Rechazar el proyecto sionista no es antisemitismo

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  • El operativo ideológico de igualar antisionismo y antisemitismo para justificar la opresión del pueblo palestino.

Ale Kur

La semana pasada la cúpula de la DAIA realizó una serie de declaraciones, en el marco de la polémica por la última tanda de ataques israelíes contra la Franja de Gaza. Entre ellas, hace particular ruido la siguiente: “(…) Porque ha aumentado el antisemitismo y el antisionismo, que para nosotros es lo mismo (…)”[1].

En estas páginas ya hemos sentado una clara posición de repudio con respecto a los criminales ataques israelíes sobre Palestina (y sobre los palestinos que habitan en la propia Israel). En esta nota queremos centrarnos particularmente en la afirmación citada, porque implica definiciones de fondo que hacen a cómo se comprende globalmente el conflicto.

Para empezar, aclaremos el concepto de “antisemitismo”. Se trata del conjunto de actitudes y discursos que implican cualquier tipo de discriminación, hostilidad o prejuicio hacia los judíos en tanto tales. La forma histórica más conocida de antisemitismo es la que llevó adelante sistemáticamente el régimen de Hitler en Alemania, y que derivó en la masacre de seis millones de judíos en Europa durante la Segunda Guerra Mundial (1939-1945). Pero el antisemitismo existe desde mucho antes, y durante los siglos XIX y XX produjo también horribles matanzas y persecuciones a lo largo y ancho de Europa y del mundo.

El rechazo al antisemitismo, por lo tanto, se trata de una cuestión de principios para cualquier persona de izquierda, progresista o demócratica en general. El movimiento socialista a lo largo de la historia fue uno de los más consecuentes enemigos del antisemitismo, y fue él mismo victima de aquel, ya que históricamente la derecha asoció a la izquierda al judaísmo (con toda clase de teorías conspirativas) y aprovechó los mismos momentos de “caza de brujas” contra los judíos para hacerlo también contra la izquierda (y viceversa). En la historia argentina, por ejemplo, alcanza con conocer la historia de la ultrarreacionaria “Liga Patriótica” que operó (precisamente con esta lógica) en el contexto de la Semana Trágica de 1919.

Ahora bien, vayamos al concepto de “antisionismo” para ver si existe alguna relación entre ambos. “Antisionismo” no es más ni menos que el rechazo al proyecto sionista. ¿Y qué es el proyecto sionista? es el proyecto, formulado a fines del siglo XIX, de construir un Estado-nación específicamente judío en el territorio de la Palestina Histórica.

El sionismo fue una de las varias respuestas que surgió en la comunidad judía internacional ante el problema de las persecuciones y discriminación hacia los judíos en Europa y el mundo. Más específicamente, era la respuesta de sectores burgueses de la comunidad judía -apoyados a su vez por sectores de las clases dominantes en potencias imperialistas como el Reino Unido- que partía de dos premisas particulares. La primera premisa era la incorporación de la forma de razonar de los nacionalismos (muy en el alza en ese momento histórico, donde tomaban forma y se consolidaban los Estados-nación), ya que planteaba que sólo a través de la construcción de un Estado propio y de la migración masiva hacia él los judíos podían encontrar su liberación de toda opresión.

En este aspecto, el sionismo se contraponía a los proyectos revolucionarios democráticos y socialistas que entendían que la forma de derrotar el antisemitismo en Europa era tirando abajo sus reaccionarios regimenes monárquicos, clericales y capitalistas, que alimentaban estructuralmente el odio hacia los judíos[2]. Dentro de estos proyectos, a su vez, existían diferentes variantes: algunas de ellas también nacionalistas judías[3] (pero que no planteaban la conformación de un estado-nación propio), y otras de tipo asimilacionista. Para estas últimas la liberación judía era parte integral de un proyecto de transformación social que buscaba acabar con toda forma de explotación y de opresión, y que por ello entendía que plantear la cuestión judía en términos nacionales no llevaba ni a la emancipación de los judíos ni de los explotados y oprimidos en general.

Pero si la primera premisa del proyecto sionista es la resolución de la cuestión judía a través de un  Estado-nación propio, la segunda premisa es -como dijimos antes- la de “en el territorio histórico palestino”. Si la primera premisa ya era de por sí problemática, la segunda lo es todavía mucho más. Porque aquí el nacionalismo se realiza a través de una política necesariamente colonialista, imperialista y racista. ¿Qué significa esto? que para construir concretamente ese Estado-Nación era necesario lo siguiente: 1) la migración masiva de los judíos europeos hacia un territorio del cual no eran originarios -y en el que sus antepasados no habían habitado durante por lo menos dos milenios-, 2) la apropiación por diferentes medios de la tierra y los recursos de ese territorio -que ya eran utilizados y poseídos por otro pueblo-, y 3) el establecimiento de una mayoría demográfica judía en ese territorio, lo cual exigía -y sigue exigiendo permanentemente- la expulsión sin derecho a retorno de gran parte de los árabes-palestinos, su población originaria.

El proyecto sionista no podía ni puede realizarse sin un proceso permanente de ingeniería étnica de la población y los recursos: un Estado-nación específicamente judío en el territorio histórico palestino no puede subsistir si no garantiza que siempre haya más judíos que árabes-palestinos, y que los primeros sean los que controlan los principales resortes de la economía. El proyecto sionista lleva en sí la lógica de la limpieza étnica, de la hostilidad permanente hacia los palestinos y los árabes en general, y por lo tanto establece de manera estructural la existencia de un Estado militarista en conflicto permanente.

Además, un proyecto así sólo pudo realizarse gracias al apoyo de las distintas potencias imperialistas: en un principio del Reino Unido, que desde la Primera Guerra Mundial se hizo con el control del territorio palestino (1917-1948) estableciendo allí el Mandato Británico de Palestina. Fue precisamente la dominación británica la que ofreció al sionismo las herramientas necesarias para instalarse en dicho territorio, hacerse con el control de la tierra y derrotar la resistencia generada entre los árabes-palestinos. Desde el punto de vista del Reino Unido, la colonización sionista de Palestina le permitía poseer una población culturalmente europea (y políticamente amigable) para afianzar su presencia imperialista en el territorio. Por lo tanto, ya desde el comienzo el destino del sionismo estaba ligado al del imperialismo. Luego de la formación del Estado de Israel en 1948, Estados Unidos y otras potencias ocuparon el lugar que antes ocupaba el Reino Unido, afianzando esa relación bilateral de conveniencia mutua.

Con estos elementos, puede entenderse perfectamente que rechazar el proyecto sionista no tiene en sí ninguna relación con el antisemitismo. Si bien pueden existir antisionistas que además sean antisemitas, lo segundo no se desprende de ninguna forma de lo primero. El antisionismo histórico de la izquierda se desprende por sobre todas las cosas de la defensa de los derechos históricos del pueblo árabe-palestino sobre su territorio, su tierra y sus recursos, de su derecho a la vida, a su plena existencia cultural y nacional, y de sus derechos humanos en general. El rechazo de la izquierda al sionismo tiene exactamente la misma raíz que su rechazo al antisemitismo: se trata del repudio a toda forma de opresión racista, imperialista y colonialista. La defensa de Palestina y los palestinos tiene exactamente el mismo contenido que la defensa de los judíos contra todo ataque hacia ellos por su condición étnico-nacional-religiosa-cultural.

Pero, si se descarta el proyecto sionista ¿qué otra alternativa se plantea? Una porción considerable del movimiento palestino y de la izquierda planteamos que en el territorio histórico palestino debe existir un estado único, laico y democrático, donde todos sus integrantes (palestinos-árabes y judíos) posean plena ciudadanía y derechos (incluyendo a la totalidad de quienes nacieron allí y de sus descendientes, como los millones de refugiados palestinos) y donde no se imponga ninguna mayoría étnica forzada. Un estado que reconozca en igualdad de condiciones ambos idiomas y ambas culturas, sin identificarse unilateralmente con una de ellas a expensas de la otra. Un estado que además, para garantizar la plena igualdad y derechos de sus habitantes, debe tener en sus manos (bajo control democrático de los trabajadores y sectores populares) los principales resortes de la economía, la tierra y los recursos: es decir, un estado socialista. Un proyecto de este tipo, como puede verse, es todo lo opuesto al antisemitismo, ya que implica la plena defensa de los derechos humanos de los judíos y de los palestinos-árabes.

Las declaraciones de la cúpula de la DAIA que buscan igualar antisionismo y antisemitismo son por lo tanto completamente falsas, y solo buscan embarrar la cancha, lavarle la cara a las atrocidades cometidas por el estado de Israel y demonizar a todos los que las rechazamos.


[1] “Tras el voto en la ONU, el Presidente le aclaró a la DAIA que no se «legitimó nunca» a Hamas”, La Prensa, 31/5/21

[2] Por ejemplo, uno de los regímenes más ferozmente antisemitas de la época era el zarismo ruso: las revoluciones rusas de febrero y octubre de 1917 tiraron abajo ese régimen demostrando que la solución al problema del antisemitismo no pasaba por construir un Estado específicamente judío, sino por transformar las bases de los estados, la sociedad y la economía.

[3] Era especialmente el caso del movimiento Bund en Europa oriental, cuyo estudio excede los marcos de esta nota.

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