Liberar las patentes de las vacunas, una necesidad para vencer al Covid-19

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  • Con el correr de los meses, cada vez queda más claro que el progreso científico de las vacunas de coronavirus es, para algunos, un negocio colosal más que un avance por el bien de la humanidad.

Nico Ducho

La virtual duplicación de la esperanza de vida del promedio de la humanidad en el transcurso del siglo 20 tiene centralmente tres causas: el agua potable, las vacunas y los medicamentos. Por supuesto que el acceso es absolutamente desigual y regido por la lógica capitalista del lucro. Lucro que tiene proporciones astronómicas: desde hace ya décadas, la industria farmacéutica es la segunda en facturación a nivel mundial, siguiendo de cerca al complejo industrial-militar.

En plena pandemia, los laboratorios, empresas que son auténticos colosos en términos de recursos humanos y materiales, coparon el centro de la escena. Hace un año, pocos podrían haber nombrado más de dos laboratorios. Hoy en día, basta con prender el televisor para escuchar hablar de Pfizer, AstraZeneca, Sinopharm, etc.

Pero ¿que es y como funciona una patente? Los laboratorios, cuando “descubren” una molécula que tiene potencial terapéutico (es decir que potencialmente podría servir para algo), pueden patentarla. Esta patente les otorga exclusividad de fabricación y venta por un plazo de diez años. Cumplido este plazo, se abre el juego a los llamados genéricos.

Ahora bien, el patentamiento se realiza habitualmente en la fase en que la droga aún está siendo probada en el laboratorio. Lo habitual es que pasen entre 4 y 8 años antes de que salga al mercado, teniendo que testearse en humanos previamente. Y por otra parte, de las drogas patentadas sólo una fracción llega al mercado: la mayoría queda en el camino por no ser efectiva, resultar tóxica o no ser rentable.

El plazo “acotado”, la enorme inversión para el desarrollo de drogas que no llegan a la venta, así como el hecho de que el testeo es parte del tiempo de exclusividad, son las habituales excusas esgrimidas por la industria farmacéutica ante los precios excesivos o la falta de desarrollo de drogas para condiciones que no resultan rentables (lo que se conoce como enfermedades huérfanas, testimonio del afán de lucro de los laboratorios).

“Blockbuster Drugs” (drogas supertaquilleras) es la denominación dada a las drogas que al salir al mercado facturan más de mil millones de dolares anuales, y son el anhelo de todos los grandes laboratorios. Para los grandes laboratorios, es decir, aquellos que investigan y desarrollan nuevas drogas, la ley de patentes es pieza clave de su funcionamiento y existencia (su «modelo de negocio»).

En este contexto de pandemia mundial, donde ya superamos los 100 millones de contagios y los dos millones de muertes, que se siga sosteniendo la propiedad privada de las patentes por encima de la vida de miles de millones de personas (sin mencionar las penurias económicas de regiones enteras) resulta criminal.

Lo lógico sería liberar dichas patentes en calidad de patrimonio de la humanidad y empezar una campaña para que todo país con capacidad industrial pueda producir vacunas para sí y para los países que la requieran. Es inadmisible que se siga especulando con las partidas de vacunas de espaldas a la catástrofe humanitaria, social y económica de la pandemia.

Existe un antecedente relativamente reciente de algo así: en octubre de 2001, en el marco de los ataques con esporas de anthrax en sobres del correo, Canadá liberó la patente de Bayer del antibiótico Ciprofloxacina y mandó a fabricar millones de dosis. Todo eso por el pánico que los ataques terroristas despertaban en aquel entonces.

Hoy por hoy, con una pandemia mundial lejos de resolverse, está más que nunca a la orden del día priorizar la salud de cientos de millones por encima de las ganancias de los grandes laboratorios que especulan con la enfermedad y muerte de millones.

Al igual que en todos los terrenos de la experiencia humana, pero quizás de una forma más cruda y acrecentada por la pandemia, la industria farmacéutica nos demuestra como, bajo el capitalismo, la capacidad productiva y creativa de la humanidad se encuentra restringida, mutilada por el afán de lucro.

Liberar esta capacidad productiva bien puede empezar por entender y hacer valer que los bienes y desarrollos capaces de transformar la vida de millones no pueden ser propiedad de unos pocos, deben ser patrimonio de la humanidad en su conjunto.

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