La destrucción arquitectónica y los negocios capitalistas

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  • Crítica anticapitalista a las políticas de conservación patrimonial, al desarrollo burgués de la ciudad, a la voracidad capitalista que solo busca generar ganancias constantemente y al Estado que es garante de todo lo anterior.

Johan Madriz

El Estado es garante del sistema capitalista y como tal no hay nada que se salve a los negocios, ese el caso, por ejemplo, de las edificaciones patrimoniales que continuamente son destruidas en el proceso de “modernización” de la ciudad. Esta es la transformación de las ciudades de la forma en que consideran mejor los empresarios, sin intervención de los sectores populares, y que en medio genera grandes ganancias al ramo inmobiliario.

Recientemente el Hotel La Cuesta, de arquitectura victoriana, fue demolido ante la falta de una declaratoria patrimonial que lo protegiera, en su lugar, a pesar de no estar confirmado, se construiría un parqueo.

Este tipo de situaciones es recurrente en el país y no es un fenómeno reciente. Uno de los casos de destrucción más icónicos fue el de la antigua Biblioteca Nacional construida entre 1906 y 1907 con estilo neoclásico. El edificio fue vendido por el Estado a una empresa privada en 1969 y en tan solo unos meses fue demolida para dar paso a… un parqueo. Un caso reciente fue la demolición de la casa de Amado Cespedes en Heredia, en este lugar se fundó la primera radioemisora del país en 1922.

En estas situaciones hay una decisión estatal para la no conservación de arquitectura icónica con valor histórico y estético que se debe a los criterios mercantiles, que le asignan un mayor valor al elemento monetario que representa la construcción de nuevas infraestructuras comerciales.

El Ministerio de Cultura y el Centro de Investigación y Conservación del Patrimonio Cultural no están garantizando la conservación del patrimonio arquitectónico. Hay intereses políticos y comerciales que prefieren evitar una declaratoria patrimonial debido a las limitaciones que se le imponen a la edificación. El caso del Hotel La Cuesta es paradigmático, el proceso de declaratoria no se pudo completar ya que los propietarios negaron el acceso a la edificación. Vemos cómo el Estado sucumbe ante la propiedad privada y cómo los negocios se imponen. Es un rasgo esencial del capitalismo que prevalezcan los valores de cambio sobre los de uso. 

También es necesaria una crítica a la política cultural y de patrimonio, ya que esta se desarrolla en el marco de la modernidad capitalista donde se utiliza la preservación de “elementos aislados” para mitigar la ruptura con el pasado, pero al mismo tiempo avalando este proceso destructivo.

Si la vida social lograba mantener los lazos que la unen a su memoria y tradición, lo nuevo dejaba de tener lugar y por tanto, la reproducción de la lógica capitalista. […] La modernidad encontrará así, un cuadro bien armado: un pasado congelado, inerte, que no tiene nada que ver con el presente y al mismo tiempo, un referente con el cual comparar los avances técnicos que hacen “superior” a esta nuestra civilización”.

Hay que tener en consideración la relación de esto con la idea de ciudad en el capitalismo donde solo hay cabida para lo que genere dinero, sin importar las necesidades de sus habitantes, es así como, en el caso de Costa Rica, se ha dado un desarrollo completamente desordenado del área metropolitana, ensanchándose cada vez más sin control, provocando grandes zonas llamadas “ciudades dormitorio” que tienen una completa desconexión con los centros de trabajo y estudio, asimismo, aumentan los problemas de acceso al agua, disposición de residuos y transporte. Esta es la misma lógica que no concibe resguardar un edificio por su valor arquitectónico o histórico.

La conservación debe darse en el marco de generar espacios de acceso público y vivos, que convivan con las personas que habitan la zona. Caso contrario a la situación actual donde estas edificaciones en su mayoría permanecen en manos privadas, dificultando parcial o completamente su acceso o, en muchos casos, convirtiéndolos en lugares muertos sin ninguna relación con la ciudad y lanzados a las mandíbulas del turismo.

“De sobra sabemos hoy en día que el “patrimonio cultural” representa un negocio millonario, y cínicamente lo celebramos como tal; los gobiernos invierten en él como parte de sus programas y políticas para incentivar al sacrosanto turismo que, nos dice el discurso dominante, derrama trabajo y bienestar. Pero se soslaya su incidencia destructiva y nos negamos a mirar las consecuencias de ello. Dejamos que las producciones culturales de los pueblos se vuelven extrañas para ellos mismos, porque al ser parte de la clasificación “patrimonio de la humanidad” se asiste a un despojo consensuado que termina por vaciar no sólo al objeto como tal, sino a la propia cultura que lo produce […]. 

“Y es justamente este el efecto buscado, pues una vez que las comunidades dejan de sentir sus producciones como propias, su cultura y territorio pueden ser tomados. Los grandes capitales se apropiarán de sus estructuras que ya no significan nada para las comunidades, pero que producen ganancias millonarias para ellos. Se trata de un turismo cultural que hoy forma parte de la “disneylandización” del pasado”.

De esta forma es necesaria una crítica anticapitalista a las políticas de conservación patrimonial, al desarrollo burgués de la ciudad, a la voracidad capitalista que solo busca generar ganancias constantemente y al Estado que es garante de todo lo anterior. La clase trabajadora junto a los sectores populares deben decidir sobre la planificación del espacio, sobre el uso de las edificaciones y en general sobre todos los asuntos de la sociedad.

Finalmente, cerramos con las palabras del poeta Alfredo Cardona Peña: “Demoler edificios ‘ancianos’, cuando estos han sido de utilidad pública, es un crimen de lesa urbanidad. Es tan grave como talar un árbol que ha dado paz y sombra a muchas generaciones”.


 “Apropiación: la anamorfosis ideológica del patrimonio arquitectónico. Episodio I”. En www.iberoamericasocial.com

Idem 1

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