La política israelí hacia el pueblo palestino: un «sociocidio»

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  • El sociocidio es un concepto que significa la destrucción total de los palestinos, no sólo en tanto que entidad política o grupo político nacional sino en tanto que sociedad. Su objetivo final es la expulsión de los palestinos de su patria (es decir una purificación étnica total o a gran escala).

Saleh Abdel Jawad

El sociocidio es un concepto que significa la destrucción total de los palestinos, no sólo en tanto que entidad política o grupo político nacional sino en tanto que sociedad. Su objetivo final es la expulsión de los palestinos de su patria (es decir una purificación étnica total o a gran escala). Este concepto es utilizado aquí en dos acepciones diferentes. La primera, para definir las consecuencias de la «guerra» de 1948, que fue en realidad un programa unilateral de purificación étnica; la segunda, como proceso a largo plazo, para definir la política israelí hacia el pueblo palestino en los Territorios Ocupados desde 1967: en este caso, el sociocidio ha tomado la forma de una guerra total por otros medios, a saber, medios políticos, económicos, sociales, culturales y psicológicos.

El sociocidio, como el genocidio, tienen en común el mismo objetivo; la diferencia está en los medios para alcanzar esos objetivos. Afirmo sin embargo que el sociocidio (como el etnocidio y los demás términos en cidio) es una forma de genocidio.

Los organizadores de genocidios como en el caso del Holocausto o de Ruanda han utilizado principalmente y esencialmente una violencia directa y masiva. Su objetivo era aniquilar y exterminar físicamente al «enemigo», es decir en lo esencial poblaciones civiles.

El sociocidio, por su parte, puede ser realizado de dos formas: en el primer caso (en el curso de la «guerra» de 1948), por la guerra total acompañada de una guerra psicológica muy elaborada para conducir a la destrucción de la sociedad enemiga. La purificación étnica es realizada sin exterminio físico del enemigo. En el curso de esta «guerra» las fuerzas israelíes tenían la posibilidad, dada la correlación de fuerzas militar, de matar a la mayor parte de la población palestina. Sin embargo, y a pesar de un estudio reciente que muestra que decenas de «pequeñas» masacres fueron cometidas durante la guerra por el Ejército sionista, luego israelí, la intención no fue nunca exterminar físicamente a los palestinos, las masacres no eran practicadas más que cuando eran «necesarias», e incluso en ese caso bajo la forma de matanzas sabiamente dosificadas y normalizadas para crear un clima de pánico y de terror que les llevara a irse.

Los términos del problema y el mensaje eran muy sencillos: partir o morir. Estos crímenes de guerra lograron conducir a una cuasi destrucción de la sociedad palestina.

En el segundo caso (bajo la ocupación israelí de los Territorios a partir de 1967) el objetivo de la purificación étnica se persigue con la ayuda de un proceso a largo plazo, utilizando todo un arsenal de medidas «silenciosas» de orden administrativo y que afectan a la infraestructura económica. Los derechos civiles y políticos son sencillamente negados de forma sistemática. Todos los aspectos de la vida, incluso los desplazamientos y el ocio, son ocasión de obstáculos y humillaciones. La mayor parte de esta política intenta frenar y/o paralizar el desarrollo de la sociedad, el objetivo último es llegar a su descomposición. Un palestino del campo de refugiados de Jenin expresa sí lo que es el sociocidio: «Tengo ahora cuarenta y tres años y en toda mi vida no he vivido un solo día feliz»[1].

Esto no significa que el sociocidio en el caso de 1967 excluya la violencia. Al contrario, la violencia es utilizada permanentemente en la vida cotidiana pero bajo forma de medidas «calculadas»: por ejemplo en las confiscaciones de tierras para disuadir a los palestinos de resistir a esta desposesión, en las manifestaciones, en los puntos de control para poner trabas a los desplazamientos cotidianos de la gente normal, etc. Sin embargo, en general, el número de muertos y heridos está previsto por adelantado en el marco de una política global, para tener en cuenta las repercusiones sobre la opinión pública internacional y los medios, y su reacción. La violencia es utilizada esencialmente en el marco de una guerra psicológica para intimidar y debilitar la voluntad de resistencia (por un sentimiento de impotencia).

Es importante refutar el argumento israelí según el cual esta política de medidas destructoras sería necesario para su seguridad. Se podría responder, como veremos más adelante, que el sociocidio no exige para ponerse en marcha, o para mantener la seguridad un período de guerra o de conflicto agudo (como la actual Intifada palestina); al contrario un período de seguridad y de paz puede también permitir su aceleración. La etapa posterior a los Acuerdos de Oslo mostraron que las políticas de sociocidio se aceleraban independientemente del proceso de paz. Según Sara Roy, por ejemplo, «el proceso de Oslo no ha representado el fin de la ocupación israelí sino su prosecución, bajo una forma menos directa. La relación estructural entre ocupantes y ocupados, y el desequilibrio flagrante en términos de poder que ello comporta, no han sido desmantelados por los acuerdos sino al contrario reforzados. Los Acuerdos de Oslo han formalizado e institucionalizado la ocupación de una forma totalmente nueva».[2]

¿Por qué el «sociocidio»?

Desde el comienzo, la mayor parte de los dirigentes sionistas indicaron claramente que su Estado sería total y exclusivamente para los judíos. Aunque algunos documentos internos muestran que eran conscientes de la existencia de los palestinos[3], descritos a veces incluso como un grupo cuya existencia les molestaba y que tenía aspiraciones nacionales ambiguas, adoptaron el célebre eslogan de Lord Shaftsbury: «una tierra sin pueblo para un pueblo sin tierra».[4]

La idea de una tierra «vacía» es un concepto colonial occidental que apunta a legitimar la ocupación y la presencia de los colonos[5]. Cuando los sionistas retomaron la idea a finales del siglo XIX, se publicaban todos los años guías turísticas sobre Palestina y su población real y se encontraban en las estanterías en todas las librerías occidentales[6]. Los sionistas en su mayoría abrazan una empresa colonial similar al modelo norteamericano, que implicaba una sociedad y una economía judías, que no dejaba ningún lugar para los autóctonos. Esto contribuiría a reconstruir un sentimiento de homogeneidad cultural, religiosa y étnica semejante al del nacionalismo en Europa[7]. En virtud de este modelo, los habitantes originales fueron expulsados no solo más allá de los límites de las colonias protegidas, sino también claramente fuera de la entidad colonialista[8].

Pero contrariamente al modelo de exclusión que acaba su proyecto mediante el genocidio de las poblaciones indígenas, en el caso de Palestina el contexto y las realidades locales e internacionales impidieron la realización de ese objetivo final. Tras la Segunda Guerra Mundial, el mundo, además de la evolución de los principios y del discurso sobre los derechos humanos, estaba mejor informado, más consciente y más reactivo, gracias al desarrollo de los medios de comunicación masivos, a atrocidades a gran escala, como el Holocausto por ejemplo. A pesar del apoyo que tenían los sionistas en Occidente, un genocidio era difícil de aprobar. Hay que decir también que los palestinos formaban parte de un conjunto más amplio, el mundo árabe, que era considerado como una nación, y que no permitiría su exterminio. Por estas razones, entre otras, el exterminio se convirtió en una forma inaceptable de evacuar la tierra de su población original. Por tanto los dirigentes sionistas fueron obligados a tomar nuevas vías, un nuevo método.

El nuevo método va a utilizar la violencia y las matanzas, pero sin tomar la forma de un genocidio «clásico». Las masacres y el terror se convirtieron en una práctica bien planificada y cuidadosamente orquestada[9]. Integrándose en una guerra física y psicológica total, se expandieron en 1948 al conjunto de Palestina, desmoralizando a los palestinos, y han conducido al hundimiento de su sociedad. La violencia y las masacres organizadas no tomaron una forma caótica y permanecieron bajo el control de quienes las organizaban. La violencia caótica e impulsiva tal como se ha producido en otras partes no tiene lugar en los proyectos sionistas. Este orden y esta disciplina, entre otras cosas, indican que hay una inteligencia superior detrás del proyecto de expulsión. Pero este nuevo método ha logrado suscitar una purificación étnica semejante a la que sólo un genocidio puede realizar.

Hay que señalar, sin embargo, que el sionismo tiene una historia larga y compleja. Ha tenido siempre partidarios que tenían una actitud más conciliadora hacia los palestinos. Por ejemplo, ha habido intelectuales humanistas como Ahad Ha´am (Arthur Ginsberg) que, desde finales del siglo XX, han criticado el trato infligido por el Yishuv (la comunidad judía) a los palestinos. El profesor Yehuda Magneee, director de la Universidad Hebraica en su creación en 1925 y durante el período del mandato, era partidario de un Estado binacional que hiciera un lugar a los palestinos, igual que Martin Buber, célebre escritor y filósofo. El Partido Comunista Palestino, compuesto de miembros árabes y judíos, era también partidario de un Estado binacional. Además, «ha habido siempre una corriente de la cultura del Yishuv que tenía tendencia a rebelarse contra el carácter malsano de los judíos de Europa reivindicándose de la vuelta a una cultura semítica, cercana a la cultura árabe»[10]. Desgraciadamente, estas voces humanistas han permanecido minoritarias y no han moldeado a fin de cuentas la política sionista.

Pero, quizás porque esta voz humanista ha formado siempre parte del sionismo, las razones religiosas para justificar la expulsión de los palestinos no eran enteramente convincentes por sí mismas. Es por lo que, paralelamente a los argumentos religiosos, los dirigentes sionistas han optado por deshumanizar a los palestinos y subrayar las diferencias culturales entre judíos y árabes, todo ello para legitimar un plan de expulsión.

La deshumanización de los palestinos comenzó muy pronto y prosigue hoy. Por ejemplo, Abraham Yair, conocido por su seudónimo de «Stern», que dirigía el grupo terrorista judío Lehi, definía a los árabes como «bestias salvajes del desierto y no un verdadero pueblo»[11]. En otro artículo declara que «los árabes no son una nación sino un topo que vive en las zonas apartadas del desierto eterno. No son sino asesinos»[12]. A lo largo del tiempo, los palestinos han sido comparados a numerosos animales dañinos del arca de Noé: los escorpiones, las serpientes, las cucarachas, los topos, etc. Este género de epítetos y las creencias que revelan nos permiten comprender por qué individuos del grupo IZL o del grupo Lehi se disfrazaban de árabes, iban a los mercados populares y hacían estallar bombas entre los clientes acompañados de sus familias.

Esta deshumanización no se limita al primer período. Schmail Agnoon, premio Nobel de literatura en 1966, dice en su novela Antes de Hitler, escrita en 1945, que los árabes son gentes «sin dignidad, que acepta la humillación, que explota a los colonos, responsables de la destrucción de la tierra, molestos, sucios, que roban a los judíos, que detestan la civilización, semejantes a perros»[13]. Paralelamente a la deshumanización de los palestinos, se ha puesto también el acento en las diferencias culturales. Esto ha tomado dos formas. En primer lugar la unidad de una población judía muy diversa ha sido exagerada ampliamente, haciendo como si no hubiera existido la diáspora de 2000 años durante la cual los judíos han vivido en toda una serie de países, han hablado numerosas lenguas diferentes y han evolucionado en direcciones muy diversas. De hecho, sólo a ojos del sionismo del siglo XIX los judíos han sido considerados como un único pueblo. En segundo lugar, las diferencias entre los judíos y sus vecinos árabes han sido groseramente exageradas, sobre todo negándose a ver las experiencias históricas de los judíos arabófonos[14].

La acentuación de la distancia entre las dos comunidades no se ha limitado al nivel retórico. La separación ha sido aplicada en todas las instituciones, incluido todo el sistema de educación judío bajo el mandato británico. En 1937, el informe de la comisión Peel, documento de tonalidad prosionista, señalaba con consternación en su capítulo sobre la educación que la educación judía estaba consagrada a la «glorificación de la patria como obra llevada a cabo sólo por los judíos». Proseguía indicando que «la idea de compartir su vida con los árabes no está nunca presente bajo ninguna forma. Formar ciudadanos, compañeros, amigos de los árabes en un Estado palestino común, es algo que no existe (en el programa escolar judío). El sistema educativo judío no intenta crear ninguna comprensión entre los dos pueblos»[15]. La distancia cultural, la deshumanización y el acento puesto en la autodenominada «crueldad del enemigo» han sido utilizadas no sólo para crear una muralla para separar a judíos y árabes, sino también para facilitar la expulsión de los palestinos. Al mismo tiempo, paradójicamente, la propaganda sionista ha logrado, por toda una serie de razones, presentar el comportamiento israelí, tanto del pasado como del presente como un acto de autodefensa. Mitos tales como el supuesto deseo árabe de «echar a los judíos al mar» han sido moneda corriente[16].

¿Hubo verdaderamente purificación étnica en 1948?

La forma en que el terror fue practicado durante la guerra de 1948 no habría podido producirse sin la creencia de que los árabes no tenían ningún derecho a vivir en Palestina y que eran subpersonas o al menos inconmensurablemente diferentes del colono judío. Estas ideas han alimentado la máquina de matar sionista. Una vez que esta utilización de la violencia ha parecido lograr éxitos, los sionistas se han encontrado atrapados en la trampa de una adicción sin fin, pues el terror puesto en marcha por el Estado se ha convertido en su principal instrumento en su búsqueda de poder y de hegemonía. Dejemos hablar a los hechos por sí mismos: el 80% de los pueblos palestinos que cayeron bajo el domino del nuevo Estado de Israel fueron completamente destruidos y sus habitantes fueron obligados a refugiarse en el otro lado de la frontera o en otras partes de la Palestina histórica[17].

Estos pueblos representaban el 50% del conjunto de los pueblos de Palestina con referencia a las fronteras históricas durante el mandato británico. Todos estos pueblos fueron destruidos, aunque no hubieran sufrido ninguna destrucción notable en el curso de la guerra. En numerosos casos no participaron nunca en actividades militares[18].

Estos pueblos fueron destruidos a pesar de la necesidad desesperada de encontrar hogares y techos para el millón de inmigrantes judíos que afluyeron a Israel en los tres primeros años que siguieron a la guerra. La lógica existente detrás de esta decisión de destruir los pueblos era aplastar la presencia y el paisaje palestino árabe, y hasta su existencia, y reivindicar la propiedad de la tierra[19] pero también, y más importante aún, impedir a los refugiados volver a sus hogares[20]. ¿Quién creería que la zona en el sur de la carretera que une Jerusalén y Jaffa hasta Eilat no tenga ya ni un solo pueblo árabe? Y en la propia ruta no quedan más que tres pueblos (Abou Ghoush, ´Ein Rafa y Beit Naquba). En la larga carretera entre Jaffa y Haifa en las llanuras costeras (alrededor de 100 km.), que atraviesa la región más fértil de Palestina, no han quedado más que dos pueblos (Jisr al–Zarqa, Freideiss). Los campesinos, mayoría de la población, fueron víctimas de lo que el sociólogo judío americano Don Peretz definió como un proceso de «descampesinización»[21] en el que perdieron su trabajo, su renta y su identidad campesina sin adquirir nuevas competencias no agrícolas. Durante numerosos años, la mayor parte de ellos permanecieron como refugiados sin empleo viviendo en la miseria y la pobreza, en un medio completamente diferente al suyo[22].

Un componente importante del sociocidio es el hecho de tener en el punto de mira los centros urbanos de población mezclada. Hay un elemento anti–urbano que es una característica común de las políticas israelíes, tanto del pasado como del presente. Las ciudades palestinas son consideradas como un objetivo principal de las políticas de sociocidio.

En 1948 las comunidades pluralistas de las grandes ciudades como Jaffa, Haifa y Jerusalén fueron los objetivos principales de las autoridades militares israelíes. No es extraño que los palestinos que viven en las zonas urbanas hayan tenido una suerte peor que la de la gente que vive en los pueblos. De once ciudades palestinas caídas entre las manos de Israel, cinco fueron completamente vaciadas de su población, siendo sus habitantes reducidos al estado de refugiados desenraizados, sin domicilio y sin dinero. Estas cinco ciudades son: Safad, Majdal, Tiberiades, Beisan, Beer–Saba´. Además la parte árabe de Jerusalén oeste, el centro de la intelectualidad palestina de Jerusalén, tuvo la misma suerte. Otras cinco ciudades fueron casi totalmente vaciadas de su población palestina, salvo algunos centenares o miles de habitantes, incluidas familias dispersas en pueblos vecinos de la periferia de estas ciudades, a quienes fue prohibido permanecer en sus casas. Todos fueron reagrupados y amontonados en pequeñas zonas de fuerte densidad de población (reservas), mientras que sus casas así como las de quienes habían «partido» eran ocupadas por judíos. Durante días y semanas, actos de vandalismo y progromos fueron la regla[23]. Los palestinos restantes se habían convertido en ciudadanos de tercera clase (en el Estado de Israel la segunda clase estaba compuesta por inmigrantes judíos venidos del mundo árabe[24]). Estas cinco ciudades son Jaffa, Haifa, Iod, Ramallah, Acre. Una sola ciudad permaneció intacta: Nazaret, porque los dirigentes sionistas no querían disgustar al Vaticano y al mundo cristiano[25].

En estas ciudades, que representaban el núcleo intelectual de la sociedad palestina, los israelíes destruyeron, robaron o confiscaron la mayor parte de la herencia cultural escrita incluso las bibliotecas públicas, los archivos, la prensa, las imprentas y las editoriales, el catastro, los centros culturales, los cines y los teatros. A esto hay que añadir los archivos de los consejos municipales, de los hospitales, de las escuelas, las bibliotecas privadas, los papeles de familia y los diarios íntimos de los intelectuales como Georges Antonius, ´Aouni Abdel Hadi, Henri Cattan, Mustafá Mourad Eddbagh, entre otros[26].

Además de la destrucción política y social de más del 60% de la sociedad palestina, la «guerra» condujo a su desmembramiento en fragmentos minúsculos viviendo en medios y realidades diferentes: en países diferentes, con sistemas políticos diferentes, programas escolares diferentes y un medio económico y social diferente. Lo peor es que esta purificación étnica y cultural única en su género, con toda su crueldad, permanece en gran parte desconocida, salvo algunos pequeños grupos de especialistas. Extrañamente ni el gobierno de Israel ni su pueblo (con la excepción de una pequeña minoría) han expresado el menor lamento o el menor sentimiento de culpabilidad. Al contrario, como medio de esconder o negar lo que había ocurrido, una gigantesca máquina académica y política ha sido puesta en marcha, la historia reescrita. Los mitos israelíes, tanto los del pasado como los del presente, sirven para intentar evitar a los israelíes tener que mirar de frente las injusticias hechas a los palestinos.

Ciertos defensores incondicionales dicen que los palestinos se negaron a apoyar el plan de reparto de la ONU en noviembre de 1947 y desencadenaron la guerra. Además, según este argumento, dado que los palestinos son los iniciadores de la guerra, son responsables de todos sus males, incluso las masacres que se produjeron en el curso de esta guerra. El mismo tipo de argumento ha sido utilizado tras el fracaso de las negociaciones de Camp David en julio 2000. Los israelíes han repetido el mito según el cual han «movido todas las piedras para alcanzar la paz con los palestinos, que no la querían».

El fracaso de las negociaciones ha desencadenado una ofensiva a gran escala contra todos los aspectos de la vida palestina. Para decir las cosas con crudeza, es el argumento del «se lo han buscado»[27]. Otros apologistas intentan explicar y justificar implícitamente cada masacre como una medida de represalias contra una mala acción palestina. Por ejemplo Morris describe las matanzas de Eilaboun y de Wara al Sauda como respuestas tras la decapitación de dos soldados israelíes. Considera además que la masacre de Madj al Krum fue la consecuencia de la mentira de los aldeanos que no habían entregado todas sus armas, y que las de Jish y de Safsaf resultaban de su resistencia militar. Para decir las cosas crudamente, es la justificación por el «se lo han merecido».

Según una tercera alegación, los palestinos son ellos también asesinos. Israel tuvo 6.000 víctimas durante la guerra, lo que representa el 1% de su población total. Dicho crudamente, es el argumento del «ellos también lo hicieron»[28]. En último lugar, ciertos apologistas recurrieron al argumento según el cual los judíos, tras el Holocausto, tienen el derecho a utilizar todos los medios posibles para defender sus intereses. Esta posición está siempre acompañada por esta afirmación : comparado con el Holocausto, la expulsión de los palestinos sería un asunto minúsculo e insignificante. Es el argumento de la «necesidad» y del «¿y luego?»[29].

No deseo abordar la polémica a propósito de la guerra de 1948, pero he publicado recientemente un estudio en el que rechazo la idea de que son los palestinos quienes comenzaron la guerra[30]. Además, aunque los palestinos hubieran desencadenado la guerra, tal acto no justificaría verdaderamente los crímenes de guerra contra civiles que se habían rendido. Querría insistir sobre esta idea indicando que la mayor parte de las masacres israelíes se produjeron cuando las fuerzas árabes no representaban ya una amenaza. Invocar el mito israelí de una «lucha por la supervivencia» es inconveniente en tales casos. Es ridículo pretender que la fuerza militar más poderosa, la mejor equipada y la más disciplinada del Medio Oriente haya sido llevada al límite por el deseo de los campesinos palestinos de aferrarse a sus pueblos y a sus olivos. ¿Es posible comparar la culpabilidad eventual de pobres campesinos palestinos a la culpabilidad de los nazis?
El tercer argumento, «también lo hicieron ellos», tiene algún fundamento. Los palestinos también cometieron atrocidades. Robaron cada vez que fue posible. También mutilaron a combatientes judíos, pero hay que señalar que las matanzas cometidas por los palestinos eran muy diferentes de las masacres israelíes, por toda una serie de razones. Estas matanzas no se integraban en una estrategia agresiva de anexión o de expulsión; no eran perpetradas por fuerzas militares organizadas, sino que eran acciones espontáneas de la multitud; y en fin, en relación al número de masacres israelíes, eran acontecimientos raros. Estas explicaciones no las justifican, pero ponen en cuestión la tentativa de poner las matanzas israelíes y las palestinas en un pie de igualdad.

Esta cuestión sigue siendo de actualidad hoy. Por ejemplo, el problema de los atentados suicidas que es públicamente y vigorosamente condenado. Sugerir que esas acciones de una minoría en el seno de una población sin Estado que vive bajo ocupación militar, pueden ser juzgadas al mismo nivel que la puesta en marcha de una política declarada de opresión por las fuerzas armadas altamente militarizadas de la potencia ocupante, es algo absurdo. Además, a diferencia de los atentados suicidas de la segunda Intifada, las masacres israelíes de 1948 no nacieron de la desesperación, del exilio y de la expoliación, sino al contrario fueron los instrumentos de la construcción de una nación. Algunas de esas masacres fueron practicadas por gentes que, según los criterios de hoy, se puede definir como zelotes de derechas. Pero otras masacres fueron practicadas por gentes que, sobre algunas cuestiones en debate, pueden ser identificadas como liberales.


Saleh Abdel Jawad es profesor asociado del departamento de Historia y de Ciencia Política de la Universidad de Birzeit.


 

[1] Este palestino figuraba en el documental «Jenin, Jenin», de Mohamed Bakri. Luego fue matado por el Ejército israelí varios meses después de haber sido entrevistado.

[2] Roy,S. (2002) «Why peace failed an Oslo autopsy», in Maurín and Robin Tobin How long O Lord, Cambridge, Cowley publication. Roy, americana y judía, profesora en Harvard. Es la hija de dos padres que sobrevivieron al Holocausto.

[3] Shapira, S. (1992) Land and power, the Zionist resort to force, 1881–1948, Stanford University Press, 1992, pp. 42, 45; ver también Masalha, N. (1992) Expulsion of the Palestinians: the concept of transfer in Zionist political thought 1882–1948, Washington DC, Institute for Palestine Studies.

[4] Lord Shaftsbury (1801–1885, nacido Anthony Ashley Cooper antes de convertirse en el 7º conde de Shaftsbury en 1851). Sionista cristiano británico, formuló su eslogan en 1853. Para una historia del término, ver A. M. Garfinkle, (1991) «On the origin, meaning, use and abuse of a phrase», Middle Eastern Studies.

[5] Rodinson, M (1967) «Israël, fait colonial» en Les Temps Modernes n° 253 bis, p. 51.

[6] La insistencia en la «vacuidad» de Palestina no se limita a los sionistas del siglo XIX. Por ejemplo Benjamin Netanyahu, antiguo primer ministro israelí, retoma en su libro Un lugar al sol (1993, p. 40) la imagen de un vacío físico. Cita a Arthur Stanley, el cartógrafo británico que escribió en 1881: «En Judea no es exagerado decir que en kilómetros y kilómetros no había apariencia de vida». Pero en un testimonio contradictorio muy oportunamente ignorado por Netanyahu, el predicador sionista Israel Zangwill hablaba de una población palestina densa. Israel Zangwill (Speeches, articles and letters, 1937, p. 210) deplora el hecho de que «Palestina tenga ya una densidad de población doble que los Estados Unidos».

[7] Shafir, G. (1996) Land, labor and the origins of the israeli–palestinian conflict 1882–1914, edición actualizada, Berkeley, University of California Press, pp. 7–20.

[8] Ibíd.

[9] La obra más detallada y más documentada hasta hoy sobre la utilización de las masacres y de la violencia se encuentra en Saleh Abdel Jawad, (2003) «Massacres and the creation of the Palestinian refugee problem in the 1948 war», Actes de la conférence internationale: Israel and the Palestinian refugees, Heidelberg, Max Planck Institute for comparative public and international law, 103 p. Se puede obtener del autor un documento pdf en Saleh_jawad@yahoo.com.

[10] Comunicación privada al autor del profesor Joel Perlmann, de Bard College.

[11] Perlmutter, A. (1987) The life and times of Menachem Begin, p. 212.

[12] Masalha, ver nota 48, p. 30.

[13] Citado en Shalhat, A. (1983) «An introduction to the study of the Arab personality in Zionist literature», el– Karmel, vol. 7, p. 259.

[14] Por ejemplo Maxime Rodinson, en Israel y los árabes señala que los judíos yemenitas, que hablaban una forma de hebreo muy cercana al árabe fueron humillados y que se les » recicló «para hacerles hablar un hebreo más cercano del hablado por los inmigrantes de Europa que no tenían ningún conocimiento del árabe.

[15] Royal Committe for Palestine (1937), #5479 informe completo, versión oficial en árabe. Livre Blanc, 1937, p. 440.

[16] Para un estudio de estos mitos, ver Simha, F (1987) The state of Israel : myths and realities, London & New York, Croom Helm, 1987.

[17] Para un estudio completo de los pueblos destruidos, ver Khalidi, W (1992) All that remains: the Palestinian villages occupied and depopulated by Israel in 1948, Washington DC, The Institute for Palestine studies.

[18] Ibíd.

[19] Ghazi, F (1986) «The 1948 Israeli–Palestinian war and its aftermath : the transformation and designification of Palestine’s cultural landscape» , Annales de l’Association of American Geographers, 1986–2, p. 256. Ver también Meron Benvenisti, M (2000) Sacred landscape, the buried history of the Holy Land since 1948, Berkeley, University of California Press, Berkeley, pp. 11 à 54.

[20] Morris, B. (2004) The birth of the Palestinian refugee problem revisited, Cambridge University Press, 2004, pp. 309–334.

[21] Peretz, D. (1977), «Palestinian social stratification: the political implications», Journal of Palestine studies, vol.7, n° 1, pp. 48–74.

[22] Rosemary Sayegh, R. (1979) Palestinians, from peasants to revolutionaries, Londres, Zed Press.

[23] Seguev, T. (1986) 1949, The first Israelis, Nueva York, The Free Pess, p. 68–91.

[24] Según Robinson, «de agosto 1948 a diciembre 1966, una administración militar estricta ha regido la vida cotidiana de la población árabe palestina que quedaba en el país, restringiendo sus movimientos, su expresión y sus empleos, y aislándola fuertemente de la sociedad judía israelí. El desarrollo de las prácticas de vigilancia y de mantenimiento del orden a las que se han enfrentado los palestinos bajo este régimen no han servido más que para reforzar sus pérdidas de guerra y para recordarles que su presencia no era deseada en el nuevo Estado». Robinson, S. (2003) «Local struggle, national struggle: Palestinian responses to the Kafr Qasim massacre and its aftermath, 1956 –66», International Journal of Middle East Studies, pp. 393–416.

[25] Ben Gourion, D. (1984) «Yumann Hamilhamah, 1947–1949» (en hebreo), Diaries of war I947–49 ; ed. Gershon Rivlin et Elhanan Orren, ver las entradas para el 15 de julio de 1948, p 591.

[26] Jawad Saleh, A. (2005) «194 Rosemary Sayegh, R. (1979) Palestinians, from peasants to revolutionaries, Londres, Zed Press.8, Entre archives et sources orales», Revue d’Études Palestiniennes, verano 2005, pp. 59–77.

[27] Se trata de un discurso muy corriente, ilustrado por este comentario de Ygal Allon: rechazando el relato de Ytzak Rabin sobre la expulsión de los árabes de Lod, termina afirmando que «si no se nos hubiera impuesto una guerra, todos estos sufrimientos habrían sido evitados». (Citado por Shipler, D.K. (1986) Arab and Jew: wounded spirits in a promised land, 1986, p. 35.

[28] Se trata también aquí de una actitud corriente, que se infiltra en el discurso más reciente del «nuevo historiador» israelí Benny Morris: «The survival of the fittest» (La lucha por la supervivencia), entrevista por A. Shavit en Ha’aretz del 9/1/2004.

[29] Cf. Z. Sternhell que dice que «los padres fundadores y quienes les sucedieron inmediatamente sabían que si los judíos querían heredar la tierra, les sería necesario tomarla por la fuerza. Hasta la guerra de independencia, no tenían otra opción». Z. Sternhell, Z(2004) «The logic of body counts» (La lógica de contar los cadáveres), Ha’aretz, 2/4/2004.

[30] Abdel Jawad, S «The Arab and Palestinian narratives of the 1948 war», en: Rotberg, R (ed). (2003) The intertwined narratives of Israel–Palestine: history’s double helix, Indiana University Press, pp. 93–142.

 

Artículo publicado originalmente en Viento Sur Nº 87, julio 2006 – Enviado por Correspondencia de Prensa, 14/07/06

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