¿Por qué Zapata no tomó el poder?

101 de la caída de Emiliano Zapata

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Por Victor Artavia

La revolución mexicana abrió una crisis entre la burguesía, lo cual se combinó con un increíble estallido revolucionario desde abajo.

En este marco, la revolución campesina experimentó un rápido avance por todo el territorio nacional: en el norte con Pancho Villa, dirigente de la División del Norte que literalmente destrozó al ejército burgués mexicano; en el sur con el Ejército Libertador del Sur comandado por Emiliano Zapata, que representó la corriente más radical del proceso revolucionario.

Pero su ascenso fue seguido de un lento y progresivo retroceso en todos los planos, que terminó con la derrota de la revolución campesina. El punto determinante de esa derrota fue la renuncia de Villa y Zapata por tomar directamente el poder en 1914, aunque los ejércitos campesinos controlaban el país y la capital mexicana. A continuación analizamos el proceso de la Convención de Aguascalientes y los errores estratégicos que tomaron las direcciones campesinas.

 

La Convención de Aguascalientes y la unión entre Villa-Zapata

Entre 1914 y 1915 se produjeron los más importantes avances de los ejércitos de Villa y Zapata, con lo cual se hizo evidente que la revolución mexicana pasó de ser un conflicto inter-burgués a constituirse en una lucha de clases directa entre los de arriba contra los de abajo.

Como hemos visto, este antagonismo burguesía/campesinado estuvo latente desde el inicio mismo de la revolución en 1910 y tomó un mayor perfil con el lanzamiento del Plan de Ayala en 1911. Pero lo verdaderamente significativo de esta fase sería que se produciría una ruptura total entre la burguesía y el campesinado, es decir, sería de carácter nacional (Villa + Zapata).

Esto se plasmó durante la Convención política convocada por el nuevo gobierno de Venustiano Carranza, la cual reunión a todas las fuerzas revolucionarias para buscar una solución al conflicto. Esta convocatoria obedeció en gran medida a la presión de otra figura burguesa del constitucionalismo, Álvaro Obregón, quien progresivamente se empezaba a asumir como un árbitro político entre Pancho Villa y Carranza.

La Convención se llevó a cabo en la ciudad de Aguascalientes entre octubre y noviembre de 1914. La expectativa inicial de Obregón por erigirse como un bonaparte entre las clases sociales enfrentadas resultó imposible de consumarse en pleno alzamiento revolucionario, particularmente después de la entrada de la delegación zapatista a la Convención el 27 de octubre, situación que terminó por decantar la balanza a favor de las facciones campesinas: “La delegación del sur cambió la asamblea. Es la única tendencia que se presenta con un programa, por más limitado que éste sea, que tiene una relación con la realidad de las demandas campesinas (…) La llegada de los zapatistas provoca en el plano político de la Convención el acontecimiento que Carranza, pero Obregón sobre todo, sólo concebían y se preocupaban por evitar en el plano militar: la conjunción entre zapatismo y villismo.” (Gilly, 1971: 132). 

La unificación de zapatistas y villistas determinó el rumbo de la Convención, al grado de que los dirigentes campesinos lograron ganarse el apoyo del ala izquierda del constitucionalismo. El 28 de octubre la Convención aprobó los principales puntos del Plan de Ayala, en los cuales se abordaba directamente el problema de la tierra. Posteriormente, el 1° de noviembre, acordó destituir a Carranza como presidente y nombró en su lugar a Eulalio Gutiérrez, una figura proveniente de la pequeñoburguesía.

El resultado de esta convergencia de las dos poderosas tendencias campesinas representó un tremendo golpe a la burguesía mexicana que, para ser claros, a esas alturas de la revolución estaba en su peor momento político y bélico. Villa había destrozado totalmente al ejército burgués en la batalla de Zacatecas, y Zapata representaba el ala intransigente y políticamente más clara de la revolución. La explosividad de esta combinación causó un justificado temor entre la burguesía mexicana que, como nunca antes en la historia, vio en peligro su existencia como clase social.

Ante esto, Carranza y Obregón abandonaron la ciudad por separado y se refugiaron en el puerto de Veracruz, el último reducto que le quedaba al constitucionalismo. La huida de ambos era el mejor reflejo del estado de ánimo de la burguesía en su conjunto.

El 24 de noviembre las fuerzas zapatistas ingresaron al Distrito Federal; los villistas lo hicieron el 3 de diciembre. Pero sería hasta el 6 de diciembre cuando los ejércitos campesinos desfilaron de manera conjunta en la capital y se produjeron los dos sucesos más simbólicos de la revolución.

El primero fue el propio desfile de las tropas campesinas. La fotografía que retrata la descubierta del desfile militar es clara al respecto del carácter de clase de la revolución: “Los ocho generales que abren la marcha eran hace cinco años un campesino, un maestro rural, un estudiante, un cuatrero, un caballerazo, un bandolero, un campesino y un maquinista de tren. Nadie podrá explicarse la Revolución Mexicana si no se explica esta foto. Esa foto y sus ausencias, sobre todo la gran ausencia de una clase media ilustrada y radicalizada. ¿Dónde están los periodistas, los médicos, los profesores? A diferencia de otros procesos revolucionarios contemporáneos, campesinos y obreros no necesitaron aquí de intermediario ni de traductores.” (Taibo II, 2006: 451)

El segundo acontecimiento fue cuando los caudillos campesinos se reunieron en el Palacio Nacional. A nuestro criterio este episodio sintetiza la profundidad que alcanzó la revolución campesina de 1910. Según Gilly representó “un corte a machete en la revolución, más importante que todas las leyes, votaciones y discusiones de todas las convenciones y congresos de esa época. Después de cuatro años de batallas en todo el país, fue la culminación que consolidó la seguridad histórica de las masas desarrollada en esa basta lucha…” (Gilly, 1971: 174).

Pero igualmente significativa -o mayor aún- resultó ser la incapacidad de los caudillos campesinos para constituir directamente un gobierno revolucionario que se encargara de hacer efectivas las medidas votadas por la Convención y ligar su lucha con las de la clase obrera mexicana. Por el contrario, Villa y Zapata le rehuyeron al poder, decidieron retornar a sus lugares de origen y tuvieron como política central ejercer presión política-militar sobre el gobierno de Eulalio Gutiérrez.

De esta forma se generó un vacío de poder, debido a que la burguesía fue expulsada del control del estado pero el campesinado no asumió su control. Esto marcaría el inició de la debacle de los ejércitos campesinos, aunque para estos momentos todavía no se apreciara claramente.

 

Del vacío de poder al rearme político de la burguesía

Desde noviembre de 1910 hasta la realización de la Convención de Aguascalientes a finales de 1914, la revolución se caracterizó por ser una tensa alianza entre la burguesía “revolucionaria” –primero con Madero y luego con el ala Carranza-Obregón- con sectores del campesinado. Esto implicó que durante este período las contradicciones políticas del campesinado mexicano no tuviesen un peso decisivo para frenar el avance de la revolución, pues de cierta forma tomaron prestado de la burguesía su perspectiva de lucha nacional que se materializaba en la pelea por derribar al “mal gobierno”.

Esto cambió radicalmente cuando se produjo la ruptura entre Villa-Zapata con Carranza-Obregón. Al asumir directamente la conducción de la insurrección, las limitaciones políticas de los líderes campesinos pasaron a un primer plano y se convirtieron en el principal obstáculo para llevar la revolución hasta sus últimas consecuencias. Y, sin lugar a dudas, el error político capital de los líderes campesinos consistió en no tomar el poder y acabar de una vez por todas con el poder de la burguesía.

Frente a esto surge la inevitable pregunta de ¿por qué Villa y Zapata no fueron capaces de tomar el poder, si controlaban el principal organismo político del país, tenían tomada la capital y comandaban las mayores fuerzas militares de la revolución? La respuesta a esta interrogante no se explica en función de una falta de temple revolucionario o por la inexperiencia política de ambos, sino que fue un reflejo directo de la naturaleza social del campesinado que éstos representaban.

Las condiciones materiales de existencia hacen del campesinado una clase carente –en términos relativos- de toda iniciativa histórica en el capitalismo. Esto lo explicaron Marx y Engels en el Manifiesto Comunista, donde señalaron que su peculiar condición de pequeño propietario y víctima del gran capital al mismo tiempo, lo convertía en uno de los sectores más conservadores en la sociedad capitalista: “Las capas medias –el pequeño industrial, el pequeño comerciante, el artesano, el campesino-, todas ellas luchan contra la burguesía para salvar de la ruina su existencia como tales capas medias. No son, pues, revolucionarias, sino conservadoras. Más todavía, son reaccionarias, ya que pretenden volver atrás la rueda de la Historia. Son revolucionarias únicamente cuando tienen ante sí la perspectiva de su tránsito inminente al proletariado, defendiendo así no sus intereses presentes sino sus intereses futuros, por cuanto abandonan sus propios puntos de vista para adoptar los del proletariado.” (Marx y Engels, s.d.: 87-88)

Es decir, la aspiración primordial del campesinado es preservar su pequeña propiedad agraria, pero para hacerlo tiene que enfrentarse con la clase social que encarna los intereses históricos del sistema capitalista, la burguesía. Esto se transforma en un verdadero “nudo gordiano” que el campesinado no puede resolver por sí mismo, puesto que su posición social intermedia –ni burgués ni proletario- le imposibilita levantar un proyecto político hegemónico para una nueva sociedad con el que se identifiquen el resto de sectores explotados y oprimidos.

Esta contradicción material del campesinado opera directamente sobre su conciencia política, la cual se fragmenta y por ello es incapaz de ver, entender o interesarse por tomar el poder central. Por el contrario, su accionar político se circunscribe a la inmediatez: luchar por su tierra contra el terrateniente, no asumiendo a éste como parte de una clase social sino en su calidad de “malvado patrón”.

Una conclusión similar fue la que apuntó Trotsky en La revolución permanente, donde citando a un opositor suyo de nombre Yakovlev[1] demuestra como se manifestó esta carencia de iniciativa histórica del campesinado durante la revolución rusa: “La insurrección campesina, tomada en sí –insurrección espontánea, limitada por el objetivo consistente en destruir al terrateniente vecino-, no podía triunfar, no podía destruir el poder estatal, adverso a los campesinos, que apoyaba al terrateniente. Por esto, el movimiento agrario sólo podía ganar en el caso de que lo acaudillara la clase correspondiente de la ciudad (…) el destino de la revolución agraria se resolvió, en fin de cuentas, no en decenas de miles de aldeas, sino en unos centenares de ciudades. Sólo la clase obrera, asestando un golpe decidido a la burguesía en los centros del país, podía dar el triunfo a la revolución campesina.” (Trotsky, 2000b: 484)

Esto explica la errada decisión de Villa y Zapata de no tomar directamente el poder en diciembre de 1914; el ser social del campesinado mexicano les impidió consumar las medidas necesarias para resolver sus demandas históricas. Para los líderes campesinos el control del Distrito Federal no representaba absolutamente nada, puesto que al no concebir su lucha en función de la toma del poder, el control del principal centro político del país era más una carga que una ventaja.

Muy diferente fue la percepción de Obregón y Carranza, quienes como representantes de un ala burguesa asumieron cada batalla desde una perspectiva nacional, por lo cual fueron capaces de jerarquizar políticamente cada uno de sus movimientos militares en función de una estrategia de poder. Esto se manifestó en su decisión de retomar el control de la capital en cuanto fuese posible –lo cual ocurrió en febrero de 1915-, desde donde comenzaron a reconstruir el nuevo Estado de la burguesía y relanzaron su ataque contra la revolución campesina.

 

La derrota de los ejércitos campesinos y el nacimiento del bonapartismo sui géneris

Durante la Convención de Aguascalientes en 1914 Obregón no pudo erigirse como un árbitro entre las clases porque el país entero estaba sumido en una creciente marejada revolucionaria que cerraba todo margen para las maniobras en las alturas. Pero esto cambió radicalmente tras la reconquista de la capital por parte del ejército constitucionalista, puesto que aunque todavía no estaban derrotados los ejércitos campesinos la dinámica política comenzaba apuntar en esa dirección; se comenzaba a perfilar la consolidación del nuevo gobierno –el de Carranza apoyado por Obregón- y por ello los representantes de las diferentes clases sociales lo empezaron a ver como un ente oficial con el cual resultaba válido negociar.

A sabiendas de este cambio en la coyuntura política, el gobierno constitucionalista desplegó toda una serie de medidas de corte asistencialista encaminadas a ganarse el apoyo de la clase obrera mexicana. Un primer indicio de esto fue cuando Obregón implementó un programa de entrega de alimentos, ropas y dinero en los llamados “puestos de auxilio” en la capital mexicana, el cual financió por medio de impuestos a los capitalistas, comerciantes y el clero.

Pero más importante aún fue la política del gobierno constitucionalista de intervenir directamente en los conflictos obrero-patronales para impedir que se profundizaran las movilizaciones. Esto quedó en evidencia cuando en febrero de 1915 el gobierno favoreció las demandas de los trabajadores de la Compañía Telefónica y Telegráfica Mexicana, quienes reclamaban a la patronal el reconocimiento del Sindicato Mexicano de Electricistas (SEM). Ante la intransigencia de la empresa, el gobierno constitucionalista decretó la incautación de los bienes e intereses de la compañía y los puso bajo la administración de la burocracia sindical.

A raíz de esta intervención gubernamental en favor del SEM, pocos días después se firmaría el pacto entre el gobierno y la Casa del Obrero Mundial, por medio del cual los sindicatos agrupados en este centro obrero declararon su apoyo al gobierno constitucionalista contra los ejércitos campesinos.

Esto marcó un punto de inflexión en la revolución campesina, puesto que cerró toda posibilidad de que su lucha se enlazara con las reivindicaciones proletarias. Por medio del pacto con la Casa del Obrero Mundial la burguesía logró que la clase obrera “entrara” en la revolución bajo su control político directo y enfrentándola con los ejércitos campesinos[2].

Este sería el inicio del nuevo régimen político del estado burgués mexicano, el cual se caracterizaría por la entrega de limitadas concesiones materiales al movimiento obrero, para así ganar su respaldo político y cooptarlo directamente al estado, suprimiendo todo espacio para la acción independiente de la clase obrera: “El pacto es el acta de nacimiento de los “charros” sindicales (…) Sanciona el sometimiento de los sindicatos obreros al programa y la burguesía nacional, a cambio, por un lado, de concesiones de organización –dentro del marco capitalista- y de ciertas conquistas inmediatas y por el otro, del reconocimiento de los propios burócratas sindicales como parte del sostén político del régimen y, en consecuencia, como parte de sus beneficiarios.” (Gilly, 1971: 183)

Este tipo de régimen fue caracterizado tiempo más tarde por Trotsky como un bonapartismo sui géneris. Así lo explica en su artículo La industria nacionalizada y la administración obrera, publicado en mayo de 1939: “El gobierno oscila entre el capital extranjero y el capital nacional, entre la relativamente débil burguesía nacional y el relativamente poderoso proletariado. Esto le da al gobierno un carácter bonapartista sui generis, por encima de las clases (…) puede gobernar o bien convirtiéndose en instrumento del capital extranjero y sometiendo al proletariado con las cadenas de una dictadura policial, o maniobrando con el proletariado, llegando incluso a hacerle concesiones, ganando de este modo la posibilidad de disponer de cierta libertad en relación a los capitalistas extranjeros.” (Trotsky, 2000: 163).

El análisis de Trotsky coincide con las características de la burguesía constitucionalista, la cual es preciso recordar que se enfrentó con el régimen de Porfirio Díaz porque favorecía al capital extranjero. Para llevar a cabo esta pelea contra el dictador y sectores de la industria imperialista, la débil burguesía “revolucionaria” tuvo que apoyarse inicialmente en el campesinado para derribar a Díaz, pero con la radicalización de la revolución y el desarrollo de los ejércitos campesinos, buscó en la clase obrera un nuevo aliado con el cual frenar la revolución campesina en primera instancia, y luego funcionó como un respaldo político en su pugna con el capital imperialista.

A partir del ascenso de esta nueva facción de la burguesía y su labor de reconstituir el poder de su estado, sería cuestión de meses para que se produjera un progresivo e imparable desplome de los ejércitos campesinos. El primer objetivo fue la División del Norte, a sabiendas de que era la única fuerza militar que representaba un peligro real para la continuidad del gobierno carrancista.

Las derrotas de Villa ante Obregón se sucedieron una tras otra, y fueron un traslado al plano militar de la indecisión política de Villa como dirigente campesino. Entre el 6 de abril y el 10 de junio de 1915 se desarrollaron cuatro grandes batallas, dos en la ciudad de Celaya, otra en Trinidad y la última en Aguascalientes. Todas las perdió Villa y significaron la destrucción de la División del Norte. Así, el llamado “Centauro del Norte” pasó a convertirse en un jefe guerrillero, cuya figura siguió siendo un referente para todo el campesinado mexicano pero sin perspectiva alguna de volver a convertirse en el líder revolucionario de años atrás.

Habiéndose desecho del ejército de Villa, el gobierno de Carranza volvió la mirada hacia el sur del país, donde el zapatismo seguía dando muestras de su radicalidad política, aún en momentos en que la revolución comenzaba a retroceder en el plano nacional. La mejor expresión de esto fue la Comuna de Morelos -que por su profundidad y complejidad abordaremos específicamente en otra nota-.

Tras varios años de una fuerte resistencia por parte de los zapatistas, que incluso obligó a las tropas del gobierno a retirarse provisionalmente del estado de Morelos, el aislamiento político y militar terminaron por convertirse en los peores enemigos del zapatismo. La consumación de la derrota del Ejército Libertador del Sur se produjo con el asesinato de Emiliano Zapata el 10 de abril de 1919.

Finalmente, el 28  de julio de 1920 Pancho Villa firmaría su rendición ante el gobierno federal. Esto sellaría el final de la revolución campesina.


BIBLIOGRAFIA

  • Alba, Oscar. La Revolución Mexicana de 1910. Socialismo o Barbarie, periódico, 13/12/07.
  • Azuela, Mariano. Los de Abajo. Ediciones Cátedra. Madrid, España: 1985.
  • Burn, Kathryn. “Desestabilizando la raza”, páginas 35-54 en Formaciones de indianidad: articulaciones raciales, mestizaje y nación en América Latina. Editorial Envion, 2008.
  • Fernández, Octavio. “Qué ha sido y adónde va la revolución mexicana” en Escritos Latinoamericanos. CEIP. Buenos Aires, Argentina: 2000.
  • Gilly, Adolfo. La revolución interrumpida. México D.F. Ediciones el caballito: 1971.
  • “La guerra de clases en la revolución mexicana (Revolución Permanente y auto-organización de las masas)” en Interpretaciones de la revolución mexicana. Editorial Nueva Imagen. México D.F.:1980.
  • Juárez, Martín. “Apuntes para una interpretación de la Revolución Mexicana” en Estrategia Internacional 24. Publicación de la Fracción Buenos Aires, Argentina: 2007.
  • Lynch, John. Las revoluciones hispanoamericanas 1808-1826. Editorial Ariel. Barcelona, España: 1997.
  • Marx, Carlos, y Engels, Federico. Manifiesto del partido comunista. Editado por Centro Internacional del Trotskismo Ortodoxo. Sin data. Bogotá, Colombia.
  • Ramírez, Roberto. “Cuba frente a una encrucijada” en Socialismo o Barbarie 22. Publicación de la Corriente Internacional Socialismo o Barbarie. Buenos Aires, Argentina: 2008.
  • Sáenz, Roberto. “China 1949: revolución campesina anticapitalista” en Socialismo o Barbarie 19. Publicación de la Corriente Internacional Socialismo o Barbarie. Buenos Aires, Argentina: 2005.
  • Taibo II, Paco Ignacio. Pancho Villa. Una biografía narrativa. Editorial Planeta mexicana. México D.F.: 2006.
  • Trotsky, León (a). “La industria nacionalizada y la administración obrera” en Escritos Latinoamericanos. CEIP. Buenos Aires, Argentina: 2000.
  • ____________ (b). “La revolución permanente” en La teoría de la revolución permanente. Compilación. Buenos Aires, Argentina: 2000.
  • Wolf, Eric R. Las luchas campesinas del siglo XX. Siglo veintiuno editores. México D.F.: 1972.

[1] A. Yakovlev fue un epígono estalinista. Trotsky lo cita para demostrar como a pesar de combatir al “trotskismo”, cuando los epígonos realizaban un trabajo serio sobre la revolución rusa terminaban por darle la razón a los planteamientos de la revolución permanente. Esto fue lo que ocurrió con Yakovlev, quien realizó un trabajo serio sobre la historia de la revolución de octubre.

[2] Fruto de este acuerdo, los obreros se incorporaron a la guerra contra la División del Norte por medio de los Batallones Rojos, que dispusieron alrededor de 7 mil obreros armados.

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