Presupuestos generales de una política parlamentaria revolucionaria

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Roberto Sáenz

Una cuestión de importancia es situar los problemas estratégicos. Las condiciones históricas en el marco de las cuales se está sustanciando la lucha de clases en la actualidad se diferencian del que podríamos llamar “período clásico” de la estrategia revolucionaria.

A partir de la Revolución Rusa y las décadas que le sucedieron hasta la finalización de la Segunda Guerra Mundial, se vivió una “era de las extremos” (como la denominó Eric Hobsbawm), donde la regla general fue el desborde de la democracia burguesa por la revolución proletaria y el fascismo. Si el régimen parlamentario había caracterizado, con sus más y menos, los principales países de Europa y EE.UU. en las últimas décadas del siglo XIX y la primera del XX, ésta se desfondó en Europa continental a la salida de la Gran Guerra de 1914-1918, y por más de dos décadas.

Esto cambió con la finalización de la Segunda Guerra Mundial. La revolución social se trasladó a países de la periferia capitalista no caracterizados por la democracia burguesa, dando lugar a una serie de procesos anticapitalistas originales.

En el centro del mundo, los desarrollos revolucionarios fueron derrotados por los grandes imperialismos con el concurso del estalinismo, lo que dio lugar a un crecimiento de la economía capitalista durante tres décadas (“los treinta gloriosos”), así como a la estabilización de regímenes de democracia imperialista. Y en las últimas décadas esta democracia burguesa se hizo valer extendiéndose universalmente en el contexto del apogeo neoliberal; de ahí que los problemas de la política revolucionaria bajo ese régimen sea de total actualidad, y más aún cuando la izquierda obtiene parlamentarios.

Esto es lo que ocurre en la Argentina y otros países en el último período, planteándose en la agenda el problema del abordaje revolucionario de las tareas parlamentarias.

3.1 El imperio mundial de la democracia burguesa

En el contexto de la crisis capitalista abierta hace más de cinco años y del actual ciclo político de rebeliones populares, y a pesar del desprestigio creciente que tienen en muchos casos las instituciones parlamentarias, éstas siguen operando como dique de contención a la radicalización de las masas.

En algunos casos pasa algo significativo. Electoralmente hay un corrimiento a izquierda, pero desde el punto de vista de la lucha de clases directa, y a pesar de las múltiples experiencias de la rebelión popular, pasar a un escalón superior en materia de radicalización no es algo que esté dado. Veamos el ejemplo de Grecia, el país de mayor tradición de lucha en las últimas décadas en Europa, en plena ebullición bajo el martillo de la crisis: “Las direcciones sindicales –las socialdemócratas en particular– tienen una responsabilidad histórica en esta materia. Aceptando los memorándums, intentando salvar los aparatos sindicales (…) contra los derechos de los trabajadores, arrastraron a los sindicatos (…) a una crisis histórica. Esta situación, combinada con el retraso en el desarrollo de organizaciones sociales de lucha alternativas, ha desembocado en una crítica falta de ‘armas defensivas’ para la clase obrera, y en un período crucial. La combinación de todos estos factores crea una situación singular, extraña. Por una parte, la clase obrera parece incapaz de dar una respuesta a la altura de las circunstancias, echar abajo inmediatamente los memorándums y las políticas de austeridad. Por otra parte, los ciudadanos y ciudadanas apoyan con una fuerza sin precedentes a la izquierda política. Apoyan una solución política (‘un gobierno de izquierda’), cuya audiencia es fuerte y popular, a pesar de los ataques de todos los instrumentos de poder contra semejante eventualidad” (“Grecia. Perspectivas de la izquierda de Syriza. Congreso de DEA”, en www.alencontre.org).

Más allá de lo que vaya a resultar de semejante “gobierno de izquierda” encabezado por la organización reformista Syriza, el peso electoral de la izquierda en sentido amplio es de importancia creciente en dicho país y reflejo de algo que está ocurriendo más “universalmente” (ver el caso de Costa Rica o incluso Argentina, aunque en un plano inferior). Al mismo tiempo, no puede dejar de subrayarse la contradicción de que esa proyección política de la izquierda “radical” no esté acompañada de un proceso de radicalización cualitativo de las luchas, ni un peso cualitativo de esa izquierda entre amplios batallones de los trabajadores. Se trata de una de las desigualdades y contradicciones del actual ciclo político, que plantea enormes desafíos en materia de la traslación de ese peso político electoral, relativamente mayor que en otros períodos, a un plano de construcción orgánico de las organizaciones revolucionarias.

De aquí se desprende que los problemas del parlamentarismo revolucionario asumen una nueva dimensión para las corrientes de la izquierda, obligadas en cierto modo a pasar por esta experiencia en la búsqueda de llegar a más amplios sectores. Y es evidente que una de las claves de este emprendimiento es cómo se pasa por esta experiencia: si de manera revolucionaria o adaptándose a las instituciones parlamentarias, como lamentablemente ha ocurrido en la última década con las diversas fuerzas del trotskismo europeo, sobre todo a partir de la experiencias de los “partidos amplios” en esos países.

Salta a la vista la diferencia (o más bien el abismo) con los problemas planteados en las primeras décadas del siglo XX, ya que se está todavía en un momento preparatorio, lejos de la amplitud y la riqueza de los problemas estratégicos planteados en ese período. En cualquier caso, la necesidad de pasar por la experiencia parlamentaria de manera revolucionaria también se planteó bajo la Tercera Internacional en vida de Lenin; de allí la plena vigencia de sus enseñanzas en la materia (ver el Izquierdismo y otros textos). Pero el debate estratégico fue mucho más allá debido a que la Revolución Rusa abrió de manera directa, inminente por así decirlo, la época de crisis, guerras y revoluciones, y sus consecuencias en el plano político: el debilitamiento de la democracia burguesa en Europa continental, de las formaciones burguesas “centristas” y de la socialdemocracia, y puso en el orden del día los problemas de la lucha por el poder, y de la ciencia y el arte de la insurrección.

Esto hoy todavía no es así. Internacionalmente será necesaria una conmoción mucho más profunda, desarrollos catastróficos en la crisis económica mundial, un salto en la lucha de clases internacional, así como conflictos abiertos entre estados para que esto ocurra; escenario que hoy todavía no está. De momento estamos viviendo, más bien, un proceso de rebeliones populares y su reabsorción democrático-burguesa. Allí donde los desarrollos son más radicalizados, donde los enfrentamientos directos entre las fuerzas políticas son más desnudos, como en el mundo árabe, hay un tremendo retraso de los factores subjetivos. El hecho de que los enfrentamientos ni siquiera parezcan sustanciarse entre clases sociales sino entre corrientes religiosas, regiones, bandas armadas y hasta tribus hace que no escapen de la tónica del ciclo político que se vive, que no sean todavía un nexo directo hacia un escalón superior de la lucha de clases.

En este contexto, los problemas de la estrategia revolucionaria vinculados a la acción parlamentaria, la lucha cotidiana por las reivindicaciones obreras, la pelea por la dirección contra la burocracia sindical, la lucha por construirnos como fuertes partidos de vanguardia orgánicos entre capas cada vez más amplias de la clase obrera e, incluso, entre más amplios sectores de masas, es lo que se plantea a la orden del día. Enorme desafío para una corriente que, como el trotskismo, viene de una gran marginalidad histórica en lo que hace a su vínculo con amplios sectores de los explotados y oprimidos, y, específicamente, la carencia de una tradición propia y vínculos políticos sistemáticos en el seno del proletariado.

Sin embargo, sería un grave error oportunista poner cualquier frontera o muro esquemático entre los problemas estratégicos de hoy y los que se plantearán mañana; un “mañana” que dependerá de una suma de circunstancias. Cualquier corriente que aborde sus tareas de manera rutinaria, que pierda de vista que en el actual ciclo político están implícitos giros bruscos en la situación, crisis políticas agudas, momentos de desborde de la democracia burguesa (que carga con una gran desprestigio en todo un conjunto de países), cometería el peor de los errores.

Con sólo observar países como Grecia, donde se detecta un cierto desfondamiento del centro y un crecimiento de los extremos, se tiene un preanuncio de lo que podría ser un escenario de transición hacia una mayor radicalización política. El crecimiento electoral de Alba Dorada (agrupamiento fascista), simultáneamente con el de Syriza y formaciones más a la izquierda como Antarsya, preanuncian un escenario que va más allá de las formaciones tradicionales de la democracia patronal y plantea la eventualidad de enfrentamientos más directos entre las clases.

Esto mismo es lo que plantea que los problemas del parlamentarismo no puedan ser abordados en sí mismos, de manera tacticista, desligados de una perspectiva revolucionaria general. Teorizaciones como las del “reformismo revolucionario” (la llamada “participación parlamentaria en las condiciones dónde no hay situaciones revolucionarias”) son una adaptación oportunista a las circunstancias dadas que plantea la desvinculación entre la acción parlamentaria con las perspectivas más generales de la transformación social. Algo así como que con el “cabildeo parlamentario” se podrían obtener grandes logros para los trabajadores.[11]

Ésta es una perspectiva falsa. Entre el actual ciclo de rebeliones populares y la eventualidad de una lucha de clases más radicalizada no existe ningún compartimiento estanco. De ahí que la recuperación del debate estratégico debe estar situada en las actuales circunstancias de tiempo y lugar, pero de ninguna manera hacer abstracción de las perspectivas históricas más generales. El análisis concreto de la situación concreta no debe ser un expediente para el abandono de la perspectiva de la revolución socialista y el poder obrero, sino para lo contrario: ser un nexo para poner en correlación las tareas del presente con la transformación social, la perspectiva de avanzar en la conciencia y organización independiente de la clase obrera y en la construcción de nuestros partidos como partidos revolucionarios orgánicos en el seno de lo más concentrado de la clase obrera.

3.2 Reivindicaciones parciales y revolución

“[Rosa] estableció el principio estratégico de que la lucha cotidiana del proletariado debía estar orgánicamente conectada con el objetivo final. Cada solución de las tareas cotidianas debía ser tal que llevara al objetivo final, no lo apartarse de él (…). Esto era debido a que cada ganancia táctica o triunfo momentáneo (…) necesariamente se transformaría en una victoria dudosa que podría evitar o como mínimo posponer el logro de la victoria final” (Frölich: 70).

El debate debe comenzar entonces por el principio, por lo más elemental: cómo poner en correlación la lucha por las reivindicaciones inmediatas de los trabajadores con las perspectivas generales. Esta cuestión tiene muchos nombres en la tradición revolucionaria pero, en definitiva, se puede plantear bajo el estandarte del debate sobre reforma o revolución en nuestros días.

En un sentido casi se podría decir que un abordaje “realista” de las cosas en nuestros días diría que hoy no hay ni reformas ni revolución. Ni una cosa ni la otra serían posibles. Pero ésta es una visión unilateral de los desarrollos que absolutiza las conquistas del capitalismo neoliberal de las últimas décadas, las suma a la caída del Muro de Berlín y termina en una conclusión derrotista que pierde de vista el cambio de ciclo que estamos viviendo: un ciclo de rebeliones populares.

Claro, se trata de conquistas que no tienen la magnitud de las conquistas históricas del “período de oro” del capitalismo, ni de los “treinta gloriosos” de la segunda posguerra. Son otras condiciones históricas. Pero, al mismo tiempo, nunca se debe perder de vista que las conquistas son siempre subproducto de las relaciones de fuerzas (tal como afirmaba Trotsky en los debates sobre el Programa de Transición), y que no hay ningún “límite económico” absoluto que pueda hacer que los capitalistas no cedan conquistas, si se ven amenazados por un peligro superior.

Tal es la experiencia del actual ciclo político en Latinoamérica, donde en Venezuela y Bolivia se lograron en su momento algunas mínimas conquistas. Ni que decir tiene que no se trata de logros estructurales ni de una modificación orgánica en el nivel de vida de las masas, lo que plantearía ya una dinámica anticapitalista que no está presente en ninguno de estos casos. Pero sí se han logrado ciertos limitados progresos sociales, y estas parcialidades han replanteado el debate de su relación con las perspectivas más generales de la lucha contra el sistema capitalista. Sobre esto último hemos escrito en la última década. Insistimos acerca del peligro de que las conquistas parciales se obtengan a costa de las perspectivas generales, en vez de ser un puente hacia ellas. Derivas de este tipo se han observado en todas las corrientes que le han capitulado al chavismo, justificando esto de diversas maneras. Entre otras, con el argumento de que la revolución socialista estaría “fuera de la agenda histórica”.

Esta cuestión general tiene una derivación específica vinculada a la acción parlamentaria. Demasiadas veces se dice en el seno de la izquierda revolucionaria que lo que se va a hacer es “aplicar el Programa de Transición”. Esto está muy bien. Efectivamente, el logro de reivindicaciones parciales en el plano general, político, puede prestigiar a la fuerza que sea visualizada como motor detrás de este objetivo. Pero existe el problema de perder de vista algunas de las condiciones básicas de la obtención de reivindicaciones parciales o reformas. La primera es que de ninguna manera se puede creer que esto sea posible por el solo expediente de la acción parlamentaria, o que éste sea el principal objetivo de ella. La tradición de los revolucionarios marca que el principal objetivo de una bancada parlamentaria de la izquierda es llevar a cabo una denuncia sistemática de la cueva de bandidos que es esa institución burguesa. La obtención de reivindicaciones debe ser agitada desde el parlamento sin perder de vista jamás que la forma de lograrlas pasa siempre por desatar una gran movilización extraparlamentaria; es decir, llamando a las masas a confiar solamente en sus propias fuerzas. Tiene que haber algo que obligue (y esto siempre ocurre bajo la amenaza de perder algo mayor) a las fuerzas burguesas a conceder algo. No por nada el hilo revolucionario que une las reformas y la revolución desde el siglo XX es que los logros parciales solamente se pueden obtener como subproducto de una gran lucha revolucionaria, de una lucha extraparlamentaria que sacuda a la sociedad como un todo.

Las fuerzas de izquierda con representación parlamentaria que no se plantearan así los problemas mal servicio le harían a la utilización revolucionaria de la banca y a la clase trabajadora. Despertarían falsas ilusiones que no podrían satisfacer, y que luego desmoralizarían a la propia clase. Quizá no es tan conocido que la fuerza de los “sindicalistas revolucionarios” en la Francia de comienzos del siglo XX y, en cierta forma, de la “antipolítica” de muchos sectores sindicales en ese país hasta nuestros días provino de las falsas expectativas creadas por el Partido Socialista, que llegó a tener ministros socialistas en el gabinete burgués en los primeros años del siglo (millerandismo), experiencia que terminó en un fiasco completo y en la desmoralización política de amplios sectores de la clase obrera.

El parlamentarismo revolucionario parte de tener bien firme este vínculo entre la acción parlamentaria y la extraparlamentaria; de comprender que la representación parlamentaria lograda es una gran conquista, un importantísimo punto de apoyo, pero siempre secundario, subordinado y auxiliar a lo principal: el impulso de la más amplia movilización de la clase obrera y su organización independiente. Y en educar a la clase obrera que debe confiar sólo en sus propias fuerzas y no en cualquier combinación parlamentaria que pudiera resolver los problemas desde arriba.

3.3 La necesidad de pasar por la experiencia parlamentaria

En las actuales condiciones históricas sería un infantilismo abordar de manera sectaria la obligación que tenemos los revolucionarios de pasar por la experiencia parlamentaria. Una organización que no emprendiera este desafío con toda seriedad sería una secta insignificante condenada a no cumplir ningún rol histórico ni madurar como partido revolucionario. La obtención de parlamentarios es una inmensa conquista que hace a nuestro camino por convertirnos en fuertes organizaciones revolucionarias de vanguardia e ir logrando influencia entre las masas. Los logros parlamentarios de la izquierda revolucionaria son muy progresivos, uno de los síntomas más importantes de que está madurando, de que su rol político comienza a llegar a más amplios sectores, que está en curso una progresión que debe ser aprovechada para salir de la marginalidad a la que históricamente hemos estado confinados en el movimiento trotskista.

Lenin también subrayaba la importancia de la participación parlamentaria, que, así como la actuación en los sindicatos mayoritarios, es condición para que los partidos revolucionarios adquieran influencia de masas. Esto no es algo para dejarlo dicho y pasar a otro punto. Lograr parlamentarios y posiciones crecientes en los organismos tradicionales de la clase obrera es un desafío que le lleva todo un período histórico a cualquier partido revolucionario que se precie de tal. Hay que ser conscientes de que solamente pequeños partidos juveniles, grupos de propaganda, organizaciones extremadamente minoritarias, son exclusivamente extraparlamentarias. Obtener representación en los parlamentos es una conquista inmensa, táctica pero muy importante, de los revolucionarios, que los aproxima a un estadio más avanzado en materia de su desarrollo partidario, aunque nunca hay que perder de vista que la “mayoría de edad” partidaria se logra principalmente dirigiendo grandes luchas obreras, grandes luchas de clases.

En cualquier caso, avanzar por la escala madurativa en materia partidaria no puede lograrse sin pasar por la experiencia de embarrarse los pies en las tareas sindicales y parlamentarias cotidianas que atañen a los grandes sectores de masas. Quien no aprenda a llevar adelante una política electoral revolucionaria y una política sindical revolucionaria, no avanzará un centímetro en la construcción de sus partidos.

Pero este gran desafío táctico no podrá ser abordado correctamente, y dará lugar a los más catastróficos desarrollos si no se encara con la seriedad del caso. Para los actuales partidos y las actuales generaciones dirigentes y militantes, el paso exitoso, revolucionario, por el parlamento, no es algo dado; estará sometido a las más graves presiones. Un enfoque facilista de que estamos “cómodos” en la cueva de bandidos que es el Congreso puede ser fatal. Por el contrario, la “incomodidad” debería ser el sentimiento natural si se está haciendo las cosas bien, de manera revolucionaria, lo que no quiere decir un comportamiento infantil, o no aprovechar todas las posibilidades de visibilidad que da la institución parlamentaria.

Ahora bien, contrastado con la experiencia de los bolcheviques, de la ciencia y el arte de la insurrección, podría parecer que el logro de parlamentarios y sus desafíos son una minucia. Esto no es así: ni históricamente ni en nuestra época ha sido tan sencillo este desafío. Muchas veces se ha perdido de vista cuán fácilmente un régimen parlamentario –que, a decir verdad, siquiera era democrático-burgués consecuente o consolidado– como el de la Alemania de comienzos del siglo XX, se tragó a la socialdemocracia y la Segunda Internacional en pocos años. Claro que operaron una serie de condiciones materiales como fundamento de estos desarrollos. Las décadas que fueron desde la derrota de la Comuna de París hasta el comienzo de la Primera Guerra Mundial (1871-1914) fueron de un crecimiento orgánico del capitalismo y de concesiones a las fracciones más privilegiadas de la clase obrera en los países centrales. Sobre esta base económico-social se dio la capitulación de la socialdemocracia clásica.

Pero esto no quiere decir que el plano político del fenómeno carezca de importancia. Todavía hoy la democracia burguesa sigue ejerciendo fascinación sobre las masas y también los dirigentes políticos, incluso los de izquierda.[12] Normalmente las amplias masas ven en la participación electoral y el parlamentarismo (más allá de su circunstancial prestigio o desprestigio) la única forma de existencia de la política (el debate sobre los asuntos generales). Además, esa participación electoral, sobre todo cuando es exitosa, genera inevitablemente intereses propios que pueden marear a los dirigentes y crear ilusiones en la base. Esta lógica propia tiene que ver con las leyes de una campaña electoral que se basa, en definitiva, en la obtención de votos, lo que presiona para una orientación que plantee ese objetivo a como dé lugar. O, desde el punto de vista constructivo, disponer todo el plan organizativo del partido sobre una base territorial de manera tal de llegar a la mayor cantidad de votantes: una monja o un obrero, lo mismo da; todos los votos valen uno y da igual de quién provenga.

Cuando se obtienen parlamentarios, se quiere más. Se tiende a crear la sensación de que cuando más parlamentarios se obtengan, evolutivamente, las cosas irán mejor para el partido. El parlamento funciona como una superestructura que aparece como la expresión total de la política; hace olvidar que las fuerzas reales de las clases sociales, su palancas materiales, están fuera del parlamento y no en él: “La ilusión sostenida por la burguesía en su lucha por el poder (y más aún, por una burguesía en el poder) de que el parlamento es el eje central de la vida social y la fuerza decisiva de la historia mundial no es sólo algo históricamente [explicable] sino además, necesario. Es una noción que naturalmente desemboca en un espléndido ‘cretinismo parlamentario’ que no puede ver más allá [del] parloteo de algunos cientos de parlamentarios en una asamblea legislativa, hacia las gigantescas fuerzas de la historia mundial, fuerzas que están trabajando afuera, in the bosom del desarrollo social, y que no le dan la menor importancia a su creación legal parlamentaria” (Rosa Luxemburgo, cit.).

El parlamento es una “tribuna de cacareo” y, para los revolucionarios, un ámbito para hacer denuncias y conseguir, en todo caso, logros parciales apoyándose en la movilización extraparlamentaria. Como señalara Rosa: “La pelea de discursos es útil como método parlamentario sólo para un partido combativo que está buscando apoyo popular. Dar un discurso en el parlamento, esencialmente, es siempre hablar hacia afuera de la ventana” (“Socialdemocracia y parlamentarismo”, 1904). El grado de “totalización” que logra la “vida parlamentaria” (multiplicada hoy hasta el infinito por los medios de comunicación), es una de las grandes presiones que plantea la obtención obligatoria, por otra parte, de parlamentarios, y parte de lo que explica, sobre determinadas bases materiales, la capitulación de la socialdemocracia alemana histórica en su momento. Andando las décadas, también al trotskismo le costó sostener una política revolucionaria cuando obtuvo parlamentarios. Ahí está la experiencia del viejo MAS, que en todo caso debe servir como advertencia acerca de la necesidad de abordar con toda seriedad la cuestión.

3.4 La educación política de las masas como objetivo principal

Dicho lo anterior, nunca hay que perder de vista que se trata de tareas tácticas; que la obtención de parlamentarios es una tarea auxiliar que se inserta siempre en el contexto estratégico de la acción extraparlamentaria, que es lo principal: el impulso a la acción directa de la clase obrera y la pelea por el poder cuando las condiciones se obtengan a tal efecto.

De ahí que haya que hablar de una política parlamentaria revolucionaria. Y aquí es donde vienen en nuestro auxilio nuevamente las enseñanzas de Rosa Luxemburgo. Casi se podría decir que la lucha contra la adaptación parlamentarista tiene en ella la más grande maestra entre los revolucionarios.

Hagamos un poco de historia. Como ya hemos dicho, la socialdemocracia alemana se manejaba con la “vieja táctica probada” que consistía en ganar representación parlamentaria, ampliar las filas de los sindicatos controlados por el partido, obtener conquistas democráticas y de allí se desprendía la conquista casi insensible del poder.

Desde el punto de vista teórico se justificaba en un desgraciado texto de Engels (mutilado por la dirección del partido, pero de todas maneras impresionista) escrito como prefacio a una nueva edición de La guerra civil en Francia de Marx publicado en 1895, y que fungió como su “testamento político”. En ese texto se santificaba el curso de la socialdemocracia alemana, que no hacía más que crecer y crecer. Engels llegaba a afirmaciones como las siguientes: “Los dos millones de electores que envía [la socialdemocracia alemana. RS] al escrutinio (…) constituyen la masa más numerosa, la más compacta, el ‘grupo de choque’ decisivo del ejército proletario internacional. Esta masa significa, ya ahora, más de un cuarto de los sufragios (…). Su crecimiento se produce de un modo tan espontáneo, constante, irresistible, y, al mismo tiempo, tan tranquilo, como un proceso natural (…). Si seguimos adelante como hasta ahora, de aquí al final del siglo habremos conquistado la mayor parte de las capas medias de la sociedad (…) y creceremos hasta convertirnos en la potencia decisiva del país, ante la que tendrán que inclinarse todas las demás fuerzas, lo quieran o no. Mantener incansablemente este crecimiento hasta que, por sí mismo, se haga más fuerte que el sistema gubernamental en el poder, no desgastar con combates de vanguardia este ‘grupo de choque’, sino conservarlo intacto hasta el día decisivo; ésta es nuestra principal tarea” (F. Engels, introducción de 1895 a La lucha de clases en Francia, citado por Ernest Mandel).

Evidentemente el texto era de una unilateralidad dramática. Contra los deseos de su autor, sirvió de cobertura para el giro oportunista en la socialdemocracia alemana.[13] Si el crecimiento del partido se obraba de manera tan “natural” e “irresistible”, y si cualquier paso a la acción directa sería “desgastar” a la vanguardia en combates “inútiles”, quedaba claro que la estrategia no debía ser nada más que parlamentarismo, lo que terminará denunciando Luxemburgo como la estrategia real de la socialdemocracia.

Tempranamente Rosa se plantó contra este desvío y planteó las condiciones de un abordaje revolucionario de la actividad socialdemócrata: “El hecho que divide a la política socialista de la política burguesa es que los socialistas se oponen a todo el orden existente y deben actuar en el parlamento burgués fundamentalmente en calidad de oposición. La actividad socialista en el parlamento cumple su objetivo más importante, la educación de la clase obrera, a través de la crítica sistemática del partido dominante y de su política. Los socialistas están demasiado distantes del orden burgués como para imponer reformas prácticas y profundas de carácter progresivo. Por lo tanto, la oposición principista al partido dominante se convierte, para todo partido de oposición, y sobre todo para el socialista, en el único método viable para lograr resultados prácticos. Al carecer de la posibilidad de imponer su política mediante una mayoría parlamentaria, los socialistas se ven obligados a una lucha constante para arrancarle concesiones a la burguesía. Pueden lograrlo haciendo una oposición crítica de tres maneras: 1) sus consignas son las más avanzadas, de modo que cuando compiten en las elecciones con los partidos burgueses hacen valer la presión de las masas que votan, 2) denuncian constantemente el gobierno ante el pueblo y agitan la opinión pública, 3) su agitación dentro y fuera del parlamento atrae a masas cada vez más numerosas y así se convierten en una potencia con la cual deben contar el gobierno y el conjunto de la burguesía” (Rosa Luxemburgo, “La crisis socialista en Francia”, en Obras escogidas: 54).

Rosa insistía en criterios para la lucha parlamentaria que creemos de decisiva importancia a modo de “guía” para una acción revolucionaria en su seno, de ahí que la citemos in extenso. Primero, que la organización revolucionaria se ubica siempre como partido de oposición, y de una oposición no a elementos parciales, sino a todo el sistema. Dos, que la tarea principal del vocero parlamentario revolucionario (un tribuno popular, como lo llamara Lenin) tiene como estrella polar, siempre, servir a los objetivos de la educación política de la clase obrera. De ahí que la denuncia de la cueva de bandidos que es el parlamento sea una tarea central del diputado revolucionario. Tercero, que a la hora de la lucha por arrancar concesiones en el parlamento, hay que hacer valer la presión extraparlamentaria de las masas; es decir, el punto de apoyo parlamentario es una herramienta auxiliar para lo fundamental: lograr la movilización extraparlamentaria de los explotados y oprimidos, única forma real de obtener reivindicaciones. Cuarto, que en la “lucha de discursos” que se sustancia en el ámbito parlamentario, los revolucionarios siempre debemos hablar, principalmente, para “afuera de la ventana” del parlamento mismo. Esto es, hablar para los trabajadores, y no para el resto de los “pares” burgueses. Quinto, que hay que evitar despertar toda ilusión en que por la vía parlamentaria se pudieran lograr reformas significativas en las condiciones de vida, o que, desde arriba, graciosamente, los parlamentarios socialistas pudieran lograr resolver los problemas. Hay que educar sistemáticamente a las masas en lo contrario: a que confíen sólo en sus propias fuerzas.[14]

3.5 La labor parlamentaria práctica

Cuando se obtienen parlamentarios, parece ser una regla que rápidamente se pierda de vista que la actividad parlamentaria siempre es auxiliar, un punto de apoyo para lo que es principal: el impulso de la movilización directa de los trabajadores, y el hecho que la actividad central del partido, sus esfuerzos principales, deben estar volcados a esto.

Desde ya que el logro de representación parlamentaria le da una ubicación al partido: una proyección a la escena pública y política que lo saca de la marginalidad. De ahí que sería un crimen infantil no aprovechar al máximo este nuevo punto de apoyo para la construcción del partido. Su actividad parlamentaria tiene leyes específicas; se deben volcar esfuerzos y recursos humanos a tal efecto, y quien no lo hiciera renuncia a los criterios de un partido revolucionario serio y maduro.

Pero aquí nos referimos a otra cosa: si la política de los revolucionarios debe ser subordinar las luchas y actividades que ocurren fuera del parlamento a la “agenda parlamentaria”, o, si, por el contrario, esta agenda de los parlamentarios de la izquierda debe subordinarse a los movimientos y luchas que ocurren fuera del Congreso. Se trata de uno de los problemas estratégicos del abordaje de las tareas parlamentarias de la mayor importancia. Desde otro ángulo, Rosa no decía nada distinto: “El peligro que se cierne sobre el sufragio universal será aliviado en el grado en que las clases dominantes tomen nota de que el poder real de la socialdemocracia de ninguna manera descansa en la influencia de sus diputados en el Reichstag [el parlamento alemán. RS], sino que descansa afuera, en la población como tal: ‘en las calles’, y que si la necesidad emerge la socialdemocracia será capaz y estará dispuesta a movilizar a la gente directamente por la protección de sus propios derechos políticos”. (“Socialdemocracia y parlamentarismo”).

La verdadera fuerza de la izquierda revolucionaria está fuera del parlamento, “en las calles”. Esta enseñanza de Rosa, lejos de ser una verdad de Perogrullo, adquiere gran importancia educativa a la hora de que la izquierda no se maree, no pierda los puntos de referencia fundamentales, no confunda el avance en su influencia política general con influencia orgánica. Y, más bien, sepa utilizar revolucionariamente su ubicación parlamentaria precisamente para eso: para transformarse en una verdadera potencia fuera del Congreso, en el seno de lo más granado de la clase obrera.

Pero nos falta abordar todavía otro ángulo de la cuestión: llevar una agenda de reivindicaciones al parlamento mismo. La representación parlamentaria hace las veces de un amplificador de la política del partido revolucionario; le permite llegar a más amplios sectores, en la medida en que las mismas masas ven a la política bajo la forma deformada de la política parlamentaria y que, además, la burguesía trabaja para que la política sea vista bajo esta forma: de manera institucionalizada.

Esto es un hecho del cual se debe partir, guste o no. La renuncia a las condiciones reales de la lucha, incluso a las condiciones parlamentarias de la lucha revolucionaria misma, es un infantilismo que no resiste el menor análisis y un tiro en el pie de la organización revolucionaria que se niegue a llevar adelante una actividad electoral (y parlamentaria) sistemática.

Aquí entra el problema de la utilización de la banca parlamentaria para impulsar una “acción legislativa positiva”. Rosa Luxemburgo visualizaba las elecciones parlamentarias como una oportunidad para un fuerte desarrollo de la propaganda socialista y para afirmar la influencia socialista entre las masas. Pero ella no insistía meramente en la agitación: la tarea de los socialistas en el parlamento también consistía en tomar parte de la labor legislativa positiva, donde fuera posible, con resultados prácticos. Una tarea que ella consideraba se volvería cada vez más difícil –no más fácil, paradójicamente– con el fortalecimiento del partido en el parlamento.[15] Pero no predicaba ningún sectarismo: donde pudieran obtenerse resultados positivos con esta labor, debían llevarse adelante sin sectarismo alguno.


 

[11].- En la Argentina se tiene una experiencia a este respecto en lo que hace al movimiento de mujeres y la lucha por el derecho al aborto. Durante años la dirección del movimiento de mujeres en el país aplicó la orientación de que no debía movilizarse masivamente por este derecho para no malquistarse con el gobierno “progresista”; que el camino era el lobby parlamentario en los pasillos del edificio del Congreso. El resultado: el derecho al aborto aún no se conquistó.

[12].- El diputado del FIT y dirigente del PO de la Argentina Néstor Pitrola declaró a los medios que se encontraba “muy cómodo en el parlamento” y que se había “preparado toda la vida” para ejercer el cargo de diputado…

[13].- Engels protestó porque le publicaron el texto mutilado de sus partes más revolucionarias; sin embargo, cedió finalmente a los argumentos de la dirección del partido de que saliera a la luz como ellos habían dispuesto, con la justificación de evitar que el partido fuera ilegalizado nuevamente.

[14].- Es sintomático cómo en la Argentina el FIT educó en sus campañas electorales en lo contrario: en que serían ellos los que resolverían los problemas bajo el slogan de “nosotros, la izquierda” como antídoto a todos los problemas, de manera desligada de una lucha de clases en regla.

[15].- Esto explica, por ejemplo, casos como el del PO en la Legislatura de la Salta capital (provincia de la Argentina), donde a pesar de constituir la primera minoría parlamentaria, los legisladores burgueses se mancomunaron para impedir que asumiera la titularidad del cuerpo.

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