Las revoluciones de posguerra y el movimiento trotskista

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  • Para construir organizaciones revolucionarias en el siglo XXI, hay que sacar lecciones del siglo XX.

Roberto Saenz

Publicado por primera vez en Socialismo o Barbarie (revista) Nº 17/18, noviembre 2004


 

Trotsky tomó relevo en el momento más oscuro del siglo XX. De ahí su mérito histórico imperecedero y su aporte a la tradición del marxismo revolucionario y militante. No tenemos posibilidad aquí de desarrollar una valoración del proceso anterior a la fundación de la IV Internacional o de sistematizar los debates en torno a ella. Pero queremos dejar sentada con toda claridad nuestra posición acerca de la incuestionable legitimidad histórica de la fundación de la IV [1] y del valor de haber dejado organizado al marxismo revolucionario en el peor momento de la historia de la lucha de clases obrera desde su constitución en movimiento obrero en el siglo XIX.

El propio Trotsky se mostró consciente de su obra cuando valoró la fundación de la IV como la tarea específica que nadie –en ese momento histórico determinado– hubiera podido hacer por él.

Desde este punto de vista, es relevante dejar anotados aquí los fundamentos teóricos de la cerrada oposición de Isaac Deutscher (conocido biógrafo de Trotsky) a la fundación de la IV, en función de una concepción objetivista y capituladora que veía a la burocracia estalinista como “progresiva” y “realizadora del legado de Octubre”, tal como la resume Alex Callinicos: “(…) Deutscher está completamente fascinado –se puede decir obsesionado– por analogías entre la revolución burguesa (la francesa en particular) y la revolución bolchevique (…) Deutscher postulaba una ley general histórica [o más bien suprahistórica. RS] según la cual las revoluciones se movían de una fase de movilización popular en la cual los revolucionarios gozaban de apoyo popular a otra en la cual son llevados por los acontecimientos a establecer una dictadura minoritaria que preserve las conquistas de la revolución al precio de la represión (…) de la extrema izquierda (…). El surgimiento de Stalin, como el de Cromwell y Napoleón antes de él, era históricamente inevitable. Más aún, representaba no la traición de la revolución, sino su continuación (…) La cuestión subyacente en el modo de presentación de Deutscher es que la clase trabajadora rusa y la clase trabajadora internacional no estaban maduras más que para un rol pasivo frente a los acontecimientos, y que Stalin tenía que llevar adelante la ‘revolución desde arriba‘ en la propia Rusia (1929-1932) para ‘exportar la revolución‘ desde 1940 en adelante (…) Este abordaje elitista –la asunción, aun no explícita, de que el socialismo puede ser impuesto desde arriba sobre una población que no lo desea o sobre un pueblo [2] ignorante– tiene una larga tradición en el movimiento obrero”.

El desarrollo de la Segunda Guerra Mundial significó un tremendo desafío para el naciente movimiento trotskista. Trotsky fue asesinado en agosto de 1940 y el movimiento debió vérselas sin su mejor y más experimentado dirigente. De hecho, aún hoy hay discusiones dentro del trotskismo acerca de la posición frente a la guerra mundial, que en verdad combina varios tipos de conflagraciones en su seno: a) la guerra interimperialista entre los países del Eje y los aliados; b) una guerra de conquista y recolonización por parte de la Alemania nazi contra la URSS; c) una guerra de liberación nacional en el seno de los países ocupados por el ejército alemán; d) finalmente, una serie de batallas contra el imperialismo en los países coloniales o semicoloniales de Asia y África. Esto hizo a una tremenda complejidad respecto de la ubicación de la IV ante la guerra, cuya especificidad no podemos abordar aquí. [3] Sólo cabe señalar que todo este periodo histórico se caracteriza por el entretejido de guerras y revoluciones, en el que el criterio de clase del análisis y de la ubicación política de los revolucionarios adquirió dificultades a veces inéditas.

En todo caso, podemos decir que es casi un lugar común señalar que el desarrollo de los acontecimientos luego de la Segunda Guerra no siguió las previsiones que inicialmente había hecho León Trotsky antes de su asesinato. El fracaso de los levantamientos revolucionarios que se dieron inmediatamente después de finalizar la guerra en Europa Occidental y Japón (en buena medida ahogados por los PCs), sumado al fortalecimiento y relegitimación del aparato estalinista luego de la derrota del nazismo y el boom económico que vivió el capitalismo entre los 50 y los 70 y la afirmación de la hegemonía imperialista mundial en manos de los Estados Unidos, trasladaron el centro del proceso revolucionario a los países del llamado Tercer Mundo, con menos peso de trabajadores que los centrales. El imperialismo se asegura el centro del sistema, y la burocracia acepta la “administración” de buena parte de la periferia. [4]

En este contexto, la IV, lejos de hacerse de masas, vivió de crisis en crisis bajo la presión que le introdujo la aspiración de dejar la marginalidad política y la distorsión tremenda de las banderas del auténtico socialismo que significaban los supuestos “Estados obreros” en un tercio del mundo. De hecho, el trotskismo, en el periodo de posguerra, estuvo recorrido decisivamente por la actitud a tomar frente a los procesos de la lucha de clases que dieron lugar a las revoluciones de China, Yugoslavia, Cuba y Vietnam, así como al proceso de descolonización en Asia y África y el significado del avance del Ejército Rojo en los países del llamado Glacis (Europa del Este). [5] Este debate se dio de la mano de la discusión acerca del carácter social de la URSS luego del asesinato de Trotsky y la guerra mundial.

Sin Trotsky, la propia Segunda Guerra Mundial y la emergencia de estas complejas revoluciones y/o procesos revolucionarios significaron un desafío mayúsculo para la novel organización internacional, y fueron el motivo fundamental que dio lugar a la división de la IV ya en el año 1953.

En este difícil contexto, varias corrientes se fueron delineando con el transcurrir de los años: por un lado el “oficialismo” de la IV Internacional, representado por Michel Pablo y Ernest Mandel. Por el otro, el sector en torno al SWP norteamericano encabezado por James Cannon, la mitad de la sección francesa bajo la conducción de Pierre Lambert y parte importante del trotskismo inglés encabezado por Gerry Healy formaron el Comité Internacional, al cual se sumó un año después la corriente de Nahuel Moreno. [6]

Por fuera quedaron varias corrientes como el actual SWP inglés (Tony Cliff), la corriente conocida históricamente como The Militant, bajo la conducción de Ted Grant, y Lutte Ouvrière de Francia. Asimismo, las corrientes “antidefensistas” (de la URSS): el schachtmanismo primero (que fundó el Workers Party en 1940, antes de la muerte de Trotsky) y luego el grupo Socialismo o barbarie (1948).

De estas expresiones, nos referiremos centralmente a las posiciones teórico-programáticas que son hoy más significativas en el ámbito internacional: el Secretariado Unificado (cuyo partido principal es la LCR francesa), la Tendencia Socialista Internacional (SWP inglés) y los partidos o corrientes que han surgido como producto del estallido del morenismo (PSTU brasileño, MST y PTS de Argentina). Al mismo tiempo, estableceremos también una somera pero imprescindible delimitación respecto de la corriente “antidefensista”.

 

¿Revoluciones o contrarrevoluciones? ¿Revoluciones burguesas?

La burocracia como agente de la revolución socialista

Revoluciones socialistas “objetivas”

 


Notas:

[1].- Queremos dejar sentada nuestra reivindicación de la tradición trotskista y su compromiso con la clase obrera mundial: desde los heroicos y abnegados militantes trotskistas en los campos de concentración de la URSS, los cuartistas caídos en la lucha contra el nazismo en Europa, la pelea del trotskismo vietnamita contra la burocracia de Ho Chi Minh o los cien compañeros del PST argentino caídos bajo la genocida dictadura militar.

[2].- Alex Callinicos, Trotskyism, Londres, Minesotta Press, 1990.

[3].- Nahuel Moreno introdujo una interpretación respecto de la guerra –como parte de su reelaboración de la teoría de la revolución en los 80– que no nos parece correcta, porque tendía a deslizarse a la posición de que se trataba de una guerra entre regímenes, perdiendo de vista el esencial carácter social de guerra interimperialista y de colonización respecto de la URSS. En este marco, es un hecho que a las corrientes trotskistas les costó orientarse en circunstancias en que, producto de la ocupación nazi, se desarrollaron genuinos movimientos de liberación nacional monopolizados por una conducción burocrática estalinista con una orientación nacionalista estrecha. Este último aspecto es señalado, correctamente a nuestro juicio, por el historiador trotskista Pierre Broué. Queda pendiente, entonces, realizar un trabajo crítico sobre la ubicación del trotskismo en la Segunda Guerra.

[4].- Analizar esta dialéctica de conquistas / concesiones del imperialismo a fin de salvar lo principal (el corazón del sistema capitalista) requeriría un desarrollo más allá de los límites de este texto. No obstante, dejamos señalada aquí su importancia para la comprensión de la dinámica de la lucha de clases en la posguerra.

[5].- Esto es, países no conquistados por intermedio de revoluciones, sino desde arriba por el Ejército Rojo en términos de demagogia “nacional” contra la propiedad nazi. Sobre esto ver François Fejtö, Historia de las Democracias Populares, París, Editions du Seuil, 1969.

[6].- Debemos decir que en esos momentos configuraron una reacción progresiva (en el terreno político, aunque sin lograr establecer una superación en el terreno teórico y programático) ante las capitulaciones del pablismo en aquellos años. Luego vendrá la reunificación de 1963 entre el pablo-mandelismo y el SWP de EEUU (a la que se sumaría Moreno). Lambert y Healy se mantuvieron por fuera, sosteniendo escuálidamente el CI hasta su disolución en la década del 70. En esa década se produce la ruptura definitiva de Moreno con el SWP y luego con el mandelismo, producto de sus profundas tendencias oportunistas.

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