Dictadura, democracia y partidos: una reflexión final

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  • La experiencia del gobierno bolchevique demostró la complejidad del ascenso de la clase obrera al poder.

Roberto Saenz

La experiencia del gobierno bolchevique demostró la complejidad del ascenso de la clase obrera al poder en las condiciones del aislamiento internacional de la revolución, el atraso de Rusia y la guerra civil sangrienta que se desató no bien los bolcheviques asumieron el poder. Esa mecánica del ascenso al poder real de la clase obrera, de que sea ejercido  de manera cada vez más colectiva, de que el Estado, en concomitancia con el desarrollo de las fuerzas productivas y culturales, vaya desapareciendo, es todo un complejo proceso histórico que se procesó, por primera vez, de manera incompleta en el gobierno presidido por Lenin y Trotsky; de ahí la importancia histórico-universal de la experiencia.

Desde el vamos estaba claro que la experiencia de la dictadura proletaria tenía elementos de experiencia “transitoria”, expresión de elementos de avance pero también de atraso. La revolución no surge en un terreno ideal, sino de las condiciones de la realidad, con una economía, un desarrollo de las fuerzas productivas, de las personas, terrenales, reales. La modificación de estas condiciones entraña todo un proceso histórico concreto, un proceso de transición, donde la forma que asume la dictadura proletaria es simultáneamente una dictadura y una democracia, ambas de nuevo tipo. Dictadura en relación con la burguesía y el imperialismo; democracia en relación a la clase trabajadora. Pero, como ya hemos señalado, esta fórmula entraña todo un complejo proceso que en la experiencia de los bolcheviques debe ser evaluado de manera concreta; un proceso que se complicó, además, por el surgimiento de un actor inesperado: la burocracia.

Los fundamentos de este proceso remiten a en qué medida la dictadura proletaria, como democracia y dictadura de nuevo tipo, logra ser realmente una instancia de transición entre la revolución y el autogobierno de las masas, el comunismo. Desde el comienzo debe quedar establecido el terreno material de las cosas al definirse que, tanto en el terreno económico como en el político y el internacional, es inevitable un período de transición: el socialismo no es algo que se pueda lograr “just in time”.

En la primera parte trabajamos el carácter dictatorial que inevitablemente tiene la revolución, el nuevo gobierno. Aquí el problema es cómo abordar la problemática de ese tránsito de manera no ingenua, no simplista. Dada la complejidad de las circunstancias el gobierno de los bolcheviques no admite un balance sumario, como hemos señalado. La crítica democratista tiende a aplanar las circunstancias reales, el hecho que a la clase obrera no le es tan sencillo hacerse del poder y que, sin embargo, debe gobernar el país, enfrentando a los enemigos internos y externos. De ahí que este tipo de balance, tan a la moda en centros universitarios y también en muchas corrientes socialistas revolucionarias, sea de una ingenuidad que solamente sirve para desarmar a las nuevas generaciones militantes.

Lo mismo vale para la idea “anarquizante” de que sin partido revolucionario, sin partidos, el proceso pueda avanzar en un sentido progresivo. La lucha de clases, la revolución, es lucha de partidos, es lucha por el poder. Y no se puede concebir ningún evento de la lucha política, e incluso militar, sin ellos. En este aspecto lo que se observa en muchos autores que se dicen “marxistas” es una deriva condenatoria de los partidos, una escisión mecánica de las complejas y necesarias relaciones entre clase, vanguardia y partido. Si está claro que no existe un signo igual entre la clase obrera y el partido (los partidos), al mismo tiempo no puede elevarse políticamente sin ellos; es el proceso de selección natural política lo que lleva a la hegemonía de uno y otro, como lo destacara incluso Víctor Serge, de conocidas inclinaciones democráticas.

Simultáneamente, tampoco vale la justificación acrítica, conservadora, de todo lo actuado por el bolchevismo; semejante abordaje impide sacar lecciones críticas de la experiencia, lo que nos condenaría a repetir siempre los mismos errores, una actitud característica de muchas corrientes dentro y fuera del trotskismo.

Por supuesto, no se trata de que nos queramos “medir” con los inmensos revolucionarios que fueron los bolcheviques, lo que sería ridículo, sino simplemente por un problema de perspectiva histórica y posibilidad de mirada retrospectiva que nos permite y nos obliga a hacer un balance. Que implica, en definitiva, una crítica demoledora al objetivismo, oportunismo y sustituismo imperante en la mayoría de las corrientes trotskistas de la posguerra, o de autores de la talla de un Isaac Deutscher, cuya biografía sobre Trotsky es leída como verdadero manual de formación política marxista hace varias generaciones militantes. Sin duda es una obra de valor, inspiradora en muchos sentidos, pero profundamente resentida por una teoría objetivista de la revolución que pretende justificar toda una adaptación a las condiciones de la segunda posguerra que, por lo demás, han quedado completamente por fuera de la agenda histórica hoy.

Si la crítica democratista es facilista, la negativa a una evaluación crítica es, insistimos, un reflejo conservador que representa un obstáculo para la tarea de volver a poner al marxismo revolucionario a la ofensiva en este siglo XXI, de volver a desplegar la bandera de la revolución auténticamente socialista. El conservadurismo de esas tendencias solamente puede conducir a repetir los mismos errores, o a la idea de una “estrategia” sin política ni fines que reduce nuestra acción a puras maniobras, que nos hacen girar en falso y que amenazan con el oportunismo sin principios.

El balance del siglo XX nos permite precisar nuestros fines; no hay política revolucionaria que no se refiera a ellos. Si los dejara de lado, y si dejara de lado la reflexión estratégica que ha permitido el siglo pasado, el siglo de las revoluciones, lo que hay a la vuelta de la esquina es una recaída en el oportunismo. Porque la política revolucionaria es “poliédrica”: tiene varias caras que conforman una totalidad dialéctica de fines, política, estrategia y medios- Esta totalidad se hace concreta en cada caso, como desarrollamos en “Guerra, política y partido”, de próxima aparición.

Éste es, en síntesis, el aporte que hemos intentado hacer con este ensayo: ayudar a las nuevas generaciones militantes a extraer las enseñanzas críticas del inmenso legado histórico del siglo XX a fin de prepararlas mejor para la batalla por el relanzamiento de la revolución socialista y el partido revolucionario en este nuevo siglo.

 

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  1. Es interesante cómo la analogía de la rueda desmiente ese aserto de Max Weber de que los trabajadores no podían ser otra cosa que “rueditas” de un sistema tan inmenso que nunca podrían llegar a tomar a su cargo. Entre muchas otras cosas, la Revolución Rusa fue una desmentida radical del pensador liberal.
  2. Es agudo en este sentido el comentario que Denis Paillard le hace a la obra de Moshe Lewin: “El autor insiste sobre la redefinición permanente de la estrategia de los bolcheviques, cuando Lenin se hace ‘estratega de la incertidumbre’ frente a una situación profundamente inestable y cambiante. El análisis de 1917 y de los años subsiguientes muestran hasta qué punto Lenin, ante cada viraje, fue capaz de repensar las tareas del momento” (Le Monde Diplomatique, 2003).
  3. Catherine Samary, intelectual mandelista, critica el curso “hipercentralista” defendido por Lenin: “La tesis de la necesaria desaparición del Estado fue desmentida por el propio Lenin (…). La inmensa brecha entre sus afirmaciones y el contenido asumido por la ‘dictadura del proletariado’ tuvo análisis y críticas, especialmente, además de los libertarios, por los ‘comunistas de izquierda’ y otras oposiciones en el seno del bolchevismo” (Inprecor agosto-septiembre 2017). Efectivamente, se abrió una brecha. Pero ello fue subproducto de las circunstancias de una guerra civil de vida o muerte, no de una desmentida teórica. Perder de vista ese dato solamente puede estar al servicio de un análisis facilista de la experiencia del bolchevismo en el poder. Volveremos sobre esto.
  4. Los métodos draconianos fueron aplicados con buenos resultados para restablecer el servicio ferroviario (Glavpolitput), Además, parecía otorgar una “alternativa” a la desmovilización del Ejército Rojo. Pero como hemos señalado en otros textos, la militarización del trabajo era una aberración: le quitaba toda base real a la dictadura proletaria: “Los ferroviarios, sin embargo, no [eran] un ejército, sino una empresa nacida mucho antes de la revolución; ellos tenían su historia y sus tradiciones, una experiencia propia de organización sindical y de células del Partido comunista (Broué, Trotsky: 210). Trotsky se compró así un conflicto con porciones de la clase obrera que habrían de pesarle en el futuro.
  5. Su dirigente histórica, María Spiridonova, terminaría siendo asesinada junto con Christian Rakovsky en fecha tan tardía como junio de 1941, cuando los nazis entraban en Rusia en oportunidad de la Operación Barbarroja.
  6. Callinicos cuestiona el abordaje de Lars T. Lih como el intento de demostrar una suerte de “continuidad” entre Kautsky y Lenin; crítica que nos parece pertinente más allá de que Lih haga aportes historiográficos de valor en su The orphaned revolution: the meaning of October 1917.
  7. Eric Toussaint establece que en 1920 el Ejército Rojo absorbía el 50% de la producción industrial, el 60% del azúcar, el 40% de los suministros de grasa, el 90% de los calzados para hombre, el 40% del jabón y el 100% del tabaco.
  8. Marie anota que el 31/05/21, una vez derrotado el levantamiento, Pétritchenko, el principal dirigente de la rebelión, le presenta a Wrangel la consigna de “Todo el poder a los soviets y no los partidos”, esta como una mera “maniobra política táctica” a fin de lograr la caída del régimen comunista. Pétritchenko concede que una vez depuestos los bolcheviques, “habrá que instaurar una dictadura militar”… Subraya también el fenómeno singular de que a medida que se profundizaba la rebelión, los marinos giraban hacia la derecha.
  9. Hubo todavía otro error en el X Congreso, cuando Lenin acuerda nombrar el CC proporcionalmente a las votaciones de la discusión sobre los sindicatos; la paradoja aquí es que el sector vinculado a Trotsky, con una posición errónea en esta discusión pero caracterizado por ser políticamente el más independiente del partido, quedó en ínfima minoría. Por ejemplo, una personalidad de importancia como Preobrajensky salió del CC en esa oportunidad y nunca más volvería; el grupo en torno de Stalin fue el gran ganador.
  10. En un sentido similar, Deutscher señalaría respecto de las manifestaciones cuando el décimo aniversario de la revolución: “Marchaban obedientemente en los recorridos prescriptos, cantaban los eslóganes prescriptos y expresaban una disciplina mecánica, sin traicionar sus pensamientos o ventilar sus sentimientos en siquiera una muestra de espontaneidad” (Doug E. Greene 2017).
  11. Respecto de la incomprensión de cómo los métodos desnaturalizan el contenido de las tareas, es interesante la referencia que hace Cohen a la “dualidad” en la que se encontraba Bujarin en los años 30: “Si su oposición al stalinismo había adquirido durante los últimos años alguna dimensión trágica, también había de parecer a menudo desesperadamente inadecuada y patética. Como explicó Bujarin más tarde, esta amalgama de métodos stalinistas censurables y metas bolcheviques compartidas le producía ‘una dualidad peculiar de ideas’, una ‘psicología dual’ [que es la del centrista. RS]” (Cohen 1975: 505)

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