La pelea por la conciencia de las nuevas generaciones

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Por Roberto Saenz

Nada de lo anterior significa que estemos frente a tareas sencillas. Un elemento a abordar es la pelea por las conciencia de las nuevas generaciones: ¿cómo reestablecer el hilo de continuidad con las luchas del siglo pasado? Ocurre que con el giro al nuevo siglo, muchos de los vasos comunicantes con la experiencia del siglo pasado se rompieron. Y no se trató de cualquier experiencia, sino de la epopeya del siglo más revolucionario de la humanidad. Un siglo donde comenzó a abrirse la puerta hacia la transición socialista, que guarda un tesoro de experiencias sin igual, que deben ser recuperadas críticamente en la pelea por relanzar la batalla por el socialismo.

Este fenómeno podríamos identificarlo con la pérdida de “conciencia histórica” que se aprecia entre las nuevas generaciones: el “cretinismo histórico” de las nuevas camadas que están protagonizando el recomienzo de la experiencia de lucha. El fallecido historiador Eric Hobsbawm, el antrópologo Marc Augé, Enzo Traverso y muchos otros autores dan cuenta del fenómeno: la ruptura en la continuidad de la experiencia respecto de las luchas y vivencias de las generaciones pasadas. El pasaje del siglo XX al XXI constituyó una suerte de “borrón y cuenta nueva” en materia histórica, un fenómeno que se resuelve en la adoración del presente como única dimensión de la temporalidad, una suerte de abolición de la historia misma: “El hombre actual vive en una especie de hipertrofia del presente”, afirma Marc Augé.

La base material de esta ruptura en la experiencia la podemos encontrar en dos dimensiones que no son idénticas pero tienen una relación dialéctica. Con la mundialización económica, las deslocalizaciones fabriles, el desarrollo de un nuevo proletariado en China y, en general, en los nuevos centros de acumulación capitalista, lo que se aprecia es una ruptura de la experiencia transmitida en los lugares de trabajo. Traverso diferencia el concepto de “experiencia transmitida” (la que pasa de una generación a otra) del de “experiencia vivida” (la que un sujeto experimenta en tiempo presente).

Desde ya que esta dimensión no es absoluta; existen múltiples ejemplos donde la experiencia se transmite. Sin embargo, el desempleo de masas que campea en muchos países, sobre todo entre la juventud, alteró la transmisión “normal” de la experiencia en los lugares de trabajo e introdujo un hiato en ella en múltiples planos, desde el “saber hacer” laboral, hasta las experiencias de lucha y organización.

Pero junto con este fenómeno “material” nos interesa abordar también lo que podríamos llamar el corte en la transmisión de la experiencia histórica. Desde la caída del Muro de Berlín se cortó la memoria histórica respecto de las luchas emancipadoras del pasado, que fueron arrojadas al tacho de basura del “totalitarismo”. Es obvio que en cada país o región esta circunstancia es diversa. Es más aguda, sin duda alguna, en aquellos países que pasaron por experiencias no capitalistas, cuya población no encuentra forma de darle unidad a las vivencias del siglo pasado.

Traverso es agudo cuando señala que las vivencias en la ex URSS, la memoria histórica de la vida, se ha fragmentado: “La memoria del stalinismo es profundamente heterogénea, porque es a la vez memoria de la Revolución y del Gulag, de la ‘gran guerra patriótica’ y de la opresión burocrática” (El pasado, instrucciones de uso). Esta “heterogeneidad” de la memoria es a la vez causa y consecuencia de esa falta de unidad, de síntesis de la experiencia.

El autor de este informe hizo años atrás una experiencia respecto de esta “memoria heterogénea” que no encuentra síntesis hablando con un taxista en la ciudad de Cluj, Rumania. Al interrogarlo sobre Ceaucescu, el último dictador al frente del país bajo el Estado burocrático, la respuesta fue de repudio. Pero a la hora de contestar acerca de cómo era la situación económica, el taxista respondió que era “mejor que hoy”…

Un problema similar se observa en China. Una conciencia nostálgica de las viejas “seguridades” (laborales y otras) se encuentra entre los trabajadores estatales jubilados que gozaron de amplios beneficios antes de ser despedidos en masa con el paso al capitalismo. Ahora bien, entre las nuevas generaciones no parece haber rastro de esto. Cómo está integrada la experiencia de la China no capitalista en su “conciencia histórica”, es difícil saberlo (aunque Au Loong-Yu subraya el desprestigio del maoísmo).

Una cuestión es clara: el peso del elemento nacionalista en China emerge como una forma de “conciencia sustituta” para la burocracia del PCCh. La conciencia nacionalista fue un rasgo característico de China a lo largo de todo el siglo pasado; un rasgo progresivo en tanto China estaba sometida, más allá de que el maoísmo lo utilizara para opacar la conciencia de clase, propiamente socialista. Pero ese rasgo hoy no tiene que ver hoy día con un país dependiente y semicolonial, sino con un “imperialismo en construcción”, lo que es muy diferente.

El interrogante es cómo integrar los elementos no capitalistas y/o “igualitarios” heredados de la revolución de 1949 (bajo la camisa de fuerza y las deformaciones introducidas por la burocracia maoísta), con las vivencias y conciencia del presente de un inmenso proletariado de 400 o 500 millones de miembros sometidos a condiciones de súper explotación, pasaportes internos (hukou), y la ausencia de derechos de sindicalización: “La creación de un sistema laboral dual vino propiciada por el régimen del hukou, un mecanismo de asignación de residencia bastante antiguo, anterior incluso a la revolución de 1949, en que los individuos se clasifican como residentes rurales o urbanos (…). El análisis que realiza Au Loong-Yu de la lucha de clases en la era posterior a Tiananmen, se centra en la continuidad del sistema hukou como factor de división de la clase trabajadora [¡factor de división que prosiguió durante el maoísmo! RS]. El sistema hukou, o registro de domicilio, tiene una historia de más de 2.000 años en China, habiéndose creado en la época imperial como medio de control social” (Rousset: “China. Ascenso y crisis emergente”).

En todo caso, si esta no integración de la conciencia histórica ocurre en los ex países no capitalistas, el fenómeno se extiende y generaliza entre las nuevas generaciones forjadas en un capitalismo sin contendiente social. De ahí la pérdida de “dimensión histórica” con la que se vive; la crisis de alternativas en medio de la cual emergen a la vida política las nuevas generaciones: “Durante muchos siglos, el tiempo fue portador de esperanza. ‘Del futuro los hombres esperaron serenidad, evolución, maduración, progreso, crecimiento o revolución’. Pero eso se terminó. Para el antropólogo Marc Augé, en las últimas tres décadas, el porvenir prácticamente ha desaparecido: ‘un presente inmóvil se abatió sobre el mundo, desmantelando el horizonte de la historia’” (La Nación, 22-5-15).

La pelea por el relanzamiento de la perspectiva socialista en este nuevo siglo no es una abstracción, sino una muy concreta necesidad para que las nuevas generaciones se eleven más allá del posibilismo; para que la “bipolaridad” encuentre una perspectiva política transformadora; para la reconstrucción de una conciencia socialista de los explotados y oprimidos. 

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