¿Estalla China?

La mayor ola de protestas desde Tiananmen.

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“Creo que es muy difícil para quienes no viven en China formarse una idea de la intensidad de los confinamientos (…) China lleva ya tres años con un grado de confinamiento sencillamente inconcebible (…) Algunas personas han informado que su propia vivienda ha sido precintada de manera que no podían salir. Era realmente una especie de arresto domiciliario (…) creo que pone de relieve la naturaleza de clase de estos confinamientos (…) la gente de clase trabajadora ha sido sometida a lo que se llama ‘gestión de circuito cerrado’ [de los dormitorios obreros a la planta y viceversa]. Y esto ha sucedido en Foxconn. Sucedió antes en Shanghái en la fábrica de Tesla y en otras empresas proveedoras de Apple (…) Y en el caso de Foxconn (…) esto dio lugar a la revuelta obrera probablemente más significativa de la última década, con escenas increíblemente violentas”

Reportaje de Amy Goodman al profesor Eli Friedman, Viento sur, 1/12/22

 

En las últimas semanas comenzaron a circular vídeos por las redes sociales y crecientes notas periodísticas expresando un dramático y extendido estallido de bronca en China. El desencadenante ha sido la política de “COVID cero”, que en vez de resolver el problema pandémico se ha transformando en una insoportable herramienta autoritaria que no vence la enfermedad (“Xi Jinping’s zero-covid policy has turnes a health crisis into a political one”, TheEconomist, 1/12/22). El autoritarismo en el tratamiento de la pandemia se ha combinado con una serie de demandas no satisfechas, entre ellas y en primer lugar, la súper explotación entre los trabajadores migrantes (se trata de migrantes internos bajo régimen de Hukou[1]).Insoportables condiciones de explotación que explotaron, se visibilizaron ni más ni menos que en la mayor planta de iPhone en el mundo cita en Zhengzhou, una ciudad de seis millones de habitantes cuya planta de Foxconn ocupa 200.000 trabajadores y trabajadoras que producen el 50% de los teléfonos móviles de Apple (la complicidad entre las autoridades del régimen y empresas imperialistas como Apple, Tesla, etc., es señalada por la mayoría de los analistas[2]), y esto amén también de un tercer factor: el reclamo democrático más general contra un gobierno y un régimen que se han hecho más autoritarios e invasivos si cabe en la última década bajo Xi Jinping (de ahí que esta crisis se haya transformado ya en una crisis política contra su manejo autocrático).

El fracaso de la política de «covid cero»

Ya de por sí que existan movilizaciones de esta envergadura relativa en China, es un acontecimiento de impacto mundial. Lo significativo del caso es que analistas conocedores de China como Brian Hoie, un joven scholar de izquierda taiwanés y varios otros, están alertando que podríamos estar ante la más extendida explosión de rebeldía obrera, popular y estudiantil desde Tiananmen en 1989, ni más ni menos (al menos desde el punto de vista estudiantil, si se confirma que 50 universidades en China expresaron manifestaciones de descontento en las últimas semana, sería la mayor manifestación de ese tipo en dicho sector desde hace 30 años atrás[3]): “Las recientes protestas llamaron la atención dado el hecho que son las más grandes en China en décadas” (Hoie, The New Bloom, 27/11/22[4]).

Lógicamente, China es un país continente inmenso. Y, además, sometido a censura y represión (y a duras represalias, lo que es más grave[5]), razón por la cual es imposible dar cuenta desde miles de kilómetros de distancia y sin conocer físicamente del país, de la magnitud de los acontecimientos; cuán extendidas están las manifestaciones de rebeldía y si ya han sido contenidas por el régimen (aparentemente esta primera oleada ha sido detenida, pero como las causas subyacentes son un hierro caliente detrás, la cosa está abierta).

En todo caso, al tratarse de elementos comunes que parecen tocar las fibras íntimas de una enorme porción de la población china, no sería descabellado pensar que está expresándose una manifestación de descontento con pocos antecedentes en las últimas décadas bajo el dominio de la burocracia “comunista”; manifestaciones de una gran capilaridad social.

Significativo es el dato que una proporción creciente de la población parece estar perdiendo el miedo a manifestarse, incluso violentamente (el caso de la Foxconn es aleccionador al respecto). Ocurre que la circunstancia de las durísimas cuarentenas permanentes que se extienden a lo largo de tres años son tan insoportables, que una proporción creciente de las y los trabajadores y de la población en general parecen sentir que el riesgo de manifestarse, lo que tienen para perder, es menor que lo que tienen para ganar. (No ha sido casual que una de las consignas movilizadoras, además de las cuestiones reivindicativas, es el reclamo de libertad –libertad de movimiento, libertad de sacarse de encima el encierro de los confinamientos, del orwelliano control estatal, etc.[6].)

Las bases del descontento son estructurales, y parecen haber condensado alrededor de la política de “Covid cero”. El disparador inmediato es el fracaso –creciente- de la política para enfrentar la pandemia justo en momento que se disparan los casos porque comienza el invierno boreal. Recordemos que tres años atrás corrió mucha tinta alrededor de la “eficacia” del régimen para contener el contagio[7]. Sin embargo, varios años después de iniciada la pandemia están a la vista las limitaciones del enfoque represivo. No se avanzó cualitativamente en la vacunación de la población (sobre todo entre los menos de 14 años y los mayores de 60). Tampoco se admitió la importación de vacunas extranjeras (en general, más eficientes que las chinas sobre todo contra la variante Omicron) por razones nacionalistas. Menos aún se preparó el sistema de salud para la eventualidad de un contagio masivo (para enfrentar el actual contagio harían falta 420.000 camas que no están disponibles según The Economist), amén que en el encierro extremo no se lograron umbrales de inmunidad en la población. En estas condiciones, el hartazgo por el encierro interminable termina estallado porque el gigante oriental es grande, pero el mundo es más grande: uno de los disparadores es el estar viendo el Mundial de Qatar con los estadios llenos de multitudes sin barbijos y la gente caminando por ellos sin el menor problema

El abordaje represivo y no solo represivo sino hasta “orwelliano” de la pandemia (por es eso: los mecanismos de vigilancia poblacional han crecido geométricamente durante la pandemia con la excusa sanitaria[8]), está haciendo que millones se desayunen por los medios que en el resto del mundo la cosa está mitigada –más mitigada, aunque no resuelta del todo- y que el “bicho” no es tan peligroso como se les ha hecho creer.

Y, entonces, bajo las múltiples presiones del encierro, las condiciones laborales insoportables y la multitud de problemas democráticos planteados por el régimen, la gente se pregunta para qué fin tanto control, tanto susto, tanta paranoia.

El régimen capitalista-burocrático todo lo instrumentaliza. La burocracia utilizó la pandemia para intentar aislar aun más a China de las influencias externas en su giro nacionalista (nacional-imperialista en construcción, para definirlo mejor). Pero resulta ser, repetimos, que el mundo se termina imponiendo: basta prender la TV o mirar las redes sociales para darse cuenta que el mundo externo discurre sin encierros ni complicaciones mayores hoy (no se puede censurar las cosas a esos extremos).

Es de suponer que al comienzo de la pandemia la política de cuarentenas aun aplicada de manera extremadamente represiva, tuvo su fundamento sanitario real en el sentido que un contagio masivo en China de un virus desconocido, podría dar lugar a millones de decesos. Pero andando los años, el descubrimiento de las vacunas, la vacunación masiva de la población mundial (al menos de una parte creciente de ella), etc., es evidente que la política de covid cero quedó desfasada o se transformó en otra tanta orientación de control social desligada de cualquier preocupación sanitaria:

“En un mundo lleno de vacunas y antivirales, los beneficios de la política de Xi de cero covid no se sostienen más, incluso cuando los costos económicos y sociales siguen incrementándose. El número de vuelos domésticos en China están un 45% por debajo contra el año pasado, la utilización de las rutas en un 33% más bajo y el tráfico en las ciudades ha caído un 32%. El desempleo juvenil urbano ha crecido al 18%, el doble que era en 2018” (The Economist, ídem).

Y todo esto ocurre, paradójicamente, cuando el número de infecciones crece (es decir, el hecho pandémico existe y no ha sido resuelto).

Es factible que el régimen se haya enamorado de esta herramienta de control social aun a pesar que sus consecuencias sociales se hacen cada vez más insostenibles, y que incluso económicamente es cada vez más contraproducente mientras que la pandemia no está contenida, repetimos (la crisis sanitaria irresuelta se está transformando, efectivamente, en una crisis política del régimen). Si Xi Jinping ha mantenido la política de covid-cero es, quizás, porque incluso “insensiblemente” hace a una totalidad, a un tipo de orientación en el que los rasgos autoritarios y defensivos del régimen se han exacerbado bajo su presidencia y no ha tenido siquiera la imaginación de recurrir a otra orientación (o de girar a tiempo hacia otro tratamiento de la enfermedad). Los hábitos y usos y costumbres se hacen valer de esa manera: sin que los que los encarnen se den cuenta siquiera que podría haber otro tratamiento de las cosas –cuestión agravada en el caso de un régimen autoritario.

En cualquier caso, y más allá de cualquier especulación, parece evidente que algo no funciona. Incluso medios occidentales del imperialismo yanqui, como el Washington Post y otros, vienen alertando que Xi debería cambiar política antes que el país estalle. Y no parece ser un regodeo frente a la crisis de un régimen adversario, sino una preocupación estratégica por la estabilidad internacional (es evidente que, si estalla China, estalla el mundo en cierta forma –la inestabilidad en un polo se expresa en el peligro de la inestabilidad en el otro[9]).

Explosión en Foxconn

La segunda causa estructural del descontento es el destrato -maltrato- de las autoridades del régimen y las multinacionales hacia las y los trabajadores migrantes. Brian Hoie señala que se los trata como trabajadores de segunda, descartables, con fuertes elementos de racismo. No ha sido casual que bajo el “régimen pandémico” se los haya amuchando en dormitorios compartidos súper ocupados, que el maltrato sea tan humillante, inhumano y explotador que se haya llegando al caso que decenas de miles de trabajadores y trabajadoras, por ejemplo en la fábrica de Foxconn de Zhengzhou, hayan decidido un mes atrás escaparse de la fábrica a pie hacia sus localidades ubicadas a miles de kilómetros ante la eventualidad de un encierro que se extendía hasta marzo del 2023 y que no les permitía ir a ver a sus familias para el año nuevo lunar (cuya fecha es algo en torno a enero de cada año[10]).

La súper explotación de los millones de trabajadores/as migrantes es un clásico en China (aun a pesar del aumento general de salarios en las últimas décadas, que funciona en modo “compensatorio” de la misma). Pero se ha llegado al límite de lo soportable durante la pandemia, con la que se viene encerrando a las y los trabajadores, pero, de todos modos, claro está, obligándolos a trabajar (se llama a esto régimen de “sistema cerrado”, donde sólo se habilita a ir de los alojamientos a la planta fabril y viceversa). Sólo hay que recordar que una década atrás ocurrió una ola de suicidios en otra planta de Foxconn ante las insoportables condiciones de trabajo y alojamiento de sus trabajadores, frente a lo cual la empresa lo único que atinó a hacer –cínicamente- es hacerle firmar a sus nuevos trabajadores una declaración “anti-suicidio”. Una cargada: descarta cualquier responsabilidad frente al hecho en sí y se la atribuye al individuo trabajador (no se han cambiado un ápice las condiciones sociales que llevan al suicidio[11]).

Sin embargo, es evidente que algo ha cambiado en la situación de la clase obrera en China, o de algunos de sus sectores al menos. Porque en este caso no se ha tratado de ningún suicidio, es decir, de hacerse daño a sí mismo, individualmente, sino de la explosión colectiva de rebeldía como no se ha visto en décadas en estas macro-plantas que constituyen, potencialmente, comunas obreras que podrían cumplir un rol histórico en la próxima refundación del movimiento obrero mundial:

“Un académicos explicó acerca del éxodo de trabajadores [de la Foxconn]: ‘Es definitivamente una acción colectiva. Los trabajadores vienen teniendo una experiencia colectiva en sus lugares de trabajo y dormitorios. Presumiblemente están desarrollando, como se ve en este tipo de acción laboral, un sentido de intereses comunes, sufrimiento colectivo, y un curso de acción. No es el caso que uno vio a un trabajador saltar las vallas de la fábrica. Hemos visto las imágenes y los vídeos de esta larga línea de cientos y miles de trabajadores caminando en las autopistas, por los campos, tratando de evitar los controles pandémicos… claramente han sido decisiones colectivas. No se trata de un liderazgo centralizado. Pero evidentemente están compartiendo información de por donde escaparse. Una vez que están afuera, han tenido información sobre donde encontrar transporte y aprovisionamiento… hemos visto a la población local brindándoles comida y agua. Han arreglado este tipo de asistencia mutua descentralizada para intentar ayudar a los trabajadores” (CharliHore, ídem).

Con lo cual, nuevamente, tenemos la acción espontanea –pero no desorganizada- y la ayuda mutua en la base de las primeras manifestaciones de solidaridad y organización obrera como hechos fundacionales o refundacionales de la nueva clase trabajadora[12].

Por lo demás, una tercera razón de este estallido son las cuestiones democráticas. La burocracia del PCCH parece administrar la población sobre todo pobre, popular y trabajadora, cual ganado. Los liberan y los encierran arbitrariamente; mantienen a los migrantes bajo el régimen de pasaporte, que quiere decir que en las ciudades donde trabajan no pueden registrar domicilio, casarse, ni nada: son extranjeros permanentes en su propia tierra–país- que deben volver miles de kilómetros a sus pueblos para cualquier trámite de índole civil. Además de esto, rige la censura en general, y en las redes sociales en particular. Xi Jinping acaba de declararse “emperador” de la China (rompió la regla de que sólo se puede estar al frente del país por dos mandatos –ver texto de Marcelo Yunes), y nadie puede opinar ni decidir nada (no existe mecanismo alguno democrático para elegir presidente). Es evidente que el abordaje del COVID ha multiplicado los rasgos autoritarios del régimen, y que este aspecto también está explotando por los cuatro costados.

China es un capitalismo de Estado autoritario y explotador lejísimo hoy de cualquier veleidad anticapitalista, por no decir socialista (jamás hubo socialismo en China ni su revolución histórica de 1949 fue propiamente socialista, pero lo que hoy impera en China es un régimen ultra-capitalista[13]). Y, sin embargo, también es verdad que existen tradiciones históricas de izquierda. Por ejemplo, hay que entender de dónde viene que los jóvenes estudiantes de Pekín y otras ciudades canten la Internacional en sus actividades (un elemento de vínculo con la tradición socialista que ya se había apreciado en Tiananmen en 1989).

Recapitulando los acontecimientos, tenemos: a) manifestaciones de protestas en la Foxconn que vienen de varios meses atrás (los acontecimientos vistos los últimos días no fueron las primeras de estas manifestaciones, b) también vienen de varios meses o semanas atrás las protestas de estudiantes en el exterior por la falta de libertades y que se viene expresando en el “movimiento de los carteles en blanco”, c) el estallido reciente en la Foxconn de Shengzhu, d) el incendio en la ciudad de Urumqi, Xinjiang, que dejó 11 fallecidos y 9 heridos y que la población atribuyó los decesos al encierro (los bomberos tuvieron prohibido acceder al edificio para que no se esparciera el contagio…), e) las manifestaciones de protesta sobre todo estudiantiles el fin de semana pasado en Shanghái y Pekín, es decir, varios acontecimientos que estamos registrando sumariamente acá y que en su totalidad expresan lo señalado: la mayor ola de protestas en China eventualmente desde 1989 (que se verá que evolución tienen los próximos días y semanas).

Hong Kong y Taiwán como antecedentes

Existe un cuarto antecedente a las manifestaciones de descontento que estamos apreciando. Nos referimos al caso de Hong Kong, que durante unos o dos años (en torno a 2019) vivió un enorme proceso de movilizaciones contra lo que finalmente terminó ocurriendo: la intervención lisa y llana de la isla por parte del gobierno central estacionado en Pekín[14]. El movimiento hongkones, tan bien retratado por Au Loong Yu, expresó un movimiento democrático en defensa del autogobierno que terminó siendo aplastado por Xi Jinping. Con Hong Kong ayer pasa un poco lo que podría pasar mañana con Taiwán: territorios hasta ayer –por así decirlo- colonizados por el imperialismo británico (en el caso de Hong Kong) u ocupados por el Kuomintang (en el caso taiwanés), que con el correr del tiempo se fueron democratizando y generando un sentimiento progresivo de autodeterminación (aunque también un sentimiento reaccionario anti-chino, que obviamente es regresivo[15]), pasaron de circunstancias regresivas a progresivas en su demanda de autodeterminación de China continental.

No estamos hablando acá de una dinámica de independencia que, en general, no nos parece progresiva (subsiste un elemento colonial, que no se puede desconocer). Pero sí un progresivo sentimiento legítimo de autodeterminación que hace pié en las jóvenes generaciones. “La reunificación de China con Taiwán en sí misma no es una aspiración ilegítima. Sólo se convierte en ilegítima cuando se impone al pueblo taiwanés”, dice Au Loog Yu citado por Yunes.

En ambos casos, los movimientos de autodeterminación contra el autoritarismo del PCCH han crecido en los últimos años, y por razones obvias: China ha dejado de ser una sociedad no capitalista y, para colmo, se ha convertido en un capitalismo de Estado autoritario con aspiraciones nacional imperialistas.

Lógicamente, subsiste de todos modos el problema semicolonial. Es decir: no se trata de fortalecer la demagogia del imperialismo yanqui en detrimento de los elementos nacional imperialistas de China (elegir una cosa o la otra). Au Loong Yu ha señalado la paradoja que China sea una potencia imperialista en construcción cuya burocracia se arropa con un discurso nacionalista (nacional imperialista regresivo) y, al mismo tiempo, tener rezagos colonialistas que no se pueden desconocer.

De cualquier manera, las explosiones democráticas en Hong Kong y ahora Taiwán, es evidente que obran también como antecedentes de los acontecimientos actuales en China; son claramente progresivos a nuestro modo de ver: defendemos el derecho de autodeterminación de Hong Kong y Taiwán, aunque no necesariamente su independencia de China[16]. Ambas regiones están sometidas a las presiones del mundo exterior y junto con Macao (de la cual no tenemos ninguna percepción), han sido lugares clave para los capitalistas chinos de ultramar, que fueron decisivos para la restauración capitalista en China (Giovanni Arrighi).

En ambos casos, ha ocurrido una inversión de tornas. Porque, por ejemplo, en el caso de Taiwán el Koumintang es el reaccionario partido-Estado de la isla escapado de la revolución de 1949, pero que ahora está a favor de una unificación más estrecha y antidemocrática con la nueva China capitalista habiendo gobernado con mano de hierro en las décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial (la “dictadura blanca”, un régimen odiado por la mayoría de la población taiwanesa que sólo en los últimos años se democratizó). Así las cosas, el movimiento democrático opositor al Koumintang es el que está por la autodeterminación de la isla y, lógicamente, hay que combatir en su seno contra el embellecimiento de los Estados Unidos y la democracia imperialista (la socialdemocracia gobernante hoy en Taiwán se desliza para ese lado, amén que económicamente es neoliberal). Pero ello no obsta que el sentimiento nacional taiwanés tenga elementos progresivos siempre y cuando, repetimos, no se transforme en exclusivismo racista anti-chino (Brian Hoie brinda importantes elementos para entender el Taiwán contemporáneo y la modificación en sus tendencias de desarrollo políticas, en su blog The New Bloom).

Hay que prestar atención que la juventud taiwanesa, sometida a la súper explotación del trabajo yanqui, taiwanés y chino de manera combinada, es la que está –más- a favor de la autodeterminación de Taiwán, y encabezó un histórico movimiento en 2014 contra el tratado de libre comercio con China titulado “Movimiento Girasol” (dicho movimiento juvenil ocupó la legislatura del país por tres meses, una acción sin antecedentes).

Es evidente, además, que luego de la represión de Xi Jinping en Hong Kong, el sentimiento por la autodeterminación de Taiwán sólo podía crecer: “Incluso si Liu [un autor taiwanés de izquierda que milita por la unificación con China] simpatiza más con el Movimiento Girasol como poseyendo cierta legitimidad, o ser una genuina expresión del sentimiento popular del publico taiwanés, sin embargo, continua con la marcada tendencia que se encuentra en los demás elementos de la izquierda pro-unificación –un determinismo económico que intenta explicar reduccionistamente la identidad nacional sólo en términos de racionalidad económica-. Esto en orden que la cuestión de la identidad nacional es descartada como inválida –un problema que puede ser resuelto económicamente” (Brian Hoie, “The debate about the Sunflower Movement in the pro-unificarion left”, The New Bloom, 2016).

Hoie agrega que este abordaje es uno del marxismo vulgar y subraya como en los últimos años se invirtió las proporciones entre la población que está a favor de la unificación y los que defienden la autodeterminación (e incluso la independencia) en detrimento de los primeros. Yunes cita un informe de la Universidad Nacional de Chengchi según el cual en 1992 el 65% se auto-percibía chino y el 18 taiwanés, mientras que en 2022 esto se invirtió dramáticamente: el 64% taiwanés y el 6% chino… lo cual no niega que la cuestión esté repleta de complejidades.

Xi no es Mao

Como señala The Economist, las actuales manifestaciones de descontento muestran que en China se ha pasado de una crisis sanitaria a una crisis política. Indiscutiblemente, esto ocurre además multiplicado porque autoritariamente Xi Jinping se acaba de otorgar un mandato in eternum lo que sumado a sus orientaciones represivas, multiplica los elementos democráticos y de legitimidad.

No vamos a desarrollar esto aquí porque el texto se nos está haciendo demasiado largo como para sus objetivos que son hacer una suerte de racontto de los acontecimientos recientes, pero es evidente que a Xi se le ha abierto la mayor crisis política de su década de mandato que suma todos los elementos que estamos señalando (que opera una condensación de ellos) no casualmente en momentos en que acaba de obtener su tercer mandato.

Au Loong Yu señala algo que no por ser evidente deja de tener su agudeza: Xi no es Mao. Es decir: es un simple gris burócrata acostumbrado a los entresijos del poder, a manejarse en ellos (lo que significa que tiene ciertas dotes para ello), pero que no está acompañado por ninguna épica que le otorgue rasgos carismáticos en condiciones en que, para colmo, no se apoya en ninguna legitimación siquiera de las distorsionadas formas democrático burguesas…

Desde hace muchos años se sabe que la legitimación del régimen ha estado vinculada con el crecimiento del país. Los problemas democráticos y las injusticias más variadas, han sido contrapesadas con las expectativas de ascenso social.

Sin embargo, acá se están colocando dos problemas nuevos: a) el primero, que el crecimiento económico no sigue más las pautas exponenciales de las ultimas décadas (tiende a normalizarse en los promedios más o menos mundiales), y b) tampoco es comparable la legitimidad de un burócrata gris y mediocre como Xi Jinping (palabras de Au Loong Yu) con la de Mao TseTung.

Es que más allá de cualquier diferencia y crítica al carácter no socialista del Gran Timonel como se lo llamaba, es evidente que Mao tuvo su épica histórica y su carisma: encabezó una enorme revolución anticapitalista que le hizo concesiones a las masas; unificó e independizó al país del imperialismo tradicional; permitió lavar –por así decirlo- la vergüenza de un país con tradición milenaria, de un imperio, que había quedado humillantemente sometido desde mediados del siglo XIX. (Se suponía que el mandato del Emperador era celestial, sagrado, y que no había forma que fuera vencido, algo que fue desmentido categóricamente desde la guerra del Opio a mediados del siglo diecinueve sólo para que las dinastías cayeran irremediablemente con la revolución burguesa de 1911[17].)

Lógicamene, que nada de esto caracteriza a Xi, que puede tener su astucia en el manejo de un gran aparato o en la pelea geopolítica con los Estados Unidos o lo que sea, amén de la instrumentalización de un feroz sentimiento nacional en su mayoría hoy regresivo (subsisten elementos de él progresivos de todas maneras, insistimos, por ejemplo en relación a la barbarie de Japón ocupando el país durante la Segunda Guerra Mundial y otras), pero otra cuestión es que tenga legitimidad alrededor de combates emancipatorios cosa que evidentemente no ocurre.

La moraleja: la burocracia del PCCH no es tan fuerte como parece, ni la sociedad china está tan aplastada como se cree: sin ninguna duda China formará parte de la historia revolucionaria del siglo XXI y su proletariado cumplirá seguramente, de una u otra manera, una rol revolucionario en ella de alcance universal (de ahí que el marxismo revolucionaria deba echar raíces más temprano que tarde en el gigante oriental retomando la tradición de Chen Diu-Xiu, fundador histórico del comunismo en China y simpatizante del movimiento trotskista internacional en los años 30[18]).


[1] El “régimen de Hukow” es uno de pasaportes internos por el cual los trabajadores migrantes están sometidos a una serie de restricciones en su movimiento y afincamiento dentro de China. Dicho régimen tiene raíces ancestrales en China, y fue restablecido por el régimen maoísta en la década del 50 del siglo pasado precisamente para controlar los flujos migratorios (y, más profundamente, a la propia fuerza de trabajo).

Configura una circunstancia que a diferencia del régimen de “trabajo libre” del capitalismo cuya compulsión es económica, en este caso los asalariados están afectados también por restricciones extraeconómicas.

[2]Dichas empresas siguen haciéndose la “América” con el grado de explotación del trabajo en China.

[3]Dirigentes estudiantiles de dicha época tomaron la palabra el último fin de semana en el puente que existe sobre un río en Pekín.

[4]Charli Hore afirma lo mismo: señala que la protesta retornó a las calles de China en una escala no vista en muchas décadas (“Back onthestreets in China”, 30/11/22).

[5]Por ejemplos, los Uigures no pueden movilizarse por temor a ser sometidos directamente a “campos de reeducación”. Pero la población originaria de etnia Han no sufriría, aparentemente, los mismos rigores.

[6]El régimen del PCCH es tan autoritario que no es casual el reclamo de libertad extremadamente progresivo, por lo demás, si se tiene presente que China es hoy un capitalismo de Estado donde rige la explotación del trabajo más brutal amén de la completa falta de libertades democráticas (derecho de opinión, derecho a la información, derecho a la organización).

[7]En su momento, dicha eficacia tenía ciertas bases reales porque veinte años atrás China había enfrentado la pandemia de SARS extrayendo lecciones de la misma.

[8]Todo el desarrollo de los teléfonos móviles, la necesidad creada irreemplazable hoy de poseerlos, y el manejo de los datos por ellos posibilitados, amén de muchos otros mecanismos electrónicos, son los que han posibilitado este grado extremo de vigilancia y no solo en China sino en muchísimos otros países del mundo. Este es un elemento que está fuera de control y requiere de un programa para enfrentarlo que todavía no se termina de colocar sobre la mesa de las movilizaciones y reclamos populares. Es un reclamo propiamente de este siglo XXI que como venimos señalando en otros textos que ya ha hecho síntesis con todo un set de problemas nuevos; con toda una “geografía política” propia de la especificidad del nuevo siglo.

[9]Respecto de la competencia geopolítica entre los Estados Unidos y China estamos publicando en esta edición un profundo dossier de Marcelo Yunes que aborda muchísimos costados de esta problemática.

[10]Dada la cantidad de la población migrante en China, los traslados para el nuevo año lunar son los migraciones internas más grandes del mundo.

[11]En esto sería interesante referirnos a la obra clásica de Durkheim, El suicidio, que encontraba elementos sociales comunes en los suicidios rechazando todo enfoque psicologista (la obra es un clásico fundacional de la sociología).

[12]Está clarísimo que la experiencia de la nueva clase obrera migrante china es una de las fundacionales de un nuevo movimiento obrero en el siglo XXI, partan de donde partan (la conciencia reivindicativa y democrática es evidentemente mucho mayor que la socialista dificultada por el carácter supuestamente “comunista” del régimen amén del mix de conquistas y desastres bajo el maoismo).

[13]No tiene la menor importancia para el carácter explotador del régimen social si su forma es liberal o capitalista de Estado (ambas formas se basan en la explotación del trabajo asalariado).

[14]Eso configuró una derrota en Hong Kong cuya primera manifestación de re-despertar han sido ahora las movilizaciones en la universidad de la isla en repudio al incendio en los edificios en Uigur.

[15]Esta es la explotación por ultra derecha de un justo sentimiento de autodeterminación en sintonía con el crecimiento de la ultra derecha en el mundo pero que no cuestiona la progresividad del reclamo general.

[16]Es un clásico del marxismo revolucionario que la defensa incondicional de la libre decisión de autodeterminación no quiere decir que militemos por la independencia de tal país o región (son dos cuestiones que corren por carriles relativamente separados).

[17]Respecto de la revolución de 1949 y de las cuestiones históricas de China:“China 1949: una revolución campesina anticapitalista”, texto de mi autoría en izquierda web.

[18]Chen asumió las tesis de la revolución permanente aunque hacia el final de su vida entró en crisis con la idea del carácter obrero de la URSS deslizándose hacia equivocadas posiciones anti-defensista. De cualquier manera, su papel en la historia del socialismo revolucionario en China es de enorme magnitud y debe ser rescatado, “China 1949: una revolución campesina anticapitalista, ídem).

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