Un análisis marxista de la crisis argentina

Ante la escasez de divisas y la inminencia de más crisis es necesario Nacionalizar el comercio exterior bajo control obrero y popular.

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Las luces ya no son amarillas sino color naranja subido. Faltan dólares, faltan pesos y la inflación no para de volar. Los peligros se multiplican, desde una corrida cambiaria que genere una disparada del dólar hasta el corte del financiamiento en pesos del Estado, que a su vez implicaría una emisión masiva y forzada que termine en shock inflacionario, llegue o no a hiperinflación.

La diferencia con coyunturas pasadas está dada por el hecho de que el gobierno y el Estado tienen cada vez menos margen de maniobra para contrarrestar estos peligros. Esos márgenes están acotados, o definidos, por la camisa de fuerza financiera que representa el acuerdo firmado con el FMI.

Precisamente la primera misión de revisión de la marcha del programa, que abarca los números fiscales y macroeconómicos del primer trimestre de este año, terminó con un “aprobado” sumamente condicional por parte del equipo técnico y el directorio del Fondo. Ambas partes saben que las cifras del trimestre sólo dieron bien acudiendo a cierta “contabilidad creativa” ante la cual el staff técnico hizo deliberadamente la vista gorda. Pero saben también que eso tiene patas tan cortas como este segundo trimestre que ya termina. De allí que el Fondo, luego de aceptar cierta readecuación de las metas del acuerdo inicial ante la nueva realidad internacional de guerra, astringencia monetaria y mayor inflación globales, se puso firme con renovadas exigencias de ajuste.

Ya hay un número concreto: recorte real (es decir, descontando la inflación) del 7,8% del total del gasto público de aquí a fin de año. Y hasta están definidos los rubros: sistema previsional (el gasto pasaría del 8,5% del PBI al 8,1%) y obra pública (del 2,2 al 1,8% del PBI).

Así, estamos nuevamente en las aguas de la ortodoxia fondomonetarista más clásica. Para colmo, el informe del Fondo advierte que “se debe iniciar el trabajo en la preparación de opciones de reforma para fortalecer de manera duradera la equidad y la sostenibilidad del sistema jubilatorio”. Justo lo que el gobierno juraba y perjuraba en el momento de firmar el acuerdo que el FMI jamás le iba a pedir. La promesa duró exactamente un solo trimestre y una sola revisión de los equipos técnicos del Fondo. Así de frágil viene la cosa.

El informe que hizo al directorio del FMI el director hemisférico del organismo, el brasileño-israelí Ilan Goldfajn, admite que aunque el gobierno argentino cumplió (es un decir) con los números del primer trimestre, “los porcentajes del segundo trimestre ya empiezan a complicar el acuerdo de Facilidades Extendidas (…) y si no hay cambios profundos en el período julio-septiembre, el país se encamina a un incumplimiento general” (C. Burgueño, Ámbito Financiero, 27-6-22). De modo que ya a fines de julio estaría llegando la nueva misión para monitorear las cifras del segundo trimestre.

El único (y magro) consuelo del gobierno es la promesa (una más) del Fondo de que “cualquier alteración de las metas y objetivos por los incumplimientos se resolverá a año completo. Dicho de otra manera, si el acuerdo se incumple, será evaluado en el primer trimestre de 2023, no en el segundo semestre de este ejercicio” (ídem). Traducción: el alumno no hace bien los deberes y pinta para sacarse a plazos todo el año, pero le van a comunicar que tiene desaprobada la materia recién en marzo que viene.

Por otra parte, todos sabemos que cuando el FMI pide ajuste fiscal eso nunca repercute en una sola área; el ajuste es siempre polirrubro, desde las jubilaciones y la obra pública hasta los subsidios a las tarifas de servicios, las naftas y todo lo demás.

Como dijimos, los agujeros están tanto en la cuenta de dólares como en la de pesos. En este caso, nos vamos a detener en la que es a nuestro juicio la tara estructural más profunda de países como la Argentina: la insuficiencia crónica de divisas. A este rasgo general se le agregan, como veremos, especificidades propias que desembocan en el bimonetarismo de la economía argentina, que parte de la dirigencia tradicional recién parece descubrir, cuando se remonta como mínimo a los años 90 (y jamás fue revertido por los “gobiernos nacionales y populares” posteriores).

El perfil exportador argentino: concentración y primarización

A primera vista, podría parece algo extraño que la cuestión de la escasez de dólares se haga más acuciante precisamente en una coyuntura particular –signada por la guerra en Ucrania y sus consecuencias globales– que debería ser relativamente favorable, al menos en términos de los precios de las commodities que exporta el país. De hecho, este año seguramente se registrará una cifra récord de exportaciones en monto y volumen.

Si ya en 2021 se habían exportado 60,7 millones de toneladas de granos, este año, según la Bolsa de Comercio de Rosario (BCR), las exportaciones totales podrían alcanzar un récord histórico de 87.100 millones de dólares, de los cuales las cadenas agroindustriales aportarían 41.500 millones. Esto garantizaría un flujo de liquidación de divisas de al menos 3.500 millones de dólares por mes hasta octubre. La misma BCR estimaba el superávit comercial anual en no menos de 14.000-15.000 millones de dólares para 2022, lo cual supuestamente debería redundar en alivio de la presión cambiaria (y por ende inflacionaria) vía la recomposición de las reservas del Banco Central. Sin embargo, el ritmo de acumulación de reservas del BCRA en lo que va del año está categóricamente por debajo de los (ya conservadores) 5.800 millones reclamados por el FMI.

Es decir, dólares por el comercio exterior entran, y más que de costumbre, pero a las arcas del Central sólo llegan en cuentagotas. La explicación hay que buscarla, en primer lugar, en que el ritmo de liquidación de divisas lo deciden los exportadores conforme a sus propias necesidades y especulaciones, y en segundo lugar, vinculado a lo anterior, a que el marco legal que regula los plazos de liquidación de esas divisas fue escandalosamente liberado por Macri, sin que haya habido de parte del actual gobierno ninguna medida seria en contrario.

Estas cifras y esta realidad ya nos proveen un marco inicial de comprensión de hasta qué punto este gobierno y cualquier otro que acepte el statu quo actual del comercio exterior argentino es y será siempre rehén de las decisiones de liquidación de divisas de los grandes exportadores, sobre todo del complejo agroindustrial. Los cuales, a su vez, ante la ausencia de todo marco formal –o, donde éste existe, de toda exigencia de su cumplimiento efectivo– tienen además una influencia decisiva en la conformación de los precios internos. La frutilla del postre es que estos mega pulpos son especialistas en burlar (y expoliar) al fisco vía la evasión de impuestos y toda una serie de manejos legales, semilegales e ilegales.

Por lo demás, esto se da en el marco de una pavorosa concentración de los rubros y compañías exportadoras, lo que puede verse de dos maneras: en lo técnico-administrativo, tan pocas empresas deberían ser más fáciles de supervisar, pero en lo económico-político, su peso es tan aplastante que en los hechos son ellos quienes controlan a los supuestos controladores, desde funcionarios de cartera hasta autoridades judiciales y medios de comunicación. Hasta ahora, sólo hemos visto desde el Estado capitalista dos actitudes fundamentales frente a este problema (con todas las variantes intermedias y mixtas): la impotencia pusilánime y, más habitualmente, la connivencia cómplice. No hace falta hacer nombres propios, ¿no?

Tomemos como parámetro el mayor complejo exportador del país, la cadena de exportaciones de origen agrícola. Veamos cuáles son los principales actores de los tres grandes rubros que la componen –granos, subproductos (como harinas y pellets de soja) y aceites. Los datos son del Ministerio de Agricultura y corresponden a septiembre de 2021; consignamos para cada empresa primero la ubicación en el ranking del rubro y al lado el porcentaje del total que representa en cada caso:

Granos Subproductos Aceites
Cofco (China) 1 15% 6 8,20% 5 10,60%
Viterra/Glencore (Suiza) 8 6,10% 1 20,70% 1 24,30%
Cargill (EEUU) 2 14,30% 4 12,10% 2 11,80%
AGD (Argentina) 7 6,60% 2 14,00% 3 11,70%
Molinos Agro (Argentina) 3 12,20% 4 11,60%
Bunge (EEUU) 4 11,70% 5 9,00%
ADM (EEUU) 3 13,80%
ACA (Argentina) 5 9,00%
Dreyfus (Francia/UAE) 6 8,20%
% total (8 primeras) 84,50%
% total (6 primeras) 76,20%
% total (5 primeras) 58,40%

Fuente: elaboración propia s/datos del Ministerio de Agricultura, Ámbito Financiero 20-10-21.

Este es el caso quizá más llamativo, pero de ninguna manera el único, de concentración exportadora. Por empezar, existían en junio de 2021 unas 518.000 empresas inscriptas y funcionando en el país. Pero de ellas, sólo unas 9.500, el 1,8%, registraban actividad exportadora. Esta cifra es un 30% menor a la de 2011, lo que no es de extrañar cuando se considera que el financiamiento bancario real neto a las exportadoras, especialmente PyMEs, se desplomó a la mitad en el mismo lapso. El 85% de esas 9.500 empresas son PyMEs, de las cuales sólo el 2% tiene una línea regular y continua de exportaciones. La gran mayoría de ellas están limitadas a envíos esporádicos y a países limítrofes.

El dato relevante aquí es que sobre ese ya pequeño conjunto de firmas exportadoras, las que realmente importan son muy pocas: menos de 20 compañías representan la mitad del total de exportaciones. Y las empresas que exportan por más de 10 millones de dólares anuales no llegan a 500, pero representan más del 90% del total exportado. Más que un universo, es un microverso.

Ahora bien, si la primera característica que salta a la vista del panorama exportador argentino es la concentración, sin dudas la segunda es la primarización (es decir, el peso de los rubros de materias primas y productos de baja elaboración y valor agregado). Ya vimos que sólo el complejo agrícola aporta la mitad del total, pero el resto de los rubros son casi todos primarios. Veamos esta tabla comparativa de la evolución de los últimos años:

Principales rubros de exportaciones argentinas, en % del total

2018 2021
Sector oleaginoso 27 33,9
Complejo soja 24,4 30,6
Complejo girasol 1,2 1,7
Complejo maní 1,2 1,3
Complejo olivícola 0,3 0,2
Sector cerealero 13,2 17,9
Complejo maicero 7 11,9
Complejo triguero 4,6  4,5
Complejo cebada 1,4 1,2
Complejo arrocero 0,3 0,3
Complejo automotriz 13 9,1
1. petrolero-petroq. 8,2 6,7
Sector minero metal 8,7 6,3
Sector bovino 6,4 6,1
Sector frutícola 4,2 2,8
Complejo pesquero 3,5 2,6
Complejo farmacéutico 1,4 1,4
Sector hortícola 1,3 1,2
Complejo forestal 1,1 1,1
Complejo textil 1 0,6
Resto 11,1 10,4
Total exportaciones 100 100,0

 Fuente: elaboración propia s/datos del INDEC (https://www.indec.gob.ar/indec/web/Nivel4-Tema-3-2-39), marzo 2022.

 

Esta clasificación nos da una pintura mucho más completa que la tradicional división en “manufacturas de origen industrial / agrícola”, etc., ya que nos indica con más precisión el sector de origen y muestra de manera palmaria que, salvo el “crushing” de poroto de soja para hacer aceite y harina, los mayores rubros industriales de alto valor agregado son el automotriz y el farmacéutico (10,5% del total en 2021, contra un 14,4% en 2018). E incluso si se toma la denominación tradicional, las manufacturas de origen industrial cayeron del 35% del total en 2011 a no más del 25% hoy. En cambio, la suma del sector cerealero y oleaginoso aumentó en sólo tres años del 40,2 al 51,8% del total.

Adiós “modelo industrial”, bienvenido extractivismo

Aquí, la auténtica novedad es que desde el kirchnerismo, o albertismo, o peronismo –tómese la nomenclatura que se quiera, en cualquier caso el resultado será el mismo– se ha dado sepultura definitiva a toda veleidad “industrialista”. La referencia a la expansión industrial era tan recurrente y típica en el discurso de las dos primeras gestiones K como infecunda en los hechos. Pero ahora hasta la idea misma de “industrialización” ha desaparecido en beneficio de una supuestamente más “realista” admisión de que, después de todo, lo que hace falta es exportar, y lo que tenemos más a mano no son autos, productos químicos o software, sino granos, combustibles fósiles y minerales.

La necesidad tiene cara de hereje, pero tampoco era cuestión de disfrazarla de virtud. No obstante, es precisamente ese el enfoque de uno de los voceros más coherentes en la presentación de lo que podríamos llamar –por contraposición al “modelo de producción industrial y trabajo”–, el “nuevo modelo extractivista de exportación y bajo empleo”, el director del Centro de Estudios para la Producción y funcionario del Ministerio de Desarrollo Productivo, Daniel Schteingart. En cuanto a claridad, no deja nada que desear: “Es clave generar divisas: nos guste o no nos guste, los sectores intensivos en recursos naturales son los que nos van a permitir en la próxima década tener el salto exportador que necesitamos” (Ámbito Financiero, 5-1-22). Para ser más precisos, “minerales e hidrocarburos, siendo realistas, son los dos sectores que más potencial tienen para destrabar la restricción externa” (ídem).

Recordemos aquí que la “restricción externa” no es otra cosa que la escasez de dólares, que el kirchnerismo, antes de volverse “realista” como estos nuevos apóstoles de la producción primaria, había creído erradicar definitivamente allá por 2010 (un año antes de tener que implementar el cepo a la salida de divisas). Dólar escaso mata relato “industrialista”.

Volviendo a Schteingart, critica la “sobresimplificación” de quienes cuestionan el extractivismo, y pretende convencernos de que la primarización no es mala porque, después de todo, “Noruega, Australia o Nueva Zelanda tienen canastas exportadoras tanto o más primarizadas que la nuestra”. (Por qué Argentina va a parecerse más a esos países en vez de a Angola, Kazajistán o Venezuela, que también disfrutan de “canastas exportadoras tanto o más primarizadas que la nuestra”, no se nos explica.) Si hasta parece que las exportaciones industriales son un peligro, porque podríamos parecernos a “México o Filipinas, que difícilmente podríamos llamar desarrollados” –¿y por qué no a Corea del Sur, o a Alemania?–, y en todo caso en Argentina “las exportaciones industriales dependen mucho del Mercosur, que viene muy estancado hace una década”. Lo cual es muy cierto, pero Schteingart actúa como quien resuelve el problema de la falta de vivienda diciendo que, al fin y al cabo, podemos vivir debajo de un puente.

En suma, la salida del laberinto de la restricción externa que se nos propone no son las “ideas estatizadoras de la izquierda”, sino “replicar el modelo de Vaca Muerta, de YPF aliada con otras compañías globales, que disponen de cuantiosos fondos que hoy el país no tiene” (ídem). Que esto no es el divague de un funcionario aislado sino la verdadera concepción de conjunto del gobierno actual (¡incluida Cristina Fernández!) queda demostrado simplemente recurriendo a los discursos y a las decisiones de Alberto y Cía, que ponen los ojos en blanco cada vez que se les nombran las palabras mágicas “Vaca Muerta” y “litio”.

Es difícil decidir qué “modelo” es más inviable o perjudicial: si el del primer kirchnerismo que pretendía la asociación con –o la creación de– una mítica burguesía “industrial” desarrollista, innovadora, respetuosa de los derechos laborales y otros delirios (un “unicornio azul”, como debió llamarla incluso un historiador K, Hernán Brienza), o la nueva y aparentemente más “realista” versión de un modelo de asociación de empresas privadas y estatales (y hasta “provinciales”, según Schteingart) argentinas con “compañías globales”. Las cuales, es de suponer, traerán desinteresadamente sus dólares y su “know how” en pos de la explotación salvaje de recursos naturales, para mayor gloria de las exportaciones y las reservas del Banco Central.

¡Se robaron un PBI!

Los problemas del gobierno para manejar la situación financiera, fiscal y cambiaria no reciben ningún alivio bajo la forma de colaboración o comprensión de parte de la clase capitalista; más bien todo lo contrario, y no sólo por razones ideológicas o de especulación electoral. Ocurre que si algo caracteriza a la burguesía local de todos los tamaños y épocas es su invencible compulsión a la evasión de impuestos, la estafa a (su propio) Estado de todas las formas posibles y el contrabando liso y llano. Suponer que en momentos de urgencias como el actual esa conducta va a morigerarse en vez de acentuarse es caer en el irredimible pecado de ingenuidad. Por supuesto, estas prácticas de la clase capitalista argentina no tienen nada que ver con una particular y criolla “disposición psicológica”; más bien, se trata de su respuesta adaptativa a los irremontables problemas estructurales del capitalismo argentino que supo construir.

Desde siempre, pero en particular desde la dictadura militar iniciada en 1976, ha sido costumbre de los capitalistas locales subfacturar exportaciones (esto es, declarar menos ingreso de dólares que el real) y su inversa, sobrefacturar importaciones, en ambos casos con el resultado de embolsarse de manera espuria esos dólares no declarados. A eso se agrega, como dijimos, la simple evasión fiscal y el contrabando, para no hablar de maniobras más sofisticadas como el seguro cambiario del estilo implementado por Cavallo en 1982 como presidente del BCRA, que aumentó la deuda externa en 20.000 millones de dólares de entonces y representa el verdadero pecado original de la deuda externa argentina de la historia reciente.

¿Adónde van a parar esos dólares mal habidos? Naturalmente, jamás al circuito de inversión productiva: la tasa de inversión argentina es de las más bajas del mundo para una economía de su tamaño y nivel de desarrollo, y casi no se mueve del 17-18% del PBI desde hace una década, nivel absolutamente insuficiente para iniciar un despegue productivo o, en términos marxistas, un ciclo de acumulación de capital. Van, en cambio, a depositarse en paraísos fiscales varios de América, Europa y Asia, a buen resguardo de crisis políticas y riesgos “populistas”.

Investigaciones impecables e implacables como la de Leandro Bona (La fuga de capitales en la Argentina, Flacso 2018) y muchas otras demuestran más allá de duda que, lejos de constituir el vicio de unas pocas “manzanas podridas”, el atesoramiento fuera del país de divisas obtenidas de manera dudosamente legal es el modus operandi básico y normal de la clase capitalista argentina íntegra. Son los verdaderos ladrones de un PBI, pues no es mucho menos que eso lo que tienen acumulado en activos, en su mayoría líquidos, además de una generosa ración de inmuebles de lujo.

No exageramos ni un poquito: el propio INDEC estima para el cuarto trimestre de 2021 en 360.000 millones de dólares los activos en divisas fuera del sistema bancario local, de los cuales dos tercios están en efectivo. Para tener una medida, el Presupuesto 2022 estima el PBI argentino en 76,5 billones de pesos. Al cambio oficial, serían 612.000 millones de dólares; al cambio paralelo, unos 332.000 millones. Así que la burguesía argentina tiene un PBI a “dólar blue” y en negro, o el equivalente a casi un 100% de la deuda pública externa.

Digamos que la gestión Macri fue en este rubro particularmente “exitosa”, ya que el monto total de divisas atesoradas por el empresariado local aumentó en 100.000 millones de dólares entre 2015 y 2019. Y eso que hubo “blanqueo”, que no fue otra cosa que una (auto)amnistía para evasores seriales. Sencillamente, no hay país del mundo de tamaño comparable que replique esta situación, y aquí radica la única “excepcionalidad” argentina (en todo lo demás, el país no ha hecho más que seguir como la sombra al cuerpo los mismos desarrollos del resto de la región).

La cosa tiene hasta rasgos folclóricos de campeonato: el ex gerente general del BCRA bajo la gestión del macrista Federico Sturzenegger, Nicolás Gadano, había consignado que “los argentinos tenemos [¡ustedes tienen! MY] 200.000 millones de dólares en billetes, el 10% de los dólares en circulación en el mundo y el 20% de los que están fuera de los Estados Unidos. Tenemos en promedio 4.400 dólares en efectivo por habitante, frente a 3.083 dólares en Estados Unidos. Y dicen que nuestro problema es que nos faltan dólares”, había tuiteado este caradura el año pasado (El Cronista Comercial, 26-9-21). Gadano aclaraba que se basaba en datos oficiales del gobierno de EEUU. Sólo la archi mafiosa oligarquía rusa supera a la burguesía argentina en este terreno.

De modo que si ahora algunos, como Cristina Fernández, descubren que la Argentina es un país “bimonetario” es porque nunca percibieron que su clase empresaria repudia su propia moneda, desfinancia su propio Estado y descree del destino de su propio país… aunque probablemente su verdadera patria sea Miami (ni siquiera EEUU). Los mecanismos para burlar al erario público y llevarse los billetes verdes a Delaware, Liechtenstein, las Bermudas, Panamá, Uruguay o el colchón son múltiples, muchos de ellos desarrollados en la década menemista, perfeccionados bajo el macrismo y mantenidos celosamente intactos por los “gobiernos nacionales y populares”.

Dos botones de muestra de la burguesía argentina

Al respecto, veremos dos casos que, cada cual a su manera, son sumamente representativos de qué clase de gente es la “clase dirigente”. La “casta política” que denuncia hipócritamente el payaso Milei son unos tiernos gorrioncitos comparados con los albatros que ahora veremos, y que son tan fanáticos de las ideas de Milei como éste de ésa, su propia casta económica.

No hay caso más emblemático ni ejemplo más cristalino del ADN de la clase capitalista argentina que lo ocurrido con Vicentin. Recordemos que no se trataba de una PyME de lúmpenes marginales, sino, exactamente, de la compañía argentina más importante del complejo exportador más importante del país. Para decirlo de manera sencilla, no había casi otra empresa argentina, pública o privada, que manejara un volumen de divisas similar al de Vicentin.

¿Y qué pasó? Pues que Vicentin tildó todos los casilleros de las prácticas abusivas, pícaras, corruptas y delictivas del manual de la clase capitalista argentina. Evadió impuestos, subfacturó exportaciones vía una filial fantasma en Paraguay de sólo seis empleados, fugó divisas, vació la empresa, estafó a sus propios proveedores (ni hablemos de sus trabajadores), engañó a sus financistas… y todas esas operatorias fueron solventadas con plata prestada por el principal banco público del país, gerenciado por funcionarios cómplices de estos canallas al costo de comprometer el 20% del patrimonio del banco. ¿Y qué pasó con la actuación del Estado, las denuncias, la quiebra fraudulenta, los activos robados? Pues hasta ahora, nada de nada.

He aquí un verdadero compendio-retrato de la burguesía argentina cuando, para colmo, se hace del control directo de su Estado, sin las mediaciones de la “casta política”. Y también un compendio-retrato de la impotencia semi cómplice de los “progresistas” que ven cómo los ladrones se llevan todo delante de sus narices y no son capaces de hacer nada porque “la relación de fuerzas no da”, etcétera, etcétera.

Ah, y que nadie diga que es un caso aislado, excepcional o patológico. Alguien que conoce bien a esta runfla, el ex director de la Federación Agraria Argentina, Pedro Peretti, vaya uno a saber por qué se decidió a prender el ventilador y denunciar las maniobras habituales de las grandes exportadoras cerealeras para evadir impuestos y contrabandear granos. La entrevista se publicó en febrero de este año; que sepamos, ninguna de las honorables instituciones democráticas de este país recogió ese guante, sea para iniciar una investigación o para demandar a Peretti por calumnias. Veamos de qué se trata; es sumamente instructivo.

La primera maniobra es evadir impuestos haciendo trampas con el peso de la carga. Macri modificó en 2017 el margen de error en el pesaje de la carga, y así “les dio [a las exportadoras] una ventaja increíble. Les dijo que pueden tener hasta 4% de error en el pesaje, cuando históricamente fue entre 1% y 1,5%. Les sumó tres puntos más (…). Esto es una carrera entre tahúres. Si me dan cuatro [por ciento de margen de error. MY], no es que voy a tomar uno y le voy a dejar tres a Cáritas. No creo que Cargill y Dreyfus hagan eso. Si uno toma en cuenta la diferencia entre lo que tenían acreditado los chinos y lo que estaba acreditado acá, las estadísticas no coinciden con ningún país, claramente hay una maniobra” (Ámbito Financiero, 28-2-22).

Por favor, dígannos que entendieron, así no nos vemos obligados a hacer aclaraciones y dejar malparadas a tan prestigiosas compañías multinacionales. Digamos de paso que estas diferencias se hicieron patentes durante un viaje de Macri a China que dejó incómodos a unos cuantos, pero, como vemos, no se trata de un solo país: los números no coinciden nunca “con ningún país”. En cuanto al caso chino, “en el viaje de Macri se encontraron diferencias de 4.000 millones de dólares. Esa diferencia hoy se debe haber agrandado porque, según Miguel Pesce [presidente del BCRA], el déficit del último año del comercio con China fue de 7.000 millones de dólares. El rubro donde están las diferencias es en aceite y semillas” (cit). Es decir, en los renglones de exportación que operan las grandes compañías multinacionales (y algunas argentinas) que figuran en la primera tabla de esta nota.

Sigamos con más maniobras de evasión: “Si a eso se le suma el lastre de los barcos, el combustible y todo lo demás, se estima que el 10% del peso de cada barco se escapa de la vista. Si uno estima que por el puerto de Rosario entran 4.000 barcos y que el 10% de eso se esfuma, 400 barcos desaparecen del control. No es que pagan menos impuestos: desaparecen” (cit). Recuérdese que la casi totalidad del comercio del complejo agrícola pasa por el puerto de Rosario, y que el titular de la Bolsa de Comercio de Rosario hasta su caída en desgracia era Alberto Padoán, de Vicentin (curiosamente, en noviembre de 2018 ya había pedido licencia tras haber sido imputado en la causa “Cuadernos”; sobreseído en abril de 2019, volvió como si nada).

Nuevo rubro: las cartas de porte (documento legal de declaración de exportaciones). Dice Peretti: “El negro es altísimo. Unos ingenieros vinculados al Frente de Todos analizaron las cartas de porte de 2020 y encontraron inconsistencias en el 40% de ellas, que estimaron entre 1.500 y 2.000 millones de dólares. (…) Una parte del expendio de las cartas de porte la tenía la Federación Agraria Argentina y otra la Federación de Acopiadores. Los mismos tipos que las usaban eran quienes las vendían. Se vendían cartas truchas por miles” (ídem).

Queda claro, ¿no? Casi la mitad de las declaraciones de exportación eran sospechosas, y las cartas truchas eran “miles”. En fin, esperamos que vayan haciendo la cuenta de: a) delitos y b) divisas escamoteadas al fisco. Lo que Peretti no aclara es qué hizo el Frente de Todos con esa información, pero ya nos imaginamos.

Hay más todavía. Cuando el azorado periodista sugiere que entonces una parte de los granos tendría que llegar a la empresa sin que haya sido declarada, Peretti replica, con toda naturalidad: “O por contrabando. El puerto de Dreyfus estaba cerrado [por la pandemia] y seguía recibiendo soja en barcazas. Los puertos privados son enclaves coloniales en territorio argentino donde no hay otra ley que la de los dueños” (cit).

Como se ve, otra vez, no se trata de bolichitos turbios que operan en los márgenes, sino de las mayores multinacionales que monopolizan el negocio más grande de la exportación en la Argentina. Estamos hablando de cifras de nueve ceros, no de los bolsos de López. Por si no queda del todo claro: “Guzmán planteó que hay que encontrar una solución a la elusión fiscal, que es muy importante. Un estudio de la Global Financial Integrity determinó que el 64% de la conformación de activos externos proviene del comercio exterior y de las transacciones entre filiales de las corporaciones. Uno se encuentra con que hay un entramado para eludir la tributación en la Argentina” (cit). Fin de las citas de Peretti; le deseamos salud y que se cuide mucho si piensa seguir diciendo estas cosas…

Aclaramos que cuando se habla de “formación de activos externos”, de lo que se habla es simplemente de la fuga de capitales; es el concepto al que hace referencia la estadística del INDEC que citamos más arriba. Si el estudio de GFI está en lo cierto, dos tercios del curro de divisas surgen del comercio exterior y específicamente de las matufias armadas por las grandes compañías. Debemos decir que es casi exactamente, sólo que aplicada a un instrumento financiero diferente, el del seguro de cambio, el modus operandi de las grandes empresas que le generaron al Estado argentino esos 20.000 millones de dólares de deuda adicional en 1982, cortesía de Domingo Cavallo.

Con estos dos ejemplos concluimos el curso acelerado de “Todo lo que usted quería saber sobre las trampas de la clase capitalista argentina pero temía preguntar”. Confesamos que todo esto tenía un objetivo: introducir la necesidad de una medida elemental de autodefensa de la población y de la Nación misma ante el saqueo desfachatado de su clase dirigente. La escasez de dólares, el bimonetarismo, el raquitismo de las cuentas fiscales, el ajuste permanente, la inflación, la eterna espera de la devaluación, el deterioro del salario… todo eso va a seguir sin poder superarse, y ni siquiera controlarse de manera más o menos estable, si no se toma el toro por las astas y no se proponen medidas de fondo.

Nacionalizar el comercio exterior con control obrero y popular

Pero eso no es lo que pasa con el gobierno, pese a que todo indica que los datos los tienen y que son muy conscientes de todo lo que se pierden. Lo que sucede es que no hay la menor voluntad política de ir a fondo –ni siquiera a media máquina– contra lo más granado de la clase que el kirchnerismo aspira a representar, aunque ésta, ingrata como es, lo odie y no le retribuya ni un poquito tanta condescendencia.

Así, la primera respuesta del gobierno a la crisis de divisas es más de lo mismo, pero peor. Como no se atreve a tocar en serio el “dolarducto” de las grandes compañías nacionales y extranjeras, y ni siquiera a tomar medidas que se propongan combatir en serio la infernal evasión de divisas, recurre a instrumentos que ni siquiera merecen el nombre de parche. Las restricciones a las importaciones anunciadas por el BCRA no consisten, en el fondo, más que en: a) intentar patear seis meses para adelante la cuenta de importaciones, con la esperanza de que para ese entonces habrán entrado dólares del complejo agrícola, y b) pedir por favor a las grandes empresas que paren de sobre-stockearse adelantando importaciones (las verdaderas y las truchas, agregamos) y confiar en su buena voluntad y patriotismo.

Estas medidas no sólo no resolverán el problema –francamente, ni siquiera se lo proponen; ya dijimos que su objetivo principal es ganar tiempo– sino que pueden agravar el cuadro económico en caso de que las empresas, por obstáculos reales o por pura especulación, terminen importando menos de lo que necesitan para sostener la ya escuálida recuperación del crecimiento. Total, al gobierno lo que le importa es que este protocepo temporario tiene el aval de un FMI que aceptará cualquier cosa que haga crecer las reservas del Banco Central. El fracaso será el resultado inevitable de éstas y otras nuevas variantes de “cepo” que busquen, infructuosamente, administrar los pocos dólares que el Estado no recauda mientras los grandes capitalistas fugan fortunas en divisas. Ya lo vimos con los cepos anteriores. En el mejor de los casos, sólo sirvieron para ganar tiempo, pero ni siquiera para ganar votos: desde la implementación del primer cepo en 2011, el kirchnerismo perdió todas las elecciones, salvo la de 2019 en plena debacle total de Macri. Los parches no rinden ni en la economía ni en las urnas.

Por eso, el nuevo mini parche que se propone hoy es menos que insuficiente, es poquísimo, es nada. Es migajas para hoy, hambre para mañana, y pan, nunca. Lo que hace falta, reiteramos, son medidas profundas que afecten de verdad el negocio infame de una clase capitalista que medra y se enriquece con la penuria y el sufrimiento de la mayoría de la población.

Esas medidas pueden formularse de diversas maneras, pero todas en la misma dirección: evitar que la clase capitalista argentina tenga en sus manos el manejo, acopio y destino final de las divisas provenientes del comercio exterior, un activo estratégico para una economía como la argentina. Es decir, nacionalizar el conjunto de las operaciones de comercio exterior: que los empresarios argentinos no reciban ni paguen dólares, sino los pesos correspondientes a las transacciones en divisas.

Nos gustaría saber qué opinan al respecto desde el kirchnerismo, tan supuestamente crítico de la tibieza de Alberto Fernández y tan afecto a desenfundar sus credenciales peronistas. Esperamos que no se atreva a decir que esto es un delirio trotskista, porque casi todo el funcionamiento del intercambio comercial con el mundo bajo los dos primeros gobiernos peronistas fue algo casi equivalente a una nacionalización del comercio exterior. Nos referimos a la experiencia del Instituto Argentino de Promoción del Intercambio (IAPI), ente estatal “autónomo” que concentraba en sus manos prácticamente la totalidad del intercambio comercial con el exterior. Por supuesto, como era de esperar con una gestión del Estado capitalista, todo se planteó a mitad de camino, mal implementado y con notorios bolsones de corrupción. Con los primeros problemas surgidos tras la baja de los precios de las exportaciones en 1948-49, su rol se fue desdibujando y terminó enterrado por el gobierno surgido del golpe gorila de 1955. Pero más allá de los obvios límites capitalistas del intento –y de las no menos obvias diferencias de contexto histórico–, es una muestra de que incluso esta medida, que no es socialista sino simplemente de protección nacional, es un piso elemental para abordar un problema estructural que sigue sin resolverse.

Precisamente en función de los límites de una medida de este tipo tomada por un Estado capitalista, es imprescindible que sea acompañada por un control independiente de las operaciones comerciales por parte de las organizaciones obreras y populares. ¡Ya vimos con el caso Vicentin y muchos otros que al largo brazo de las grandes empresas no le cuesta mucho encontrar funcionarios venales o cómplices que habiliten sus trampas!

En otra oportunidad nos referiremos a otros dos problemas centrales de la crisis actual, estrechamente relacionados entre sí: la deuda pública en pesos y el sistema bancario. Sólo adelantaremos que nuestra propuesta de nacionalizar por completo el sistema bancario está casi “cumpliéndose” por la vía de los hechos: ya hay quienes se refieren al sistema financiero argentino como “pseudo estatizado”. ¿Por qué? Pues por la sencilla razón de que desde que está en funciones Miguel Pesce al frente del BCRA, la cartera de inversiones bancarias se divide así: 48% en Letras de Liquidación del Banco Central, 38% en títulos de deuda del Estado nacional y sólo 14% en préstamos al sector privado.

¡El 86% de la plata de los bancos va a parar a financiar el Estado! ¿Qué sentido tiene un sistema “privado” cuyas operaciones (y ganancias) tienen casi como único cliente al Estado? Este esquema replica lo que sucedía con las AFJPs entre 1995 y 2008, que invertían un porcentaje cada vez mayor del dinero de sus afiliados en deuda del Estado, hasta que el gobierno K (en lo que fue la única medida de cierta reversión de la estructurada creada en los 90 por el menemismo) reestatizó el sistema. Con los bancos habría que hacer lo mismo, pero mejor, es decir, también con control obrero y popular.

Volviendo a la cuestión de la nacionalización del comercio exterior, es tanto más urgente poner esta discusión sobre la mesa cuanto que la escasez de dólares puede tener –en realidad, ya está teniendo– consecuencias dramáticas. Son las que estamos viviendo en términos de inflación, deterioro del salario y caída del nivel de vida, por no hablar de la caída de la actividad económica, con su secuela de desocupación y mayor miseria.

La retórica oficial, sea de Alberto o de Cristina, de la necesidad de la “presencia del Estado para proteger a los sectores vulnerables”, de “afirmar la soberanía económica” y de “promover el crecimiento con inclusión” es paja que se lleva el viento, porque no tienen ninguna base material con qué sostener esos nobles postulados. En países como Argentina y especialmente en Argentina, con su historia reciente de bimonetarismo, crisis de deuda, crisis cambiarias y alta inflación, esa base material empieza por los dólares que quedan como saldo favorable de la balanza comercial. Lo hemos dicho antes y lo repetiremos mil veces: sin sacarle el manejo, la tenencia y el control de los dólares a la clase capitalista argentina, todo es ilusión.

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