La nueva sociedad comunista está edificada sobre el principio de la camaradería, de la solidaridad, pero, ¿qué es la solidaridad? No solamente debemos entender por solidaridad la conciencia de la comunidad de intereses; la solidaridad la constituyen también los lazos sentimentales y espirituales establecidos entre los miembros de una misma colectividad trabajadora. El régimen social edificado sobre principios de solidaridad y colaboración exige, sin embargo, que la sociedad en cuestión posea, desarrollada en alto grado, “la capacidad de potencial de amor”, es decir, la capacidad para sensaciones de simpatía.
Si estas sensaciones faltan, el sentimiento de camaradería no puede consolidarse. Por esto intenta la ideología proletaria educar y reforzar en cada uno de los miembros de la clase obrera sentimientos de simpatía entre los sufrimientos y las necesidades de sus camaradas de clase. También tiende la ideología proletaria a comprender las aspiraciones de los demás y a desarrollar la conciencia de su unión con los otros miembros de la colectividad. Pero todas estas “sensaciones de simpatía”, delicadeza, sensibilidad y simpatía se derivan de una fuente común: de la capacidad para amar, no de amar en un sentido propiamente sexual, sino del amor en el sentido más amplio de esta palabra.
El amor es un sentimiento que une a los individuos; podemos decir incluso que es un sentimiento de orden orgánico. La burguesía ha comprendido también toda la fuerza de unión entre los hombres que puede tener el amor, y, por lo tanto, procuraba sujetarlo bien a sus intereses. Por eso la ideología burguesa, al intentar consolidar la familia, recurre a la virtud moral del “amor entre los esposos”; ser “un padre de familia” era a los ojos de la burguesía una de las más grandes y preciadas cualidades del hombre.
El proletariado, por su parte, debe descontar el papel social y psicológico del sentimiento de amor, lo mismo en el amplio sentido de la palabra que en lo que se refiere a las relaciones entre los sexos, que puede y debe jugar para reforzar los lazos, no en el dominio de las relaciones matrimoniales y de la familia, sino los lazos que contribuyen al desenvolvimiento de la solidaridad colectiva.
¿Cuál será, pues, el ideal de amor de la clase obrera? ¿En qué sentimientos tienen que basarse las relaciones sexuales en la ideología proletaria?
Ya hemos visto, mi joven camarada, cómo cada época de la historia posee su ideal de amor peculiar; hemos analizado cómo cada clase, en su propio interés, da a la noción moral del amor un contenido determinado. Cada grado de civilización trae a la Humanidad sensaciones morales e intelectuales más ricas en matices, que recubren de un color determinado las delicadas alas de Eros. La evolución en el desenvolvimiento de la economía y las costumbres, ha ido siempre acompañada de modificaciones nuevas en el concepto del amor. Algunos matices de este sentimiento se reforzaban, mientras otros caracteres disminuían o desaparecían totalmente.
El amor en el transcurso de los siglos de existencia de la sociedad humana evolucionaba desde ser un simple instinto biológico (el instinto de reproducción, común a todos los seres vivientes superiores o inferiores divididos en dos sexos), y se enriquecía sin cesar con nuevas sensaciones psíquicas, hasta convertirse en un sentimiento muy complicado.
El amor pasó de ser un fenómeno biológico a convertirse en un factor social y psicológico.
El instinto biológico de reproducción que determinó las relaciones entre los sexos en los primeros grados del desenvolvimiento de la Humanidad, tomó, bajo la presión de las fuerzas económicas y sociales, dos sentidos diametralmente opuestos. Por un lado, bajo la presión de relaciones económicas y sociales monstruosas, y sobre todo bajo el yugo capitalista, el sano instinto sexual (la atracción física de dos seres de sexo distinto basada en el instinto de reproducción), degeneró y se convirtió en lujuria malsana. El acto sexual se transformó en un fin en sí mismo, en un medio para lograr “mayor voluptuosidad”, en una depravación exacerbada por los excesos, las perversiones y los malsanos aguijonazos de la carne. El hombre buscaba a la mujer, no impulsado por una sana corriente sexual que la empujase con todo su ímpetu hacia una mujer; el hombre “buscaba” a la mujer sin experimentar ninguna necesidad sexual, y Ia buscaba con el único fin de provocar esta necesidad mediante la intimidad del contacto con la mujer. De este modo, el hombre se procura una voluptuosidad con el hecho mismo del acto sexual. Si la intimidad del trato con Ia mujer no provoca en el hombre la excitación esperada, los hombres estragados por los excesos sexuales recurren a toda clase de aberraciones.
Esta es una desviación del instinto biológico en una lujuria malsana, que hace que se aleje de su fuente primitiva.
Por otra parte, la atracción física entre los sexos se complica en el transcurso de los siglos de vida social de la Humanidad y de las diversas civilizaciones, y adquiere toda una gama de matices y sentimientos diversos. En su forma actual, el amor es un estado psicológico muy complejo que desde hace mucho tiempo se desprendió por completo de su fuente originaria, el instinto biológico de reproducción, y que llega en muchos casos a estar incluso en contradicción con él. El amor es un conglomerado de sentimientos diversos: pasión, ternura espiritual, lástima, inclinación, costumbre, etc. Es difícil, pues, ante tan gran complejidad, establecer un lazo de unión directo entre el “Eros sin alas” (atracción física entre los sexos) y el “Eros de alas desplegadas” (atracción psíquica). El amor-amistad, en el que no es posible encontrar ni un átomo de atracción física; el amor espiritual, sentido por la causa, por la Idea; el amor impersonal hacia una colectividad son sentimientos que demuestran claramente hasta qué punto se ha idealizado y se ha alejado de su base biológica el sentimiento de amor.
Pero aún se complica el problema mucho más. Con gran frecuencia surge una flagrante contradicción entre las diversas manifestaciones del amor, y comienza la lucha. El amor sentido por la “causa amada” (no el amor sentido simplemente por la causa, sino por la causa amada) no concuerda con el amor sentido por el elegido o elegida del corazón; el amor sentido por la colectividad se presenta en conflicto con el amor sentido por la mujer, el marido o los hijos. El amor-amistad se encuentra en contradicción con el amor pasión. En un caso el amor está dominado por la armonía psíquica; en el otro tiene por base “la armonía del cuerpo”.
El amor se ha revestido de múltiples aspectos. Desde el punto de vista de las emociones de amor, el hombre de nuestra época, en el cual los siglos de evolución cultural han hecho que se desarrollen y eduquen los diferentes matices de este sentimiento, se siente como a disgusto en el significado demasiado vago y general del sentido de la palabra amor.
La multiplicidad del sentimiento de amor crea, bajo el yugo de la ideología y costumbres capitalistas, una serie de dolorosos e insolubles dramas morales. Desde fines del siglo XIX empezaron los escritores psicólogos a tratar como tema favorito la multiplicidad del sentimiento de amor. Los reflexivos representantes de la cultura burguesa empezaron a sentir inquietudes y desconcierto ante aquel “enemigo” del “amor por dos y hasta tres seres”. H. A. Herzen, nuestro gran pensador y publicista del siglo pasado, intentó encontrar una solución a esta complejidad del alma humana, a este desdoblamiento de sentimientos, en su novela titulada “¿De quién es la culpa?” También Chernychevsky intentó encontrar la solución a este problema en la novela social “¿Qué hacer?” El desdoblamiento del sentimiento de amor, su multiplicidad, ha preocupado a los más grandes escritores de Escandinavia, tales como Hanisen, Ibsen, Bernsen y Heierstan. Los literatos franceses del siglo pasado se han ocupado también de este tema. Romain Rolland, escritor que simpatiza con el comunismo, y Maeterlink, que no pueden encontrarse más alejado de nuestros ideales, han tratado igualmente de encontrar la solución a este problema. Los genios poéticos como Goethe, Byron y George Sand, este último uno de los pionners más ardientes del dominio de las relaciones entre los sexos, han intentado resolver en la práctica este problema complicado, este “enigma del amor”. Herzen, el autor del libro “¿De quién es la culpa?”, lo mismo que otros pensadores, poetas y hombres de Estado, se han dado cuenta del terrible problema a la luz de su propia experiencia. Pero bajo el peso del “enigma de la dualidad de sentimientos de amor” se doblegan también los hombres que no son “grandes” en modo alguno, pero que buscan en vano la clave de la solución del problema dentro de los límites impuestos por el pensamiento burgués. La solución del problema está prácticamente en manos del proletariado. La solución de este problema pertenece a la ideología y al nuevo género de vida de la Humanidad trabajadora.
Cuando hablamos de la dualidad del sentimiento de amor, de las complejidades del “Eros de alas desplegadas”, no debemos confundir esta dualidad con las relaciones sexuales de un hombre con varias mujeres, o de una mujer con varios hombres. La poligamia, en la que no se da el sentimiento de amor, puede ser causa de consecuencias nefastas (agotamiento precoz del organismo, mayor facilidad para contraer enfermedades venéreas, etc.); pero estas uniones no crean “dramas morales”. Los “dramas”, los conflictos surgen cuando nos encontramos en presencia del amor con todos sus matices y manifestaciones diversas. Una mujer puede amar a un hombre “por su espíritu” solamente si sus pensamientos, sus aspiraciones y sus deseos están en armonía con los suyos, y al mismo tiempo puede sentirse arrastrada por la poderosa atracción física a otro hombre. Lo mismo que la mujer puede el hombre experimentar un sentimiento de ternura lleno de consideraciones, de compasión, llena de solicitud por una mujer, mientras que en otra encuentra su apoyo y la comprensión de las más altas y mejores aspiraciones de su “yo”. ¿A cuál de estas dos mujeres deberá entregar la plenitud de “Eros”? ¿Tendrá necesariamente que mutilar su alma y arrancarse uno de estos sentimientos cuando sólo puede adquirir plenitud de su ser con el mantenimiento de estos dos lazos de amor?
Bajo el régimen burgués el desdoblamiento del alma y del sentimiento lleva consigo inevitables sufrimientos. La ideología basada en el instinto de propiedad ha inculcado al hombre durante siglos y siglos que todo sentimiento de amor debe estar fundamentado en un principio de propiedad. La ideología burguesa ha grabado en la cabeza de los hombres la idea de que el amor da derecho a poseer enteramente, y sin compartirlo con nadie, el corazón del ser amado. Este ideal, esta exclusividad en el sentimiento de amor era la consecuencia natural de la forma establecida del matrimonio indisoluble y del ideal burgués de “amor absorbente” entre los esposos. Pero un ideal de esta clase, ¿puede responder a los intereses de la clase obrera? Mucho más importante y deseable es desde el punto de vista de la ideología proletaria el que las sensaciones de los hombres se enriquezcan cada vez con mayor contenido y se hagan más múltiples. La multiplicidad del alma constituye precisamente un hecho que facilita el desarrollo y educación de los lazos del corazón y del espíritu, mediante los cuales se consolidará la colectividad trabajadora. Cuando más numerosos son los hilos tendidos entre las almas, entre los corazones y las inteligencias, más solidez adquiera el espíritu de solidaridad y con más facilidad puede realizarse el ideal de la clase obrera: camaradería y unión.
El exclusivismo y “la absorción” en el sentimiento de amor no pueden constituir, desde el punto de vista de la ideología proletaria, el ideal del amor determinante de las relaciones entre los sexos. Todo lo contrario. El proletariado, al darse cuenta de la multiplicidad del “Eros de alas desplegadas”, no se asusta en absoluto de este descubrimiento, ni tampoco experimenta indignación moral como lo aparenta la hipocresía burguesa. El proletariado trata, en cambio, de dar a este fenómeno (que es el resultado de complicadas causas sociales) una dirección que sirva a sus fines de clase en el momento de la lucha y de la edificación de la sociedad comunista.
¿Estará acaso la multiplicidad del amor en sí misma en contradicción con los intereses del proletariado? Todo lo contrario; esta multiplicidad del sentimiento de amor facilita el triunfo del ideal de amor en las relaciones entre los sexos, que se forman y cristalizan ya en el seno mismo de la clase obrera: el amor-camaradería.
En la humanidad del patriarcado se presentó el amor como el cariño entre los miembros de una familia (amor entre hermanas y hermanos, entre los hijos y los padres). El mundo antiguo anteponía a todo otro sentimiento el amor amistad. El mundo feudal hacía su ideal de amor al amor “espiritual” del caballero, amor independiente del matrimonio y que no llevaba consigo la satisfacción de la carne. El ideal de amor de la sociedad burguesa era el amor de una pareja unida por un sentimiento legítimo.
El ideal de amor de la clase obrera está basado en la colaboración en el trabajo, en la solidaridad de espíritu y de la voluntad de todos los miembros, hombres y mujeres, y se distingue, por lo tanto, de un modo absoluto de la noción que del amor tenían las otras épocas de civilización. ¿Qué es, pues, el “amor-camaradería”? ¿Querrá todo esto decir que la severa ideología de la clase obrera, forjada en una atmósfera de lucha para el triunfo de la dictadura del proletariado, se dispone a arrojar de un modo despiadado al delicado Eros alado? De ningún modo. La ideología de la clase obrera no puede desplazar al “Eros de alas desplegadas”. Más bien todo lo contrario; es decir, prepara el reconocimiento de amor como fuera social y psíquica.
La hipócrita moral de la cultura burguesa que obligaba al dios Eros a no visitar más que a la “pareja unida legalmente”, le arrancaba sin piedad las plumas más bellas de sus alas de brillantes colores. Fuera del matrimonio no podía existir para la ideología burguesa más que el Eros sin alas, el Eros despojado de sus plumas de vivos colores; la atracción pasajera entre los sexos bajo la forma de caricias compradas (prostitución) o de caricias robadas (adulterio).
La moral de la clase obrera, por el contrario rechaza francamente la forma exterior que establece las relaciones de amor entre los sexos.
Para el logro de las tareas del proletariado es completamente igual que el amor tome la forma de una unión estable o que no tenga más importancia que la de una unión pasajera. La ideología de la clase obrera no puede fijar límites formales al amor. Por el contrario, esta ideología empieza a sentir inquietud por el contenido del amor, por lo lazos de sentimientos y emociones que unen a los dos sexos. Por eso, en este sentido la ideología proletaria tiene que perseguir al “Eros sin alas” (lujuria, satisfacción única de los deseos carnales por la prostitución, transformación del “acto sexual” en un fin en sí mismo, lo que hace de él un “placer fácil”, etc.), más implacablemente que lo hacía la moral burguesa. El “Eros sin alas” está en contradicción con los intereses de la clase obrera. En primer lugar, este amor supone inevitablemente los excesos y el agotamiento físico, lo cual contribuye a que disminuya la reserva de energía de la Humanidad. En segundo lugar, el “Eros sin alas” empobrece el alma porque impide el desenvolvimiento entre los seres humanos de lazos psíquicos y de sensaciones de simpatía. En tercer lugar, este amor tiene por base la desigualdad de derechos entre los sexos en las relaciones sexuales; es decir, está fundado en la dependencia de la mujer con relación al hombre, en la fatuidad o insensibilidad del hombre; todo lo cual ahoga necesariamente toda posibilidad de experimentar un sentimiento de camaradería. En cambio, la acción ejercida sobre los seres humanos por el “Eros de alas desplegadas” es completamente distinta.
Es indudable que en el fondo del “Eros de alas desplegadas” se encuentra, lo mismo en el “Eros sin alas” la atracción física entre los sexos. La diferencia consiste precisamente en que en el ser movido por sentimiento de amor que le empujan hacia otro ser, se despiertan y se manifiestan justamente aquellas cualidades del alma necesarios a los constructores de la nueva cultura: sensibilidad, delicadeza y deseo de ser útil a otro. La ideología burguesa, en cambio, exige que el hombre o la mujer no haga gala de estas cualidades más que en presencia del elegido o elegida, es decir, en sus relaciones con un solo hombre o con una sola mujer. Lo más importante para la ideología proletaria es que estas cualidades se despierten, se desarrollen y se eduquen en todos los hombres y, por tanto que no se manifiesten sólo en las relaciones con el objeto amado, sino en las relaciones con todos los demás miembros de la colectividad.
En realidad, para el proletariado no tienen importancia los matices predominantes en el “Eros de alas desplegadas”; el proletariado se siente indiferente ante los delicados tonos del complejo amoroso, ante los encendidos colores de la pasión o ante la armonía del espíritu. Lo único que le interesa es que en todas las manifestaciones y sentimientos de amor existan los elementos psíquicos que desarrollan el sentimiento de camaradería.
El ideal de amor-camaradería forjado por la ideología proletaria para sustituir al “absorbente” y “exclusivo” amor conyugal de la moral burguesa, está fundado en el reconocimiento de derechos recíprocos, en el arte de saber respetar, incluso en el amor, la personalidad de otro, en un firme apoyo mutuo y en la comunidad de aspiraciones colectivas.
El amor-camaradería es el ideal necesario al proletario en los difíciles períodos de grandes responsabilidades en los que lucha para el establecimiento de su dictadura o para fortalecer su mantenimiento. Sin embargo, cuando el proletariado haya triunfado totalmente y sea ya un hecho la sociedad comunista, el amor, el “Eros de alas desplegadas” se presentará en una forma completamente distinta, revestirá un aspecto diferente en absoluto al que tiene actualmente, adquirirá un aspecto completamente desconocido hasta ahora por los hombres. Los “lazos de simpatía” entre los miembros de la nueva sociedad se habrán desarrollado y fortalecido, la “capacidad para amar” será mucho mayor, y el amor-camaradería se convertirá en “animador”, papel que en la sociedad burguesa estaba reservado al principio de concurrencia y al egoísmo. El colectivismo del espíritu y de la voluntad triunfarán sobre el individualismo que se bastaba a sí mismo. Desaparecerá el “frío de la soledad moral”, de la que en el régimen burgués intentaban escapar los hombres refugiándose en el amor o en el matrimonio; los hombres quedarán unidos entre sí por innumerables lazos sentimentales y psíquicos. Los sentimientos de los hombres se modificarán en el sentido de los intereses cada vez más grandes hacia la cosa pública. Desaparecerán en el olvido sin dejar el menor rastro la desigualdad entre los sexos y todas las formas de dependencia de la mujer con relación al hombre.
En esta nueva sociedad, colectiva por su espíritu y sus emociones, caracterizada por la unión feliz y las relaciones fraternales entre los miembros de la colectividad trabajadora y creadora, Eros, el dios del amor, ocupará un puesto de honor, como sentimiento capaz de enriquecer la felicidad humana. ¿Cómo se transfigurará este Eros? Ni la fantasía más creadora es capaz de imaginárselo. Lo único indiscutible es que cuanto más unida esté Ia Humanidad por los lazos duraderos de la solidaridad, tanto más íntimamente unida estará en todos los aspectos de la vida, de, la creación o de las relaciones mutuas. Por consiguiente, tanto menos lugar quedará para el amor en el sentido contemporáneo de la palabra. En nuestros tiempos el amor peca siempre por un exceso de absorción de todos los pensamientos, de todos los sentimientos entre dos “corazones que se aman”, y que, por lo tanto, aíslan y separan a la pareja amante del resto de la colectividad. Este apartamiento, este aislamiento moral de la “pareja amorosa”, no sólo será completamente inútil, sino que psicológicamente será imposible en una sociedad en la que estén Íntimamente unidos los intereses, las tareas y las aspiraciones, de todos los miembros de la colectividad. En este mundo nuevo la forma reconocida, normal y deseable de las relaciones entre los sexos estará basada puramente en la atracción sana, libre y natural (sin perversiones ni excesos) de los sexos; las relaciones sexuales de los hombres en la nueva sociedad estarán determinadas por el “Eros transfigurado”.
Pero actualmente nos encontramos en el recodo donde se cruzan dos civilizaciones: la civilización burguesa y la civilización proletaria. En este período de transición, en el que estos dos mundos luchan encarnizadamente en todos los frentes, incluso naturalmente en el frente ideológico, el proletariado está muy interesado en lograr por todos los medios a su alcance la acumulación más rápido posible de “sensaciones y sentimientos de simpatía”. En este período de transición la idea moral que determina las relaciones entre los sexos no puede ser el brutal instinto sexual, sino las múltiples sensaciones del amor-camaradería experimentadas por hombres y mujeres. Para que estas sensaciones correspondan a la nueva moral proletaria en formación, es necesario que estén basadas en los tres postulados siguientes:
- Igualdad en las relaciones (es decir, desaparición de la suficiencia masculina y de la servil sumisión de la individualidad de la mujer al amor).
- Reconocimiento mutuo y recíproco de sus derechos, sin pretender ninguno de los seres unidos por relaciones de amor la posesión absoluta del corazón y el alma del ser amado (desaparición del sentimiento de propiedad fomentado por la civilización burguesa).
- Sensibilidad fraternal; el arte de asimilarse y comprender el trabajo psíquico que se realiza en el alma del ser amado (la civilización burguesa sólo exigía que la mujer poseyese en el amor esta sensibilidad).
Pero aunque la ideología de la clase obrera proclame los derechos del “Eros de alas desplegadas” (del amor) subordina al mismo tiempo el amor que los miembros de la colectividad trabajadora sienten entre sí a otro sentimiento mucho más poderoso, un sentimiento de deber con la colectividad; por muy grande que sea el amor que una a dos individuos de sexos diferentes, por muchos que sean los vínculos que unan los corazones y sus almas, los lazos que los unan a la colectividad tienen que ser mucho más fuertes, más numerosos y orgánicos. “Todo para el hombre amado”, proclamaba la moral burguesa; “Todo para la colectividad”, establece la moral proletaria.
Ahora te oigo argumentar, mi joven camarada: “Concedido, como afirmas, que las relaciones de amor, basadas en el espíritu de fraternidad, se conviertan en el ideal de la clase obrera. Pero, “¿No pasará demasiado este ideal, esta “medida moral” del amor sobre los sentimientos amorosos? ¿No pudiera ocurrir que este ideal destroce y mutile las delicadas alas del “suspicaz Eros”? Hemos libertado al amor de las cadenas de la moral burguesa; pero, ¿no le crearemos tal vez otras?
Tienes razón, mi joven camarada. La ideología proletaria, al rechazar “la moral” burguesa en el dominio de las relaciones matrimoniales, se forja inevitablemente su propia moral de clase, sus nuevas normas reglamentadoras de las relaciones entre los sexos, que corresponden mejor a las tareas de la clase obrera, que sirven para educar los sentimientos de sus miembros y que, por lo tanto, constituyen hasta cierto punto cadenas que aprisionan el sentimiento de amor. Si hablamos de amor patrocinado por la ideología burguesa es indudable que el proletariado arrancará irremisiblemente muchas plumas de las alas del delicado “Eros”, tal y como se lo representa aquella ideología. Pero lo que no se puede hacer, porque significa no darse cuenta del porvenir, es lamentarse de que la clase obrera imprima su sello en las relaciones sexuales, con el fin de lograr que el sentimiento de amor corresponda con sus tareas de clase. Es evidente que en vez de las viejas plumas arrancadas a las alas de Eros, la clase ascendente de la Humanidad hará que le crezcan otras de una belleza, fuerza y brillo hasta ahora desconocidos. No olvides, joven camarada que el amor cambia de aspecto y se transforma de una manera inevitable a la vez que cambian las bases económicas y culturales de la sociedad.
Si logramos que de las relaciones de amor desaparezca el ciego, el exigente y absorbente sentimiento pasional; si desaparece también el sentimiento de propiedad lo mismo que el deseo egoísta de “unirse para siempre al ser amado”, si logramos que desaparezca la fatuidad del hombre y que la mujer no renuncie criminalmente a su “yo”, no cabe duda que la desaparición de todos estos sentimientos hará que se desarrollen otros elementos preciosos para el amor. Así se desarrollará y aumentará el respeto hacia la personalidad de otro, lo mismo que se perfeccionará el arte de contar con los derechos de los demás; se educará la sensibilidad recíproca y se desarrollará enormemente la tendencia de manifestar el amor no solamente con besos y abrazos, sino también con una unidad de acción y de voluntad en la creación común.
La tarea de la ideología proletaria no es, pues, separar de sus relaciones sociales al “Eros alado”. Consiste simplemente en llenar su carcaj con nuevas flechas; consiste en hacer que se desarrolle el sentimiento de amor entre los sexos, basado en la más poderosa fuerza psíquica nueva: la solidaridad fraternal.
Espero, joven camarada, que ahora verás claramente que el hecho de que el problema del amor despierte un interés tan extraordinario entre la juventud trabajadora no es en modo alguno síntoma de “decadencia”. Creo que ahora podrás encontrar por ti mismo el lugar que debe corresponder al amor, no sólo en la ideología del proletariado, sino en la vida diaria de la juventud trabajadora.