Un escenario peligroso

La coyuntura en el Cono Sur latinoamericano ha sumado peligros. Sobre todo por la coyuntura en Brasil y, también, por el atentado fallido contra Cristina Fernández en Argentina.

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“Las Fuerzas Armadas hacen el movimiento más peligroso al inmiscuirse en los actos de campaña electoral del presidente, como el que está previsto para Río de Janeiro, llegando incluso a la exhibición de equipamientos militares (pertenecientes al Estado y el pueblo brasilero). La mixtura de motociclistas [bolsonaristas] con aviones de la Aeronáutica, navíos de la Marina y cañones del Fuerte de Copacabana es una promiscuidad institucional explícita” (“Tractorazo militar golpista”, Folha de Sao Paulo, 6/09/22).

“Con una acción en el TSE [Tribunal Superior Electoral], el PT intenta mantener la presión sobre Bolsonaro después de la elección (…) cuestionando el supuesto abuso de poder cometido por el presidente Jair Bolsonaro en el acto realizado ayer, 7, [decisión] que es parte de una estrategia de largo plazo” [estrategia legalista que es parte de la orientación de no movilizar por nada del mundo contra él], O Estado De Sao Paulo, 8/09/22)

La coyuntura en el Cono Sur latinoamericano ha sumado peligros. Sobre todo por la coyuntura en Brasil. Y, también, por el atentado fallido contra Cristina K en la Argentina.

Sin embargo, la situación en ambos países es muy distinta. Si Brasil impacta en la Argentina de manera reaccionaria, la Argentina influye en Brasil con el ejemplo de la movilización popular.

Las relaciones de fuerzas en ambos países son diferentes (cualitativamente diferentes), así como también está claro que la envergadura de ambos es diversa (Brasil es el gigante de la región).

Sin embargo, no está dicha la última palabra de para dónde irán las tendencias en obra, aunque es bastante evidente que, dependiendo del desenlace de las elecciones brasileras, el péndulo político se inclinará para un lado o para el otro.

Recién llegado de una visita a nuestros compañeros y compañeras de SoB Brasil, dejamos a continuación una serie de elementos de análisis a modo de resumen de las discusiones que llevamos adelante.

El peligro reaccionario

El elemento reaccionario viene desde Brasil hacia la Argentina. Las situaciones en Chile y Uruguay son desiguales; secundarias en el marco del análisis. En Chile se viene de la derrota del referéndum de salida por la nueva Constitución; en Uruguay está a cargo un gobierno del tipo Cambiemos (centrista de derecha).

El peligro en Brasil está graficado en que Bolsonaro está a la ofensiva –o contraofensiva, mejor dicho- movilizando masivamente su base social con su apropiación del aniversario de la independencia del país, el 7 de septiembre pasado (el mayor acto de la campaña electoral), donde reivindicó el golpe militar de 1964 y afirmó que “la historia podría repetirse”[1]. Mientras tanto, Lula rinde pleitesía a la burguesía brasileña negándose a movilizar; dedicándose a presentar apelaciones judiciales como si de esta manera pudiera frenarse a la extrema derecha (atención que a diferencia del progresismo social liberal del PT que es sólo parlamentario, el bolsonarismo es parlamentario y extra parlamentario[2]).

Esta es la gran traición actual del lulismo (de una larguísima lista): dejar que Bolsonaro siga creciendo en las encuestas sin mover un dedo[3]. Dejar pasar a Bolsonaro a segunda vuelta donde podría competir más de igual a igual, es el crimen político que el PT está cometiendo en “acto”, por así decirlo, dando lugar eventualmente a un desconocimiento del resultado electoral y a eventos del tipo Estados Unidos cuatro años atrás.

Y todo porqué: porque se le está regalando la calle al negarse el lulismo de manera cretina a movilizar a su base social. (El papel architraidor del lulismo en esta campaña tiene una gravedad incomparable con nada de lo ocurrido en los últimos años en Brasil[4].)

Está claro que las relaciones de fuerzas en la Argentina son absolutamente distintas a las de Brasil. En la Argentina, 12 horas después del atentado a Cristina Kirchner, un atentado obra de marginales pero atado por mil hilos invisibles a las expresiones más reaccionarias de la oposición, se desató una movilización masiva que aún a pesar del feriado declarado por Alberto Fernández, tuvo elementos de espontaneidad (la mayoría que ocupó la Plaza de Mayo en las primeras horas de la misma, era independiente).

El problema en Brasil es que no se ven elementos –masivos- de espontaneidad desde las contradictorias movilizaciones del 2013 (progresivas sin duda alguna, pero por toda una serie de razones capturadas finalmente por la derecha). Y que el PT y la CUT no convocan a las calles por nada del mundo: le abren paso impunemente a la extrema derecha bolsonarista. Y por oposición a lo que ocurrió en la Argentina, en la pasividad es imposible que las y los trabajadores aclaren sus ideas: los domina la “verdulería mental” y el atraso (las estupideces de las redes sociales; el mundo de las fake news[5]).

Entre los sectores de trabajadores y trabajadoras de menores ingresos (hasta dos salarios mínimos), las mujeres y la juventud el bolsonarismo es minoría así como el PT domina en el nordeste brasilero. Pero no ocurre lo mismo entre los trabajadores de mayores ingresos. Entre tres y cinco salarios mínimos dominaría Bolsonaro así como en una parte de las clases medias altas (la otra parte pasó a la oposición por su negacionismo de la pandemia), determinados sectores plebeyos, comerciantes, “emprendedores”, etc. Y la burguesía (y los medios) también está dividida: los industriales de la FIESP aparecen más inclinados por Lula y Alckmin; el agro negocio y las finanzas por Bolsonaro (aunque el abordaje burgués de las cosas es mayormente pragmático[6]).

Y lo anterior sin olvidarnos de las Fuerzas Armadas, que ejercen en Brasil un arbitraje creciente y hay muestras de que pretenderían controlar el escrutinio (algo sin precedentes), además del Poder Judicial, también con tradiciones de arbitraje por lo alto (las FFAA hoy en favor de Bolsonaro, el Poder Judicial contra él[7]).

El lulismo no convoca a las calles y ese es uno de los grandes crímenes de las corrientes del PSOL que entraron al frente amplio popular: aunque gesticulen, han quedado entrampadas como cómplices del inmovilismo lulista que le abre las puertas a la recuperación de Bolsonaro. Esto ocurre cuando podrían haber votado a Lula desde afuera sin comprometer el futuro estratégico, independiente, del PSOL[8].

Así las cosas, el peligro en tiempo real es que Bolsonaro crece en las encuestas y se recorta la diferencia con Lula. Lula baja un par de puntos y está en el límite del 50% más uno de los votos válidos para no pasar a segunda vuelta con Bolsonaro. Pero atentos que, de todos modos, Lula sigue al frente de las encuestas, su rechazo es menor que el de Bolsonaro y que la realidad de las cifras electorales es que vienen siendo muy estables, datos todos estos no aptos para impresionistas[9].

La movilización unitaria -no electoral- del sábado 10 de septiembre en San Pablo, avenida Paulista, y en la cual participamos desde nuestra corriente, fue valiosa pero ínfima en relación a la del miércoles 7 del bolsonarismo: algunas miles de personas versus cientos de miles del bolsonarismo en San Pablo, Brasilia y Río de Janeiro…

Es una vergüenza mayúscula: cada día que pasa es una nueva capitulación del PT. Y de todos sus apoyadores, incluyendo a Guillerme Boulos y el PSOL que, repetimos, se sumaron en masa a un frente de conciliación de clases cuyo primer punto es impedir la movilización popular frente a la extrema derecha: ¡atar de pies y manos a los de abajo!

En concreto, el régimen de la democracia burguesa en Brasil viene siendo vaciado desde el golpe parlamentario contra Dilma Rousseff y habrá que ver si la evolución de las próximas semanas da lugar a un golpe de Estado –de nuevo tipo, o lo que sea- liso y llano: “En un informe de 2021, Brasil figura como una de las cinco lideranzas globales en el proceso conocido como ‘autocratización’ [vaciamiento democrático], acompañados por Hungría, Polonia, Serbia y Turquía” (Mônica Sodré, “¿O que houve, ento, con a nossa democracia?”, O Estado De Sao Paulo, 8/09/22).

Frente a los peligros, es de buenos marxistas dos actitudes simultáneas: a) una, no minusvalorarlos. Los socialistas revolucionarios miramos de frente los peligros, los identificamos y no los desestimamos. Por el contrario, los tomamos con toda la seriedad del caso y planteamos el método clásico de nuestro arsenal, que es la movilización popular unitaria en las calles contra ellos: tomar las calles contra los zarpazos reaccionarios (“golpear juntos y marchar separados”) y b) dos, tampoco nos impresionamos ni los sobredimensionamos (una reacción igualmente grave que la primera). La lucha de clases misma da la medida de las cosas; es el “micrómetro” que nos permite medir el “espesor” de los peligros; también apreciar cuando las circunstancias están indefinidas, abiertas a múltiples posibilidades como sigue siendo el caso actual en Brasil y ni hablar de la Argentina, que es harina de otro costal –las relaciones de fuerzas no han cambiado como se verificó en la movilización del viernes 2/9 a Plaza de Mayo, amén que la política revolucionaria en la Argentina es una combinación de la lucha contra el ajuste con la lucha democrática, esta combinación es obligatoria para no “comernos” el amague tramposo del FdT de esconder el acuerdo con el FMI detrás de las brumas del atentado[10]

¿Y si despierta el gigante dormido?

En segundo lugar, hay que señalar que la coyuntura brasilera opera en un contexto internacional polarizado; indefinido. Las relaciones de fuerzas mundiales no terminan de decantar. Biden plantea que Trump es “un peligro para la democracia estadounidense” y su afirmación tiene elementos de verdad aunque su comportamiento, multiplicado a la enésima potencia por ser el jefe del principal partido imperialista a nivel internacional es, sistemáticamente, el de no movilizar frente a nada: por ejemplo, contra el decreto contra el aborto de la CSJ yanqui. Amén de ser en sí mismo, un factor reaccionario internacional (ver la campaña hipócritamente “democrática” del imperialismo tradicional en relación a Ucrania).

De cualquier manera, y como uno de los contrapesos, el dato es que crecen las luchas reivindicativas en el norte del mundo. La bronca por el aumento de los precios, del gas, de las naftas, de los bienes de consumo masivo, etc, por la guerra en Urania, la ruptura en la cadena de abastecimientos heredada de la pandemia, también el aprovechamiento de la propia pandemia para reducir personal y desatar un caos en los aeropuertos, etc, está dando lugar a la mayor escalada de luchas sindicales que se haya visto en los últimos años en la Unión Europea (sobre todo, los países de Europa occidental) y los Estados Unidos, donde, además, se verifica un proceso de organización de la nueva clase obrera muy promisorio aunque sea todavía de vanguardia.

Así las cosas, y atento que este es un texto en gran medida sumario para colocar una serie de definiciones respecto de Brasil, una coyuntura indefinida y con crecientes elementos de polarización y ruptura de los consensos entre los de arriba, milita en el sentido que hay desarrollos a derecha pero que también se abren las puertas a desarrollos por la izquierda que no debemos desestimar (una coyuntura que está abierta incluso en Brasil).

Por ruptura de los consensos nos referimos a la unidad burguesa que existió en las últimas cuatro décadas en vastas regiones del globo alrededor de dominar con alguna forma de la democracia burguesa. Los Trump, los Bolsonaro, los Duterte, los Orban, etc, por no hablar de Xi Jin Ping y Putin, evidentemente, expresan una cierta ruptura con dicha idea, con dicho consenso hasta ahora dominante, aunque todavía no terminan de decantarse en bonapartismos lisos y llanos.

Esta realidad milita en tres sentidos para la izquierda revolucionaria: a) obliga a apreciar los matices entre gobiernos burgueses, que son todos burgueses (es decir, iguales desde el punto de vista de clase), pero cuyos contornos políticos no se pueden despreciar (con libertades democráticas la clase obrera se puede organizar; sin ellos no[11]), b) apreciar que esto establece una “polarización falsa” en el sentido que todas las expresiones burguesas son eso, burguesas pero, al mismo tiempo, verdadera en relación a qué tipo de régimen político expresan, c) que la división entre los de arriba abre brechas por donde se puede colar la movilización de los de abajo, y d) que en cualquier caso el método de la clase obrera y la izquierda revolucionaria es la calle, tanto frente a los zarpazos reaccionarios como a los planes de ajuste capitalistas que aplican ambos tipos de gobiernos burgueses (unos eventualmente más duros que los otros).

Los peligros por derecha, los cuestionamientos a la democracia burguesa (imperialista o no) tradicional, están cada vez más presentes. Pero también es verdad que crecen los desarrollos por la izquierda no solamente bajo la forma de las rebeliones populares, no sólo porque las relaciones de fuerzas en los diversos países y regiones son distintas, sino, además, y como ya señalamos, porque crecen las luchas reivindicativas y los procesos de organización a nivel de la nueva clase obrera (trabajadores de reparto por aplicación, depósitos de Amazon y locales de Starbucks en los Estados Unidos, etc).

El escenario en Brasil es peligroso pero los desarrollos no están definidos (es decir, hay que evitar el impresionismo). Acá cabe una reflexión adicional: todavía no se ha pasado el “Rubicón” en materia de cuestionamiento del régimen político (el “cierre” del régimen político parlamentario no ha ocurrido aún[12]). El régimen democrático burgués en Brasil siempre ha sido más acotado desde la salida de la dictadura militar precisamente porque, a la diferencia de la Argentina, la dictadura no cayó sino que los militares se retiraron del poder de manera pactada. Y, por lo demás, con Bolsonaro han “vuelto” en cierta forma, amén del hecho que también a diferencia de la Argentina –donde las FFAA fueron en cierta manera derrotadas políticamente 40 años atrás- en el Brasil, por el contrario, gozan de enorme consenso popular. El gobierno de la dictadura, desarrollista, a diferencia de la dictadura argentina neoliberal, es bien visto incluso hoy, y las FFAA brasileras gozan de un poder de arbitraje que ni en sueños se les puede ocurrir a los militares argentinos.

Pero de cualquier manera, un desconocimiento electoral por parte de Bolsonaro constituiría un salto en calidad (abriría una caja de Pandora donde no está asegurado cómo respondería la clase obrera brasilera, que es un gigante social). Una cosa es cuestionar el régimen electoral; otra muy distinta es desconocer un resultado electoral. Bolsonaro incluso podría no reconocer el resultado al estilo Trump pero, más bien, lo que queremos afirmar acá es que sería muy distinto desconocerlo. Es decir: que Bolsonaro pretenda mantenerse en el gobierno -de manera golpista- desconociendo un resultado electoral que dé ganador a Lula y Alckmin

Ese desconocimiento, o la negativa a entregar el poder, evidentemente constituirían un golpe de Estado de nuevo tipo o lo que sea. Pero no está claro que sectores mayoritarios de la burguesía y las propias fuerzas armadas, estén dispuestas a seguir ese camino.

Por lo demás, de haber un resultado electoral claro en favor de Lula, su desconocimiento puede dar lugar a una reacción democrática de sectores de masas que hoy no se ve. El movimiento obrero en Brasil, repetimos, es un gigante social que no tiene conciencia de su propia fuerza. Años de traiciones del lulismo y de la CUT han vaciado –no sabemos hasta qué punto- los elementos de conciencia de clase emergentes de cuando las campañas del PT tenían por lema “Trabajador vote trabajadores” (1989).

Hoy no parece haber quedado nada de eso y no solamente la conciencia promedio de la clase obrera es puramente reivindicativa sino que, además, se aprecian elementos de desmoralización que no se sabe hasta qué punto han llegado (las próximas semanas se verificarán las proporciones de las cosas, pero no se puede descartar para nada una reacción si hay un zarpazo bolsonarista[13]).

Sin embargo, no está claro que la burguesía brasilera quiera correr el riesgo de poner esto a prueba. Quizás Lula es para ellos una garantía de tranquilidad o, quizás, si gana electoralmente Bolsonaro, “todo bien”. El tema es si no gana Bolsonaro (como sigue siendo lo más probable, aunque ya no seguro), y éste pretende desconocer el resultado electoral…

En ese escenario nadie puede afirmar con seguridad que no estalle una movilización democrática de masas en contra de un zarpazo así o que, incluso, los burócratas sindicales, que hace años y décadas duermen la siesta apostando a la desmovilización, a que los trabajadores hasta en sus huesos pierdan el ejercicio de la lucha, se vean obligados a convocar o tengan temor de no hacerlo por lo que significarían cuatro años más de Bolsonaro para sus propios privilegios y organizaciones.

En todo caso, para nada nos parece que la historia está escrita, sino más bien lo contrario: un desconocimiento electoral por parte de Bolsonaro puede abrir una “caja de sorpresas” revolucionaria en el gigante latinoamericano dormido; nada asegura que esto no vaya a ser así.

Cuando manda la política

Hay momentos en que el análisis se transforma en meras especulaciones y manda la política. Es decir: ya no se puede decir mucho más de los desarrollos en Brasil. El voto es táctico y se verá cuál táctica es la más ajustada, tanto para frenar a Bolsonaro como para mantener una orientación independiente.

Sin embargo, lo que no es táctico es el llamado a ganar las calles contra Bolsonaro. Este último se apropió impunemente de los festejos de la independencia y el PT se negó a convocar a una contra movilización (asumen la elección como un hecho ordinario cuando se está ante circunstancias extraordinarias).

Como señalamos, la movilización unitaria en San Pablo del sábado 10/09 fue digna, pero también minúscula en relación a los cientos de miles convocados por Bolsonaro (una movilización, esta última, que fue organizada por el bolsonarismo durante meses y financiada por importantes sectores empresarios[14]).

Tomar las calles masivamente es una consigna central porque es lo único que puede resolver el pleito realmente, no sólo poniendo en actividad las fuerzas que están contra Bolsonaro, sino ante cualquier eventual desconocimiento electoral.

Por lo demás, este planteo de que hay momentos donde el análisis se transforma en especulación y solo manda la política, es una enseñanza válida para circunstancias de este tipo. Cuando existe una “constelación de elementos” en juego que se entrecruzan y no hay manera de establecer una síntesis (menos que menos en el gigantismo de un país como Brasil); de precisar -a ciencia cierta- las dinámicas.

Es en estos casos donde el análisis se transforma en especulación, y sin que dejemos de hacerlos, claro está, hay que poner la política en el puesto de mando y guiarnos a través de ella; de la experiencia que podamos realizar con la misma.

Los hechos tienen que “cantar”, y nuestra posición política es clara: a) el voto es táctico, y hay que definir cuál es la mejor táctica ante los eventos, b) haber ingresado el PSOL al frente Lula y Alckmin ha sido una ruptura con los principios de independencia de clase que hipotecó el futuro de las corrientes revolucionarias que lo hicieron; jamás se hipoteca el futuro por el presente: eso es posibilismo y no política revolucionaria, y c) el centro de nuestra política es buscar la derrota de Bolsonaro en las calles mientras simultáneamente se construye un programa alternativo, anticapitalista.

Con estos criterios elementales se construye la política revolucionaria hoy en Brasil. Desde este pivote sencillo deben moverse los marxistas revolucionarios en el país hermano en las decisivas próximas semanas; jornadas que tendrán seguramente altísimo impacto regional para un lado u otro.

 


[1] Uno de los tantos grupos de WhatsApp que organizaron la participación en las marchas bolsonaristas tenía el siguiente mensaje: “Recuerde que no es una fiesta, ¡estamos yendo a ‘luchar’ por nuestra libertad y contra el comunismo! Ejemplo: confiamos en las fuerzas armadas (ellos saben qué hacer para tener elecciones limpias, y nuestra intervención democrática ya fue realizada en 2018, ahora tenemos simplemente que confiar y mostrar que creemos realmente en ellos” (Folha de Sao Paulo, 6/09/22).

[2] Es un clásico que el reformismo es cretino de la institucionalidad mientras que, históricamente, ayer y también hoy, la extrema derecha es tanto parlamentaria como extra parlamentaria si bien en la actualidad no se ha llegado, todavía, a niveles de enfrentamiento tipo revolución y contrarrevolución como en el siglo pasado (atención, sin embargo, que no existen muros infranqueables entre una y otra experiencia; dependerá de la dinámica de la lucha de clases).

[3] Lo único que está haciendo el lulismo son actos electorales dispersos en todo el país con una participación diversa (algunos han juntado decenas de miles pero se pierden en el gigantismo del país).

[4] Evo Morales se escapó de Bolivia cuando el golpe de Estado contra su gobierno a finales de 2019 en vez de llamar a la movilización popular. Sin embargo, la capacidad de irrupción espontánea de las masas en el país andino (o asimismo en la Argentina contra Macri en diciembre de 2017), es incomparable a lo que viene ocurriendo en Brasil hasta hoy (en Brasil parece haber desmoralización entre amplios sectores de masas, aunque habrá que testear esto con los desarrollos en las próximas semanas).

[5] El lado oscuro de las redes sociales, su carácter de instrumento de expresión de los prejuicios populares y del resentimiento social, es más grave en Brasil que en la Argentina. Esto debido al atraso cultural relativo en dicho país, a la pérdida del atisbo de conciencia de clase generado en los años 80 por culpa del PT y el peso de las iglesias evangélicas, entre otros factores.

[6] Medios como la Folha de Sâo Paulo y O Estado De Sao Paulo aparecen a la oposición, por ejemplo (no registramos en nuestra visita el caso de O Globo, pero nos parece que es bolsonarista).

[7] Bolsonaro se la ha pasado los últimos años atacando al Tribunal Superior Electoral (TSE) y al Supremo Tribunal Federal (STF), la Corte Suprema brasilera.

[8] Las excusas técnicas por supuestos condicionamientos de la ley electoral no valen cuando se trata de cuestiones de principios. Si hubiera excusas legales o las que sean para los principios, los mismos principios –como en este caso la independencia de clase- no existirían: siempre existiría una excusa para violarlos.

[9] En Brasil hace falta el 50% de los votos más uno para no pasar a segunda vuelta. Esto es diferente de la Argentina, donde el cálculo se basa en una diferencia de 10 puntos entre el primero y el segundo (obteniendo el primero 40% o más de los votos), o que el primero supere el 45% de los votos.

Según la Folha de Sao Paulo Lula tiene en estos momentos el 44% de los votos contra 31% de Bolsonaro en primera vuelta (los votos válidos son mayores para ambos porque no se cuentan los blancos y nulos). Por otra parte, el 57% de los brasileros rechaza la manera de gobernar de Bolsonaro mientras que el 38% la aprueba.

[10] Lo hemos dicho en otra parte y lo repetimos acá: es imposible combatir -de manera consecuente- por los derechos democráticos aplicando un duro ajuste que desmoraliza a la propia base social. La única lucha consecuente por los mismos es la que une la pelea democrática con la lucha contra el capitalismo sin que esto signifique ningún sectarismo a la hora de la unidad de acción en las calles (“El atentado a Cristina K y el papel de la izquierda”, izquierdaweb).

[11] En esto es obligatorio escaparle a la idea mecánica de que “en la noche todos los gatos son pardos”. No es así: hay gatos blancos, negros y grises; es decir, toda una gama de matices entre gobiernos burgueses, y no es secundario para la política revolucionaria establecer dichas distinciones. La enseñanza opuesta es la del tercer período estalinista, que no supo distinguir entre fascistas y socialdemócratas (ver “El atentado a Cristina k y el papel de la izquierda” y “Cuestiones del frente único”, izquierdaweb).

[12] El régimen en Brasil se caracteriza por ser una suerte de “presidencialismo de coalición” porque todos los gobiernos posteriores a la última dictadura militar han debido construir mayorías en el parlamento sin las cuales no pueden gobernar.

[13] El hecho que hasta dos salarios mínimos la votación es masiva en favor de Lula y que durante la marcha por San Pablo el día 10/09 desde los balcones se veían vecinos apoyando la marcha y haciendo la señal de la L (Lula), son indicadores de que quizás resten –aun confusamente, claro está- elementos de conciencia reformista.

[14] La Folha de Sao Pablo informa que las movilizaciones fueron patrocinadas por empresarios y movimientos de derecha, con muchas de las caravanas para el 7 organizadas desde meses atrás con la pretensión de llevar miles de personas a los actos de Brasilia, San Pablo y Río de Janeiro. Muchos de estos grupos fueron organizados por redes sociales y WhatsApp, herramientas por excelencia de la organización bolsonarista.

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