La revolución de 1949

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Por Roberto Saenz

El establecimiento de la Republica Popular China fue proclamado en Pekín el 1° de octubre de 1949. Li Fu-Yen (seudónimo de Frank Glass, militante trotskista de origen griego que pasó largos años en China), ha dejado valiosos testimonios sobre el curso de la revolución.

De él proviene una definición sobre 1949 que parece convincente: se habría tratado de una «revolución fría». Por supuesto, no en el sentido de que faltaran enfrentamientos del tipo de guerra civil, sino en el sentido de la ausencia de una auténtica acción consciente, directa y autoorganizada de las masas rurales explotadas que viniera desde abajo. Esto es, basada en métodos de lucha de masas, característica que sí distinguió a otros procesos revolucionarios campesinos, incluso a algunos cercanos a nuestra tradición de origen, como es el caso de Hugo Blanco en Lares y Convención, Cusco, Perú.32 A esta característica se le suma lo ya conocido, es decir, que no se trató de una revoluciónsocialmente obrera ni políticamente socialista.

Reforma agraria pequeñoburguesa

El carácter de la revolución, en nuestra interpretación y como hemos insistido, está muy claro: se trató de una auténtica revolución campesina anticapitalista. El PCCh fue la organización que estuvo a su frente, como portaestandarte de un programa de reforma agraria radical.33 Pero su rol no se agotó allí: también estuvo a cargo del encuadramiento de la acción campesina, el de impedir todo vínculo real con el proletariado urbano, lo que implicaba bloquear toda eventual dinámica socialista o transicional.

Aquí hay una dialéctica de alcances y límites de la acción de una dirección política. La dinámica más «objetiva» del proceso impuso un curso anticapitalista, pero fue justamente la acción de la dirección la que cortó de cuajo todo posible transcrecimiento socialista. Hablar de «carácter objetivamente socialista» de la revolución pierde de vista totalmente esta dialéctica real de factores objetivos y subjetivos. Dialéctica que no casualmente señalaba el propio Peng en su informe, al rechazar la tesis de que todo se explicaba por la «presión» de las masas sobre el PCCh.

Li Fu-yen destacaba el cambio de frente en las vicisitudes de la guerra civil tras la finalización de la Segunda Guerra Mundial. Esto efectivamente obligó a Mao a implementar en el norte de China la expropiación de los terratenientes y el reparto radical de las tierras. Para que se entienda la circunstancia, la última ofensiva militar del Chiang Kai-Shek había llegado tan lejos como para que en 1947 Yenan –la base del PCCh por más de una década luego de la famosa Larga Marcha– cayera en manos de los «nacionalistas».

«Cuando se señala el carácter de acólitos del Kremlin de los estalinistas, se muestra sólo una parte de su fisonomía política, y no la más importante. Además de ser agentes de Stalin, Mao y su cohorte son los líderes de un genuino movimiento de masas: la rebelión campesina que constituye más del 80% de la nación china, un movimiento que se eleva desde el suelo social del país. Es esta gigantesca masa rural laboriosa la base del impresionante poder que los estalinistas tradujeron en una victoria militar masiva. (…)

«En octubre de 1947, el CC del PCCh promulgó su ‘Programa básico para la reforma agraria China’, que dio un final formal a la política de colaboración de clases en el campo instituida 11 años antes. Es necesario dejar establecido el carácter de esta ley, para clarificar las bases del apoyo de que gozó el maoísmo en la China de 1949, sobre todo en el norte: a) el sistema agrario de explotación ‘feudal’ o ‘semi-feudal’ es abolido y se establece el criterio de ‘la tierra para el labrador’; b) los derechos de propiedad de la tierra de los terratenientes quedan abolidos; c) la propiedad territorial de todos los antiguos santuarios, templos, monasterios, escuelas, instituciones y organizaciones queda abolida; e) todas las deudas contraídas antes de la reforma agraria quedan canceladas; f) salvo lo referido a bosques, minas, lagos, toda la tierra en las villas en manos de los terratenientes y todo el terreno público debe ser tomado por los sindicatos de los campesinos de las aldeas, junto con todo otra tierra de las aldeas, en acuerdo con el total de la población de la localidad, sin tener en cuenta la edad y el sexo, debe ser unificada e igualitariamente distribuida (…) así, todos los habitantes de la aldea deberán compartir igualitariamente la tierra, y deberá ser la propiedad individual de cada campesino; g) a los terratenientes y sus familias se les debe dar tierra y propiedades equivalentes a los de los campesinos. Lo mismo para todos aquellos ligados al Kuomintang que viven en los campos; h) el gobierno publicará al pueblo edictos de propiedad de la tierra, y, aún más, reconocerá sus derechos de libre manejo, comercio y bajo determinadas circunstancias, alquilará sus tierras» (Li Fu-Yen, «El Kuomintang en la hora de su catástrofe», febrero 1949, tomado de Marxist Internet Archive).

Es evidente el carácter revolucionario de la reforma agraria. No porque hubiera llegado al estadio de la socialización de las tierras –algo a lo que nunca se llegó realmente– o de su colectivización y/o cooperativización, sino porque se trató de una reforma agraria revolucionaria pequeño-burguesa que le daba la tierra en pequeña propiedad a los campesinos que la trabajasen. Obviamente, su poder seductor era inmenso, más allá que se tratara de una reforma agraria de tipo narodniki.

En cuanto a sus alcances y límites, Frank Glass observa que: «El atractivo de este programa apenas necesita ser enfatizado. Para la población laboriosa del campo es una verdadera Carta Magna. Millones de campesinos sin tierra y de granjeros arrendatarios tienen ahora una perspectiva de afirmar sus pie en el terreno. Los campesinos gravemente endeudados ven en ella la liberación de su opresiva situación. Para toda esta vasta masa de humanidad parece levantar la promesa de una vida mejor.

«En lo que respecta al problema de la tierra, el programa estalinista es claramente revolucionario. Representa una abrupta ruptura con el pasado y producirá un profundo cambio en las relaciones de clase. La transferencia de la tierra a aquellos que la trabajan es un indispensable paso preliminar para la reorganización de la agricultura en niveles más altos y la transformación revolucionaria de la sociedad china. Pero vista en el contexto de la sociedad china social y políticamente como un todo, es conservadora, oportunista, unilateral e ilusoria. Más allá de la gran preponderancia del campesinado en la sociedad china y el gran peso de la agricultura en la economía, el problema agrario no es un problema independiente que pueda ser resuelto separadamente y aparte de los problemas económicos del país como un todo.34 Una pequeña parcela de tierra sigue siendo una pequeña parcela, una unidad ‘antieconómica’, incluso cuando está firmemente en las manos del campesinado. La expropiación de los terratenientes le dará tierra a los sin tierra, pero las parcelas seguirán siendo pequeñas (…).

«Será imposible levantar el nivel de la agricultura con la continuidad de la pequeña escala de propiedad y los métodos agrarios primitivos. Para la producción en gran escala hace falta la maquinaria que la pueda hacer posible. Esto implica un gran desarrollo industrial. Más aún, hay demasiada gente en la tierra. La población sobrante puede ser llevada fuera de la tierra únicamente cuando hay medios alternativos de vida. Pero esto sólo será posible mediante un desarrollo multilateral del la economía: industria, transporte, comunicaciones (…). Lo que los estalinistas aspiran es a establecer su base social sobre el campesinado, liberado de la ‘explotación feudal y semi-feudal’ (…). Dirigen su ataque contra el ‘feudalismo’, no el capitalismo, como si los remanentes feudales poseyeran un significación social y política independiente» (Li Fu-Yen, cit.).

Más tarde el estalinismo expropió y dio impulso a la industrialización, en medio de zig-zags y fuertes crisis y desequilibrios que luego veremos. Sin embargo, el conjunto del abordaje de Frank Glass conserva actualidad, dado que el maoísmo como corriente nunca superó su «agrarismo». Llevó a cabo una reforma agraria anticapitalista, pero pequeño-burguesa, no «socialista», desvinculada del proletariado, estrechamente nacionalista y que repartió la tierra en propiedad individual, no logrando nunca realmente éxito en sus proyectos de industrialización y colectivización del agro.

Revolución por medios militares-burocráticos

Respecto de los métodos con los que la revolución fue llevada adelante, ya hemos señalado que Glass la define como una «revolución fría» en el sentido de haber sido llevada adelante desde arriba y desde fuera de la clase trabajadora, y buscando la pasividad del movimiento de masas.

«Lo que era revolucionario en Francia 160 años atrás es en esencia reformista en China hoy. Esta definición política del programa agrario del estalinismo no está invalidada por la amplia escala de la reforma agraria, el área y el número de personas involucradas. Los métodos de los estalinistas están naturalmente vinculados con el carácter de sus objetivos programáticos. Están llevando a cabo la reforma agraria por medios militares-burocráticos. Si es permisible usar el término ‘revolución’ para describir la marcha de los eventos de China, deberemos designarla como una ‘revolución fría’, en la cual las amplias masas jugaron el rol pasivo y menor asignado a ellas de antemano por sus líderes. Los estalinistas, sin ninguna duda, disfrutan el apoyo de las amplias masas del campesinado. Sin embargo, no sólo no alientan, sino activamente desalientan a los campesinos a tomar cualquier iniciativa independiente. No hay inflamados llamados a los campesinos a levantarse contra los terratenientes. Por el contrario, los estalinistas convocan a los campesinos a esperar el arribo del ejército ‘rojo’» (Li Fu-Yen, cit.).

Peng en su informe subraya el mismo concepto: «El PCCh no movilizó las masas trabajadoras. No empujó la revolución más allá mediante la apelación a la clase obrera liderando las masas campesinas (…) porque sustituyó mediante los métodos militares-burocráticos del estalinismo los métodos bolcheviques revolucionarios de movilización de las masas; esta revolución ha sido así gravemente distorsionada y golpeada, y sus logros están deformados a tal punto que son apenas reconocibles».

Este panorama pinta de cuerpo entero el carácter no socialista de la revolución agraria, en la medida en que no se convocaba a un acción independiente del campesinado, sino que expresamente se desalentaba toda posible acción autodeterminada. Ni hablar del proletariado de las ciudades, convocado a esperar sentado la entrada del «Ejército Rojo» y a priorizar la producción.

Citaremos una vez más a Peng en su descripción del carácter «frío» de la revolución: «Si el PCCh hubiera invitado a los trabajadores y las masas en las grandes ciudades para levantarse en rebelión y para derrocar el régimen, habría sido tan fácil como golpear debajo de la madera putrefacta. Pero el partido de Mao dio simplemente órdenes a la gente de esperar su liberación por el ejército del pueblo (Ejército Popular de Liberación) (…) podemos dibujar una clara pintura del proceso: el régimen de Chiang Kai-Shek colapsó completamente (…) Comenzando por la contraofensiva en el otoño de 1948, en las sucesivas batallas ocurridas en el noreste, y salvo la violenta batalla en Chinchou, las otras grandes ciudades como Changchun, Mukden, etc., fueron ocupadas sin pelea (…)

«Respecto de las grandes ciudades y bases militares del norte del río Yangtsé, salvo los encuentros en Chuchao y Paotow, las otras, como Tsinan, Tientsin, Peiping, Kaifeng, Chengshou, Sian, etc., fueron tomadas producto de la rebelión de los ejércitos estacionados allí, por rendición o deserción. En el noroeste, en las provincias de Kansu y Sinkiang, fue sólo por rendición. En la ciudad de Taiyuan hubo comparativamente una larga lucha, pero esto no pesó en el conjunto de la situación. Respecto de las grandes ciudades al sur del río, salvo una simbólica resistencia en Shangai, las otras se entregaron por anticipado (Nanking, Hangchow, Hangkow, Nanchang, Fuchow, Kweiling y Cantón), o se rindieron cuando llegó el ejército comunista, como en la provincias de Hunan, Szechuan y Yunan.

«Tras cruzar el Yangtsé, el ejército de Mao marchó hacia Cantón como a través de una ‘tierra de nadie’ (…) De ahí la particular situación por la cual el ‘ejército de liberación’ no conquistó sino que más bien se hizo cargo de las ciudades» (informe citado).

Es interesante comparar estas observaciones de Glass y Peng con otros autores como Theda Skocpol, quien en su estudio presenta una valoración algo distinta a la de Glass, pero que no deja de subrayar el encuadramiento efectuado por el PCCh:

“Lo que ocurrió en el norte de China entre 1946 y 1949 fue una síntesis única entre las necesidades militares de los comunistas chinos y el potencial social revolucionario del campesinado. Pues en el proceso de movilizar los refuerzos campesinos para apoyar los gobiernos y ejércitos de la zona base, los comunistas penetraron en las comunidades locales y las reorganizaron. Así, el campesinado como clase fue provisto de una autonomía y solidaridad de las que no había disfrutado dentro de la tradicional estructura sociopolítica agraria. En cuanto los campesinos adquirieron medios para convertirse (dentro de las aldeas) en una clase propia, pudieron atacar a los terratenientes con tanto rigor como las campesinos rusos en 1917. Salvo que, a diferencia de los campesinos rusos, los campesinos chinos se rebelaron contra los terratenientes sólo con la ayuda y el aliento de los cuadros comunistas locales, y la revolución agraria china, en conjunto, ocurrió bajo la ‘pantalla’ militar y administrativa aportada por el control de las zonas básicas por el partido (…). En suma, la búsqueda de recursos rurales del PCCh (…), finalmente dio por resultado la revolución social en los campos de China” (Skocpol, p. 408).

La conclusión que se impone es que en 1949 ocurrió una grandiosa revolución social campesina anticapitalista, pero encuadrada burocráticamente, sin ascenso del proletariado urbano ni perspectiva revolucionaria internacionalista, y por lo tanto bloqueada desde sus inicios en tanto que auténtica revolución socialista.

El proletariado, ausente

«En todos los años de su separación física y política del proletariado urbano, el PCCh continuó considerándose el ‘partido del proletariado’. Esta ficción persistió todo a lo largo de los años del experimento de Kiangsi y más tarde en el noroeste (…). Con la toma del poder, el partido dijo ejemplificar en sí mismo la ‘hegemonía del proletariado’ en el nuevo orden de cosas. Como tantas otras cosas en la laberíntica semántica del ‘marxismo-leninismo’ estalinista, esto reflejaba no ninguna realidad social o política, sino una racionalización (…) Los primeros representantes partidarios que fueron a tomar el gobierno de las empresas nacionalizadas (…) encontraron que la masa de los trabajadores industriales no se había percatado de que la revolución había hecho de ellos los verdaderos dueños de las empresas estatizadas. No estaban preparados para asumir sus nuevas y grandiosas responsabilidades» (Isaacs, p. 310).35

Hemos venido subrayando la total y absoluta ausencia en la revolución de 1949 del proletariado chino, que nunca se recuperó de la derrota de 1925-27, y que quedó siempre bajo el dominio del Kuomintang o de los japoneses en Manchuria. Para colmo de males, con la ocupación de las ciudades costeras por los japoneses quedó diezmado y sólo se rehizo numéricamente precisamente en la provincia del noroeste sometida a la ocupación militar.

Pero esto no autoriza a perder de vista que León Trotsky había insistido en los 30 que se debía retroceder con el proletariado y permanecer en sus filas. Y, sobre, todo que al maoísmo nunca le interesó en lo más mínimo la suerte del proletariado chino. Por esto suenan tan absurdos los análisis de la revolución de 1949 como «proletaria», algo que contraría los datos fácticos más elementales.

«Está establecido que en los últimos meses de 1927 (…) comienza una larga serie de intentos de parte del partido por derribar la cortina de hierro de la indiferencia del proletariado, que finalmente terminó en un completo fracaso (…). Después de julio, los gobierno de Wuhan y Nanking tornaron su furia sobre los comunistas y tuvieron éxito en quebrar su control de los sindicatos obreros. Lo que es incluso más importante, en las ciudades, el proletariado industrial como tal le dio la espalda irrevocablemente a la dirección comunista. En ese momento posiblemente no estaba claro cuán profundo era el abismo que se había creado. Hoy sabemos que este abismo no se cruzó hasta que las tropas de los comunistas chinos entraron a las ciudades como conquistadores en el final de los 40» (Schwarz, p. 97). Se trata de un análisis tan lúcido como poco citado de la valoración del proletariado sobre los «comunistas» luego de la tremenda traición de Stalin a finales de la década del 20. El favor de los obreros hacia el PCCh no se recuperó ni se recuperaría jamás. Lo realmente impresionante es que esto sea cierto hasta hoy, a comienzos del siglo XXI.

Inclusive, el PCCh no sólo nunca rehizo su relación con el proletariado, sino que siempre desconfió de el, esmerándose por dividirlo y atomizarlo, más allá de las concesiones económico-sociales que efectivamente le otorgara luego de la revolución. Un ejemplo de esto es el VII Congreso del PCCh: con respecto al carácter de clase del partido, se puso énfasis en su naturaleza rural; apenas se mencionaba la necesidad de una dirección proletaria, y se definía como sector eje de captación «a los trabajadores culíes, mano de obra rural, campesinos pobres, pobres urbanos y soldados revolucionarios».

En estas condiciones, Frank Glass refleja bien la actitud del PCCh hacia la clase obrera: «Es evidente que Stalin y sus acólitos chinos quieren la revolución mantenida dentro de límites seguros. Esto se visualiza una vez más en su evidente indiferencia hacia el proletariado. El programa estalinista no ofrece nada a los trabajadores, salvo la continuidad de su esclavitud asalariada. El proletariado chino es pequeño (…) tres millones de obreros en un población de más de 450 millones. Sin embargo, las ciudades en las cuales estos trabajadores viven y trabajan son los centros estratégicos del dominiode Chiang Kai-Shek y los centros nerviosos de todo el sistema de explotación capitalista. Si se armara al proletariado con el programa correcto y se le diera su lugar en el actual desarrollo de los acontecimientos como el líder de los explotados y oprimidos, sacaría a la burguesía con cajas destempladas. Lo que queda del Kuomintang sería rápidamente destruido y la guerra civil inconmensurablemente reducida. Pero los estalinistas desconfían del proletariado y por buenas razones (…) están determinados a mantener la revolución fría, bien fría».

En el mismo sentido, Schwartz señala que luego de la revolución «el PCCh puede una vez más decir que posee una base proletaria. Está nuevamente en contacto con el proletariado industrial urbano. Sin embargo, las mismas circunstancias bajo las cuales los comunistas finalmente alcanzaron el poder aportan una luz reveladora sobre la falta de relaciones entre el proletariado urbano y el PCCh. El proletariado urbano chino –cualquiera fueren las simpatías que tuviera– esperó inerte y pasivamente a que las tropas campesinas ocuparan las ciudades. Ciertamente, jugó un rol mucho menos activo que los estudiantes» (Schwartz, p. 197).

Más tarde (1952) llegaría la expropiación de los medios de producción y sectores importantes de la clase obrera obtendrían importantes concesiones, aun en medio de una pasividad y encuadramiento totales. Luego nos referiremos al carácter de estas medidas.

En síntesis, tomando una valoración general de los procesos de la segunda posguerra, pero que se puede aplicar perfectamente a los alcances y límites de la revolución china de 1949, se puede ver cómo operó en ella la clásica dialéctica de los triunfos seguidos de derrotas en ausencia de centralidad del proletariado, autodeterminación campesina y perspectiva internacionalista.

«Tras la victoria sobre el nazismo, en Europa y en el mundo semicolonial hubo revoluciones y transformaciones democráticas, agrarias, nacionales y antiimperialistas, e incluso hubo expropiaciones y experiencias no capitalistas. En muchos casos, directa o indirectamente, las masas trabajadoras alcanzaron conquistas socioeconómicas importantes. El fin del latifundismo y las arraigadas influencias terratenientes y el clero en gran parte de Europa oriental, progresos en la industrialización de las repúblicas más rezagadas de la región, el pleno empleo y mejoras significativas en el terreno de la salud y educación no pueden ser desconocidas en bloque (…)».36

Sin embargo, reconocer lo anterior «no está en contradicción con nuestra afirmación de que en esos países no hubo desarrollo del poder obrero, ni un genuino impulso hacia transformaciones socialistas. En realidad, con ritmos distintos cada uno de estos triunfos o progresos parciales se transformaron en lo contrario: derrotas y desastres sociales. Esta dialéctica de triunfos que se transforman en derrotas cuando la revolución se frena y se pudre es una de las características de esta posguerra». (Romero, cit., p. 147).

Los desastres del «Gran Salto Adelante» y la «Revolución Cultural» vendrían a confirmar en pocos años esta dialéctica, como luego intentaremos demostrar.

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