Crece la desesperación de Trump

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  • A días de la elección presidencial en EEUU, varios factores alimentan las encuestas que, en términos generales, muestran una consolidación de la ventaja del candidato demócrata Biden sobre Donald Trump.

Marcelo Yunes

Se mantiene la tendencia de las semanas anteriores en las que se ve a un retador cada vez más tranquilo, casi haciendo la plancha, y un Trump cuya hiperactividad apenas disimula la desesperación de ver cómo pasan los días y sus perspectivas no mejoran. En el medio, crecen las especulaciones sobre una definición “post 3 de noviembre”, es decir, no en la noche de la elección, el eventual rol de la Corte Suprema, reacciones de los “mercados” –esto es, de la clase capitalista estadounidense– y maniobras de último momento.

De la grieta política al peligro de abismo social

Sobre una realidad no hay discusión ni necesidad de encuesta: se trata de la campaña electoral más polarizada en décadas, con profundas señales de división política, ideológica y social, en un clima de creciente desconfianza que llega a manifestaciones de nerviosismo, odio y violencia latente que puede aflorar a la menor oportunidad. La combinación del macartismo y el giro a la derecha –incluso, en determinados puntos, ultraderecha– de Trump y el surgimiento del movimiento de masas contra el racismo, expresado en Black Lives Matter y otros, le pone olor a pólvora a la atmósfera de campaña, algo que preocupa mucho a los voceros más lúcidos del establishment.

Esta tónica se manifiesta en múltiples planos: desde el inéditamente grosero primer debate televisado entre los candidatos –Trump interrumpiendo de manera brutal todo el tiempo, Biden burlándose hasta que una vez le dijo “¿Te podés callar?” (“Will you shut up, man?”)– hasta la también inédita designación de una jueza de la Corte Suprema a sólo ocho días de la elección presidencial. Más abajo veremos hasta dónde eso puede influir en el resultado de la elección.

En el medio, los casos de covid-19 en EEUU volvieron a trepar a más de 50.000-60.000 por día, acercándose a los peores registros. Esto tiene su importancia porque alienta el voto por correo, uno de los instrumentos que Trump quiere reducir al mínimo con la idea de desalentar todo lo posible la asistencia de votantes. Ya habíamos dicho en nuestra nota anterior que la estrategia republicana se apoya cada vez más en el simple expediente de hacer todo lo necesario, legal o ilegal, para que vote menos gente. Los cambios en la composición demográfica, étnica y social del electorado (más jóvenes, menos blancos, menos apáticos políticamente) hacen que la consigna “una persona, un voto” sea cada vez más sinónimo de sentencia de muerte para el Partido Republicano. De allí que todas las estructuras del partido del elefante, desde Trump hasta el último puntero de condado, pasando por el jefe del servicio postal estatal, están al servicio de limitar el derecho al voto, sobre todo en los estados considerados clave. En Texas, por ejemplo, el gobernador republicano Greg Abbott ordenó que cada condado cierre todos los sitios de voto postal salvo uno por condado: “Tales restricciones pueden ser lógicas para el condado Loving (169 habitantes), pero la decisión puede impedir que muchos votantes no blancos y urbanos del condado Harris (4.700.000 habitantes) se acerquen a votar” (“A battleground in Texas”, The Economist 9215, 10-10-20). Esta dinámica se da tanto en la elección presidencial como en la muy importante lucha por el control del Senado.

Más allá de lo que ocurra en la elección, Trump y los republicanos están abonando la percepción por parte de capas cada vez más amplias de la población de que una parte sustancial de la política estadounidense considera las otrora sacrosantas formas e instituciones democráticas como simples herramientas tácticas que se abrazan o abandonan a conveniencia. Se trata de una herencia muy peligrosa para la futura legitimidad del régimen, y uno de los primeros problemas que deberá abordar una eventual gestión demócrata.

¿Efecto Doppler al revés?

Efecto Doppler, en física, se llama al “corrimiento al rojo” de una onda de luz que se aleja del observador. Pues bien, las encuestas dan más bien un sostenido alejamiento del rojo (el color que representa al Partido Republicano) y un corrimiento al azul (de los demócratas) en la mayoría de los estados que definen la elección. Sucede lo propio en las encuestas sobre la votación nacional, que dan de manera consistente entre 7 y 10 puntos de ventaja a Biden. Pero sabido es que, en razón del disparatado y antidemocrático sistema electoral yanqui, la elección nacional como tal no existe: es una sumatoria de 50 elecciones por estado –más el Distrito de Columbia, es decir, la capital, Washington–, en cada uno de los cuales el ganador se lleva la totalidad de los electores asignados de manera (muy toscamente) proporcional a la población. Esos electores, en número de 538, deciden quién es el presidente, por lo que el número a obtener por quien pretenda ganar es 270 electores en total.

Ahora bien, los estados “seguros” para Biden son hoy 20, con 226 lectores; para Trump, la cifra es 21 estados y 127 electores (la diferencia radica en que Trump se asegura más estados conservadores, pero más rurales o menos poblados). Quedan 11 estados con 175 electores (la suma da 52 porque son los 50 estados, más Washington DC, más la minoría que otorga el estado de Maine). De esos 11 estados clave, 10 habían votado a Trump en 2016. Y según las encuestas, Biden tiene ventaja muy importante en uno, importante en cuatro y estrecha en tres, mientras que Trump tiene ligera ventaja en dos, y hay uno que se considera empatado. Teniendo en cuenta la cantidad de electores de cada estado, bastaría que Biden se imponga en sólo tres o cuatro de los ocho en los que lleva ventaja para asegurarse la presidencia. Y si se dan ciertos resultados no tan impensados, como que Biden se imponga en Florida (hoy va adelante) y en Texas (ventaja mínima de Trump por ahora), la elección se transformaría en una avalancha demócrata incluso mayor que la victoria de Obama en 2008, una de las más holgadas para ese partido en mucho tiempo. A esto se suma la posibilidad concreta de que junto con la presidencia, los demócratas consigan el control de ambas cámaras del Congreso.

Ante la posibilidad de este escenario, que parece adoptar un contorno más claro a medida que pasan los días, Trump parece jugar todas las fichas a embarrar el día del escrutinio y transformar el recuento de votos en una batalla judicial, en la que confía que la Corte Suprema, con una amplia mayoría conservadora, le abra el camino a un segundo mandato.

Las urnas, la Corte, los mercados y las calles

El 21 de septiembre, al explicar las razones de la súbita nominación de la ultra católica Amy Coney Barrett en reemplazo de la fallecida Ruth Bader Ginsburg en la Corte Suprema, Trump sostuvo que “es muy importante que tengamos los nueve jueces” –es decir, el número completo de integrantes– y que esperaba que la Corte prestara atención a la votación. Agregó que “debemos actuar con rapidez, porque probablemente vamos a tener problemas con la elección con esto de los falsos votos por correo, que es algo terrible” (“From RBG to ACB”, The Economist 9213, 26-9-20). El 23 de septiembre, Trump advirtió: “Creo que [la elección] va a terminar en la Suprema Corte”. Y en el primer debate con Biden, el 29 de septiembre, repitió la misma idea: “Puede que lleve meses saber quién ganó”, dijo en tono a mitad de camino entre el lamento y la amenaza. Volvió a agitar el fantasma de un “fraude como nunca se ha visto” a través de los votos por correo, que, según se quejó, pueden contarse “siete días después de la elección” (“Not so fast”, The Economist 9214, 3-10-20).

En principio, si se da esa situación de extrema paridad en el conteo que puede ser quebrada por el voto postal, las autoridades republicanas pueden presentar demandas ante tribunales estaduales o incluso federales. Pero luego de contrademandas y apelaciones, todo puede terminar, como anticipó Trump, en la Corte Suprema. Esto es, reeditar el penoso espectáculo de la “gran democracia” yanqui que, al mejor estilo de la más bananera de las repúblicas, dejó pendiente el resultado electoral hasta que la Corte Suprema definió el pleito 36 días después de la elección votando 5-4 contra el recuento de los votos en Florida, el estado que definía la elección y donde los republicanos ganaron (muy probablemente con fraude) por menos de 500 votos… lo que les permitió quedarse con los 25 electores de ese estado y darle la presidencia a George W. Bush.

Una reedición de este sainete, que es el sueño dorado de Trump –y, a juzgar por las encuestas, casi su única chance– no es una posibilidad remota ni mucho menos: la conocida banca Morgan Stanley avisó a sus clientes que hay un 80% de probabilidad de que el resultado no se determine la noche del 3 de noviembre (Ámbito Financiero, 16-10-20).

Siguiendo la doble estrategia republicana de limitar la cantidad de votantes en los estados clave y de pedir ayuda a la Corte Suprema, el 28 de septiembre llegó al máximo tribunal un reclamo de los republicanos para eliminar con tecnicismos los votos por correo que lleguen tres días después del martes 3 de noviembre, día de la elección. Se apoyan en fallos anteriores de la Corte (cuando todavía la proporción entre conservadores y “progres” era 5-4, no 6-3 como será a partir de la casi segura confirmación de Coney Barrett) que bloquearon la extensión de plazos para recibir votos por correo en las primarias de abril en los estados de Wisconsin y Alabama.

Trump parece dar por sentado que la Corte Suprema, de cuyos nueve integrantes tres le deben el puesto, hará lugar a todos sus reclamos. No todos están tan seguros: “Trump puede hallar un obstáculo en jueces cuya primera fidelidad es a la ley, no a él. Una acusación específica y creíble de desmanejo del voto postal puede conseguir una audiencia. Pero un griterío genérico sobre el conteo o acusaciones infundadas de fraude –como los llamados de Trump a detener el conteo en dos elecciones de Florida cuando la distancia se empezaba a estrechar– serán difíciles de ajustar al procedimiento legal. (…) El presidente de la Corte, John Roberts, no tendrá interés en regalar una victoria a Trump sobre bases tan endebles. Y puede que el resto de sus colegas tampoco. (…) También será una prioridad para la actual nominada [Coney Barrett] hacer un despliegue de objetividad. Barrett podría dañar irreparablemente su reputación en la Corte si se sumara –sobre todo apenas estrenando el cargo– a una línea tan partisana como para permitir la reelección del presidente que la propuso semanas antes; podría decidir excusarse” (“Not so fast”, The Economist, cit.).

Por otra parte, los “mercados”, esto es, Wall Street y la Business Roundtable, que agrupa a lo más granado de la clase capitalista yanqui, no parecen perder el sueño por la idea de una salida de Trump y una presidencia de Biden. Más bien al contrario. Un informe reservado del Bank of America trazó la posible evolución de la Bolsa de Nueva York según los distintos escenarios de esta manera: “Gana Biden con Senado demócrata = mercado alcista; gana Biden con Senado republicano = mercado atascado y bajista; gana Trump con cualquier Senado = estancamiento incierto” (Ámbito Financiero, 16-10-20). Está clarísimo que, pese a todos los favores, a Wall Street no le hace gracia seguir soportando el estilo de Trump y probablemente ya descuenta un triunfo del conservador, medio pelo, pero al menos previsible Joseph Biden.

De este modo, tomarán la palabra las urnas en primer lugar, pero también tomarán la palabra los “mercados”, las chicanas judiciales y la Corte Suprema. La pregunta que el establishment, tanto republicano como demócrata, teme formularse es: ¿y si en este escenario polarizado y explosivo, en el que basta la menor mecha para armar un incendio, las que toman la palabra son las movilizaciones en las calles para evitar que un presidente chanta, lumpen y antidemocrático les robe la elección?

Si hasta hace poco los panegiristas del capitalismo yanqui elogiaban la paciencia y mansedumbre del pueblo estadounidense, el surgimiento de las movilizaciones contra el racismo de este año debiera recordarles lo que dijera el poeta John Dryden hace 340 años: “Beware the fury of a patient man”, esto es, “cuidado con la furia del hombre paciente”. Es esa paciencia la que Trump, de manera muy imprudente para el régimen democrático burgués yanqui, parece querer poner a prueba.

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