
MIJAIL IVÁNOVICH KOSTROV, hombre nada supersticioso, solía presentir en su vida la inminencia de nuevos acontecimientos (…) Así ocurrió con su detención. Primero había sido el tono especial que adoptó el rector al decirle: «Mijail Ivánovich, he decidido suspender momentáneamente sus clases… ¿Va usted por el Directorio, no es así?». Obvio temor a las alusiones al nuevo viraje político. «Pues prepáreme —proseguía el rector— un curso muy breve sobre Grecia…». Salto atrás de unos dos mil años. En este instante Kostrov se dio cuenta de que iba a cometer un error, pero lo cometió con auténtico gozo, por el mero placer de sembrar un poco de miedo en el ánimo de aquel cobarde asustado que solía utilizar un tono de voz muy particular cuando telefoneaba al secretario del Comité. «Una idea excelente —repuso—. Hace tiempo que me propongo realizar una serie de conferencias sobre la lucha de clases en la ciudad-estado de la Antigüedad… Cabe desarrollar toda una nueva teoría de la tiranía». El rector rehuía su mirada inclinando la cabeza sobre sus papeles (…) «Bueno, bueno —dejó escapar su grueso belfo—, no exageremos con las nuevas teorías. Adiós». Fue entonces, al reparar en la tonsura, cuando Mijail Ivánovich sintió la inminencia de nuevos acontecimientos… Salió de allí con una idea bastante clara de lo que estaba ocurriendo:
«Alguien me ha denunciado. ¿Quién?».
Media noche en el siglo, Víctor Serge
Nos disculpamos por la extensión de la cita, pero nos pareció adecuada para introducir al acápite sobre el estalinismo en la antigua RDA, cuyo centro político fue Berlín. En este fragmento de la novela, Serge sintetiza magistralmente el clima de persecución, paranoia y el culto al burocratismo en la URSS, el cual se exportó en todos sus extremos a los países que conformaron el antiguo “Glacis”. Así se denominó a los países del Este europeo que fueron ocupados por el ejército soviético en la segunda posguerra, para después dar paso a la constitución de las “Democracias Populares”, un eufemismo para designar los Estados burocráticos y dictatoriales que se convirtieron en satélites del Kremlin[20].
Aunque transcurrieron más de treinta años desde la desintegración oficial de la RDA (octubre de 1990), en Alemania el “comunismo” -aunque en realidad se trató del estalinismo, pero eso nunca se aclara en el relato oficial- es considerado de forma negativa como una variante de totalitarismo, una categoría en la que también se incluye el nazismo y, por consecuencia, presenta a la democracia liberal capitalista como la mejor forma de organización social.
Una de las principales teóricas del “totalitarismo” fue la filósofa alemana Hanna Arendt, la cual dotó a la categoría de un contenido abiertamente reaccionario. Además de crear la identidad formal entre nazismo y estalinismo (reiteramos, confundiéndolo con el comunismo), para esta autora no se debía mezclar la libertad con la necesidad. Su perspectiva era la de un republicanismo sin contenido social, donde la libertad se definía exclusivamente por los derechos políticos institucionales (voto, libertad de expresión y asociación, etc.), pero se excluían conscientemente las necesidades y reivindicaciones concretas de los explotados y oprimidos. Al ignorar el problema de la propiedad en la configuración de la libertad (quienes poseen y quienes no), excluía a los pobres de la política; un posicionamiento desde el cual criticó a Marx por considerarlo el teórico que sometió la libertad al “dictado de la necesidad”. Como apunta agudamente Traverso, para Arendt la “libertad no significa la emancipación respecto de la opresión económica y social, significa ciudadanos libres que fluctúan libremente en un vacío social”[21].
Bajo este enfoque unilateral, el nazismo y el estalinismo son “hermanados” a partir de semejanzas formales de sus regímenes, a pesar de que fueron fenómenos contrarrevolucionarios muy diferentes por sus bases sociales y los proyectos políticos que impulsaron. Pero la burguesía alemana no se interesa por la precisión histórica; su anhelo es instrumentalizar la brutalidad estalinista en la RDA para enterrar la perspectiva socialista y anticapitalista en las nuevas generaciones.
Uno de nuestros motivos principales para viajar a Berlín fue capturar las secuelas de la experiencia estalinista, es decir, comprender la forma en que se procesó -histórica y políticamente- la vivencia de cinco décadas bajo la RDA. Además de la curiosidad intelectual que eso nos genera, también lo encontramos determinante desde el punto de vista militante, pues hacemos parte de una corriente profundamente sensible ante el fenómeno de burocratización de las revoluciones del siglo XX. En razón de eso, jerarquizamos el balance del estalinismo como un eje de nuestra elaboración teórica, a sabiendas de es una tarea fundamental para el relanzamiento del socialismo revolucionario en el siglo XXI y la construcción de organizaciones militantes con solidez estratégica.
No tardamos mucho en tener contacto con esa faceta de la historia berlinesa, pues a menos de un kilómetro del hostel donde nos alojamos se ubica el “Memorial al Muro de Berlín”. Aunque ya estábamos preparados para toparnos con todos los “lugares comunes” de la propaganda imperialista anti-comunista, no dejó de sorprendernos el relato simplista con que bombardean a los habitantes de la ciudad y los millones de turistas que lo visitan anualmente (es un sitio al aire libre y de entrada gratuita muy concurrido).
Como su nombre indica, es un espacio dedicado a recuperar la memoria de esa obra de infraestructura que, durante veintiocho años (1961-1989) y con una longitud aproximada de 160 kilómetros, fue la representación física de la Guerra Fría y la división del orbe en dos grandes bloques geopolíticos. La burocracia estalinista lo denominó oficialmente como el “Muro de Protección Antifascista”, pero en realidad fue una barrera para impedir el éxodo masivo de la población hacia Alemania Occidental (RFA): se estima que, entre 1949 y 1961, alrededor de 2,7 millones de personas abandonaron la RDA, de las cuales un 50% eran jóvenes menores de 25 años.
Así las cosas, el Muro no tenía nada que ver con la “lucha antifascista”; en realidad, era un “tapón” de hormigón y alambres de púas para impedir la fuga de cientos de miles de personas cada año, lo cual estaba desangrando la economía y poniendo en jaque el futuro inmediato de la RDA. Obviamente, la construcción del Muro dificultó el éxodo migratorio, pero no impidió que más personas intentaran abandonar el país, aunque ahora bajo condiciones muy peligrosas por la militarización extrema de la frontera. De acuerdo a los datos oficiales de Berlín, alrededor de cien mil personas intentaron huir hacia la RFA entre 1961 y 1988, de las cuales 600 fueron asesinadas por los militares o murieron por causas asociadas a su intento de fuga (sólo en el Muro la cifra fue de 140 muertes).
Estos datos son expuestos con lujo de detalle en el memorial, pues constituyen la materia prima de un relato centrado en enaltecer la “superioridad” del Berlín occidental, capitalista y liberal, ante el cual sucumbió su similar del Este. Así, el “curso de la historia” garantizó la victoria del mundo “libre” occidental en contra del totalitarismo del bloque “comunista”; una batalla entre el bien y el mal que pareciera respaldarse con las imágenes del 9 de noviembre de 1989, cuando cientos de miles de personas desbordaron los puestos fronterizos y demolieron a mazazos segmentos del odiado muro.
Esa narrativa maniqueísta también está presente en el “Museo de la Stasi”, ubicado en las antiguas instalaciones del Ministerio de Seguridad del Estado (MfS). La Stasi fue el cuerpo represivo especializado en la inteligencia y persecución política dentro de la antigua RDA, por lo cual concentró un enorme poder[22]. Sus atributos se incrementaron sustancialmente con la construcción del Muro, pues se multiplicaron los controles militares en los puestos fronterizos y requirió la organización de un sofisticado aparato de espionaje para la “prevención” –o, mejor dicho, cacería- de los reiterados intentos de cruzar la frontera ilegalmente.
Al entrar al museo nos “recibió” un cartel con un resumen ejecutivo del contenido de las exposiciones: tras la segunda guerra mundial, la URSS y los comunistas alemanes instauraron otro régimen totalitario en la RDA que funcionaba a partir de la “fuerza, amenazas, recompensas y privilegios”. Ese fue el hilo conductor que encontramos en el resto de letreros informativos, en los cuales se hacían pasar los elementos más autoritarios y represivos de estalinismo por la forma real del comunismo.
De hecho, en las exposiciones prácticamente no hay referencias o imágenes de Stalin (salvo un apunte menor al culto a su personalidad en los años cincuenta); en contraposición, abundan los bustos, retratos y dibujos de Marx y Lenin. Posiblemente, sea por causa de la “desestalinización” que impulsó la burocracia soviética tras el XX Congreso en 1953, durante el cual Kruschev denunció los crímenes de Stalin y, a partir de ese momento, se retiraron muchos de sus monumentos y retratos de los edificios gubernamentales para simbolizar la “ruptura” con el pasado estalinista, aunque en realidad todo siguió prácticamente igual. Un buen ejemplo de “gatopartismo” burocrático: ¡cambiar algo, para que no cambie nada!
Ahora bien, eso no justifica que una institución especializada en la historia de la RDA realice un tratamiento tan superficial del tema y repita todos los lugares comunes del anti-comunismo imperialista. De hecho, mientras recorríamos los salones escuchamos parte de la charla que un guía del museo brindaba a un grupo de turistas y, tras enunciar algunos ejemplos de espionaje y los controles represivos ejercidos por la Stasi, se refirió al comunismo como “un proyecto para controlar la vida de las personas”.
Asimismo, las -pocas- referencias a los levantamientos anti-estalinistas en la RDA son presentados como disputas por la democracia en abstracto, obviando que hubo episodios donde el movimiento de masas luchó para exigir socialismo con democracia, es decir, repudiaron directamente al régimen de la burocracia, pero no apostaban por la restauración capitalista.
Eso aconteció en las jornadas de 1953 en Berlín, cuando estalló un movimiento contra las precarias condiciones salariales de los obreros y el elevado costo de los productos básicos. Lo que inició como una protesta reivindicativa en un punto de la ciudad, rápidamente se transformó en una rebelión general contra el régimen estalinista, impulsando una poderosa huelga de medio millón de obreros y, según algunas estimaciones, un 10% de la población participó en las movilizaciones callejeras. Pero, insistimos, en ningún momento el objetivo de la movilización fue exigir la restauración del capitalismo.
Los manifestantes no perdieron oportunidad para expresar su odio profundo contra la ocupación soviética y la represión de la Stasi, al grado que muchísimos de “los niños de escuela destruyeron sus libros de texto ruso” y, en un pueblo, los “manifestantes sacaron a los oficiales de la Stasi y los encerraron en una perrera con una taza de comida para perro en frente”[23]. Ante la fuerza del movimiento, la RDA y las tropas rusas desataron una feroz represión con un saldo de 267 manifestantes asesinados (los muertos del lado del gobierno fueron de 116 agentes alemanes y 18 soldados rusos), más de dos mil heridos, 46 condenados a muerte y alrededor de 25 mil presos políticos.
Dado que la represión no bastó para aplacar al movimiento obrero y de masas, la burocracia se vio forzada a realizar algunas concesiones económicas, tales como el ajuste de salarios, reducción de precios de productos de consumo básico, modificó ligeramente el plan para fortalecer la industria de bienes de consumo y, a partir del 1 de enero de 1954, la URSS cedió a la RDA la administración directa de varias sociedades mixtas y liquidó los montos pendientes por motivo de las reparaciones de guerra. Esta combinación de represión y concesión permitió que los soviéticos y la cúpula de la RDA mantuvieran el poder.
Las jornadas de 1953 constituyeron el principal desafío para el poder estalinista en la RDA, pero debido a que su objetivo nunca fue restablecer el capitalismo, el Museo de la Stasi no la aborda con la profundidad que merece y, a lo sumo, califica superficialmente al movimiento como una lucha contra el totalitarismo y por la democracia, sin precisar que la rebelión de 1953 en Berlín tuvo un contenido antiburocrático y anticapitalista, marcando un anticipo de lo que sucedería durante la revolución húngara de 1956.
Es un guion diseñado para tirar basura sobre la perspectiva emancipadora del comunismo, aprovechándose de los rasgos autoritarios implementados por el estalinismo en la URSS y los países del Glacis. Para eso se recurre a un método lógico-formal que disocia la forma del contenido, pues se exponen las características “totalitarias” del sistema, pero no se indagan las contradicciones internas del llamado “socialismo real”. Es decir, nunca se cuestiona por qué una sociedad donde formalmente la propiedad era del “pueblo trabajador”, en realidad estaba bajo el control absoluto de una cúpula de burócratas que controlaba el Estado y sus propiedades a su antojo, al grado de disponer caprichosamente de la “fuerza, amenazas, recompensas y privilegios”.
Obviar esa pregunta es muy conveniente para el relato del “totalitarismo”, porque así no se profundiza en la naturaleza anti-obrera de los regímenes burocráticos estalinistas y, en consecuencia, la necesidad que tenían de ejercer un control y represión permanente sobre el conjunto de la población, pues era la única forma de perpetuar una sociedad que, aunque en teoría se declaraba igualitaria, terminó por desarrollar nuevas formas de diferenciación social y apropiación del trabajo social. Una contradicción que retrató de forma estupenda George Orwell en Rebelión en la granja, en la cual los cerdos burocratizados -con Napoleón a la cabeza- desechan los siete mandamientos igualitarios con que empezó la revuelta e instauran un nuevo criterio para regir la granja: “Todos los animales son iguales, pero algunos son más iguales que otros”[24].
Por otra parte, las exposiciones del museo son interesantes para conocer a fondo los mecanismos de espionaje, tortura y control ejercidos sobre la población. Por ejemplo, hay una colección de cámaras miniaturas y micrófonos espías instalados en bolsos, botones y artefactos de la vida cotidiana; además, se detalla el complejo sistema desarrollado para monitorear las cartas y llamadas telefónicas de un amplio sector de la población. Estos métodos de espionaje eran conocidos por la población y generaban un temor constante de estar bajo la vigilancia de la Stasi, ya fuera por medio de sus micrófonos o por la vía de vecinos o compañeros de trabajo que eran informantes. Así, se creaba un estado de “paranoia social permanente”, cuyo principal objetivo era romper las relaciones de solidaridad desde abajo.
Eso fue algo común a todos los regímenes estalinistas. Nos recordó un trecho del libro El fin del «Homo sovieticus» de Svetlana Aleksiévich, donde expone las “discusiones de cocina” como un espacio de socialización y crítica al gobierno en la URSS, aunque sin perder el miedo de ser escuchados por los órganos de seguridad incluso en un espacio tan íntimo:
“Jamás nos abandonaba el miedo de que nos estuvieran escuchando, la virtual certeza de que lo hacían. No había conversación que no quedara interrumpida de repente cuando un interlocutor miraba una lámpara o un enchufe para preguntar con sorna: «¿Me escucha bien, camarada oficial?». La permanente sensación de estar corriendo un riesgo (…) El número de personas que se manifestaban abiertamente contra el Gobierno era insignificante. Los «disidentes de cocina» éramos muchos más y cruzábamos los dedos en los bolsillos para ahuyentar la mala suerte de ser descubiertos”[25].
De vuelta al museo de la Stasi, nos llamó la atención los criterios conservadores y reaccionarios con que formaban a los agentes en la escuela de Potsdam-Eiche, donde se enseñaba sobre el “comportamiento maleducado” por la propaganda cultural occidental, la cual se manifestaba en estilos de música, peinados y vestimentas contrarias a las establecidas como “adecuadas” por la cúpula del partido. Eso, de acuerdo a los especialistas de la Stasi, degeneraba en “actividad política clandestina”, ante lo cual estaba bien perseguir y procesar a quienes adhirieran a alguna “contracultura” de origen occidental. A modo de ejemplo, la exposición muestra el procesamiento de un joven por el “crimen” de vestirse y peinarse al estilo punk.
Lo anterior, nos hizo reflexionar en los copiosos recursos humanos, tecnológicos y económicos que la burocracia de la RDA destinaba anualmente para reprimir y controlar a la clase trabajadora, a la cual consideraba ante todo como un potencial enemigo interno y no como el sujeto social para edificar un mundo libre de explotación y opresión. El Muro, la Stasi y otras porquerías de ese tipo, constituyeron las piezas de una “tecnología del poder” que desarrolló el estalinismo para perpetuarse en el poder y, de esta manera, garantizar sus privilegios a partir del control del aparato estatal. Ese fue el verdadero rostro del “socialismo real” que añoran los estalinistas nostálgicos de la URSS y los países del Glacis, pero que también es un punto de debate con gran parte de las corrientes trotskistas que, hasta el día de hoy, insisten en caracterizar a esos países como “Estados obreros degenerados”, cuando en realidad la clase obrera nunca tuvo el poder ni hubo transición alguna al socialismo (caso contrario fue la URSS en sus inicios, pues surgió de una revolución obrera genuina, aunque posteriormente se burocratizó).
Entonces, ¿qué tipo de Estado fue la RDA? Para entender eso es necesario hacer un breve repaso histórico. La URSS tuvo un papel central en la derrota de los nazis, un hecho que merece ser catalogado como una conquista de la humanidad y, por el cual, la población soviética pagó un elevado costo humano y social. Pero ese hecho progresivo no estuvo exento de contradicciones, porque las tropas del Ejército “Rojo” estalinista se comportaron como una fuerza de ocupación en los países sobre los que avanzaron en su trayecto hacia Berlín. Esto fue motivado por la orientación chauvinista-nacionalista que le imprimió el estalinismo a la lucha contra el nazismo (bautizada como la “Gran Guerra Patria”), con la cual se exaltaron los aspectos más retrógrados de la herencia zarista y su tradición de opresión imperialista sobre otros pueblos. En suma, la URSS no libró la guerra en “clave socialista”, pues hubiese primado un enfoque emancipador, internacionalista y de unidad entre los pueblos oprimidos.
Así, la progresiva derrota del nazismo se combinó con otros elementos reaccionarios por parte de las tropas rusas, producto de una lógica revanchista estimulada por la burocracia del Kremlin, bajo la cual responsabilizaron al conjunto de la población alemana por la barbarie desatada por el nazismo. Una manifestación aborrecible de dicho revanchismo fueron las violaciones masivas contra las mujeres alemanas (que también se dieron en el bando occidental), las cuales se extendieron por varios meses bajo la mirada cómplice de las autoridades militares soviéticas[26].
Pero ese revanchismo por “abajo”, también tuvo su expresión por “arriba”, es decir, como política de Estado. Eso quedó manifiesto con la expoliación de gran parte de las industrias instaladas en Alemania Oriental, las cuales fueron desmontadas y trasladas hasta la URSS por las tropas soviéticas a modo de reparaciones de guerra (una especia de “multa” por desatar la guerra). Dicha medida tuvo un golpe devastador y desmoralizador sobre la clase trabajadora alemana, pues muchas de esas fábricas fueron reconstruidas por iniciativa de los consejos obreros constituidos tras la caída del régimen nazi y, en ese sentido, reflejaban una forma de auto-organización progresiva de las bases obreras para garantizar sus puestos de trabajo.
Lo anterior, constituye una de las características principales de la ocupación soviética en los países de Europa del Este, a saber, desde el inicio se enfocó en suprimir todos los espacios de organización independiente de la clase trabajadora. Por ejemplo, en 1946 el estalinismo fundó la Federación Sindical Alemana Libre (FDGB), con el objetivo de controlar a los trabajadores industriales a través de sindicatos totalmente regimentados por el partido. De esta manera, para finales de 1948 se impusieron los sindicatos burocráticos en la mayoría de las fábricas y se disolvieron los consejos de empresa. Asimismo, la burocracia estalinista hizo todo lo posible por cooptar los comités antifascistas (conocidos como “Antifas”), los cuales surgieron para perseguir y saldar cuentas con los nazis que se ocultaban en el país o mantenían un bajo perfil para no ser identificados. Su orientación fue incorporarlos en los organismos de seguridad dirigidos por el ejército ruso, de forma tal que los militarizó y asfixió su carácter independiente.
Pero, sin lugar a dudas, el acto más criminal y contrarrevolucionario del estalinismo fue la división del proletariado alemán como parte de su disputa geopolítica con el imperialismo estadounidense. El Muro fue la culminación de ese operativo, pero estuvo precedido por un brutal bloqueo de Berlín occidental para expulsar a las potencias occidentales. En vez de impulsar una acción unitaria de la clase obrera alemana, la URSS optó por desplegar su aparato militar y movilizó 300 mil soldados para impedir la circulación de autos, ferrocarriles y embarcaciones por los canales de la ciudad; además, suspendió el suministro de carbón y electricidad. Estas medidas se extendieron desde junio de 1948 hasta mayo del año siguiente; fueron casi once meses de bloqueo, durante los cuales la URSS intentó doblegar a los imperialismos occidentales a partir del hambre y penurias de cientos de miles de personas que habitaban ese sector de la ciudad.
Esta medida fracasó debido al establecimiento de un puente aéreo por parte de los Estados Unidos que, para enero de 1949, transportaba 8 mil toneladas diarias de alimentos, carbón y hasta una central eléctrica por partes. Pero los que nos interesa resaltar es el desprecio de la burocracia estalinista hacia la población alemana, incluyendo a la clase obrera, a la cual trató como responsable por las atrocidades del nazismo y, en consecuencia, no tuvo reparo en someter a millones de personas al hambre con el bloqueo. Un accionar típico de la burocracia, donde un objetivo formalmente progresivo (expulsar los ejércitos de ocupación imperialista) se pretendió realizar de espaldas a la clase obrera y desde el aparato estatal, pues estaba en función de los intereses expoliadores de Moscú y no para potenciar el accionar revolucionario de la clase obrera (que después se podía volver en su contra). El resultado fue la división del proletariado alemán y, de paso, le facilitó al imperialismo estadounidense posicionarse como un ejército “libertador”[27].
A partir de 1948 el estalinismo cambió de orientación y ordenó la expropiación de las burguesías en las “democracias populares”. Fue una medida anticapitalista con rasgos progresivos, pero incompleta porque se realizó desde arriba por medios burocrático-militares.
Recapitulando brevemente: primero, el estalinismo suprimió todos los espacios de organización independiente que intentó desarrollar la clase obrera y los sectores explotados en la RDA tras la caída del régimen nazi; después de lograr eso y, en medio de una creciente pugna con sus antiguos aliados imperialistas, decretó la expropiación de los capitalistas locales y sus propiedades pasaron a ser patrimonio de los nuevos Estados burocráticos, controlados dictatorialmente por los partidos estalinistas donde la clase obrera nunca tuvo voz ni voto. En esta ecuación socio-política el orden de los factores altera el producto, porque no se puede construir el socialismo por decreto desde arriba, mientras los sectores explotados y oprimidos son espectadores pasivos al no contar con organismos democráticos desde los cuales ejercer el poder.
Por este motivo, las nuevas relaciones de propiedad creadas por el estalinismo en la RDA (y en el resto de “democracias populares”) no abrió una transición hacia el socialismo; por el contrario, instauraron un Estado burocrático tremendamente represivo, dentro del cual la burocracia estalinista usufructuó de la propiedad estatal ante la ausencia de un control democrático desde abajo[28].
Esa modelo de sociedad colapsó algunas décadas después y, paradójicamente, la clase obrera que decían “representar”, fue protagonista activa en la destrucción del Muro de Berlín y los regímenes estalinistas. Las rebeliones democráticas de 1989-90 tuvieron una connotación progresiva, pues derribaron un aparato contrarrevolucionario que sofocó al movimiento obrero internacional durante gran parte del siglo XX. Pero, a la vez, se caracterizaron por una inmadurez subjetiva que, combinada con el repudio al “socialismo real”, facilitaron la cooptación de esos procesos por el imperialismo y su reconducción hacia la restauración del capitalismo:
“Esa caída de la burocracia stalinista (o pos-stalinista) fue un triunfo democrático. Pero la falta de una alternativa socialista real, la no valoración de la propiedad estatal como una conquista (¡debido a que no eran los trabajadores mismos los que la administraban y usufructuaban!), la falta de las más elementales libertades democráticas, amén del espejo de la ‘prosperidad’ occidental, hicieron que estos procesos fueran fácilmente reconducidos hacia la vuelta al capitalismo”
(…)
“El 89 significó entonces la cristalización –o el salto en calidad– de una situación histórica: el agotamiento irreversible del stalinismo y los regímenes burocráticos, tanto en sus aspectos económicos como políticos, sociales y culturales. Una oleada de rebeliones populares barrió a los países del Este europeo: ninguno de los regímenes derrocados era reivindicable, ni posible de sostenerse históricamente”[29].
Por otra parte, es innegable que la caída del Muro desató una crisis de alternativa en el corto plazo, principalmente porque se difundió la idea de que el capitalismo y la democracia liberal era el “fin de la historia”, en tanto ya no era viable otra forma de organización social superadora. Pero eso no justifica una reivindicación “nostálgica” de un aparato contrarrevolucionario como el estalinismo; por el contrario, su caída constituyó un elemento progresivo y emancipador desde el punto de vista estratégico, pues abrió el camino para relanzar el socialismo revolucionario en el siglo XXI, una tarea que cobra actualidad en medio del recomienzo histórico de las luchas de los sectores explotados y oprimidos.
Nuestro viaje a Berlín nos reafirmó sobre algo que insistimos desde la corriente SoB, a saber, lo imperioso de contar con un sólido balance de la experiencia del estalinismo en el siglo XX, a partir del cual explicar con rigor histórico y profundidad estratégica que, el mal llamado “socialismo real”, nunca fue una experiencia de poder obrero en transición al socialismo. Por el contrario, se trató de Estados donde se instauraron mecanismo de apropiación del plus-trabajo social por parte de la burocracia gobernante, lo cual dio paso a nuevas formas de desigualdad y opresión que, algunas décadas después, fueron la base material que propiciaron la restauración capitalista, tanto por el hartazgo de las masas ante las carencias materiales y la mentira en torno a dicha sociedades “igualitarias”, pero también porque favorecía a sectores de la burocracia en su conversión a burgueses con títulos de propiedad estables.
[20] Sobre las Democracias populares, recomendamos la lectura de nuestra investigación publicada en el suplemento de Izquierda Web denominado La forja de las revoluciones antiburocráticas, donde se reconstruye históricamente el proceso de ocupación soviética de los países del Glacis, así como los intensos procesos de resistencia durante los años cincuenta en Checoslovaquia, Alemania y Hungría.
[21] Traverso, Revolución. Una historia intelectual (Fondo de Cultura Económica: Buenos Aires, 2022), p. 497-500. No sorprende que Arendt sea rescatada como referencia intelectual en Berlín, pues construyó un esquema teórico anticomunista y antinazista. La calle adjunta al “Monumento memorial a los judíos asesinados en Europa” lleva su nombre, además de que se colocó una placa conmemorando sus aportes teóricos a un costado del memorial. Los rasgos reaccionarios de Arendt son aún más evidentes por su marcado eurocentrismo y el desprecio que demostró ante las rebeliones anticoloniales y antiesclavistas, como desarrollaremos en el próximo acápite.
[22] Sobre la Stasi recomendamos la película alemana “La vida de los otros” (2006), la cual relata la historia de espionaje contra un escritor de la RDA y expone la manera en que la burocracia controlaba el aparato estatal a su antojo, incluso para satisfacer los caprichos personales de sus dirigentes.
[23] Dale, June 17, 1953 (en https://jacobin.com/2016/06/june-17-east-germany-gdr-berlin-uprising-strike).
[24] Un aspecto que nos llamó la atención cuando estudiamos la revolución anti-burocrática de 1956 en Hungría, fue que, en muchas declaraciones y reseñas de la época, encontramos un elemento en común: la denuncia de la mentira como uno de los principales detonadores del malestar con el régimen. Este no es un detalle menor, por el contrario, da cuentas de la claridad con que las masas percibían que el supuesto “Estado obrero” era una farsa, por medio del cual se garantizaba la expoliación del país por parte de las tropas soviéticas y los dirigentes estalinistas locales. Así, la pelea por la verdad se tornaba un aspecto de suma importancia, pues equivalía a rediseñar la sociedad sobre nuevas bases de solidaridad mutua, algo indispensable en la perspectiva de avanzar hacia el socialismo. Sobre eso remitimos a nuestro artículo Hungría 1956: una revolución antiburocrática y de liberación nacional.
[25] Aleksiévich. El fin del «Homo sovieticus» (Barcelona: Acantilado, 2021), p. 25.
[26] Sobre la segunda guerra mundial, remitimos a la lectura del texto Causas y consecuencias del triunfo de la URSS sobre el nazismo de Roberto Sáenz. Con relación a las violaciones masivas por parte de los soldados rusos, sugerimos la película “Anónima: una mujer en Berlín” (2008), inspirada en un diario escrito por una sobreviviente alemana de la guerra, en el cual detalla la táctica que desarrolló para evitar las violaciones por grupos de soldados: hacerse “amante” de un alto militar ruso, con lo cual ganó protección ante la tropa.
[27] A pesar de la debilidad del movimiento obrero tras doce años de dictadura nazista, el ascenso revolucionario de la segunda posguerra revitalizó las fuerzas de la nueva clase obrera, como demostró el crecimiento de la afiliación al KDP (Partido Comunista Alemán) que, según los datos de 1947, contaba con 300 mil militantes en las tres zonas occidentales, mientras que en la zona soviética tenía 600 mil previo a la fundación del Partido Socialista Unificado de Alemania (SED) en 1946. Esto demuestra que era factible impulsar una campaña contra la ocupación imperialista del país, pero la URSS no lo hizo porque esto cuestionaba la expoliación que realizaba en los territorios bajo su control y, además, podía desatar la confianza del proletariado alemán en su propia fuerza y organización.
[28] Para profundizar en el debate teórico con el objetivismo en el análisis del estalinismo sugerimos leer Apuntes críticos sobre el balance del estalinismo, también de nuestra autoría.
[29] Sáenz, A 33 años de la caída del Muro de Berlín (en https://izquierdaweb.com/33-anos-de-la-caida-del-muro-de-berlin/).