Trump perdió, pero la polarización continúa

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  • Una nueva “normalidad” política en la potencia del norte: división por arriba y por abajo, radicalización por izquierda y por derecha en las calles.

Ale Kur

En las elecciones presidenciales realizadas el 3 de noviembre en Estados Unidos, el actual presidente Donald Trump perdió tanto en el colegio electoral como en cantidad de votos. Mientras que Biden fue votado por más de 81 millones de personas, Trump lo fue por alrededor de 74 millones. Si bien el dato central de este resultado es la derrota de la política abiertamente derechista encarnada por Trump y su “fin de ciclo” como gobierno, no puede dejar de señalarse la persistencia de una importante base social para sus posiciones reaccionarias.

Este dato no se trata de una consideración puramente electoral, sino que toma importancia (como todo en la lucha de clases) por sus efectos en las calles y en la vida política general. Una parte del electorado de Trump sigue movilizándose por el desconocimiento de los resultados electorales, a los que acusan de “fraude” con la excusa del sistema de votación por correo.

En el plano de la superestructura jurídica, esto se tradujo en un un sin fin de presentaciones judiciales por parte del trumpismo para intentar anular esos resultados. Hasta ahora todas ellas fueron desestimadas, y las chances de que alguna prospere son prácticamente nulas.

Pese a esto, en dicho frente se dio una novedad de cierta importancia. Hace algunas semanas atrás, el estado de Texas (el segundo estado más importante de EEUU tanto en cantidad de población como en peso económico) demandó ante la Corte Suprema a cuatro estados donde Biden ganó por poco margen (Georgia, Michigan, Pensilvania y Wisconsin), que le otorgaron los delegados necesarios al colegio electoral para ser electo presidente1. Esta demanda fue apoyada por los fiscales generales de 19 estados y por 127 miembros del congreso pertenecientes al Partido Republicano2. Aunque finalmente la corte rechazó la demanda, no deja de ser un síntoma de la profunda polarización política que atraviesa el país. Lo que este hecho cristaliza es que hay una cantidad importante de estados que actúan como “bastiones” de la derecha republicana, en un país cuyo sistema federal le otorga un enorme peso a los estados individuales.

Esto le otorga a la polarización un elemento de potencial crisis institucional e introduce una fuerte tensión en la unidad del país. Aunque esta comparación hoy resulte exagerada, no puede dejar de señalarse que la mayor crisis en la historia de EEUU, la Guerra Civil de la década de 1860, fue precisamente una guerra entre dos conjuntos de estados, donde el bando del sur (defensor del esclavismo) se amparaba formalmente en la defensa de los derechos de los estados locales contra la injerencia del Estado federal. En una escala reducida, este tipo de tensiones pueden volver a estar presentes cuando se instale el gobierno Biden si la base social de la derecha continúa movilizada.

La polarización en las calles

Más allá de la superestructura institucional, el dato central de la polarización está en las calles.

Ya desde las movilizaciones de “Black Lives Matter” (contra la violencia racista policial) desatadas en junio lo que se vivió fue una seguidilla de enfrentamientos contra los seguidores de Trump. Estos grupos (entre los que se encuentran los infames “Proud Boys”) no solo son abiertamente reaccionarios sino que levantan en diversos grados posiciones “supremacistas blancas” (utilizando, por ejemplo, la simbología de la Confederación esclavista del sur de EEUU). Estos grupos se manifestaron entonces en defensa de la policía (“Blue Lives Matter”) y son parte actualmente de las movilizaciones “anti-fraude” en defensa de Trump.

 

En el polo opuesto, se encuentran las agrupaciones antirracistas, la izquierda y el movimiento “antifa” (antifascista). Estas agrupaciones suelen realizar contra-manifestaciones allí donde se presentan los derechistas. Cuando ambos bandos se cruzan habitualmente terminan ocurriendo batallas campales (pueden verse muchos videos en las redes sociales). Esto viene ocurriendo reiteradamente en la ciudad de Portland (uno de los grandes bastiones de las movilizaciones BLM) pero también en la capital (Washington D.C.) y en otras ciudades.

Otro fenómeno en el mismo sentido es que se estuvieron haciendo visibles manifestaciones armadas de una agrupación negra (NFAC, “Not Fucking Around Coalition”). Si bien el carácter de esta agrupación está poco claro (por lo menos para observadores externos) no deja de ser un síntoma de la fuerte polarización que existe. Esto tiene además un aspecto muy profundo en un país con una enorme tradición de lucha negra, donde en la década del ‘60 existió el Partido de las Panteras Negras, fuertemente radicalizado y con una orientación hacia la izquierda (de elementos anticapitalistas y hasta socialistas). Que estas tradiciones se mantengan vivas en la comunidad afroamericana señala una muy interesante potencialidad combativa.

Más allá del cambio de gobierno (que puede quitarle algo de impulso a los grupos derechistas), es evidente que la polarización responde a causas de fondo que no van a salir de escena, y los choques político-sociales muy posiblemente sigan presentes en el próximo periodo. Aunque el futuro gobierno de Biden intente llevar las cosas en cierta forma hacia el “centro” político -por otra parte, un “centro” abiertamente neoliberal, imperialista y como parte de un aparato estatal orgánicamente racista-, es posible que existan desbordes hacia ambos extremos: no se pueden barrer bajo la alfombra las profundísimas contradicciones que atraviesan a la sociedad norteamericana, ni la conciencia que cada vez más amplios sectores tienen de ellas.


 

1 Este hecho también vuelve a poner sobre la mesa el podrido sistema político norteamericano, donde no cuenta para nada el hecho de que Trump perdió por 7 millones de votos de diferencia. Sin el sistema de colegio electoral (votación indirecta), estas maniobras no tendrían sentido alguno ante el claro mandato de las urnas. Por su parte, el Partido Demócrata es cómplice de sostener este régimen inclusive cuando lo perjudica abiertamente (como en 2016, cuando Hillary Clinton ganó el voto popular y perdió en el colegio electoral), para no abrir ni un milímetro la rendija a la participación popular y evitar cuestionar las bases profundamente antidemocráticas del sistema.

2 «Elecciones en EE.UU.: la Corte Suprema de EE.UU. rechaza la demanda de Texas que pedía invalidar los resultados de las presidenciales en varios estados», BBC, 12/12/2020. En: https://www.bbc.com/mundo/noticias-internacional-55283455

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