Apuntes metodológicos a propósito de la colectivización forzosa estalinista

Un análisis y estudio de la catástrofe de la política estalinista en el campo de la URSS.

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“El camarada Graef da muy poca importancia al problema de la relación entre la tasa de colectivización y la base tecnológica-industrial de la agricultura moderna. Es totalmente erróneo suponer que se puede crear primero granjas colectivas y dotarlas después de una base técnica. Las granjas colectivas caerán hechas pedazos mientras aguardan la base técnica, derrumbe que irá acompañado de feroces luchas internas y le hará un gran daño a la agricultura y, por lo tanto, a la economía en general.”

León Trotsky, “Respuesta a Graef sobre la colectivización”, mayo 1930, izquierdaweb

 

“Honrado camarada Stalin, existe alguna ley soviética que determine que los habitantes de las villas deben pasar hambre. Porque nosotros, trabajadores de las haciendas colectivas, no conseguimos una simple rebanada de pan en nuestra hacienda colectiva desde el 1 de enero (…) ¿Como podemos construir una economía popular socialista cuando estamos condenados a muerte por inanición y la cosecha todavía está cuatro meses distante? ¿Por qué morimos en los frentes de batalla [de la guerra civil]? ¿Para pasar hambre?¿Para ver a nuestros hijos morir en la penuria de la escasez?”

Applebaum; 2019; 21

 

A propósito de la invasión rusa a Ucrania [1] se ha puesto sobre el tapete el recorrido de dicho país durante el siglo pasado y la desembocadura en la actual situación de pelea por su autodeterminación nacional[2].

Parte de la historia compleja y atormentada de Ucrania es la colectivización agraria forzosa que llevó adelante Stalin, que afectó particularmente esta país dada la extensión y la productividad de su producción agrícola y que fue en las últimas décadas reconocida como Holodomor, es decir, el exterminio (holod) por hambre (mor) de la masa de la población campesina (uno 6 millones en toda la URSS, unos 3 millones en Ucrania), del cual fue responsable exclusivo la burocracia estalinista en su afán ciego de “colectivización agraria” a cualquier precio (una política ultraizquierdista-burocrática contraria a una orientación socialista[3]).

En el texto que estamos presentando no nos referiremos expresamente a la colectivización ucraniana –requeriría un estudio más pormenorizado que aquí no podemos hacer-. Sin embargo, muchas de las cuestiones generales que señalamos acerca de la colectivización forzosa se aplican a dicho país -a la memoria histórica resultante de dicha experiencia.

Y es evidente que en el contexto de la guerra en Ucrania el tema recobra actualidad; de ahí el esfuerzo en la elaboración de este texto que no pretende ser un repaso minucioso de toda la inmensa bibliografía existente sobre el tema, sino, más bien, colocar algunas claves metodológicas para el abordaje del mismo[4].

1- Una “colectivización” anti-socialista

En su giro supuestamente “izquierdista” (finales de los años 1920) Stalin la emprendió contra los campesinos en general liquidando lo que restaba de la propiedad privada agraria, la que, a decir verdad, era la inmensa mayoría de la propiedad agraria en la cual estaban implicadas 20 millones de familias campesinas[5]. Escritores “trotskistas” como Isaac Deutscher hablaron de una “segunda Revolución Rusa” realizada por el dictador incluso, supuestamente más profunda que la de Octubre, cuando, en realidad, lo que se concretó,fue una contrarrevolución burocrática política y social: “Stalin (…) se anotó una inmensa victoria política: quebró la columna vertebral del arcaico individualismo rural que amenazaba frustrar la industrialización” (Deutscher, 2007; pp. 99). Tony Cliff argumenta de manera convincente que, en realidad, la secuencia en los países de gran peso campesino debe ser la inversa: hay que industrializar primero para liquidar la pequeña propiedad agraria después -lógicamente que avanzando en el cobro de impuestos, una particular política de precios que les cobre la renta agraria, etc., serie de medidas que tanto la izquierda partidaria como incluso la derecha se planteaban para el campo, Moshe Lewin[6].

Para Deutscher –y muchísimos otros “trotskistas” hasta el día de hoy- “Stalin estaba socializando la tierra a su manera”… una “socialización” de la tierra violenta y sin base técnica que hundió el campo ruso por décadas y no configuró ninguna verdadera socialización agraria. Es decir: de ninguna manera se trató de un paso adelante socialista, sino de la puesta en pie de las bases del Estado burocrático con restos de la revolución, una suerte de “explotación militar-feudal de los campesinos” como paradójicamente denunciarían al unísono Christian Rakovsky y Nicolai Bujarin, es decir, la izquierda y la derecha del partido: “La creencia profunda de Bujarin de ver la revolución perder su carácter socialista, como subproducto de una excrecencia burocrática, le condujo a un análisis que confluía con el de Rakovsky (…)” (Lewin; 1976; 304[7]).

Trotsky no llegó a tener una apreciación cabal de la colectivización forzosa hasta finales de los años 1930. Sin embargo, tuvo -en tiempo real- la suficiente sensibilidad para calificarla una “monstruosidad”. Deutscher reconoce que a Trotsky “Nunca se le había ocurrido que una clase social tan numerosa como la burguesía rural pudiera o debiera ser destruida por decreto y por la violencia, que millones de personas debieran ser despojadas y condenadas a la muerte social y, en muchos caso, a la muerte física también” (Deutscher; 2007; 91). Y menos que menos aprobar la supresión física del campesinado medio y pobre –no burgués- en general.

Trotsky insistiría desde comienzos de 1930 que: “La dictadura del proletariado es una categoría exclusivamente política que, según enseña la teoría y demuestra la práctica, se puede abstraer de su base económica dentro de ciertos límites. La colectivización tiene un contenido puramente económico; desprovista del mismo, se convierte en un cascarón vacío” (“Algunas observaciones sobre el trabajo de Frank acerca de la colectivización”).

Y se entiende: sin base material de fuerzas productivas, no puede haber colectivización agraria. Sin embargo, teóricamente, el matiz aquí es que tanto la dictadura del proletariado como la colectivización misma, ambas categorías tienen un elemento político y otro económico: la dictadura proletaria porque toma en sus manos los medios de producción; la colectivización agraria porque requiere, además de las fuerzas productivas a tal efecto, la anuencia del campesinado (en todo caso, esto es secundario en el contexto de su argumentación).

Es significativo que en la discusión de Bujarin con Preobrajensky, aun cuando el primero no parecía apreciar las implicancias oportunistas de su abordaje de enriquecimiento campesino toutcourt y de imposible “equilibrio económico”, e incluso cuando, en su boca la democracia proletaria era una abstracción (estuvo incondicionalmente del lado de Stalin en la pelea contra la Oposición de izquierda), sin embargo, se daba cuenta más cabalmente que Preobrajensky que las categorías de la transición son económicas y políticas a la vez (al menos, que no existen leyes automáticas de la transición socialista).

Y Trotsky agrega una apreciación de valor metodológico en un sentido similar (aún si insuficiente): “El autor refuta la teoría de la presión administrativa (ejercida sobre los campesinos para obligarlos a colectivizarse) con el argumento de que la burocracia siempre fue el furgón de cola del proceso. Este argumento es justo cuando va dirigido contra los mencheviques y los liberales, pero absolutamente inadecuado (y en ese sentido incorrecto) para evaluar el papel que cumple la conducción, la planificación y la previsión en la construcción del socialismo. Ya en las primeras páginas el autor contrapone acertadamente el desarrollo capitalista, que procede automáticamente en base a la ley del valor, al desarrollo socialista, como proceso planificado conscientemente (como su propia esencia)”.

Es decir: se trata precisamente de la introducción del elemento político, consciente, en la administración económica, lo que es un elemento complementario de la base técnica para la colectivización, en este caso, repetimos, la anuencia e involucramiento campesino en la producción.

Por otra parte, también es verdad que Trotsky pensaba que una parte de la “colectivización” era administrativa pero otra debía ser“espontanea”: respondía a la tendencia implícita a la socialización de la producción…. Sin embargo, esto no fue así; configuraba un “embellecimiento” -no consciente- de los procesos en obra.Ocurre que la investigación posterior ha demostrado palmariamente lo contrario: la colectivización agraria estalinista significó una guerra civil contrarrevolucionaria para llevar a los campesinos a las granjas “colectivas” aplicada con una violencia brutal y una hambruna de masas sin antecedentes. Anne Applebaum desarrolla bien el descenso a los infiernos que significó la hambruna: la parálisis de las personas que quedaban como atrofiadas y sin reflejos; que no podían moverse, que perdían -conforme pasaban los días y semanas- todo ánimo de vida:

“Vasily Grossman describió esa etapa del hambre en Forever Flowing –La vida fluye: Al comienzo, el hambre saca a la persona de la casa. En su primer estadio, la persona está atormentada como si un incendio quemase sus entrañas y su alma. Entonces, intenta escapar de su casa. Las personas escarban la tierra por minocas, pegan grama, y llegan a hacer esfuerzos por vencer la apatía e ir hasta las ciudades. Lejos de casa, lejos de casa! Entonces llega el día en que ella se arrastra de nuevo a su casa. El significado de eso: el hambre, la inanición venció. El ser humano no puede ser salvado. Se tira en la cama y allí se queda. Y no es sólo por falta de fuerzas, sino también porque no tiene más interés por la vida. Queda debilitado, quieto, y no desea ser tocado. No desea siquiera comer (…) todo lo que quiere es ser dejado en paz y que las cosas se calmen” (Applebaum; 2019; 313).

El historiador de izquierda ruso Aleksei V. Gusevnos recuerda que ya desde mediados de 1928 la Oposición de izquierda empezó a criticar duramente los métodos administrativos de esta política (Moshe Lewin da cuenta de lo mismo; que ni la derecha pero tampoco la izquierda partidaria planteaban la colectivización integral del campo), incluidos los intentos de crear granjas colectivas por la fuerza y propagarlas por las distintas regiones sin tener en cuenta ni el deseo de los campesinos ni la disposición de medios técnicos: “En esto, como en las medidas de emergencia para procurar abastecimiento de granos hechas ‘sin distinción de clase’, golpeando no solamente al kulak, sino a todo el campesinado, los bolcheviques leninistas veían otra manifestación de la destructiva ‘burocracia estalinista” (“Socialismo a tracción de caballo”, izquierdaweb).

Durante la crisis en la Oposición de izquierda en 1928/9, Trotsky había insistido que para apreciar el carácter de los desarrollos no alcanzaba con evaluar qué tareas se llevaba adelante,sino, también,quién y cómo las realizaban. Siempre hemos insistido que esta sencilla afirmación encierra una clave teórica para comprender los procesos de transición bloqueados incluyendo en esto la colectivización forzosa estalinista:

“Para la izquierda, el campesino establecido sobre su parcela privada, e incluso el kulak, debería subsistir por largo tiempo. Según Trotsky, el empleo de la fuerza para modificar las estructuras del campesinado era impensable. Pero el era seguramente escéptico respecto de la eficacia de otros medios para modificar profundamente la naturaleza del campesinado en un futuro cercano. Es a causa de esta actitud que el no preveía la posibilidad de construir una sociedad socialista sin la ayuda de una revolución victoriosa en uno o más países europeos industrializados. El estaba, evidentemente, listo a utilizar la intervención estatal para limitar el crecimiento de los kulaks, pero esto exclusivamente por procedimientos fiscales y económicos (…) La actitud de los principales adversarios respecto de problema de las estructuras sociales del campo, como la de Bujarin y la derecha, y de Trotsky y la izquierda, a pesar de los diferentes puntos de partida y las invectivas y desconfianzas mutuas, no eran, en el fondo, tan diferentes” (Lewin; 1976; 134).

La teoría de la transición socialista se enriqueció críticamente con estos desarrollos demostrando que el carácter socialista de estos eventos –colectivización forzosa y la industrialización acelerada- quedaba cuestionado:

“Nosotros –escribe Lenin- (…) Somos marxistas’. ‘La Comuna –esto es, los soviets de diputados obreros y campesinos- no ‘introduce’, no propone ‘introducir’ ni debe introducir ninguna reforma para la que no esté absolutamente madura la realidad económica y la consciencia de la aplastante mayoría del pueblo” (Lucio Colleti citando a Lenin; 1977; 22).

Y agrega Colletti:

“O sea, que si bien la revolución socialista es –como señalara Marx- una ‘revolución política con un alma social’ no basta, sin embargo, con el alma o el contenido social, sino que precisa igualmente la forma política, aunque no sea más que porque ‘la revolución en general es un acto político’ (…)” (1977; 23). Porque en realidad en la transición socialista,agregamos nosotros, la forma política hace al contenido social tanto como el contenido social a la forma política.

Como digresión señalemos que en el plano filosófico marxista es imposible una separación mecánica entre forma y contenido –otra cosa son matices dialécticos entre ambos, claro está. La forma es la “grafía” necesaria que adquiere el contenido;contenido imposible que sea informe. Por otra parte, la relación de la forma al contenido es que esté último le da su materialidad, su sustancialidad, sin la cual la forma tal no existiría. La escisión mecánica de contenido y forma, como la de esencia y apariencia, apariencia necesaria de dicha esencia, es ajena al marxismo:

“Vasili Grollios enfatiza en la importancia que Marx atribuye a la dialéctica entre ‘forma y contenido’ –o, más técnicamente expresada, entre forma y esencia (…) En el corazón de la dialéctica entre forma y esencia se encuentra un pasaje de la Lógica de Hegel (…) En su Pequeña Lógica (o Lógica de la Enciclopedia) de 1817, Hegel sostiene que ‘la esencia debe aparecer’. ¿Cómo debería interpretarse esta intransigente sentencia? (…) [Una] interpretación consiste en decir (…) que las esencias no existen por sí mismas. Para existir, las esencias deben adoptar una ‘forma’ (o modo de existencia). Hegel parece adoptar esta segunda interpretación cuando explica que la ‘apariencia’ o el ‘develarse’ ‘no deben confundirse con una mera manifestación’: la ‘apariencia’ y el ‘develarse’ o aparecer activo pueden significar virtualmente lo mismo (…) Sugiero que es en este sentido que la dialéctica entre forma y apariencia es importante para el pensamiento de Marx” (“Forma y esencia en Hegel y Marx”, Richard Gunn).

Pasando del ángulo filosófico al análisis social podríamos decir que el carácter socialista de las formas sociales conquistadas, por ejemplo, la expropiación de la burguesía, sólo se puede afirmar como socialista si la clase obrera está en el poder; si de la estatización de los medios de producción y la tierra va pasándose –gradualmente aunque el ritmo depende de las condiciones conforme el desarrollo de las fuerzas productivas y la revolución mundial- a la socialización real –la gestión colectiva social y política de la producción: “En la democracia el principio formal es a la vez el principio material. De ahí que ella sea la verdadera unidad de lo general y lo particular (…) Los franceses modernos los han interpretado en el sentido que el Estado político tiene que desaparecer en la verdadera democracia. Interpretación correcta, en tanto que el Estado, como Estado político, como Constitución, deja de valer por el todo” (Marx; 2010). Volveremos sobre esto más abajo.

Y si, por lo demás, se evita que las formas estatizadas sean otro tanto “biombo” o “mampara” (Naville habla de “parabrisas” en el mismo sentido) que oculta formas indebidas de apropiación del sobreproducto social; si se decide colectivamente como se invierte dicho sobre producto -cosa que, evidentemente, no es lo que ocurrió en la URSS bajo el estalinismo-:

“Trotsky no podía ignorar las dificultades que debía general una industrialización acelerada (…) de donde vendrían las sumas necesarias para una inversión incrementada (…) el régimen soviético debía atravesar una etapa de ‘acumulación socialista primitiva’ [en realidad, según nuestra –limitada; no sistemática- investigación, Trotsky se delimitó de este concepto más propio de Preobrajensky, R.S.](…) El sabía que la industria debía sacar ganancias de sus intercambios con el campesinado, y que los campesinos debían pagar impuestos para este fin, pero parecía creer, que el grueso del esfuerzo no provendría del campesinado, sino del proletariado (…) ‘Puede haber momentos –decía Trotsky frente al 12 congreso del partido- en que el Estado no pague el salario –obrero- entero, o que incluso pague la mitad del mismo y vos, el trabajador, le acuerdes un crédito a tu Estado devengado de tu salario” (Lewin; 1976; 132, se aprecia claramente por el tono de la intervención que Trotsky está hablando de una decisión consciente en función de la construcción del Estado obrero).

Pero prosigamos con Colletti:

“Stalin es, pues, ‘grande en tanto que constructor de un gran Estado (¡aquél Estado que Lenin quería que se ‘extinguiera’ rápidamente!), constructor de una gran potencia (…) Pero su grandeza no es tanto parte de la historia del movimiento obrero internacional, como de la ‘prehistoria’ de este que se está prolongando [¡y se sigue prolongando!, R.S.] más allá de toda previsión; su grandeza no pertenece a la historia de la emancipación humana, sino a la historia de las grandes potencias que se reparten el mundo, de la razón de Estado (…) a la historia dominada por la geopolítica[8].

“Ante las gigantescas proporciones de lo que Stalin construyó, durante algún tiempo ha prevalecido en la consciencia de muchos la admiración por tanto ‘realismo’ [las comillas son nuestras porque preferiríamos el concepto de pragmatismo, R.S.[9]] ¿Qué importan los principios? ¿Qué importa cómo vive la gente? Lo que cuenta, lo que decide (…) son los millones de toneladas de acero, los misiles, el potencial nuclear. La admiración por el realismo (…) todavía lleva con frecuencia [incluso todavía hoy a muchísimos “trotskistas”] a concluir que ‘Stalin ha construido el socialismo’ y que ‘Rusia es el primer país socialista’… En realidad, lo que Stalin ha producido es indisociable del modo en que lo produjo” (Colletti; 1977; 40/1).

Colletti agrega todavía un señalamiento que es válido incluso en otros terrenos de la acción revolucionaria que nada tienen que ver con la transición socialista: “(…) “la época del ‘socialismo en un solo país’ ha terminado (…) al terminar esa época –que ha visto una y otra vez el triunfo de la realpolitik sobre la ‘utopía’- se pone de manifiesto el lado irrealista de este ‘realismo” (Colletti; 1977; 42). Es decir: los medios pragmáticos no llevan ni a la revolución ni al socialismo.

2- Los modos socialistas de actividad

Nos introduciremos ahora en la importancia de dichos “modos de actividad”. El giro “izquierdista” de Stalin,como ya señalamos un giro contrarrevolucionario[10],introdujo una crisis dramática, existencial, en las filas de la Oposición de izquierda. Muchos de sus integrantes lo vieron aplicando su programa. El propio Trotsky señaló que Stalin giraba a la izquierda “espoleado por la Oposición”…

Sin embargo, no dejaba de subrayar al mismo tiempo“que una parte del programa no es todo el programa”;que el programa revolucionario es una totalidad-oponiéndose a un enfoque reformista, pedazo por pedazo, del mismo-. (Es decir: un enfoque no transicional, reformista-etapista, sacrifica los objetivos estratégicos. Resulta en “adquisiciones” inmediatas a costa de las perspectivas estratégicas, en vez de las necesarias conquistas “reformistas” unidas -por un eslabón invisible- a las perspectivas revolucionarias, Rosa Luxemburgo[11].)

De ahí que se haya perdido de vista que lo más estratégico –junto a la política internacional- era el restablecimiento de la democracia partidaria y soviética(es decir, más allá de cualquier matiz de política económica). Las cuestiones del régimen partidario se habían transformado en cuestiones de vida o muerte en la medida que era el partido (la clase obrera por intermedio de él[12]), el que estaba en el poder:

“Radek y Preobrajensky veían en el primer Plan Quinquenal un punto de partida radicalmente nuevo. ‘La cuestión central’, replicó Trotsky, “no es la de las estadísticas de este Plan Quinquenal burocrático per se, sino el problema del Partido”; el espíritu con el que se dirigía al partido, porque eso determinaba también su política. ¿Estaba el plan quinquenal, en su formulación y ejecución, sujeto a algún control desde abajo, a crítica y discusión? Y, sin embargo, de esto dependían también los resultados del plan” (Deustcher; 2007; 74).

Como es sabido, Preobrajensky se colocó en la posición opuesta: “A comienzos de 1928, argumentó que los líderes partidarios habían implementado medidas extraordinarias en reacción a la ofensiva kulak y bajo la presión de una creciente lucha de clases en Europa. Haciendo eso, habían actuado como agentes inconscientes de la necesidad histórica [argumento objetivista y teleológico si los hay, R.S.]. (Twiss; 2009; 295. Moshe Lewin coloca una cita similar)…

El problema que se colocó–y que la experiencia histórica permitió evaluar- fue la necesidad de una apreciación crítica de las medidas de Stalin. Porque, a priori, acabar con la propiedad privada agraria y avanzar en la industrialización planificada del país,aparecía “socialista”… Sin embargo, el problema fue la desnaturalización de estas medidas en manos dela burocracia. Ocurre que no fue la clase obrera la que llevó adelante las mismas bajo un régimen de democracia obrera, sino que las concretó la burocracia al servicio de sus propios beneficios, y lo hizo de manera brutal-hambruna campesina y súper explotación obrera mediante-:

“Construir una sociedad socialista significa instaurar relaciones socialistas de producción. E independientemente de lo que quiera entenderse por ello, esa construcción es indisociable del desarrollo de la democracia socialista, del poder de los soviets o autogobierno de los productores, en el sentido real y no metafórico de la palabra. Por otra parte, y al contrario, acumular, esto es, retirar partes alícuotas altísimas del producto nacional para invertirlas en la edificación industrial [sin la anuencia consciente –democrática- de las masas laboriosas, agregamos nosotros, R.S], significa reprimir violentamente el consumo de las masas, comprimir violentamente sus necesidades. Y esto implicaba lo contrario de la democracia, lo contrario de los soviets, o sea, un aparato de constricción (…)” (Colletti; 1977; 39).

Una cuestión real porque lo que se puso en marcha fue un inmenso aparato de constricción que terminó en las Grandes Purgas de 1937/8. Y lo que se procesó fue lo opuesto a una transición socialista; un proceso contrarrevolucionario que sentó las bases del Estado burocrático; una acumulación de Estado pero no socialista.

“(…) cuando Radek, Smilga y Preobrajensky afirmaron que ‘las figuras concretas del plan quinquenal’ expresaban un genuino programa de construcción socialista, Trotsky les recordó el carácter del régimen partidario: ‘Hasta ahora, hemos pensado que todos los planes quinquenales era valioso en las medida que sus raíces se sostuvieran en métodos correctos de dirección económica, particularmente en el liderazgo político del partido y la Comintern (…) La cuestión central no está en las figuras del plan quinquenal burocrático sino en la cuestión del partido como principal arma del proletariado. El régimen del partido no es algo autónomo, expresa y refuerza la línea política del partido” (Trotsky citado por Twiss; 2009; 328).

El propio Deutscher reconoce que la clase obrera pagó un costo altísimo por la industrialización estalinista“Fue por lo tanto en un sentido literal que, por medio de la inflación, Stalin tomó la mitad del salario del obrero para financiar la industrialización” (Deutscher; 2007; pp. 94). Y esto por no hablar del hacinamiento urbano y las pésimas condiciones generales de vida en los años 1930. Moshe Lewin desarrolla bien este ángulo; da cuenta de las condiciones reales de la urbanización acelerada del país en aquellos años, cuestión que pone de relevancia que el concepto de “acumulación primitiva socialista” a expensas de los explotados y oprimidos, proveniente en su origen del de acumulación primitiva capitalista, a priori, está reñido con toda idea de transición socialista.

El concepto tuvo su origen en Preobrajensky y era demasiado nacional; perdía de vista las perspectivas de la revolución internacional. No es casual que Trotsky no lo usara. Y si la crítica por derecha de Bujarin pecaba del mismo problema, la ceguera internacionalista, el problema subsistía,de dónde sacar los fondos para la industrialización del país: “El único medio de arribar al objetivo [la industrialización del país; ofrecerle a los campesinos bienes industriales a un precio accesible, R.S.] [era, según Trotsky, R.S.] ‘una industria racionalmente organizada, dirigida según un plan determinado’(…) La tesis de Trotsky [ya desde 1922] tenían una similitud aparente con las de Bujarin, pero toda la diferencia estaba en el acento colocado por Trotsky sobre las necesidades de la industria como tal, acento que entrañaba exigencias respecto del campesinado y que lo distinguían esencialmente del abordaje de Bujarin, que parecía colocar en primer término la adaptación unilateral del Estado a las necesidades campesinas” (Lewin; 1976; 131). Lewin insiste en la idea que Bujarin fue evolucionando en sus posiciones y que a comienzos de los años 30 existió cierta convergencia de posiciones y abordajes con Trotsky).

Atención, igualmente, que Lewin es muy convincente en señalar que la Oposición de izquierda estaba en contra del ejercicio de violencia sobre el campesinado, que lo suyo era la promoción de medidas impositivas y económica y que, aunque señale que Trotsky había utilizado al comienzo el concepto de “acumulación primitiva socialista”, quien más –mecánicamente- lo había llevado hasta el final era Preobrajensky –repetimos: su enfoque no era suficientemente internacionalista. De ahí, también, su capitulación a Stalin.

En todo caso el cómo, el modo, la relación entre la formas políticas de las tareas y el contenido social de las mismas, tiene una larga tradición en el marxismo:

“El modo de producir los medios de vida de los hombres depende, ante todo, de la naturaleza misma de los medios de vida con que se encuentran y que hay que reproducir. Este modo de producción no debe considerarse solamente en el sentido de la reproducción de la existencia física de los individuos. Es ya, más bien, un determinado modo de actividad de estos individuos, un determinado modo de manifestar la vida de los mismos. Los individuos son tal y como manifiestan su vida. Lo que son coincide, por consiguiente, con su producción, tanto con lo que producen como con el modo de cómo lo producen. Lo que los individuos son depende, por tanto, de las condiciones materiales de la producción” (Marx, La ideología alemana; 2010; 20).

A un materialista vulgar este criterio podría parecerle “idealista”…¡Pero resulta que Marx no opina lo mismo! ¡Lo que los individuos y las clase hacen, el modo en que lo hacen, expresa lo que son! Los medios de vida determinan -en gran parte, aunque no únicamente- cómo hacer las cosas. Y el cómo hacen las cosas, además de qué cosas materialmente se hacen, expresa lo que los individuos y las clases son.

Así que, entonces,aquí tenemos una dialéctica recíproca entre causa y efecto, que como señalara Rakovsky, muchas veces cambian de lugar en el proceso histórico. Y en esta dialéctica tanto lo que se hace como el cómo se lo hace (la forma –el modo- en que se lleva adelante una tarea), es de importancia singular. Y esto es así porque en la dialéctica materialista es el todo –en este caso, el todo de la actividad-: el qué, el cómo y el quién, lo que determina las partes, y no al revés[13]: “(…) Preobrajensky y Radek asumieron el liderazgo de la tendencia

conciliadora. En abril de 1929 Preobrajensky distribuyó un documento a los miembros de la Oposición en el exilio llamándolos a reconocer que, aunque Stalin no estaba utilizando los métodos que ellos promovían, estaba llevando adelante el programa de industrialización y colectivización que la Oposición venía demandando” (Twiss; 2009; 324 –no hace falta repetir que Lewin demuestra sobradamente que la Oposición de izquierda nunca exigió la colectivización agraria).

Sin embargo, ocurre que siquiera la expropiación de los capitalista agota su carácter. La expropiación de la burguesía es una tarea anticapitalista, y, por lo tanto, progresiva (Trotsky lo subraya en relación a Polonia en 1939, por ejemplo, llevada adelanta por la burocracia). Pero una expropiación socialista –y no meramente anticapitalista-es la que se consuma llevando a la clase obrera al poder.Si la expropiación no tiene esta dinámica, si no lleva a la clase obrera al poder, si es apreciada sólo económica u economicistamente, su carácter no es el mismo:

“En la práctica, el alcance y la severidad de las medidas coercitivas en el campo excedió largamente las proclamadas oficialmente por la dirección. Los dirigentes locales partidarios rápidamente descubrieron que el grueso de los excedentes agrícolas no era sostenido por los kulaks, sino por los campesinos medios. Frente a las demandas desde el centro de recolectar enormes cantidades de grano bajo el apercibimiento de expulsión del partido, ellos extendieron las medidas extraordinarias a los sectores medios e incluso pobres del campesinado” (Twiss; 2009; 290).

Twiss señala que Trotsky hizo una lectura incorrecta de los acontecimientos;evaluó de manera equivocada el peso relativo del centro burocrático y la derecha bujarinista (veía a la segunda más fuerte que el primero), etc., aunque, también hay que decirlo, cuando a mediados de 1928 Bujarin le propuso a Kamenev un acuerdo de ambas oposiciones, la de derecha y la de izquierda contra Stalin por la democracia partidaria, Trotsky se mostró favorable en relación a dar una pelea conjunta por la misma, sin renunciar, claro está, a las diferencias programáticas de fondo.

Esta iniciativa no llegaría sin embargo a concretarse ni en esa oportunidad ni años después, sobre todo porque dicha “apertura”a un eventual acuerdo “técnico” para restablecer la democracia partidaria, no cayó bien en las filas de la Oposición de izquierda en el destierro, que odiaba –justamente, hay que decirlo, lo que no significa que no fuera una actitud equivocada- a la derecha bujariniana y su complicidad con Stalin en la liquidación del partido: “(…) por primera vez Trotsky ahora sugería un frente único con la derecha dentro del partido en nombre de la democracia” (Twiss; 2009; 316).

No planteaba una alianza política, sino un compromiso por un bien mayor, la democracia partidaria, a cambio de un mal menor, el repugnante papel de Bujarin en la liquidación de la Oposición de izquierda (en la tradición leninista los compromisos significan la subordinación de un bien menor a cambio uno mayor –Lenin daba el ejemplo clásico de una persona que entrega su billetera a un ladrón para mantener su vida –El izquierdismo, enfermedad infantil del comunismo).

Hay que decir, también, que sobre el programa de fondo dentro de la URSS ingresando en los años 1930, sobre la base creada por los desastres estalinistas, hubo coincidencias programáticas parciales entre Trotsky y Bujarin; determinadas convergencias. En su momento Claudio Katz planteó esto y nos pareció equivocado. Hoy pensamos que el argumento admite matices aunque no una identidad total hasta por el hecho que Bujarin no presentó una batalla revolucionaria contra el estalinismo (dado su enfoque no revolucionario).

Además de esto, no hay que olvidar que muchas batallas de Bujarin contra Stalin eran presentadas como “una pelea contra las posiciones trotskistas”…, lo que, evidentemente, no hacía fácil pasar acuerdos entre ambas tendencia, esto amén del problema de fondo que la base fundamental de varios argumentos bujarinistas era “liberal” y en ningún caso revolucionaria, es decir, no política (mientras que Trotsky llegó al planteamiento de la necesidad de una revolución política contra el estalinismo, Bujarin se quedó en peleas entre cuatro paredes).

3- Un ataque a todo el campesinado

A pesar de los lastres de su ángulo estrechamente capitalista liberal, Anne Applebaum presenta apreciaciones agudas de la rebelión campesina contra la colectivización forzosa:

“En diferentes estadios, la rebelión campesina tomó diferentes formas. El rechazo inicial a juntarse en haciendas colectivas fue por sí sola una forma de resistencia. Muchos campesinos ucranianos no confiaban en el Estado soviético (…) sin tradición de tierra de propiedad comunitaria, los campesinos tenían buenas razones para pensar que los extranjeros [es decir, las brigadas de colectivización enviadas desde las ciudades conocidas como ‘los veinticinco mil’ llenas de entusiasmo al comienzo y luego desmoralizadas, R.S.], en vez de mejorar empeoraría las cosas. En toda la URSS, los campesinos estaban muy ligados a su ganado, a sus caballos y equipamientos; no deseaban cederlos a un entidad incierta. Incluso en Rusia, donde sí había tradición de haciendas con propiedad común, los campesinos todavía desconfiaban de las haciendas colectivas, temiendo por un futuro imprevisible y una organización que no les era familiar (…) El rechazo [a colectivizarse] era, muchas veces, seguido por la acción inmediata. Llegada la orden de entregar los rebaños para haciendas colectivas en las que no confiaban, los campesinos comenzaron a sacrificar las vacas, los chanchos, las ovejas y hasta los caballos. Tomaban la carne, la salaban, la vendían o la escondían –hacían cualquier cosa para que las haciendas colectivas no las consiguieran. En toda la URSS los matarifes de los distritos rurales pasaron a trabajar horas extras. MikhailShokolov describió una famosa imagen literaria de la matanza del ganado: “(…) No sólo los campesinos que se habían juntado en las haciendas colectivas, como también campesinos individuales participaban en la carnicería. Mataban bueyes, carneros, puercos, hasta vacas; liquidaban los animales que eran mantenidos para la procreación (…) los perros comenzaban a arrastrar entrañas y tripas por las villas, los graneros y los silos estaban abarrotados de carne (…) ‘¡Mátenlos, ellos no son más nuestros!’. ‘Maten, ellos colectarán impuestos por la carne que ustedes no fabriquen’. ‘Maten, porque ustedes no sentirán el gusto de la carne en las granjas colectivas”… (Applebaum; 2019).

Tal forma visceral e inmediata de resistencia continuó durante el año siguiente y fue incluso más lejos. Entre 1928 y 1933, la cantidad de ganado y de caballos en la URSS cayó casi a la mitad. De los 146 millones de carneros, ovejas, cabras y cabritos, el total cayó a 50 millones (Applebaum).

Aquí se coloca–entonces- otro elemento. Durante un tiempo, de una u otra manera Trotsky pensó que –burocráticamente- se estaba atacando a verdaderos kulaks, es decir, a campesinos ricos. Sin embargo, la investigación posterior ha demostrado que la –famosa- frase de Stalin de “destruir a los kulaks en cuanto clase”, no era otra cosa que un ataque en regla a todo el campesinado. Y que, por lo demás, atento a las condiciones de vida –reales, no ilusorias- en la aldea, los campesinos tenían fuertes lazos de solidaridad entre todas sus capas –altas, medias y bajas-.Esto vinculado al hecho que era –y es- comunes que entre las distintas capas campesinas exista indistinción y mayores relaciones de solidaridad que lo que ocurre en la estructura de clases urbana, más claras -con menos lazos de solidaridad que en las villas agrarias-.

En este sentido resulta interesante un antiguo texto de Tony Cliff (marxista revolucionario ingles de origen palestino de la segunda mitad del siglo pasado), que si bien en algunos aspectos puede ser esquemático[14]-, apunta señalamientos agudos para abordar los problemas de la colectivización estalinista:

“Lamentablemente (…) las divisiones de clase en el campo son mucho más oscuras que en las ciudades (…) En el campo, debido al hecho que los campos grandes no tienen la misma superioridad sobre los pequeños como la manufactura sobre el artesanado, la movilidad entre las clases es grande (…) Las fronteras sociales entre un asalariado agrario y un campesino pobre son incluso más indistinguibles que las económicas (…) La tradición aceptando la autoridad de los ricos y ‘culturados’ es mucho más difícil de romper en la unidad íntima de las villas que en las ciudades” (“Marxism and the collectivisation of agriculture”). Un elemento que cuestiona la afirmación de Deutscher de que Stalin habría resuelto el problema del individualismo rural mediante un diktat(la colectivización forzosa[15]).

Continuando con el razonamiento de Cliff, éste agrega:

“De ninguna manera la estrategia y táctica de los bolcheviques podía pasar por alto la contradicción básica de la Revolución Rusa, esto es, que estaba llevada adelante por dos clases sociales [explotadas y oprimidas, R.S.] diferentes, opuestas, el proletariado y el campesinado, el primero colectivista, el segundo –incluyendo los pobres rurales- individualista” (Cliff).

Y Cliff deja otra anotación aguda que se reveló insalvable dada la orientación estalinista de “socialismo en un solo país”: las colectivizaciones exitosas son aquellas a las que la industria le entrega capital a las granjas colectivas, y no lo opuesto.

Es decir: el campo no sólo tiene que entregar, sino también recibir. O dicho de otra manera: se le puede sacar una parte correspondiente a la renta agraria dado que la propiedad de la tierra es estatal, pero esto debe ser hecho a condición de no dejar exhausto el campo y de entregarle, a la vez, maquinaria y todo lo que necesite para su progreso técnico.

Es que sin una base técnica de acumulación suficiente para la colectivización (sobre la cual Trotsky insistía con mucha claridad), no había –no hay- manera de convencer al campesinado de la superioridad de las granjas colectivas, ni tampoco ninguna garantía de que las mismas tengan una productividad mayor que la pequeña propiedad –que, efectivamente, esto no es automático lo demostró el campo soviético- donde las pequeñas parcelas fueron más eficientes que los grandes emprendimientos.

Cliff le opone a los modelos de colectivización de Stalin y Mao, los kibutz israelíes –de moda cuando el marxista inglés escribió el ensayo que estamos citando, 1966. Habla de los kibutz como ampliamente mecanizados y de participación voluntaria, aunque, por otra parte, tiene a buen cuidado no embellecerlos como un supuesto “reino de la libertad”…[16]

Cliff agrega otro concepto: señala que la colectivización agraria no puede ser, en general, predecesora de la industrialización, sino un producto –tardío- del éxito en la misma. El matiz que admite esto es que hay varios modelos posibles de desarrollo agrario. Y que este patrón no coincide, por poner un ejemplo, con el desarrollo de la zona núcleo del campo Argentino (es imposible abordar aquí la multiplicidad de patrones de desarrollo agrario estudiados en su momento, por ejemplo, por Lenin, y también por Kautsky, que tiene la obra específica más profunda en el marxismo dedicada al tema –La cuestión agraria[17]).

Cliff señala que sobre la coyuntura agraria inmediata a finales de los años 1920, Bujarin habría tenido razón en sus apreciaciones… Apreciaciones que llevaban, sin embargo, a un callejón sin salida estratégico: si los campesinos se enriquecían sine die como planteaba unilateralmente Bujarin, la economía soviética se encaminaría al capitalismo.

Al mismo tiempo, plantea –unilateralmente- que el abordaje de Trotsky era impracticable. Sin embargo, comete el error de solapar a Trotsky con Preobrajensky, que planteaba la “explotación campesina” mientras que Trotsky tenía matices más ricos en su abordaje industrializador y combinaba íntimamente la política interna con la internacional -cuestión que a Preobrajensky se le escapaba-.

Cliff pierde de vista este matiz internacionalista de enorme importancia en el abordaje trotskista, lo que cual debilita la riqueza de su abordaje; lo hace unilateral. Y también se le escapa que a partir de determinado momento, la Oposición de izquierda dentro de la URSS comenzó a plantear el retorno a una “Nep, buena”, no oportunista, coincidiendo en cierto modo con los planteos de Bujarin a este respecto (Lewin, Gusev).

4- La liquidación de las conquistas democrático-burguesas de la revolución

Esto nos lleva a profundizar en la colectivización agraria estalinista. Una “colectivización” que en vez de desarrollar las fuerzas productivas agrarias, las destruyó e hizo retroceder con impacto duradero en el campo soviético durante varias décadas, además de desatar el Holodomor[18]:

“Visitando la República Autónoma de Moldávia, entonces parte de Ucrania, un corresponsal de Pravda quedó atónito al descubrir los extremos a los que recurrían los funcionarios en la requisición de granos. En una carta a un colega, el escribió acerca de los ‘ataques visiblemente contrarrevolucionarios’ sobre el campesinado: ‘Las requisiciones normalmente se hacen de noche, y ellas revisten un carácter feroz, mortal. En una villa, en la frontera con Rumania, ni una casa dejó de tener su horno destruido’. Peor aun, quien fuese encontrado en posesión de un pan o cualquier cereal –incluso entre los más pobres de los campesinos– era arrastrado fuera de la casa y destituido de todos sus bienes, exactamente como ocurriera con los kulaks en los meses anteriores’ (Applebaum; 2019; 220).

El planteo de “liquidar a los kulaks en cuanto clase” fue una excusa porque la colectivización forzosa no se enseñoreó solamente sobre ellos (lo que igualmente era criminal, sin justificación para llegar a semejantes extremos[19]), sino sobre todo el campesinado en general, incluso sobre los campesinos pobres: “(…) Si Trotsky, que estaba en Constantinopla, no quería reconocer la violencia como única fuerza motriz de la colectivización (…), los bolcheviques leninistas desterrados (…) describían la violencia y solo la violencia contra el campesinado” (Gusev).

Enviados al destierro directamente a las zonas de “colectivización total”, tuvieron la oportunidad de observar de cerca los métodos de su aplicación y vieron claramente que en principio excluía toda voluntariedad: “Si hablamos de gente que esté realmente convencida de la necesidad de unificarse en granjas colectivas, es poco probable que las haya en los nuevos artel [antiguo nombre de las cooperativas agrarias de antes de la Revolución Rusa]” (Gusev).

Pero no se trataba solamente de la orgía destructiva –involuntaria por parte de los campesinos-, sino del desincentivo de la actividad forzosa y la pérdida de productividad laboral, además, claro está, del carácter contrarrevolucionario de dicho forzamiento:

“Incluso cuando los campesino en los hechos plantaban y cultivaban las tierras, en general hacían su trabajo sin el involucramiento y el entusiasmo que habían demostrado en el pasado. Las haciendas colectivas producían mucho menos de lo que podían y debían. Todos intentaban sacar del colectivo el máximo posible. Finalmente, los granos del Estado no ‘eran de nadie’. Hombres y mujeres que nunca habían pensado en robar, ahora no tenían el menor escrúpulo en apropiarse de bienes de las organizaciones del Estado, de los cuales nadie era dueño o respetaba. Esa forma de ‘resistencia diaria’ no era exclusiva del campesinado. Trabajar el mínimo posible, apropiarse de la propiedad pública, no tener cuidado alguno con los equipos y máquinas pertenecientes al gobierno –esos eran los métodos por los cuales los trabajadores soviéticos de todos los tipos, que ganaban mal, eran mal alimentados y vivían desmotivados, se entendían” (Anne Applebaum; 2019; 211[20]).

Una cuestión que no hace más que reflejar el abordaje popular de la propiedad estatizada en los países no capitalistas “La propiedad que se declara de todos no es de nadie y se la apropia el más vivo”, un dicho clásico en los países del Glacis que hemos citado mil veces por lo expresiva. Al no existir ningún control democrático de dicha propiedad, al no estar la clase obrera en el poder, al ser la producción conducida de manera burocrática (¡y corrupta![21]), las clases trabajadoras no tenían manera de concebir la propiedad estatal como realmente de ellas. Actuaban en consecuencia: frente a una propiedad que no concebían como propia, daban lo menos de sí y sacaban lo más posible de ella[22]

“¿Cómo explicar la enorme caída de la producción en las haciendas colectivas? Una explicación imposible por fuera de afirmar que el interés material y la responsabilidad por las pérdidas, más allá de la baja calidad del trabajo, no afectan directamente a cada campesino que coopera para el colectivo… El sentimiento inexistente de ‘responsabilidad’, destruido por la colectivización, atormentaría la agricultura soviética (y, por extensión, la industria soviética), por el tiempo que durase (…)” (Applebaum;ídem; 216[23]).

Por lo demás, una cuestión de extrema importancia y soslayada en general en la literatura de la época, es que Stalin avasalla y pasa por encima de un de las conquistas democrático burguesas de la revolución –una conquista revolucionaria enorme:el reparto de la propiedad agraria. Rompía así, de manera burda, el contrato de la revolución con el campesinado. La otra conquista destruida por el estalinismo fueron los derechos a la autodeterminación nacional[24].

El programa de la revolución socialista para el campo es la propiedad social de los medios de producción y la tierra, y no la propiedad privada -incluso pequeña[25]. Sin embargo, tienen que existir condiciones materiales y políticas para pasar a la socialización de la tierra cuando se trata de un pequeño campesinado que se aferra, conservadoramente, a su pequeño terruño (la experiencia con el pequeño campesinado propietario es que es extremadamente conservador. Tenemos a este respecto el reflejo de un viejo integrante de nuestra corriente conocedor del Paraguay[26]).

Pero el pasaje a un escalón superior de relaciones sociales no puede ser resuelto burocráticamente. La que había sido una conquista democrático burguesa de la revolución, aquella conquista que sostenía la unidad obrero-campesina -por más presiones sociales reales que introdujera, como identificaba Trotsky-, la colectivización forzosa la liquidó pero no en función de un progreso histórico, sino de una regresión burocrática.

Está claro que progresar de manera socialista en el terreno de conquistas democrático burguesas de la revolución -como la propiedad agraria o, por caso, la cuestión nacional-, no es sencillo: hay que “despejar” ambas demandas populares y no pisotearlas burocráticamente como hizo el estalinismo y cuyas consecuencias se pagan incluso hasta hoy (para ejemplo alcanza con el desastres de la invasión rusa en Ucrania).

“Despejar” ambas cuestiones en un sentido socialista significa superar la pequeña propiedad agraria mediante una verdadera socialización agraria. Y superar el resentimiento nacional pasa por otorgar derechos a la autodeterminación nacional (los únicos reales son los que admiten la separación, Kovalewsky), que, una vez obtenidos, permitan unificar –o reunificar- a la clase trabajadora de todos los orígenes nacionales, de todos los colores, de todas las lenguas y de todas las religiones (Kevin Anderson).

Una posición, esta última, clásicamente establecida por Marx (“Un pueblo que oprime a otro pueblo no puede ser libre”) y retomada por Lenin. Y esto más allá que también es una verdad histórica que incluso a los bolcheviques en la época revolucionaria-en los fragores y confusiones de la guerra civil; en medio de su falta de experiencia en el terreno- les costó llevar esta orientación a la práctica de manera consecuente (Kovalewsky).

Rosa Luxemburgo les realizó a los bolcheviques una crítica errónea en este sentido (La Revolución Rusa). Afirmó -con agudeza- la importancia de la democracia socialista para que las instituciones de poder no queden vaciadas y que su único elemento activo restara, precisamente, la burocracia. Pero perdió de vista -de manera sectaria- algunas de las tareas democráticas inevitables de la revolución en las condiciones rusas de comienzo del siglo pasado: las tareas agrarias y nacionales.

Es decir: nuestro programa es la colectivización agraria. Pero tiene que haber condiciones para ella. Y, por lo demás, “antes” que el programa socialista, por así decirlo, están las condiciones políticas para hacerlo posible –las tareas pendientes de la revolución democrático-burguesa-: sin la unidad obrero-campesina, amén, también, de la respuesta al problema nacional, la revolución bolchevique no hubiera triunfado.

Octubre no hubiera existido aun si todas estas “tirantes costuras” de la revolución compleja que fue la rusa continuarán acechándola en adelante –es decir, la carga específica reivindicativa de la revolución obrera, socialista, campesina y nacional que confluyó en el torrente general de la Revolución Rusa, y que Stalin avasalló de manera contrarrevolucionaria:es decir,yendo hacia atrás–hacia otro lado, en realidad- y no hacia delante[27].

“Para algunos, la política de colectivización era la traición definitiva de la revolución, prueba de que los bolcheviques pretendían imponer una ‘segunda servidumbre’ y gobernar como los zares en el siglo XIX (…) ‘Los comunistas nos engañaron con su revolución. Toda la tierra fue cedida para que en ella se trabajase gratuitamente y ahora se llevan hasta la última vaca’ (…) ‘Ellos nos empujan para adentro de las haciendas colectivas para convertirnos en eternos esclavos’ (…) Para que el recuerdo de las haciendas colectivas como ‘segunda servidumbre’ perdurase tanto tiempo, ella debía estar muy arraigada” (Applebaum, ídem, 189).

En determinado momento se impusieron pasaportes internos. Los campesinos quedaban, en cierto modo, adscriptos a la tierra en la que vivían. Ocurrió que con la colectivización forzosa millones de campesinos huyeron a las ciudades transformándose en la renovada mano de obra de la industrialización. Los pasaportes fueron introducidos para regular estos flujos. Y de ahí que tanto por ellos como por el ingreso forzoso a las haciendas “colectivas”, el campesinado se sintiera bajo nuevas condiciones de servidumbre:

“Observando la naturaleza coercitiva de la colectivización forzosa, los oposicionistas, desde el principio, predijeron que los campesinos tratarían de huir de las granjas colectivas a las ciudades en escala masiva (…) Rakovsky predijo en 1930 que las autoridades elaborarían una legislación que vinculara legalmente a los campesinos a las granjas colectivas” (Gusev, ídem).

En los recientemente hallados “Cuadernos de la prisión política de Verjneuralsk”, cuadernos secretos de militantes de la Oposición de izquierda detenidos en los aisladores donde se define claramente que “Todo el sistema de agricultura colectiva (…) ahora no es más que un dispositivo de servidumbre modificado (…) Las conquistas democrático-burguesas de la Revolución Rusa (…) fueron destruidas por la política estalinista. La situación del campesinado en la URSS es peor no solo que antes de 1917, sino también que antes de 1861”… (Gusev, ídem).

Pasar de la propiedad privada agraria más o menos regulada, controlada mediante impuestos crecientes a los grandes productores, etc., a la socialización requería, en gran medida, un pasaje por la cooperación como había señalado Lenin en sus últimos textos, de los cuales Bujarin había hecho una lectura oportunista (“El testamento político de Lenin. Informe en la sesión recordatoria por el 5° aniversario de la muerte de Lenin”, 21/04/29).

Sin embargo, el camino de la cooperación voluntaria, permitiendo el comercio libre de una parte de la cosecha, mientras se impulsaba mediante la planificación el desarrollo de las fuerzas productivas industriales (la posición de Trotsky que a Lenin la había parecido “administrativa”, para luego sumarse a ella), habría sido la manera de evitar el desastre estalinista (su agónico giro ultraizquierdista luego de la orientación oportunista de 1925-7),giro frente al cual desde las filas de la Oposición de izquierda se insistió en el retorno a una suerte de “NEP sana”.

La relación campo-ciudad fue un verdadero quebradero de cabezas en la Revolución Rusa; un conjunto de complejidades en el límite imposible de resolver sin la extensión internacional de la revolución(que era el programa de Trotsky, evidentemente[28]).

De cualquier manera, está claro que la vía administrativa de Stalin no resolvió ninguno de los problemas. Incluso más: puso proa al Estado burocrático con restos de la revolución liquidando el carácter obrero del Estado y masacrando millones de campesinos (un método anti-socialista si los hay):

“Apreciado Stalin, por favor, me respondes, ¿por qué los campesinos de las haciendas colectivas se están hinchando de hambre y comiendo caballos muertos? Cuando estuve de licencia fui al distrito de Zynovïvskyi, Ucrania, y vi con mis propios ojos que las personas se están comiendo los caballos” (Applebaum, ídem, 222).

La paradoja del caso es que en los años 1931 y 1932 -cuando comenzaba el hambre en Ucrania y el campo ruso y las requisiciones de granos no dejaban nada que comer y cuando, al mismo tiempo, había que garantizar las cosechas- los campesinos se comieron los caballos porque no tenían nada con que alimentarse, configurándose una orgía destructiva que quitaba bases elementales para la producción. Es un ejemplo, entre una multitud, de la irracionalidad económica, política y humana de la colectivización agraria forzosa que en vez de ser un progreso fue una regresión.

5- Las formas bastardas de propiedad estatal

Las dificultades para apreciar el carácter de la burocratización se vincularon a una definición demasiado estrecha de la propiedad estatizada, per se caracterizada como “obrera”. Sin embargo, existe aquí un matiz –profundo- respecto de la revolución burguesa. Con la propiedad privada no puede haber dudas de quién es la misma:es la propiedad del capitalista (esto más allá de las sociedades por acciones y demás; se entiende el argumento). Es su propiedad privada, lo cual establece una vinculación directa entre el bien y su dueño. De aquí que la propiedad privada capitalista sea la forma de la propiedad más absoluta -la forma absoluta de la propiedad-.

Pero la propiedad estatizada plantea un problema más complejo: está mediada por relaciones políticas. La propiedad es del Estado, muy bien. ¿Pero el Estado, de quién es?¿En manos de quién está? Y otra cuestión, el Estado en cuanto “comunidad política”real o ilusoria, lo mismo da aquí-: ¿en qué instituciones está representado? ¿Cómo se representa la voluntad colectiva, popular? Ocurre que no hay manera de atribuir la propiedad al pueblo entero, si este “pueblo entero” no está en el poder.

Veamos esto con un ejemplo cubano:

“En Cuba se manifiesta un estancamiento de las fuerzas productivas, reprimidas por relaciones de producción que se deciden a nivel político, por ello, sin cambios en esa esfera no avanzaremos (…)En la economía cubana nada es verdaderamente lo que parece. Las relaciones de propiedad, núcleo de las relaciones de producción, se manifiestan como una mistificación de la realidad: la propiedad socialista no es verdaderamente social, ya que ha sido suplantada por una propiedad estatizada que escapa al control de los trabajadores (…)” (Alina Bárbara López Hernández, “A un año del 8° Congreso del Partido Comunista de Cuba”).

Y lo mismo ocurría con las “granjas colectivas”, con Rakovsky, muy atinadamente, respondiéndole a Molotov a comienzos de los años 1930, que no se trataba de verdaderas granjas colectivas sino “pseudocolectivas”, porque para ser realmente colectivas sus integrantes debían tener algún control real –en connivencia con las instituciones políticas del Estado obrero, claro está, no de manera puramente autogestionaria- sobre las mismas, sobre su producción y sobre el producto de su producción.

A este nivel se repetía –se repite, ver el caso cubano- el problema de la propiedad estatizada en general: la atribución de un carácter “social” a una forma de propiedad que en todo caso es estatal. Pero la estatalidad (el concepto es de Moshe Lewin), por así decirlo, no determina automáticamente el carácter social, colectivo, de la propiedad, o la tendencia a ello.

Las granjas colectivas no pertenecían ni a sus integrantes, ni a la clase trabajadora en general por intermedio del Estado, simplemente porque dicho Estado estaba dejando de ser obrero y transformándose en un Estado burocrático con restos de la revolución. Los campesinos habían sido desapropiados de su propiedad parcelaria (o posesión garantizada por el Estado), pero no para ir a un escalón económico y social superior, sino para descender a un escalón social en el cual no eran realmente propietarios de nada-perdiendo su conquistas de las revolución.

Los devaneos sobre el carácter “social” o “colectivo” de una propiedad estatizada donde los trabajadores no tienen ni arte ni parte de las mismas (propiedad estatizada que, de todos modos, hay que defender frente a los capitalistas como se defiende una propiedad estatal burguesa[29]), luego de toda el agua pasada bajo el puente de la experiencia del siglo pasado, ha demostrado que no existe nada automático en el pasaje de la expropiación de la propiedad burguesa al control estatal colectivo de la misma. Y, muchos menos, a la socialización de la producción (ver nuestra critica a Preobrajensky a este respecto en La dialéctica de la transición. Plan, mercado y democracia obrera, izquierdaweb).

La propiedad estatizada está mediada por el poder del Estado obrero –o semi estado proletario, Lenin-entendido como ámbito de representación de los intereses colectivos de la sociedad. Y, en tanto es así, supone determinaciones no solamente económicas, sino políticas.Es interesante a este respecto tomar someramente el abordaje de Marx en La crítica a la filosofía del Estado de Hegel, sobre todo un aspecto: cuando Marx insiste en la definición que la “democracia es forma y contenido a la vez”:

“La democracia es contenido y forma (…) en la democracia, la constitución misma se presenta solamente como una determinación y, más precisamente, la autodeterminación del pueblo. En la monarquía tenemos al pueblo de la constitución; en la democracia a la constitución del pueblo. La democracia es el enigma descifrado de todas las constituciones. Aquí la constitución toca siempre fondo en su fundamento real, el hombre real, el pueblo real (…)” (Marx; 2010).

Marx critica en esta obra no solamente que Hegel invertía las determinaciones haciendo de la sociedad un subproducto del Estado y no la contrario, como es el orden de prelación materialista correcto (lo que no quita, dialécticamente, relaciones causales desde ambos lados), sino, además, señalaba al Estado prusiano como subproducto de las corporaciones de la sociedad civil que lo constituían pero que, por un desdoblamiento, terminaban haciendo del Estado una corporación aparte, y a la burocracia que lo poseía,un estamento que hace del Estado mismo su “propiedad privada” (una cita clásicamente señalada por Rakovsky para dar cuenta de la burocratización de la URSS).

En este contexto, se entiende la afirmación de Marx de la democracia como forma y contenido en el sentido que, a priori, tendencialmente, aunque para ir hasta el final hace falta la desaparición del mismo Estado, la democracia –en la acepción del joven Marx, que no es todavía una democracia socialista- deja de lado el elemento corporativo y hace de la forma y contenido de la representación una misma cosa: es la sociedad la que se está auto-representando –o tienda a estarlo-en dicho “Estado”–que así tiende a desaparecer como Estado separado tal-.

En términos generales, esto remite al Estado obrero donde, efectivamente, hace falta que sea la sociedad explotada y oprimida la que se expresa –tienda a expresarse cada vez más- a través de él; la que tome en sus manos la propiedad estatizada, y en el acto de hacerlo –en realidad, no es un acto sino un proceso– la transforme en propiedad colectiva o social; tienda a ello.

De ahí que la propiedad estatizada entrañe, necesariamente,un plano político: de alguna manera se debe hacer valer esa colectividad mediante asambleas, soviets, o como sea. Va de suyo, entonces, que la propiedad estatal como forma transitoria que es –que debe ser-hacia la disolución de toda propiedad y de todo Estado, entrañe un nivel necesariamente político: el problema de quién está al frente del Estado como colectivo,el problema de las formas de representación de la voluntad colectiva de los trabajadores.

El Estado se afirma como obrero en la medida que comienza a dejar de ser un Estado en el sentido pleno de la palabra -en la medida que es un “semiestado proletario” organizado bajo formas de democracia proletaria.

Y lo mismo ocurre con la propiedad estatizada: cumple su función en la medida que va camino a dejar de ser propiedad como tal (en la vía de la socialización real de la producción; que los productores directos la tomen realmente en sus manos):

“[Para] 1927 (…) un nuevo sistema de producción colectivista ha sustituido al capitalismo y funciona bastante bien. Las masas trabajadoras de Rusia han demostrado su capacidad de victoria, de organización, de producción. Se han instalado nuevas costumbres así como un nuevo sentimiento de dignidad del trabajador. El sentimiento de la propiedad privada, que los filósofos de la burguesía consideraban como innato, está en vías de extinción natural (Serge; 2017).

Aunque la producción no era –no podía ser en una sociedad aislada- todavía colectivista, sino que las relaciones económicas, las propias categorías económicas, estaban mediadas por el Estado, es un hecho que el sentimiento de la propiedad privada de los medios de producción, comenzaba a reabsorberse. Esto era mucho más complejo en el campo, como señala Tony Cliff pero, sin embargo, quizás Serge expresara con agudeza el sentimiento imperante en las urbes obreras.

Y sin embargo el estalinismo cortó en secó este proceso no solamente por la avanzada sin condiciones técnicas ni políticas hacia la colectivización –forzosa- agraria, sino porque en las ciudades obreras, en las fábricas, giró a una industrialización acelerada en la cual los trabajadores y trabajadoras no tenían arte ni parte y que forjó una psicología en relación a la propiedad estatal, que no era una superación del viejo sentimiento de propiedad privada, sino un abordaje de la misma como “de nadie” -pasible al saqueo individual (la apreciación que todos los bienes públicos no eran de nadie; que de la sociedad había que sacar lo más que se pudiera y aportarle lo menos posible, viejo sentimiento populista y pequeño burgués denunciado por Lenin).

Naville decía que este tipo de propiedad (se refería a la forma cooperativa) entrañaba amplias posibilidades de saqueo, apropiación indebida, parasitismo. Lo mismo afirmaba Trotsky respecto de la propiedad estatal,y se entiende: si la propiedad está estatizada pero no está en manos de los propietarios directos –los trabajadores y trabajadoras- porque el Estado es burocrático, da lugar,entonces,a indebidas relaciones de apropiación. Puede ser el medio –el factor mediador; puede mediar para la socialización de la producción o para la apropiación indebida del producto social- para el retorno de la explotación del trabajo aunque esto no se establezca de manera orgánica, jurídica; aunque no se retorne a una relación de propiedad absoluta como la propiedad privada.

De ahí que haya sido un error objetivista la idea que la burocracia trabajaba,a pesar de ella misma, “para el socialismo”…Y aquí se coloca el problema de la burocracia: que grado de independencia puede alcanzar sin llegar a ser una clase orgánica. La concepción marxista más típica es que la burocracia-comotal- no tiene un contenido social definido: sólo puede traducir las presiones dela burguesía o delproletariado.De ahí que Trotsky viera en sus imposiciones un hecho de parasitismo social (es decir, no algo orgánico): “La burocracia no ha sido nunca una clase independiente. En última instancia, siempre ha servido a una u otra de las clases fundamentales de la sociedad –pero sólo en última instancia, y a su manera” (“Las tendencias filosóficas del burocratismo”, diciembre 1928, izquierdaweb).

Sin embargo, Trotsky al mismo tiempo reconocía el valor de los análisis de Rakovsky, que incorporaban otra inflexión al hablar de la burocracia como “clase política”. Es decir, hacia de la burocracia estalinista en ascenso una categoría social mixta, más flexible; una categoría económico-político y no solamente económica como es el caso de las clases sociales bajo el capitalismo.

Rakovsky tenía presente la crítica de Marx a Hegel acerca del Estado (Crítica de la filosofía del Estado de Hegel),donde en el abordaje de las formas de Estado prusiano existía inicialmente –en su origen- cierta superposición entre las formas estamentales representación más o menos directas de sectores de la sociedad civil y las formas políticas. Dichas formas estamentales, subproducto de ellas pero a la vez oponiéndose a ellas como la generalidad se opone a la particularidad, diferenciándose de ellas, surgía la burocracia estatal. Y Marx era agudo cuando definía a dicha burocracia como un “tejido de ilusiones prácticas” en el sentido que su argamasa, su “metié”, en última instancia, sólo podía ser administrar los asuntos de la sociedad material real (algo de esto hay en Trotsky cuando habla de la burocracia como “administradora de hombres y cosas”, Nuevo Curso):

“Hegel parte de la separación entre ‘Estado’ y sociedad ‘burguesa’, los ‘intereses particulares’ y ‘lo universal’ en si y para sí’, y verdad es que la burocracia se base en esta separación. Hegel parte del presupuesto de las ‘corporaciones’ y ciertamente la burocracia presupone las corporaciones, por lo menos el ‘espíritu de corporación’ Hegel no desarrolla el ‘contenido’ de la burocracia, sino únicamente algunas características generales de su organización ‘formal’; y ciertamente tampoco es la burocracia más que el ‘formalismo’ de un contenido que le es exterior (…) Allí donde la ‘burocracia’ es un principio nuevo, donde el interés general del Estado comienza a hacerse un interés ‘exclusivo’ y por tanto ‘real’, la burocracia lucha contra las corporaciones, como lucha toda consecuencia contra la existencia de presupuestos (…) La consecuencia lucha por la existencia de sus presupuestos (…) Como ‘este formalismo del Estado’ se constituye en poder real y se convierte a sí mismo en un contenido material propio, evidentemente la ‘burocracia’ es una trama de ilusiones prácticas o la ‘ilusión del Estado” (…) La burocracia se tiene a sí misma por el último fin del Estado (…) posee en propiedad privada el ser del Estado, la esencia espiritual de la sociedad” (Marx, 2010).

Es esta una cita brillante donde se aprecia el desdoblamiento que se va produciendo entre la sociedad, el Estado y la burocracia y como está última re-actúa sobre la sociedad misma buscando en ella su propio fundamento, un proceso que en la sociedad capitalista no llega hasta el final de sus consecuencias lógicas, pero en el que en las sociedades de transición donde las categorías son económico-políticas, donde la política misma tiene tanto peso, donde lo que ocurre en la base de la sociedad no puede ser independiente de lo que ocurre en el Estado, en el poder político, en la dictadura proletaria, la burocracia puede crearse se propio fundamento deviniendo, transitoriamente, en formas de Estado burocrático con restos de la revolución, formas de todos modos no orgánicas y condenadas a desaparecer.

¿Cómo es que la burocracia, factor derivado, se transformaba en factor autónomo? Es que, precisamente, al estar superpuestos -en la transición- los elementos económicos y políticos, al estar la propiedad -y las categorías de la economía política- estatizadas (el concepto es de Trotsky), el Estado, la dictadura proletaria, tiene, en la transición, un rol cualitativamente más importante que en la económica capitalista -en su modelo clásico-.

¿No es una interpretación demasiado mecánica de la burocracia estalinista considerar que la misma sólo podía transmitir los intereses de una u otra clase? Esta visión opacó la apreciación sobre el verdadero carácter contrarrevolucionario del giro estalinista haciendo de él una suerte de aplicación bastarda de las “leyes objetivas” –inexistentes- de la “transición socialista”.

Trotsky atisbó en muchos de sus textos y en su inconcluso Stalin que algo no estaba bien en este análisis pero, claro está, necesitaba ver el desarrollo del proceso histórico; no dar por muerta una revolución que –metodológicamente de manera correcta- el consideraba viva. Y, por lo demás, no podía ni debía dar lugar a unilaterales análisis anti-defensistas respecto de la “patria” de la principal revolución social en la historia de la humanidad.

Parte de este proceso original fue la colectivización agraria forzosa, que lejos de ser una revolución complementaria, fue parte intima del desarrollo de la contrarrevolución estalinista que liquidaría el carácter obrero de la URSS.

 

Bibliografía

Alina Bárbara López Hernández, “A un año del 8> Congreso del Partido Comunista de Cuba”, 20/04/2022, izquierdaweb. .

AnneApplebaum, FomeVermelha. A guerra de Stalin na Ucrania, Editora Record, Rio de Janeiro, Sao Paulo, 2019.

Tony Cliff, “Marxism and thecollectivisation of agriculture”, parte 2, 1964/5, MIA.

Lucio Colletti, La cuestión de Stalin y otros ensayos,

Isaac Deustcher, Trotsky, el profeta desarmado, Rene Julliard, París, 1964.

  • Trotsky, el profeta desterrado, LOM Ediciones, Santiago de Chile, 2007.

Richard Gunn, “Forma y esencia en Hegel y Marx”, Comunizar, junio 2019, traducción Alberto Bonnet.

Aleksei V. Gusev, “Socialismo a tracción de caballo”, izquierdaweb.

Moshe Lewin, La paysannerie et le pouvoirsoviétique, 1928-1930, MOUTON, Paris, 1976.

Karl Marx, Crítica de la filosofía del Estado de Hegel,

La ideología alemana,

Roberto Sáenz, “Los problemas de la propiedad estatizada”, en www.socialismo-o-barbarie.org.

– La rebelión de las 4 por 4, izquierdaweb.

Víctor Serge, “Treinta años después de la Revolución rusa”, con nota introductoria de C. A. Udry, 30/03/17.

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  • “Respuesta a Graef sobre la colectivización”, mayo 1930, izquierdaweb.
  • “Algunas observaciones sobre el trabajo de Frank acerca de la colectivización”, 9 de diciembre de 1930, izquierdaweb.
  • El fracaso de plan quinquenal,

NicolasWerth,La terreur et le desarroi. Stalin et son syséme, PERRIN, France, 2007.

-“Retour sur la grande famineukranienne de 1932/3, partes 1 y 2, Google.

Thomas Marshall Twiss, Trotsky and theproblem of soviet bureaucracy, University of Pittsburgh, 2009.

 


[1] En nuestro texto “La teoría de la revolución luego de la burocratización” examinamos sumariamente la colectivización agraria estalinista. En este texto pretendemos profundizar sobre dicha temática.

[2] Es significativo que la palabra Ucrania signifique -tanto en polaco como en ruso- “tierra de frontera”.

[3] Según la Oposición de izquierda “una burda desviación del socialismo, aventurerismo, una locura” (Gusev). Por otra parte señalemos que autores reaccionarios a la moda igualan la colectivización forzosa con los campos de exterminio nazis. Si ambas fueron políticas criminales, evidentemente, no pueden igualarse. Si el exterminio nazi fue la utilización de medios racionales para un fin irracional, la colectivización estalinista fue el uso de medios irracionales para un fin –a priori– “racional” (Traverso).

No tenemos espacio para desarrollar aquí esta temática pero estamos en contra de igualar los fenómenos diversos del nazismos y el estalinismo bajo el mote común de “totalitarismo”. Mote al uso desde el ángulo burgués liberal que aplana su característica específicas (Moshe Lewin, historiador especialista en la URSS, estaba en contra –entre varios otros- de esta igualación mecánica cuya intencionalidad política es evidente: cantarle una oda a la democracia burguesa liberal capitalista).

[4] Como antecedentes bibliográficos de su obra AnneApplebaum cita el conocido trabajo de Robert Conquest, Theharvest of Sorrow, 1986, así como los trabajos de Lynne Viola sobre el mismo tema -luego de la caída de la URSS y la apertura de los archivos “soviéticos”-, las obras de Terry Martin, TimothtSnyder y Andrea Graziosi. Lógicamente, ninguna de ellas escritas desde el ángulo del marxismo revolucionario. Desde un ángulo de izquierda, un trabajo clásico es el de Moshe Lewin, El campesinado y el poder soviético, 1928-1930, 1966, que citamos extensamente en este artículo.

[5] Sobre todo en Rusia existían tradiciones ancestrales de comunidad agraria. Sin embargo, dichas tradiciones habían sido socavadas mayormente por las reformas burguesas de PyotrStolypin, ministro zarista, en 1906 (una reforma que consagró la propiedad privada agraria entre amplios sectores adinerados campesinos).

[6] Más adelante veremos los matices entre ambas tendencias en relación a la política agraria, pero si la izquierda tenía un abordaje más específico para el campesinado pobre la derecha un poco agrupaba campesinos pobres y medios en una categoría común (Lewin; 1976; 145).

[7] Ambas tendencias denunciarían los pasaportes internos establecidos por Stalin.

[8] Este ángulo de la “historia dominada por la geopolítica” es agudo y sigue siendo valido hoy frente al abordaje unilateral de muchas corrientes trotskistas que sólo ven el juego de las grandes potencias por encima de los derechos de las masas de a pie; por encima de la lucha de clases (ver el caso del abordaje unilateral por parte de muchas de ellas del conflicto en Ucrania).

[9] No sabemos si en realidad, en el italiano original, Colletti puso la palabra realismo o pragmatismo; en todo caso dejamos anotada la observación porque el concepto de realismo se presta a confusión: ¡no existe realista-revolucionario más profundo que Lenin!

[10] “Trotsky ofreció una variedad de razones para su actitud crítica en relación a las nueva política internacional y económica (…) Empezó a criticar (…) el uso de la ‘presión administrativa’ contra los kulaks y el rechazo estalinista a la alianza con los ‘social fascistas’- como de carácterultraizquierdista” (Twiss; 2009; 328).

[11] Rosa Luxemburgo había criticado desde comienzos del siglo XX esta inversión de las relaciones dialécticas entre reforma y revolución.

[12] La clase obrera ejercía el poder por intermedio del partido bolchevique dado que los soviets habían quedado vaciados por razones variadas. Entre ellas, una fundamental, es que prácticamente todas las corrientes políticas no bolcheviques habían sido cómplices, de una u otra manera, de la contrarrevolución durante la guerra civil. Excepciones aquí son los mencheviques internacionalistas de Martov y algunos grupos anarquistas. Sin embargo, a los bolcheviques les costó trazar una raya en las condiciones polarizadas de dicha guerra civil que dejara dichas tendencias dentro de la legalidad soviética (“Ascenso y caída del gobierno bolchevique”).

[13] Es significativo que muchas definiciones de raíz marxista clásica suelen reaparecer en los debates de los marxistas revolucionarios. Y es lógico, porque las definiciones básicas de Marx y Engels dan vuelta en nuestras cabezas, resuenan en ellas, y son reinterpretadas en las condiciones históricas cambiantes de la lucha de clases (es muy claro esto en algunas definiciones básicas de Rakovsky, por ejemplo).

[14] Cliff expresamente se refiere a los países atrasados y con campesinado, lo que circunscribe su objeto de investigación aunque en su pantallazo general pueda perderse de vista las circunstancias donde la socialización agraria, acompañando la industrialización, avanza de manera –más- “natural”, es decir, sigue el análisis marxista más clásico.

[15]Es decir: es imposible resolver el problema del individualismo campesino mediante decretos.

[16] Estuve trabajando en un kibutz a comienzos de los años 1970 y, efectivamente, no se trataba de ningún “reino de la libertad”: la necesidad seguía mandando y entre la juventud reinaba una total falta de perspectivas(Tony Negri cuenta una experiencia semejante en su autobiografía vivida a mediados de los años 1950).

[17] Desde ya que el texto teórico más profundo dedicado al tema en el marxismo son los capítulos acerca de la renta agraria que ocupan un tercio del III tomo de El capital, así como otros capítulos igualmente extensos en Las teorías de la plusvalía, texto de apuntes de Marx compilado por el propio Kautsky. Está claro que, al mismo tiempo, ninguno de estos textos es un estudio específico de modelos de desarrollo agrario aunque Cliff parece convincente que el “modelo” que tenía Marx en mente era el del campo inglés, carente de cualquier campesinado.

[18] Aclaremos que la hambruna ucraniana no es el eje de esta nota aunque obviamente, además de ser un crimen contrarrevolucionario, fue parte de una “colectivización” que no solamente destruyó las fuerzas productivas materiales objetivas, sino la propia fuerza de trabajo agraria.

[19] Esta circunstancia fue opuesta a las inevitables requisiciones forzosas de granos durante la Guerra Civil, cuestión que historiadoras liberales como Applebaum se ocupan de oscurecer: no se pueden poner en el mismo plano las medidas revolucionarias forzadas por las circunstancias, con las contrarrevolucionarias de una década después.

[20] Mientras la burocracia se apropiaba de la propiedad supuestamente “pública”, crecía la desigualdad: “En julio de 1930, el Estado también inauguró los Torgsincadena de negocios en moneda fuerte (palabra derivada de torgovlia s inostrantsam, comercio para extranjeros), originalmente creadas para atraer visitantes del exterior que tenían prohibido gastar sus monedas en otros locales y, más tarde, accesibles a los ciudadanos soviéticos. Los artículos de estos negocios estaban disponibles para los que tuviesen monedas de oro de la era zarista (…)” (Applebaum, ídem, 212).

[21] La propiedad indebida de la propiedad pública era de baja envergadura por abajo y de inmensa escala por arriba (recordemos, sin más, que esta fue la forma con la cual se forjó la nueva oligarquía luego de la restauración capitalista: el liso y llano robo de la propiedad estatal).

[22] Lo que se termina configurando como incuso se ve hoy en Cuba, es una sociedad donde impera el robo generalizado de la propiedad pública –y se crea una “moral social” atada a esa circunstancia, lo que es más grave-. Con sensibilidad y agudeza Nahuel Moreno destacaba estos rasgos a comienzos de los años 1980 en cursos en el viejo MAS alertando sobre cuestiones que incluso muchos “trotskistas” latinoamericanos no ven 40 años después…

[23] Samuel Farber, agudo estudioso marxista de origen cubano, identifica este mismo problema como característico de las sociedades no capitalistas burocráticas: la falta de incentivo en la producción, un incentivo que Trotsky señalaba que -al comienzo de la transición- sólo podía venir de dos fuentes: a) a nivel de las masas, de logros materiales visibles, b) a nivel de la vanguardia, de una conciencia política libremente asumida y un régimen de democracia obrera.

[24] Derechos que, por ejemplo, habían avanzado en los años 1920 con la “ucranización” en dicho país y retrocedido con el avasallamiento estalinista que le siguió después. Tan grave fue este hecho que Trotsky planteaba una “Ucrania soviética independiente” como salida a la cuestión.

[25]Lo que no significa la estatización de absolutamente cualquier pequeño negocio tipo Cuba antes de la última tanda de reformas, lo que es una tontería improductiva (la clave no es el porcentaje de estatización per se, sino la democracia obrera).

[26]Contaba la anécdota de una familia campesina que el año anterior había sido apoyada por las organizaciones campesinas y la izquierda para conquistar sus tierras y que un año después requerida para una acción solidaria se negó rotundamente: “nosotros ya luchamos, ahora les toca a ellos”…

[27]Sobre la contrarrevolución estalinista en el terreno de la cuestión nacional es muy rico el análisis que hace Moshe Lewin en El último combate de Lenin, un texto de finales de los años 1960.

[28]Con la caustica que lo caracterizaba y durante su período revolucionario antes de capitular Radek hablaba de “socialismo en un solo mingitorio”…

[29]Está claro que este planteo es general en relación a la restauración capitalista. No legisla sobre los planteos correctos en los años 30 de devolverle las tierras a los medianos y pequeños productores frente a los desastres de la colectivización.

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