¿Hacia nuevos y mayores choques sociales?

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5.1 Un repaso de las contradicciones y grietas de la nueva “gran potencia”

Del análisis anterior se desprenden ciertas conclusiones referidas al camino que enfrenta el gobierno de Modi en su pretensión de poner a la India en el primer plano del “orden geopolítico” global.

India ha sostenido a lo largo de al menos dos décadas un ritmo sostenido e importante de crecimiento económico. Asimismo, se ha realineado en términos de política exterior, abandonando su ubicación como actor importante relevante del “bloque tercermundista” y acercándose de manera decisiva –aunque a la vez utilitaria– a EEUU. En ese reposicionamiento colaboró su antigua rivalidad regional con China, que se acomoda perfectamente a la “nueva Guerra Fría” sino-americana.

En los últimos años, India ha desarrollado un sólido sector de tecnología digital y ha dado un fuerte impulso a una infraestructura débil, atrasada y precaria. La diáspora india, en particular la de EEUU, ha adquirido un peso económico y cultural sin antecedentes. Todo esto ha contribuido a poner a la India en un lugar mucho más expectante que en cualquier otro momento de su historia, sobre todo en el marco de una creciente fragmentación económica y política internacional, que abre interrogantes sobre la continuidad de la marcha triunfal del proceso de globalización, como señalamos al principio.

Sin embargo, el entusiasmo del BJP y de los analistas occidentales, ansiosos de ver cómo un aliado de EEUU desafía el ascenso de China como gran potencia asiática y mundial, es exagerado, ya que se apoya sobre premisas falsas, infundadas o incompletas. En toda una serie de planos decisivos, es como mínimo prematuro, probablemente equivocado y en ciertos aspectos disparatado suponer que India puede asumir a corto o mediano plazo el rol de primer actor al nivel de quienes ocupan hoy el centro de la escena global: EEUU y China. El “despegue” de India no será tal mientras no logre deshacerse de lastres históricos que siguen hoy tan presentes como siempre.

Como vimos en el segundo capítulo, el crecimiento económico, aunque innegable, no es tan fuerte comparado incluso con las gestiones anteriores a Modi,[1] y es a la vez demasiado desigual, con unas pocas regiones o ramas muy favorecidos y un infinitesimal “derrame” para el resto. Socialmente, tampoco hay relación entre el crecimiento del PBI o de las exportaciones y la mejora del nivel de vida del conjunto de la población.

Los esfuerzos del gobierno Modi por hacer avanzar la infraestructura son reales, pero a) el punto de partida es tan bajo que haría falta un salto mucho más grande, comparable al que dio China (o Corea del Sur en décadas pasadas, para no salir de la región), para poder hablar de un cambio estructural, y b) los mecanismos de “capitalismo de amigos” y las insuficiencias de la organización del Estado a nivel federal y estadual son un obstáculo para que los pasos que se van dando converjan en un plan coherente.

A las taras económicas, sociales y culturales que aquejan a la India, algunos inversores le agregan el riesgo político que significa la gestión Modi: sea por sus prácticas proteccionistas que suelen inclinar la balanza por los pesos pesado locales, por su desprecio por las instituciones democráticas o por la amenaza a la estabilidad que implica su fundamentalismo hinduista. Estas tensiones políticas son, para la clase capitalista india, “gratuitas” y sin compensación, originadas en un gobierno que se maneja a veces con criterios caprichosos o inestables y un régimen crecientemente antidemocrático.

Los grandes conglomerados indios (Reliance, Tata, Adani Group) están encantados con la mirada proempresas de Modi, y le retribuyen con generosas adulaciones públicas. Otros sectores de la burguesía india hacen lo mismo, pero con menos sinceridad y más cuidado por evitar las probables represalias que cualquier comentario crítico al gobierno pueda generar. Narendra Modi, como el Jehová del Antiguo Testamento, es celoso y vengativo. Por eso, los empresarios se guardan de relativizar sus logros, como que el impulso económico de India no es obra exclusiva de Modi y el BJP.

El resultado es que India sigue muy lejos, en términos logísticos y de servicios a la población, de estándares de países ya no desarrollados sino incluso “emergentes”. El gasto en infraestructura, con acento en transportes, pasó del 3,5% del PBI en 2019 al 4,5% en 2023. Sin embargo, hay que considerar que ese rubro suele absorber recursos que podrían ir a sectores de productividad más alta, como el industrial. Esto se revela en indicadores como la inversión. Si bien respecto del PBI representa un robusto 34%, en realidad viene cayendo, ya que en 2008 alcanzaba el 40% (estimaciones de Barclays). Y es significativo que el grueso de esa inversión “no va a fábricas, investigación u otros rubros del sector privado, sino a infraestructura, que suele contar con apoyo estatal. Según una estimación reciente, el 36% del financiamiento bancario va a puentes y caminos; otro 20% va a energía. Los productos químicos, que son considerados un indicador de la manufactura en general, representan sólo un 2,3%, cayendo desde el 3,4% en la década pasada” (“Missing money”, TE Special Issue The World Ahead 2024, octubre 2023).

En cuanto a la más visible  acuciante rémora social de la India, los niveles de pobreza de amplísimas franjas de la población, no se trata sólo un problema “moral”, sino también estrictamente económico: “Pese a su rápido ascenso económico y geopolítico, India sigue siendo un país desesperadamente pobre. Un tercio de la población malnutrida del planeta vive dentro de sus fronteras. El bajo peso y estatura infantil afectan a uno de cada tres niños y niñas. Y un 10% de sus 1.400 millones de habitantes –más que la población de México– vive en la pobreza extrema, con ingresos de menos de 2,15 dólares por día” (“Big Bangalore theory, TE 9378, 6-1-24).

El que es potencialmente el mayor mercado interno del mundo hoy no excede el de un país de tamaño y desarrollo medio, incluso menor que México o Brasil.

La espantosamente desigual estructura socioeconómica de la India configura también un riesgo económico. Como buen seguidor del manual del capitalismo neoliberal que es, Modi es un entusiasta de la reaccionaria (y, lo que es peor, falsa) “teoría del derrame”, esto es, que la generación de riqueza en pocas y concentradas áreas de la economía en algún momento va a “derramar” al resto, gracias a los mecanismos de circulación del libre mercado.

Pero hay en India incluso más obstáculos a los habituales para que esta fábula se haga realidad. La pobreza limita la ampliación de la base laboral, que a su vez también está acotada en su capacidad de recualificación por un sistema educativo elitista y disfuncional. El bajísimo nivel educativo y cultural general del país conspira contra la posibilidad de que franjas sustanciales de la mano de obra puedan hallar empleabilidad potencial en nuevos o incluso viejos sectores industriales.

El bajo crecimiento del empleo total tiene su correlato en el bajo crecimiento del consumo, que también aquí está muy por debajo del supuestamente fulgurante crecimiento del PBI: en los últimos diez años el consumo per cápita creció sólo entre el 2,5 y el 3% anual. Además del sorprendente dato de que el consumo rural crece más que el urbano (señal inequívoca de que no hay aumento del consumo por oferta de bienes o servicios antes inexistentes o de mejor calidad), esa cifra esconde, por otra parte, desigualdades sociales brutales. Si se desagregaran de ese crecimiento del consumo los datos correspondientes al aumento del consumo de los sectores de la elite y la “clase media” (no más de 60 millones de personas, como vimos), el consumo per cápita para todo el resto mostraría un estancamiento o un crecimiento mínimo del orden del 1% anual. Las únicas excepciones son ciudades del sur como Bangalore, capital de la industria de la tecnología digital, lo que justamente ilustra lo que decimos: allí donde crece el consumo urbano, el motor es el sector de elite, no un alza del consumo promedio del conjunto de la población.

Otro factor que ralentiza el aumento de la productividad y el desarrollo, y que también marca un contraste con el modelo de desarrollo chino, es la baja tasa de migración interna. Sin duda, es un problema que China misma no ha resuelto de manera satisfactoria, en la medida en que mantiene el régimen de pasaporte interno (hukou), pero más allá de ésa y otras contradicciones que hemos tratado en otro lugar,[2] en pocas décadas ha habido allí un salto decisivo en el crecimiento del empleo en la manufactura y en la urbanización del país que India está lejos de experimentar.

En efecto, pese a las inmensas distancias por estado en términos de ingresos per cápita que hemos visto en el capítulo 2, la migración interna no excede el 12%, según un informe de 2021. Siempre considerando la opacidad y escasez de los datos estadísticos indios, otro estudio de 2014 que hizo una comparación de tasas de migración interna en 82 países ubicó a India en el penúltimo lugar.

Ese fenómeno ayuda a explicar a su vez la sorprendentemente baja tasa de urbanización, que a diferencia de China y otros países de la región no ha logrado despegar:

Tasa de población urbana, %

China                                                    63

Indonesia                                             57

Promedio PIMB*                               43

India                                                     35

* Países de ingresos medio-bajos

Fuente: Banco Mundial 2021

Este fenómeno obedece, sin duda, a una multiplicidad de causas, pero entre ellas dos se destacan con claridad. Una es la heterogeneidad del país en términos culturales: a diferencia de China o EEUU, por ejemplo, mudarse de estado implica cambiar no sólo de trabajo sino de todo un entorno cultural, que suele incluir el idioma y la composición étnico-religiosa de la región (el hecho de que las escuelas enseñen en las lenguas regionales, no en las nacionales, suma otra barrera a la inmigración de familias). La otra es la –aquí sí más uniforme– precariedad laboral que le espera a cualquier migrante a otro estado o incluso a una ciudad del mismo estado desde una zona rural. En general el costo de la vivienda es muy alto respecto de los ingresos; los beneficios sociales están muy anclados a cada estado, con escasos mecanismos para preservarlos en caso de cruzar una frontera estatal, y finalmente el hecho de que esos ingresos –aun siendo más altos en el lugar de destino– carecen usualmente de toda mínima estabilidad (TE 9389, “Immobile republic”, 23-3-24). Todo lo cual opera como un fuerte disuasivo para emprender la marcha hacia otro estado, no ya para una familia completa sino incluso para individuos.

Por lo demás, la cobertura de salud y ancianidad tanto nacional como estadual es paupérrima, lo cual constituye nuevos techos en cantidad y calidad a la productividad general del país. Para colmo, hay regiones de la India que están envejeciendo prematuramente (esto es, en términos del balance entre pirámide demográfica e ingreso per cápita); por lo general, se trata de los sectores relativamente más prósperos. Es el caso de Kerala, donde uno de cada seis habitantes es mayor de 60 años (“Old before their time”, TE 9367, 14-10-23). Eso supone a futuro una presión económica y social adicional ante la cuasi inexistencia de esquemas de jubilaciones y pensiones dignos de ese nombre: la pensión nacional de India es la miseria de 200 rupias, menos de dos dólares y medio por mes.

Con una estructura de protección social tan endeble, no es posible sostener el crecimiento de una nación de 1.400 millones de habitantes sobre la base de algunas ramas nicho de industrias o servicios.

Por eso, no está claro cuál podría ser el vector de desarrollo económico que a la vez sea capaz de aumentar la prosperidad promedio de la población, como ocurrió en las economías del sudeste asiático y en particular en China y Corea del Sur. Sucede que el camino seguido por esa región se apoyó sobre todo en una fuerte industrialización con dos características: transferencia de población rural al medio urbano (aun con baja calificación) y contundente financiamiento estatal. Las condiciones actuales de India y de la economía global hacen difícil una réplica de esa trayectoria. Por un lado, la manufactura genera hoy menos ingresos que los servicios avanzados (Apple vale 3 billones de dólares en base a sus diseños, servicios y marca; Foxconn, que fabrica los aparatos físicos, vale 50.000 millones de dólares, 60 veces menos). Por el otro, el avance de la automatización sugiere que habrá menos empleo directo disponible en la manufactura, en todo caso no al nivel masivo de los procesos de industrialización de los 90 en Corea del Sur y los 2000 en China (“Do the needful”, TE 9376, 23-1-23).

Las metas de industrialización de Modi siguen bastante el esquema del viejo desarrollismo de posguerra, con abundantes y generosos subsidios estatales a industrias consideradas estratégicas. Hasta ahora, los resultados son poco alentadores, al menos en términos de comercio exterior: el valor de las exportaciones de manufactura está clavado en el 5% del PBI desde hace una década, y la proporción de la industria sobre el total de la economía no sólo no aumentó sino que cayó del 18% bajo el gobierno anterior de Singh al 16% bajo Modi. Según el Centre for Monitoring Indian Economy, la tasa de inversión empresarial privada, que tuvo un pico del 17% del PBI en 2007, viene descendiendo sin prisa y sin pausa y se ubica hoy en el 10% del PBI (en “Of money and Modi”, TE 9380, 20-1-24).

En la no muy optimista mirada de The Economist, “llevará años hasta que las consecuencias de las políticas [liberalizadoras. MY] de Modi se sientan a pleno. Así como un boom inversor podría reivindicar su enfoque, su estrategia de utilizar el gasto social estatal como sustituto de la creación de empleo privado podría demostrarse como insostenible” (ídem).

La extraordinaria diversidad cultural del país, que en otras latitudes y circunstancias deberían ser un activo valiosísimo, se transforman en un problema y una carga en la estrecha visión hinduista del BJP y Modi. En vez de ser un elemento a aprovechar, se torna un factor problemático y un lastre adicional. Sucede que la deriva autoritaria y antidemocrática de Modi, a diferencia de lo sucedido en China, donde el control social se instrumentalizó al servicio del desarrollo económico, no representa un impulso sino un obstáculo incluso para los propios objetivos del BJP, en la medida en que introduce tensiones, descontento e inestabilidad, además de derrochar potencialidades y energías humanas en el altar de una ideología reaccionaria.

Y eso será inevitable fuente de tensiones sociales, que se agregan a las ya existentes derivadas del régimen político actual: “Que haya mejor tecnología y administración no va a hacer de personas con mala formación trabajadores más productivos. (…) Modi ha combinado modernización económica con falta de liberalismo y chauvinismo religioso. Para contener a los desempleados, puede que él y sus sucesores se vuelvan todavía más sectarios y represivos. Y la opinión pública podría volverse en contra de la apertura económica” (“Forward march”, TE 9351, 17-6-23).

En resumen a la hora de juzgar los pergaminos de India como aspirante a potencia global es indispensable poner en perspectiva el estado de situación conforme no sólo a grandes lineamientos estructurales de su economía, sino también a indicadores sociales sumamente básicos. Y desde ese punto de vista, como reza la célebre sentencia de un profeta bíblico, “pesado has sido en la balanza, y fuiste hallado falto” (Daniel 5:27).

5.2 La clase trabajadora urbana y rural

El crecimiento económico indio siguió, como hemos observado, India exhibe un patrón anómalo respecto de los procesos de relativo desarrollo de la periferia, y diverge en particular de China, el único país comparable en población y punto de partida del proceso de crecimiento industrial. Mientras que en China hubo un evidente vuelco de población y trabajo rural a las ciudades y la industria, eso no ocurrió ni está ocurriendo en India, mucho menos a la escala china. Lo que parece haber es un cierto agotamiento de la incorporación de mano de obra rural a las ciudades y la industria, lo que explicaría el estancamiento del empleo global y urbano y el aumento de la desocupación.

La tasa de desempleo es muy difícil de medir precisamente en razón de la inmensa proporción de empleo informal. Pero los estudios más serios muestran una situación de deterioro, a contramano de las estadísticas de crecimiento económico. Pronab Sen, ex director del Consejo Nacional de Estadísticas, sostuvo que “estábamos acostumbrados a una tasa de desempleo de alrededor del 3%. Ahora todo indica que nos hemos movido a un piso del 6,5% y más. Podía pensarse que esto se debe a que simplemente el trabajo agrícola no puede absorber más empleo, pero no es lo que dicen los datos. Hoy, el campo incluso está absorbiendo más empleo que en el pasado” (Alf Gunvald Nilsen, “India: Neoliberalismo y nacionalismo hindú”, Rebelión, 22-8-23).

Según una de las fuentes más serias para el estudio de la economía india, el Centre for Monitoring Indian Economy (conocido por su sigla inglesa CMIE), y su economista jefe, Mahesh Vyas, que se basa en encuestas mensuales a más de 44.000 hogares urbanos y rurales, que las cifras de empleo que manejan no hacen hincapié en la (baja) calidad del empleo: “Si utilizáramos los criterios de la OIT [que sí tienen en cuenta la calidad del empleo. MY], la tasa de desempleo sería mucho más alta” (ídem). En enero pasado, el CMIE estimó la desocupación total en la India en 53 millones de personas (The Guardian, 30-3-22).

Significativamente, el desempleo urbano es más alto que el rural. Según el CMIE, la economía india “no está logrando absorber más fuerza de trabajo de manera productiva”. El diario Indian Express cita datos del Periodic Labour Force Survey (Informe Periódico sobre la Fuerza Laboral) de 2021-2022 de que la proporción de trabajo agrícola sobre el total es del 45,5%, un descenso muy pequeño respecto de 2011-2012 e incluso más que antes de la pandemia, lo que indica que la transferencia de fuerza de trabajo del campo a la ciudad es poco importante. Algo que, como dijimos, no se corresponde con los patrones habituales de salto en el desarrollo de países periféricos.

Volviendo a la relación entre crecimiento y empleo, entre 2000 y 2012, con un crecimiento promedio del PBI del 6,2% anual, el empleo creció sólo un 1,6% anual. Y entre 2012 y 2019, con un crecimiento promedio del PBI aún mayor, del 6,7% anual, el crecimiento total del empleo para el período fue cero, según un informe de la OIT de marzo pasado. De hecho, a lo largo de esos 20 años la tasa de participación laboral cayó tanto para mujeres (del 31 al 26%) como para hombres (del 82 al 75%). Con diez millones de personas ingresando todos los años al mercado laboral, sencillamente la economía india no crea puestos de trabajo para todos, y mucho menos empleo de calidad.

El citado Vyas, del CMIE, explica que la fuerza de trabajo india no crece en la misma proporción que la población en general ni que la población en edad de trabajar, por lo que está estancada desde hace un lustro en algo más de 400 millones de trabajadores. Sólo el 40% de los mayores de 15 años están en o quieren ingresar al mercado de trabajo; el 60% restante son dependientes, lo que incluye a la mayoría de las mujeres.

La tasa de participación laboral es baja; antes de la pandemia, no llegaba al 42%, y aunque las cifras son poco confiables, la participación de las mujeres está entre el 10 y el 24%. En los últimos quince años, la tasa de participación no sólo no ha aumentado sino que ha caído; la cifra actual, que significa que menos de la mitad de la población en edad de trabajar está empleada o busca empleo, es de las más bajas del mundo y totalmente incompatible con cualquier economía desarrollada (M. Roberts, “India: Modi and the rise of the billionaire Raj”, 19-4-24).

La proporción de trabajadores en la industria manufacturera respecto del total de la fuerza laboral ha bajado considerablemente en las últimas décadas y se ubica ahora apenas en el 10%. El empleo en la manufactura formal es de sólo unos 12,2 millones de trabajadores; hay 6,9 millones en la construcción, 3,8 millones en tecnología informática y 3,3 millones en el sector de salud. Estos cuatro sectores constituyen el 83% de los nueve sectores principales, con un total de apenas 31,8 millones de empleos formales. El sector informal representa más del 80% del total empleado, pero si se consideran los trabajadores desocupados (que se estiman en el 8,1%), el 95% de la fuerza de trabajo india no tiene empleo formal (Y. Sharma, India Times, 27-9-2022). Se trata del índice de informalidad más alto de todos los países emergentes o que aspiran a serlo.

Según los datos oficiales, parece haber una tenue tendencia a la formalización de empleos, pero desde un piso muy bajo. Según datos de 2022, la cantidad de empleados registrados en el fondo nacional de pensiones (es decir, que pagan deducciones de su salario a ese fondo) aumentó en un 35%, el equivalente a 9 millones de personas. La tendencia probablemente obedece no a la formalización de empleos anteriormente informales, sino a que hay una mayor proporción de empleos nuevos que son formales desde el inicio. Esto puede afianzarse a partir de la llegada de inversiones sobre todo del sector tecnológico y de aquellas empresas y ramas que buscan un mayor desacople de China. Por ejemplo, la nueva planta de la taiwanesa Foxconn en Chennai (ex Madrás) ocupará más de 60.000 trabajadores registrados, y una subcontratista india de la misma Foxconn, Dixon Technologies, aumentó su planta de 1.500 a 20.000 trabajadores en cinco años (“Formalising”, TE 9328, 7-1-23). Sectores como la hotelería y el turismo también atraen trabajo registrado, pero sólo cuando se trata de cadenas internacionales, no de empresas locales.

Entre los factores más importantes que hacen la diferencia en el mercado de trabajo se destacan dos: el manejo del inglés y la formación científica básica que permite el acceso a empleos en el sector de tecnologías informáticas. Pero, como apunta Roberts, “esta característica neoliberal del desarrollo india, ahora potenciada por las ‘fintech’, genera sólo un puñado de empleos de alta calificación. Entre otros sectores, la construcción (con el impulso de la obra pública) y servicios como el comercio, el transporte y la hotelería, crean por lo general puestos de trabajo precarios que dejan a los trabajadores a merced de cualquier evento para quedar en serios problemas (“India: Modi and the rise of the billionaire Raj” (19-4-24).

La política neoliberal de Modi en lo económico implica, entre otras cosas, una renuencia a emplear gente en el Estado, aun si hace falta personal. Por ejemplo, a diciembre de 2022 la empresa estatal de ferrocarriles tenía más de 3.000 vacantes sin cubrir, lo que generó protestas de los aspirantes a esos empleos, que se contaban por decenas de miles, lo que “claramente muestra que hay desesperación en los jóvenes por conseguir empleo” (The Wire, 2-5-2023). Allí, miles de jóvenes –muchos de ellos licenciados universitarios– interrumpieron el tráfico ferroviario e incendiaron trenes en una ola de protestas violentas en los estados norteños de Uttar Pradesh y Bihar. Protestaban por su situación de desempleo y por lo que según ellos era un proceso de reclutamiento injusto para trabajar en la compañía ferroviaria estatal. Sólo en esos dos Estados, unas 12,5 millones de personas se habían presentado para cubrir los 35.000 puestos de trabajo ofrecidos por la empresa, muy codiciados por su estabilidad y unos salarios comparativamente dignos (Alf Gunvald Nilsen, “India: Neoliberalismo y nacionalismo hindú”, Rebelión, 22-8-23).

Ante esta realidad, los panegiristas de la India de Modi le recomiendan que profundice el camino de la liberalización también en el mercado de trabajo y elimine las normas que, por ejemplo, obligan a una empresa con más de 100 empleados a pedir autorización estatal antes de efectuar despidos. Lo que no dicen en voz tan alta es que a) cuanto mayor es la empresa –y mejores sus lazos con Modi y el BJP, sean nacidos de la convicción o de la conveniencia–, más fácil es conseguir esa autorización, y b) las ramas más dinámicas de la economía india reciente, en particular el sector tecnológico, se han visto beneficiadas desde el comienzo de sus operaciones por un marco regulatorio laboral mucho más “flexibilizado” y a la medida de las prácticas globales de explotación del trabajo en el sector.

Mención aparte merece el señalamiento de que el peso de la cultura patriarcal es inmenso en el plano laboral: según una encuesta de Pew de 2022, el 80% de lxs indixs considera que en caso de escasez de empleo, los hombres deben tener prioridad sobre las mujeres. Lo que no es de extrañar cuando se constata que, según esa misma encuesta, para dos tercios de lxs indixs las esposas tienen la obligación de obedecer siempre a sus maridos.

Esta matriz cultural es de raíces tan profundas que muchas veces ni la pura necesidad logra conmoverlas: “El marido y el padre de una mujer que se estaba capacitando como conductora de rickshaw [transporte tradicional, antes de tracción a sangre, hoy equivalente a los tuk-tuks motorizados de tres ruedas. MY] dejaron de hablarle cuando se enteraron de que quería manejar como trabajo, a pesar de que realmente necesitaban el dinero” (“Women’s work”, TE 9394, 27-4-24).

Aunque la participación laboral de las mujeres indias aumentó luego de la pandemia, eso “parece derivar menos de la posibilidad de acceder a mejores empleos y más de que muchas mujeres en aprietos económicos se ven forzadas a volver a las duras tareas agrícolas que antes habían dejado”, según Rosa Abraham, economista de la Universidad Azim Premji de Bangalore (ídem).

En 2023, apenas un tercio de las mujeres en edad laboral estaban activas en el mercado de trabajo; el promedio global es del 50%. Sólo los países musulmanes más conservadores del Magreb, Pakistán y Afganistán tienen una tasa más baja.

Por último, pero no en importancia, es relevante señalar el comienzo de experiencias de organización de los trabajadores de reparto por aplicaciones y de la llamada “gig economy”, muy presente en grandes ciudades como Bangalore, Hyderabad. La pandemia despertó un boom del empleo de trabajadores de reparto, que en India presenta, al menos en lo que hace a la franja más importante de ramo, la entrega de comida, un duopolio. En efecto, Zomato, a través de su controlada Blinkit, abarca el 55% del mercado, y Swiggy el otro 45%. El nivel de abuso al que habilita esta situación es escandaloso: el pago básico por entrega fue recortado en julio de 2022 de 50 rupias (60 centavos de dólar) a 25 (30 centavos), y en 2023, de 25 rupias a 15 (18 centavos de dólar). Esto generó en abril de 2023 a la huelga de varios miles de trabajadores, que condujo al cierre de más de 50 “tiendas oscuras” (dark stores), los depósitos donde se preparan la mayoría de los pedidos (“India’s gig workers strike, push for better wages”, asiapacific.ca, 21-4-23).

Se trata de un sector en ascenso: se estima que los ingresos de las empresas del ramo aumenten a una tasa del 20% anual hasta 2027, y la proyección es que los trabajadores de reparto, que llegaban a 6,8 millones ya en 2020 (un 1,3% de la fuerza laboral), lleguen a los 23,5 millones para 2030, o un 4,1% de la fuerza laboral (ídem). Lo cual es de lo más plausible como tendencia, dadas las condiciones estructurales de pobreza, informalidad laboral y falta de desarrollo de industrias que ofrezcan empleos de calidad.

La situación del trabajo rural

Casi dos tercios de la población viven en zonas rurales en unas 650.000 aldeas. Esa población no es permanente del mismo lugar sino que migra en busca de empleo; se calcula que hay unos 450 millones de trabajadores migrantes con sus familias.[3]

La mitad de la fuerza de trabajo india está ocupada en el campo, con una baja productividad histórica. Esto ha venido mejorando en la última década: en ese período, el valor agregado bruto del agro superó al de la industria en un 25%, cuando antes estaban a la par. Las cosechas récord, sobre todo de arroz y trigo, se suceden año tras año; India es el segundo productor mundial de ambos granos, y la guerra en Ucrania le permitió convertirse en un exportador importante.

Así, casi dos tercios de los indios dependen del campo como medio de vida. La política agrícola india siempre tuvo como punto de partida garantizar la accesibilidad a los alimentos, normalmente por la vía de subsidios. La distribución de alimentos gratuitos o casi gratuitos para más de 800 millones de indios representa un costo anual de más de 28.000 millones de dólares.

Si la población rural en India es aún del 66%, contra el 41% en China, se debe en parte precisamente a que la política de subsidios a la irrigación, semillas, combustible y fertilizantes hace que las pequeñas explotaciones rurales, aunque ineficientes, sigan siendo sostenibles. Esto, a su vez, demora la transición a una fuerza de trabajo más urbana y productiva.

Asimismo, entre los problemas más importantes está que los subsidios oficiales a pesticidas y fertilizantes, aunque mejoran la productividad (y las ganancias) de las explotaciones agrícolas, tienen serios efectos sobre la fertilidad natural del suelo, e incluso “algunos países a veces prohíben importaciones de la India debido a sus reservas sobre los residuos químicos” en los granos.

Por lo demás, esas explotaciones agrícolas son en general más pequeñas: desde fines de los 70, la propiedad promedio pasó de 2 hectáreas a sólo una hectárea (“Making hay”, TE 9352, 24-6-23). El paradójico resultado es un mayor daño ambiental –terreno en el que, como vimos, el país tiene pésimos indicadores–: como en propiedades tan minúsculas es casi imposible aumentar la productividad, los productores recurren a la quema sistemática de los rastrojos para acortar el ciclo entre cosecha y siembra, lo que contribuye a la conformación de nubes densas y tóxicas, en especial en el norte.

Más allá de los subsidios, las reformas liberalizadoras de Modi no convencen a los pequeños agricultores (la aplastante mayoría), que temen que el levantamiento de medidas de protección y la mayor competencia subsiguiente se traduzcan en precios más bajos o incluso en su desplazamiento del mercado por parte de actores más grandes (“The actual opposition?”, TE 9386, 2-3-24).

Este dislocamiento de la vida rural lleva a un estado de crisis permanente, ya que al no tener precio mínimo por sus productos no saben si podrán cubrir los costos del cultivo, trabajo, fertilizantes, semillas, pesticidas y electricidad, y se ven obligados a endeudarse constantemente. Según la Oficina Nacional de Estadística, la deuda agrícola por hogar aumentó casi un 58% entre 2013 y 2019. Este panorama de estancamiento económico, endeudamiento y caída de ingresos alimenta dos fenómenos: la protesta de los trabajadores y campesinos… y el suicidio. Según la Oficina Nacional de Registros de Delitos, entre 1995 y 2018, casi 400.000 agricultores se suicidaron en total, y casi 54.000 agricultores y trabajadores agrícolas entre 2018 y 2022, a razón de más de 10.000 por año (Shinzani Jain, “Los agricultores se movilizan contra el gobierno de Modi”, jacobinlat.com, 19-4-24). Y la citada confederación de sindicatos agrícolas, Samyukta Kisan Morcha, estima que en los diez años de gobierno de Modi más de 100.000 agricultores se quitaron la vida, desesperados por condiciones de vida en perpetuo descenso y sin perspectivas (M. Roberts, India: Modi and the rise of the billionaire Raj” (19-4-24).[4]

Felizmente, como señalamos, esa terrible decisión no es la única respuesta posible. En el campo hay no sólo pequeños –y pequeñísimos– propietarios de parcelas,[5] sino trabajadores rurales, que reclaman salarios mínimos más altos y mejoras en sus pensiones. El movimiento actual todavía no ha alcanzado la masividad ni, sobre todo, el nivel de unidad de acción que logró el de 2021 (tan heterogéneo entonces como hoy en su composición y en el tenor de sus demandas). Pero dado que el rumbo de la política agrícola de Modi ya parece trazado en el sentido de dar mayor impulso a las fuerzas del mercado a expensas de la protección social a cientos de millones de agricultores pobres, lo más probable es que India se encamine a nuevos conflictos rurales en el próximo período.

5.3 Algunos hitos recientes de la lucha de clases en India

La historia social y política de la India es de una riqueza inmensa a la que es imposible hacer justicia aquí. Nos limitaremos a intentar dar cuenta de algunos de los puntos más altos de la lucha de clases en el país exclusivamente desde la reelección de Modi en 2019. No es nuestra intención hacer un repaso exhaustivo, sino más bien dar un breve pantallazo que, por lo demás, desmienta la impresión que buscan dar Modi y sus admiradores en los medios occidentales de una India próspera y satisfecha en su “camino al desarrollo”.

Aunque los sindicatos tienen un nivel de afiliación relativamente bajo, dada la estructura abrumadoramente informal y rural del mercado de trabajo indio, eso no significa que no haya huelgas importantes. En enero de 2019 hubo una huelga general de dos días, convocada por el All-India Trade Union Congress, la federación más antigua del país, vinculada al Partido Comunista de India. Adhirieron trabajadores de la industria, del transporte, bancos y estatales, además de trabajadores rurales; la medida fue convocada contra privatizaciones y contra el esquema de Modi de retiro de circulación de billetes de alta denominación. Como observa T. Azad, “aunque son convocadas desde arriba por las burocracias sindicales, estas huelgas pueden potencialmente escapar a su control; además, fueron profundamente políticas” (cit.).[6]

También en enero, pero de 2020, otra huelga general de dos días, esta vez contra los contratos de corto plazo y la privatización de empresas estatales, además de por aumento salarial, tuvo la adhesión en particular de trabajadores de la industria y el transporte, y fue acompañada de actos y manifestaciones.

Entre diciembre de 2019 y marzo de 2020, tuvo lugar “una de las protestas de desobediencia civil más largas y sostenidas de la historia de la India” (Azad), protagonizada por mujeres. La protesta comenzó con una sentada de 15 mujeres en la autopista de Delhi a Noida, en Shaheen Bagh, a la que pronto se sumaron más mujeres de la zona, en rechazo a la ley de enmienda de la ciudadanía. Citamos el vívido relato de Azad: “Había mujeres musulmanas con su hijab y mujeres hindúes (…), amas de casa, maestras, trabajadoras sociales, hijas, estudiantes, madres, abuelas, bebés, adolescentes (…). Como mujeres, entendían las consecuencias que ésta [la ley] podía tener para sus hijos e hijas: sin documentación formal, podían ser declaradas personas no ciudadanas [stateless]. (…) Pronto se sumaron al campamento decenas de miles de personas, en su mayoría mujeres (…). En su pico, la protesta tuvo más de 100.000 participantes durante la Navidad más fría en Delhi en décadas. Como era de esperar, la consigna unificadora subrayaba su pertenencia a la India. Las mujeres musulmanes que habían representado de manera caricaturesca como atrasadas, ignorantes y atadas al paternalismo súbitamente se hallaban a la vanguardia de un movimiento de masas contra el gobierno de Modi.

“El nivel de organización que mostraban los manifestantes era impresionante, mientras que la protesta se extendía y ganaba solidaridad. Campesinas sijs montaron una olla popular; había puestos de salud con médicas, enfermeras y estudiantes de medicina. Todo el campo estaba colmado de carteles que destacaban la unidad entre las distintas comunidades confesionales. Las palabras Inquilab Zindabad [Viva la revolución] estaban en todas partes. También se desplegaron afiches de los procures de la independencia de la India, incluyendo personas de todas las religiones y de distintas regiones del país.[7]

“Visitaban el campo políticos, figuras de la industria del cine y académicos, dejando su discurso de solidaridad. Temiendo que la protesta saliera de control, la policía prohibió las reuniones públicas en zonas enteras de Delhi y otras ciudades, y cortó el servicio de internet [replicando las tácticas represivas en Cachemira. MY]. Para prohibir las reuniones de cuatro o más personas el gobierno invoco leyes de la época colonial. (…) El 5 de enero, una turba de unas 100 personas lanzó un ataque al campo con palos. El asalto duró más de tres horas (…). Los atacantes pinchaban las ruedas de las ambulancias para evitar que llegara la ayuda a las víctimas. (…) Sospechosamente, durante el ataque se cortaron las luces de la calle. El saldo fue de más de 40 estudiantes y maestras heridas. El ataque fue ampliamente atribuido al ala estudiantil del BJP, la ABVP; se conoció que un grupo de Whatsapp llamado ‘Unidad contra la izquierda’ estaba ligado a mensajes de miembros de esa agrupación de ultraderecha (…). El campo de protesta de mujeres Shaheen Bagh fue finalmente desalojado por la fuerza por la policía a las 7 de la mañana del 2 de marzo de 2020” (Toni Azad, “Polarisation, repression and resistance in Modi’s India”, International Socialism 167, julio 2020).

En tanto, como señalamos más arriba, la ofensiva de Modi en el sentido de profundizar las relaciones capitalistas el campo y desregular el mercado agrícola recibió la respuesta de un fuerte movimiento rural que, en 2021, logró asestarle al gobierno de Modi una de las pocas derrotas políticas serias que sufrió desde que asumió. Después de una lucha de casi un año de duración, con decenas de muertos en múltiples choques, en noviembre de 2021 Modi debió revocar tres leyes de “reforma agraria” pro mercado. Los epicentros de las protestas fueron los estados de Punjab y Uttar Pradesh, en el norte del país; el hecho de se trate de bastiones electorales del BJP tuvo su importancia en el retroceso de Modi, que tuvo lugar poco antes de elecciones a nivel regional.

En marzo de 2022 hubo otra huelga general, que esta vez abarcó a unos 200 millones de trabajadores industriales, empleados, agricultores y jornaleros agrícolas de India. Además de la industria, la huelga se sintió en escuelas, bancos, la administración pública, el transporte, la construcción y los puertos; por la cantidad de trabajadorxs involucrados, fue llamada “la huelga más grande de la historia”, aunque el mote es exagerado en términos de su repercusión política efectiva.[8]

Las protestas en las zonas rurales suelen tener el apoyo de estudiantes y jóvenes, y es común que los sindicatos rurales levanten demandas de los trabajadores de las ciudades.

Por ejemplo, en el programa de la coalición sindical agraria Samyukta Kisan Morcha (SKM) se encuentran los reclamos propios del sector agrícola: un precio mínimo de apoyo (sigla inglesa MSP) garantizado para una canasta de cultivos seleccionados, una reducción de los costes de los insumos, la condonación de los préstamos agrícolas y la derogación de la Ley de Electricidad de 2022. El reclamo es que el MSP se calcule según lo que indica la comisión nacional de agricultores (Comisión Swaminathan), que en 2006 recomendó que se pagara como MSP a los agricultores el 50% por encima del coste global.

Estas demandas fueron impulsadas en febrero pasado por una coalición de sindicatos agrícolas de los estados de Punjab, Haryana y Uttar Pradesh, que convocó una marcha a Delhi. Los agricultores se enfrentaron a una dura represión estatal en la frontera entre Punjab y Haryana, que dejó un muerto. La convocatoria fue encabezada por dos grupos, el “SKM no político” –una escisión del SKM– y el Kisan Mazdoor Morcha (KMM). Luego el propio SKM se unió a la protesta.

Pero además, el SKM incorpora reclamos que van más allá de la problemática de los agricultores –que en muchos casos, aunque muy pobres y de bajísimos ingresos, no son trabajadores asalariados– y suman demandas más globales: ayuda financiera mensual para las familias que no pagan impuestos; ampliar el programa de garantía de empleo en las zonas urbanas y rurales; garantizar seguridad social a los trabajadores del sector informal, eliminación de cuatro códigos laborales que dificultan los aumentos de salarios, aumentan las horas de trabajo y facilitan el despido; rechazo a la privatización de empresas públicas y las concesiones a largo plazo de ferrocarriles, sistemas de transmisión de energía e infraestructura de telecomunicaciones, y la exigencia de aumento de la inversión pública en agricultura, educación, salud y otros servicios públicos.

En coincidencia con este movimiento rural, en febrero hubo otra huelga general urbana, con participación de decenas de sindicatos industriales, de servicios, de transporte y de trabajadores estatales. Entre los reclamos más importantes estaba también la derogación de cuatro códigos laborales (o antilaborales, más bien), un salario mínimo de 26.000 rupias (unos 310 dólares), el retiro de la propuesta de privatización de empresas públicas, incluida una acería, el restablecimiento del sistema anterior de pensiones y el fin de los contratos laborales basura (“India: workers’ strike ahead of upcoming general elections”, industriall-union.org, 16-2-24).

También en febrero, causó revulsión por su contenido internacionalista la huelga portuaria en solidaridad con el pueblo palestino y en repudio al genocidio israelí en Gaza. En varios puertos de la India los trabajadores se negaron a mover embarques de armas destinadas a Israel, ante el llamado a la huelga de la Water Transport Workers Federation (Federación de Trabajadores de Transporte Acuático), cuya afiliación nacional es al Centre of Indian Trade Unions (CITU), vinculado al Partido Comunista de la India (Marxista), actualmente al frente del gobierno en el estado sureño de Kerala.

El nivel de complicidad del gobierno del BJP con Israel es tanto más indignante cuanto que rompe completamente con la tradición pro palestina de la India. En 1947, la recién independizada India votó contra la partición de Palestina en la Asamblea General de la ONU, y Mahatma Gandhi condenó por “inhumana” la creación del estado de Israel. En cambio, uno de los máximos líderes del movimiento hinduista en el siglo XX, Vinayak Damodar Savarkar (1883-1966), era abierto admirador del sionismo, furiosamente islamófobo, aliado del colonialismo (llamó a sumarse al reclutamiento para combatir por el Imperio Británico durante la Segunda Guerra Mundial) y enemigo del movimiento de independencia de India liderado por Gandhi; incluso fue uno de los acusados por su asesinato. El supremacismo hindú y el sionismo tienen en común la vocación por la limpieza étnica de musulmanes.[9]

Por lo demás, la huelga portuaria no sólo denuncia el genocidio israelí en Gaza sino que llama la atención sobre la situación de los trabajadores indios “contratados” (indentured) por Israel. Parte de las excelentes relaciones entre Modi e Israel fue el acuerdo de mayo de 2023 para enviar 42.000 trabajadores a Israel, de los cuales el 90% iría a ocuparse en la construcción. Hoy, esos trabajadores le sirven a Israel para reemplazar trabajadores palestinos que o ya no pueden llegar a Israel por la agresión militar o se les revoca el permiso de trabajo, precarizando aún más su situación legal. Su situación de semiesclavitud empeora cuando se considera que la construcción es de lejos el empleo más riesgoso en Israel: más de la mitad de todos los accidentes laborales se concentran en ese sector (“Ananya Wilson-Bhattacharya, “India’s port workers strike is an act of anti-colonial solidarity with Gaza”, newarab.com, 29-2-24”.

Esta combinación repugnante entre genocidio a los palestinos y explotación salvaje a trabajadores indios fue denunciada por el All India Central Council of Trade Unions (AICCTU), que también llamó a los trabajadores a negarse a viajar a trabajar a Israel: “El estado ocupante-colonialista [Israel] está haciendo un acuerdo con el gobierno del BJP para promover una nueva forma de trabajo contratado semiesclavo [indenture and bonded labour]. (…) Podemos ver la exportación de trabajadores indios a Israel como una nueva geopolítica del trabajo contratado [indenture] (…), explotando trabajo precarizado y marginalizado de ambos lados de la frontera” (Clifton D’Rozario, secretario general del AICCTU y dirigente del Partido Comunista de la India (Marxista Leninista) [no confundir con el que gobierna Kerala. MY], en A. Wilson-Bhattacharya, cit.).

Como se observa, hay una desconcertante profusión de Partidos Comunistas en el país, lo que obedece a que los partidos de origen stalinista clásico y maoístas tienen larga tradición en la India, con una base histórica en los movimientos campesinos, y formaron parte real del proceso de organización de los sindicatos más importantes. Irónicamente, la orientación más “izquierdista” de las distintas variantes stalinistas tuvo lugar durante el período de lucha por la independencia. Tras el fin del dominio colonial, la estrategia típica del PCI fue cortejar al Partido del Congreso, lo que tenía su lógica, ya que durante las primeras décadas de su historia independiente la India, bajo el gobierno del Congreso, cultivó lazos bastante estrechos con la URSS en términos económicos, militares y geopolíticos.

Con el derrumbe de la URSS y el inicio de la era “unipolar” de los 90, el Congreso experimentó una fuerte reconversión neoliberal, lo que sin embargo no fue obstáculo para que los partidos y corrientes stalinistas mantuvieran, en general, su estrategia frentepopulista, sólo que ahora justificando cada vez más el giro a la Realpolitik del Congreso. El resultado de esto fue que la izquierda stalinista es ahora parte del juego institucional burgués y parlamentario casi sin contradicciones: gobernó y en algunos casos aún gobierna ciudades, regiones y estados enteros, como el citado caso de Kerala.

Por lo tanto, aunque su peso histórico sigue siendo importante, desde el punto de vista de la puesta de una política y una organización independientes, que combata al gobierno derechista de Modi sin hacerse ilusiones respecto de las demás formaciones políticas tradicionales a nivel local (múltiples) y nacional (esencialmente, sólo el Partido del Congreso), el PCI y otras fuerzas de tradición stalinista representan mucho más un obstáculo que un punto de apoyo, y mucho menos un eventual aliado táctico.

En tanto, el trotskismo, si bien ha tenido presencia en el país casi desde su existencia como corriente –a fines de los años 30 el Mazdoor Trotskyst Party y el Bolshevik Mazdoor Party se declaraban trotskistas–, todavía no ha logrado superar –a diferencia de lo que ocurrido con el Lanka Sama Samaja Party desde los años 40 en Sri Lanka, entonces Ceilán y parte de la India hasta 1948– el estadio de muy pequeñas organizaciones esencialmente de propaganda.

El camino de la construcción de una alternativa socialista independiente, marxista, aunque sin duda será arduo, tiene en cambio como potenciales palancas las profundas reservas combativas, en muchos casos potenciales e inexploradas, pero sin duda alguna existentes y que pugnan por manifestarse, en el seno del país que contiene las masas más populosas y diversas que habitan la superficie del planeta.

5.4 Post scriptum: un primer balance electoral

Este trabajo estaba concluido al momento de desarrollarse las elecciones –seis semanas de votación–, en las que participaron unos dos tercios de las 940 millones de personas habilitadas. Hemos preferido esperar a sus resultados antes de la publicación a fin de dar cuenta de hasta qué punto las tendencias en obra que aquí hemos intentando describir dejaron su impronta en la “democracia más populosa del mundo”.

Y vaya que valió la pena. Contra todo lo anticipado por las encuestas locales[10] y por los grandes medios de comunicación indios, que auguraban un triunfo arrollador de Modi y el BJP –relato que fue comprado sin mayores reservas por la “prensa occidental independiente”–, el saldo de la elección es mucho más contradictorio y deja un enorme signo de interrogación sobre el curso y el destino de las políticas implementadas por el BJP.

Una victoria con sabor a derrota

Modi obtuvo la reelección, es cierto: quedará consagrado como primer ministro de la India por tercer mandato consecutivo, algo que sólo el primer premier de la India independiente, Jawaharlal Nehru, había podido conseguir. Pero allí se terminan las buenas noticias para Modi y el BJP: la palabra que más se repite en los análisis de su performance electoral es “agridulce” (bittersweet). Como resumió el editorial de The Guardian, “pocas veces una victoria electoral se ha parecido más a una derrota. (…) En vez de una coronación, [Modi] lo que obtuvo fue una reprimenda (rebuke)” (“The winner is democracy in India”, 5-6-24).

Sucede que, en parte por ese microclima mediático y partidario donde los respectivos exitismos se alimentaban recíprocamente, el BJP tenía aspiraciones sumamente ambiciosas para esta elección. En 2014 había conseguido mayoría absoluta en la Cámara baja (Lok Sabha), con 282 diputados sobre 543 (diez más de lo necesario),[11] y con sus aliados había alcanzado los 338 diputados. En 2019 los resultados fueron todavía mejores: obtuvo en soledad 303 diputados, y con sus aliados llegó a 353. Todo el BJP descontaba que esta curva ascendente continuaría; el principal slogan de campaña fue “esta vez pasamos los 400” diputados (Ab ki baar, 400 Paar), más de dos tercios del parlamento, algo que sólo sucedió una sola vez en la historia independiente de India (y que hubiera facilitado el camino a las reformas constitucionales que proyectaba Modi). Pero el escrutinio dijo algo muy distinto.

En efecto, si bien el BJP siguió siendo el partido con más diputados, cayó tan fuerte que por primera vez desde 2014 no alcanzó por sí solo mayoría absoluta parlamentaria, lo que lo obligó a depender de los partidos aliados para poder formar gobierno. El descenso en la cantidad de diputados totales de la National Democratic Alliance (Alianza Nacional Democrática,[12] que incluye al BJP y partidos regionales aliados), por otra parte, es responsabilidad casi exclusiva del BJP. Lo contrario sucedió con la alianza opositora INDIA y su principal integrante, el Partido del Congreso: de nuevo contra todos los pronósticos, logró un aumento sustancial de representantes, con la particularidad de que todos sus integrantes crecieron de manera sostenido en número de diputados:

Cantidad de diputados a Lok Sabha (Cámara baja)

Partido/alianza                       2019    2024    Diferencia

BJP                                                        303         240            -63

NDA (BJP y aliados)                         360         293            -67

Congreso                                                52           99         +  47

INDIA   (Congreso y aliados)          119         234         +115

Otros                                                       64           16            -48

Fuente: Election Comission of India

 

La “ola Modi” tan anunciada jamás se materializó; la única “ola” fue de calor, que llegó a comprometer el desarrollo de los comicios en estados del norte. En Bihar hizo más de 40 grados, en Delhi se llegó a tocar los 50 grados; hubo múltiples casos de votantes y autoridades electorales fallecidos por las temperaturas extremas, agravadas por los cortes de suministro de agua, mientras un desesperado BJP y sus medios adictos alentaban a la ciudadanía a salir a votar sin preocuparse por las consecuencias sanitarias.[13]

BJP: una campaña de histeria creciente y contraproducente

El desarrollo de la campaña electoral por parte del BJP comenzó centrado en un triunfalismo autoproclamatorio con el culto a la personalidad de Modi en primer plano. La plataforma o manifiesto electoral del BJP tenía como título una de las consignas ubicuas de la campaña: “Con la garantía de Modi”. El contenido de los discursos en las apariciones públicas de Modi y demás candidatos cantaban loas a las obras de infraestructura, a los subsidios y al ascenso de India como actor relevante en la escena internacional, es decir, los temas de la agenda propia.

Lo que el BJP no percibió jamás fue que esa agenda no incluía a, o incluso estaba divorciada de, las principales preocupaciones de las masas indias, sobre todo en los sectores más empobrecidos. Temas como el desempleo y los ingresos crecientemente insuficientes frente a la inflación jamás eran mencionados, y tanto el BJP como sus candidatos parecían dar por sentado que sus propuestas de reforma constitucional eran bien recibidas o al menos no rechazadas.

Sin embargo, en las dos o tres últimas semanas de la larga votación, desde las filas del BJP empezó a aparecer cierto nerviosismo, impaciencia e inquietud. Algo que se hizo patente con un giro de la campaña hacia redoblar el recurso a la carta islamófoba como pocas veces. La práctica habitual de Modi era dejar correr la histeria antimusulmana sin involucrarse personalmente para salvaguardar su imagen paternalista. Sin embargo, esta vez fue él mismo quien se encargó de lanzar a escena los disparates y fake news típicos del BJP, como que el Partido del Congreso busca quitarle a los indios sus bienes para dárselos a “infiltrados” en la sociedad india que “tienen más hijos”, que alienta el “voto jihad” de los musulmanes[14] y que pretende cerrar el templo hindú recientemente inaugurado en Ayodhya sobre una antigua mezquita. La histeria llegó a punto tal que X e Instagram se vieron obligadas a bajar los videos de Modi por violar las –por lo general no muy estrictas– reglas contra los discursos de odio de esas plataformas (“Modi under pressure”, TE 9397, 18-5-24).

La comisión electoral, por su parte, se tomó cuatro días para hacer una advertencia al BJP como partido, pero sin mencionar que el autor de los comentarios islamófobos había sido el primer ministro… y acompañada de una nota similar al Partido del Congreso, como para lavar todo lo posible el sentido de reprimenda a una sola de las partes.

El resultado es que se multiplicaron las denuncias de acoso policial a musulmanes, sobre todo en estados del norte como Uttar Pradesh, además de otras denuncias de métodos más sutiles para diluir el voto de musulmanes y otras minorías, como el retrazado de los límites de las circunscripciones uninominales (constituencies) en que se divide el mapa electoral, así como maniobras con los padrones como asignar a ciudadanos/as de minorías una circunscripción nueva y mucho más lejana a su domicilio (A. Ali y N. Sarwar, “‘Minority exclusion’: Are Indian Muslims facing voter suppression?”, aljazeera.com, 1-6-24). Las tácticas para desalentar el voto opositor fueron múltiples y trabajaron a pleno durante todo el desarrollo de la votación de seis semanas, de lejos la más extendida del planeta.

Pues bien, todas estas tácticas del BJP le jugaron en contra, y un repaso de los resultados en los estados más importantes muestra hasta qué punto el electorado indio decidió dar la espalda al menos a las aspiraciones más hegemónicas de Modi:

Resultados en los estados más populosos (mínimo 10 diputados)

Estado                        NDA               INDIA            Otros              Total

Uttar Pradesh                       36                             43                        1                               80

Maharashtra                        17                             30                        1                               48

West Bengal                        12                             30                        0                               42

Bihar                                     30                               9                         1                               40

Tamil Nadu                            0                             39                        0                               39

Subtotal                                95                           151                        3                             249

Madhya Pradesh                   29                          0                           0                               29

Karnataka                              19                          9                           0                               28

Gujarat                                    25                          1                           0                               26

Andhra Pradesh                     21                          0                           4                               25

Rajasthan                               14                        11                           0                               25

Odisha                                     20                          1                           0                               21

Subtotal                                128                        22                           4                             154

Kerala                                     1                           19                           0                             20

Telangana                              8                             8                           1                             17

Jharkhand                              9                             5                           0                             14

Assam                                   11                             3                           0                             14

Punjab                                     1                           10                           2                             13

Chhattisgarh                        10                             1                           0                             11

Haryana                                 5                             5                           0                             10

Subtotal                                45                           51                           3                             99

Fuente: Times of India, 5-6-24

 

Como puede observarse, de los cinco estados más importantes, el BJP sólo pudo vencer en uno; cayó en su bastión Uttar Pradesh y en los estados donde se encuentran las mayores ciudades de la India: Maharashtra (capital: Mumbai), West Bengal (capital: Kolkata, ex Calcuta) y Tamil Nadu (capital: Chennai, ex Madrás). El BJP sólo logró sacar una diferencia importante en los estados del centro y oeste, incluido el estado natal de Modi, Gujarat. Al respecto, es ilustrativo constatar las divisiones del mapa político del país (los distritos en color más claro son victorias del BJP; en el sur y, sorprendentemente, en muchos distritos del norte, aparece la buena elección del Congreso y aliados; el resto son partidos locales):

El mapa electoral confirma ciertos patrones históricos de comportamientos políticos regionales a los que hemos aludido más arriba y a la vez presenta las novedades específicas de esta elección: el retroceso del BJP en estados clave por su población e importancia política y la recuperación de una alianza opositora que parecía alicaída. También se verifica algo importante: un retroceso de la fragmentación política y una mayor polarización nacional –al menos, en términos relativos al mosaico indio– entre los dos grandes bloques político-ideológicos.

La humillación del BJP en Uttar Pradesh

Probablemente el episodio más sorprendente de la elección, y el más ignominioso para el BJP, haya sido su totalmente inesperada derrota en el estado de Uttar Pradesh, el más poblado del país con casi 240 millones de habitantes –sería el sexto país más poblado del mundo– y su mayor bastión durante una década. El ministro jefe de Uttar Pradesh, el sacerdote hindú Yogi Adityanath, es una de las figuras principales del BJP a nivel nacional y es considerado uno de los posibles sucesores de Modi a su retiro (ver más abajo). Pues bien, allí tuvieron lugar además varios reveses para el BJP de valor altamente simbólico, como veremos enseguida.

Por empezar, Uttar Pradesh, por el volumen y composición social de su población, siempre había sido la perla electoral del BJP. En 2019 el BJP había arrasado en el estado, llevándose el 78% de los diputados en juego (62 sobre 80). Es impactante el contraste con los apenas 36 diputados de 2024, por detrás de los 43 del bloque INDIA, liderado en ese estado no por el Congreso sino por el partido Samajwadi, cuyo dirigente es Akhilesh Yadav. La campaña de INDIA en Uttar Pradesh fue conjunta entre Yadav y Rahul Gandhi, que, a diferencia del BJP, se enfocaron en dos problemas muy sentidos: la falta de empleo, la inflación y los temores de las “castas inferiores” –en particular los dalits, antes llamados “intocables”, el 21% de la población del estado, y las llamadas “Otras castas postergadas” (Other Backward Castes, en India llamadas simplemente OBC), con el 22%– a perder la protección que les garantiza la Constitución ante las inminentes reformas de Modi.

EL BJP empeoró las cosas con comentarios imprudentes de sus candidatos en el estado referidos a los propuestos cambios constitucionales que en vez de ahuyentaron los temores, los reforzaron. La cuestión de la Constitución pasó a ser uno de los temas centrales en el estado tanto para los musulmanes (18% de la población del estado) como para muchos hindúes de las “castas inferiores” (Hannah Ellis-Petersen y Aakash Hassan, “How voters turned against Narendra Modi in his party’s heartland”, The Guardian, 5-6-24).

También en Uttar Pradesh se encuentra el distrito de Faizabad, donde está el ya citado y polémico templo de Ayodhya. Tan grande es la importancia de Uttar Pradesh y Ayodhya para el BJP que la inauguración del templo en enero fue de hecho el verdadero lanzamiento de la campaña electoral (con la presencia del líder de la semifascista organización hindutva RSS). Modi llamó a la inauguración del templo “el comienzo de una nueva era”, lo que muchos leyeron como un epitafio a la idea de una India secular y pluralista.

El (luego derrotado) candidato del BJP para Faizabad, Lallu Singh, había sido el primero en decir que si el BJP superaba los 400 diputados, el cambio de constitución sería un hecho. Singh había ganado en ese distrito en 2014 y 2019 por amplio margen. Pero la carta de la polarización religiosa, también aquí, le jugó en contra al BJP. Los motivos económicos –empleo, salarios, inflación– y sociales –la protección constitucional a las “castas inferiores”– eran mucho más importantes que el fanatismo religioso; se hizo popular en la campaña la frase “no se puede rezar con el estómago vacío”.

A esto se agregaba el malestar específico referido a la construcción del templo: muchos residentes locales no recibieron compensación por la confiscación de sus tierras para el desarrollo de la zona, mientras que empresarios venidos de afuera se beneficiaban a manos llenas. Fue así que “el BJP no sólo perdió en Ayodhya sino en todos los distritos adyacentes a la ciudad del templo (…). El resultado de Ayodhya es visto no sólo como la derrota del BJP, sino como la derrota de la visión hindutva” (Kumar Abhishek, “What went wrong for BJP in Ayodhya? Decoding the political shocker”, India Today, 6-6-24).

Como si no alcanzara con estas derrotas simbólicas, la titular del Ministerio de la Mujer y Desarrollo Infantil, Smriti Irani, deberá dejar su cargo al caer derrotada en su distrito, también en Uttar Pradesh. Irani, que era conocida como actriz, se había convertido en una heroína del BJP en 2019 al derrotar nada menos que a Rahul Gandhi. Y para concluir con Uttar Pradesh, el mismísimo Modi, aunque lógicamente se impuso en su distrito de Varanasi –otro famoso sitio sagrado para la religión hindú–, redujo drásticamente su margen de victoria de medio millón de votos a apenas 150.000.

La “resurrección” del Partido del Congreso

Parte del relato triunfalista de Modi y los medios adictos se apoyaba en un dato real: el estado calamitoso de la oposición y en particular del Partido del Congreso, al que algunos veían, como señalamos más arriba, casi en crisis existencial y un cuasi vacío de liderazgo. La conformación de la alianza INDIA, además de muy heterogénea (más de 20 partidos), no parecía dar muchas garantías. Algunos de sus integrantes –los más oportunistas en un conglomerado donde los virtuosos no abundan– directamente defeccionaron en dirección al BJP, priorizando sus intereses locales por sobre la construcción de una alternativa nacional a Modi. Al tener un fuerte componente estadual, el equilibrio entre las necesidades nacionales y los acuerdos para ganar a nivel local se veían inestables. Las discusiones por cargos y consignas políticas de campaña parecían muchas veces a punto de hacer naufragar todo el tinglado.

En un sentido, y paradójicamente, quien vino al rescate de INDIA fue el propio BJP, con su campaña exitista, agresiva, autoproclamatoria y alejada de la agenda real de las masas indias. Eso facilitó a la coalición burguesa opositora la tarea de construir una narrativa alternativa, apoyándose en los ejes más simples y accesibles: empleo, inflación, sistema de castas, defensa de las libertades democráticas y el pluralismo secular constitucional fundador de la India.

De este modo, la buena elección del Congreso despejó dudas en dos terrenos: la consolidación de Rahul Gandhi como cabeza dirigente del Partido del Congreso, por un lado, y el rol indiscutido del Congreso como líder de la coalición INDIA, por el otro. No es poca cosa para un partido que, aun con todo el peso de su tradición histórica en el país, venía sumando derrotas y retrocesos desde hace casi 30 años, salvo breves excepciones. Eso no significa, por otra parte, que mantener unida y con rumbo a la coalición opositora vaya a ser tarea sencilla para el ahora revitalizado líder del Congreso (Hannah Ellis-Petersen, “Bit of a moment for Rahul Gandhi: new dawn for India’s opposition, but where to now?”, The Guardian, 5-6-24).

Mientras tanto, el impacto del resultado se manifiesta en el malhumor y estado de negación obstinada del BJP y la excesivamente eufórica reacción de INDIA y el Congreso. Modi y el BJP se aferraron a la victoria y a la posibilidad de formar gobierno por tercera vez, sin hacer la menor referencia a su retroceso numérico, político y simbólico. Contra lo que sugieren todos los análisis, Modi insistió en su discurso en Delhi en que “nuestro tercer mandato será de grandes decisiones y el país escribirá un nuevo capítulo de desarrollo. ¡Garantía de Modi!”, deslizando una aparente intención de continuar con la avanzada de reforma constitucional como si nada hubiera sucedido. Algo que está lejos de parecer tan claro, como veremos enseguida.

El Congreso y sus aliados regionales (sobre todo los de Uttar Pradesh, West Bengal y Tamil Nadu, los más importantes), por su parte, se mostraron tan emborrachados con su inesperado buen resultado que casi parecía que hubieran ganado en vez de perdido a nivel nacional. En particular, el presidente del Congreso, Mallikarjun Kharge, dijo que “el país le ha dicho a Modi ‘no te queremos’”, que Modi ha sufrido “una derrota política y moral” y que “el mandato [del electorado] es decisivamente contra Modi, contra él y contra la sustancia y el estilo de su política”. Y Mamata Banerjee, titular del Trinamool Congress (aliado del Congreso en West Bengal) llegó a exagerar que “Modi ha perdido toda credibilidad y debería renunciar inmediatamente [!]”. Es verdad que luego, con mayor respeto por los hechos, ya que no precisión conceptual, Kharge sostuvo que INDIA “seguirá combatiendo contra el gobierno fascista del BJP” (Hannah Ellis-Petersen, “Modi loses parliamentary majority in Indian election”, The Guardian, 5-6-24).

Más allá de estas efusiones, una cosa es clara: el Congreso supo aprovechar una corriente primero subterránea y luego cada vez más visible de descontento de masas con lo que percibían como un divorcio entre la obsesión religiosa del BJP y los problemas materiales reales que, pese a toda la narrativa nacionalista, siguen sin solución. Que van desde las presiones de la coyuntura económica hasta las cuestiones más estructurales: los tremendos niveles de pobreza y desigualdad, una economía “floreciente” para pocos que no genera empleos suficientes y una infraestructura aún muy deficiente y atrasada. A lo que se agregan los conflictos de orden “institucional” y hasta de proyecto de país que provee la agenda religiosa, nacionalista, reaccionaria y antidemocrática de Modi y el BJP. A la que el resultado electoral bien puede poner en crisis.

El futuro inmediato: Modi, sus (ahora exigentes) aliados, sus eventuales sucesores… y su política

El resultado electoral dejó al BJP en una inédita situación de dependencia respecto de sus aliados para poder formar gobierno. Esos partidos (Telugu Desam, liderado por Chandrababu Naidu, y Janata Dal, cuyo principal referente es Nitish Kumar), a diferencia del BJP, no se caracterizan por su perfil ideológico o por la firmeza de sus principios. Más bien, como muchas otras fuerzas similares en otros países, están más preocupados por la obtención de cargos altos y ubicaciones de poder que les permitan mantener su lugar de palancas necesarias de los partidos nacionales más grandes. Y en todo caso, aunque sean agrupaciones políticas conservadoras, no necesariamente condonan la retórica o las acciones hindutva del BJP y sus dirigentes. Lo cual abre serios interrogantes sobre la capacidad del futuro gobierno de Modi para mantener el consenso sobre su agenda islamófoba y antidemocrática.

Un analista, Subir Sinha, del Soas South Asia Institute, resume que “a partir de ahora, Modi tendrá las manos atadas por sus socios de coalición y le resultará mucho más difícil impulsar sus grandes reformas”. Y para Michael Kugelman, director del Wilson Center’s South Asia Institute, el resultado electoral es “el mayor golpe que ha recibido el BJP en toda la década que lleva en el poder. Modi ya no es la figura política invencible que muchos habían asumido que era” (Hannah Ellis-Petersen, “Narendra Modi loses aura of invincibility as predicted landslide fails to materialise”, The Guardian, 4-6-24).

Por lo pronto, los dos principales aliados del BJP están interesados en hacerse del muy influyente Ministerio del Interior, hoy ocupado por la mano derecha de Modi, Amit Shah, o como mínimo limitar decisivamente el poder de éste, con quien han tenido encontronazos recientes. Además, ninguno de esas dos fuerzas comparte la histeria antimusulmana de Modi; por el contrario, representan una base electoral que les resulta imposible despreciar, y es una incógnita si eso implicará una relativa moderación del fanatismo hinduista del BJP o si será una fuente de futuras tensiones e inestabilidad en la coalición gobernante.

En el fondo, y más allá de las exageraciones del Partido del Congreso, la cuestión es que el veredicto electoral para Modi lo deja con un mandato debilitado en todos los puntos esenciales. No puede hacer avanzar su agenda hinduista sin consensuar con sus aliados; tampoco puede impulsar, o en todo caso imponer, reformas constitucionales profundas. Y un elemento de mucho peso es que su potencial para erosionar libertades democráticas ha quedado profundamente dañado.

En efecto, buena parte de la capacidad de Modi y el BJP para hacer bailar a su compás tanto a la mayoría de los medios como a amplias franjas del empresariado se debía al aura de invencibilidad electoral del partido y su líder. Oponerse a lo que parecía una fuerza en ascenso irresistible, que no hacía más que ampliar márgenes de victoria elección tras elección y reducir a la oposición a un estado lastimoso de fragmentación e impotencia, parecía una quijotada, y el curso de acción más realista y pragmático era seguirles la corriente en público y murmurar los disensos en privado. En cambio, el brusco desinfle del globo electoral y los tremendos cachetazos simbólicos recibidos por el BJP justamente en los temas más caros a su prédica hinduista (el templo de Ayodhya) posiblemente habiliten una apertura de compuertas críticas que antes estaban selladas.

Uno de los debates posibles, que antes del resultado electoral sólo se hacían en la más absoluta discreción en los círculos políticos y empresarios, es la cuestión de la sucesión de Modi, que en 2025 cumple 75 años, la edad habitual –pero no formalmente estipulada– de retiro en el BJP. En la por ahora sorda pero muy real lucha por la sucesión en el seño del BJP, hay consenso en que la lista de candidatos a continuar el legado de Modi, más pronto o más tarde, se reduce por ahora a tres nombres.

Hemos hecho referencia ya a Amrit Shah, el ministro del Interior, de 59 años, el más mencionado por las encuestas. Es el de más larga relación personal con Modi, y maneja áreas sensibles como la policía y los servicios de inteligencia. También es, si no el cerebro, al menos el brazo de las acciones y medidas represivas contra la oposición. Por otro lado, es el de personalidad más deslucida entre los aspirantes a suceder a Modi; es “más temido que amado tanto por el partido como por los dirigentes empresarios” (“Who could replace Narendra Modi?”, TE 9397, 18-5-24).Y además, como señalamos, bien podría ser moneda de cambio obligada en la negociación entre el BJP y sus aliados.

Una figura de más lustre es otro personaje que hemos citado a propósito de su histeria antimusulmana, Yogi Adityanath, ministro jefe de Uttar Pradesh. Es el más conocido de los ministros jefes a nivel nacional, a lo que colabora su relativa juventud (51 años) y su carácter de sacerdote hindú. Fanático en su prédica islamófoba, fundó la Fuerza Joven Hindú en 2002, que se especializaba en ataques físicos contra musulmanes. Aunque hoy ya está casi dispersa, el nivel de virulencia de Adityanath es tal que en 2019 la habitualmente permisiva comisión electoral lo obligó a tres días de silencio de campaña por sus comentarios islamófobos. Sus permanentes iniciativas de infraestructura compensan su escasa llegada al mundo empresario, y su estilo carismático lo hace un rival de cuidado en el caldeado ambiente político indio. El gran obstáculo que tiene por delante es que si hubo un resultado catastrófico para el BJP fue, como vimos, su derrota en Uttar Pradesh, en razón de su peso tanto demográfico-electoral como simbólico y político. Está por verse si a Adityanath el BJP no le termina colgando el cartel de chivo expiatorio. Para colmo, como acabamos de señalar, uno de los mensajes inequívocos del electorado en 2024 fue su rechazo al mismo fanatismo religioso hinduista del que el ministro jefe de Uttar Pradesh es uno de los principales exponentes.

Con un perfil más bajo –que en las actuales circunstancias podría convertirse en una ventaja–, el tercer candidato, Nitin Gadkari (66), ministro de Rutas, también se apoya en el dinamismo económico de la obra pública, que le da fuertes vínculos con parte del empresariado. Y si bien goza de fuerte apoyo de la ultraderechista RSS, es el de menor fervor religioso de los tres.

No es un tema secundario si quien encarne la continuidad del proyecto del BJP será un Modi debilitado y erosionado o algún sucesor con menos desgaste pero también menos carisma y consenso. Más allá de la euforia del Congreso y las caras largas en el BJP, el veredicto electoral no ha sido concluyente en el sentido que no representa una derrota completa del oficialismo, ya que de todos modos logra formar gobierno, ni un espaldarazo total a la oposición, aunque queda mucho más recompuesta y vuelve a ser decididamente competitiva. Pero, de todos modos, el interrogante más importante –y difícil de responder– de cara al próximo período inmediato es bajo qué signo se desarrollará, al menos en sus comienzos, el tercer mandato de Modi.

Aquí se abren al menos dos caminos alternativos. Uno es que el gobierno se encamine a una relativa “normalización” de los parámetros políticos relativamente más democráticos y seculares de la tradición política india, y que el BJP había venido a subvertir con su agenda hindutva y ultranacionalista. Un partido y un líder escarmentados por el evidente reclamo electoral de priorizar las urgencias económicas y sociales, no los obsesiones religiosas y simbólico-culturales, podrían verse obligados a bajar el tono de su prédica y de sus ambiciones. Sin dejar de ser la fuerza conservadora y de derecha que es, el BJP podría decidir un giro más pragmático, también obligado por la necesidad de consensuar con sus socios de coalición gubernamental, y aceptar que la agenda chauvinista hindú ha llegado a su límite.

La otra posibilidad es que, por el contrario, la decisión de Modi y el BJP sea hacer oídos sordos al claro mensaje electoral y continuar –en verdad, y en este contexto, redoblar– la apuesta autoritaria, antidemocrática e hinduista. De hecho, las reacciones más inmediatas al resultado electoral sugerían un estado de ánimo partidario en ese sentido. Pero aún es pronto para saber para qué lado decantará el debate (que ya empezó) en el seno del BJP. Y aquí también será un factor decisivo qué ocurra con el propio Modi.

Prima facie, vemos la paradójica situación de que se acumulan serios obstáculos para cualquiera de los dos escenarios, al menos en su forma “pura”. En el primer caso, es imposible creer que el hasta hace una semana todopoderoso BJP, en razón de un resultado electoral (relativamente) adverso, resuelva aceptar contritamente que sus políticas no son tan populares y las abandone sin más; no lo hacen fuerzas políticas mucho más democráticas que el BJP. Es verdad que la necesidad de formar una coalición parlamentaria para gobernar es una limitación objetiva a su agenda y a su composición de gobierno. Pero diez años de imponer la agenda propia sin oposición no van a desvanecerse sin dejar rastros, termine quien termine liderando el BJP. En el mejor de los casos, intentará un equilibrio potencialmente inestable entre consensuar con sus aliados y mantener el rumbo anterior.

En cuanto al segundo escenario, que probablemente esté mucho más cerca de las intenciones y los instintos del BJP, presenta problemas aun mayores, que derivan de la relación de fuerzas que dejan las elecciones. Estas elecciones no deben considerarse exclusiva ni fundamentalmente en términos de la aritmética parlamentaria: como ya señalamos, quizá la radical novedad de las elecciones nacionales de 2024 haya sido derrumbar el mito de la invencibilidad del BJP y Modi, y ese hecho político ya se ha hecho carne en las masas indias. El BJP fue derrotado en sus más sólidos bastiones y humillado alrededor de sus motivos más caros; es difícil volver a proyectar una imagen hegemónica después de eso. Si lo intenta, puede llegar a encontrarse con una resistencia cualitativamente mayor y más radical a esas iniciativas.

Porque precisamente –y sin que aquí intentemos prever desarrollos más allá de las grandes líneas de falla–, el dato político que es imprescindible subrayar para concluir es que las elecciones demostraron que hay ingentes reservas democráticas y potencialidades de acción en las masas indias. Hay que leer bien el resultado del Partido del Congreso: no hubo ningún súbito romance de las masas con Rahul Gandhi, sino que el Congreso y sus partidos aliados fueron considerados por cientos de millones de personas como la herramienta que tenían a mano para enviar el mensaje que Modi y el BJP, inmersos en su burbuja hinduista, se negaban a escuchar. A saber, que las angustias, las privaciones, las tremendas desigualdades, la falta de oportunidades para mejorar y dignificar la vida cotidiana de una población mayoritariamente muy pobre son infinitamente más importantes que las telarañas religiosas ultraconservadoras.

Así, el camino que pueden y deben a recorrer las masas indias –que están entre las más pobres, oprimidas y sufridas del mundo– para empezar a salir de la penuria y explotación cotidianas es el de retomar sus mejores tradiciones de lucha, de resistencia, de movilización, en las que, como hemos visto, son capacidades de una abnegación y una determinación notables. En el sentido de difundir la necesidad de construir una herramienta política que defienda esta perspectiva en el país más populoso del planeta hemos intentado contribuir, con toda la humildad a que nos obliga tanta distancia geográfica y cultural.


[1] De hecho, tanto la tasa de crecimiento del PBI per cápita como la tasa de retorno de las empresas que cotizan en bolsa son claramente inferiores a las registradas durante la gestión del gobierno anterior de Manmohan Singh, del Partido del Congreso (“The Modi paradox”, TE 9381, 27-1-24).

[2] Ver “China: anatomía de un imperialismo en ascenso”, mayo 2020, y “China hoy: problemas, desafíos y debates”, noviembre 2022, ambos disponibles en izquierdaweb.

[3] Considerando esto y que el empleo urbano es en su mayoría en pequeños establecimientos de menos de 5 trabajadores, otro cálculo estima el trabajo informal en alrededor del 92% de la fuerza de trabajo total, cifra similar a la arriba citada en otra fuente (Bannerjee, S. “Community spaces in India: Constructing solidarity in pandemic times?”, www.opendemocracy.net, 7-4-2020).

[4] La tasa de suicidios de la India es la más alta del mundo. Las razones exceden, sin embargo, la desesperación económica rural o urbana; entran aquí en consideración factores como las presiones de casta, familiares y machistas (la tasa es mucho más alta en las mujeres). Según un estudio de The Lancet, India representaba en 2016 el 36% de todos los suicidios del mundo entre las mujeres y el 25% entre los hombres. Desde entonces, las estimaciones son que las cifras de suicidios al menos dentro de la India han empeorado. El suicidio es la primera causa de muerte (sin distinción de género) en la franja de 15 a 39 años; la cifra absoluta anual puede rondar entre los 150.000 y los 200.000 suicidios.

[5] Desde el primer censo agrícola de 1971, el número de explotaciones agrarias en la India se ha más que duplicado, pasando de 71 millones en 1970-71 a 145 millones en 2015-16. El centro de la explicación pasa por el crecimiento de las explotaciones agrícolas marginales (menos de una hectárea), que pasaron de 36 millones en 1971 a 93 millones en 2011 (Shinzani Jain, cit.).

[6] El BJP ha logrado cierta influencia en sectores de la clase obrera vía su sindicato, Bhartiya Mazdoor Sangh, pero sobre todo a través de alimentar una identidad ya no tanto (sólo) hindutva sino de orgullo nacionalista de (futura) gran potencia, en una operación ideológica no tan distinta de la que lleva a cabo el Partido Comunista Chino.

[7] “Además de las fotos de Gandhi y Jawaharlal Nehru, los afiches incluían al dirigente dalit Bhimrao Ramji Ambedkar; a Subhas Chandra Bose, líder del Ejército Nacional Indio en la Segunda Guerra Mundial; al militante socialista revolucionario y ateo Bhagat Singh, ejecutado por los británicos a los 23 años; a la educadora feminista Rokeya Sakhawat Hossain y a la Rani of Jhansi, la gran heroína de la rebelión de 1857” (Azad, cit.).

[8] Las cifras son estimativas, dado que la enorme extensión y heterogeneidad del país no son compensadas con una estructura acorde de circulación de información centralizada. Medios británicos han sido menos entusiastas en su evaluación; ver “Low turnout for India’s national two-day strike as 50 million join protests”, Amrit Dhillon, The Guardian, 30-3-22.

[9] No se trata, desde ya, sólo de empatía ideológica. La India de Modi es el mayor y más seguro cliente de la industria de armas israelí; sus pedidos representan casi la mitad de las exportaciones de ese complejo. Además, el Grupo Adani, el mayor del país y con estrechísimo lazos con Modi, controla una fábrica de drones en Hyderabad  que ha hecho envíos a Israel que fueron utilizados en Gaza. Una empresa del Grupo Adani controla a la vez el mayor puerto de la India, Mundra (en el estado de Modi, Gujarat), y uno de los más importantes de Israel el de Haifa (Ashok Kumar, “Indian Port Workers Refuse to Load Weapons for Israel’s War”, jacobin.com, 21-2-24).

[10] En un poco usual acto de contrición política y honestidad intelectual, Pradeep Gupta, titular de la encuestadora Axis My India y que había vaticinado una victoria  aplastante de Modi, con una mayoría parlamentaria de dos tercios para el BJP y aliados, no sólo asumió su error sino que aceptó que sus pronósticos se habían basado en una muestra donde los varones de buena posición económica estaban sobrerepresentados. En buena medida por esta razón, reconoció que no había percibido el clima de descontento de los votantes más pobres, especialmente de zonas rurales donde la hegemonía del BJP se daba por indisputada (Hannah Ellis-Petersen, “Narendra Modi wins backing of allies to form Indian government”, The Guardian, 5-6-24).

[11] Cuestión aparte es el ya señalado escandalosamente antidemocrático sistema de circunscripciones uninominales –copiado del británico–, en virtud del cual el BJP, con el 31% del total de votos en 2014, se llevó el 52% de los diputados (recordemos que, también como en el Reino Unido, la elección de primer ministro no es directa, sino que lo elige el partido con más representantes de entre los diputados recién electos). En 2019 el BJP sacó el 38% de los votos pero el 56% de los diputados.

[12] El nombre de la coalición genera confusión: no es nacional (el único partido nacional que la integra es el BJP), y lo de democrática, en fin… lo mejor que se puede decir es que los socios del BJP no son tan brutalmente racistas. De las tres palabras que lo componen, la única que no genera dudas es “alianza”.

[13] No hace falta aclarar que la cuestión del cambio climático y sus peligros (no el menor de ellos, el incremento de la desigualdad) está totalmente ausente de la agenda oficial en general, y ni Modi ni el BJP se dignaron a hacer la menor mención a la masiva tortura cotidiana de la ola de calor; su única preocupación era la elección. Sólo el Alto Tribunal de Delhi hizo referencia al tema con una advertencia ominosa: a este ritmo, Delhi podría llegar a convertirse pronto en un “desierto estéril” (Amitava Kumar, “The hidden story behind India’s remarkable election results: lethal heat” The Guardian, 5-6-24).

[14] El “voto jihad” es, en la delirante y paranoica visión del BJP y demás organizaciones hinduistas de ultraderecha, pariente político del “amor jihad”, el supuesto complot para que los varones musulmanes enamoren y embaracen a mujeres hindúes para tener hijos musulmanes y así disminuir el componente hindú de la población india…

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