La creciente marea negra de Italia, una contrarrevolución rampante (primera parte)

El peligro de que la nueva derecha nostálgica del fascismo esté a las puertas del poder.

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Traducción de Viento Sur

El desasosiego y la desorientación que pueden embargar al observador ante las diversas crisis (económica, política, cultural, social y moral) que atraviesa la sociedad italiana desde hace treinta años se multiplican por diez al tener la sensación de que el horizonte se aleja, mientras que ya no parece haber ninguna orilla a la que aferrarse. La imagen de un barco a la deriva, o de una barca sin remo, es una de las más reveladoras en una época en la que ya no parece haber ninguna visión de futuro. Estamos en vísperas de las elecciones italianas, y la marea negra del fascismo sigue subiendo.

El 25 de septiembre Italia celebrará elecciones tras la dimisión del primer ministro Mario Draghi, y la preocupación es palpable. The Economist escribió que difícilmente podrían llegar en un momento menos oportuno, en medio de al menos tres crisis interconectadas: la invasión de Ucrania, la crisis energética y la inflación, que a finales de agosto alcanzó el 8,4% en Italia, su nivel más alto desde 1986. Además, la deuda de Italia representa actualmente el 150% de su PIB, lo que supone «la mayor proporción de deuda de los residentes de cualquier país grande de la eurozona»[1]. Por último, como señaló el Financial Times, los gobiernos y los inversores se preguntan qué impacto tendrá la salida de Mario Draghi en el fondo de estímulo de la UE de 800.000 millones de Covid, del que Italia es el principal beneficiario[2]. Los temores de los mercados económicos se centran también en el aumento del diferencial entre el rendimiento de los títulos públicos italianos y los bonos alemanes a diez años, que alcanzó en junio el máximo de dos años, un verdadero termómetro político.

El presidente saliente del Consejo anunció el 5 de agosto que quería ir a Nueva York para tranquilizar a los inversores, un paso que podría allanar el camino para un nuevo gobierno técnico en el improbable caso de que no haya una mayoría suficiente para formar un ejecutivo tras las elecciones; una opción favorecida no sólo en el extranjero, sino también en Italia, por una parte importante de la burguesía que subraya, a quien le quiera escuchar, que la agenda de política económica establecida por Mario Draghi sigue siendo la vara de medir al próximo gobierno: «Sin embargo, cualquier alteración o desviación significativa del programa de reformas e inversiones, establecido en un anexo de 664 páginas del acuerdo de Roma con la Comisión, pondría en peligro el pleno acceso de Italia a los fondos», escribe Amy Kazmin en el Financial Times[3]. Una agenda que ya había establecido en 2011 cuando era jefe del BCE. Una agenda basada en recortes masivos en el sistema de seguridad social y protección de los desempleados, asalariados y pensionistas en un país que ha provocado un aumento masivo de la pobreza en los últimos años, alcanzando un máximo histórico de unos 5,6 millones de personas en situación de pobreza absoluta en 2021[4].

La preocupación es tanto más palpable cuanto que en esta ocasión la coalición de la derecha y la extrema derecha tiene muchas probabilidades de obtener la mayoría: los sondeos le dan más del 45%; con la ley electoral, esta coalición podría obtener el 70% de los escaños en el parlamento. La anunciada victoria de Giorgia Meloni, líder del partido Fratelli d’Italia (FdI), y su posible llegada a la jefatura del gobierno es una grave amenaza por tratarse de un partido por cuyas arterias aún circula el fascismo y cuyo logotipo muestra con orgullo el símbolo de la llama tricolor en el centro, que representa el espíritu aún vivo del fascismo[5]. El FdI tiene sus raíces en el neofascismo de posguerra, heredero directo, tanto en personal militante como en tradiciones y culturas políticas, de la experiencia fascista, como la de Giorgio Almirante, un fascista entusiasta, editor en los años 30 de la revista antisemita La Difesa della razza, que se unió a las filas de la República de Saló en 1943, y que después de la guerra fundó el Movimiento Social Italiano (MSI), cuyo legado reivindica con orgullo Meloni. El apoyo al FdI ha aumentado constantemente, pasando del 1,96% de los votos en 2013 al 4,35% en 2018[6]; hoy en día, alrededor del 25% de los votantes dicen que le votarían. A medida que se acerca el centenario de la Marcha de Mussolini sobre Roma, el posfascismo parece estar a las puertas del poder en Italia. Una contrarrevolución sin un proceso revolucionario concomitante, un fenómeno descrito en su época por Antonio Gramsci como revolución pasiva.

Ahora, más allá de la instantánea que ofrecen cada día un amplio abanico de politólogos, filósofos, activistas, sociólogos, es importante intentar comprender cómo hemos llegado a este desastre para captar los contornos de un cambio de época, para volver al origen y ver dónde empieza el ascenso (ir)resistible del peor resultado posible, encarnado por una derecha nacionalista, racista, reaccionaria y patriarcal.

Más de treinta años de marea negra

El temor a un retorno del fascismo se produce a intervalos regulares en el país que lo vio nacer hace un siglo. La prensa internacional lleva unas semanas centrándose en Giorgia Meloni y su movimiento, olvidando de paso que no es una recién llegada a la coalición de Silvio Berlusconi, quien la nombró ministra de la Juventud en 2008, y reforzando la idea de que es la única recién llegada en el relativamente amplio campo de los partidos que se autodenominan antisistema; tampoco destaca los viejos vínculos de la Lega de Matteo Salvini con los neofascistas, su capitán en las elecciones de 2018. En su momento, la presencia de Matteo Salvini en las filas de la coalición de derechas, junto con el partido de Silvio Berlusconi, Forza Italia, y los Fratelli d’Italia de Giorgia Meloni, reactivó los mismos temores; tanto más cuanto que entonces el 80% de la gente encuestada afirmaba la necesidad de un hombre fuerte para salir de la crisis y que quienes pensaban que la democracia era la mejor forma de gobierno posible alcanzaban su nivel más bajo desde 2008 (62%, es decir, menos 10 puntos porcentuales en diez años)[7]. Una proporción que ha aumentado ligeramente en la actualidad hasta cerca del 70%, aunque la demanda de un líder fuerte sigue siendo mayoritaria (alrededor del 59% de las y los italianos encuestados)[8].

El partido de Silvio Berlusconi, que había sido el motor de la coalición de derechas antes de 2018, ha ido desapareciendo lentamente. Pero el cambio en el equilibrio de poder en su seno es un cambio en el grado, no en la naturaleza, de la coalición inventada por Silvio Berlusconi hace más de un cuarto de siglo, que une a la derecha conservadora y reaccionaria, a la nueva extrema derecha y a las organizaciones neofascistas o postfascistas. Al fin y al cabo, ¿no se había «comparado» al propio Berlusconi con Benito Mussolini durante sus diversos mandatos como primer ministro italiano (1994, 2001, 2008)? La llegada a su primer gobierno, en 1994, de cinco ministros procedentes del Movimiento Social Italiano fue sólo uno de los pasos que condujeron a la ampliación del horizonte de legitimidad política de un partido heredero directo del fascismo.

Silvio Berlusconi ha sido el paladín victorioso de una marea negra en un país en el que el fascismo nunca ha desaparecido, porque se ha inscrito poco a poco en el territorio social, político, cultural, mental de Italia, de modo que se ha «insertado en las entrañas brutalmente egoístas» de su sociedad. Un fascismo miasmático, en cierto modo, que exhala el aire viciado (la mal aria) de una cultura que sobrevivió al régimen instaurado por Mussolini[9]. Frankenstein-Berlusconi consiguió reunir en 1994 al Movimiento Social Italiano (MSI) de Gianfranco Fini, la organización neofascista más antigua de Europa, y a la Lega Nord de Umberto Bossi, un movimiento con un regionalismo identitario exacerbado que ha ido creciendo en influencia desde principios de los años 80; en el año 2000, logró unir a todos los partidos de derechas en la Casa de las Libertades, y después, en 2009, fusionar durante un tiempo a los herederos del MSI y de la derecha conservadora en un único Popolo della libertà.

El estilo de Berlusconi fue una forma exitosa de hibridación que combinaba «las viejas tradiciones con los nuevos impulsos modernizadores de la década anterior»[10]. Basado tanto en la búsqueda del «consentimiento popular activo» como en la coerción (la consiguiente restricción y represión de las libertades colectivas), el berlusconismo movilizó un fuerte aparato cultural de legitimación ideológica que logró imponer su hegemonía política. Se apoyó en una red especialmente eficaz de canales de televisión públicos (los tres canales de la RAI) y privados (los tres canales propiedad de Silvio Berlusconi, Canale 5Rete 4Italia Uno), periódicos (como Il GiornaleIl FoglioLibero) y revistas. Estos instrumentos, cada vez más importantes, se combinaron con la crisis de legitimidad de las organizaciones políticas tradicionales, atrapadas en el revuelo de los escándalos de sobornos de Tangentopoli, proceso que iba a acelerar los fenómenos de distanciamiento de las tradiciones sociales y culturales a las que hasta entonces estaba apegada la población, pero también de los vínculos sociales en los que podía apoyarse y referirse.

El revisionismo histórico acompañó al reagrupamiento de Berlusconi cada vez con más firmeza. Hasta el punto de que, en 2003, Fabrizio Cicchitto, antiguo diputado del Partido Socialista, sostuvo que La Casa delle libertà estaba «situada en la corriente del revisionismo histórico». El anticomunismo, y el anti-antifascismo, constituían el cemento ideológico, pero también lo que Francesco Biscione definió ese mismo año como el «sommerso della Repubblica», es decir, la persistencia de una cultura reaccionaria antidemocrática, verdadero caldo de cultivo de la coalición de Berlusconi. A esta ofensiva historiográfica se añadieron los repertorios de acción política movilizados por la derecha para borrar de la memoria y de la historia «las fechorías e infamias del fascismo». En el país de Silvio Berlusconi, el uso público y político de la historia nunca ha sido tan inmoral. Buscando oponer constantemente el antifascismo a la democracia; donde la democracia se convierte en sinónimo de liberalismo y donde los límites de la antidemocracia se extienden a todo lo que no puede asociarse con la visión liberal del mundo. Así, como señaló el historiador Pier Paolo Poggi, el «punto de conexión entre el revisionismo y las culturas políticas dominantes […] está precisamente en el juicio sobre el capitalismo» y la despolitización necesaria para «la esclavización de miles de millones de seres humanos»[11].

El discurso de esta derecha fue y sigue siendo pobre, pero eficaz. Valora la sociedad civil en su conjunto, como único filtro para «proteger la comunidad nacional», a la que sitúa por encima de las divisiones de clase y, sobre todo, de los «defectos» imputados a la democracia representativa[12]. Esta cultura política era coherente con sus propios objetivos: superar la herencia del Estado del bienestar, imponer políticas antisociales, pero también dificultar infinitamente cualquier perspectiva de emancipación social[13]. La aparente victoria de esta nueva derecha no puede entenderse sin la grieta abierta por la crisis de la izquierda y el apoyo efectivo de una parte de ella a Berlusconi[14]. La reorganización del campo político de la izquierda comenzó con la presentación de una alternativa gubernamental, primero socialdemócrata (del Partido Democrático de Izquierda, desde 1991, de los Demócratas de Izquierda, desde 1998), y luego puramente democrática (del Partido Democrático – DP, desde 2007, nacido de la fusión de antiguos miembros de los Demócratas de Izquierda y los católicos de Romano Prodi). Tras 2014, el DP de Matteo Renzi cerró el ciclo; el demoledor encarnó en Italia en ese momento el realismo capitalista del que hablaba Mark Fisher, ese realismo que presentaba el capitalismo neoliberal como la única opción posible[15].

Pretendiendo deshacerse de las «scoriae», la escoria, de los totalitarismos del siglo XX, los intelectuales poscomunistas abandonaron a la condena general lo que consideraban en adelante, en el mejor de los casos, como «el pasado de una ilusión» (François Furet), en el peor, como una herencia demasiado engorrosa. Este proceso estuvo acompañado de la elaboración de una lista negra de historiadores marxistas. De ese modo, la izquierda parlamentaria se mostró abierta a una relectura del pasado, en particular del periodo de la resistencia y el antifascismo, reclamando la creación de una memoria compartida, que fue la base de la legitimidad de la alternancia de gobiernos de los dos polos políticos que se disputaron el poder entre 1994 y 2018.

Pero también la llamada izquierda radical ha seguido, al menos en parte, estas interpretaciones. Fausto Bertinotti, líder de Rifondazione comunista, el único partido de la izquierda radical que tenía audiencia nacional a principios de la década de 2000, también se rindió a esta ideología post-antifascista a su manera, valorando, en una carta al director del Corriere della Sera, la «no violencia» como «una condición esencial para llevar hasta el final toda la radicalidad de este proceso de transformación social que llamamos comunismo»[16]. La Resistencia, así como la revolución, se convirtieron así en una «experiencia útil para no repetir los errores del pasado». La gran revisión cultural de la derecha plural se ha inscrito profundamente en el subsuelo italiano, seguramente, porque ha ido acompañada, al menos en parte, de la renuncia de la izquierda a su historia. El berlusconismo ha integrado todas las esferas de la sociedad, incluso sin el propio Berlusconi ni su partido. «No tengo miedo de Berlusconi en sí mismo, sino de Berlusconi en mí», resumió a su manera el cantante, compositor, actor y dramaturgo Giorgio Gaber poco antes de su muerte.

El suicidio de la República, ¿una práctica cotidiana?

Esta sensación de crisis de la política italiana no es nueva. Se ha repetido a intervalos regulares desde principios de los años 90 y el colapso del sistema político italiano, atrapado en la agitación de la maquinaria judicial de manos limpias [Mani pulite], con el telón de fondo de la crisis económica y social. Este tsunami dio lugar a varias fuerzas nuevas, o presentadas como tales, que colaboraron, cada una a su manera, en la profundización de las desigualdades y la destrucción de los derechos sociales fundamentales. Su legitimidad se ha visto erosionada por la alternancia de administraciones políticas, marcada por la incapacidad de responder a las necesidades más acuciantes y por una corrupción casi asumida que, como escribió el comunista italiano Antonio Gramsci, es «característica de ciertas situaciones en las que el ejercicio de la función hegemónica [el necesario equilibrio que debe alcanzarse entre el consentimiento y la fuerza] es difícil, ya que el uso de la fuerza presenta demasiados peligros»[17]; este es particularmente el caso de Forza Italia y el PD, las dos fuerzas a las que el ex comunista y ex presidente del Consejo Democrático, Massimo D’Alema, se refirió, el 10 de abril de 2018, como los «pilares del bipolarismo italiano» «expresión de las dos grandes familias políticas europeas»[18].

Esta irresistible erosión del new deal de principios de los años 90, el tiempo de una generación, se ha dado junto al fracaso más general de la política, que en Italia ha adoptado formas radicales desconocidas en otros lugares[19]. Téngase en cuenta que, desde el comienzo del siglo XXI, el poder ejecutivo ha estado gestionado cinco veces por príncipes prepotentes, como dicen los franceses; en este caso por los dos presidentes sucesivos de la República (Giorgio Napolitano y Sergio Mattarella): el gobierno técnico de Mario Monti, en noviembre de 2011, que sustituyó al dimitido Silvio Berlusconi; el de Enrico Letta, en abril de 2013, tras las elecciones de febrero en las que no salió ninguna mayoría clara de las urnas; el de Matteo Renzi, en febrero de 2014, después de que éste, convertido en secretario del Partido Democrático, echara a Enrico Letta; Paolo Gentiloni, en sustitución de Matteo Renzi, en la noche del 4 de diciembre de 2016, tras el rotundo fracaso del referéndum para la revisión de la Constitución italiana, por el que había trabajado intensamente; y, finalmente, Mario Draghi en febrero de 2021. En concreto, son los gobiernos técnicos de Mario Monti y Mario Draghi los que han sustituido la función deliberativa del parlamento por la de las decisiones de su ejecutivo, presentado como por encima de los partidos. Parlamentos en estado de guerra que, bajo el pretexto de una emergencia financiera y/o sanitaria, han aceptado abandonar la mayoría de sus prerrogativas e imponer verdaderos choques estructurales a la población.

Como señala el periodista Carlo Formenti, la crisis económica y social iniciada en 2008 se estaba convirtiendo en un «instrumento del capital destinado a desarticular a las clases subalternas y a destruir su capacidad de resistencia»[20]. En 2012, se consagró el equilibrio presupuestario en la Constitución italiana (art. 81) con el apoyo del Partido Democrático; España se había hecho lo mismo unos meses antes. Stefano Rodotà, profesor emérito de Derecho, declaró irónicamente en su momento que esta decisión sancionaba «la inconstitucionalidad de Keynes»[21]. Las clases trabajadoras se llevaron la peor parte de los programas de austeridad, con recortes en las pensiones, en la asistencia social, la sanidad, la cultura, la educación, etc. Por no hablar de la calidad de vida relacionada con el cambio climático y la incapacidad demostrada para afrontarlo con verdaderas catástrofes públicas (incendios, inundaciones, terremotos), ya que más de 40 millones de personas, dos tercios de la población total, viven ahora en zonas peligrosas.

La «retirada de las clases trabajadoras del debate político» se ha convertido en un objetivo para imponer un «bloque burgués reagrupado»[22], y la creciente abstención es el indicio más convincente de ello. El número de votantes ha disminuido en 3,7 millones en diez años. La abstención pasó del 19,5% en 2008, al 24,8% en 2013 y al 27,1% en 2018, más alta en el Sur que en el Norte (en Nápoles, el 60,51% no vota)[23]. Se estima que en las próximas elecciones sólo votará alrededor del 2% de los electores elegibles[24].

La sucesión de crisis económicas ha empeorado implacablemente las condiciones de vida y de trabajo de los asalariados, transformando poco a poco, pero de forma real, el horizonte político y la legitimidad social de la lucha. El retroceso de la simple idea de que uno puede organizarse para luchar contra la injusticia, parece tanto más esencial cuanto que ha ido acompañado de una dinámica de adaptación constante a lo peor, ligada tanto a una especie de banalización de la injusticia como a una forma de deterioro de la relación de las y los italianos con el Estado. A merced de la alienación y la explotación, los trabajadores y trabajadoras han pasado de ser una clase capaz de pensarse a sí misma como motor del cambio social a una «clase fantasma», evidenciadada por la esfera política italiana[25]. Parafraseando a la politóloga de Princeton Wendy Brown, el neoliberalismo ha enmascarado y despolitizado la reproducción de la desigualdad, la «desproletarización» de las y los asalariados para «conseguir que adopten las formas de pensar y comportarse de los empresarios»; la estigmatización concomitante de los «extranjeros» y los parados sirve para desviar la creciente ira[26].

Este oscuro marco ha producido resentimiento e ira. La relación de confianza de la población italiana con sus propias instituciones políticas (Estado, Parlamento, partidos) se ha visto gravemente afectada. La desconfianza en la política se ha unido a una crisis de confianza en el Estado y en los instrumentos de mediación. Pensemos en el hecho de que, según una encuesta publicada en La Repubblica en diciembre de 2011, la confianza en el Estado era del 29,6%, en los partidos de alrededor del 3,9% y en el parlamento del 8,5%[27]. Hoy, tras dos años de pandemia, estas cifras han aumentado significativamente, pero siguen siendo relativamente bajas (Estado, + 7%; partidos + 9%; parlamento + 14%)[28]. El desprecio popular hacia la clase política está ciertamente relacionado con la impotencia de ésta para afrontar la crisis. Pero también, y qui´zas sobre todo, debe estar relacionado con el creciente sentimiento de falta de poder y la pérdida de control de la población sobre las decisiones sobre las que ya no parece poder actuar, mientras que los partidos representados en el parlamento parecen haberse contentado con levantar la bandera blanca admitiendo su total incompetencia. La alternativa fue un payaso.

¡Que se vayan todos!

Beppe Grillo y su Movimiento 5 Estrellas (M5S) cabalgaron durante un tiempo sobre este caballo de Troya y llenaron el vacío de representación en Italia secando definitivamente las potencialidades de una izquierda por reconstruir. El movimiento que tomó forma en 2009 bajo el nombre de Movimiento 5 Estrellas (M5S) se construyó inicialmente sobre la extraordinaria popularidad del cómico de Génova. El hijo de un pequeño empresario genovés fue descubierto por un presentador estrella, Pippo Baudo, a finales de los años 70, que le abrió las puertas al programa estrella de la RAI, Fantástico. Pero fue la colaboración con Antonio Ricci la que hizo popular a Grillo con el programa Te la do io l’America [Te daré un poco de América], emitido en la RAI en 1983. El mismo Ricci pronto frecuentaría la corte de Silvio Berlusconi y crearía, en 1988, el programa berlusconiano por excelencia, Striscia la notizia (aún en antena), un informativo cómico con mujeres desnudas y un deus ex machina encarnado por un gran peluche rojo llamado Gabibbo, abanderado de lo que él llamaba «sentimientos populares» y al que comparó en diciembre de 2018 con Matteo Salvini[29]. Antonio Ricci inventó el lenguaje televisivo del berlusconismo. Su objetivo: conquistar a la audiencia, lo que hizo durante más de treinta años con frases huecas: «Me importa un bledo», decía, «si la sátira gusta o no a la gente como yo, a los inteligentes y a los cultos. Lo que me interesa es captar la atención de la señora Pina a las 20:30»[30].

Beppe Grillo supo rodearse de personalidades con un fuerte capital cultural de simpatía, desde Michele Serra (periodista y columnista de La Repubblica) hasta Giorgio Gaber, pasando por Antonio Ricci y Dario Fo; recuperó fragmentos de identidad colectiva que reordenó según sus necesidades.

El cómico genovés convirtió su sátira en una importante palanca política. En 2005, Time lo definió como «seriamente divertido» y lo incluyó entre los 37 «Héroes Europeos» que están «cambiando el mundo a mejor». Time destacó en particular su papel en la denuncia del gigante alimentario italiano Parmalat, la mayor quiebra de Europa antes del terremoto de 2008. Grillo entró en cientos de miles de hogares italianos a través de Striscia la notizia. El papel de justiciero cómico se vio facilitado por el hecho de que había construido y difundido una narración engañosa de su propia vida, evocando un supuesto destierro por parte de los medios de comunicación tras denunciar, en noviembre de 1986, en Fantástico, la corrupción del Partido Socialista y de Bettino Craxi como jefe de gobierno. En 1988 volvió a la RAI y en 1993 tuvo su propio programa en dos partes, el show de Beppe Grillo. Ante un público desorientado por los escándalos de corrupción de Tangentopoli, pronunciaba su eslogan: «No sé qué pasa, la realidad supera a la ficción»: su público era el mismo que, unos meses después, votaría por primera vez a Silvio Berlusconi.

Beppe Grillo puede considerarse un producto perfecto del berlusconismo. A principios de la década de 2000, se convirtió en el portavoz de la protesta antipolítica que Silvio Berlusconi había encarnado una década antes. Lo que cambió fue su encarnación de la ruptura: una novedad que se pensaba aquí y ahora, sin ningún horizonte de referencia futuro o lejano. Y al igual que su mejor enemigo, el discurso que portaba asociaba la desarticulación del vínculo social y expresaba la innovación absoluta en el campo político italiano. Pidió acabar con los políticos profesionales y con todas las formas de mediación social (como los sindicatos), en un momento en el que Sergio Rizzo y Gian Antonio Stella, dos periodistas del Corriere della sera, es decir, el diario por excelencia del empresariado italiano, transmitían a toda Italia la imagen de una clase política que ya no estaba al servicio de la comunidad nacional y del bien común, sino de sus propios intereses. Su libro, titulado La Casta, sería un hito; el subtítulo es bastante revelador: «Así es como la clase política se hizo intocable»[31].

El libro se publicó el 2 de mayo de 2007; cuatro meses más tarde, el 8 de septiembre, Beppe Grillo lanzó el primer V[affanculo] Day [Día del vete al carajo], en el que anunció la muerte de los partidos políticos. Exacerbando la imagen de la relación sublimada del líder con su pueblo, se propuso a sí mismo como la «única posibilidad de realidad», en un periodo en el que el PD estaba completando su transformación, al servicio de las virtuosas políticas económicas de reducción de la deuda pública, convirtiéndose en el partido de la derecha, la otra derecha, el partido de la burguesía modernista. El abandono de su base electoral, especialmente de los empleados del sector público y de los estudiantes, fue acompañado de una renuncia más profunda a las propias ideas de justicia e igualdad. Esta adaptación al orden existente acabó desdibujando permanentemente las categorizaciones políticas clásicas en las que las nuevas generaciones ya no se reconocían. La izquierda se redujo cada vez más al grupo de los que creían pertenecer a ella, pero sin compartir necesariamente sus valores fundamentales. Ciertamente, más o menos al mismo tiempo, la metamorfosis que afectaba al PD también se producía en otros partidos de toda Europa. Sin embargo, su condición de precursor fue acompañada aquí por un extremismo sin parangón, cuyo impacto fue especialmente devastador, incluso para la izquierda radical, que también se ha desarticulado, deshilachado, descompuesto, evaporado, arrastrada por la marea menguante.

Ante el desastre de una izquierda incapaz de dar forma a un horizonte para la cólera que se elevaba, Beppe Grillo y su movimiento iban a imponerse como el único sujeto alternativo. De hecho, la aparición en la escena política italiana del cómico genovés captó en su beneficio la esfera social de la indignación en el inmenso vacío dejado por la izquierda, y bloqueó las experiencias que iban a extenderse por todo el mundo (Indignados, Occupy, Ciudades sin miedo, etc.) y sus encarnaciones políticas (Podemos, Syriza, etc.)[32]. Las crisis políticas, sociales, económicas y morales que atravesó la Península en la década de 2000 dieron al movimiento el oxígeno que necesitaba. En Italia, la fórmula de los manifestantes argentinos («que se vayan todos») fue despojada de su fuerza insurreccional.

https://newpol.org/on-the-eve-of-national-elections-looking-backward-italys-rising-black-tide-a-creeping-counter-revolution/


Notas

[1] Nikou Asgari & Ian Johnston, «Italy long-term borrowing costs stuck near eight-years high», 28 /07/2022.

[2] Amy Kazmin, «Doubts over Italy’s access to €800bn EU Covid fund after Mario Draghi’s exit», 6/8/2022

[3] idem.

[4] ISTAT, Le statistiche dell’ISTAT sulla povertà. Anno 2021, junio de 2022, https://www.istat.it/it/files/2022/06/Report_Povertà_2021_14-06.pdf).

[5] Lobby nera, Fanpage, 30/09/2021, https://youmedia.fanpage.it/video/al/YVXPpOSwUXALhewA).

[6] Para los resultados de 2018, Il Sole 24 ore, 23/03/2018; para los resultados de 2013, http://elezionistorico.interno.gov.it/

[7] Ilvo Diamanti, Gli Italiani e lo Stato. Rapporto 2017 (demos.it).

[8] Ilvo Diamanti, Gli Italiani e lo Stato. Rapporto 2021 (demos.it).

[9] Giovanni Valenti, «Un «Cavaliere nero» per gli orfani del regime», La Repubblica, 24(/11/1993.

[10] Rino Genovese, Che cos’è il berlusconismo, Roma, Manifestolibri, 2011.

[11] Pier Paolo Poggi, Nazismo e revisionismo storico, Roma, Manifesto libri, 1997, p. 112.

[12] Carlo Ruzza, “Italy: the political right and concepts of civil society,” Journal of Political Ideologies, No. 15, 2010, p. 264.

[13] Geoff, Eley, “Legacies of Antifascism: constructing democracy in Postwar Europe,” New German Critique, No. 67, Winter 1996, pp. 73-100.

[14] Perry Anderson, » An invertebrate lef. Italy’s Squandered Heritage», London Review of Books, vol. 13, nº 5, marzo de 2009.

[15] Mark Fisher, “How to kill a Zombie: strategizing the end of neoliberalism,” Opendemocracy.net, julio 18, 2013.

[16] Fausto Bertinotti, «Rigettiamo il determinismo, pensiamo ad un processo aperto», Corriere della Sera, 1/12/2003.

[17] Antonio Gramsci, «Note sulla vita nazionale francese», Cahiers N°13, § (37).

[18] Massimo D’Alema, «Il voto italiano è il punto di rottura della crisi europea», Il Manifesto, 10/04/2018.

[19] Marco Revelli, Finale di partito, Turín, Einaudi, 2013, p. IX.

[20] Carlo Formenti, La variante populista. La lotta di classe nel neoliberalismo, Roma, DeriveApprodi, 2016, p. 7.

[21] Stefano Rodotà, «Lo scippo della Costituzione«, La Repubblica, 20/06/2012. Adam Tooze, Crashed. How a decade of financial crisis changed the world, Paris, Belles Lettres, 2018 (ebook)

[22] Bruno Amable, Stefano Palombarini, L’illusion du bloc bourgeois. Alliances sociales et avenir du modèle français, París, Raison d’Agir, 2017, p. 13.

[23] Il Manifesto, 5/03/2018

[24] Alessandra Ghisleri, «Verso il voto: El FdI dobla a la Lega, Azione supera a FI. Un elettore su tre non ha deciso», La Stampa, 31/08/2022.

[25] Loris Campetti, Ma come fanno gli operai. Precarietà, solitudine, sfruttamento. Reportage da una classe fantasma, San Cesario, Manni, 2018.

[26] Wendy Brown, «Rien n’est jamais achevé». Un entretien avec Wendy Brown sur la subjectivité néolibérale «, Terrains/Théories, N°6, 2017p. 1.

[27] Demos, «XIV Rapporto. Gli Italiani e lo Stato», 9/01/2012 (demos.it).

[28] Demos, «XXIV. Informe. Gli Italiani e lo Stato», diciembre de 2021 (demos.it).

[29] Aldo Cazzullo, «Antonio Ricci: «Salvini mi riccorda Gabibbo, Masterchef rovina le cene», Corriere della Sera, 2/12/2018.

[30] Citado en Giuliano Santoro, Breaking Beppe. Dal Grillo qualunque alla Guerra civile simulata, Roma, Castelvecchi, 2014.

[31] Sergio Rizzo, Gian Antonio Stella, La Casta. Così i politici italiani sono diventati intoccabili, Milán, Rizzoli, 2007.

[32] Benedetta Tobagi, «Queste nostre democrazie fragili», La Repubblica, 14/02/2017.

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