es el marco en el cual se lleva a cabo la transformación económica de la sociedad. Transformación que a diferencia de la revolución burguesa, no puede proceder antes de la toma del poder sino posteriormente a este evento.

Ocurre que bajo la sociedad burguesa, la clase obrera es una clase irremediablemente subordinada, esto más allá que cree su propias instituciones de la democracia proletaria en el seno de la democracia burguesa como señalara Trotsky. Sin embargo, el monopolio económico lo tiene la burguesía, así como el monopolio del poder del Estado salvo en circunstancias de doble poder.

El desvío de la cuestión tradicional de la autonomía política se refiere a la “impotencia” expresada en la idea de la “autonomía” de la política (que solo la libera parcialmente de un determinismo economicista mecánico) por oposición a su eficacia potencial (un abordaje más dialéctico de acción y reacción). Es como si se dijera: “está bien, es verdad que la política es autónoma de la economía pero “no tiene ninguna eficacia sobre la economía” (una abordaje formal o reformista de la cosa que no resuelve nada). Es lo que le permitía a Althusser, por ejemplo, señalar que la burocratización de la Revolución Rusa era epidérmica en relación al desarrollo de la “economía socialista” que seguía marchando por la senda correcta no importando que pasaba a nivel del Estado burocrático. Posteriormente, el propio Althusser cambiaria su definición de la URSS como Estado obrero, lo que no dejó de ser significativo aunque eso no tuvo impacto en su obra general, al menos en la publicada en vida.[2]

Sigamos con Artous:

“De la debilidad de la fracción industrial, Engels concluye el agotamiento de la dominación burguesa en Francia, ‘puesto que ninguno de sus componentes está en condiciones de introducir nada que se parezca a un progreso” (pp. 191).

Está claro que no concluyó la dominación burguesa del país. Sin embargo, la afirmación es clara en el sentido que remite no a su pérdida de dominación sino de potencialidad transformadora de las relaciones sociales por parte de la burguesía que no puede ir más allá, lógicamente, de su límites de clases (ejemplo, la República no puede ser un ejemplo de virtud sino de corrupción, ver el caso Dreyfus al respecto).[3]

Es decir: la burguesía puede desarrollar la economía pero dentro de los estrechos marcos burgueses; no puede ir más allá de ellos ni realizar verdaderas reformas en el status quo en la cuestión que sea: las cuestiones democráticas, la cuestión colonial, etc., cosa que, en realidad, sigue hasta el día de hoy (el eximio historiador Marc Bloch habló de la “extraña derrota” de Francia en 1940 frente a la Alemania nazi dando cuenta que la burguesía prefería la derrota del país antes que la revolución. Igual comportamiento tuvo, en los hechos, cuando los eventos de la guerra franco-alemana a comienzos de los años 1870 y la emergencia de la Comuna de París, aplastado a sangre y fuego).

“La tónica es, pues, la hegemonía de las altas finanzas (…) Ciertos historiadores han señalado que era difícil observar una oposición de intereses entre banqueros e industriales, tan marcada como la que describe Marx. Sin embargo, éste es prudente a este respecto e insiste en la debilidad de los grandes fabricantes (…) [que] no pueden librar de un modo tan abierto y consecuente una lucha contra la aristocracia financiera como sus homólogos ingleses especialmente cuando después de febrero de 1848 el proletariado emerge como una amenaza” (pp. 192).

Está claro. Toda la historia de las Revoluciones de 1830 y 1848 está marcada por esta misma contradicción: la abstracción de una República burguesa virtuosa, democrático-radical, no se sostiene porque ante la irrupción de los reclamos del proletariado hay que definir de qué lado ponerse: del lado de la explotación de los trabajadores o del lado de la defensa de sus derechos de ir más allá de la propiedad privada. Y cuando la burguesía arremete contra los Talleres Nacionales en junio de 1848 por referencia en su costo en el erario público (amén de su temor al poder social-político de la misma clase obrera), quedaba claro de qué lado de la trinchera social se ponía la misma. Concomitante con esto está el hecho que en condiciones de polarización revolucionaria tampoco pueden sostenerse, y, menos que menos, desarrollarse derechos democráticos elementales como la libertad de prensa, el derecho a la reunión pública, a la protesta, etc., derechos que la burguesía puede tolerar e incluso en cierto momentos alentar pero siempre en el límite de su dominación social (de su dominación política a derecha es más discutible porque puede apelar al bonapartismo que limita sus propios derechos políticos como clase aunque al servicio de resguardar su dominación sobre la propiedad privada. El caso del nazismo es emblemático a éste respecto).

Claro que el caso de la Comuna de París ya es diferente, anticipatorio de una nueva época, la época de la revolución socialista, porque en este caso es el proletariado el que toma el poder en la ciudad por algunas semanas (ocho semanas, para ser más exactos) y desborda los límites de unas revoluciones todavía burguesas impotentes que ante el fantasma de la clase obrera, de la revolución proletaria roja (es significativo como el rojo cambió de bando en la Revolución de 1830, Eric Hazan), se dan la media vuelta y se unifican con la aristocracia para aplastarla (lo propio ocurre tanto en 1848 como en 1871 aunque es en el primer caso cuando ya Marx saca la conclusión de que la burguesía ha terminado con toda su potencialidad revolucionaria asumiendo fórmulas permanentistas).[4]

En todo esto, lo que resta es la reafirmación de que la revolución burguesa, en definitiva, sólo podía se eso: la satisfacción de los intereses burgueses y la inhibición de todo lo que fuera más allá (por ejemplo, un cuestionamiento en regla del libre mercado que lo hubo pero siempre fue en momentos excepcionales).[5] Y por esto mismo la burguesía en todas sus expresiones incluyendo en esto los herederos del jacobinismo, fue incapaz incluso de sostener reclamos democráticos elementales como la libertad de prensa (el reclamo con el que comenzó la revolución de 1830) porque podía ser un portaestandarte a partir del cuál se colaran reivindicaciones que fueran más allá del sistema mismo (lógicamente que el balance de estas revoluciones fueron parte del backround histórico-estratégico a partir del cual Trotsky dio forma a su teoría de la revolución permanente si bien estos elementos quedaron en “ciego” porque dicha teoría se formuló inicialmente sobre todo a partir de la Revolución Rusa de 1905. Pero de cualquier manera Trotsky tiene fuertes y profundas intuiciones sobre la Revolución Francesa, aunque nunca haya escrito un texto sistemático al respecto –ver Pierre Broue “Trotsky y la Revolución francesa”).

La República burguesa misma quedó como una abstracción porque no pudo resolver que su base social en última instancia era –y es- la propiedad privada. Y al no poder ir más allá del límite de ésta, debe afectar alguna de las conquistas más caras de la revolución burguesa misma como es la representación parlamentaria, los derechos de prensa y reunión, etc., desiguales terrenos por los cuales se podían colar reclamos que fueran más allá del status quo, derechos llamados “formales” por intermedio de los cuales se pudieran colar reclamos sustantivos es decir, que trasciendan la misma propiedad privada (los derechos democráticos y a la organización de la clase obrera tienen ese carácter potencial. Por eso Trotsky los caracteriza como los “elementos de democracia burguesa en el seno de la democracia obrera” que dado el carácter totalitario del fascismo éste viene a aplastar).

“(…) en repetidas ocasiones, tanto en La lucha de clases en Francia como en El 18 Brumario, Marx propone elementos de análisis que dan cuenta del ‘atraso’ de la industrialización francesa remitiéndose a las diferencias entre la Revolución Francesa y la Revolución Inglesa sobre una cuestión central: la existencia de una propiedad campesina parcelaria. Hay allí un tema que desarrollará más sistemáticamente en el período de El capital. Por ejemplo, en un pasaje en el que compara la industrialización de ambos países (…) ‘el sistema de parcelación del suelo, al impedir el crecimiento de la población, tiende indirectamente a detener la extensión de las manufacturas (…) la industria manufacturera francesa se compone de pequeñas empresas. Se constata una vez más cuán necesaria es la expropiación de la tierra para el desarrollo de la gran industria’. Se observará que Marx evita todo determinismo técnico-económico para hacer –con razón- de las formas de emergencia de la fuerza de trabajo obrero (la relación salarial) el determinante clave del proceso de industrialización” (pp. 194).

Claro, el problema no es técnico –abstractamente técnico, aunque hay una cuestión “técnica” involucrada– sino social. La propiedad campesina parcelaria es una conquista de la Revolución francesa en el sentido que, sobre la base de la propiedad privada, es decir, de un principio burgués, le quita la tierra a la aristocracia y se la da a los campesinos. Pero este es, precisamente, su límite económico-social: el campesinado, aunque no en todos los casos históricos (ver Lares y Convención, Perú, comienzos de los años 1960 y otras experiencias de comunas rurales), no es socializante sino que comulga –férrea y conservadoramente- con el principio común del modo de producción capitalista: la propiedad privada (Prouhdon y todo el socialismo reformista cooperativo son parte de esta misma contradicción: defienden la pequeña propiedad privada y no su abolición).

Para el desarrollo de la transición socialista es necesario tender a la socialización de la tierra, una medida económico-política que debe poseer, por lo demás, una base técnica como demostró el desastre de la colectivización forzosa estalinista pero que además de ser económico-política es político-económica porque debe poseer la anuencia del campesinado mismo, no se la puede imponer contra su voluntad so pena de de-caracterizar desde el punto de vista socialista la socialización misma de la tierra, cosa que es, precisamente, lo que ocurrió con la colectivización estalinista que fue una colectivización forzada, anti-socialista.

Lógicamente, nada de esto es mecánico. En Estados Unidos subsiste la pequeña propiedad agraria parcelaria y, sin embargo, es uno de los países, sino el país hasta el día de hoy, con el desarrollo capitalista más elevado. Por lo demás, tampoco se trata de las grandes extensiones de la explotación de la tierra en sí mismas (a priori, claro está, más productivas). La explotación de la gran propiedad agraria en el sur de Estados Unidos sobre la base del esclavismo era una rémora que, evidentemente, impedía el desarrollo capitalista consecuente. Y todo por qué, porque tenía varias consecuencias: a) impedía el desarrollo de la forma de trabajo asalariado formalmente libre, b) lastraba la productividad general de la economía sobre la base de la esclavitud, c) conectaba el sur esclavista con Gran Bretaña e impedía la unidad nacional económica de los propios EE.UU.; el desarrollo de su mercado interno capitalista[6], d) la esclavitud misma es una forma de apropiación que por su principio no es estrictamente económica como la explotación del trabajo asalariado sino una relación de explotación forzada, política (una “relación política de explotación” amén que, evidentemente, económica también).[7]

Por lo demás, claro está, toda esta problemática social-económica tiene un correlato en materia de la lucha por las libertades democráticas expresada en el movimiento abolicionista, fuerte en su época cuando la guerra civil yanqui y, nuevamente, ante la impotencia del capitalismo yanqui como un todo en resolver la cuestión de la subordinación y opresión de la población de color (leyes de segregación racial Jim Crow)[8], nuevamente en los años 60 durante la lucha por los derechos sociales y políticos del movimiento negro (dos varas para medir el uso de escuelas, autobuses, bares, etc., con carteles del tipo “prohibido el ingreso de negros/as en el establecimiento” algo similar ocurrió en Sudáfrica hasta los años 90 del siglo pasado o en China era común carteles a comienzos de los años 20, en pleno proceso de segunda revolución china, de que se impidiera ingresar a determinados lugares a perros y determinadas personas. Está claro el concepto de deshumanización de determinadas categorías de personas que implicaban estos criterios, vis a vis la deshumanización hoy de las personas inmigrantes aunque no entren en relaciones abierta o directamente esclavas sino en formas de discriminación un milímetro más sutiles).

2- Digresión metodológica

“La existencia de esta propiedad campesina parcelaria tiene también efectos en el plano político, puesto que Marx hace de ella un elemento clave de la explicación de las formas particulares del Estado francés, que encontramos en su análisis de la toma del poder por parte de Luís Bonaparte: ‘La propiedad parcelaria, por su naturaleza misma, sirve de base a una burocracia omnipotente e inconmensurable” (pp. 195. Vis a vis y dicho de manera muy exagerada, algo similar pasa con los movimientos de desocupados argentinos donde la figura clave es el viejo “puntero” o “referente” que dirige su “asamblea”)[9].

Efectivamente y es un clásico, la atomización campesina, como cualquier tipo de atomización de las bases sociales, sirve a los efectos del bonapartismo. Lo que no esta unido o vinculado “naturalmente” por abajo, se puede expresar –se expresa, más bien- políticamente por arriba en la forma de una unidad ilusoria, para decirlo de alguna manera. En este sentido se puede referir la cita clásica de Marx de que el campesinado en una clase en el sentido que son de una clase “un conjunto de patatas metidas en una bolsa”; la bolsa, algo exterior, es lo que les da unidad porque entre las patatas mismas no tienen ninguna unidad salvo que están colocadas en la misma situación.[10]

Bueno, la misma reflexión sirve para otro tipos de bonapartismos o burocracias, como es el caso del estalinismo, que se hizo valer en un Estado obrero burocratizado y luego en un Estado burocrático liso y llano precisamente que sobre la base de una atomización histórica de la clase obrera rusa, de una derrota histórica de la clase revolucionaria cuyas consecuencias nefastas sigue presentes hasta el día de hoy, casi 100 años después de la entronización del estalinismo (entronización que comenzó promediando 1923 /1924 y cerró del todo su círculo con las Grandes Purgas de 1937).[11]

“Volvamos sobre las vacilaciones o errores de Marx, el grueso de los cuales atañe a esta proyección de un modelo de relaciones entre las diferentes fracciones de la burguesía elaborado a partir de la experiencia inglesa” (pp. 195). Artous apela a un autor liberal agudo como Raymond Aron para sostener su argumento sobre los elementos mecánicos que encuentra en el análisis de Marx, lo que no deja de ser interesante[12]: “Ciertamente, la explicación de los acontecimientos políticos a partir de la base social es legítima y válida, pero la explicación término a término pertenece, en gran medida, a la mitología sociológica’ [cita de Artous a Aron, pp.195], agregando Artous de su propio cuño que hay que evitar dar explicaciones “demasiado detalladas” de las relaciones entre uno y otro término. “Se deben tener en cuenta las distancias: esa base [material, económica] puede explicar las grandes tendencias, pero a medida que uno se aleja, que se entra en los detalles, las determinaciones socioeconómicas se hacen menos inmediatas y la autonomía de lo político se hace notar” (pp. 196).

Efectivamente, es así: a partir de determinadas tendencias económico- sociales irrumpen los hechos políticos-sociales mismos. De no ser así la política no tendría ninguna eficacia, y, por lo demás, los acontecimientos socio-políticos serían un puro mecanicismo, no un momento creador. La historia y la política no son un mecano histórico (Benjamín), sino una suerte de “creación heroica” donde lo que hacen las clases sociales y los agrupamientos políticos pesa en la balance de los acontecimientos sólo que en el contexto de determinadas condiciones objetivas materiales (esta contextualización es clave para no elevarse a las alturas del idealismo metodológico). Es decir: la creatividad histórica determinada no puede ser azarosa o producir unos efectos completamente por fuera de las circunstancias de tiempo y lugar en las cuales opera dicha creatividad histórico-político. Nada muy distinto es lo que decía Gramsci cuando afirmaba que la política es “historia en acto” o cuando rechazaba el reduccionismo sociológico en materia del análisis político.

En el mismo sentido cita Artous al Engels de sus famosas cartas metodológicas:

“Así habla Engels cuando hacia el fin de su vida, declara la guerra a una visión demasiado mecánica de la noción de determinación de la economía en última instancia: ‘Si uno violenta esta proposición para hacerle decir que el factor económico es el único determinante, la transforma en una frase vacía, abstracta, absurda’. Y cita precisamente los textos que estamos comentando: ‘No hay más que considerar El 18 Brumario de Marx, donde se trata únicamente el papel particular que desempeñan las luchas y acontecimientos políticos, naturalmente en el límite de su dependencia general respecto de las condiciones económicas” (pp. 196).

El límite lo fija el contexto objetivo, sin embargo, la política –la lucha de clases, más precisamente- tiene su eficacia, decide rumbos alternativos dentro de esos límites.

Es lo que venimos señalando, aunque la palabra “determinante” quizás confunda. Repetimos. Las condiciones económico-sociales establecen el marco objetivo en el cual se desarrollan las luchas sociales. Al mismo tiempo, evidentemente, cada sector sociopolítico, de una u otra forma, expresará en la lucha política sus intereses de clase. Pero de ahí no se desprende que dichos intereses se resuelvan mecánicamente, ni que tengan una y única forma de manifestación (estamos en contra de las formas de partido único, por ejemplo, y preferimos la lucha de tendencias como para encontrar el punto justo político). Las formas de manifestación pueden ser diversas, así como traspasarse determinados límites de clase en determinadas circunstancias (la clase obrera tomando el poder en China en 1926/7, aun siendo una minoría extrema, algo no descartado por Trotsky en su intercambio de cartas con el objetivista Preobrajensky).

Por ejemplo: la actuación de los jacobinos en el poder en el momento más álgido de la Revolución francesa (que traspasó, sin bien transitoriamente, ciertos límites en materia de libre mercado), o las revoluciones anticapitalistas de posguerra, donde se expropió a la burguesía con revoluciones de base campesina o pequeño burguesa (sin clase obrera y sin socialismo –sin apertura, realmente, de la transición socialista). Que no hayan dado lugar a revoluciones socialistas hechas y derechas sino, a la postre, a una imposición bonapartista, a un Estado burocrático que incluía las conquistas de la revolución (aunque socavándolas desde el primer minuto), muestra, al mismo tiempo, los límites de su actuación: lo que mecánicamente podría afirmarse de “la determinación económica en última instancia” no tiene porque manifestarse en la revolución socialista de manera consecuente (y por esto mismo no afirmamos que todas las revoluciones que expropian a la burguesía son automáticamente socialistas, lo que sí son es revoluciones anticapitalistas, porque otra cosa no  pueden ser si expropian a los burgueses).

“En realidad, Engels y Aron adoptan, desde cierto punto de vista, un mismo enfoque. Distinguen dos niveles del análisis. El que trata el marco histórico general y el que permite entrar ‘en los detalles’, que debe tomar en cuenta las determinaciones específicas. Justamente, las determinaciones de lo político. Restaría, por consiguiente, para producir un análisis concreto, encontrar una ponderación entre ambos” (pp. 196).

Es agudo esto: efectivamente, en el plano de las resultantes hay que encontrar la ponderación entre las condiciones objetivas de la acción política y la acción política –creativa- misma (lo que decide la política, lo que decide la acción, sino toda actuación revolucionaria daría igual, o estaríamos bajo el reduccionismo de una “estrategia” de manual de guerra).[13]

En éste caso, que es nuestros uno de nuestros objetivos de estudio más “reiterados” respecto del siglo pasado, el estudio crítico de las revoluciones de posguerra, las mismas fueron anticapitalistas pero no socialistas: no podían ser otra cosa cuando expropiaron a la burguesía. Sin embargo, el factor socio-político ingresó en las mismas como una determinación negativa (toda determinación es una negación, afirmaba Hegel); como un límite en su desarrollo. En la medida que no fue la clase obrera la que tomó el poder, la transición socialista quedó bloqueada desde el inicio mismo del proceso impidiendo o inhibiendo su desarrollo socialista. La producción no se socializó; el Estado no se reabsorbió en la sociedad sino, por el contrario, se reafirmo contra ella; no hubo proceso de auto emancipación social sino, en todo caso, emancipación social muy parcial y luego revertida contra los propios ex explotados y oprimidos bajo nuevas condiciones no orgánicas de explotación y opresión. El mismo curso, aunque más convulsivo y dramático, contrarrevolucionario sangriento abierto, siguió la URSS a partir del estalinismo.

Viceversa, en condiciones de atraso económico pero en las cuales, sin embargo, la clase obrera toma el poder (lógicamente que en esta época historia abierta desde 1914), la revolución es socialista. Otro cantar es la potencialidad que tenga para transformar verdaderamente las relaciones sociales y desarrollar las fuerzas productivas a tales efectos, cuestiones que le den un contenido real a tal transformación de las relaciones humanas: acabar con la explotación de las personas por las personas, acabar con la lucha de todos contra todos por el reparto de lo escaso, acabar con las imposiciones de la familia patriarcal, lograr la emancipación de la mujer y de las personas Lgbtt, que hasta la última cocinera aprenda a manejar los asuntos del Estado (es decir, los asuntos colectivos de la sociedad, Lenin), el gusto por la política, es decir, por los asuntos universales y no sólo la preocupación por la subsistencia diaria, los “duros trajines de la vida cotidiana” de los que hablaba Marx en El capital, etc.

3- La política revolucionaria mueve montañas

Continuemos con la problemática de la eficacia –específica- de la política y su carácter potencialmente transformador, creador: su carácter de historia en acto (nos referimos a la gran política, la que está vinculada a la lucha de clases, no la pequeña política del barro burgués y de las sectas socialistas de todos los días). “El joven Marx insistía ya en el hecho de que, en el mundo moderno, la política cristaliza el momento de la voluntad” (pp. 196).

La política por referencia al Estado, a la esfera de los intereses generales, a la lucha de clases cristaliza, efectivamente, el momento de la “voluntad política” en la medida que expresa el momento transformador, el momento donde se busca modificar las correlaciones sociopolíticas de fuerzas y económico-estructurales, o, en su defecto, defender el status quo, lo que también requiere de cierta voluntad aunque, evidentemente, de orden muy menor, aunque la defensa es muchísimo más fácil que el ataque, aunque el elemento conservador cuenta a su favor con el peso inmenso de la inercia histórica (Trotsky), con el sentido común, con el hecho que la cabeza atrasa casi siempre en relación a los pies (la conciencia en relación a la acción. Lukacs habla a este respecto de la “crisis ideológica de la clase obrera” en relación al momento revolucionario en Historia y conciencia de clases (1923) aunque esto tampoco es mecánico: en condiciones revolucionarias, Lenin ya lo dijo, la conciencia obrera avanza en pocos días más de lo que lo había hecho en las décadas anteriores.[14]

“Lo que queremos abordar aquí es qué dice Marx sobre el nivel político. Más exactamente, el modo en que lo dice y el estatus que otorga a esa forma particular de existencia de la realidad social, distinta de las demás esferas, instituida por el mundo moderno” (pp. 197).

Efectivamente, el nivel político se ha separado en la modernidad respecto del resto de las esferas sociales, así como lo propio ocurre con la economía. La economía capitalista es “no política” por antonomasia (aunque existen las formas capitalistas de Estado y, por lo demás, en un sentido también “todo es político”, como las decisiones de la macroeconomía, la política económica, y esto) en la medida que expresa la miríada de intereses opuestos de la sociedad civil, la competencia del mercado, mientras que la política expresa la formación de una “voluntad colectiva”, algo que, a priori, une por arriba aunque lo que une es mayormente imaginario: une los intereses de la clase dominante, no de la dominada, a la que se le garantiza políticamente las condiciones de su explotación. Sabemos, por lo demás, que en la “sociedad civil” hay intereses –comunes; no es todo contra todos en el sentido de las clases sociales- contrapuestos entre explotadores y explotados, y en la esfera de la “sociedad política”, del Estado, se expresa lo propio: la generalización de intereses de clase opuestos.

“Retomemos sus textos sobre la revolución de 1848 (…) Podemos constatar que hay una corriente política que no tiene arraigo particular en la producción. Se trata de ‘la fracción burguesa republicana’, reagrupada en torno al Nacional (…) Era simplemente una camarilla de burgueses, escritores, abogados. Esta corriente no es, por tanto, como se dice en ocasiones, un representante de la pequeño burguesía; es el partido socialdemócrata el que es caracterizado así. Este lugar es ciertamente frágil en comparación con el de las demás fracciones de la burguesía enraizadas económicamente, pero nada despreciable, puesto que la historia de la Asamblea Nacional Constituyente, a partir de las jornadas de junio, es ‘la historia de la dominación y de la disgregación de la fracción burguesa republicana” (pp. 197).

No somos especialistas en la revolución de 1848 ni tenemos tan presentes los maravillosos textos de Marx al respecto en este momento (nos especializamos más en La guerra civil en Francia y la Crítica del Programa de Gotha, esa es la verdad), pero la cita es bastante clara. A la fracción pequeñoburguesa republicana le faltaba cierto “piso social”. Como camarilla de “burgueses, escritores y abogados” podría ser asimilada a un sector similar que Trotsky llamaría “la sombra de la burguesía” en los años 30, que era el ala burguesa políticamente y pequeño burguesa socialmente de los frente populares, junto a los Partidos Comunistas estalinizados (partidos obreros estalinizados, luego partidos obreros-burgueses y luego partidos burgueses lisos y llanos como la transformación del PCI en Partido Democrático de la Izquierda en los años 90 en Italia).[15] Esta sombra de la burguesía era, socialmente, muy débil, pero aun así representaba -en la coalición con los PC- los límites burgueses puestos al proceso revolucionario en curso y el carácter en definitiva burgués de frente de conciliación de clases de dichos gobiernos. Una fracción que, paradójicamente o no tanto, derrotados los sans coulottes en el caso de los jabobinos, los obreros parisinos en junio de 1848 o mismo perdiendo Kerensky la base social a favor de los bolcheviques en agosto de 1917, se vino abajo. Las circunstancias son las mismas: una fracción política que se apoya y se “fortalece” en la inhibición de ciertos proceso, que fija ciertos límites, pero cuando la circunstancia de radicalización se da vuelta, cuando se desborda la revolución por fuera de cualquier cause reformista que le quieran poner, cuando irrumpe la revolución con mayúscula, y cuando estas formaciones no son más “necesarias”, pierden toda “necesidad”, son superadas completamente por los acontecimientos y la radicalidad del proceso, se viene abajo cual castillo de naipes por falta de apoyatura social en beneficio de la revolución o la contrarrevolución.

“(…) se produce un desfase creciente entre el partido del orden en el Parlamento y el partido del orden fuera del Parlamento: cansada de la impotencia de sus representantes ante las urgencias de la situación, la masa de la burguesía se realinea en torno a Bonaparte” (pp. 198).

Se trata de la apelación clásica de la burguesía al bonapartismo en el límite de los acontecimientos. Cuando las instituciones parlamentarias, representativas, no dan respuesta, no dan “pié con bola”, cuando la plaza desborda sistemáticamente el palacio, se las tira por la ventana y se apuesta al Bonaparte que ejerce un arbitraje personalísimo sin todo el “gasto parlamentario”, el parloteo en su seno (arbitraje personalísimo sobre la base del Estado y sus instituciones pétreas: burocracia y fuerzas represivas).

“Sin embargo, Marx no se conforma con una simple constatación sociológica (…) La dinastía de los Bonaparte no representa al campesino revolucionario, sino al campesino conservador (…) Marx parodia al Imperio, realza sin cesar el desfase existente entre la ‘leyenda’ y la realidad de los años 1850, pero ello es para mostrar también la eficacia siempre presente de lo que él denomina las ‘ideas napoleónicas’ en el imaginario campesino” (pp. 204).

Está claro: existe un campesinado revolucionario según, también, las circunstancias, y otro que no lo es, que es conservador. Esto se puede decir de cualquier movimiento social a depender de las circunstancias. Por ejemplo, en la Argentina, el movimiento piquetero independiente cumple hasta hoy un rol claramente progresivo independientemente que no sea el núcleo de la clase obrera y que no reemplace estratégicamente la necesidad de ganar a la clase obrera asalariada, en primera lugar la más concentrada, para hacer la revolución socialista.

“El ejército era el point d’honneur de los campesinos parcelarios, eran ellos mismos convertido en héroes, defendiendo la nueva forma de propiedad frente al exterior glorificando su nacionalidad flamantemente adquirida, saqueando y revolucionando el mundo. El uniforme era su traje de Estado; la guerra, su poesía, la parcela, prolongada y redondeada en la fantasía, la patria y el patriotismo” (pp. 204).

Esta era la circunstancia durante la Revolución francesa donde el campesinado cumplió un rol revolucionario. Como señala agudamente Tony Cliff, efectivamente durante la revolución burguesa el campesinado cumple un papel revolucionario. Más contradictorio es su papel en la revolución socialista debido a su aspiración a la pequeña propiedad de la tierra. Está claro: el campesinado propiamente dicho es pequeño burgues, no socialista, más allá que existen variadas circunstancias desde el campesinado medio y alto (burgués este último, digamos), hasta las comunidades rurales, que ya por la tenencia en común de la tierra (independientemente que la mayoría de las veces las trabajan en forma individual), tienen tendencias socializantes (ver el debate de Marx con Vera Zazuslich al respecto de las comunas rurales rusas aunque con las reformas pequeñoburguesas de Stolipin, 1906, creemos que quedó poco de esas comunidades o se expresó en movimientos contradictorios como el de Makno, aunque el campesinado parcelario al otorgárseles la posesión de la tierra terminó del lado de la revolución (obtuvieron una conquista democrático-burguesa o democrático-pequeño burguesa de parte de los bolcheviques que luego el estalinismo les quitó manu militari rompiendo la unidad obrero-campesina).[16]

“Esa parcela que organiza su vida, el paisano la convierte en su culto por un proceso de amplificación característico de la ideología, su imagen hace de la parcela, prolongada y rodeada la patria, y la nación subvertida se convierte efectivamente en esa parcela infinita con la que soñaba el campesinado” (pp. 206).

Bueno, acá está reflejado por Marx el significado de la pequeña propiedad para el campesinado pequeñoburguesa y no socializante.

“Esta dialéctica de las formas políticas desarrollada por Marx destaca que no se conforma con tomar en cuenta la autonomía relativa de la política –entendida como lo que traduce la existencia de mediaciones entre la ‘infraestructura’ y la ‘superestructura’- y su lógica propia. Sino que aborda el modo de existencia del nivel político, su status a lo que se refiere muchas veces bajo el nombre de ‘escena política’ o con imágenes equivalentes. Dicha escena no es una derivada segunda de las realidades socioeconómicas, sino un modo de existencia bien real, político justamente, de las clases y fracciones de clase, que resulta del hecho de que ‘la lucha de clase contra clase es una lucha política” (pp. 199).

Artous hace el mismo esfuerzo que venimos viendo en esta ficha de escapar el determinismo mecánico. Los actores políticos, la política misma, no son “marionetas” de las fuerzas económicas. Evidentemente todo actor político expresa determinados intereses sociales o socio-económicos, pero si las representaciones corporativas (léase cámaras empresarias o mismo los sindicatos) traducen dichos intereses de manera reivindicativa, más directa, sin generalización, y por eso no son específicamente instituciones políticas, el “travestimiento” que hace la política, el “teatro de la política” intenta enmascarar dichos intereses particulares como si fueran generales.

Éste último es el caso de la política burguesa. En el caso de la proletaria, la cosa es más compleja aun: existen, evidentemente, toda una serie de “momentos reivindicativos” expresados en las organizaciones a tales efectos. Pero la política revolucionaria se eleva por encima de lo reivindicativo apuntando en un “arco de tensión” a las perspectivas estratégicas que, al desbordar lo establecido, crea una circunstancia nueva que no está mecánicamente determinada por la economía (“la política mueve montañas” afirmamos en Ciencia y arte de la política revolucionaria). En el contexto materialista de determinadas correlaciones sociales y económicas (de determinadas determinaciones), la política revolucionaria es “creación heroica”. Tiene, evidentemente, un “momento mesiánico” en el cual parece sobreponerse a todas las limitaciones –limitaciones que quizás son más flexibles que lo que se presuponía. (Exageramos un poco la nota como para que se entienda. Las condiciones materiales en torno a las cuales se desarrolla la revolución vuelven posteriormente sobre sus “fueros” bajo la forma de la resistencia de los materiales. La transformación de las relaciones sociales encontrará su justa medida en la medida que se desarrollen las fuerzas productivas y culturales que lo hagan posible.)

4- La colectivización agraria forzosa (o como la “forma” traiciona el contenido socialista de la revolución)

“De nuevo nos encontramos con la dialéctica señalada entre forma y contenido sobre la cual ya insistía el joven Marx: una forma no es un envoltorio, sino el modo de existencia social de un contenido [extraordinario esto, R.S.]. Es significativo que Engels, siempre en sus cartas en las que critica una visión mecanicista de la determinación de la economía escriba: ‘La situación económica es la base, pero los diversos elementos de la superestructura, las formas políticas de la lucha de clases y sus resultados […] ejercen igualmente una acción sobre el curso de las luchas históricas y, en muchos casos, determinan su forma de manera preponderante” (pp. 200).

La forma no es un envoltorio, sino el modo de existencia de un contenido. Es decir: dicho contenido social no puede ser “traicionado” por la forma política que adquiere porque sino la forma revierte sobre el contenido, desnaturalizándolo. Es el debate clásico, por ejemplo, de la colectivización forzosa. A priori colectivizar la producción agraria es una medida socialista que acaba con la propiedad privada en el campo. Pero si dicha “colectivización” se lleva a cabo sin un desarrollo de las fuerzas productivas acorde, y sin la anuencia del campesinado, se transforma en otra cosa: por ejemplo, la “explotación militar-feudal” de la cual hablaba Bujarin desde su particular punto de vista liberal en favor de la pequeña propiedad. Significativamente, Rakovsky no hablaba de otra cosa -rebatiendo un argumento de Molotov- cuando señalaba que la colectivización agraria no había formado cooperativas sino “pseudo-cooperativas” forzozas y Trotsky hacía lo propio cuando subrayaba que sin un desarrollo de las fuerzas productivas no existían los fundamentos económico-materiales para el “empuje político” hacia esas formas de la producción social, que, por lo demás, debía ser voluntario (Trotsky se engañaba un poco al comienzo de los años 30 cuando creía que una parte de la colectivización era voluntaria, luego cambio de opinión hacia finales de la década –“Apuntes metodológicos a propósito de la colectivización agraria forzosa”, izquierda web).

Repetimos: forma y contenido tienen interrelaciones dialécticas. Ningún contenido es informe, y ninguna sustancia tiene forma sin un contenido. Sin embargo, uno y otro término se modifican mutuamente. Está claro que determinado contenido determina, en cierta manera, determinado contenido. Pero el error está en creer que un contenido pueda tener una forma cualquiera. Esto no es así y podría profundizarse en la filosofía muchísimo más –y más eruditamente- que lo que hacemos acá. Pero nuestro punto es que hay formas políticas que traicionan el contenido social supuesto: si el campo es colectivizado forzosamente sin fuerzas productivas suficientes  ni anuencia campesina, se tratará de una “colectivización” en cierto modo pero no socialista, no significará un paso adelante en el desarrollo de las fuerzas productivas, ni en la emancipación del campesinado de su opresión secular. Significará otra cosa: uno de los pasos a una economía del tipo casi puramente burocrática como señalará Trotsky que pasó con la economía estalinista a comienzos de los años 30 con el giro a la colectivización forzada y la industrialización acelerada. Y por esto mismo señalaba agudamente Trotsky que las enormes fábricas que se ponían en pie se les aparecían a los trabajadores cual “fantasmas” –no son los palabras de él, sino las mías- o espectros o cosa así o la resultante no de su trabajo emancipado, sino de su trabajo alienado y explotado, que es algo muy distinto.

Las realizaciones que no son emancipadoras o auto-emancipadoras de los trabajadores y trabajadoras, que no tienen suficiente nivel de fuerzas productivas para ello ni suficiente conciencia y organización, auto-emancipación que incluye de manera inextricable la necesidad de partido revolucionario como parte íntima de la subjetividad de la clase obrera, no dan lugar a resultantes socialistas, así de simple es la cuestión y así de clara es la experiencia anticapitalista del siglo veinte.

Para finalizar esta ficha que más que citar a Marx vía Artous:

“(…) en la Revolución de 1848 no se hace más que agitar un espectro, parodiar el pasado. Una parodia que es señal del agotamiento de las revoluciones burguesas. En efecto, Marx concluye: ‘La revolución social del siglo XIX no puede extraer su poesía del pasado, sino solamente del porvenir. No puede comenzar con su propia tarea antes de haber liquidado completamente toda superstición con respecto al pasado. La revolución del siglo XIX debe dejar a los muertos enterrar a sus muertos para realizar su propio objeto. En otro tiempo, la frase desbordaba al contenido; ahora es el contenido el que desborda a la frase” (pp. 206).

Bien: en las revoluciones anticapitalistas del siglo pasado, en cierto modo, el “hecho anticapitalista” inhibió el contenido socialista; en las revoluciones socialistas del siglo XXI el contenido socialista deberá desbordar todas las formas burocráticas y sustitucionistas del siglo pasado: la revolución socialista será auto-emancipatoria y partidista, o no será.

Bibliografía

AA.VV., Construir otro futuro. Por el relanzamiento de la revolución y el socialismo, Editorial Antídoto, Colección Socialismo o Barbarie, Buenos Aires, 2000.

Hanna Arendt, Sobre a Revolucao, Companhia Das Letras, Sao Paulo, 2022.

Ernst Bloch, La philosophie de la Reinaissance, Petit Bibliothèque Payot, París, 2007.

Corneluis Castoriadis, Sujeto y verdad en el mundo histórico-social. Seminarios 1986-1987. La creación humana, Fondo de Cultura Económico, Argentina, 2020.

La ciudad y las leyes. Lo que hace a Grecia, 2, Seminarios 1983-1984, La creación humana, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2012.

Eric Hazan, The invention of Paris. A history in footsteps, Verso, Sweden, 2011.

Albert Mathiez, Révolution Russe et Révolution Francaise, Editions Critiques, Paris, 2017

León Trotsky, Stalin. Una valoración del hombre y su influencia, Fondo de Cultura Económica, México, 2020.


 

[1] Inquietudes teóricas y políticas obviamente sublimadas teóricamente.

[2] Su obra póstuma está marcada por una suerte de relativismo que se va para el otro lado, aunque su apelación a Epicuro y al azar dentro de los desarrollos y su combinación dialéctica con la determinación, tienen algún interés.

[3] En el caso Dreyfuss, que dividió a Francia a finales del siglo XIX, lo que se puso en juego es la razón de Estado por el cuál su Ejército no podía admitir que un capitán judío advenedizo tuviera razón o no fuera culpable de la debilidad del ejército francés. El caso dividió a la misma burguesía y expresó la tensión que siguió recorriendo la misma entre el ala monárquica, restauracionista, conservadora y el ala, más bien pequeño burguesa, progresista (Hanna Arendt, Orígenes del totalitarismo).

[4] De todos modos es verdad que Marx no fue consecuente en el “permanentismo” mientras estuvo en vida (y creo que Engels tampoco). El período objetivo era tan de transición que Marx y Engels fueron y vinieron a éste respecto varias veces a lo largo de su vida.

[5] La misma ley del maximun para los precios del pan durante la gestión jacobina fue esto: un momento de excepción en condiciones excepcionales pasado el cual se restablecieron las condiciones normales.

[6] Marx denuncia como la prensa en Gran Bretaña durante la guerra civil yanqui era sureña. Identificaba la hipocresía de la misma que se presentaba por así decirlo como “capitalista consecuente” pero sobre la base de la idea del “libre comercio” defendía una forma pre-capitalista de explotación del trabajo en Norteamérica (ver los escritos de Marx y Engels sobre la guerra civil yanqui).

[7] Tiene un costado económico porque es una relación de explotación, pero su fundamento es político porque se entra en la misma no por razones estrictamente económicas sino, precisamente, sobre la base de una relación de dominio: la condición de esclavo.

[8] Inmediatamente derrotada la Confederación en 1865 el sur de los Estados Unidos fue barrida por una ola revolucionaria de abolición y la población negra fue formalmente liberada de la esclavitud pero progresivamente se volvió a un régimen de opresión y “semi-esclavitud” que se expresó en que los negros en muchos casos debieran emplearse para sus viejos esclavistas porque la abolición no les dio las tierras y, por lo demás, el reflejo en el régimen político sureño de esta situación se expresó en estas leyes, en un régimen socio-político reaccionario imperante en el sur del país (Kevin Anderson tiene textos muy valiosos al respecto de la guerra civil yanqui que hemos citado oportunamente).

[9] Los movimientos de desocupados dirigidos por la izquierda son progresivos y hay que defenderlos incondicionalmente pero en general no se entiende que tipo de relaciones rigen en su seno. No se trata de los movimientos campesinos comunales auto-determinados basados en democracia consensual como en el altiplano boliviano y peruano, por ejemplo, ni tampoco, por supuesto, de las formas de democracia obrera o de base que rige en las asambleas de fábricas donde, por lo demás, el que paga el salario es un patrón y la relación de subordinación es con él (esto más allá del imperio de una burocracia parasitaria en muchos casos). Se trata de una relación de intermediación entre la persona que recibe un beneficio del Estado y el Estado mismo, intermediación que cumple un rol contradictorio: por un lado al ser una intermediación colectiva, permite establecer una movimiento, una cierta “comunidad” de intereses entre las personas integrantes de los movimiento pero por el otro, por la base el movimiento no es del todo democrático ni auto-determinado porque lo que moviliza a las personas es más la necesidad del plan de asistencia social mismo que su propia conciencia. Claro que existen todo tipo de relaciones intermedias entre estos dos término: consciencia y obligación y que, por otro lado, en las formas de democracia consensual de las comunidades rurales, en las cuales los individuos no son nada y las comunidades todo, tampoco existen grandes discusiones ni tomas de consciencia como una experiencia personal: más o menos se hace lo que dicta la tradición y el conjunto. Por su forma social, los movimientos de desocupados al estilo argentina cuya agregación no es laboral sino barrial, territorial en lo esencial, podríamos definirlas como formas sui generis de “cooperativas de consumo” donde se reparte lo que se obtiene –arranca con la lucha, y eso es progresivo- del Estado. Lógicamente que los criterios de distribución de lo obtenido, no son socialistas: todo el mundo que se moviliza recibe lo mismo independientemente de sus necesidades reales y, por lo demás, el elemento de obligación está en que si no se moviliza, no recibe nada (esto es muy diferente al movimiento obrero donde un carnero se gana el odio de sus compañeros/as pero cuando llega el aumento o el beneficio que sea por la lucha, de todas maneras lo recibe. Su compulsión a sumarse a la lucha es, en todo caso, política, más libre, y no económica como en los movimientos de desocupados argentinos o sin techo en el caso de Brasil –caso este último que, sin embargo, conocemos mucho menos pero nos parece que tiene muchas analogías con los “piqueteros” argentinos).

[10] Acá hay que hacer dos señalamientos: cuando se habla de campesinado, en realidad, se debe saber que en el seno del campesinado conviven varias clases sociales: clases campesinas con tierras (incluso con muchas tierras), campesinado colocado en explotación comunal (tierras comunales) y otra clase social que son los asalariados del campo, que son parte de la clase obrera.

Por lo demás, tomados los campesinos tout court como pequeños propietarios las iguales condiciones de auto-explotación y pequeña propiedad privada los transforma evidentemente en una clase social pero otra cosa es que se asuman como clase política, por así decirlo: es ahí donde entra a tallar el bonapartismo o su gestión política desde arriba.

[11] Las Grandes Purgas 1937/8 significaron someter lo que quedaba de la Revolución de Octubre, ya poco y nada, en un lodazal masivo de delación, prejuicios, desconfianza del de al lado, acusaciones y críticas inverosímiles y locoides: fue como introducir la sociedad soviética en un manicomio (terminar de atomizar a la clase obrera más revolucionaria de la historia hasta el día de hoy).

[12] Personalmente también he encontrado esporádicamente argumentos agudos en autores liberales del estilo Arendt e, incluso, Furet. Es algo paradójico pero se explica porque alguna de sus críticas al “totalitarismo” tienen validez parcial (porque está hecho por autores liberales progresistas o conservadores pero que reivindican, de manera liberal, claro está, la modernidad, un movimiento más de fondo en el cual sigue inserta, de alguna contradictoria manera porque hay tendencias en sentido contrario, anti-modernas, la contemporaneidad).

[13] Hay que tener presente que los “manuales de guerra” siempre son menos creativos que la política revolucionaria porque remiten, invariablemente, a una experiencia al menos relativamente anterior: la última guerra. Pero sobre el “campo mismo de batalla político” (bha, también el militar, pero eso es otra cosa) hay, de alguna manera, que “improvisar”: convocar los elementos de análisis pero también de intuición porque cuando el escenario se hace “ciego” porque las determinaciones se amontonan, se condensan en un instante, hay que saber reaccionar, responder. Y eso convoca toda las facultades políticas revolucionarias (saber responder al instante y no marearse aun a pesar de la “ceguera del momento”, es una connotación de buen político revolucionario que va muchísimo más allá de los estados emocionales que pueda tener en un momento determinado. La compresión política cimentada profundamente por el estudio y la experiencia, asimilada a la largo de toda una experiencia política va más allá de lo emocional. Esto mismo señala Trotsky en su Stalin: “El artículo [de talin sobre Lenin] es interesante no sólo por el título [‘Lenin como organizador y líder del Partido Comunista ruso’], sino por toda su concepción de Lenin. Stalin lo aclama principalmente como organizador y solo secundariamente como dirigentes político (…) ¿No es más que evidente que las cuestiones organizativas no son la base de la política, sino más bien las conclusiones que fluyen de la cristalización de la teoría, del programa y de la práctica? (…) en ese período [1917] el Partido Bolchevique era una organización de vanguardia proletaria, y su aparato, que como todo aparato tenía un embrión de tendencia conservadora, constituía sólo un instrumento del Partido, no su amo incontrolable” (Stalin, pp. 483/484/485).

[14] El análisis de Lukacs estaba muy referenciado en esta, su obra principal para nosotros, Historia y conciencia de clase, a la experiencia fallida en Hungría y Alemania. Rusia, la Revolución Rusa, expresó una dinámica bastante distinta por dos razones: la emergencia del mayor movimiento de masas, obrero y socialista de la historia amén de la emergencia del mayor partido revolucionario de la historia.

Coincidencia y/o condensación de factores que sólo se da una vez cada tanto. Lógicamente, construyendo el partido revolucionario hay que trabajar activa y conscientemente para esa “coincidencia”. También en éste sentido la política es historia –activa- en acto y momento creador.

[15] Nos da la impresión que hablar de “partidos burocráticos” lisos y llanos en un marco capitalista es más complejo que hablar de Estados burocráticos. Pero este es un problema que hemos pensado menos. Sí hemos estudiado la involución de otra formación política distinta que el estalinismo como es el PT de Brasil, que hoy día consideramos como un partido ultra-reformista y adaptado al régimen obrero-burgués o, quizás mejor, burgués-obrero por el grado de adaptación al régimen y el sistema (su personal político, está claro, es más bien pequeño-burgués burocrático).

[16] Conceptualmente acá es importante el debate de Marx con Proudhon porque mientras Marx era socializante, el último defendía la pequeña propiedad. La propiedad común o no propiedad de los medios de producción versos la pequeña propiedad privada es lo que diferencia comunistas de pequeño burgueses radicales.

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