La revolución obrera boliviana de 1952

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Por Martin Camacho

En un gesto muy aymara y altoandino, los combatientes bolivianos de entonces supieron convertir la derrota en victoria, la desgracia en ocasión de júbilo, usando esa misma táctica que los había derrotado, pero esta vez para dar la vuelta y apuntarla hacia al ‘enemigo interior’”

Silvia Rivera Cusicanqui, en referencia a la derrota en la guerra contra el Paraguay

A más de 60 años de los históricos días 9, 10 y 11 de abril de 1952, queremos reflejar la importancia y el legado de la revolución boliviana. Para entender este proceso que va a cambiar la política del país, tendremos que retroceder y entender las causas en las profundidades de las contradicciones que marcaron las décadas anteriores al 52.

El mito de la “revolución nacional”

La depresión de 1929 tendrá implicancias inmediatas en Bolivia; estas contradicciones se reflejaron en la Guerra del Chaco. Esta contienda sin mucho sentido para ninguno de los dos países más pobres de la región abrirá en Bolivia una desestabilización de la “Rosca”, como se llamaba a la oligarquía minera que gobernaría el país hasta 1952, que no podrá mantenerse por mucho tiempo. La guerra devendrá en una contradicción trágica para la clase oligárquica, abriendo la posibilidad de un cambio radical en la estructura de poder.

Al salir de la guerra la oligarquía empieza a perder su prestigio; lo único que le quedaba era gobernar con su brazo armado. Las dictaduras militares se turnarán en el gobierno. Pero cuando la clase obrera (ausente hasta estos tiempos) va a la guerra, vive una experiencia de lucha casi “fundacional”; se confronta con las clases que dirigen la guerra y comienza a hacer una experiencia con ellas. Años después toma un papel importantísimo tanto en la conformación de los sindicatos como en la derrota del ejército en los enfrentamientos de la semana de abril del 52.

Como señalaba el más importante sociólogo boliviano del siglo XX, René Zavaleta Mercado, fue en el Chaco donde Bolivia fue a preguntarse en qué consistía su vida. Aquí, donde el propio tuscal se retuerce cual si lo seco hubiera convertido en dolor, es donde ocurrió la guerra, punto de partida de toda Bolivia moderna. Boquerón, Nanawa, Kilómetro 7, Picuiba, Cañada Strongest”.

Esto sólo pueden ser topónimos que para los que no han vivido la guerra, sólo suman un nombre. Pero estos lugares hoy día perdidos en la sequedad del Chaco (en el cual la vida juega día a día con la muerte), están marcados por miles de muertos que en su gran mayoría eran indígenas. Los oficiales racistas no daban la menor importancia a sus soldados, haciendo que murieran de sed y otras plagas, lo que llevó a innumerables deserciones.

Estos acontecimientos derivarán un una sucesión de gobiernos militares por toda la década del 40. Para acentuar las contradicciones de la oligarquía, la crisis económica se refleja en una caída del precio del estaño, mineral con el que Bolivia se conectaba económicamente con el mundo. El estaño tendrá bajas de precio considerables cuando se termine la Segunda Guerra Mundial, sumado a que económica y políticamente el país había quedado muy deteriorado con la guerra.

Estados Unidos será el principal comprador de mineral, y dirigirá desde Washington los rumbos del país a través de los títeres que estarán en el gobierno. No obstante, gobiernos como el de Villarroel serán fundamentales para la conformación inicial de los organismos de la clase obrera y el aglutinamiento del partido nacionalista que, con corte bonapartista, dará algunas libertades democráticas.

Villarroel será depuesto por un golpe gorila en el que participó el Partido Comunista; militares emparentados con la rosca que veían con temor dar espacios a la clase obrera sacarán al presidente de la casa de gobierno y será colgado de un farol en la Plaza Murillo (sede del palacio presidencial).

Es así como se llega a la revolución proletaria del 52. Pero esta revolución hecha por los mineros y fabriles no pudo mantenerse. La falta del partido revolucionario fue determinante y costó históricamente muy caro haber perdido la oportunidad de la toma del poder.

Si bien el Partido Obrero Revolucionario tenía algún peso por la tradición y logros de los años recientes, no tuvo la fuerza ni la organización para conducir la revolución hacia la vía del socialismo, no supo sostener una orientación independiente.

Parte de la capitulación de este partido será dejar el poder al MNR (Movimiento Nacionalista Revolucionario, encabezada por el político patronal Paz Estensoro que hará toda una parábola del nacionalismo al neoliberalismo, pero siempre con buenas relaciones con los EE.UU.) con una política de “apoyo crítico”, que le costará muy caro no sólo a Bolivia sin a la clase obrera y el movimiento revolucionario de Latinoamérica.

Otra discusión es que hasta hoy se pretende mantener la idea de que la revolución fue “realizada por el MNR” desconociendo todo elemento proletario de aquella revolución. Que el MNR haya tomado la dirección de la revolución no significa en ningún modo que la haya realizado, o siquiera deseado. Pero quedó en la historia que la gesta habría sido realizada por los militantes del MNR.

Se trata esta de una confirmación de cómo la historia oficial está escrita por los vencedores (en este caso, los que no hicieron más que traicionar la revolución); versión que el gobierno actual de Morales y Linera no ha hecho más que reproducir interesadamente.

Al respecto, dice Mario Murillo en su crónica sobre los hechos del 52 que “en la construcción conceptual de la acción del MNR, tres grandes nociones se constituyeron en las dominantes: alianza de clases, nacionalismo y coloniaje, y vanguardia minera” (La bala no mata sino el destino).

Los desafíos que estuvieron planteados y las lecciones que la revolución dejó como la única revolución propiamente proletaria en Latinoamérica en las décadas inmediatas de la segunda posguerra tiene enorme valor ser rescatada como una experiencia histórica que puede servir de antecedente o “nexo” hacia las revoluciones proletarias que están en el porvenir en este siglo XXI. Esta revolución será acaudillada por la clase obrera, algo que no fue la característica de las otras revoluciones que se dieron en la posguerra como las de China o Cuba (de base social campesina y de las clases medias), más allá de que la revolución boliviana no alcanzó a llevar al poder a los trabajadores.

Esta tradición de alguna manera sigue presente en los organismos de la clase obrera de la Bolivia de hoy, y debe ser recuperada conscientemente para el relanzamiento de la lucha por el socialismo en el país del Altiplano. Esta tarea debe hacerse en dura lucha con el gobierno del Movimiento al Socialismo y lo que fue el Movimiento Nacionalista Revolucionario, que han tratado de esconder el verdadero carácter proletario de la revolución de 1952 en cuanto homenajes o recordatorio realiza.

Según ellos, se habría tratado de una “revolución nacional”. Su carácter proletario y la posibilidad de que si la clase obrera hubiera tomado el poder hubiera ido más allá del capitalismo quedan convenientemente opacados. Lo mismo que la tarea que asumió el gobierno nacionalista, que fue la de reconstruir el Estado burgués y sus fuerzas armadas, desarticuladas por la revolución, a punto tal que sus miembros fueron obligados a desfilar en condiciones degradantes frente a las milicias proletarias formadas durante la revolución.

De nada de esto habla el relato nacionalista, que hace décadas alimenta el mito de la “revolución nacional”, y que hoy el gobierno del MAS convenientemente recoge y desarrolla.

La revolución del 52 fue realizada por trabajadores con fusiles en mano y dinamita, derrotando al ejército en las calles y también dentro de sus cuarteles. Veremos después en detalle que hasta hubo ajusticiamientos de la oficialidad luego de haber tomado el cuartel Camacho de Oruro o el Estado mayor en La Paz.

Es decir, se trató de una revolución proletaria en regla que incluyó elementos de democracia obrera y que fue a contramano de las tendencias dominantes de la segunda posguerra, donde lo característico fue una base social campesina y el encuadramiento burocrático por arriba.

Esta revolución, de haber triunfado, hubiera significado la apertura de una vía obrera y realmente socialista frente al carácter anticapitalista limitado de revoluciones como la de China y Cuba.

En la parte de los enfrentamientos de tres días que sucedieron en abril del 52, nos detendremos a dar algunos detalles. Hoy día es poco contado (a ningún Estado le gustaría contar esto) que el pueblo salió a las calles en armas destruyendo al ejército.

Este poder que se alzó en las calles y derrotó al ejército oligárquico de aquel entonces es orgullo de todo revolucionario y tiene que estar presente en el día a día.

El doble poder que había sido creado por los trabajadores en armas y que constituyó la Central Obrera Boliviana (COB) se va disipando y el MNR va haciéndose de la revolución que le era ajena y nunca pretendió hacer.

Esta revolución que va perdiendo sus conquistas tiene su mecanismo de cooptación, y es el MNR junto con la nueva burocracia de Juan Lechín al frente de la COB (Central Obrera Boliviana) el que termina de sacar todo elemento obrero a la revolución.

Cuando el “cogobierno” del MNR junto con la COB, Lechín era el dirigente de este organismo de representación obrera recién fundado, que fue puesto al servicio del nuevo gobierno burgués del MNR. Lamentablemente, el POR boliviano le capitula a este gobierno, aconsejado por la dirección oportunista de ese entonces en la IV Internacional, encabezada por Michel Pablo.

Planifican la disolución de las milicias obreras y conforman el nuevo ejército; esto determina el principio del fin y la gran pérdida de la oportunidad de conformar una Bolivia socialista.

En lo que sigue, recapitularemos entonces la historia de la enorme revolución obrera de 1952 y de cómo fue traicionada por la dirección nacionalista.

Una historia de saqueo

Mas allá de que la crisis de 1929 tuvo como epicentro los países del Norte, sus efectos se sintieron en todo el resto de los países. Esto va en contraposición de quienes dicen que Bolivia tiene ciertas “particularidades” que no terminan afectándole las crisis económicas mundiales, por su aislamiento económico. Podemos decir que la crisis de 1929 repercutió en Bolivia dada su extrema fragilidad económica; la exportación de materias primas, específicamente los minerales, trajo aparejada una larga sucesión de crisis políticas con golpes de estados, surgimiento de las masas a la vida política y la guerra del Chaco.

Bolivia miraba al mundo a través del estaño. El poder de las compañías estañíferas era incuestionable; tres empresas familiares controlaban el 80% de una industria que, a la vez, tenía a su cargo el 80% de las exportaciones nacionales y proporcionaba al Estado una base impositiva segura y un ingreso garantizado de divisas. En 1945 los “tres grandes” produjeron 35.000 toneladas finas de mineral, cuando ninguna otra empresa en Bolivia producía más de 400 toneladas (James Dunkerley, Rebelión en las venas. Plural, 2003). Esta riqueza era repartida de la manera menos equitativa posible, pero la vinculación con el mercado mundial la hará extremadamente vulnerable a la crisis. Los minerales y sobre todo el estaño serán el bien más preciado para los países imperialistas, en el marco de la guerra que se preparaba en el hemisferio norte.

“En el período de 1926-1929, como consecuencia directa de la depresión, aumentaron las dificultades financieras del Estado y hubo la necesidad de contraer grandes prestamos. A partir de 1927, los precios de los minerales caerán constantemente; en ese año la tonelada de estaño estaba en 917 dólares, en 1929 bajaría a 794” (Virreira, 1979). Los altos costos de la producción provocarán el cierre de muchas minas y el consiguiente desempleo. Salamanca (presidente boliviano de aquel entonces) es obligado a cancelar el pago de la deuda externa cuando el precio de la tonelada de estaño bajó hasta 385 dólares.

Sumado a esto, la política de los gobiernos de entonces era cobrar lo menos posible para la exportación; sólo el 5% se pagaba de impuestos al Estado a este respecto. La historia del saqueo es la propia historia de Bolivia.

En el giro del siglo XIX al XX, la oligarquía se había reorientado hacia la extracción de estaño; el cambio de la producción de la plata al estaño había traído nuevos sujetos sociales. Esta oligarquía naciente se fundará con tres personajes provenientes de diferentes sectores de la sociedad. Patiño, Hoschild y Aramayo serán llamados los “Barones del estaño”.

Al respecto Zavaleta Mercado dice lo siguiente: “Hoschild era típicamente el mundo viniendo no a Bolivia, sino al estaño. Es distinto recibir una fortuna, como Aramayo, que construirla. Pues bien, Patiño fue a la vez una expresión autóctona, porque todo lo aprendió aquí mismo y actual, o sea, originario (…) Patiño era como individuo un hombre de carácter burgués a plenitud. Algunas innovaciones técnicas a nivel mundial, como los motores Patiño, fueron inducidas por él y se las arregló para ‘trasnacionalizarse’ en un sentido que no es el habitual: es decir, de la periferia al centro” (Lo nacional-popular en Bolivia).

Estos tres hombres dirigirán los lineamientos económicos del país por décadas. Es importante entender estas particularidades de la economía boliviana porque de estos antecedentes nos llevará, en primera instancia, a lo que será la Guerra del Chaco y luego a la revolución del 52.

La oligarquía, llamada la “Rosca”, será la que dirija y comande a los militares de turno en el poder, pero con la flaqueza de que esa oligarquía sólo veía lucro a través de minerales y no le importaba en absoluto la vida del país. En parte fue esto lo que llevó a la revolución: el gran descontento que tenían los obreros y campesinos por sus condiciones de trabajo, y encima poner el cuerpo en guerras dirigidas por una oligarquía inútil en todo sentido. Esta oligarquía iría hacia un callejón sin salida cuando Bolivia entre en guerra con el Paraguay.

La Guerra del Chaco (o cuando el Estado organiza su propia derrota)

“No hay nada tan importante en la vida como determinar el punto preciso en que conviene ubicarse y mantenerse, para ubicar y apreciar las cosas a fin de no desorientarse y no contradecirse continuamente” (Karl Clausewitz, De la guerra.)

Es oportuna esta frase para comprender lo que hacía Bolivia entrando a la guerra con el Paraguay. La desubicación respecto de ese país y sus cambios son una expresión de lo errático de la oligarquía boliviana.

Ya a fines de julio de 1931, cuando se dan algunos enfrentamientos en la frontera, el gobierno de Salamanca decide desencadenar una guerra. La irrealidad y la falta de comprensión de las cosas le hacían creer que la guerra seria victoriosa, rápida y no traería consecuencias políticas. El ejército boliviano había sido entrenado por oficiales alemanes y las condiciones económicas eran algo superiores a las del Paraguay. La cuestión es que se entraría en contradicciones muy temprano.

El arbitraje hubiese podido ser una vía posible si no se hubiera tratado de países sometidos a una fuerte presión internacional y con una trayectoria de derrotas. Lo único que les quedaba era su honor…

Para tragedia, Bolivia tenía en Kundt un estratega militar alemán que decía que (para los sueños de la oligarquía que consistían en llegar hasta Asunción) se podría hacer la osadía con sólo 3.000 soldados.

Junto con Salamanca tenían la idea de una guerra barata y corta, una victoria a muy bajo precio. La superioridad tecnológica o política era elemento para ganar la guerra. Pero Paraguay demostrará que estaban totalmente equivocados: el territorio será determinante. Bolivia el precio de no tener población en los territorios que poseía.

Por otro lado, Paraguay no era cosa muy diferente: una sociedad totalmente arrasada por la Triple Alianza cincuenta años atrás. La diferencia es que quien comandó las fuerzas a confrontarse, el general Estigarribia, era muchísimo más racional en su poder, sabía lo que tenía y también conocía el territorio que se combatía.

Estos dos razonamientos entraran en conflicto: “Uno es el de Estigarribia, que sabía que Paraguay no podía vencer a Bolivia, pero también que podía resistir, en términos racionales, con éxito a Bolivia. El otro, Salamanca, que fantaseaba con una fácil victoria simbólica, victoria cartográfica que suponía nada menos que la conquista del Paraguay, o sea un fin posible contra un fin imposible, porque, como con Bolivia en el Pacífico, los chilenos lo advirtieron, era pensable vencer al Paraguay pero no incorporarlo. Plantearse fines imposibles en materia militar es, como está a la vista, convocar a la ruina (…) Los paraguayos estaban convencidos de que Bolivia se embarcaba en un conflicto en escala plena. Al inicio de la guerra, Paraguay movió a toda la población disponible en el país para vencer al enemigo y salvar a la República Paraguaya” (Zavaleta Mercado, Lo nacional-popular en Bolivia).

Es así como esa oligarquía dará su estocada que será el principio de su propia destrucción. Pero todavía quedaba cómo llevaría a cabo su suicidio. Y ahí es dónde entra la utilización de los elementos de esta guerra al hombre del Altiplano; trabajador que aprenderá, a fuerza de sed y hambre, las tácticas de la guerra para emplearlas en la revolución del 52. Pero esta vez será en contra del ejército que lo mandó a morir a los rincones del Chaco. Las contradicciones de clase serán tan visibles que a fin de la guerra la clase capitalista sólo podrá gobernar a través de militares.

Por otro lado, algunos historiadores indican que el conflicto se debe a intereses del petróleo que había en esta región, como justificando el inicio de la guerra. Tiempo después se comprobará que esto no era cierto. En primera instancia, porque en la región en conflicto había ínfimas cantidades de petróleo. Y, por otro lado, la empresa Standard Oil exportaba este producto vía un oleoducto clandestino a la Argentina (será argumento para nacionalizarla en 1937).

Pero veamos como esto se lleva a cabo en el Chaco: “A comienzos de octubre de 1932, cada país contaba con fuerzas de alrededor de 20.000 hombres. La diferencia vital estaba en su desplazamiento. En el teatro de operaciones, Bolivia tenía 5.500, con unos 2.000 que iban hacia allá, en tanto que Paraguay tenía ya 12.000 hombres” ( David Zook en The conduct of the Chaco war, en Zavaleta Mercado, cit.).

Esto determina los métodos. El tener territorios olvidados, sin conexiones con los grandes centros urbanos, será la muerte anticipada para Bolivia. En cambio, en el Paraguay la situación fue completamente distinta porque su territorio le era familiar.

Al respecto, “el indio andino era trasladado desde el Altiplano al Chaco como bestia y luego echado sin entrenamiento al combate. Rara vez fue utilizado en número suficiente en relación con un momento táctico dado. Aunque en el caso de la guerra Bolivia movilizó cerca de 250.000 hombres contra 140.000 paraguayos, sus fuerzas rara vez tuvieron superioridad numérica” (ídem).

Es en el extremo de circunstancias en que se encontraba Bolivia donde salen a relucir las contradicciones. Sigamos viendo en qué consistía el poder de Paraguay, que tenía mejores condiciones en comunicación y abastecimiento, elemento esencial para la guerra. Uno de los elementos que Estigarribia consideraba fundamental era el camión. Por otro lado, Salamanca dentro de su lógica de “guerra económica”, se niega a comprar 600 camiones en abril de 1932.

Otro de los elementos que toma el Paraguay como esencial es el agua, el bien principal y, a la vez, el más escaso. Su suministro era estratégico, cosa que Bolivia no tiene en cuenta. La acumulación de estos elementos da pistas de por qué Bolivia terminó perdiendo la guerra.

Zavaleta explica el desprecio de las autoridades bolivianas por las vidas humanas y cómo Kundt reflejaba lo que pensaba la oligarquía en estos tiempos: “Se basaba en la subestimación del enemigo y el desprecio por las pérdidas humanas; en último termino, porque se trata de pérdidas de indios, es decir, de algo que se podía perder. Toda la guerra muestra esto: el anhelo consiente de cambiar vidas de indios por un fetiche particular, la grandeza concebida en términos territoriales” (cit.).

Por supuesto que esto trajo deserciones y hasta hubo amotinamientos que terminaron con la muerte de más de un oficial. También fue común el “emboscamiento”; era mejor ser prisionero que seguir peleando bajo los designios de una oligarquía a la que no le interesaba en lo más mínimo la vida de sus soldados.

No sólo se cometían errores esporádicos o casuales, sino que era una generación de errores que obviamente sufrían los hombres que estaban en el terreno. En verdad, no se trata de que los dirigentes políticos y militares de Bolivia cometieran errores, sino de que Bolivia era una “sociedad en estado de error”. (Zavaleta Mercado)

Por alguna razón en esta guerra se hizo todo o casi todo mal; es una deuda que no se ha resuelto hasta el día de hoy. Hubo múltiples actos de indisciplina en el ejército boliviano: “El sentimiento de insubordinación era inevitable, y en la noche del 16 de marzo huyó el Regimiento 30 de infantería, disparando sobre sus oficiales”, cita Zavaleta Mercado para describir la batalla de Nanawa, en la que tras 10 días, morirían 2.000 hombres bolivianos y sólo 248 del lado paraguayo.

Era la decadencia de la oligarquía, podrida en todos sus cimientos. Para culminar la osadía, el derrocamiento de Salamanca se efectiviza cuando éste pretendía cambiar a los oficiales que dirigían la guerra.

Después de este acontecimiento, la pérdida del Chaco era cuestión de tiempo. Todo lo que se podía hacer mal en esa guerra fratricida entre naciones atrasadas y sin ninguna justificación se había hecho.

Otra clase social, la pequeña burguesía salida de militares de bajo rango, entrará en escena disputándole privilegios a la oligarquía, que no perdió en lo inmediato el control, pero sí abrió en los hechos posibilidades no sólo para esta clase, sino para la clase obrera, que tomará partido haciendo sus primeras experiencias.

En definitiva, la Guerra del Chaco será el principal antecedente histórico para la revolución de 1952, además de dejar algunas enseñanzas clásicas para el arte de la guerra; incluso fue estudiada internacionalmente por algunos aspectos modernos de la contienda.

De los primeros gobiernos nacionalistas a la masacre en Catavi

En este período es donde las contradicciones se hacen cada vez más fuertes. La oligarquía había tomado la opción de que la conducción del país tendría que ser militar. Pero no todos estaban de acuerdo en seguir los lineamientos que venían comandando el país: el ejército se divide entre nacionalistas y conservadores.

La guerra había realzado los sentimientos nacionalistas. Es en esta época que la pequeña burguesía toma las primeras experiencias en las decisiones del país. Al lado de la descomposición del Estado oligárquico, germina un movimiento de recomposición política y social en torno de nuevos núcleos obreros y de una pequeña burguesía urbana que despertaba. Éste es el inicio del surgimiento de las nuevas organizaciones políticas nacionalistas y de izquierda (Everaldo de Olivera Andrade, La revolución boliviana. UNESP, 2007).

En la primera etapa, los presidentes Toro y Busch serán contrarios a las ideas de la oligarquía, expresando un período de cierta radicalización nacionalista. Toro, presionado por militares nacionalistas, tiene que nacionalizar la Standard Oil y crear el Ministerio de Trabajo. Por otro lado, Busch será un momento de “inhibición” o contradicción de estas tendencias; su muerte (que nunca se supo si por fue por suicidio o asesinato) es producto de que sus anhelos nacionalistas chocaron con una oligarquía que seguía comandando los hilos del poder.

Luego, las presidencias de Quintanilla y Peñaranda, más conservadoras, responderían a los intereses de la oligarquía, o sea, la gran minería y los terratenientes.

Pero no queremos extendernos demasiado en este período de cierta radicalización nacionalista inicial; sólo la nombramos para tener conocimiento de cómo se llega a la masacre de Catavi el 21 de diciembre del 1942, que es donde el proletariado minero ve la realidad en carne propia.

Y es allí también que el MNR se liga con el proletariado minero; teniendo una acumulación de cuadros, ese partido dará una batalla denunciando el hecho.

El carácter irreconciliable entre las clases es tan importante como la propia Guerra del Chaco. Peñaranda es el responsable de la represión, que le costará el cargo un año después a manos de otros militares, que le darán paso a Villarroel-Paz Estenssoro.

El gobierno de Villarroel

“Después del derrocamiento de Villarroel, es ya muy evidente que el proletariado es el corazón del movimiento democrático. Toda la resistencia al régimen oligárquico, que dura de 1946 a 1952, gira en torno a la clase obrera” (R. Zavaleta Mercado, Clases sociales y conocimiento).

El gobierno bonapartista de Villarroel (1943-1946) tendrá la difícil tarea de lidiar entre la oligarquía que no le perdía pisada y la clase obrera que surgía después de la masacre de Catavi. Villarroel venía de ser oficial en la guerra del Chaco. Había creando Radepa, un grupo de jóvenes oficiales que fueron prisioneros en el Paraguay; con ellos conformaría el gobierno de aquel entonces.

El grupo de militares nacionalistas sabía que debía tener alguna ligazón con los trabajadores o sus días estarían contados; es por esto que se realizan una serie de reformas que buscaban atraer a la clase obrera y el campesinado a sus filas. El gobierno adoptó una serie de medidas progresistas para aquel entonces, que van desde el establecimiento del fuero sindical y la abolición del pongueaje (forma de trabajo semifeudal) hasta la construcción de escuelas en los centros indígenas.

Por otro lado, en este gobierno se crea el sindicato más fuerte de toda Bolivia y uno de los más activos de América Latina, el que aglutinará a todos los trabajadores mineros. La fundación de la Federación Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia (FSTMB) en el Congreso Minero de Huanuni en 1944, será un acontecimiento sin precedentes y un triunfo para la clase obrera boliviana, que marcaría con su sello los acontecimientos del país hasta bien entrada la década de 1980.

Por supuesto que el MNR no hace esto sin tener respaldo. La federación será comandada desde el Ministerio de Trabajo; a pesar de ello, al final del gobierno de Villarroel se percibirían síntomas de independencia política. También se realiza el primer Congreso Indigenista en el país en mayo de 1945. Es reconocible el carácter bonapartista cuando Villarroel adopta como lema “no somos enemigos de los ricos, pero somos más amigos de los pobres”.

Por supuesto que estas medidas no resolvieron ningún problema de fondo. Los cambios radicales todavía no llegarían. Pero es un comienzo de experiencias que tuvo que transcurrir para que la clase obrera pudiera comprender su capacidad de lucha.

Más allá de las tibias medidas reformistas que tomó el gobierno para ligarse a los sectores populares, por otro lado ganaba enemigos de siempre como la oligarquía y sectores de la “izquierda”, específicamente el stalinismo, que veían en Villarroel una figura del “fascismo” (!).

Este último sector aglutinado, en el PIR, le hará el trabajo sucio a la oligarquía llevando a cabo una traición escandalosa; con esos presupuestos, no fue difícil convencer a algunos militares de cambiarse de bando. Es así como se da el golpe gorila de 1946, que termina con Villarroel colgado de un farol en la principal plaza del país después de sacarlo a empujones de la casa de gobierno (hay una versión de que ya estaba muerto cuando lo colgaron).

Como observa Zavaleta Mercado al respecto: “Ni la fracción radepista del ejército ni la oligarquía tienen la posibilidad de pronóstico de la situación revolucionaria que, sin embargo, se preparaba a la vista. Sabían, por ejemplo, esto es capital, que el nuevo personaje central era la clase obrera. Esto es importante: no era un conocimiento de la clase obrera por la vía del marxismo sino de la práctica política; es decir, la conocían no desde el punto obrero sino desde el punto de vista del proyecto burgués que contenían; como era un proyecto burgués mucho más avanzado que el prevaleciente en manos de la oligarquía, se daban cuenta de que o se daba un papel a los obreros o ellos se lo tomarían tarde o temprano” (Consideraciones generales sobre la historia de Bolivia 1932-1971). Ésta era la lógica del partido nacionalista: tender el puente entre los militares y la clase obrera. Sabían que sin esto, cualquier intento de poder sería efímero.

Uno de los problemas más trágicos de la revolución de 1952 fue que el POR vio esto en un principio, pero luego, en la propia revolución, cuando tenía que defender un curso independiente, terminó apoyando al partido nacionalista. Pero antes de avanzar a eso, queremos detenernos en el Congreso Minero de 1946, de donde saldrán las Tesis de Pulacayo.

Las Tesis de Pulacayo

Tras la caída del gobierno de Villarroel, la Federación de Mineros llamó a un Congreso Extraordinario en el distrito de Pulacayo. La situación que se vivía en el país era tensa, una nueva Junta militar estaría en el gobierno.

En resumen, estas tesis delinean la acción de la Federación de Mineros: un programa que hizo historia y está trabajado desde la Revolución Permanente junto con el Programa de Transición escritos por Trotsky, conjuntamente con la realidad boliviana de aquel entonces.

Propone una estrategia de acción sobre la independencia de clase y las conquistas democráticas como parte del camino hacia una revolución socialista: “Los países atrasados se mueven bajo el signo de la presión imperialista; su desarrollo tiene un carácter combinado: reúnen al mismo tiempo las formas económicas más primitivas y la última palabra de técnica y de civilización capitalista. El proletariado de los países atrasados está obligado a combinar la lucha por las tareas democrático-burguesas con la lucha por las reivindicaciones socialistas. Ambas etapas, la democrática y la socialista, no están separadas en la lucha por etapas históricas, sino que surgen inmediatamente una de la otra”.

En otras palabras, lo que representaba la tesis era el programa de la clase obrera boliviana para la revolución socialista en el país altiplánico. Esto comprendía reivindicaciones como la lucha por las 40 horas de trabajo, la escala móvil de salarios, independencia sindical, creación de fondos de huelga y llegaba a plantear la conformación de milicias obreras.

Las tesis eran la herramienta teórica fundamental de los mineros. Pero también era una forma de desenmascarar la política reformista que venía realizando el MNR. Por otro lado, las tesis dicen lo siguiente: “La clase media o la pequeña burguesía es la más numerosa y, sin embargo, su peso en la economía nacional es insignificante. Los pequeños comerciantes y propietarios, los técnicos, burócratas, los artesanos y los campesinos no han podido hasta ahora desarrollar una política de clase independiente, y menos lo podrán en el futuro. El campo sigue a la ciudad, y en ésta el caudillo es el proletariado”.

El POR, en esos primeros tiempos, se posicionó correctamente, a nuestro entender, realizando un trabajo de concientización hacia el proletariado en la cuestión de independencia de clase. Recordemos que la conformación de la Federación había sido realizada por el movimiento nacionalista, y que un gran sector del proletariado creía en el gobierno que le había dado la posibilidad de tener un organismo de la clase.

La lucha por la independencia política de todo gobierno burgués, por más “progresista” que pareciera, era imprescindible para que la clase obrera empezara a tener experiencias independientes y se planteara la cuestión de su propio poder.

Por supuesto que esto fue dejado de lado muy tempranamente. Seis años después, el POR dejaba en manos del MNR la revolución realizada por el proletariado.

El POR tenía en 1952 una amplia, aunque no muy orgánica, influencia de masas, y un programa como eran las Tesis de Pulacayo. Pero en el momento en que tuvo que dar la batalla por una estrategia independiente, salió a apoyar críticamente el nuevo gobierno burgués de Paz Estensoro.

Se podía tener uno de los mejores programas para la época; la cuestión es que al momento de llevarlo a cabo, no se hizo caso de lo que fue escrito años antes.

El final del dominio oligárquico

Los años que siguen a la caída del gobierno de Villarroel serán años donde la represión de la oligarquía se intensifica. No obstante la experiencia de la clase obrera es también más fuerte y se reconoce en su poder. La guerra civil y la masacre de Siglo XX le darán una connotación a este período de luchas muy fuertes y también represiones violentas.

Los combates que se desatarían entre el proletariado minero y el ejército tendrían epicentro en Potosí y algunos centros mineros como el que comprende la zona de Uncía, Siglo XX, Llallagua y Catavi: “

Los mineros de Potosí hicieron una emboscada eficaz sobre el ejército que marchaba sobre ellos y le ocasionaron un número descomunal de bajas. Reforzado, el ejército los obligó a resistir en la propia ciudad de Potosí, donde el combate fue encarnizado en un grado increíble” (Zavaleta Mercado, 50 años de historia). El ejército terminó saliendo victorioso fusilando gran número de trabajadores.

Estas experiencias estarán marcadas para lo que vendría tres años después; el proceso revolucionario ya estaba pautado por grandes confrontaciones. Como señala Zavaleta Mercado, “en lo subjetivo, la situación revolucionaria consiste en eso: en que se está dispuesto a arriesgar la vida por el poder” (ídem).

Es en este periodo que el POR comienza a tener influencia de masas en el movimiento obrero minero y fabril. Por eso mismo, no cabe la respuesta que dio el POR de que “no tuvo el suficiente tiempo de conformar el partido revolucionario”. Este partido dio la excusa de que “no tenía condiciones de dirigir la revolución por falta de cuadros”. Pero en cualquier caso eso no explica por qué dio apoyo al gobierno burgués que estaba trabajando por disolver las expresiones de doble poder.

Su falta de organización lo llevó a disolverse en el movimiento de masas sin tener una política concreta y perdiendo la oportunidad histórica de encaminar la revolución hacia el socialismo cuando la revolución explotó en 1952.

Pero no nos adelantemos. A finales de la década del 40, el gobierno de la oligarquía termina triunfando porque la guerra civil no puede lograr el poder en los centros urbanos de importancia como La Paz y Oruro. Pero la crisis está planteada con un vacío de poder.

Luego de esto vendrá la insurrección del barrio Villa Victoria en la ciudad de La Paz por parte de los fabriles cuando el gobierno prohibió la conmemoración del 1º de mayo de 1950. Esta insurrección terminó derivando en una huelga general. El gobierno militar tuvo que masacrar a los fabriles con bombardeos sobre el propio barrio para desarmar la resistencia. Este mismo barrio dos años después cobrará la cuenta al ejército.

Por otro lado, la convocatoria a elecciones en 1951 será un claro síntoma de que el régimen militar no estaba en condiciones de mantenerse por mucho tiempo. La cuestión es que esas elecciones fueron totalmente antidemocráticas porque no votaban ni los trabajadores ni los campesinos; aun así, le terminan dando el triunfo a Paz Estensoro. El gobierno de Urriolagoitia se niega a entregar el poder a la pequeña burguesía, y eso será el fin de la oligarquía.

Vale la pena haberse detenido en el surgimiento de la clase obrera y sus experiencias iniciales, porque es fundamental tenerlas en cuenta para entrar en la revolución del 52. Entender el porqué de esta revolución y el papel que tuvo el proletariado es fundamental. Las lecciones que se desprenden de esta revolución pueden ser puestas a la orden del día como enseñanzas para las nuevas revoluciones socialistas que están en el porvenir en el siglo XXI.

 

Una revolución obrera a contramano de las tendencias del período

 

“Las clases aprenden las dimensiones de su poder y la eficiencia de su poder no desde los análisis previos, que son todos incompletos o presuntivos o totalmente inexistentes, como consecuencia de aquellos límites cognoscitivos de ese tipo de sociedades en el momento de quietud, sino a partir de la práctica; aquello que pueden y aquello que no es lo que son” (R. Zavaleta Mercado, Clases sociales y conocimiento).

Después de las elecciones “fallidas” del 51, en las cuales el POR llama a votar nulo, las contradicciones ya estaban bastante avanzadas. A pesar del electorado restringido a poco más de 105.000 votantes en un universo preestablecido de 211.000 electores en 1951, con una población que superaba los 3 millones de habitantes, el MNR, con su candidato Paz Estenssoro obtuvo 54.000 votos contra el segundo del PURS, que obtuvo poco menos de 40.000 (E. de Oliveira Andrade, La revolución boliviana).

Lo que representa esta elección es que el MNR tenía una base en los grandes centros urbanos; eso se reflejará tiempo después en querer adjudicarse el gobierno nacional, cuando la clase obrera haga el trabajo de destruir al ejército.

Ya hacía tiempo el MNR venía trabajando como tomar el poder por medio de una estrategia conspirativa y elitista, separada de los enfrentamientos directos o de la movilización de masas. Es por esto que trabaja oportunamente cuando en el 52´, después del primer día de combate, se retira de la contienda porque creía que el intento conspirativo había fracasado.

Por otro lado, el POR, tras el 3º congreso de la Cuarta Internacional, realizado entre agosto y septiembre en París en 1951, tomará una de las peores decisiones para el movimiento obrero boliviano y también internacional. La dirección de la Cuarta Internacional dirigida por Pablo y Mandel determinaba que el mundo se preparaba para una tercera guerra mundial que separaría al mundo en dos “campos”. Con esta justificación, la Cuarta Internacional se alinearía con la burocracia stalinista.

Lo que la Internacional determinaba era que todos los grupos trotskistas realizaran un “entrismo” en los PCs o los partidos nacionalistas de masas en el tercer mundo. Si bien hubo discusiones por parte de la sección francesa, la postura mayoritaria era disolver los núcleos de la joven organización internacional en las formaciones burocráticas o reformistas.

Es en este momento cuando comienzan las divisiones dentro de la Internacional; este curso escandalosamente oportunista tendría consecuencias trágicas en todo el mundo y de manera particular e inmediata en Bolivia. El POR cumplirá a pie de la letra lo que la dirección internacional había propuesto. Esto significaba dejarle todo el campo libre al MNR.

Así lo demuestran las resoluciones del Congreso dedicadas a América Latina: “Intervenir enérgicamente en ella con el propósito de impulsar lo más fuerte que sea posible la toma del poder por parte del MNR, sobre la base de un programa progresivo de frente único antiimperialista”.

Es así como el POR cambia vergonzosamente su política frente a la clase obrera. Bajo la influencia de las orientaciones de la Internacional se desvían de un curso de independencia de clase y empiezan a ver al MNR como el que tendría que conducir al proletariado, y no el partido revolucionario.

La gran tragedia del proletariado en Bolivia es que cuando éste más necesitaba de la dirección revolucionaria, ésta había abandonado la perspectiva independiente y cedía al partido pequeño burgués, que intentaría en el momento oportuno apropiarse de la revolución como “revolución nacionalista” y no obrera y socialista, como hubiera correspondido y para lo cual había tantas condiciones.

Las jornadas de abril

El MNR, a través del jefe de la policía, comandada por el general Selene que estaba incorporado en la Junta Militar, planificaba la conspiración que lo llevaría al poder. El golpe tenía que ser rápido, sin derramamiento de sangre. El MNR tenía previsto la incorporación de algunos regimientos del régimen a su bando.

Pero muy temprano, el 9 de abril, se vieron las dificultades de una movida rápida. El general Torres se mantuvo fiel al régimen y agrupó a cinco regimientos cercanos a la base aérea de El Alto.

Esta intentona de golpe se dará en horas de la mañana; ya en la tarde la derrota estaba consumada para el partido nacionalista. Siles Suazo anunciaba la “derrota” diciendo en su discurso: “Volveremos, venceremos, perdonaremos”.

El ejército, ya apostado en la periferia de la ciudad, se disponía a bajar y controlar la insurrección; para esto, corta la luz de la ciudad y da un ultimátum de rendición para las 4 de la mañana. El MNR propone la rendición para no crear más muertos. Es en esta noche del 9 de abril cuando el proceso se convierte en revolución proletaria.

Por supuesto que esta visión no es reconocida por el MNR y así es como se fue desvirtuando histórica y políticamente la jornada. En este texto tratamos de develar cómo es el proletariado minero y fabril el que realiza la revolución y no la militancia del MNR, que sólo se apodera del gobierno en una movida oportunista.

“El poder fue a dar a manos del frente de masas y, por un momento, se concentró en la clase obrera. Después, vista la impotencia de las masas ante sí mismas, el poder fue a dar a manos, en lo esencial, de la pequeña burguesía en su contenido pre-burgués” (Zavaleta Mercado, 50 años de historia: 69).

Veamos cómo se desarrollan estos acontecimientos desde las últimas horas del día 9 hasta el 12, en el que Torres firma la rendición en Laja. Queremos dar algunos detalles de cómo fue la contienda para que se entienda mejor el papel de la clase obrera en la destrucción del ejército.

Se darán tres batallas en la ciudad de La Paz. La primera son los enfrentamientos que se darán el barrio de Miraflores, donde se encuentra el Estado Mayor del ejército que tenía como refuerzo al regimiento Lanza. Otro punto de conflicto será el barrio Villa Victoria, del otro lado de la ciudad. Y, por último, se dará la batalla para tomar la base aérea de El Alto.

También se darán importantes enfrentamientos en la ciudad de Oruro, frenando el avance de los regimientos que pretendían asistir con material a los regimientos que estaban combatiendo en La Paz.

Los enfrentamientos empezarían en Miraflores con algunos militantes del MNR. Pero esto va tomando diferentes proporciones de lo que imaginaban los movimientistas. “Vecinos de la ciudad de La Paz se plegaron a la lucha al calor de los acontecimientos. A estas personas les faltaba una fuerte identificación previa con la insurrección, pero, al ver la magnitud de los acontecimientos, se plegaron y lucharon firmemente contra las tropas del ejército. Se sumaban y comprometían con el curso de una acción que habían iniciado otros pero que asumían como también propia” (M. Murillo, La bala no mata sino el destino: 58).

El regimiento Lanza estaba apostado en lo que hoy es la plaza Triangular y logró en primera instancia repeler la avanzada de los rebeldes, que luego se posicionaron en el cerro Laikakota. “En Laikakota no había un jardín como ahora, era solamente un amplio espacio geográfico. Era especial, tenía visibilidad a todos los sectores; de ahí se miraba fácilmente al Estado Mayor. Era el lugar estratégico para controlar la salida de los caimanes. Desde ahí fácilmente se podía lanzar granadas a los caimanes que salían del Estado Mayor. Ahí pelearon los del Ejército contra nosotros” (ídem: 72).

El enfrentamiento duró hasta la noche, cuando los rebeldes pueden dar duros golpes al ejército por estar en un lugar estratégico. La contienda terminó con la destrucción de dos compañías del regimiento y el intento de tomar el Estado Mayor.

“La fuerza popular resultaba cada vez más numerosa y los del ejército sufrían derrotas en cada esquina. La falta de refuerzos –ninguno de los regimientos de El Alto pudo llegar hasta el barrio de Miraflores– la falta de munición y el desorden logístico hacían que en la batalla el bando de los insurrectos llevara las de ganar. Combatieron durante todo el jueves 10, hasta que en horas de la tarde prácticamente todas las tropas del regimiento Lanza ya se habían refugiado en el interior del cuartel del Estado Mayor” (ídem: 74).

Por otro lado, las tropas del ejército pretendían tomar la Casa de Gobierno, pero en las inmediaciones de la Plaza Murillo tuvieron que retroceder por falta de suministros y la gran cantidad de bajas que estaban sufriendo. Esta compañía retrocederá también para refugiarse en el Estado Mayor.

“A lo último han entrado en gran cantidad [los obreros] y han tomado el Estado Mayor. Han rodeado, a nosotros nos han hecho formar una fila, a algunos los han matado”, comentaba el soldado Gonzalo Murillo. Así, a buena parte de la oficialidad se la fusiló dentro de los carteles que fueron tomados por la población. Esta acción se repetirá a lo largo de los dos días siguientes al comienzo de la insurrección.

Mientras tanto, en otro sector de la ciudad, Villa Victoria, el barrio fabril por excelencia, hacía frente al avance del ejército. La policía que se enfrentó con el ejército en el cuartel Calama no pudo mantener el combate, estaban en huida y es cuando van en dirección a Villa Victoria.

Es en este momento, sin premeditarlo, que se convierte en emboscada para el ejército. La población de Villa Victoria tenía algunos ex combatientes del Chaco y la masacre de 1950 estaba en el recuerdo reciente. La cuestión es que este barrio obrero no perdonó y cobró sus muertos. “Tranquilos hemos entrado al cementerio, pero más tranquilos porque Villa Balazos derrotó al Ejército en Villa Victoria, ya pudimos subir con ellos más. Hemos servido de cebo para subir al ejército en Villa Victoria, y ahí los han hecho bolsa” (ídem: 81, entrevista a Luis Baldivia). Es así como el ejército va teniendo las primeras derrotas entre el miércoles 9 y jueves 10. Después de esto los obreros se preparaban para subir a El Alto, donde estaban apostados los demás regimientos.

Los testimonios de los participantes coinciden en el carácter de Villa Victoria: “Entonces el barrio era obrero fabril, entonces para esas acciones se han armado y todos tenían ya sus armas, sus municiones, porque en diferentes choques que han tenido, han vencido a los militares y han saqueado armas. Eran casi participantes de la guerra del Chaco, eran hombres fabriles y de esa manera ha contribuido Villa Victoria a la revolución” (ídem, entrevista a Hugo Tapia).

Es la clase obrera la que hace la revolución, sin duda, pero seguiremos viendo la capacidad de lucha de esta clase y cómo van cayendo uno a uno los regimientos que intentaban poner freno a la masa proletaria que amenazaba con hacerlos desaparecer.

Los mineros entran en escena

Para el 10 de abril el ejército se preparaba para bombardear la zona de las insurrecciones; se esperaba que fuera una rápida victoria. Pero luego de que los mineros conquistaran el arsenal de Plaza Antofagasta y repartieran las armas y municiones, la revolución fue tomando cuerpo. También la captura de un tren por los mineros de Milluni, que traía equipo y armamento para reforzar los regimientos, fue decisiva para torcer la balanza a favor del proletariado.

Un dato fundamental a tomar en cuenta es que al ver el grado de confrontación muchos soldados se negaban a combatir; en muchos casos se pasaron al lado del proletariado.

Pero veamos antes la batalla que se dio en El Alto. Por orden de Torres se encontraban cinco regimientos del ejército preparados para descender la ciudad de La Paz. Fueron movilizadas tropas desde Guaqui, Achacachi, Viacha y Corocoro.

Desde la ciudad los revolucionarios se preparan para subir por dos sectores. La intención era dividir al ejército, o sea, hacerlo pelear en una correlación de fuerzas menor. Ésta es una enseñanza de la guerra del Chaco; veremos enseguida cómo se da esta lógica.

Al no poder bloquear la subida de los revolucionarios, el ejército se desarticula porque no puede trabajar en conjunto; en cambio, las fuerzas revolucionarias disponen un cerco a cada uno de estos regimientos hasta que cada uno de ellos va rindiéndose.

“Hicimos una especie de media luna y ahí fue el enfrentamiento; estuvo el regimiento Bolívar desde el Faro Murillo hacia La Ceja, y de La Ceja a este otro lado estuvo el regimiento Pérez de Infantería. Eso fue el 10 en la noche. No sé qué conexión había para conseguir esa conexión tan bonita entre los tres grupos para emboscarlos al Pérez y al Bolívar. Fue un cerco perfecto” (idem: 107, entrevista a Luis Baldivia).

Los distintos contingentes de revolucionarios fueron subiendo y haciendo el cerco a los regimientos. El primer regimiento en caer fue el Pérez, que llevó la peor parte al estar totalmente atrapado sin posibilidad de maniobra. Es acá cuando se quiebran los ejércitos y la deserción se vuelve a favor de los insurrectos, dando la victoria a la mayoría armada: “Se rindieron y entregaron sus armas pero les hemos tenido que devolver porque se dieron la vuelta la chaqueta y combatieron con nosotros. Muchos soldados del regimiento Pérez lucharon con nosotros contra el Bolívar (…) entonces el enfrentamiento tenía que ser contra el regimiento Bolívar, que ya nos metía morteros, hasta cañonazos, así que también los vencimos porque ya combatíamos con gente… Más muchos soldaditos que se han dado la vuelta, se pusieron la gorra al revés y la chaqueta, ellos nos ayudaron a combatir al Bolívar” (ídem: 109).

No antes podía esperarse que los soldados desertaran, sino en el momento justo cuando la derrota y la muerte se hacen cada vez más palpables.

Pronto la batalla se potencia con nuevos integrantes. El objetivo era terminar de destruir al ejército. Quedaría en pie el regimiento Bolívar; la suerte ya estaba echada: la multitud en armas no podía ser frenada.

Al amanecer del día 11 ya los regimientos no existían más. Las fuerzas represivas de la “Rosca” habían caído por el poder obrero. Se calcula que más de 35.000 fusiles pasaron a manos de la población, sin contar morteros y ametralladoras.

Sólo faltaba tomar la base aérea. Los mineros de Milluni se encargarán de eso, como habían planificado en una asamblea realizada antes de salir en marcha hacia la ciudad. La presencia de los mineros le da un carácter muy diferente a la insurrección: lo que había empezado como un intento de golpe de estado se ha convertido verdaderamente en una revolución.

“Los mineros de Milluni atacaron a los militares que ya estaban en retirada y les infligieron, a punta de dinamitazos, duros golpes en la retaguardia. Por atrás los han agarrado, mis compañeros contaban que llegando estaban cuando les han dado por atrás, en plena espalda” (M. Murillo, La bala no mata sino el destino: 112, entrevista a Venancio Calderón). Tal es la dureza de la revolución que termina destruyendo al último bastión de resistencia.

Mientras tanto, en la ciudad de Oruro la situación no era muy diferente. Todo empezó de parte de los mineros cuando intentaban tomar al cuartel Camacho. A pesar de lo desigual del enfrentamiento y de las pocas esperanzas de victoria, los mineros lograron doblegar la resistencia de los soldados y tomaron el cuartel. Ya adentro los mineros ajusticiaron a los heridos y a un oficial a cargo que quedaba en el cuartel; los demás escaparon.

Al parecer, desde el cuartel pidieron refuerzos a los cuarteles que estaban en la zona. Tres regimientos intentan dar apoyo al cuartel Camacho. El regimiento Ingavi desde Challapata y el Destacamento Andino partió desde Uncía. Por otro lado, parte el regimiento Colorados desde Uyuni.

El regimiento Ingavi saldrá con muy poca munición, sin prever que los mineros de la región estaban a la espera de los contingentes militares que podrían pasar por sus distritos. Ya en Machacamarca los esperaban ansiosos los mineros armados. Bastó matar al oficial a cargo para que todo el regimiento se rindiera. Éstos fueron llevados descalzos hasta la ciudad de Oruro, donde la población quería ultimar a la oficialidad, y una vez más por intercesión del MNR les salvan la vida, llevándolos a otro cuartel.

Por otra parte, al ver la adversa coyuntura, las tropas del ejército empezaron a retirarse hacia el gran arenal que se extiende hasta Machacamarca, seguidas por grupos insurrectos orureños que los perseguían disparándoles sin descanso. “Ya estábamos en el arenal. Fue una carrera de seis kilómetros a través del arenal. Era una pesadilla, no terminaba nunca y las balas seguían. Comenzaron a acercársenos de ambos bandos. Fue en el arenal donde me abandonaron mis clases: eran bachilleres orureños” (López, 1986, citado por Antezana Ergueta). Esta constatación, la de que los bachilleres orureños combatían en una batalla militar contra sus propios conciudadanos, iba a resultar de suma importancia.

La importancia de estos enfrentamientos fue que estos regimientos tuvieron que asistir al regimiento Camacho en vez de ir a La Paz; esto fue posible porque los mineros entraron en combate antes de que se desplazaran las tropas. Ya más tarde, cerca de La Paz, el general Torres firmaría la rendición del ejército en la ciudad de Laja. Pero no sin que antes el MNR se comprometiera, a través de Siles Suazo, a la preservación de la institución del ejército.

Siles proponía una “tregua” sin dar reconocimiento a la revolución, dando garantías de que la venganza no llegaría a los jefes militares que dirigieron la represión. Esto se llamó Pacto de Laja. Lo que decía la declaración del pacto no terminó de realizarse: “El Dr. Siles, jefe de la nueva junta de gobierno, en común acuerdo con el general Torres, compromete la inmediata convocación de elecciones democráticas en el plazo de cinco meses. Laja, 13 horas del 11 de abril de 1952” (E. de Oliveira Andrade, La revolución boliviana).

En cuanto Siles bajó a la ciudad se dio cuenta de que el MNR no controlaba la situación, sino que eran las masas armadas en las calles las que lo hacían. Veía como una situación imposible implantar las resoluciones de tan descarado acuerdo.

La cuestión es cómo se pudo derrotar al ejército en tan corto plazo. La respuesta está menos en la propia revolución que en los antecedentes de la Guerra del Chaco.

Zavaleta Mercado sostiene que el éxito “se fundó en dos pivotes: primero, obligar al Ejército a dividir el combate en infinidad de pequeños combates, con lo que se le imponía entrar en contacto con la masa de la población; en esas condiciones la deserción de soldados alcanzó una proporción enorme. Era la aplicación de la ‘táctica de los corralitos’ usada por los paraguayos al ejército boliviano, pero aplicada a una insurrección urbana. En el combate en la ciudad el dilema se planteaba en los oficiales en términos crudísimos: o arrasaban los barrios uno a uno, con la aviación y las armas pesadas, o se tenía que resignar a luchar casi con los mismos elementos de guerra que usaba el pueblo; es decir, las armas ligeras, con el factor adicional que el número de armas civiles no hacía sino aumentar por la deserción de los soldados o su captura”.

El “corralito” sobre el que hace hincapié Zavaleta era eficaz porque los insurrectos forzaban a los soldados a pelear en un terreno que no les era favorable, en un movimiento de tenaza que les permitía abrir combate simultáneo por distintos flancos. De alguna forma actuaron con las tácticas propias de una “guerra de guerrillas” urbana. La Guerra del Chaco no sólo había mostrado las contradicciones de clase, sino que daba los materiales y el conocimiento para destruir al propio ejército de la oligarquía.

Hoy la mayoría cree que la revolución del 52 estuvo comandada por el MNR; esto es parte del mito de la “revolución nacional” sustentado históricamente por el MNR y defendido hoy por el MAS. Hemos tratado de demostrar lo contrario, retomando el relato de la importancia de la clase obrera, factor determínate en la caída de la “Rosca” y sin el cual no se habría podido desarrollar la revolución.

La cuestión es que a esta clase obrera le faltaba el partido revolucionario para conducirla a la toma del poder; este papel pretendió asumirlo el POR, que en cambio dejó escapar la mayor oportunidad de la historia boliviana.

Del doble poder al poder burgués

La COB fue creada el 17 de abril de 1952; el pintor muralista Miguel Alandia fue el responsable por la primera convocatoria que le dará origen a la entidad.

De este congreso inaugural saldrá la dirección encabezada por Juan Lechín, el más grande burócrata sindical que dio Bolivia en el siglo XX, que tenía el objetivo de hacer de la central una base de sustentación política del nuevo gobierno burgués del MNR. En contraposición a esto, la COB tenía la difícil tarea de aglutinar a los trabajadores, y en parte la realizó, para disputarle el poder al gobierno del MNR, constituyéndose en una seria amenaza a la nueva burguesía.

Este doble poder que existía y que se representó en la COB tenía, por un lado, a la clase obrera que había derrotado al ejército y conformado milicias armadas en las calles. Y por el otro lado, al gobierno del MNR, que al principio en cierto modo se “supeditó” a lo que decidiera la central obrera.

Veamos en qué consiste esta dualidad de poderes y cuáles son los elementos para que estas contradicciones se presenten. Para esto volveremos una vez más a Zavaleta Mercado: “Mientras la teoría de la dictadura del proletariado, es decir, la de la construcción del estado proletario, se funda en la elaboración teórica de la experiencia de la Comuna de París, la cuestión de la dualidad de poderes debe ser trabajada desde la proximidad en el tiempo, o entrecruzamiento, entre la revolución burguesa y la revolución socialista en el mismo año de 1917” (El poder dual: 31).

Es en este período cuando se ven confrontadas dos posiciones de construcción del Estado: burgués o socialista. Esta dualidad de poderes tuvo lugar en los primeros meses después de la revolución de abril.

Esta etapa de la revolución en que todavía no se consuman los hechos es cuando se definen las revoluciones: una etapa en que el tiempo vale oro, y el tiempo perdido puede ser cobrado y muy caro.

Uno de los dos rivales tomará parte del otro para reafirmarse como alternativa de poder. En esta relación de disputa, la conocida consigna de Lenin “todo el poder a los soviets” es un paso más lejos, deja atrás el período de que era una potencia no comprobada y pasa a ser un acto concluido que resuelve esa dualidad.

Esta consigna traducida a Bolivia sería “todo el poder a la COB”. Pero con la política seguidista del POR hacia el sector más a la izquierda del MNR se pierde un tiempo precioso para cambiar las cosas de raíz.

Es este organismo de poder que crearon los trabajadores el que le dará el contenido de clase a la revolución. Si bien el proletariado había conformado un organismo que nucleaba a los trabajadores mineros en 1944, la necesidad de aglutinar a todos los explotados y oprimidos hace llevar a la conformación de la central obrera.

Incluso hoy, aunque a veces la COB pierde el sentido de independencia de clase ante el gobierno del MAS y fluctúa su representatividad, queda en la memoria colectiva el poder que tiene la clase obrera cuando se moviliza, y particularmente el proletariado minero.

El problema fundamental, como hemos señalado ya, es que el partido revolucionario que tenía las posibilidades de traspasar esta barrera de los dos poderes mantenía una política oportunista “dentro del otro poder”, confiando en que podría atraer a las direcciones movimientistas hacia la revolución socialista. Pero, como dice Zavaleta, sin partido proletario no hay estado proletario; porque el proletariado sólo llega a ser realmente clase para sí cuando su impulso espontáneo se fusiona con el marxismo, en el partido proletario.

Este doble poder tenía fuertes ligazones entre lo que era el gobierno y la COB. El “cogobierno” que introdujo el MNR, con sus ministros obreros y la burocracia dirigiendo, hizo que cada día que pasaba se fuera perdiendo el doble poder y pasara a conformarse un solo poder: el de la burguesía. Este arrebato del poder que sufrió la clase obrera se produce porque el partido revolucionario, el POR, no estuvo a la altura de las circunstancias y tuvo una lógica de capitulación.

Igualmente, lo que más nos interesa aquí es develar cómo actúan estos gobiernos que se enfrentan a un poder dual, acorralados por la clase obrera con sus organismos de poder. En concreto, cómo se produjo el traspaso por el que Paz Estensoro dejó de ser un “prisionero” de la COB hasta que la misma COB pasa a ser prisionera del gobierno del MNR. O, como se pregunta Zavaleta: “¿Cómo se produce la resurrección del poder de la burguesía, que aparentemente no era nada en un mundo político en el que los obreros parecían serlo todo?” (El poder dual: 103).

La clase obrera no dependía en absoluto de la pequeña burguesía, se manejaba sola y a su manera, este poder de facto terminaba sobrepasando el poder burgués. Una de las preguntas que muchos se hacían es porqué no tomar el poder si ya el proletariado había destruido todo indicio de fuerzas represivas.

La cuestión es que el trabajo ideológico que realizó el MNR en años anteriores le sirvió para que los obreros de buena o mala gana le entregaran el poder a esta pequeña burguesía. “La ideología burguesa dominaba tanto en el polo burgués como en el polo proletario (…) Aquí se muestra cómo incluso el triunfo físico de la clase obrera significaba muy poco cuando no está acompañado de la imposición de la ideología proletaria” (ídem: 104).

Esta ideología proletaria faltaba porque el POR había orientado su política para el lado contrario. Más allá de la poca organización que poseía, el movimiento los había superado en gran medida. Pero lo que terminó de definir que el proletariado no tenga dirección revolucionaria fue la política del POR de entrismo al MNR.

En realidad la COB termina haciendo la función de un partido; no era un mero organismo corporativo, sino que tomaba las tareas del partido. Pero con esto no bastaba para la toma del poder, siendo que desde adentro se encontraba Lechín, elemento fundamental para la conformación del nuevo Estado (burgués).

Fue Lechín el que cortó toda vía de elevar la conciencia de los trabajadores. Al contrario de lo que tendría que suceder para que la clase obrera terminara de tomar el poder, el trabajo de la burocracia fue convertir este poder dual en el cogobierno MNR-COB (claro que no puede haber tal “cogobierno” burgués-obrero; el gobierno es obrero o es burgués).

Esto no duraría mucho tiempo. Ya en el 1º Congreso de la COB se define la reconstitución del ejército, que se daría pocos años después de realizada la revolución. En este congreso el MNR tenía controlado los sindicatos y se disponía a hacer negocios con el imperialismo yanqui.

La nacionalización de la minería

Por otro lado, este doble poder que venimos detallando tuvo sus repercusiones. El gobierno del MNR tuvo que realizar algunas maniobras y concesiones para calmar el sentimiento revolucionario. Así es como se da la nacionalización de las minas en el 52 y la reforma agraria en el 53. El impulso que dio la conformación de la COB trajo como primera medida la nacionalización de las minas. El MNR retrasó lo más posible la nacionalización; mientras tanto, negociaba con el imperialismo el tenor de estas nacionalizaciones.

En parte, es algo muy parecido a cómo actúa hoy el MAS. Cuando la presión rebasa todos los limites es cuando estos gobiernos de tinte “popular” aceptan, a contramano de su política, nacionalizar algún sector de la producción.

El MNR se negó a nacionalizar la minería hasta último momento, y cuando lo hizo buscó dar todo tipo de garantías al imperialismo: “La nacionalización de las minas, para nosotros, no es un punto programático consignado por influencias extranjeras, o una copia fiel que hacen en otros países (…) Es nuestro deseo y necesidad nacional que no se entorpezca la explotación de las minas de modo que pueda perjudicar la economía boliviana. Por eso, buscaremos, en lo posible, un acuerdo con los actuales poseedores, y habremos de colocarlo en un terreno de equidad. Tenemos confianza en que seremos comprendidos no sólo por los empresarios sino por los gobiernos de los países cuyos ciudadanos tengan compradas acciones de las tres grandes empresas que irán a ser nacionalizadas”, (discurso de Paz Estenssoro en mayo de 1952, citado por Luis Antezana).

La nacionalización es objeto de grandes deformaciones en la historia boliviana, porque luego el MNR lo traduce como una gran victoria, siendo que fue realizada por las presiones que el gobierno sufría de los mineros. Las grandes movilizaciones que acontecían antes de la nacionalización hicieron ver que el gobierno estaba atrapado sin salida, como lo da a entender el mismo Paz Estensoro. En su discurso hace un pedido de “perdón” por algo que lamentablemente tiene que hacer para apaciguar los ánimos…

Estas movilizaciones de masas hacían peligrar la integridad del MNR y debían ser frenadas antes de que tomaran rumbos que no podían ser controlados por la burocracia.

En septiembre del 52, el periódico Rebelión de la COB decía lo siguiente: “La COB reivindica la ocupación de fábricas y las minas por los trabajadores como única alternativa para prevenir sabotajes y desocupación… Nacionalización de las minas sin indemnización y con control obrero. Los trabajadores no aceptamos ninguna otra forma de nacionalizar las minas… El pueblo boliviano no puede cargar el peso que significa el pago de fabulosas indemnizaciones”, (en E. Olvera de Andrade, La revolución boliviana: 102)

La ocupación de las minas estaba compuesta también por el sector del ala izquierdista del MNR; el propio Lechín estaba a la cabeza de estas movilizaciones. Pero el gobierno ya proyectaba la maniobra de terminar de cooptar a gran parte de los trabajadores.

La primera gran medida fue recién en julio de 1952, y consistía en quitarles a las grandes empresas mineras la potestad de la exportación: el Estado se hacía cargo de monopolizar la exportación a través del Banco Minero. La medida tenía la función de fortalecer los sectores de pequeños empresarios. Era una forma engañosa de contener el ánimo revolucionario. En cierta forma se puede comparar con la política masista de fortalecimiento de las cooperativas en detrimento de los asalariados hoy día.

Luego, cuando la “tranquilidad” empezó a sentirse, el gobierno tomó las primeras medidas. El 2 de octubre se crea la Corporación Minera de Bolivia (Comibol), una entidad minera al servicio del Estado. Ya con la corporación desarrollada por el Estado y comandada “por arriba”, la nacionalización podía realizarse sin peligro de ningún desborde “izquierdista”.

El 7 del mismo mes, las empresas de Patiño, Hoschild y Aramayo son ocupadas por el Estado. Más tarde, el 31 de octubre se firma el decreto de nacionalización, fecha simbólica para el proletariado minero. La Comibol pasa a tener 29.000 trabajadores. Mientras tanto, la indemnización de estas empresas se fija en 27 millones de dólares (ídem: 103)

Es así como el partido de gobierno se va apoderando de la situación, y cómo ese doble poder que se había iniciado en las jornadas de abril del 10 y el 11, que lleva a los trabajadores armados a las calles y luego a la conformación de la COB, va perdiendo cada vez más espacio en beneficio de otro poder que inicialmente no existía pero tenía la visión de conquistarlo: el del MNR.

La división del POR

Es importante entender por qué y cómo se fracturó el POR para luego entender cómo se dio el primer congreso de la COB. Ese congreso delineará los pasos a seguir en el fin del doble poder y la reconstitución, dos años más tarde, del ejército, política del MNR.

La Cuarta Internacional atravesaba la primera gran crisis; de aquí saldrán las grandes divisiones del movimiento trotskista internacional. Bolivia no escapó a esa crisis, que pegó justo en el proceso revolucionario más importante de Latinoamérica en esa década, y uno de los más estratégicos de toda la posguerra. Un proceso que, como hemos señalado, iba a contramano de las tendencias dominantes de la segunda posguerra de base campesina y encuadramiento burocrático, y cuya centralidad estaba en manos de la clase obrera y sus métodos de lucha.

Las resoluciones más importantes surgieron en el 9ª Congreso del POR, en septiembre de 1952 (ídem: 120). La división ya estaba consumada. Entretanto, el partido que tenía que dirigir la revolución se vio inmerso en un sinnúmero de internas partidarias.

La dirección de la Cuarta Internacional de aquella época fue parte responsable de que esta transición del doble poder a revolución socialista no se consumara. Dejó pasar esta oportunidad histórica de que la COB comandara el futuro de la revolución, como producto de la orientación del “entrismo” en las organizaciones nacionalistas del Tercer Mundo.

El POR se termina de dividir en el 10º Congreso de 1953. La fracción mayoritaria seguía con la intención de trabajar en el ala izquierdista del MNR. La esperanza de que Lechín pasase a las filas trotskistas hizo dividir al partido revolucionario. Con esto se dio un gran paso para la consolidación del ala más conservadora, que pasó a aglutinarse en el MNR.

En realidad, esta vana esperanza puesta en la evolución de Lechín se reveló como un de los desaciertos más trágicos de este sector del trotskismo en la posguerra. Se trató de un seguidismo abyecto que no estaba en la literatura ni enseñanzas del marxismo revolucionario y que, para colmo, se estrelló contra la pared de un dirigente sindical de los más astutos e inteligentes que dio la burocracia sindical en la segunda posguerra.

En cualquiera caso, la fracción mayoritaria liderada por Hugo González Moscoso y Víctor Villegas (la más oportunista), se alinea con la dirección de la Cuarta Internacional pablo-mandelista.

Por el otro lado, Guillermo Lora y Edwin Moller organizan lo que hoy es el único POR que tiene alguna representación en Bolivia, con una posición más a la izquierda. Sin embargo, estuvo y está marcado por una permanente oscilación entre un izquierdismo abstracto, elementos de oportunismo y sindicalismo casi patológicos y un discurso delirante acerca de la “excepcionalidad” boliviana, que no es más que un acendrado nacionalismo.

El principio del fin

Por último, nos queda ver cómo esta revolución que había conformado la COB y poseía las armas, llega a un punto donde inevitablemente empieza a retroceder. El impulso que dio la revolución no podía mantenerse eternamente; el imperialismo a través del MNR empezó a trabajar en la conformación de lo que todo Estado no puede dispensar, que son sus fuerzas represivas.

Este partido originalmente pequeño burgués, pero rápidamente devenido en burgués, siempre estuvo en contra de la revolución, sólo que al verse inmerso en una situación como la que produjo el proletariado del 52, no le quedó otra alternativa que controlar la situación.

Así es como se llega al Primer Congreso de la COB. En este primer congreso, realizado en octubre de 1954, ya el partido de Paz Estenssoro había consolidado el aparato estatal y burocratizado toda la dirección. Todas las movidas para sacar a los revolucionarios que aún quedaban fueran hechas para llegar al primer congreso con propuestas ya realizadas en los pasillos del Palacio Quemado.

Las resoluciones se separaban lo más posible de las tesis de Pulacayo, que habían sido la base programática de su conformación. Pero lo que termina de definir el carácter de este congreso fue la resolución de la conformación de un ejército con la ayuda de Estados Unidos.

Al respecto Oliveira dice lo siguiente: “Desde un inicio [la COB] se posicionó en contrario a la reorganización del Ejército; (luego) Lechín terminó por aceptarla. En el apogeo de su poder, la milicias agrupaban entre 50 y 70.000 hombres armados, contra los 8.000 soldados del ejército a construirse” (ídem: 125)

Así es como termina la etapa de ascenso revolucionario; más tarde empezará el desarme de estas milicias y la consolidación del Estado, así como la consolidación del gobierno del MNR, que de Paz pasa a Siles Suazo.

Posteriormente, el retroceso de la revolución se fue haciendo cada vez más imparable. En una completa “vuelta de campana”, en 1964 caía el tercer gobierno nacionalista, nuevamente de Paz Estenssoro.

El nuevo jefe era el general Barrientos, el mismo bajo el cual cayó muerto el Che en su fallida aventura boliviana. Barrientos tuvo la política de ganarse al campesinado contra la clase obrera minera.

Sin embargo, la inmensa riqueza de la historia de la clase obrera boliviana no termina allí. Tendrá nuevos capítulos a comienzos de los años 1970, inhibidos nuevamente a sangre y fuego con la dictadura del general Banzer.

El “tándem” Siles Suazo-Paz Estenssoro volverá a gobernar Bolivia en la década del 80 con la ayuda de Lechín, cuando caía la dictadura. Lo hicieron para terminar de “cerrar el círculo” de la revolución de 1952: dieron un brutal giro neoliberal que, cerrando y privatizando la minería, impuso una derrota histórica al proletariado minero, “la única clase moderna de Bolivia”, como decía Zavaleta Mercado.

Una derrota de la cual la clase obrera boliviana aún no se ha repuesto, de ahí la “dominación plebeya” encarnada por el gobierno del MAS y su recuperación del tramposo relato de la “revolución nacional”.

De ayer a hoy

De las conquistas que se lograron en el 52 queda bastante poco. Pero algunas son para tomar en cuenta. La principal es la memoria colectiva de que la clase obrera minera tiene una trayectoria de lucha y es reconocida por la población. Esto se puede percibir fácilmente cuando los mineros bajan desde sus distritos a la ciudad de La Paz.

Por otro lado, la COB hoy día sigue siendo una limitante –a pesar de su oficialismo– contra las medidas que quiere imponer el gobierno; es un centro de aglutinación del descontento social.

Sin embargo, todavía se sigue peleando por la conformación de un Instrumento Político de los Trabadores, propuesta que ya hace dos congresos de la COB es parte de sus resoluciones, pero hasta hoy no ha sido posible todavía crear un Partido de los Trabajadores que termine dando una alternativa de clase. En parte porque todavía sigue pesando la burocracia sindical masista en todos los organismos de los trabajadores.

Como hemos señalado, la nacionalización de las minas se revirtió en 1985. Pero en este último período, desde las “guerras del agua” y el Octubre del 2003 que abrió el ciclo de rebeliones en Bolivia, a través de incansables luchas con muertos y heridos, los trabajadores mineros han podido lograr que se nacionalice Huanuni, Colquiri y Vinto.

Por supuesto que esto todo muy mediado por el gobierno del MAS, y en una etapa donde no quedaba otra salida. Esto ocurrió entonces como conteniendo una posible “mini-rebelión” que podría ser difícil de parar si, como ya ha sucedido varias veces, es sobrepasada la dirección burocrática.

Por otro lado, y dado su carácter de clase, el gobierno incentivó solamente la producción minera a través de las cooperativas. La pequeña propiedad es lo que le interesa al gobierno. Es antiestatista y antiobrero en su política.

Los ataques que han sufrido los trabajadores hacen pensar a la gente que el neoliberalismo de los años 90 era muy parecido a la época actual.

Las cooperativas mineras tienen hoy 130.000 socios y pueden movilizar hasta 30.000 “cooperativistas” en las manifestaciones. Esto se vio en septiembre pasado, cuando se movilizaron contra la nacionalización al 100% de Colquiri (ver página http://sobbolivia.blogspot.com.br/).

La cuestión es que estas cooperativas se organizan para pagar lo menos posible de ganancias. Su proyecto de país no viene aparejado con la nacionalización de la minería y la industrialización del país, como se planteó en la agenda de Octubre, sino que realizan las cosas para apaciguar las aguas, como fue la “nacionalización” de los hidrocarburos en el 2006, que sólo fue un reajuste de los contratos de consignación y que dio más aire en cuestión de ingresos al Estado.

Hacemos este recuento porque creemos que hay cierta similitud, en pequeña escala y a otro contexto, con el gobierno del MNR del 52: a éste le tocó reabsorber una revolución proletaria, al MAS, una rebelión popular plebeya.

En la primera se realizaron las nacionalizaciones de las minas o de las tierras con la reforma agraria de manera que no las controlaran de manera directa y desde abajo los propios trabajadores sino el aparato del Estado.

Ciertas reformas que ha hecho el MAS hoy en día sólo son de un nivel superficial, sin tocar la gran producción. En el caso de la minería, no se ha movido un dedo para industrializar los minerales. Todavía Bolivia sigue exportando la mayoría de sus minerales como salen de la tierra, sin ningún procesamiento o separación. En algunos casos se vende, por ejemplo estaño, pero al no tener la tecnología para separar minerales, se termina regalando esos otros minerales. Para no hablar de que sigue siendo una economía totalmente dependiente de los precios del mercado internacional.

Hacemos esta comparación porque es muy característico de los gobiernos reformistas que tienen algún peso en el movimiento de masas engañar constantemente a la población con medidas a mitad de camino. Pero la población en Bolivia ya tuvo experiencias suficientes, como fueron los casos del Gasolinazo o del Tipnis (que hemos tratado en ediciones anteriores de esta revista), con el resultado del descontento mayoritario con el MAS. 

 

Lo que dejó la experiencia de 1952

Como señalamos arriba, lo más importante que dejó la revolución de 1952 está en la memoria colectiva: de alguna parte tiene que salir la inmensa capacidad de movilización que expresan los explotados y oprimidos en Bolivia. Bolivia es un país marcado, incluso hasta hoy, por una de las más grandes revoluciones proletarias ocurridas en el continente latinoamericano en todo el siglo pasado, más allá de que haya resultado fallida.

Hoy el proceso no es básicamente obrero, sino popular. Con el proletariado minero diezmado en la década del 80, la recomposición de una nueva clase obrera ha venido siendo un proceso lento. Esto mismo ha debilitado la COB en beneficio de las organizaciones representativas del campesinado o la población originaria urbana, y aprovechado por el MAS como gobierno capitalista de frente popular, defensor de la propiedad privada, la grande y la pequeña.

En este contexto, retomar la experiencia de 1952 tiene una condición política: que la clase obrera avance en su independencia de clase. Para esto hace falta la independencia de la COB y la formación de un partido revolucionario, tarea pendiente desde hace décadas.

En este sentido, la conformación del Instrumento Político de los Trabajadores es un paso transitorio importantísimo para proponer una alternativa a los trabajadores y que un amplio sector vaya haciendo una experiencia de independencia de clase. Esto podría crear las bases hacia la formación de un partido revolucionario que en el momento oportuno pueda ser el instrumento para dirigir una nueva revolución que retome las banderas de 1952. Hoy esta tarea está por realizarse.

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