Valientes mujeres resisten la prohibición de su educación en Afganistán

Esta semana, el gobierno teocrático y misógino Talibán excluyó a las mujeres de la educación en todos los niveles. Valientes mujeres de Kabul lo rechazaron en la calle.

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Con la prohibición del acceso de las niñas a la educación primaria, los talibanes han hecho efectiva la exclusión de las mujeres de todo nivel educativo. El veto es absoluto. Las profesoras que venían ejerciendo la educación en los colegios fueron también excluidas de sus cargos.

Días antes, la exclusión de las Universidades era un hecho. Jóvenes estudiantes que con años de sacrificio habían logrado ingresar a los estudios superiores se encontraron con guardias armados en los campus. Milicias talibán se aseguraban de que ninguna mujer pudiera ingresar, pese a los ruegos y la desesperación. El oscurantismo impuesto al país es absoluto.

Ya en marzo, el gobierno instalado en Kabul en agosto del 2021 había restringido la educación secundaria. La excusa fue la poca observancia respecto a las reglas de vestimenta de su estricta interpretación de la ley islámica.

El régimen Talibán, tanto el de 1996-2001 como el iniciado en 2021, prohíbe a las mujeres trabajar, su cadena, su único destino posible es dedicarse exclusivamente al trabajo doméstico. No pueden mostrarse en público sin el acompañamiento de un hombre y deben vestir un velo (burqa) que les cubra su cuerpo y rostro por completo.

Lo impactante de todos estos hechos nos dan una idea del régimen de opresión y violencia que instauran los Talibanes, en especial para las mujeres. Pero: ¿Quiénes son y cuál es el origen de este movimiento islamista radical que ha regresado al poder después de 20 años?

La respuesta hay que buscarla en los últimos años de la Guerra Fría y, en particular, a la intervención decisiva de EE.UU. que buscó fortalecer, financiar y organizar a una serie de movimientos guerrilleros fundamentalistas islámicos de donde provienen los Talibanes.

Una historia de opresión y resistencia

Tenemos que dirigirnos a 1978. En Afganistán llega al poder el Partido Democrático Popular de Afganistán, un partido de orientación pro-soviética (aunque no socialista), que realizó una serie de transformaciones importantes en el país, como la reforma agraria, la cancelación de las deudas a los pequeños campesinos y comerciantes así como el establecimiento de un impuesto a las grandes rentas. Además, el Estado pasó a controlar el 51% de las principales empresas del país.

Ese partido había sido previamente parte de un golpe que convirtió al país en una república, pues desde su independencia había sido una monarquía islámica. Ya en el gobierno, impulsaron la modernización también social y civil del país: separaron la religión islámica del Estado, le dieron derechos políticos y sociales a las mujeres, legalizaron los sindicatos, etc.

El presidente del país era Nur Muhammad Taraki, quien había sido fundador del partido diez años antes. Con la llegada al poder del gobierno «comunista» enseguida proliferaron las relaciones comerciales y económicas con la URSS.

Mientras tanto, EE.UU. aun no se recuperaba de la humillante derrota en Vietnam, consumada apenas tres años antes. Sin embargo, los norteamericanos no se quedarían de brazos cruzados ante lo que era una expansión del poder soviético a un nuevo país en una zona estratégica de Oriente Medio.

Pero la posibilidad de una intervención directa estaba más que vetada con la traumática experiencia de Vietnam en el pasado muy reciente y con las enormes consecuencias que tuvo en la política interna estadounidense. Por lo tanto, los yankees debían encontrar a alguien que pueda dar la guerra por ellos. El razonamiento del imperialismo fue muy sencillo: encontremos a quienes se oponen al nuevo gobierno pro-soviético, y apoyémoslos. ¿Qué puede salir mal?

Operación Ciclón

Rápidamente, el gobierno «comunista» de Taraki encontró una fuerte oposición en las poderosas organizaciones islámicas, particularmente fuerte en las zonas rurales. En un país de fuerte tradición musulmana, el gobierno había establecido el Estado y la educación laicas, algo que generó fuerte rechazo entre los más religiosos. Enseguida comenzaron las acusaciones de que el nuevo gobierno era «ateo» e «infiel», y la situación política afgana de convulsionó, una vez más.

En contraste con lo que vendría después, uno de los rasgos políticos más característicos de esa época fueron los derechos para las mujeres: el velo dejó de ser obligatorio, las mujeres tenían libertad de tránsito y de conducir automóviles (algo que no suele estar permitido en muchos países islámicos) y serían incluidas en el sistema educativo. El Partido de gobierno incluso impulsaría su propia rama femenina, impulsando el ingreso de las mujeres a la vida política. Todas estas medidas endurecieron aun más a los opositores religiosos al gobierno.

Desde principios de la década del ’70, una serie de milicias extremistas religiosas y grupos político-militares habían comenzado a acumular poder en el interior afgano, y desde entonces habían comenzado a recibir ayuda por parte de Estados Unidos. De estas milicias surgieron los principales opositores al gobierno pro-soviético: estos rebeldes islamistas comenzaron a ser conocidos como los muyahidines, «los que hacen la yihad» es decir, los que hacen la «guerra santa».

Enseguida, EE.UU. vio la oportunidad en estos rebeldes de hacer caer al reciente gobierno pro-soviético al mismo tiempo que establecía una amenaza político-militar en la frontera sur de la URSS, limítrofe con Afganistán.

La CIA comenzó a ayudar a los insurgentes a mediados de 1978. El objetivo era convertir estas milicias islamistas, al mismo tiempo, en un movimiento anticomunista. Bajo la presidencia de Jimmy Carter, primero, y de Ronald Reagan, después, la CIA llevó adelante la Operación Ciclón: el financiamiento, entrenamiento y armamento de los muyahidines afganos para derrocar al gobierno pro-soviético.

Con apoyo de la inteligencia pakistaní, británica, israelí y china (en ese momento enfrentada a la URSS), la ayuda de la CIA a muyahidines se hizo oficial en julio de 1978 e incluía tanto la provisión de armas y armamento como el entrenamiento militar. Además, desde Pakistán desplegaron un sistema de propaganda vía radio y papel con contenido anticomunista e islamista hacia Afganistán.

Las cosas comenzaron bien para EE.UU. El gobierno de Taraki no lograba hacer pie, asediado por conspiraciones internas y por los enfrentamientos militares con los muyahidines. En septiembre de 1979 Taraki es destituido y asesinado por un golpe de Estado de su propio Primer Ministro, quien instaura un régimen fuertemente represivo y comienza a negociar con los Muyahidines.

La posibilidad de que el gobierno pro-soviético colapsara rápidamente llevó a la URSS a definir la invasión de Afganistán en diciembre de 1979. Todo iba según lo planeado para EE.UU. que, en palabras del propio Jimmy Carter, estaban «dándole a los soviéticos su propio Vietnam».

Y de alguna manera, así fue. La URSS se embarcó en una guerra larga, costosa y prácticamente imposible de ganar. Del otro lado, los combatientes muyahidín, con el apoyo de los EE.UU. ganaban territorio, poder, influencia y experiencia en combate.

La URSS se retiraría de Afganistán, sin éxito, diez años después. En ese lapso, se estima que EE.UU., a través de la CIA, gastó unos 40.000 millones de dólares para financiar la Operación Ciclón. Se trata de una de las operaciones más largas y costosas en la historia de la inteligencia estadounidense.

Además, en esos años la CIA reclutó y entrenó a unos 35.000 yihadistas de otros países para que vayan a combatir a Afganistán. Uno de ellos fundaría uno de esos grupos muyahidín con el nombre de Al Qaeda y se haría mundialmente conocido unos años después: Osama Bin Laden.

La política pro-muyahidines no fue destinada sólo hacia Afganistán, sino incluso hacia la propia población estadounidense. En 1983 Reagan los celebraba públicamente: «Ver los valientes afganos luchadores por la libertad contra modernos arsenales con simples armas de mano es una inspiración para aquellos que aman la libertad».

La cuestión llegó incluso a productos culturales de masas. En la versión original de Rambo III (1988), la escena final de la película contenía una placa dedicatoria a «los valientes combatientes muyahidines que luchan en Afganistán».

Boomerang

Aunque los soviéticos se retiraron de Afganistán en 1989, la guerra interna afgana se extendió hasta 1992, cuando los distintos grupos muyahidines entraron en Kabul. Con la derrota definitiva de la URSS -que además había dejado de existir un año antes- los norteamericanos decidieron que la Operación Ciclón ya había cumplido su propósito y el financiamiento a los extremistas islámicos terminó. Por supuesto, ya era tarde para evitar todo lo que vendría después.

Al disolverse la República Democrática de Afganistán, los distintos grupos muyahidines  -entrecruzados con conflictos étnicos- comenzaron a disputarse el poder entre sí, y todo culminó en una nueva guerra civil. El poder formal del naciente Estado Islámico de Afganistán recayó en Burhanuddin Rabbani pero, en términos reales, en muchas zonas el poder del país estaba dividido en función de la influencia de los distintos grupos armados y Señores de la Guerra locales.

En las zonas rurales del norte, un grupo de líderes muyahidines veteranos de la guerra contra la URSS deciden formar un nuevo grupo armado que se opondrá al gobierno de Rabbani: el Talibán.

Poco tiempo después de terminada la guerra, los Talibanes avanzaron con el control del país y en 1996 derrocan a Rabbani y se hacen con el gobierno central. Instauran un régimen político represivo basado en una lectura ultra-conservadora del Islam, en particular para las mujeres.

Durante el gobierno Talibán, las mujeres tenían prohibido salir de sus casas sin acompañamiento de un hombre, además de estar obligadas de vestir la Burqa, que les cubría rostro y cuerpo por entero. Se les prohibió su acceso al trabajo y la educación, entre otras medidas fuertemente opresivas.

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