¿Un capitalismo en auge… y después en crisis?

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Por Michael Roberts

El pasado mes de marzo escribí que la economía mundial parecía estar en un mundo de fantasía, en el que los mercados de valores alcanzan nuevos máximos, pero la producción de bienes y servicios, la inversión y el comercio están estancados en las principales economías. Esta semana, las bolsas de Estados Unidos registraron una vez más nuevos máximos. El Financial Times lo describió así: “La economía de Estados Unidos parece estar disfrutando de un escenario de fábula. Sus gachas no están ni demasiado calientes ni demasiado frías”.

Esta recuperación del mercado financiero se basa en la decisión de muchos bancos centrales de mantener sus tasas de interés de referencia en niveles muy bajos. La Reserva Federal de Estados Unidos ha anunciado básicamente que no va a subir su tasa este año. El Banco Central Europeo ha hecho lo mismo y ha decidido otra fase de ‘flexibilización cuantitativa’ (compra de bonos del gobierno y otros activos de los bancos comerciales). Y hoy, el Banco de Japón se comprometió a no aumentar las tasas de interés antes de la primavera de 2020 y a continuar su masivo programa de estímulo monetario.

Las políticas de los bancos centrales, junto con la posibilidad de que se alcance un acuerdo comercial entre EEUU y China (aún no logrado), ha dado un nuevo aliento a las instituciones financieras para invertir en los mercados de valores. Pero el mayor impulsor del mercado de valores de Estados Unidos han sido las principales compañías, que utilizan esta financiación barata para comprar sus propias acciones y hacer subir su precio y aumentar el ‘valor de mercado’ de la empresa.  En 2018, las recompras alcanzaron los $ 1.18 billones, el doble de lo que se invirtió (después de cubrir costes del equipo desgastado) en capacidad productiva (fábricas, oficinas, equipos, software, etc.).

Así que los mercados financieros están en pleno auge, pero la economía ‘real’ no acaba de recuperarse. La recuperación de la Gran Recesión que terminó a mediados de 2009 se prolonga desde hace casi diez años este verano, siendo ya la recuperación más larga tras una crisis en 75 años. Pero es también la recuperación más débil desde 1945. Y la tendencia de crecimiento real del PIB y de la inversión empresarial se mantiene muy por debajo de la tasa anterior a 2007. Esa es la razón por la que he llamado a los últimos diez años la Larga Depresión, similar a la de los períodos de 1873-1897 o 1929-1942.

Más allá de la fantasía de los mercados financieros, el crecimiento mundial se ha desacelerado. Y peor aún, hay varias economías que parecen dirigirse hacia una franca recesión. Hoy, la locomotora asiática, Corea del Sur, sufrió su peor contracción trimestral desde la crisis financiera global (el crecimiento real del PIB de Corea ha caído a sólo el 1,8% – ver gráfico), en la medida en que esta economía impulsada por las exportaciones ha sentido el efecto de la debilidad del crecimiento en China, las tensiones en el comercio mundial y una desaceleración en el sector tecnológico.

Las exportaciones, que representan alrededor de la mitad del PIB del país, sufren una quinta caída mensual consecutiva, desde un 2,6 por ciento en el cuarto trimestre. Y la inversión empresarial se desplomó un 10,8 por ciento, el peor dato desde la crisis financiera asiática de 1998, y los grandes fabricantes, como Samsung Electronics y SK Hynix, no han querido aumentar su capacidad de producción en medio de una desaceleración económica mundial y una menor demanda de semiconductores.

Peor aún, varias de las llamadas grandes economías emergentes están experimentando contracciones graves. Después de que el presidente Erdogan sufriese importantes derrotas en las elecciones locales en Estambul y Ankara, el banco central de Turquía se ha visto obligado a apuntalar la disminución rápida de reservas en dólares en el país usando »swaps en dólares”, y contratando préstamos a corto plazo de alto riesgo. No ha tenido mas remedio, dada la huida de dólares del país cuando la economía se desplomó y Erdogan se negó a aceptar un préstamo del FMI para reforzar su sector financiero porque implicaría aplicar severas medidas de austeridad. Los activos exteriores netos, una forma de calibrar las defensas financieras del país, se desplomaron, perdiendo $ 9.4 mil millones entre el 6 y el 22 de marzo hasta situarse en unos $ 19.5 mil millones, el nivel más bajo en dólares desde 2007. Si se excluyen los swaps, los activos externos netos han estado por debajo de los $ 11.5 mil millones durante todo el mes de abril, cayendo desde los $ 28.7 mil millones desde el inicio de marzo.

Argentina se ha hundido en una profunda recesión en 2018 bajo el gobierno de derecha del presidente Macri. Cuando fue elegido en diciembre de 2015, prometió que sus políticas económicas ‘neoliberales’ atraerían la inversión extranjera directa e impulsarían aumentos sostenidos de la productividad. La crisis de la moneda que estalló en abril de 2018 subrayó el fracaso de ese enfoque.

A diferencia de Turquía, Macri pidió al FMI un crédito stand-by de  $ 57 mil millones  – el más grande de la historia del FMI – un caso claro de favoritismo del FMI para ayudar a un gobierno que el FMI y los Estados Unidos consideran amigo, a diferencia del anterior gobierno peronista. El dinero se utiliza para hacer pagos de la deuda a medida que surgen. A seis meses de las elecciones, las condiciones del FMI para el préstamo están teniendo efecto negativo en el gasto público y aumentando las cargas fiscales.

La inversión se estanca, la inflación se ha disparado y las altas tasas de interés impuestas por el banco central han atraído capital especulativo a corto plazo, o ‘dinero caliente’. Este tipo de capital saldrá con toda probabilidad en cuanto se produzca una nueva crisis. El próximo año, la cantidad de la deuda externa que debe amortizarse estará en su punto más alto y el FMI también debe ser reembolsado. El nuevo gobierno tendrá que elegir entre dos opciones desagradables: el pago forzoso de una deuda más alta, más austeridad y más recesión, o una dolorosa reestructuración de la deuda de resultado incierto.

Y no se puede olvidar Pakistán. Otra de las llamadas economías emergentes donde se ha acabado el capital para financiar el crecimiento económico y la inversión. Hasta ahora la nueva administración de Imran Khan, el ex capitán de cricket de Pakistán, que elegido gracias a su campaña contra la corrupción, se ha negado a aceptar un préstamo del FMI, por las mismas razones que Turquía. Su ministro de Finanzas, Omar Asad ha intentado conseguir nuevos préstamos de China y el Medio Oriente, para gran disgusto de los EEUU. Pero no ha sido suficiente para evitar un nuevo colapso potencial en su moneda. La inflación de Pakistán se encuentra en un máximo de cinco años de más del 9 por ciento, mientras que el valor de la rupia se ha desplomado un 33 por ciento desde 2017.

Umar fue obligado a dimitir la semana pasada. El nuevo ministro de Finanzas ha alcanzado un principio de acuerdo para pedir un préstamo del FMI – las compañías de Pakistán ganarán así algo de estabilidad, mientras que el pueblo de Pakistán pagará más impuestos y sufrirá recortes de servicios y proyectos de infraestructura, así como peores condiciones de trabajo. “Las soluciones no van a ser fáciles. Las opciones serán políticamente difíciles para cualquier gobierno“, dijo Abid Suleri, asesor económico de Khan.

Los mercados de valores pueden estar en auge en América del Norte, pero la prosperidad económica en muchas partes del mundo se está evaporando como el agua en un desierto. Y en algunas partes se acerca rápidamente una tormenta de arena.

Revista Sin Permiso 27/04/2019

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