Brasil: el epílogo de una elección dramática

A una semana de la elección más importante y tensa desde la redemocratización del país, las amenazas autocráticas y los peligros golpistas bajo el método de la violencia política, reafirman por ahora la incertidumbre del curso político-electoral como rasgo principal de la coyuntura nacional.

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El pasado domingo Roberto Jefferson pasó de las palabras a los hechos: montó una provocación golpista para medir la reacción y las condiciones para ir a una ruptura institucional. Cuando se topó con la Policía Federal en la puerta de su casa con una nueva orden de captura, después de haber violado repetidamente su prisión domiciliaria, lanzó granadas y disparó con un rifle a agentes federales que cumplieron una nueva decisión judicial del ministro Alexandre de Moraes. Llamó la atención la conducta extremadamente amable y amigable de los policías que entraron a su residencia para negociar el arresto del bolsonarista.

El novedoso hecho político llevado a cabo por Jefferson el domingo pasado antes de la segunda vuelta entre Lula y Bolsonaro, no puede -bajo ninguna circunstancia- ser considerado como un mero caso policial. Por el contrario, lo que hizo representa explícitamente la esencia del bolsonarismo y su disposición a través de métodos violentos (aún diluidos en acciones individuales) y provocaciones que tantean las condiciones sociales y políticas para cimentar el apoyo a Bolsonaro y su proyecto de poder. Es decir, una ruptura con el régimen actual y su bonapartización.[1]

Roberto Jefferson, del ala más radical del bolsonarismo y portavoz de lo que el actual y nefasto presidente se limita a decir entre líneas, ha llevado a cabo lo que a Bolsonaro le gustaría que hiciera su base protofascista de manera colectiva y organizada. No por nada el actual presidente tuvo como uno de sus pilares de gobierno la política de armamento civil con la desregularización del acceso a armas que triplicó el número de armas registradas en el país en los últimos 3 años.

Sorprenderse por lo que hizo Roberto Jefferson sólo es posible a través del lente de una de las caras del impresionismo: el facilismo, el desprecio por el enemigo y su naturaleza política, la vieja caracterización de Bolsonaro como un mero energúmeno. Por lo tanto, evaluar con precisión el significado de esta acción es central para adaptar la acción de los sectores políticos y sociales que defienden las libertades democráticas.

Por mucho que Bolsonaro intente ahora desprenderse de la figura de Jefferson, acusado de doble intento de asesinato, lo que vio el jefe de Estado fue en realidad una oportunidad de erigir un mártir, o al menos construir una narrativa que responsabilizara al TSE y a la Corte Suprema por la situación. El discurso de que estas instancias habrían provocado la reacción del presidente de honor del PTB a través de ataques a las «libertades» -uno de los ejes centrales del actual gobierno para tensionar por la ruptura institucional- fue evidente cuando Bolsonaro anunció que enviaría a su ministro de Justicia a la residencia de Roberto Jefferson, donde finalmente solo se retiró por consejo de su comité de campaña.

Sin embargo, la narrativa de sus partidarios después de los hechos se dividieron en, o bien intentar desligarse de la figura de Jefferson, o bien en apoyar a este supuesto mártir que se ha enfrentado a la «censura» del tribunal electoral y federal. Simpatizantes del presidente se reunieron frente a la casa de Jefferson, y además de reivindicar su actitud, agredieron a un camarógrafo de la Red Globo que cubría lo sucedido. Bolsonaro, por su parte, solo esboza alejarse de lo que ahora es el centro de las noticias y parece esperar y ver la repercusión en su base social y en las encuestas, para evaluar sus tácticas en este tramo final de la campaña.

Lo cierto es que Roberto Jefferson solo pudo hacer lo que hizo porque el bolsonarismo y su campaña están a la ofensiva, una campaña consolidada por el uso combinado de la maquinaria pública e importantes manifestaciones de fuerza política y social en las calles, es decir, por la actual correlación de fuerzas que favorece a la extrema derecha. Esto se debe mucho a la postura conservadora, pasiva y traidora del lulismo y la izquierda del orden, que no responden a los casos de violencia política bolsonarista y siguen saturados de aritmética parlamentaria sin apostar un milímetro ni siquiera en la lucha directa por las calles para derrotar a Bolsonaro el día 30.

Como dijimos anteriormente una y otra vez, la incertidumbre del actual escenario político-electoral sigue siendo el elemento central de la actual coyuntura nacional. El lulismo y los que capitularon en el amplio frente burgués con Alckmin, como el PSOL, son responsables de la frustración tras el resultado de la primera vuelta, basada en la falsa ilusión de que las cosas se resolverían y garantizarían a pesar de las alianzas con la derecha e independientes de las iniciativas en las calles. Es decir, mediante el desarme de nuestra clase para enfrentar consistentemente las amenazas neofascistas y golpistas de la extrema derecha que hacen de esta segunda vuelta otra elección, cualitativamente más peligrosa.

El resultado electoral de este capítulo final sigue abierto con una ventaja mínima y frágil para Lula, según las últimas encuestas electorales. Sin embargo, la correlación de fuerzas sigue siendo favorable al bolsonarismo, y es muy probable que la violencia política siga ganando terreno esta semana, el día de las elecciones y después de la votación. Esta tendencia, con una estrategia ya muy bien definida para mantenerse en el poder, puede resultar en una escalada de violencia durante la jornada electoral que haga subir el número de abstenciones de los votantes de Lula, desde el miedo, y así revertir los resultados de la primera vuelta. O reunir suficiente fuerza política y social para, ante un estrecho margen de victoria de Lula, no reconocer los resultados electorales y construir un «Capitolio a la Brasilera», pudiendo o no salir con éxito.

Por lo tanto, en esta última semana de la campaña electoral y ante la gravedad de la provocación golpista que hizo Roberto Jefferson -que no apretó el gatillo solo- y la escalada de violencia política que se está llevando a cabo y que puede ir a otro nivel, es necesaria y urgente una respuesta inmediata en las calles que sea capaz de frenar los métodos bolsonaristas y construir un clima de coraje para defender las libertades democráticas y soberanía frente a los resultados electorales.

Lula, el PT, las centrales sindicales, UNE, UBES y todas las direcciones de los movimientos sociales necesitan convocar una reunión de emergencia para esta semana, con el objetivo de garantizar dos días de importante movilización nacional bajo la amplia unidad de acción. Exigimos que estos sectores paralicen las actividades laborales y de estudio y se sumen al movimiento estudiantil de la USP que llama a las calles para el próximo jueves 27. Además, el día de la elección, estos sectores deben convocar a vigilias en las capitales y principales ciudades del país para evitar cualquier aventura golpista que no respete los resultados electorales. La izquierda socialista debe exigir esto públicamente y construir este programa de acción en todos los lugares donde tiene trabajo. Esta tiene que ser la agenda, la tarea de la semana y que debería marcar centralmente el epílogo de esta dramática campaña.

«La fuerza de la clase obrera desde el punto de vista de su acción sobre las masas y su capacidad para arrastrar la lucha es infinitamente mayor en la lucha extraparlamentaria que en la lucha parlamentaria».[2]


[1] Un régimen que tiene como centro las instituciones «permanentes» del Estado: burocracia, fuerzas armadas, policía, gobierno por decretos y estado de excepción. Es decir, la disolución del parlamento y las libertades democráticas (el derecho de huelga y la libre organización) donde cada acción militante se convierte en un peligro real.

[2] Las palabras de Lenin citadas en L. TrotskyHistoria de la Revolución Rusa. 3a ed. Buenos Aires: RyR, 2015. p.779.

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