La crisis del impulso globalizador

Marx, Trotsky y Mandel. Artículo aparecido por primera vez en la Revista Socialismo o Barbarie 30, octubre del 2016.

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“Las autoridades advierten que la débil economía mundial, que ya es señalada como responsable de crear las condiciones para políticas conducentes a un renacimiento del proteccionismo, podría sufrir un retroceso de medio siglo de integración comercial (…). El FMI calcula que un alza brusca de los aranceles y otras barreras comerciales elevaría los precios de las importaciones un 10% a nivel global. Eso se traducirá en una caída de un 15% de las exportaciones durante los próximos cinco años” (The Wall Street Journal Americas, La Nación, 10-10-16).

Desde 2008 planteamos que la crisis económica que enfrenta el mundo es un evento histórico y no meramente cíclico, de los que pautan habitualmente el curso del capitalismo. Por su profundidad, por su carácter globalizado, por su persistencia, debía tratarse de otra cosa: un punto en el cual la curva general del desarrollo capitalista hizo una fuerte inflexión a la baja luego de dos décadas de “ascenso” con la mundialización.

Luego de ocho años, se puede decir que esa caracterización ha quedado plenamente confirmada. En momentos en que el propio FMI alerta sobre la “mediocridad de la economia mundial”, cuando crecen las incertidumbres acerca del curso del próximo gobierno de Trump, cuando los propios economistas del sistema manifiestan su preocupación sobre el eventual “estancamiento secular” de la economía capitalista, y cuando está en debate por qué la productividad en los paises del centro imperialista no logra resurgir, se hace evidente que la crisis abierta años atrás tiene una magnitud histórica que trasciende una mera coyuntura. Y una de las manifestaciones de dicha crisis es cómo se ha frenado el impulso globalizador que había caracterizado la economía mundial en las últimas décadas.

5.1 Expansión geográfica y ley del valor universal

Tomando una periodización común al conjunto de los analistas, recordemos que luego de la Segunda Guerra Mundial se vivieron los “Treinta Años Gloriosos” de la economía mundial: el más grande boom capitalista en su historia.

Sin embargo, con el agotamiento de las condiciones de dicho boom en los años 70 se desencadenó una gran crisis reflejada en una caída general de la tasa de ganancia empresaria. En ese contexto vino una profunda contraofensiva capitalista, cuyo contenido principal fue desmontar el conjunto de conquistas y concesiones otorgadas a los trabajadores a nivel mundial posteriormente a la Segunda Guerra Mundial, bajo la presión de la competencia establecida con la ex URSS y demás países no capitalistas.

En el giro hacia los años 90, el período anterior fue definitivamente sepultado. Se produjo un “momento Rosa Luxemburgo”: la reintroducción para la explotación capitalista directa del tercio del mundo que se le había escapado al sistema con las revoluciones anticapitalistas del siglo XX, o, dicho de otra manera, el regreso del pleno imperio de la ley del valor a escala mundial.

La importancia de este factor se hace más evidente cuando recordamos que Mandel consideraba como una de las características del capitalismo tardío el hecho de que había perdido un tercio del mundo para su dominio directo: “[En el siglo XX] ocurrieron otras transformaciones importantes en las condiciones globales de existencia del capital (…). La Rusia soviética se separó del mercado mundial capitalista; por primera vez desde la génesis del modo de producción capitalista, el mercado mundial capitalista sufría una contracción, en vez de expandirse” (Mandel 1985: 132).

Si esto es así, no obstante la posición de Mandel respecto del lugar de las economías no capitalistas en el concierto mundial establecía una “dualidad de principios” que era equivocada. Pierre Naville criticará agriamente este análisis porque parecía desmentir la taxativa afirmación de Trotsky de que la ex URSS no podía sustraerse al mercado mundial dominado por el capitalismo.

Moreno retomará correctamente dicha tesis en su Actualización del Programa de Transición: “Aceptando la concepción de los teóricos de la burocracia del ‘socialismo en un solo país’, el pablismo ha aceptado las premisas del stalinismo de que en el mundo actual existen dos mundos económica y políticamente enfrentados y antagónicos: el del imperialismo y el de los estados obreros burocratizados. Esto no es así ni en el terreno político ni en el económico. No hay dos mundos económicos a escala mundial. Hay una sola economía mundial, un solo mercado mundial, dominado por el imperialismo. Dentro de esta economía mundial dominada por el imperialismo existen contradicciones más o menos agudas con los estados obreros burocratizados donde se expropió a la burguesía. Pero no son contradicciones absolutas, sino, por el contrario, relativas (…). La economía de todos los estados obreros, burocratizados o no, está supeditada –mientras el imperialismo siga siendo más fuerte económicamente– a la economía mundial controlada por el capitalismo”.

En su defensa, Mandel afirmará lo siguiente: “Pierre Naville no pisa un suelo tan virgen como cree al presentar ese hecho [la existencia de una única ley del valor] como un gran descubrimiento en El salario socialista, París, 1970, pp. 14-30. Saca la conclusión errónea de que ‘una única ley del valor’ regula todas las relaciones económicas del mundo entero, incluyendo la URSS (pp. 24-5). La ley del valor ya era la ‘única’ ley del mercado mundial a mediados del siglo XIX, pero, por esa época, no regulaba absolutamente la distribución de los recursos económicos en los más diversos ramos en China. Y no regula, inclusive, las relaciones actuales de China, o en la URSS: Naville olvida que en la era del capitalismo esa regulación no es determinada por el movimiento de las mercancías, sino por el movimiento del capital (dejamos atrás la producción simple de mercancías hace tiempo). Ocurre que el libre movimiento de capitales no es permitido en China ni en la URSS, donde las inversiones no son en modo alguno determinadas por las leyes del mercado (y, por lo tanto, en último análisis, por la ley del valor)” (Mandel 1985: 47).

La respuesta de Mandel nos parece un tecnicismo, o un escape por la tangente. Por un lado, es evidente que al existir el mecanismo del proteccionismo capitalista y/o socialista, el imperio de la ley del valor internacional puede ser contrapesado en el ámbito nacional: de no ser así, no tendría ningún significado el monopolio estatal del comercio exterior. Está claro que en ese caso la ley del valor no podrá regular directamente los precios nacionales. Pero esto no excluye, de todas maneras, la presión que ejerce la ley del valor internacional sobre el mercado nacional, que traduce el peso de las productividades comparadas y la presión que ejercen los países con productividad más alta en el mercado mundial. Y esto no queda invalidado porque la inversión en los países no capitalistas se rijan por criterios que no sean los del mercado, cosa que no hace al punto en discusión.

El tecnicismo se presenta cuando Mandel intenta separar “la ley del valor del capital de la ley del valor de las mercancías”. Lo que establece la presión de la competencia no es la abstracción del “movimiento del capital”, sino la comparación entre la calidad y cantidad de las mercancías en el ámbito internacional, como pudo observarse de manera práctica cuando decenas de miles de habitantes del Este europeo se lanzaron sobre el Muro de Berlín: lo hicieron impulsados por la defensa de sus reivindicaciones democráticas, pero también por su aspiración de consumir como en Occidente.

La respuesta de Mandel a Naville vuelve a mostrar que el segundo era más trotskista (y marxista) que el primero, al menos en este punto. El razonamiento de Trotsky era sencillo: el poderío económico de cada nación surge de la comparación de su productividad con la media mundial, su capacidad de producir más y mejores mercancías. Una comparación que sólo puede establecerse en el mercado mundial y sobre la base de la ley de valor internacional, y no del galimatías que presenta Mandel (“la ley del valor del capital”), que pierde de vista que todo remite, en definitiva, al precio comparado de las mercancías y su calidad, como afirmara Trotsky siempre.

5.2 El “momento Rosa Luxemburgo”

Lo característico de la mundialización es que revirtió esa pérdida de la explotación directa del capitalismo sobre el conjunto del mundo, haciendo del movimiento globalizador uno de sus motores, con una expansión geográfica del sistema como nunca antes se había visto.

La mundialización conjugó una multiplicidad de procesos: “Estos fenómenos constituyen un conjunto de transformaciones inmensas de diversa índole. Abarcan desde una revolución tecnológica con eje en la informática y el desarrollo de nuevas ramas de la producción y de nuevas mercancías, la globalización de las finanzas y la conformación de oligopolios realmente mundiales, la ‘internacionalización’ o ‘deslocalización’ de la producción industrial y cambios importantes en el comercio mundial con la conformación de bloques regionales, etcétera, hasta las nuevas formas de explotación del trabajo y de gestión de la producción (que han sido acompañadas por importantes mutaciones estructurales de la clase trabajadora), las transformaciones del rol económico de los estados con privatizaciones y desregulaciones generalizadas, la apertura de las economías ‘cerradas’ del ‘tercer mundo’ y la restauración del capitalismo en los países mal llamados ‘socialistas’, etcétera” (Roberto Ramírez, 1997).

Dentro de este conjunto de procesos destacamos la recaptura de China, Rusia y demás países del Este europeo y asiáticos –anteriormente no capitalistas o semiindependientes– para la producción capitalista-mercantil directa, proceso que tuvo enormes consecuencias a la hora del relanzamiento económico del capitalismo en los últimos 30 años.

En la cita con la que arranca este trabajo subrayamos el significado estratégico que ha tenido la incorporación de mil millones de trabajadores nuevos, lo que combinado con otros procesos de la mundialización hizo al élan (impulso vital) del capitalismo en las últimas décadas. Llamamos a este proceso “momento Rosa Luxemburgo” por tener como subproducto la vida recobrada por el capitalismo gracias a su expansión geográfica.

Lo específico del momento actual, sin embargo, es que este impulso ascendente parece estar agotándose, llegando al límite de sus potencialidades. ¿Cómo explicar, si no, la mediocridad en los desarrollos en las principales economías del centro imperialista? Es verdad que EEUU resultó ser el país avanzado que mejor se recuperó luego de la crisis. Pero las dudas respecto de la dinámica de la economía estadounidense persisten, y nadie cree que haya resuelto sus problemas más estructurales, como el agotamiento en las condiciones de largo plazo en su acumulación, fenómeno sin el cual sería inexplicable un Donald Trump (ver al respecto nuestro “Perspectivas del capitalismo a comienzos del siglo XXI”, revista Socialismo o Barbarie 27, 2013).

Es verdad, por otra parte, que el centro del dinamismo capitalista en las últimas décadas ha estado en China. Pero ese país, en plena carrera como coloso mundial, crece hoy a la mitad del promedio de las últimas décadas, y manifiesta también un cierto agotamiento en su modelo de crecimiento basado en exportaciones y un régimen laboral que ha creado un nuevo proletariado obrero/rural “desarraigado” en las ciudades. Algo que no está claro que pueda ayudar a construir un mercado interno lo suficientemente dinámico (y no hay mayor mercado interno potencial que el de China) para reemplazar su dependencia de las exportaciones.

Es conocido el análisis de Rosa Luxemburgo sobre los límites del desarrollo del capitalismo. Su evaluación era sugerente en muchos sentidos y remitía a una crítica a los esquemas de reproducción de Marx (tomo 2 de El capital). Rosa afirmaba que dichos capítulos tenían el déficit de dar lugar a una idea de desarrollo ilimitado del sistema, y perdían de vista su tendencia al derrumbe.

Mucho se ha escrito acerca del potencial derrumbe del sistema. Por nuestra parte, suscribimos la idea de que el sistema vive crisis recurrentes, que atraviesa fases determinadas, pero que es imposible ocurra un derrumbe puramente económico del sistema (en el que también creía el valioso teórico marxista alemán Henryk Grossman; ver al respecto de Marcelo Yunes “Henryk Grossman y la función económica del imperialismo”, en Socialismo o Barbarie 23-24, 2010). El capitalismo crea las condiciones materiales para el desarrollo del factor subjetivo: la clase obrera y sus organizaciones, que son las que a depender del curso concreto de la lucha de clases, tirarán abajo o no al sistema. No hay nada mecánico en esto.

La cuestión es que, según Rosa Luxemburgo, el capitalismo necesita expandirse y explotar aquellas partes no capitalistas del mundo para realizar una parte del plusvalor producido que no podía ser realizado dentro de los marcos del sistema. En la medida en que los trabajadores producen el plusvalor y son retribuidos sólo por su trabajo necesario, el sistema padece un déficit sistemático de realización: una parte del plusvalor es consumido improductivamente por los propios capitalistas; otra parte lo es productivamente por la vía de la ampliación de la base de la producción, de las inversiones en capital fijo, de la reproducción ampliada de la producción, de la acumulación. Pero, siempre según Rosa, queda una parte de la producción imposible de colocar: ¿dónde se realizará el grueso del plusvalor si el consumo de los capitalistas es improductivo y su consumo productivo (acumulación, inversiones) sólo aumenta la base de la producción?

De ahí la importancia de las regiones extracapitalistas que, consumiendo parte de las mercancías producidas por el sistema, permitirían la realización del resto del plusvalor producido: “Si comprendemos de esta manera [como proceso desigual y combinado] la naturaleza del proceso de crecimiento bajo el modo de producción capitalista (…), podemos percibir el origen del error de Rosa Luxemburgo cuando pensó que había descubierto un ‘límite inherente’ del modo de producción capitalista en la completa industrialización del mundo o en la expansión por todo el globo del modo de producción capitalista. Lo que parece claro cuando partimos de la abstracción del ‘capital en general’ se muestra sin sentido cuando proseguimos en dirección al ‘capitalismo concreto’, lo que quiere decir, para nosotros, muchos capitalistas; en otras palabras, para la competencia capitalista” (Mandel 1985: 70).

Pero aunque hay consenso mayoritario entre los marxistas de que Rosa se equivocó en su análisis desde el punto de vista teórico (consenso que compartimos), descriptivamente su evaluación tenía elementos agudos: “De lo dicho no se desprende de modo alguno que aceptemos la teoría específica de la acumulación de Rosa Luxemburgo, según la cual la acumulación del capital sólo podía explicarse con el auxilio de las así denominadas ‘terceras personas’, es decir, del intercambio con el medio no capitalista, o que consideremos correcta su crítica a los esquemas de reproducción de Marx (…). Lo cual, sin embargo, no significa de ninguna manera que en las etapas ulteriores del análisis haya que seguir ignorando a las ‘terceras personas’, como suponían incorrectamente la mayor parte de los adversarios a Rosa. Por el contrario, el verdadero proceso de la acumulación del capital difícilmente pueda comprenderse si no se tiene en cuenta este factor” (Rosdolsky 1983: 539).

Ocurre que gran parte del impulso logrado por el capitalismo en las últimas décadas proviene, precisamente, de esta reexpansión sobre las áreas donde previamente había sido expropiado. Esa expansión tuvo lugar en condiciones donde la industrialización de inmensas sociedades originalmente agrarias abrió el campo para la explotación capitalista y la producción mercantil directa de 2.000-3.000 millones de habitantes nuevos (China, más India, más los países del Este europeo, más Rusia, más próximamente el continente africano como un todo): “El logro más grande del capital durante los últimos 40 años ha sido la creación de una ‘fuerza laboral mundial’ a través de la liberación de las finanzas, el comercio y la inversión directa y la incorporación de China e India en el mercado mundial. A esto frecuentemente se le llama la ‘gran duplicación de la reserva de trabajo mundial’, de la reserva mundial potencial, con las palabras de Marx” (F. Chesnais).

El impulso globalizador supuso un crecimiento más que proporcional del comercio mundial respecto del producto a lo largo de varias décadas. Se trató, en realidad, de un movimiento que se fue produciendo posteriormente a la Segunda Guerra Mundial, que con su finalización dejó atrás el período proteccionista de los años 30 y relanzó el comercio mundial hacia adelante.

Con la mundialización de las últimas décadas este proceso tuvo un nuevo impulso; por ejemplo, se globalizaron las finanzas internacionalmente. Pero sobre todo lo que ocurrió es que muchas de las principales industrias y multinacionales ubicaron su producción sobre una base directamente mundial. De ahí que las cadenas productivas, de abastecimientos y ensamblaje se hayan internacionalizado, razón por la cual sería prácticamente imposible volver a un esquema cuyo foco tuviera una proporción mayor de producción integrada dentro de cada mercado nacional. Y ése es uno de los límites estructurales a la posible agenda de Trump, que de aplicarse realmente generaría una depresión mundial.

5.3 La revancha de las fronteras nacionales

Para considerar los eventuales desarrollos de la crisis, cabe recordar que en la Gran Depresión de los años 30 operó un retroceso en la tendencia secular a la internacionalización de las fuerzas productivas, propia del capitalismo. La crisis desató reflejos condicionados en el sentido de un sálvese quien pueda que terminó haciendo retroceder el mercado mundial a la mitad de su dimensión anterior. Señala Mandel que la tasa de crecimiento anual acumulativa del comercio mundial entre 1914 y 1937 aumentó sólo un 0,4% anual, cuando en el período anterior (1891-1913) había sido de un 3,7%, y en el posterior (1938-1967), un 4,8% (Las ondas largas del desarrollo capitalista: 3).

Ésta fue la consecuencia de la suma de medidas proteccionistas y devaluaciones competitivas que apuntaban a que otros pagaran la cuenta de la crisis. La mundialización de las últimas décadas no pudo superar una contradicción estructural del capitalismo desde sus mismos inicios: la subsistencia de las fronteras y Estados nacionales, que ahora se vienen a tomar revancha con el triunfo de Trump y el anuncio de una nueva era de medidas proteccionistas. La crisis económica mundial expresa así el resurgimiento de algunas de las contradicciones más clásicas profundas e históricas del capitalismo mundial. La mundialización del capital sólo ha hecho que algunas de estas contradicciones se manifiesten a escala global, mostrando los límites históricos inmanentes del sistema; entre ellos, la subsistencia de los Estados y las fronteras nacionales.

Con la mundialización capitalista, la tendencia histórica a la internacionalización de las fuerzas productivas alcanzó un punto máximo comparado con cualquier período anterior. El capitalismo nació construyendo el mercado mundial y una división internacional del trabajo, apropiándose y subsumiendo bajo el imperio de la mercantilización y la ley del valor cada rincón del globo.

Muchos autores señalan que lo que en el Manifiesto comunista era una anticipación genial hoy es una realidad palpable: la extensión potencialmente universal del sistema. Pero esta tendencia histórica nunca pudo sobreponerse a una serie de contradicciones que el capitalismo arrastra desde sus inicios, y que tampoco la actual fase de globalización del capital pudo suprimir: la subsistencia de fronteras, estados y espacios nacionales de valorización del capital. Éstos hacen a la matriz de origen del capitalismo, surgido a partir de la constitución de Estados y mercados nacionales, en cuyo seno se abrieron paso, en formas históricamente determinadas, las relaciones de producción capitalistas.

La tradición marxista siempre tuvo presente que la tendencia del desarrollo de las fuerzas productivas era a superar los estados nacionales, lo que en el plano económico sin duda ocurrió: “El desarrollo económico de la humanidad, que terminó con el particularismo medieval, no se detuvo en las fronteras nacionales. El crecimiento del intercambio mundial fue paralelo a la formación de las economías nacionales. La tendencia de este desarrollo –por lo menos en los países avanzados– se expresó en el traslado del centro de gravedad del mercado interno al externo. El siglo XIX estuvo signado por la fusión del destino de la nación con el de su economía, pero la tendencia básica de nuestro siglo es la creciente contradicción entre la nación y la economía” (León Trotsky, “El nacionalismo y la economía”, noviembre 1933).

A esta contradicción se suma que la dimensión estatal no resultó diluida por completo. Aunque en muchos casos la organización de la economía es directamente mundial, no se debe perder de vista que las fronteras siguen delimitando ciertas reglas de juego en los espacios nacionales de valorización del capital (el aspecto correcto de la valoración de Mandel). Esto es válido aun en el estadio del imperialismo (cuya última forma ha correspondido a la actual etapa de mundialización neoliberal), en el cual no es una entidad “supranacional” (un imposible “superimperialismo”) la que domina al resto de los países, sino el Estado capitalista más fuerte (pero cada vez más debilitado), transformado en imperialismo hegemónico luego de luchas terribles que en el siglo XX dieron lugar a dos guerras mundiales. La mundialización no ha podido superar la subsistencia de estados y fronteras nacionales: sólo ha llevado más lejos el límite entre ambas entidades.

Y esta contradicción se revela hoy a escala dramática a la hora de las dificultades de los principales gobiernos imperialistas para llevar adelante una acción coordinada entre los estados nacionales, como en el gravísimo problema del calentamiento global, que no sólo expresa problemas de coordinación sino que atañe a la esencia misma de la sed de ganancias del sistema. Michel Husson se refiere así al tema: “No se puede hablar del ‘retorno del Estado’, porque el Estado siempre ha sido el garante en última instancia de los intereses de la burguesía. Las tesis sobre el ‘Imperio’ están mostrando nuevamente sus límites: la mundialización no ha suprimido la competencia entre capitales y las rivalidades interimperialistas, ni ha conducido a la formación de un gobierno capitalista mundial. En Europa, las dificultades de coordinación se explican por el grado desigual de exposición a los efectos de la crisis, y manifiestan la inexistencia de un verdadero capital europeo” (“El capitalismo tóxico”).

Lo más probable es que la actual crisis acentúe estas tendencias, como ya se está viendo con el triunfo de Donald Trump en EEUU. Esto es, frente a una crisis en el punto máximo de internacionalización alcanzado bajo el capitalismo, los mecanismos defensivos que podrían ponerse en marcha apuntan en sentido contrario. La disputa sobre quién pagará la cuenta del desastre (de la que surgieron Trump y Brexit) agudizará de modo casi inevitable la competencia entre capitales y bandos capitalistas, así como entre los propios estados nacionales (Estados Unidos, China, la Unión Europea, Japón, etcétera).

A nivel internacional, la guerra comercial y económica entre grandes potencias podría alcanzar una amplitud nueva y engendrar una tendencia a la fragmentación de la economía mundial, en la medida en que el nuevo gobierno yanqui desate una guerra comercial: “Hoy la economía mundial está mundializada como campo de valorización del capital y terreno de la competencia entre los trabajadores. Pero todavía no lo está en un terreno crítico, el de la moneda, las políticas monetarias y las decisiones de los bancos centrales; en esto sigue estando (…) marcada por las decisiones soberanas de los países más fuertes. En el terreno monetario, las relaciones actuales entre el dólar, el euro, la libra esterlina, el yen y ahora la moneda china, el yuan, son en gran medida no cooperativas, para utilizar una expresión de moda. Lo que es, potencialmente, un factor de aceleración de la crisis” (Chesnais).

A esta apreciación de hace ya unos años hay que agregarle la potencial guerra de tarifas que podría desatar Trump en la medida en que lleve a la práctica sus promesas de introducir protecciones arancelarias en la economía norteamericana, al menos en algunos ramas.

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