Bitcoin: La quimera monetaria liberal en la montaña rusa

Los ultraliberales (mal llamados “libertarios”) ven al bitcoin como una unidad de cuenta y de reserva de valor no expuesta a las “manipulaciones” de los bancos centrales y de las decisiones políticas.

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No es la primera ni la más violenta oscilación del bitcoin, ni siquiera este año: a principios de enero había trepado a los 40.000 dólares para luego caer a 30.000 en una semana.

En esto, es un ejemplo típico de inversión volátil: alterna largas mesetas con períodos breves de saltos y caídas convulsivas. Desde su creación en 2008 hasta 2013 su precio nunca superó los 1.000 dólares (aunque llegar a esa cotización representó un salto gigantesco del 4.000% en un año); luego tuvo oscilaciones relativamente menores, en general a la baja, hasta recuperar ese valor recién en 2017. Fue entonces cuando comenzó la verdadera carrera especulativa del bitcoin: tras subir en 2017 hasta casi 20.000 dólares el 17 de diciembre de ese año, se desplomó en sólo cinco días a menos de 11.000 dólares y continuó cayendo a lo largo de casi todo 2018 hasta menos de la mitad de ese valor, 5.500 dólares. En la primera mitad de 2019 alimentó otra suba gradual hasta los 10.000 y allí vino otro período de relativa “estabilidad”, con algunas fuertes caídas seguidas de recuperación que mantuvieron esa cotización hasta septiembre del año pasado, cuando otra vez empezó la disparada.

En realidad, las convulsiones del precio del bitcoin son tan salvajes y extendidas a lo largo de lapsos tan disímiles que no es fácil establecer si se está en el comienzo de un derrumbe, en el piso de éste, en una oscilación temporal o a mitad de camino hacia el cielo… o hacia el subsuelo.

Pero ¿qué es el bitcoin?

En realidad, el nombre designa tanto la moneda virtual (es decir, una unidad de cuenta) como al protocolo y la red que le dieron origen. De hecho, su origen es tan opaco como sus transacciones: fue creado por una o varias personas que usaron el seudónimo Satoshi Sakamoto como vehículo para almacenar y transferir valor. Las transacciones se registran en una red de “cadena de bloques” (blockchains), que se presenta como el súmmum de la transparencia, ya que no tiene un “centro” desde el cual se pueda controlar o manipular. De este modo, se elimina teóricamente la necesidad de un intermediario (bancos) para las transacciones monetarias, que serían todas “entre pares” (peer to peer, o P2P, en inglés).

Estos rasgos, entre otros, lo convierten en objeto de adoración por parte de los ultraliberales (mal llamados “libertarios”), que ven al bitcoin como una unidad de cuenta y de reserva de valor no expuesta a las “manipulaciones” de los bancos centrales y de las decisiones políticas.

No nos detendremos aquí en los aspectos más técnicos del funcionamiento del bitcoin. Es más importante retener la idea de que mientras algunos de los que invierten en esa red lo hacen esperando que se transforme en la futura reserva de valor –en reemplazo del oro y a las monedas soberanas–, otros busca aprovechar su volatilidad para la especulación financiera, con la expectativa de ganancias monstruosas (y esquivar el riesgo de caídas estrepitosas).

A medida que sus operaciones (y su precio) se fueron consolidando, empezó a crecer el número de instituciones (desde bancos a empresas privadas) que aceptan el bitcoin como moneda de pago. Esto incluye plataformas que operan como vehículos de intercambio entre los bitcoins –también hay otras “criptomonedas”, como Ethereum, Litecoin, Ripple y otras, pero Bitcoin es la más conocida– y las monedas usuales con respaldo de un banco central nacional.

La academia, los gurúes y la magia

El bitcoin ha logrado la poco habitual coincidencia del pensamiento “mainstream” o tradicional de la economía capitalista y del marxismo: se trata de un caso de manual de burbuja especulativa, que luego de diversas piruetas y un adrenalínico recorrido por las cumbres del Himalaya y diversas mesetas, termina hundida en lo más profundo del océano. Todo el debate es alrededor de a lo largo de cuánto tiempo, de qué manera y con cuánto daño a la economía real.

Entre las “autoridades” del pensamiento económico burgués que denuncian la falta de consistencia del bitcoin –y proponen medidas para contrarrestar sus peligros– tenemos no sólo keynesianos como Joseph Stiglitz, Paul Krugman o Alan Greenspan, sino gurúes de las finanzas como Warren Buffett –el “oráculo de Omaha” llamó al bitcoin “un espejismo”– y George Soros, que – al igual que Jack Ma, el hombre más rico de China– lo considera una “burbuja” (al menos, se salva de la acusación de organizar también esta conspiración…). Otro “mago”, Jamie Dimon, CEO de JP Morgan, directamente lo acusó de “fraude”, aunque después bajó un poco el tono; supuestamente, las características técnicas del bitcoin hacen imposible el fraude informático tradicional, aunque lo de “fraude” también se puede interpretar en el sentido amplio.

En el caso particular de estas semanas, un factor adicional puede haber sido la veneración mística que buena parte del mercado parece sentir por Elon Musk, CEO de Tesla y el hombre más rico del planeta (beneficiario él mismo de cotizaciones de lo más burbujeantes). Musk, que también formó parte de quienes alentaron el reciente frenesí por las acciones de GameStop como jugada contra los especuladores “en corto”, sin duda ayudó a la trepada al anunciar que invertiría 1.500 millones de dólares en bitcoins, además de aceptarlos como vehículo de pago para sus autos eléctricos. Irónicamente, es posible que Musk también haya colaborado en la caída al decir el fin de semana pasado que los precios del bitcoin “parecen altos”.

Dinero virtual, valor real y “libertad” irreal

Sin entrar aquí en los arcanos de la teoría marxista del dinero, señalemos que en el orden capitalista los instrumentos que funcionan como dinero no fueron siempre los mismos: desde la preeminencia del metálico (sobre todo oro) se pasó a la emisión de papel moneda y hoy en día la mayor parte del “circulante” son de hecho depósitos bancarios que no tienen respaldo en billetes sino que son asientos contables cuyo valor está garantizado por la autoridad monetaria. El bitcoin se propone, en el fondo, dar un paso más en la “virtualización” de la moneda, tomando como punto de partida la plataforma más obvia de la época: Internet.

Eso suena muy lejano, y más todavía si recordamos las tres funciones del dinero bajo el capitalismo: unidad de cuenta (lo que permite comparar los valores relativos de bienes diferentes), medio de pago y reserva de valor. El bitcoin no cumple la primera función en absoluto y muy escasamente las otras dos. Por lo demás, hasta ahora y por bastante tiempo, esta “democrática” y “libre” forma de dinero sólo está habilitada para quienes tengan los instrumentos y el manejo tecnológico necesario… a menos que se recurra a un ente intermediario, con lo que el sentido principal de todo el asunto queda desvirtuado.

Por otro lado, la cuestión de la “minería” (mining) del bitcoin es uno de los puntos más polémicos. Se trata de las operaciones de computación de altísima complejidad que son necesarias para resolver la criptografía y verificar las transacciones, con límites muy precisos de tiempo y de tamaño de los bloques. Esto exige no sólo equipamiento sumamente especializado, sino un gasto de energía fuera de toda proporción: según el Cambridge Centre for Alternative Finance, la cantidad de energía que se necesita para la minería de las cuentas de bitcoins “equivale al 0,56% del total de energía eléctrica del mundo” (The Economist, 13-2-21); de hecho, se han detectado aumentos de temperatura ambiental en los lugares donde se desarrolla la minería de bitcoins. Por lo tanto, si fuera un país, estaría en el puesto 25 entre los de mayor consumo del planeta, por encima de países como Suecia, Noruega, Malasia, Ucrania, Holanda o Argentina (base de datos de la Energy Information Administration de EEUU). Lógicamente, esto da una ventaja desde el inicio a grandes compañías (incluidos los bancos privados), no a los “individuos con ansias de libertad”.

En resumen, como observaba ya hace más de tres años el marxista británico Michael Roberts, “las criptomonedas van a pasar a formar parte de las criptofinanzas, no el vehículo de un mundo nuevo de transacciones libres y autónomas. Probablemente, el bitcoin y demás criptomonedas van a seguir en la microperiferia del espectro de monedas digitales (…). Pero la ‘criptomanía’ bien puede continuar un tiempo más, junto con la espiralización de los mercados bursátiles globales de acciones y bonos, en tanto el capital siga buscando retornos más altos para la especulación financiera” (“Blockchains and the crypto craze”, 17-9-17).

Pese al tiempo transcurrido, los factores esenciales mencionados por Roberts siguen ahí: el profundo desacople entre la marcha de la economía real donde se produce valor y la euforia de los mercados financieros (ahora agravado por la pandemia), la consiguiente desesperación de los inversores por encontrar opciones de mayor rentabilidad en un contexto de bajas ganancias (salvo para los grandes ganadores) y la altísima volatilidad de esos instrumentos financieros que pretenden –desde el punto de vista marxista, sin posibilidad de éxito a largo plazo– reemplazar las restricciones que las crisis capitalistas imponen a las condiciones de producción genuina de valor. Es este cóctel peligroso el escenario en que pueden darse estos estallidos espasmódicos de “monedas virtuales” que aumentan o disminuyen de precio en lapsos y rangos inimaginables para actividades económicas menos artificiales. Es parte, también, del panorama inestable al que nos va a acostumbrar cada vez más un capitalismo global que todavía es pandémico (para hablar de post pandemia todavía habrá que esperar).

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