Argentina: Un debate sobre el movimiento piquetero

El gobierno mileísta, con la complicidad de la justicia, ha lanzado una campaña de demonización, persecución y desprestigio de las organizaciones piqueteras y los movimientos sociales, Volvemos a publicar este artículo de debate sobre la estrategia de la izquierda, publicado originalmente en mayo del 2022, a la vez que defendemos incondicionalmente a las organizaciones sociales frente a los ataques del gobierno de Milei.

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En un país donde hay 17 millones de pobres, cifra que incluye cada vez más a capas de los propios trabajadores con empleo que tienen un salario que no llega a cubrir las necesidades elementales, el 50% de las familias vive con menos de $79 mil de ingresos por mes mientras la canasta básica es de $83 mil.

En condiciones de una recesión económica que lleva más de 10 años, de crisis cambiarias y devaluaciones recurrentes, de inflación desbocada, es natural que, como la sombra al cuerpo, lo siga el crecimiento de la desocupación y la pobreza. Ambas se han convertido en un dato estructural de la sociedad argentina.

En este marco, en los últimos años pandémicos ha habido un resurgir del movimiento piquetero en términos de envergadura y capacidad de movilización. Esto también es así dado que los sucesivos gobiernos, ante la incapacidad congénita de la burguesía de desarrollar la industria y generar puestos de trabajo genuino y obra pública de envergadura, y como tributo a las relaciones de fuerzas heredadas por el Argentinazo, han ido aumentando sistemáticamente la cantidad de planes sociales y de programas como mecanismo de contención social, combinado en diversos grados y momentos con la criminalización y la represión a los sectores en lucha (esto es lo que ocurre actualmente aunque ampliado al conjunto de los sectores en lucha, en este caso los precarizados del ferrocarril de las empresas Comahue y Líderes).

Partimos de señalar que defendemos un movimiento de trabajadores y trabajadoras independiente del gobierno y el Estado, democrático, contra las organizaciones oficialistas (UTEP, Barrios de Pie, CCC) que funcionan como brazos del Estado en los movimientos sociales. Y defendemos también, incondicionalmente, sus reclamos y el derecho a la protesta, ante los intentos de criminalización que monta la derecha y los liberfachos (declaraciones de Marra, Larreta, etc).

Sin embargo, desde esta ubicación, vamos a señalar ángulos críticos para contribuir estratégica, programática y políticamente a lo que nos parece –nos pareció siempre desde 20 años atrás- tiene que ser el objetivo más importante: la unidad de clase de ocupados y desocupados.

En este sentido la estrategia de nuestro partido ha sido siempre clara y es distinta y hasta opuesta a la del Partido Obrero: privilegiamos estratégicamente ganar para la revolución socialista a la clase obrera más estructural para que arrastre tras de sí (según la formula clásica) al resto de los trabajadores/as, la juventud y el movimiento de mujeres.

  1. Un poco de historia

El movimiento piquetero surge como una expresión de las necesidades de un sector de la clase trabajadora desocupada al calor de las reformas estructurales del menemismo. Su conformación tiene varios hitos: desde el Santiagueñazo en 1993, pasando Cutral-Có (Neuquén), Tartagal y Mosconi (Salta), hasta derivar en el conurbano bonaerense a fines de los 90. Su característica principal originaria es haber surgido como un proceso autoorganizado, desde abajo, con sectores de trabajadores que poseían grados diversos de tradición sindical y retomaban las formas y métodos de lucha de la clase obrera ocupada. Esto tiñó durante todo un período el proceso, con su mayor expresión durante el Argentinazo y sus postrimerías.

Sin embargo, con el kirchnerismo en el poder, hubo una orientación consciente para dividir y fragmentar al movimiento, en la medida en que se fueron montando toda una serie de concesiones (planes, cooperativas, microemprendimientos, etc), y también de movimientos sociales creados directamente desde el Estado, como el Movimiento Evita. Sumado al reflujo en la lucha de clases, y el traslado de la conflictividad a los sectores de la clase obrera ocupada, lo que se vivió fue un proceso cada vez mayor de fragmentación y estatización de estos movimientos, y una pérdida de su carácter combativo y de tradiciones democráticas.

Si bien reflejan una situación social apremiante y el hundimiento permanente de un sector de la sociedad en la pobreza y la precarización, el elemento de subjetividad activo que caracterizó al movimiento a comienzo del siglo XX comenzó a diluirse, dando lugar a un fenómeno de otro tipo, más parecido a un movimiento social de tipo urbano que al movimiento piquetero de sus orígenes.

Es decir: se ha ido transformando en un fenómeno más afín a la pobreza estructural –es decir, más fácil de “encapsular” aunque realice movilizaciones masivas- que a una fluidez con los vasos comunicantes con el resto de la clase trabajadora (algo que debe ser tomado en cuenta en la estrategia y el programa de la dirección de los movimientos independientes, cosa que evidentemente no hacen).

Desde ya que esto no desmerece el lugar de los movimientos de desocupados en la sociedad, ni la importancia de su organización independiente y que estén vinculados a la izquierda. Pero coloca las cosas en un lugar distinto que no es su mero embellecimiento o el abordaje a-crítico que expresan históricamente los compañeros/as del Partido Obrero[1].

  1. Un programa y estrategia que aíslan el movimiento

Aquí es donde entra la orientación de las organizaciones independientes y de izquierda que dirigen a los movimientos sociales, donde el Polo Obrero posee hoy una enorme predominancia (una predominancia cimentada en 20 años de relaciones con el Estado, relaciones relativamente independientes pero que configuran un toma y daca con presiones sociales a la adaptación), aunque existen otros movimientos con un importante grado de movilización (MST, FOL, Libres del Sur).

Porque si bien el origen de los movimientos está vinculado a la existencia de la necesidad de resolver ciertas cuestiones elementales básicas –lo cual es indispensable-, el programa que le imprimen estas organizaciones –el Partido Obrero en particular- es estrechamente reivindicativo, y no logra conectar al movimiento con el resto de los trabajadores y de la sociedad. Si bien cada una de estas corrientes levanta –en abstracto- consignas políticas más generales (y con matices entre ellas mismas), lo real es que hay una separación tajante entre su programa máximo y una práctica política vinculada a la resolución de lo elemental (no tienen ningún programa de transición real; nunca lo han tenido).

Desde nuestro punto de vista, el programa adecuado parte de la exigencia de trabajo genuino, con salario acorde al valor de la canasta básica familiar y derechos laborales, lo cual podría vehiculizarse mediante la imposición de un plan de obra pública real, entre otras demandas.

Este es un debate que lleva dos décadas en el movimiento piquetero y que tenemos el orgullo de haber defendido de manera implacable en nuestra experiencia en el Frente de Trabajadores Combativos, como señalamos arriba.

Si bien sabemos que la lucha por el mismo no es sencilla, tiene el valor de señalar una estrategia para el movimiento, una perspectiva más allá de la cobertura de la necesidad desnuda. Es que la idea a la que están asociados los movimientos de movilización por alimentos y planes sociales, y nada más (en este caso, lograr alzas en los planes, a lo cual el gobierno se niega unilateralmente), en última instancia condena a no resolver la situación de fondo: que los desocupados dejen de serlo y pasen a integrarse a las filas de la clase obrera ocupada.

Planes sociales y alimentos son un paliativo –muy valioso-, pero no eleva al movimiento por encima de su necesidad, y tiende a separarlo del resto de la clase trabajadora, dejándolo expuesto a las campañas de demonización de los medios de comunicación y la derecha, y a la confusión en sectores de los trabajadores que no se ven reflejados en ellos.

La exigencia de trabajo genuino como programa transicional, demostrar que se quiere trabajar y no recibir meramente un plan, por el contrario tiene la virtud de unir a la clase obrera ocupada y desocupada, estableciendo mayores vasos comunicantes entre ellos.

Es la única manera posible de colaborar para construir la tan mentada “vanguardia de la clase obrera” que señalan organizaciones como el Partido Obrero… ¿Qué clase de vanguardia puede constituirse sin un programa para el resto de la sociedad? ¿Cómo es posible interpelar al conjunto de los trabajadores con consignas estrechamente reivindicativas y parciales del movimiento[2]?

  1. El funcionamiento de los movimientos

La masificación de los movimientos sociales si bien tiene elementos de conquistas parciales, conlleva un grave problema al hacerlo estrechamente por la vía del crecimiento de los planes sociales y la asistencia estatal: una forma de “clientelismo burocrático” (que de una u otra manera es correa de transmisión de las presiones del Estado). Es que la constitución de grandes organizaciones al calor de la asistencia estatal y su distribución, sumados al programa estrechamente reivindicativo, produce una lógica donde los/as compañeros/as participan de las acciones y movilizaciones forzados por las circunstancias de mantenimiento del plan, y no como subproducto de un progreso en su conciencia política (¡de esta manera es imposible construir un “movimiento popular socialista” como afirma ser el objetivo actual del PO![3]).

La gestión de los planes sociales, de la ayuda asistencial, de los microemprendimientos y cooperativas, son necesarias en tanto se trata de las reivindicaciones más elementales del movimiento. Sin embargo, no se puede desconocer que generan presiones objetivas al elevar a los representantes de las mismas organizaciones como mediadores ante el Estado, y que, al ser procesados el reparto vía los movimientos con criterios de listados y obligatoriedad, otorgan determinado control de los mismos sobre sus integrantes.

Las pocas o nulas instancias de base que existen en las organizaciones colaboran para un control desde arriba de los mismos y que las acciones estén vinculadas a movilizarse estrictamente por la necesidad. De hecho, es muy común la circulación de individuos y grupos de organización en organización ante la posibilidad de obtener mayores recursos en un movimiento que en otro.

Para que organizaciones de masas de este tipo tiendan a adquirir un grado mayor de conciencia política, además de la importancia de un programa no meramente reivindicativo, sino clasista y anticapitalista, debe existir un proceso de politización que parta de su práctica cotidiana. Si la práctica se reduce a la obtención de planes sociales, es por cierto muy limitada. Si se orienta en el sentido de la pelea por trabajo genuino, del apoyo a las luchas de la clase obrera, hacia el diálogo con los trabajadores ocupados y la unidad de clase, se establece un campo mayor de acción para el desarrollo de la conciencia política y se forjan lazos más sólidos con el resto de la sociedad.

  1. Un “maoísmo” de nuevo tipo

En este apartado profundizaremos en la polémica con la estrategia y acción del Partido Obrero en el movimiento de desocupados. Es sabido que esta organización tuvo un vuelco muy importante desde fines de los 90 al sector, y que en el devenir del Argentinazo, absolutizó el fenómeno al punto de constituirlo en el “sujeto piquetero”…

Esta caracterización fue tal que ha centrado progresivamente su actividad en él. Y si bien conserva agrupamientos sindicales históricos, e incluso influencia en algunos gremios, es notoria la primacía que ha otorgado a una “estrategia piqueterista” en detrimento del movimiento estudiantil y, sobre todo, de trabajadores en el sentido más estratégico del término. Ha logrado visibilidad pública por su poder de movilización, y por ser la cara visible de un sector de los movimientos sociales que se mantiene independientes del Estado (su elemento progresivo a pesar de lo erróneo de su estrategia).

En una reciente nota (“La izquierda y el movimiento piquetero”, de Pablo Giachello) levantan el dedo contra las organizaciones que, según ellos, “le han dado la espalda al gigantesco proceso de organización y lucha del sector más plebeyo de la clase obrera argentina”, entre los que señalan a nuestro partido, el Nuevo MAS, tildándonos de “izquierda conservadora”, etc…

El PO, que se arroga para sí mismo el mote de “audacia revolucionaria” (y entregó AGR sin pena ni gloria y se ausentó en plena Jornada del 14 de Diciembre del 2017 contra Macri), acumula todos los problemas y contradicciones que señalamos más arriba: un programa meramente reivindicativo, una práctica estrechamente corporativa y un manejo desde arriba del movimiento social, sin horizonte estratégico que plantee una salida para el conjunto de los trabajadores.

Sumemos a esto la enorme presión que genera para cualquier organización que se pretende de vanguardia –necesariamente limitada numéricamente, dada la ausencia de condiciones de ascenso de la lucha de clases y de radicalización política- la administración de alrededor de 60.000 planes sociales, lo que introduce necesariamente un elemento de mediación entre el partido/movimiento y el beneficiario.

De hecho, la orientación “piquetera” del PO tiene rasgos que lo asimilan cada vez más a cierta forma de “maoísmo” de nuevo tipo. Para el marxismo revolucionario, el corazón de su estrategia está vinculado a los sectores concentrados de la sociedad, de la clase obrera ocupada que poseen las palancas de la producción social, al centro de la producción capitalista y los medios de producción; al movimiento estudiantil, etc. Peleamos por la apropiación de los resortes del sistema, para desde ahí construir una sociedad nueva.

En cambio, el PO ha centrado su estrategia en una construcción de tipo barrial/urbana (a priori, no estamos en contra per se de la misma -sencillamente entendemos que hay un orden de prelación que va de la clase trabajadora ocupada al resto de los sectores-) que invierte la lógica desde la periferia al centro, en vez de desde el centro a la periferia.

El maoísmo operaba con una lógica similar: la movilización ingente de un campesinado atomizado desde al campo a la ciudad, conducido desde arriba, sin tradiciones democráticas ni combativas, y completamente alejadas del sentir y las vivencias de la clase trabajadora china que fue un espectador mudo de la Revolución de 1949 (no así de la del 1925-27, donde fue la protagonista absoluta, y finalmente masacrada por el Kuomitang, con la complicidad del estalinismo).

El lugar conquistado por el movimiento piquetero en los últimos años como expresión de la crisis social y el crecimiento de la pobreza y la precarización, debe estar en correlación con un programa, una estrategia y una práctica que tienda a unir lazos con el resto de los trabajadores ocupados y el resto de los oprimidos y explotados. La única manera de llevar esto hasta el final es abandonar las estrategias puramente “piqueteristas” en función de un programa de unidad de clase que pelee por trabajo genuino.


 

[1] Esta discusión viene desde la época del FTC (Frente de Trabajadores Combativos) que por su orientación estratégica de unidad de clase y por su exigencia de un programa real de trabajo genuino fue expulsada –por moción del Polo Obrero- del Bloque Piquetero.

[2] Ahora el PO está ventilando su planteo de hacer del movimiento de desocupados un movimiento popular de carácter socialista, pero el problema es que este carácter “socialista” le sería impuesto desde afuera en la medida que no se entronca con una experiencia real de auto organización de los movimientos ni con un programa más elevado que opere como factor de transición a ese carácter socialista. De no ser así, por el contrario, lo que se haría, en realidad, es diluir las fronteras entre el movimiento y el partido como está ocurriendo actualmente por parte del PO. Afirma que el 1° de Mayo “el Partido Obrero movilizó 60.000 trabajadores”. Pero más allá de si el número es cierto, está el hecho que, en realidad, en todo caso, el que movilizó esas personas es el Polo Obrero, que de ninguna manera es lo mismo que el Partido Obrero…

[3] La paradoja de las afirmaciones estratégicas del PO es que su lógica íntima es de aparatos. ¿Cómo podría construirse un “movimiento socialista” sin democracia real de bases, sin un programa de transición más ambicioso, sin elementos reales de auto-organización y sin puentes reales con el resto de la clase obrera?

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