El principal motivador del acuerdo fue la crisis alimentaria internacional y sus impredecibles consecuencias. Seis meses después del comienzo de los bloqueos en el Mar Negro, se tornó insostenible.

El acuerdo se firmó en una ceremonia sin precedentes entre dos países en guerra el pasado 22 de julio. Comisiones representativas de Ucrania, Rusia, la ONU y Turquía se encontraron en Estambul. Allí Ucrania planteó que se negaba a firmar un acuerdo directo con Rusia pero lograron firmar lo mismo cada uno por su parte. Una de las exigencias de Moscú fue la inspección del contenido de los buques para cerciorarse que no se les envíen armas a los ucranianos. Debido a que el Mar Negro está lleno de minas explosivas a la deriva, las inspecciones se llevarán a cabo en Turquía durante un tiempo.

Desde el bloqueo de la costa ucraniana por parte de Rusia se acumularon unas 20 millones de toneladas de granos. La prolongación de la guerra llevó a que la crisis alimentaria que venía en ascenso llegara casi al límite del punto de no retorno, sobre todo en los países del norte de África que dependen directamente de la importación de granos.

Se estimaba que el conflicto no durara demasiado, que Rusia se hundiría rápido y que por lo tanto el corte económico no sería tan grande. Las consecuencias en un mundo de globalización e interdependencia económica tienen mucho más peso que la guerra. Las posibles hambruna y escasez internacional del trigo son una mochila pesada para cualquier país que pretenda ser potencia mundial, en este caso Rusia.

Sin embargo, a pesar de las sanciones y la gran operación anti rusa en todos los frentes por parte de la Unión Europea y los países de la OTAN, Rusia viene sosteniéndose sin las dificultades anunciadas una y otra vez por la prensa internacional. Quien hoy está en crisis es Europa. La Rusia de Putin se postula claramente para un puesto propio entre los países imperialistas del mundo de hoy.