EEUU anuncia su retiro de Afganistán a 20 años del comienzo de la guerra

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  • A mediados de abril, el presidente de EEUU Joe Biden realizó un anuncio: las tropas de su país se retirarían finalmente de Afganistán el 11/9 de este año, 20 años después de los atentados de 2001 y del comienzo de la invasión norteamericana sobre el país asiático. Si esto se cumpliera efectivamente, se daría por finalizada la guerra más prolongada en la historia de EEUU.

Ale Kur

La invasión a Afganistán fue comenzada por el entonces presidente George Bush un mes después de los ataques sobre suelo estadounidense, atribuidos a la organización islamista-jihadista Al Qaeda (encabezada por el multimillonario saudita Osama Bin Laden). El operativo fue anunciado entonces como parte de una “guerra contra el terrorismo” a escala mundial, ofensiva que en poco tiempo tendría nuevos episodios con la invasión norteamericana de Irak y con bombardeos e intervenciones sobre una gran cantidad de países de Medio Oriente.

Si bien la “guerra contra el terrorismo” cumplió unos pocos de sus objetivos formales (como la ejecución de Bin Laden en 2011 en Pakistán), en términos estratégicos se demostró como un importante fracaso. Los países invadidos por EEUU quedaron reducidos a ruinas, con cientos de miles de muertos y heridos. Los propios EEUU sufrieron miles de bajas, provocando un importante trauma nacional con respecto a las guerras. Inclusive medido en los propios términos de EEUU, el “terrorismo” no solo no fue erradicado sino que se multiplicó: la caída de Saddam Hussein en Irak dio lugar al nacimiento del Estado Islámico (ISIS) y en Afganistán los talibanes siguen controlando gran parte del país (y lo más probable es que vuelvan a hacerse con el control de su capital luego de la retirada norteamericana).

En un sentido más profundo, EEUU no logró establecer una hegemonía real sobre esos países y menos aún sobre la región: más bien generó un vacío de poder que fue ocupado por formaciones para-estatales y por otras potencias regionales (como Irán en el caso de Irak), y tampoco pudo evitar el incremento de la influencia de China en el caso de Afganistán. Como en su momento reconoció el ex presidente Donald Trump, EEUU ni siquiera consiguió quedarse con la mayor parte del petróleo en Irak -lo que había sido probablemente la motivación principal de la invasión a dicho país.

Pero el sentido más de fondo del fracaso de la “guerra contra el terrorismo” se verifica a escala geopolítica. El problema es que, desde el punto de vista de los intereses estratégicos del imperialismo norteamericano, la guerra se trató de malgastar todas sus fuerzas lanzándolas sobre el enemigo equivocado. Porque en Medio Oriente no se encontraba ningún actor capaz de desafiar seriamente la hegemonía mundial de EEUU. Mientras que, por otro lado, China atravesaba su camino acelerado a gran potencia mundial, inundando con sus mercancías e inversiones el mundo y modernizándose tecnológica y militarmente.

20 años más tarde, está claro que China (y más aún su bloque geopolítico “de hecho” junto a Rusia, Irán y otros países) es un enemigo estratégico infinitamente más peligroso para la hegemonía mundial de EEUU que los jihadistas de Al Qaeda o regímenes como el de Saddam Hussein. Este hecho fue notado ya por el ex presidente Obama hace una década, quien comenzó una reorientación de fuerzas militares desde Medio Oriente hacia el Asia-Pacífico, para establecer un cerco sobre China. En este marco también se inscribió el acuerdo nuclear alcanzado con Irán en 2015, cuyo objetivo era tender a normalizar relaciones para ayudar a “descomprimir” Medio Oriente y poder enfocarse en los objetivos más importantes.

Ya desde entonces EEUU viene buscando la forma de retirarse paulatinamente de la región, pero atravesado por importantes contradicciones. Precisamente por haber fracasado en lo más profundo, los escasos logros obtenidos dependen en gran parte de la presencia de sus tropas en dichos países: su retirada implica el colapso de los débiles regímenes sostenidos por Norteamérica o su pase al área de influencia de sus adversarios. Por lo tanto, no hay ninguna “retirada honorable” posible: el abandono de la región solo puede ser leído como un fracaso de sus proyectos y una impugnación de dos décadas de política militarista sobre la misma.

Pero a la vez, la permanencia de las tropas estadounidenses en Medio Oriente es costosa en términos fiscales y en términos de imagen política interna y externa. Implica una desviación de recursos necesarios en otros frentes, y sobre todo, es un pantano sin salida: ni el más optimista de los “halcones” del Pentágono cree que sus soldados puedan hacer una diferencia de fondo y duradera sobre el terreno. Por ello Medio Oriente es hace por lo menos una década un gran quebradero de cabeza para los estrategas del imperialismo yanqui, lo que explica las oscilaciones permanentes y la gran indecisión que muestran sus gobiernos al respecto.

La situación actual remite inevitablemente a comparaciones con la retirada de EEUU de Vietnam en la década de 1970. Pueden establecerse algunos paralelismos: la incapacidad de EEUU para conseguir un triunfo militar profundo y duradero, la deslegitimación nacional e internacional de las guerras y su contestación por parte de movilizaciones populares (aunque en el caso de Medio Oriente, estas ocurrieron hace ya muchos años), la necesidad de retirarse en el marco de un importante fracaso, el predominio de una actitud psicológica defensiva de la población (e inclusive de los partidos gobernantes) ante la cuestión militar, etc.

Sin embargo, la comparación también tiene sus límites: en Vietnam la derrota de EEUU fue a manos de un movimiento de liberación nacional de características anti-capitalistas y progresivas, y en el marco de un ciclo internacional de impugnación al imperialismo y de búsqueda de alternativas socialistas o hacia la izquierda -lo que convertía al triunfo vietnamita en un importante punto de apoyo para la pelea por la transformación progresiva de la realidad. En el caso de Afganistán, en cambio, la derrota de EEUU es ante fuerzas de tinte conservador como los talibanes (que encarnan una regresión de los derechos y condiciones de vida de las y los explotados y oprimidos), en un momento donde no hay grandes búsquedas de alternativas frente al sistema capitalista, y además EEUU pudo administrar (por lo menos hasta el momento) la retirada para que no sea vista como un derrumbe completo. De esta forma, la retirada aparecería como realizándose “en frío”, sin un gran impacto sobre las luchas de los sectores populares de la región y del mundo.

En cualquier caso, el anuncio de la retirada de Afganistán es un síntoma de los profundos cambios que vienen atravesando la situación mundial y los equilibrios hegemónicos. Es una confesión por parte de EEUU de que debe administrar de forma conservadora sus recursos porque “el horno no está para bollos”, debiendo medir milimétricamente sus movimientos para poder mantenerse en la pelea por la hegemonía mundial frente a sus adversarios en ascenso.

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